Dossier
De la clase obrera a la multitud. Balance crítico de la propuesta de Hardt y Negri [*]
From the working class to the multitude. Critical balance of Hardt and Negri's proposal
De la clase obrera a la multitud. Balance crítico de la propuesta de Hardt y Negri [*]
Estudios Sociales Contemporáneos, núm. 23, pp. 56-71, 2020
Universidad Nacional de Cuyo
Recepción: 16 Diciembre 2019
Aprobación: 02 Marzo 2020
Resumen:
Luego de la desaparición de los regímenes socialistas, el pensamiento crítico ha intentado explicar las transformaciones actuales del capitalismo recurriendo a herramientas teóricas aparentemente novedosas que vayan “más allá de Marx”. Uno de los tópicos abordados por las nuevas lecturas críticas es el del nuevo sujeto de emancipación. Michael Hardt y Antonio Negri son de los teóricos más influyentes en la discusión sobre el sujeto social. Entienden se ha consumado la transformación social de las relaciones de clase y que han tenido lugar gigantescas modificaciones en el cuerpo social de la clase obrera. En lo esencial, el planteo alude a la pérdida de centralidad de la fábrica y a la extensión de la lucha de clases fuera de sus fronteras. Identifica un “nuevo proletariado”, conformado por el conjunto de los explotados y sometidos, una “multitud” global con pluralidad de identidades, que aparece como el nuevo sujeto político (anticapitalista) con potencial de lucha y resistencia. En este trabajo pretendemos hacer una lectura crítica, desde un punto de vista sociológico y no filosófico, de la propuesta de Hardt y Negri en torno al nuevo proletariado o multitud, y de las controversias que suscitó, a veinte años de la publicación de Imperio.
Palabras clave: clases sociales, capitalismo, multitud, trabajo inmaterial, relaciones de producción.
Abstract:
After the disappearance of socialist regimes, critical thinking has attempted to explain the current transformations of capitalism by resorting to seemingly novel theoretical tools that go "beyond Marx." One of the topics addressed by the new critical readings is that of the new subject of emancipation. Michael Hardt and Antonio Negri are among the most influential theorists in the discussion about the social subject. They understand that the social transformation of class relations has been consummated and that gigantic modifications have taken place in the social body of the working class. In essence, the proposal refers to the loss of centrality of factory and the extension of the class struggle outside its borders. It Identifies a "new proletariat", made up of all the exploited and subdued, a global "multitude" with plurality of identities, which appears as the new political subject (anti-capitalist) with the potential for struggle and resistance. In this work we intend to make a critical reading, from a sociological and not philosophical point of view, of Hardt and Negri's proposal regarding the new proletariat or multitude, and of the controversies it raised, twenty years after the publication of Empire.
Keywords: social classes, capitalism, crowd, immaterial work, relations of production.
1. Introducción
Si desde los comienzos del capitalismo la clase obrera tuvo un indiscutido protagonismo en las luchas, su pérdida de centralidad política en las últimas décadas, así como el retroceso de sus órganos de representación sindical y partidaria, alentó la discusión acerca del actual sujeto político y específicamente del “sujeto de la emancipación”.
En las últimas décadas, al interior de la izquierda se debate si la clase obrera es un sujeto ya superado y si existen nuevos sujetos sustitutos en la edificación de un modelo diferente de sociedad.
En la búsqueda de un nuevo sujeto, muchos representantes del pensamiento crítico contemporáneo apelaron a una concepción ampliada del trabajo, y de manera transitiva, del proletariado, que abarcase no sólo al que Marx consideraba el trabajador productivo, sino a asalariados de distinto tipo e incluso a no asalariados.
Michael Hardt y Toni Negri son sin duda algunos de los teóricos más influyentes en el debate de los últimos veinte años acerca del actual capitalismo y sus sujetos. Ellos desarrollan una teoría ecléctica, donde se combina un pasado marxista (operaismo italiano en el caso de Negri) con perspectivas posmodernas, posmarxistas y del postestructuralismo francés (Foucault, Deleuze). Se ha dicho sin exagerar que su teoría del imperio y la multitud constituye “el pensamiento crítico más discutido desde la caída del Muro de Berlín” (Keucheyan, 2013: 111).
Por eso en este trabajo tomamos sus premisas como objeto de nuestro análisis. Concretamente, nos proponemos examinar su mirada sobre la transformación de la composición social del proletariado y la constitución de este “nuevo proletariado” en una “multitud” global potencialmente anticapitalista.
Ante la crisis que azota a la izquierda desde hace algunos decenios –evalúan Hardt y Negri– su refundación sólo es posible sobre la base de “nuevas prácticas, nuevas formas de organización y nuevos conceptos”. Uno de estos conceptos es el de multitud. Esta categoría es esencial en su planteo ya que, como se ha dicho con razón, la multitud “[…] se ofrece como una alternativa para vincular diversas luchas en un mismo proyecto emancipatorio […]” (Cruz Rodriguez, 2013: 197). Sin embargo, antes de profundizar en la categoría de multitud, deberemos detenernos, en un primer apartado, en el análisis de las transformaciones económicas que facilitan o crean el terreno para la emergencia de esta tendencia social y política.
2. La posmodernización económica, el nuevo paradigma
El diagnóstico del que parten Hardt y Negri es que asistimos a una transformación radical del proceso de trabajo y del modo de producción capitalista. Retomando aportes de Alain Touraine, Daniel Bell y Manuel Castells, en su célebre Imperio, ellos señalan tres etapas o paradigmas económicos claramente diferenciados desde la Edad Media hasta el presente, según cuál sea la médula de la producción económica, o también, según qué sector de la economía predomine (primario, secundario y terciario). En la primera es la agricultura y extracción de materias primas lo que domina, en la segunda es la industria, y en la tercera (etapa actual) son los servicios y el manejo de la información. Si la segunda etapa supuso la modernización / industrialización, la etapa actual es un proceso de posmodernización o informatización (Hardt y Negri, 2006: 249).
En términos de empleo –prosiguen–, esta economía postindustrial actual supone en los países capitalistas dominantes una migración de la fuerza laboral de la industria al sector de los servicios (salud, educación, transporte, finanzas, entretenimiento, publicidad, etc.) observable a partir de la década de los 70. Los empleos de este sector suelen ser móviles y requerir aptitudes flexibles, pero lo esencial es que en ellos el conocimiento, la información, el afecto y la comunicación son centrales. De aquí que muchos le llamen a este estadio “economía informática” o también “capitalismo cognitivo”. La producción industrial no es dejada de lado, entienden, pero es transformada por la revolución informática. Las mercancías contienen más conocimientos y experticia que antes, y se desdibuja la división entre fabricación y servicios:
“Del mismo modo que el proceso de modernización tendió a industrializar toda producción, el proceso de posmodernización hace que toda producción se oriente hacia la producción de servicios, hacia la informatización” (Hardt y Negri, 2006: 254).
Desde nuestro punto de vista, es bastante discutible o difícil de aceptar esta afirmación de que toda producción se orienta a la producción de “servicios”, aunque más no sea porque es condición de la vida humana, tanto hace miles de años como ahora, la producción de bienes materiales necesarios para la satisfacción de necesidades básicas (comida, vestimenta, vivienda, etc.). Que esos bienes se produzcan bajo diferentes modos de producción, que se revolucionen las fuerzas productivas (por ej, mediante la informatización) o que cambien las relaciones de producción (relaciones que establecen los agentes de la producción para producir y que dependen a su vez de sus relaciones con los medios de producción) bajo la cuales se da el proceso, no significa que la producción de bienes materiales pueda ser reemplazada por el desarrollo de los servicios. Aunque pueda parecer una sutileza y aunque haya pasajes que la atenúan, es problemática la identificación presente en los enunciados de Hardt y Negri entre “producción de servicios” e “informatización”, como si fuesen lo mismo o como si tuviesen una correspondencia exclusiva. O dicho de otro modo, como si la producción de mercancías no siguiera siendo “producción” propiamente dicha, por más incorporación de conocimiento y tecnología que suponga. O como si la fabricación de bienes materiales no tuviese (desde siempre y no sólo en la fase actual) un componente importante de trabajo intelectual.
Creemos que si bien es real que en ciertos países centrales hubo un desplazamiento de las inversiones desde el sector industrial al de los servicios, finanzas y comunicaciones, con su correlato en términos de empleo, esto es posible porque la producción industrial se desplazó a otras regiones. Como advierte Eagleton:
Buena parte de la producción fabril se deslocalizó hacia países de salarios bajos del llamado mundo ‘subdesarrollado’, lo que indujo a algunos occidentales de mentalidad localista a concluir que las industrias pesadas habían desaparecido ya de la faz de la tierra en su conjunto (Eagleton, 2011: 17-18).
Pero volvamos al argumento de Hard y Negri. La naturaleza del trabajo –interpretan– se transforma con esta nueva economía, en la que adquieren una centralidad inédita la información y comunicación. El trabajo intelectual o inmaterial gana terreno y, bajo sus distintas formas, pone al sector servicios en la cima.
Un aspecto de esta transformación del trabajo –reconocen– se da al interior del trabajo fabril, con la informatización e incorporación de las tecnologías de la comunicación y el paso del modelo fordista al toyotista. Otro aspecto (al que dan mayor importancia) se observa en el sector de los servicios, donde el trabajo da como resultado un bien inmaterial, un servicio o producto cultural o de conocimiento. En estos servicios “simbólico-analíticos”, el intercambio continuo de información y conocimientos es básico, ya sean labores creativas o de rutina. Un tercer tipo de trabajo inmaterial que adquiere importancia es el trabajo afectivo, en el modo corporal, el que implica producción y manipulación de afectos y que requiere la interacción y el contacto humano, virtual o real. Ejemplos de esta comunicación afectiva abundan en los servicios de salud, asistencia y cuidado, y en la industria del entretenimiento. Estas son las tareas que lideran la posmodernización económica, en la que el valor-saber –según esta perspectiva– gana terreno en detrimento del valor-trabajo (medido por el tiempo de trabajo)[2].
En otras palabras –siempre según el análisis de estos autores– si la industria era hegemónica en los siglos XIX y XX, ya que obligó a otros sectores a industrializarse (agricultura, minería), en las últimas décadas del siglo XX el lugar hegemónico lo pasa a ocupar el trabajo inmaterial, ya sea intelectual / lingüístico o afectivo. En Multitud, libro cuatro años posterior a Imperio, aclaran, más cautos, que esta hegemonía no significa una ventaja en términos cuantitativos. Es decir, no significa que haya mayoría de trabajadores en la producción de bienes inmateriales. Cuantitativamente, los trabajos agrícola e industrial llevan la delantera. Pero, “[…] el trabajo inmaterial ha pasado a ser hegemónico en términos cualitativos, y marca la tendencia a las demás formas de trabajo y a la sociedad misma” (Hardt y Negri, 2004: 138).
Se trata de lo que Negri había definido mucho antes como el tránsito del “obrero masa” al “obrero social”, o si se quiere, el paso “de la hegemonía del obrero fordista a la del operador social posfordista” (Negri, 2004: 13).
Una consecuencia de esa hegemonía del trabajo inmaterial es la homogeneización de los procesos laborales, o la reducción de las diferencias entre los trabajos concretos, ya que la computadora es la herramienta universal que homogeniza los procesos de trabajo diversos y tiende a hacerlos confluir en “trabajo abstracto” (Hardt y Negri, 2006: 259). Ahora bien, los autores advierten que hegemonía del trabajo inmaterial no es sinónimo de mejora en las condiciones de trabajo: no significa que el trabajo se haga más gratificante ni que sea menos alienante.
Un rasgo destacado de este trabajo inmaterial, según Hardt y Negri, es que es cooperativo: la cooperación e interacción son inherentes a la tarea misma. Por ejemplo, los conocimientos científicos que se utilizan hoy para el funcionamiento de la economía tienen más posibilidades de desarrollarse cuanto mayor sea la cantidad de personas que cooperen en ello.
Según este enfoque:
Las formas centrales de la cooperación productiva ya no las crea el capitalista como parte del proyecto de organización del trabajo sino que, cada vez más, emergen de las energías productivas del trabajo mismo. Esta es, de hecho, la característica clave del trabajo inmaterial: producir comunicación, relaciones sociales y cooperación (Hardt y Negri, 2004: 143).
Esta condición no es menor, porque da además al trabajo la posibilidad de valorarse a sí mismo, sin requerir del capital para orquestar la producción, abriendo el horizonte potencial para un “comunismo espontáneo”.
Otro elemento novedoso de esta etapa de reestructuración capitalista, según la descripción de estos autores, es la desterritorialización de la producción. Con los adelantos en telecomunicaciones e informática, deja de ser necesaria la concentración de la producción en grandes fábricas y en ciertas ciudades. Los trabajadores que participan de un mismo proceso de producción pueden comunicarse y cooperar desde lugares remotos (estructuración en red y cooperación abstracta). Sin embargo, el control del desempeño de los trabajadores se centraliza en determinadas ciudades. Pero esa desterritorialización de la producción pone a los trabajadores en una posición de debilidad para la negociación, porque los empleadores ya no tienen que tratar con una población limitada. En consecuencia, el empleo se precariza, pierde estabilidad, adquiere formas free-lance, trabajo en casa, media jornada, trabajo a destajo (Hardt y Negri, 2006: 263).
3. El nuevo proletariado. De la clase obrera a la multitud
Siguiendo la argumentación, con esta transformación del modo de producción, en las condiciones postfordistas, y con esta nueva composición del trabajo -el trabajo cognitivo- y las terribles condiciones de precarización y de desocupación que trae aparejado, se modifica la composición de la clase obrera. En un texto más reciente que los hasta acá citados, Negri denomina esto como una “transformación histórica de la relación de producción” y del sujeto que, allí en su interior, es explotado (Negri, 2016). Incluso reconoce que el nombre “clase obrera” tal vez sea inadecuado, porque ha cambiado la forma en que ella produce y lucha.
En Imperio, Hardt y Negri hacen referencia así a la existencia de un “nuevo proletariado”: no a una nueva clase obrera industrial, restringida a la fábrica, sino a una clase trabajadora ahora ampliada al conjunto de la producción y reproducción capitalista. Este sector abarca a todos los que en su trabajo son explotados por el capital, toda la multitud cooperativa, sin tener ya sentido las distinciones entre trabajo productivo, reproductivo e improductivo, ya que todo trabajo, material o inmaterial, corporal o intelectual, produce y reproduce la vida social. En el capitalismo cognitivo de trabajo inmaterial (lo que algunos autores han llamado “cognitariado”) se difuminan las fronteras entre trabajo y tiempo fuera del trabajo (el trabajo puede ocupar toda la jornada y extenderse fuera de un lugar específico). Tanto espacial como temporalmente, producción y reproducción dejan de estar claramente diferenciados: el proletariado produce todo el tiempo. El capital permea todas las esferas de la vida: el trabajo, la escuela y las tareas domésticas se integran en una misma lógica.
En esa senda argumental, instan a reconocer la “plena generalidad del concepto de proletariado”, vinculada a la dificultad cada vez mayor de distinguir entre producción y reproducción, o al hecho de que el trabajo se extiende cada vez más fuera de las paredes de la fábrica (Hardt y Negri, 2006: 348), o a que la producción se hace extensiva a la propia sociedad. La explotación capitalista a la que se somete a los obreros en la fábrica ahora afecta a toda la población. Excede incluso los límites del trabajo asalariado y tiene lugar a escala de toda la sociedad.
Así lo resume César Altamira:
En estas condiciones, cuando la ubicación espacial de la explotación deja de ser la fábrica y se convierte en una red, cuando el tiempo de trabajo deja de ser la clásica jornada laboral para extenderse a todo el espectro de la vida, en ese momento Negri habla no ya de trabajador sino de operador y/o agente. Se trata de un trabajador de nuevo tipo caracterizado por su compromiso con la producción informatizada y computadorizada, por su relación e inmersión en las redes comunicacionales, por su presencia en las más diversas estaciones de trabajo difundidas en la sociedad, y por la fuerte y cada vez más próxima recomposición y combinación de los tiempos de trabajo y tiempos de vida (Altamira, 2006: 65-66).
Agreguemos que, en referencia a escritos de Negri muy anteriores a los que nosotros hemos trabajado (de fines de los 70 y 80), Callinicos subraya que aquel:
[…] planteaba que el proceso de explotación capitalista ahora tenía lugar a escala de toda la sociedad, y que en consecuencia, los grupos social y económicamente marginados como los estudiantes, los desocupados y los trabajadores casuales debían contarse como sectores clave del proletariado (Callinicos, 2001: 4).
De todo esto se desprende que la fábrica ya no es, para la pareja intelectual de Hardt y Negri, el lugar o sitio por excelencia de la lucha de clases: esta se extiende, al igual que el proletariado, por la sociedad en su conjunto. Las nuevas condiciones (pérdida de centralidad de la fábrica, apropiación de parte de los trabajadores de una autonomía en la gestión del saber, procesos de cooperación productiva, mayor escolarización de la población e individuos menos “masificados”) proponen a la fuerza de trabajo “socializada, precarizada, global” un nuevo terreno de lucha. Los cambios en el mundo del trabajo destruyen viejas formas y tradiciones de lucha, y se configura un nuevo terreno social de organización y de propuesta anti-capitalista (Negri, 2016).
Y llegamos así a la esfera de la lucha política, y en particular, de la acción emancipadora. Hay una nueva composición de clase, una multitud mucho más extensa (el “nuevo proletariado”), en consecuencia –razona Negri– hay una posibilidad mayor de construir pasajes constituyentes de un nuevo orden social (2016).
Si en algún momento de la obra conjunta de Hardt y Negri parece haber un recorrido o tránsito desde el terreno de la condición económica al campo de la acción política, en otro momento la acción política es indicada como constitutiva de la identidad de clases, y más aún, como lo que la define en primer término. En Multitud sostienen que la clase de define políticamente. “La clase es un concepto político, por cuanto una clase no es ni puede ser otra cosa sino una colectividad que lucha en común” (Hardt y Negri, 2004: 132).
A partir de este enfoque que oscila entre el acento en la transformación de la relación de producción, del modo de producción y de la naturaleza del trabajo, por un lado, y la conformación política de la clase o del sujeto capaz de resistir, Hardt y Negri incorporan la noción de “multitud”, como nueva forma de organización política, o mejor, como nuevo sujeto político del mundo globalizado. Al nuevo esquema de poder mundial que ellos denominan “imperio”[4], y que se asienta en el proceso de globalización que se consolida a fines del siglo XX, le corresponde un nuevo sujeto, con capacidades para transformar ese nuevo orden económico y político global.
Resumamos algunos de los rasgos que los autores le otorgan a este nuevo actor social, la “multitud”.
En primer lugar, ella desplaza al pueblo o contrasta con el concepto de pueblo. El pueblo reduce las diferencias sociales en una identidad. La multitud, en cambio, es una pluralidad de individuos sin una necesaria unidad (singularidades plurales con ciertos elementos compartidos y no unidad indiferenciada), una pluralidad que no se deja capturar por el Estado, y que es a lo que se enfrenta el Imperio.
Nuestra monstruosa inteligencia y nuestro poder de cooperación están en juego: somos una multitud de sujetos dotados de potencia y una multitud de monstruos inteligentes. Debemos pues desplazar el centro de gravedad del pueblo hacia la multitud […]. La multitud desafía la representación porque es una multiplicidad ilimitada e inconmensurable (Hardt y Negri, 2002: 162).
En segundo lugar, la noción de multitud tiene ventajas también respecto de la de masas o muchedumbre, porque si aquella es activa y está organizada, estas tienen una connotación de irracionalidad, pasividad, sujeto manipulable.
En suma, el concepto de «multitud» parece poder explicar, desde la óptica de estos autores, la pluralidad actual de las formas de identidad, de opresión y de resistencia, sin renunciar al potencial transformador.
Concretamente, esa pluralidad está conformada por “[…] la totalidad de los que trabajan bajo el dictado del capital y forman, en potencia, la clase de los que no aceptan el dictado del capital” (Hardt y Negri, 2004: 134) o también, conformada por el conjunto de todos los explotados y sometidos que se opone directamente al “imperio” (Hardt y Negri, 2006: 341). Y se constituye a partir de ciertos procesos que atraviesan o afectan a los sectores dominados: la atomización de los asalariados, el desempleo masivo, la precarización y la proliferación de frentes secundarios de lucha (feminismo, ecologismo, anticolonialismo, etc.).
El planteo de estos pensadores es el siguiente: Si el concepto de clase obrera utilizado en los siglos XIX y XX era un concepto restringido (ya sea en su concepción más estrecha, identificado con el trabajo industrial, o en su concepción amplia, incluyendo a todo tipo de asalariados sometidos al capital), y que veía en esta clase a la única capaz de actuar contra el capital o de tener el rol protagónico en esa lucha, el concepto de multitud es más “abierto y expansivo”, ya que comunica o integra a los diversos tipos de trabajo y postula que “[…] no hay prioridad política entre las formas de trabajo: hoy todas las formas de trabajo son socialmente productivas, producen en común, y comparten también el potencial común de oponer resistencia a la dominación del capital” (Hardt y Negri, 2004: 135).
Esto último es importante en la construcción discursiva que analizamos. La multitud, como advertimos más arriba, supone el surgimiento de una nueva subjetividad política. La multitud tiene un potencial revolucionario, una capacidad insurgente contra el poder imperial, y como tal, es el nuevo sujeto emancipador. Su lucha anticapitalista sólo es conducente a escala global (las estrategias nacionales no son efectivas en un mundo donde la dominación es global).
La multitud –entienden– tiene la posibilidad de eventualmente dirigir la producción y las tecnologías hacia el propio júbilo y aumentar su propio poder. Su acción empieza a hacerse política cuando enfrenta directamente y con conciencia adecuada las operaciones represivas del imperio, demandando por ejemplo la ciudadanía global y el control de sus propios movimientos; el derecho a un salario social o a un ingreso garantizado para todos; el derecho a la reapropiación (reapropiación de los medios de producción, básicamente, que en el contexto actual significa libre acceso al conocimiento, a la información, a los afectos).
Como se puede observar en estas páginas, a pesar del uso de este concepto de “multitud” como nuevo sujeto con potencial emancipador, los autores de Imperio no reniegan abiertamente de los conceptos de clase, explotación, lucha de clase, como sí lo hacen muchos otros pensadores actuales, posmarxistas o posmodernos.
Por ello Graciela Inda ha comentado que:
Cuando se refieren a las segmentaciones sociales propias del mundo posfordista aclaran que la explotación de clases ‘por flexible e indiscernible que pueda ser a veces’ sigue siendo fundamental para el funcionamiento del capital y la división en clases ‘esencialmente efectiva en las nuevas segmentaciones’ (Hardt & Negri, 2002a, p. 421). En el mismo sentido, Negri sostiene que el concepto de multitud es un concepto de clase en el que la noción de explotación queda definida como ‘explotación de la cooperación’ (Negri & Cocco, 2003, p. 63). De este modo, las interpretaciones que sostienen que el concepto de multitud se encuentra completamente desligado del concepto de clase (Gelado, 2009) o que consideran que conlleva un abandono de la lógica de clases y de la consiguiente distinción entre explotadores y explotados (Petras, 2002; Borón, 2004) se revelan cuando menos apresuradas (Inda, 2017: 100).
Conviene traer a colación también, para pensar en términos conceptuales la relación multitud / clases, el aporte de Razmig Keucheyan, que explica con bastante sencillez y claridad la idea de multitud de esta pareja intelectual, y cómo se contrapone, según su lectura, a los conceptos de “pueblo” y de “clase”:
[…] la multitud se opone a las ‘clases sociales’ y, particularmente, a la ‘clase obrera’. Las clases sociales disponen de un principio unificador –y hasta tendencial o relativo, en las versiones contemporáneas de marxismo– que es de orden económico. Los miembros de una clase social a menudo son diversos desde el punto de vista de su género o de su etnia. De todos modos, un elemento los reúne y es la posición de individuos afectados por la estructura socioeconómica: obreros, ejecutivos, burgueses, etcétera. Esta pertenencia es lo que legitima ‘objetivamente’ la unificación de la clase a través del partido. Por el contrario, la pluralidad inherente a la multitud se deja estar como es, no hace falta intentar unificarla, pues se estima que es irreducible y se la considera virtuosa (Keucheyan, 2013: 123).
En verdad la cuestión es compleja, justamente porque –creemos– el planteo de los autores de Imperio es un tanto ambiguo, tal vez como resultado de su naturaleza ecléctica. Al mismo tiempo que alegan que el concepto de multitud es un concepto de clase, proclaman que dicho concepto “[…] viene a reformular el proyecto político rnarxiano de la lucha de clases” (Hardt y Negri, 2006: 133). No renuncian explícitamente a pensar en términos de clases y explotación, pero apuntan que ésta es en ocasiones “flexible” e “indiscernible”, y al mismo tiempo, ponen en entredicho la importancia actual de la propiedad privada de los medios de producción, base de cualquier relación de explotación, desde el punto de vista de la teoría marxista. A eso nos referimos con la idea de ambigüedad.
Al encontrarse hoy los instrumentos de producción más decisivos –desde la perspectiva de Hardt y Negri– en el propio cuerpo de los trabajadores (en su conocimiento, afecto, comunicación), los medios materiales de producción pierden peso:
Hoy, en la era de la hegemonía del trabajo inmaterial y cooperativo, la propiedad privada de los medios de producción es sólo una obsolescencia pútrida y tiránica. Las herramientas de la producción tienden a recomponerse en la subjetividad colectiva y en la inteligencia y el afecto colectivos de los trabajadores; la empresa tiende a organizarse mediante la cooperación de los sujetos en el intelecto general (Hardt y Negri, 2006: 355).
Como sintetiza con mucha claridad Viguera en su revisión del debate en torno a Imperio, las fuerzas productivas de la multitud,
[…] ancladas ahora en la cooperación, la información y el afecto como pilares centrales de la producción de valor, pueden conducir el proceso productivo sin necesidad del capital; en cierto modo, la propiedad privada de los medios de producción ha dejado de tener sentido conceptual -aunque siga vigente jurídicamente- ya que la multitud está en condiciones de sostener por sí misma la producción en una suerte de comunismo espontáneo y elemental (Viguera, 2002: 226).
La propiedad privada de los medios de producción ha dejado de tener sentido conceptual. Ese es el gran tema, a nuestro entender, de este dispositivo teórico posmarxista. ¿Y cómo se explica o qué posibilita, conceptualmente, esta nueva ponderación?
Desde nuestro enfoque, sucede que en El capital, su estudio económico más acabado, Marx distinguió, dentro de las fuerzas productivas, dos factores claramente diferenciables: la fuerza de trabajo y los medios de producción (medios materiales que abarcan tanto a la materia prima como a los instrumentos o herramientas). La separación de los trabajadores de los medios de producción, en cuanto a la relación de propiedad económica, es, para la teoría marxista, lo que caracteriza fundamentalmente a todas las sociedades de clase, a todos los modos de producción basados en la división en clases (esclavismo, feudalismo, capitalismo). El saber, el conocimiento, la inteligencia pueden ser un atributo de los agentes de la producción (control intelectual del proceso) o puede estar incorporado en los medios materiales de producción (mediante el desarrollo de la maquinaria por la introducción permanente de nuevos saberes científicos y tecnológicos), pero eso no borra la distinción (ni la separación en cuanto a propiedad) entre fuerza de trabajo y medios de producción.
Más afectos a la lectura de los Grundisse que a la de El capital[3], los autores de la trilogía Imperio, Multitud y Commonwealth, al alegar que “las herramientas de la producción tienden a recomponerse en la subjetividad colectiva y en la inteligencia y el afecto colectivos de los trabajadores” y que “la empresa tiende a organizarse mediante la cooperación de los sujetos en el intelecto general”, de algún modo borran o quitan valor a aquella distinción y funden todos los elementos en uno, todas las fuerzas productivas bajo el dominio del “conocimiento”, y de esa manera pueden relativizar el peso de la propiedad económica de los medios materiales.
Pero volviendo a lo anterior, lo que cabe explorar –entendemos– no es si estos intelectuales renuncian o no al uso de la terminología de la clase, sino, y esto es lo importante, en qué problemática se inscribe ese uso, cuál es su verdadero peso explicativo, en qué sistema teórico se insertan las referencias a las clases y sus luchas, junto a qué otros conceptos aparecen y cómo se articula con ellos. En esta dirección hemos intentado orientar el análisis.
Desde una perspectiva materialista, pareciera que el planteo subestima la importancia del capital para la puesta en marcha de la producción en las sociedades actuales, al tiempo que –la otra cara de la misma moneda– sobrevalora el poder de la inteligencia (nuestra “monstruosa inteligencia”) y de la capacidad de cooperación de los que trabajan.
Tampoco es suficientemente convincente –siempre desde nuestro punto de vista particular, claro está– el argumento de que presenciamos una “transformación histórica de las relaciones de producción”, ya que la relación fundamental del modo de producción capitalista, que es la relación capital-trabajo (más allá de las nuevas modalidades que asume el trabajo) sigue siendo esencial para el funcionamiento de la economía.
Además, si bien estos autores no pretenden oponer el concepto de multitud al de clase, ni buscan suprimir a este último, ya que reconocen la dimensión “socioeconómica” de la multitud (el sujeto común del trabajo, el de las luchas del trabajo), advierten que “la multitud también es un concepto de diferencias de raza, género y sexualidad” (Hardt y Negri, 2004: 128), con lo cual su impronta clasista se relativiza y se funde con otros factores en un amplio abanico de opresiones.
Incluso en otros pasajes el propio concepto de clase se amplía al punto de perder especificidad: “[…] Es potencialmente infinito el número de clases que comprende la sociedad contemporánea, basada no solo en las diferencias económicas, sino también en las diferencias de raza, etnia, geografía, género, sexualidad y otros factores” (Hardt y Negri, 2004: 131-132). Si la clase es todo, está entonces muy cerca de no ser nada.
4. Controversias, críticas y conclusiones
Por todas estas razones es que desde el marxismo esta teoría ha sido blanco de diversas críticas, algunas muy pertinentes, desde la publicación de Imperio en el año 2000 hasta ahora.
Una de estas primeras lecturas críticas es la del referente de la izquierda europea Alex Callinicos, que en relación al punto que nos interesa especialmente –la disolución de la clase obrera en una multitud amorfa–, destaca:
[…] paradójicamente, una forma de marxismo que estaba originalmente obsesionada con la lucha en el momento de la producción se vuelve en su contrario, algo mucho más cercano a la obsesión post marxista con una pluralidad de relaciones de poder y movimientos sociales (Callinicos, 2001: 8).
Entre las debilidades que Callinicos (2001) encuentra en Imperio se destacan además: la subestimación del conflicto interimperialista en el capitalismo contemporáneo (hay una red de poder impersonal y descentralizada y no centros rivales de poder); asociado a ello, una visión apologética de este mundo derivada en parte de la imposibilidad de una guerra entre naciones civilizadas; una representación de la reestructuración del capitalismo en los 70 y 80 como una conquista de la multitud y no como derrota de la clase obrera; y la ausencia de una guía estratégica sobre cómo desarrollar un movimiento anticapitalista.
Otro crítico temprano fue Atilio Borón, quien subraya que en la “posmodernidad” de la que hablan Hart y Negri, la de la sociedad global ilimitada, las clases desaparecen, se desdibuja el modo de producción capitalistas y sus específicas relaciones de explotación y opresión, y sólo queda una poética de la rebelión ante un orden abstractamente injusto (Borón, 2003).
Y la crítica es igual de incisiva en lo referente a la cuestión del sujeto de la emancipación. Si a comienzos del siglo XX el proletariado, aliado a otras clases subalternas, constituía el sujeto revolucionario, en el orden social actual de Hardt y Negri, el “contra-poder” reposa no en un sujeto social o político sino en los “cuerpos”, en los cuerpos (y sus movimientos) que componen la multitud.
Desde la óptica de Borón, estas teorizaciones inocuas (la de Hardt y Negri, pero también la de John Holloway) son bien compatibles con el discurso neoliberal dominante. En otras palabras, dan cuenta de la victoria ideológica del neoliberalismo que logra penetrar la agenda teórica y los argumentos de intelectuales de izquierda declaradamente contrarios al capitalismo.
Algunos críticos han advertido que con la noción de multitud, como nuevo sujeto revolucionario diferente a la clase obrera y al pueblo, Negri se sitúa en parámetros bien alejados del marxismo:
“En la Multitud las clases desaparecen, se desdibujan, sustituidas por una masa sin contornos definidos, en un conjunto amorfo en el que ya no se distingue el proletariado de la pequeña burguesía” (Hermida, 2004).
Y haciendo una evaluación más general, este autor concluye que con el reemplazo del imperialismo por el imperio, y de la clase por la multitud, se desmantela el pensamiento de Marx:
Con el pretexto de actualizar el pensamiento marxista y adecuarlo a las nuevas condiciones políticas, económicas y sociales del siglo XXI, algunos intelectuales lo que han llevado a cabo es una revisión del pensamiento de Marx, vaciándolo de contenido y tergiversándolo hasta eliminar prácticamente su esencia. En esta línea se sitúan las últimas aportaciones del pensador italiano Toni Negri […] (Hermida, 2004).
Una de las aristas fuertemente criticadas de la propuesta fue la dificultad para dar cuenta de la heterogeneidad de intereses y segmentaciones al interior del nuevo sujeto social delineado (en el que se cuentan desde trabajadores formales altamente calificados del sector de alta tecnología hasta trabajadores de los servicios precarios, de bajos salarios y no calificados), consecuencia por lo demás bastante lógica de extender tan expansivamente el campo del trabajo, la explotación y la lucha a los distintos rincones de la sociedad.
Sintetizando, podemos decir que los autores de Imperio y Multitud descreen del papel político hegemónico de la clase obrera tradicional que participa directamente en la producción de mercancías en la esfera industrial, y de sus formas clásicas de representación: partido y sindicato. Y que para ellos la multitud es la que ha suplantado a esa clase obrera como sujeto de la emancipación. Es la resistencia y la lucha de esta pluralidad de individuos (difusa, indeterminada, inconmensurable, irrepresentable), la que tiene la capacidad virtual de motorizar las fuerzas tendientes a la constitución de un nuevo orden social.
Pero –añadamos nosotros– este nuevo sujeto libertario al que se aferran Hardt y Negri, lejos de ser definido como un sujeto condicionado por su lugar en relaciones de producción concretas, como una fuerza social situada en formaciones sociales concretas, es pensado de un modo deshistorizado como “[…] una multiplicidad de cuerpos atravesados por potencias intelectuales y materiales de razón y de afectos” (Hardt y Negri, 2002: 166). Cuerpos que son rebeldes (¿en virtud de qué?) a las fuerzas de la disciplina y de la normalización, capaces de crear una democracia nueva, absoluta, ilimitada, a partir de los “elementos filosóficos y artísticos” presentes en cada individuo. Una mirada que bien puede considerarse idealizada.
De hecho, uno de los aspectos más criticados de la propuesta del académico norteamericano y su mentor italiano son las expectativas respecto a la capacidad de insubordinación de esta nueva subjetividad política, la fe certera en su impulso revolucionario. Viguera, por ejemplo, que juzga como injustas ciertas críticas que se hicieron a Hardt y Negri, admite la ingenuidad que supone, por un lado, no prever que el poder dominante habrá de resistir y que sabe cómo hacerlo, y por otro lado, que la propia multitud puede no tener ese comportamiento rebelde, en tanto ha incorporado el dominio:
Como también otros autores han observado, Hardt y Negri parecen en efecto perder en el camino la propia noción de poder y dominación que en un principio adquiere centralidad al construir la noción de imperio. La inmanencia de la capacidad subversiva de la multitud, el carácter por definición ‘positivo’ de su lucha, corren el riesgo de hacer perder de vista no sólo que el poder dominante es capaz de resistir sus luchas, como apuntaba Borón, sino sobre todo que la propia multitud está en todo caso permeada por la dominación. En este sentido, el comportamiento naturalmente antagónico que Hardt y Negri le atribuyen a la multitud puede no verificarse […] (Viguera, 2002: 232).
A esto se suma que se presupone una especie de solidaridad espontánea de los diversos componentes diferenciados de la multitud irreductible, de quienes realizan distintos tipos de trabajo (formal y precario, material e inmaterial, productivo y reproductivo, etc.), que confluiría, no se sabe bien de qué manera, en una acción de contrapoder opuesta al imperio, tendiente a lograr nuevas formas de sociabilidad. Este optimismo –sin fundamentos suficientemente argumentados– respecto de la potencia revolucionaria del sujeto explotado de la economía postindustrial o posmoderna es una de las aristas débiles del planteo y reiteradamente cuestionada por los críticos.
En relación a ello, los críticos han señalado las dificultades del planteo para explicar de qué forma se produciría la acción política de la multitud, o si se quiere, el descuido del problema de la construcción del sujeto político a partir del conjunto de singularidades que componen la multitud. En este sentido, Ernesto Laclau recalca que, al explicar la acción política por una tendencia natural de los oprimidos a la sublevación, los autores descuidan la pregunta por la construcción del sujeto y pasan por alto el momento de la articulación política, cada vez más central dada la proliferación de identidades que caracteriza el mundo contemporáneo (Laclau, 2005a, 2005b).
Ocurre -es lo que concluimos de esta indagación- que la multitud de Hardt y Negri funciona mejor como utopía, anhelo (anhelo de un mundo mejor y más democrático) o proyecto político, que como concepto teórico explicativo.
En fin, creemos que los aportes de Callinicos, Borón, Viguera, Herminda, que hemos traído a colación selectivamente de un conjunto enorme de respuestas a las formulaciones de Hardt y Negri, ayudan a delinear el balance crítico que intentamos hacer en estas páginas de sus tesis sobre la posmodernización económica y la transformación social de las relaciones de clase. Pero más allá de las objeciones posibles a este dispositivo teórico o de los reparos que podamos tener, hay que reconocer la enorme e indiscutible gravitación que estas tesis han tenido en la teoría social de las últimas dos décadas, ya sea para de alguna manera retomarlas e incorporarlas en los discursos, ya sea para mostrar sus limitaciones y desmarcarse. Y es justamente esta amplia repercusión dentro del pensamiento crítico contemporáneo lo que ha despertado nuestro interés y nos ha inducido al análisis.
5. Bibliografía
ALTAMIRA, César (2006). Los marxismos del nuevo siglo. Buenos Aires: Editorial Biblos.
BORÓN, Atilio (2003). “Poder, ‘contra-poder’ y ‘antipoder’. Notas sobre un extravío teórico político en el pensamiento crítico contemporáneo”. Revista Chiapas (15), 143-182.
CALLINICOS, Alex. (2001). “Toni Negri en perspectiva”. En International Socialism (92). Consultado en: http://www.anticapitalistas.org/IMG/pdf/Callinicos-ToniNegriEnPerspectiva.pdf
CRUZ RODRIGUEZ, Edwin (2013). “El mito de la multitud”. Hallazgos, Vol. 10 (20), 193-216.
EAGLETON, Terry (2011). ¿Por qué Marx tenía razón? Barcelona: Ediciones Península.
HARDT, Michael y NEGRI, Antonio (2002). “La multitud contra el Imperio”. OSAL (7), 159-166.
HARDT, Michael y NEGRI, Antonio (2004). Multitud. Guerra y democracia en la era del imperio. Barcelona: Cultura libre.
HARDT, Michael y NEGRI, Antonio (2006). Imperio. Buenos Aires: Paidós.
HERMIDA, Carlos (2004). “Toni Negri y el nuevo revisionismo marxista”. Cuba siglo XXI. Consultado en: https://www.nodo50.org/cubasigloXXI/taller/hermida1_300904.htm
INDA, Graciela (2017). “Luchas populares y Estado en la apuesta teórica de Negri y Hardt: entre el consenso de masas y el poder inmanente de la multitud”. Miríada. Año 9, (13), 93-120. Consultado en: https://p3.usal.edu.ar/index.php/miriada/article/view/4089/5051
KEUCHEYAN, Razmig (2013). Hemisferio izquierdo. Un mapa de los nuevos pensamientos críticos. Madrid: Siglo XXI.
LACLAU, Ernesto (2005a). La razón populista. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
LACLAU, Ernesto (2005b). “¿Puede la inmanencia explicar las luchas sociales? Crítica a Imperio”. Actuel Marx/ Intervenciones, (3). Consultado en: http://actuelmarx.u-paris10.fr/num3chi.htm
NEGRI, Antonio (2004). Los libros de la autonomía obrera. Madrid: Akal.
NEGRI, Antonio (2016). “¿Qué cosas han sucedido dentro de la clase obrera después de Marx?”. Viento Sur. 10 de agosto de 2016.
VIGUERA, Aníbal (2002). “La revolución revisitada: Debates en torno a Imperio, de Michael Hardt y Toni Negri”. En Sociohistórica, (11-12), 221-241. Consultado en: http://www.fuentesmemoria.fahce.unlp.edu.ar/art_revistas/pr.3069/pr. 3069. pdf
Notas