Recepción: 01 Noviembre 2017
Aprobación: 08 Diciembre 2017
Resumen: Este trabajo pretende servir de hilo conductor entre la obra literaria de Teresa de la Parra, María Calcaño y Lydda Franco Farías como mujeres que, a través de sus textos, deslindaron no solo su manera de pensar, de sentir, de ver al mundo, sino que éste precisamente es develado en sus inequidades en relación a la figura femenina-
Palabras clave: Pensamiento, Literatura, Femenino.
Abstract: This work aims to serve as a thread between the literary work of Teresa de la Parra, María Calcaño and Lydda Franco Farías as women who, through their texts, defined not only their way of thinking, feeling, seeing the world, but also that this is precisely revealed in its inequities in relation to the female figure
Keywords: Thought, Literature, Feminine.
INTRODUCCION
La relación entre el pensamiento y la literatura latinoamericana ha sido muchas veces enunciada, pero nunca ha sido realmente abordada por las y los historiadores de las ideas. En este trabajo no se pretende elaborar una teoría sobre una escritura capaz de evidenciar la diferencia de las mujeres en momentos de supuesta pasividad, ni desentrañar definitivamente porqué el pensamiento latinoamericano femenino específicamente se expresa en algunos géneros literarios.
A partir de las reflexiones previas es imperante afirmar que son sus obras filosofía en pleno, aunque los textos no sean aceptados como tal, es decir, sus obras suponen un grito mal llamado feminista en algunas solapado, en otro sublimado. Cada una en su escritura refleja la voz de la mujer silenciada, Ifigenia al aceptar su destino asume los convencionalismos de la época. -al igual que sus congéneres-. María Calcaño grita su cuerpo, su sexo entre la reglas sociales de la época que la obligan a ser niña, dama señora, no mujer y finalmente Lydda Franco asume el grito de la mujer que lucha por emerger en una sociedad que la constriñe en costumbres que silencia su vida, su humanidad plena, y su derecho a ser mas allá que feministas. Tal como lo plantea Gallardo (2004):
“Estoy segura que todo pensamiento complejo se elabora siempre a partir de formas de pensar la realidad que son mas simples, cotidianas: como percibimos el bien y el mal, la justicia y su falta, las necesidades y formas de satisfacerlas, las y los otros en relación con nosotras”
A principios del siglo XIX y del siglo XX, como Teresa de La Parra y María Calcaño, las escritoras latinoamericanas empezaron a manifestar masivamente que su escritura estaba determinada por su cuerpo y por el lugar que éste tenía en las historias colectivas de los grupos humanos. Seguramente sus relatos contribuyeron a despejar las ideas sobre el patriarcado latinoamericano, con sus especificidades. A la vez, contaban, historiaban, recreaban una inmensa variedad de resistencias femeninas frente al orden patriarcal, y lo hacían desde el dolor que les provocaba la conciencia de que sus madres defenderían a sus hermanos contra cualquier poder que los amenazara mientras sus padres respetarían el orden que determina que las mujeres pasan de las manos de un hombre a las manos de otros hombres.
En otras palabras, delataron con su literatura algo que el historiador White (2006), formuló para toda expresión escrita de las ideas que el pensamiento permanece cautivo del modo lingüístico en que intenta captar la silueta de los objetos que habitan el campo de su percepción. Es entonces como a través del lenguaje ficcional de la literatura, la mujer asume el rol que tira la mordaza, es el cuento, es el relato el que le permite enseñarse a sí misma en su plenitud libre y atada, dominante y dominada, dueña y esclava. Al respecto señala Salomone (1996):
“Hay que tener en cuenta las formas discursivas a través de las cuales se expresó el pensamiento femenino, las que no necesariamente se han ajustado al corpus textual desde el cual trabajó la historia de las ideas, también, hay otras que expresaron sus ideas a través de la ficción, de la poesía e incluso de escritos que mezclan todos los géneros literarios.”
El doble papel de dominada en su vida cotidiana y libre a través de la obra literaria se entiende en la medida en la que los objetos de su campo de percepción han estado ligados a su consideración como ciudadano de segunda, una percepción de sí misma no cuerpo, no sujeto, la cultura entendida como esquemas de estructuras de pensamiento que según Gerrtz (1997):
“Una norma de significados transmitidos históricamente, personificados en símbolos, un sistema de concepciones heredadas expresadas en formas simbólicas por medio de las cuales los hombres se comunican, perpetúa y desarrollan su conocimiento de la vida y sus actitudes con respecto a ésta”.
Y esas formas simbólicas de construcción de la identidad femenina obligó a la mujer a vivir escindida entre su realidad y la realidad social. Aunque indudablemente han cambiado esas percepciones en la actualidad, ya las mujeres para estudiar no tienen que disfrazarse de hombre ni encerrarse en un convento, pero hay en esas formas aparentemente superadas socialmente, existencia de elementos que mantienen vivo el pensamiento jerárquico donde la noción de persona es dicotómica: la naturaleza es el campo de lo femenino, y las ideas, el espacio público, la cultura para el hombre, la mujer es emoción y el hombre ideas.
En relación a estos cambios Vallescar (2006) plantea:
“Ha habido grandes esfuerzos para reconstruir la realidad desde la perspectiva feminista a partir de los 70 se consolida los estudios de género y que anteriormente a pesar dela existencia de las mujeres cuya acciones planteaban el descontento frente a la situación marginal de la mujer, simplemente se les había invisibilizado, Gabriela Mistral, Teresa de la Parra entre otras……”.
La historia de la mujer en Latinoamérica ha sido el trazo de todo Occidente, quizás haya sido mayor el peso porque aparte de mujeres se habla también de otra variante, la de pertenecer a un continente avasallado, sojuzgado, subordinado a los centros de poder. Entonces la mirada femenina se hace tan densa y condensada, se vuelve más endocéntrica y es por ello que el lenguaje ficcional representa su escape.
La idea de las mujeres en la Venezuela del siglo XIX, al igual que en Europa, está atravesada por el patriarcado, y en el caso americano, este impedimento se suma a las dificultades mentales de una cultura colonial católica y militante, con fuertes rasgos machistas y feudales. La escuela venezolana es heredera de la tradición de la modernidad, al igual que la tradición cristiano-católica que en el caso de la educación de las mujeres, niñas, jóvenes o adultas, no se alejará del modelo excluyente que se justifica por lo viejo y el mismo es justificado con el discurso nuevo de la naturaleza: madre, esposa, doméstica, hogareña, enclaustrada, no pública, excluida; mujeres determinadas por su fisiología, por sus ritmos biológicos, con tareas y roles definidos por esa naturaleza. En resumen, una mujer quien no podía ser explicada sino de manera desigual e inferior.
Todoloanteriorexplicaelporqué,hoydía,lasluchasdelasmujeresestánexcluidas de las memorias históricas que poseen nuestros pueblos, pues son memorias masculinas, llenas de personajes masculinos, de acciones masculinas.
Tres voces disidentes en el pensamiento venezolano
1. La voz exquisita y crítica de Teresa de la Parra
Velia Bosch escritora venezolana describe a Teresa De La Parra como una mujer exquisita, elegante, cuidadosa de su físico y profundamente espiritual, era lo que aún se llama “una señorita de su casa”, pero detrás de esa modosa apariencia se escondía una fuerza que contradecía la clase social a la cual pertenencia (Bosch, 1991).
Como prueba de ello para el año 1930, Teresa de la Parra fue invitada a ofrecer una serie de conferencias en Bogotá. El contenido de esas conferencias fue publicado en 1961. Estos textos se refieren a la influencia de las mujeres en la cultura e historia española. En estas conferencias Teresa de la Parra compartió sus ideas acerca del feminismo y dijo que las mujeres deben ser fuertes y sanas, deben trabajar y ser financieramente independientes, y deben considerar a los hombres como a sus amigos y compañeros, no como su propietario o enemigos. Ella se llamó a sí misma una feminista moderada, y argumentó que un cambio radical y abrupto no traería estabilidad entre los dos sexos. En 1927, fue invitada a Cuba para participar y hablar de Simón Bolívar en el Congreso de Prensa Latina; el tema de su discurso fue “La Influencia Oculta de las Mujeres en la Independencia y en la vida de Bolívar”.
Es por estas consideraciones que se ha elegido esta autora como una de las voces del pensamiento venezolano, no solo de las letras que ya es nuestra mayor representante:
“No debe caber la menor duda en afirmar que Teresa de la Parra es la figura femenina más importante de las letras venezolanas. Su obra, aunque mínima, más que mínima breve, está reconocida en Latinoamérica como el más claro reflejo de la sociedad venezolana entre los siglos XIX y XX.” (Paz 2005).
Su importancia dentro del programa está ligada a parte de los hechos ya señalados en los párrafos anteriores, es Teresa una mujer escindida, presa entre los cánones de la sociedad gomecista y la fuerza de una mujer que no acepta las convenciones de su época. En el discurso de Teresa de la Parra se pueden encontrar las huellas que desenmascaran el silencio angustioso de la mujer venezolana de las primeras décadas del siglo XX. Parra busca dentro de la intimidad femenina de su momento histórico su posición dentro de la sociedad y la sensibilidad de esta en un ambiente contrario a los valores del corazón.
Ana Teresa Parra Sanojo, hija de Rafael Parra Hernaíz, a la sazón Cónsul de Venezuela en Berlín, y de Isabel Sanojo Ezpelosín de Parra, nace en París en 1889.Sus primeros años transcurren en la hacienda de caña “Tazón”, que luego recrearía magistralmente en Memorias de Mamá Blanca. Allí muere su padre. En 1909 Teresa regresa a Caracas. Se consuma el primer contacto con la Capital colonial. 1915 es el año cuando publica sus primeros cuentos en el diario El Universal y en algunas revistas de París bajo el seudónimo de Frufrú.
Los cuentos son un evangelio indio: Buda y la leprosa y Flor de loto: una leyenda japonesa. Por esas fechas son reconocidos también sus primeros cuentos fantásticos: El ermitaño del reloj, El genio del pesacartas y La historia de la señorita grano de polvo, bailarina del sol. Eran tiempos en que en nuestras letras se iniciaba una búsqueda de nuevos derroteros para la literatura. Vuelve a viajar a París en 1923 donde traba amistad con intelectuales venezolanos como Simón Barceló, Ventura García Calderón y Gonzalo Zaldumbide, entre otros.
Meses después morirá en Madrid en compañía de su madre, su hermana María y de su amiga Lidia Cabrera. Once años tuvieron que pasar para que regresara a Venezuela y reposar en el panteón de la familia Parra Sanojo.
En Ifigenia, Teresa a través de su personaje refleja la inconformidad de una joven que no tiene voz propia ni posibilidad de elegir su destino en un mundo que, según su definición, es «un banquete de hombres solos». Y es llevada a un matrimonio que no desea, solo por la decisión familiar.
Desde sus narraciones, podemos definir la escritura de Teresa de la Parra, elabora una radiografía de la decadencia de una sociedad que se sostenía sobre bases definidas en función de los intereses del hombre. Parra depoja a la la literatura venezolana de esa mujer heroína diseñada por los novelistas, e intenta recrear su mundo interior con la realidad de la mujer criolla; es decir, aquella mujer que se debatía entre lo frívolo y lo trascendente; una mujer capaz de describir con exquisitez en páginas un vestido de moda al mismo tiempo que fragua desde la ironía la destrucción del conformismo social planteada en las normas de buena conducta. De la pluma de Teresa de la Parra nacerá toda una propuesta de literatura femenina desconectada de las viejas posturas exóticas y sensibleras del pasado.
La obra de esta autora queda aún por ser descubierta, es la precursora de la mujer que debe asistir comprometidamente al siglo XX que espera de ella, de la mujer, una participación distinta y protagónica. Con el conocimiento de su obra en un Programa, se abre la posibilidad de generar investigaciones y la reflexiones sobre la obra que ni siquiera aparece en los programas de bachillerato.
2. La letra en rebeldía: María Calcaño
A los 14 años fue entregada en matrimonio por sus padres. De ese primer matrimonio, con Juan Roncajolo, tuvo seis hijos. Posteriormente se casó con el escritor Héctor Araujo Ortega y crió a un sobrino de éste.
La vida de provincia y las costumbres de su época, no impidieron que cultivara la escritura poética. La temática de su obra poética está marcada por el erotismo. El eros se manifiesta en sus poemas de manera sencilla y directa, marcado por el deseo. Sus poemas eran subversivos al enfrentarse a la moral de la época. Se le considera la primera poetisa venezolana que asumió la modernidad a través de la libertad y el goce de la expresión. No perteneció a ningún grupo literario, pero coincidió con los integrantes del grupo Seremos, entre los que conoció a su segundo esposo.
Su primer poemario titulado Alas fatales, fue mal visto por la sociedad de la época, también tildado de inmoral. Veintiún años después publicaría su segundo libro con el nombre Canciones que oyeron mis últimas muñecas (1956, mismo año de su fallecimiento).
Algunas antologías que recopilan toda su obra son: María Calcaño: Antología Poética (EdiLUZ, Maracaibo, 1984), María Calcaño: Obras completas, publicado por la Sociedad Dramática de Maracaibo en 1996, María Calcaño: Obras completas por Arcevo Histórico del Estado Zulia en 1997 y Obra poética completa: María Calcaño, por Monte Ávila Editores en el 2008.
Libros editados: Alas fatales (1935), Canciones que oyeron mis últimas muñecas (1956), y Entre la luna y los hombres (1960), el cual se publica de manera póstuma. Dos de sus obras inéditas, La hermética maravillada y Poesía se encuentran recopiladas por Monte Ávila Editores en la antología titulada Obra poética completa. Esta última pertenece a la colección Altazor y fue publicada en 2008.
Al encontrarse con una poeta como María Calcaño (1906-1956), cuyos versos retumban en los ojos, la experiencia de leer se torna de fuego, tras el cual, Andrés Eloy Blanco, luego de leer su poemario Alas Fatales señala:
“Su libro quema, María Calcaño. Tengo los dedos y los ojos abrazados de leerlo y de tenerlo. Se abre el libro, y se enciende como yesquero. Se cierra, se apaga, pero queda uno chamuscado” (1935).
Su poesía es considerada dentro de la vanguardia venezolana, la misma que se cultivó bajo la sombra del dictador Juan Vicente Gómez, quien durante tres décadas estuvo al mando de Venezuela. Calcaño figura en las antologías como la poeta que manifestó una expresión de erotismo temprano y se enfrentó, con su palabra, a una tradición de represión. Sus palabras representan una celebración del cuerpo, la mirada intimista que teje vínculos entre el verso y la mujer que los escribe.
La voz que habita su obra disfruta de ser carne y piel, de estar en movimiento, de pertenecer a la naturaleza. “¡Qué de belleza!, / ¡qué de frescura tiene mi cuerpo!, / ¡cuando la aurora llega y me toma / medio desnuda / sobre la yerba! (Del poema “Madrugada”). La libertad de su palabra se refleja en las imágenes de sus versos, no se amedrentó ante las críticas de los grupos más conservadores, al contrario, no dejó de escribir y publicó después de “Alas fatales”, “Canciones que oyeron mis últimas muñecas” (1956). Sin embargo, “Entre la luna y los hombres” (1960) fue el libro más “escandaloso” de los tres, lástima que la autora no haya estado viva para presenciar aquellas reacciones.
Cultivó, además, pequeños poemas, así como textos más narrativos que no pierden su carácter poético. Uno de ellos es Credo, donde ella misma se dibuja completamente:
“Mi mayor defecto, la inconstancia; mi gran virtud, la piedad; mi atracción, el mar; mi animal, el gato; mi gran temor, la víbora; lo más repulsivo, los pantanos; mi flor, el loto; mi oración, el Ave María. El mejor libro, los Cantos de Maldoror. El que me hace dormir, El Quijote. La palabra más hueca, amistad; la más bonita, silencio...”.
Tenía sólo once años cuando escribió los versos que escandalizaron la escuela:
“Me bajo el vestido, como si estuviera desnuda o lo llevara levantado por una sed desconocida. Acabando de salir de los brazos de un hombre todo un día vivido hondamente. Horas y horas de amor, de avasallante placer. Pero esto es muy distinto. Se resume allí, en el sexo. Es algo que debiera estudiar la medicina, pareciera del otro mundo. Está en mí misma, me hace doblar las rodillas de deliciosa posesión”
María Calcaño, es sin duda la pionera del nuevo feminismo en Venezuela, su lirica derrumba las barreras que se imponían para la época, y que resultaban en una poesía esencialmente patriarcal, sus metáforas expresan un sentido del erotismo donde la feminidad no pierde su esencia y se reafirma:” ¡No es placer/ lo del alumbramiento! / pero qué hondo estremecimiento/ cuando nos gritan desde adentro:/ ¡Mujer! ” ” ¡Reventando en gritos! / como madre nueva/ me he de sangrar…/ ¡Llamas en la lengua! / Golpe / que me subleve / los dormidos pezones”.
Todos sus libros están llenos de un discurso intimista, donde la naturaleza se conjuga con el deseo, para establecer una especie de rito sagrado que rinde tributo a Eros: “No sé por qué tanto la lluvia me ama. / Si voy por el monte me sale traviesa; / si en la noche llega me busca en la cama/ y por no asustarme íntima me besa”.
3. Lydda Franco Farías
Lydda Franco Farías es una de las más vitales voces de la poesía venezolana de la beligerante década de los años sesenta; nace el 3 de enero de 1943, en la Sierra de Coro o Sierra de San Luis, zona pródiga en bellezas generosas, donde se encuentran los lagos subterráneos más extensos del país, cuevas con grandes salas, simas y galerías, en el estado Falcón, Venezuela.
Estudia primaria en su pueblo natal, y los estudios secundarios los realiza en el Liceo Cecilio Acosta de la ciudad de Coro. Comienza a escribir desde la adolescencia en 1958 y posteriormente, colabora en los diarios La Mañana de Coro y Panorama de Maracaibo, entre otros. A partir de 1963 se radica definitivamente en Maracaibo, estado Zulia, Venezuela.
En la Universidad del Zulia trabaja de bibliotecaria en la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales. Allí nos narran algunos compañeros sus protestas por el asesinato de Jorge Rodríguez, por el golpe de estado en Chile contra el presidente Allende, sus discusiones sobre las tendencias del MAS, sobre los “perros” y los “patriotas”. Hasta que llegó el día que renunció a todo partidismo político, abandonó totalmente la militancia activa, y a partir de allí se dedicó a escribir, decisión que nos permite deleitarnos con su legado poético:
si tengo que ceder hasta quedar desprovista de vanidad
si nada tengo y esa nada me es arrebatada
(...)
La poetisa Lydda Franco Farías guarda, en su obra, inflexiones poéticas de las lecturas de los venezolanos: el mirandino Caupolicán Ovalles, iniciador en el país de la antipoesía y perteneciente al grupo El Techo de la Ballena; la alquimia de la palabra poética por su fuerza y honestidad del trujillano Víctor Valera Mora; de Miyó Vestrini, la única mujer del grupo Apocalipsis, el tránsito del dolor de su cuerpo como creación; el desenfado en la antipoesía y el uso de modismos de su región del zuliano Blas Perozo Naveda; y las lecturas de los extranjeros: los barrocos y simbólicos el cubano José Lezama Lima y el peruano César Vallejo y, el existencialista checo Frank Kafka, para citar a tres clásicos contemporáneos. Su trajinar por las letras nos deja una larga lista de títulos publicados y otros inéditos o editados post-mortem.
En su primer poemario, Poemas circunstanciales (1965), el desplome, la inteligencia, el tiempo y el espacio son los motivos, con una lectura tan hermosa como extraña sobre los trances externos e internos del ser humano, escritos desde las esquinas material y metafísica.
Su segundo poemario, Armas blancas, estuvo perdido muchos años antes de ser editado, y fue su amigo el pintor trashumante Emiro Lobo, quien logró rescatarlo, y se publica en 1969; en él, ficción y realidad son recíprocas e irreversibles y la caída en el tiempo mantiene la indagación del enigma entre ellas.
Con el grupo Cal y Agua publica, como coautora con Ricardo Ruiz Caldera y José Parra Finol, el tercer poemario Edad de los grandes ataúdes, en 1977; sin embargo, la obra no circula por contrariedades entre sus autores; luego, sigue en soledad con el ejercicio de su poesía apocalíptica.
Summarius, publicado en 1985, es su cuarto poemario, con un formato en prosa poética continua, donde solamente los puntos permiten las pausas en la tonalidad de la voz o el cambio en la intención de la caída, la lucidez y el tiempo, con un encabalgamiento abrupto y una entropía rebosada a contraluz.
En 1991 aparece el quinto poemario, A/Leve, que contiene una amalgama entre la perfidia y la futilidad, entre la alevosía y la levedad, términos estos últimos reducidos en el mismo título y la barra intermedia significando el límite insalvable entre estas dos formas de conductas. Su epígrafe de Francisco de Quevedo, “Serán cenizas, mas tendrán sentido; / polvo serán, mas polvo enamorado”, contiene en sí mismo la idea de la poetisa de que el amor corporal y espiritual deberían persistir más allá de la muerte.
En acto solemne el 18 de octubre de 2005, en el Teatro Baralt de Maracaibo, se le confiere póstumamente el título de Doctora honoris causa de la Universidad del Zulia.
En una cultura masculina desde sus cimientos, la poetisa desenfada, con una conmoción de la conciencia y los sentidos, cantando en cada verso, para poder respirar a pulmón pleno cada palabra e intentar enmendarlas con su propio ser, crea hendiduras para quebrantar y escapar de ese enrarecido mundo que la asfixia, y evadirse a través de las grietas como la hembra que seduce con lo femenino, con sus lecturas, su mirada y su poesía:
adentro hay una mujer que monta guardia
a fuerza de balancear las caderas
se ha convertido en péndulo y gravita
sobre las cabezas de los que todavía no comprenden
la magnitud del encantamiento
Más allá de su tono irónico, la poetisa se rebela contra toda mansedumbre impuesta desde el androcentrismo:
“voy a desayunarme la claraboya de la mañana
voy a atragantarme periódico con tus crónicas violentas
voy a tener noticias del mundo hasta la ingesta
de par en par ventanas
muéstrenme lo que sin mí despierta
sacúdete ropa inmunda los dobleces
espanta con lejías la penumbra
soliviántate plancha
aplasta en un desliz las pérfidas arrugas
a volar escoba sin bruja que respire el polvo
dancen muebles al ritmo que los aviente
púlete piso en redención de no empañado espejo
arde sin paz cocina del infierno
tápate olla impúdica
cuece a la sazón luego evapórate
suenen cubiertos en estampida muda”.
Conclusión
Los planteamientos anteriores conllevan a preguntarse: ¿dónde están las autoras latinoamericanas?, ¿no existen?, ¿Han ocupado un lugar más allá de las listas de luchadoras, heroínas, personajes históricos? Tradicionalmente la mujer en el universo ha ocupado el lugar natural denominado así por varios autores, es decir, su papel de madre, de guardiana del hogar. Es de resaltar que ya desde la Biblia, texto que indudablemente ha determinado el imaginario de Occidente a través de cada una de sus sentencias, ha configurado una especial manera de contemplar y definir a las mujeres; ya en el génesis encontramos, como su nombre lo dice, el origen de esta percepción:
“Dijo Dios a Eva asimismo a la mujer Multiplicaré tus trabajos y miserias en tus preñeces; con dolor parirás los hijos, y estarás bajo la potestad o mando de tu marido, y él te dominará”. Génesis 3:16
Dos mil diecisiete años después se sigue creyendo, y en la creencia se desdibuja el hacer, que la mujer nació para llevar sobre sí el peso de los sufrimientos y las miserias del mundo. Su voz ha sido silenciada en todos los ámbitos, ella dadora de vida, se convirtió en mujer-roca, mujer-sin palabras:
“Vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar, sino que estén sujetas, como también la ley lo dice. Y si quieren aprender algo, pregunten en casa a sus maridos; porque es indecoroso que una mujer hable en la congregación.” 1 Corintios 14.
Entonces se hace necesario afirmar que estas pasaron a la historia detrás de los padres, los hermanos, los maridos, los hijos. Ellas, cualquiera que fuese su condición, fueron obligadas a permanecer detrás, calladas en el decir y no en el hacer público, menos en la construcción del saber occidental. Tejieron la historia pero permanecieron invisibles, trabajaron, sudaron, -como lo determino el concepto bíblico- pero siendo ignoradas. Fueron siempre segregadas, escondidas, negadas, de todos los grupos excluidas, ha sido la mujer quien ha soportado el inclemente peso de la historia con mayor fuerza.
Aristóteles (1997), el filósofo de mayor envergadura en la historia del pensamiento universal, se refirió a ella como un ser inferior “el macho es por naturaleza superior y la hembra inferior; uno gobierna y la otra es gobernada”. Este pensamiento se sostuvo por toda la historia del pensamiento occidental, que según Gallardo (2011), la filosofía de Aristóteles permeó de tal manera la cultura occidental que ha dejado durante siglos a las mujeres preseas de un continuo ahistórico.
Mientras los revolucionarios franceses cortaban las cabezas d las pensadoras pioneras (Olympe de Gouges y otras), en Nuestra América, los españoles ejecutaban a las rebeldes indígenas (Micaela Bastidas, Tomasa Tito Condemayta, Marcela Castro, Bartolina Sisa, Greogoria Apaza, y muchas más) o las tomaban como botines sexuales. La presencia de las mujeres en la independencia fue más profusa y extensa de lo que la historia oficial ha reconocido, cada país gestó diferentes tipos de mujeres, desde figuras de heroínas hasta las que daban mensajes, recolectaban dinero o marchaban con la tropa.
Todas sufrieron el flagelo de la guerra y muchas de ellas fueron fusiladas sin tener un juicio justo. Las mujeres contribuyeron a la creación de las naciones, pero continuaron excluidas de su condición de ciudadanos. Sus voces se tuvieron que colar en disciplinas como la literatura y la historia y sólo después se extendieron a otras como la antropología, sociología, psicología, etc. Esto se explica fácilmente porque la literatura suele ser menos hermética y más receptiva al aporte de las mujeres.
Además de ello, el hecho de que la mujer, como se citó anteriormente, está ligada a conceptos como afectuosidad, maternidad, sentimientos, pareciera estar fácilmente ligada a la literatura, concebida ésta como una disciplina donde hay una mayor libertad de expresión, por una parte, y por la otra, la disciplina de la ficción, del imaginario, de la estética, de la belleza del lenguaje.
Esta disciplina entonces, daría a la mujer mayor libertad de expresión; de alguna u otra manera la literatura fue campo para que esa mujer cuya producción intelectual le había sido negada desde los albores de la existencia, se manifestara través de ella para exponer, gritar a toda la sociedad que los cánones culturales no eran lógicos, que estaban basados en la exclusión, en la superposición no natural, de la dicotomía hombre mujer.
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