RECONSIDERACIONES SOBRE LA REPRESENTACIÓN DE LA IDENTIDAD NACIONAL
RECONSIDERACIONES SOBRE LA REPRESENTACIÓN DE LA IDENTIDAD NACIONAL
Revista Internacional de Ciencias Sociales y Humanidades, SOCIOTAM, vol. XXVIII, núm. 2, pp. 1-29, 2018
Universidad Autónoma de Tamaulipas
Resumen:
Se presenta en este artículo una evaluación de lo que se ha denominado la identidad nacional mexicana, partiendo de la concepción elaborada por Raúl Béjar Navarro y Héctor M. Cappello. Se estudia desde una interpretación de la psicología política, definiéndose a la “identidad” como el sentido de pertenencia a las instituciones del Estado-Nación. Se complementa con otra entidad paralela a la anterior, que los autores han denominado el “carácter cívico-político”, definido éste como el sentido de participación hacia las instituciones del Estado-Nación. Por medio de tres encuestas aplicadas sucesivamente a muestras representativas: la primera aplicada en todas las regiones de México, la segunda en las tres ciudades más importantes de México (Ciudad de México, Guadalajara y Monterrey) y, en la tercera, se compara una ciudad mexicana (Ciudad Victoria, Tamaulipas) con una española (Sevilla, España). Analizando los datos llegamos a la conclusión de que las poblaciones estudiadas muestran un deterioro muy grande –explicando su resultado como un “derrumbe institucional en lo que concierne a México”–, que destruye la solidaridad ciudadana, genera violencia y engendra una creciente anomia colectiva generalizada.
Palabras clave: representación social, identidad nacional, Estado-Nación, semblanza académica.
INTRODUCCIÓN
Podemos observar que comúnmente, en las interpretaciones actuales, la identidad, la identidad nacional y la individualidad de cierta manera son términos que aparecen debido a la influencia de la modernidad tardía al desarrollo del romanticismo, y por los cambios sociales que transformaron las relaciones y la división del trabajo. Debemos reconocer que la ilustración cambió los formatos de adscripción social de grupos y de personas, dando mayor importancia a los roles de las personas en su adscripción individual.
Otro aspecto que ha influido en el análisis de la identidad nacional es la aparición del nacionalismo, como un proceso que permitió consolidar naciones ya existentes y la aparición de muchas nuevas. Debe tomarse en cuenta que el nacionalismo se ha explicado sobre el fenómeno denominado “primordialismo”, esto es, la alusión a la influencia de la raza, etnia, territorio, religión, lenguaje, cultura, historia, sentido de la patria y modos de vida en el origen y constitución de las naciones (Llobera, J., 2004).
Estudiar la identidad nacional es una gran dificultad, ya que implica no sólo la definición de la identidad nacional sino, también, su investigación objetiva, sistemática y representativa. Esto es debido a que es un fenómeno que comparte eventos, categorías de análisis, variables complejas sólo abordadas por la multi e interdisciplinariedad y, por ende, por metodologías que comparten las aproximaciones de la teoría de la complejidad (Morin, 2008; Waldrop, 1992; Byrnne y Callagan, 2014).
También complican esta situación las aproximaciones que confunden a la identidad nacional con otros tipos de identidades colectivas (personalística: Freud, 1921; Fromm, 1942; Kardiner, 1968; psicosocial: Cappello, 1998; Díaz Guerrero, 1992; Hofstede, 2005; McDougall, 1920; McLellan, 1961; Maass, Castelli y Acuri, 2000, Tajfel y Turner, 1986; Turner y Buurthis, 1996, Sani y Reicher, 2000, Triandis, 1989; sociológica: Baumeister, 1999; Blancarte, 1994, Béjar, 1961; Bruckmuller, 1998; Den Boer, 1995; Durkheim, 1894; Ericksen, 2001; Smith, 1991; étnica, Benedic, 1934; Blancarte, 1994; Mead, 1934; Malinowski, 1945 y de la psiquiatría social, Gorer, 1949; Freud, 1921; Fromm, 1956 y Kardiner, 1968.
Como señalamos (Cappello, 2011), todos los interesados en la investigación y análisis de este tema han contribuido a hacer de la identidad nacional un tema de enorme complejidad que hacen muy difícil su síntesis sin omitir aproximaciones muy relevantes.
Smith (2001:33) nos indica, desde su muy especial óptica, acerca de la identidad nacional:
Su popularidad es relativamente reciente, y ha reemplazado a términos anteriores como “carácter nacional”, y a otros más recientes como “conciencia nacional”, que fueron ampliamente usados en los siglos XVIII, XIX y comienzos del XX. No está claro el motivo. Quizás la presente y cada vez más extendida preocupación por la identidad es parte de una tendencia mucho más amplia de individualismo contemporáneo; podría reflejar igualmente ansiedad y alienación de mucha gente en un mundo que se va fragmentando cada vez más.
Nuestro trabajo está dedicado a presentar ciertas interpretaciones que sobre la identidad nacional hemos asumido para realizar investigaciones empíricas sobre la misma. La razón de este planteamiento es intentar poner un límite a la tendencia de asumir a la identidad como un concepto autobús, donde cabe todo tipo de especulaciones y conceptos.
Pensamos –por experiencia propia– que el término identidad nacional, que representa a un hecho social, es un término que sólo puede ser abordado de manera multidisciplinaria. Es decir, concibiendo a la identidad nacional como una representación social compleja. Como entiende la representación social Moscovici (2001:xiii), en el primero de los casos:
[…] como un sistema de valores, ideas y prácticas con una doble función: primero, para establecer un orden el cual permitirá a los individuos orientarse en su mundo material y social y manejarlo; y segundo, permitirle la comunicación que toma lugar entre los miembros de una comunidad proveyéndolos con un código para el intercambio social y un uno para nombrar y clasificar sin ambigüedades los distintos aspectos de su mundo y sus historia individual y de grupo.
Agregamos un tercero: los hechos sociales, como tales, se producen sin que, como señalan Emmerich y Alarcón (2007:22):
[…] pierdan su característica de ser unitarios e indisolubles. Su adjetivación a posteriori y por motivos analíticos o heurísticos es dada por el investigador […] los hechos sociales en su amplia variedad, forman parte de un todo social integral fuera del cual difícilmente podrá explicarse o comprenderse a cabalidad.
El interés en la identidad nacional se debe a ciertos procesos que aparecen en el siglo XIX y que terminan, como lo indica Guibernau (2009): […] convirtiéndola en una de las características más significativas de la modernidad tardía”. Es evidente que este fenómeno no surge espontáneamente en una fecha determinada, sino que es producto de la acción de las élites, de la relevancia de la antigüedad, los orígenes construidos o inmemoriales de las naciones y de la identidad nacional, así como del papel legitimador de la historia “y la importancia del territorio en la construcción de la identidad nacional”.
La idea de fundamentar la explicación de la identidad nacional en la concepción primordialista, como indicamos párrafos arriba, provoca por su complejidad confusiones teóricas y metodológicas en su estudio y tratamiento.
Consideramos hoy, también, que tratar sobre lo que constituye el ser mexicano, peruano, español, norteamericano o el de cualquiera reconocido como miembro de una nación específica, rebasa –en mucho– el discutir y establecer estas características comunes como propias de una identidad nacional asumida, ya de por sí una entidad harto compleja.
De igual manera, no debemos confundir los componentes propios de la identidad personal con otras identidades colectivas (como las étnicas) y, en este aspecto, debemos diferenciar a las distintas identidades colectivas, para no confundir sus características propias. Si bien es verdad que todas son parte de lo que consideramos “la Sociedad” en su sentido de sistema social total (Luhmann, 1997), debemos, entonces, reparar en el hecho de que tanto desde la identidad individual hasta la identidad nacional, todas proyectan en su escala y complejidad a las dimensiones constitutivas de la sociedad como totalidad. Esto es: las dimensiones políticas, económicas, sociales, culturales y medioambientales (entre éstas el territorio).
Aun cuando todas las identidades reflejan las características de los subsistemas de la totalidad social, no es menos cierto que manifiestan diferencias específicas entre sí, particularmente con referencia a su nivel de complejidad.
El concepto de diferenciación se utiliza, de acuerdo con Luhman (2007:471):
[…] “para designar (o bien para reproducir) la unidad de lo diferente” […] con el concepto de diferenciación se hace posible la aprehensión más abstracta; y se supone que este paso a la abstracción fue desencadenado por la tendencia del siglo XIX de comprender unidades y diferencias como resultados de procesos –ya sea de desarrollos evolutivos– o de un actuar intencionado como, por ejemplo, en el caso de las “naciones” cuya unidad se alcanza políticamente.
Al analizar la literatura psicosocial, señalamos tres términos como importantes para la definición de los procesos de maduración de la sociedad civil en el Estado-Nación: conciencia nacional, identidad nacional y carácter cívico-político (nivel de civilidad). La conciencia nacional es un epifenómeno político-psicológico; es una representación del consenso intersubjetivo de la sociedad política con respecto al Estado-Nación. Dicha representación es como una moneda donde las dos caras están representadas: la identidad nacional, en una y, el carácter cívico-político, en la otra. La conciencia nacional es un estado subjetivo organizado en torno al difícil compromiso del ciudadano con relación a las instituciones del Estado-Nación. Algo parecido a lo que sustenta Renán (1882).
Así, la identidad nacional constituye la representación del sentido de pertenencia a tales instituciones, mientras que el carácter cívico-político representa el sentido de participación en ellas. Con esta aproximación, la definición de la identidad nacional revela su interdependencia con el carácter cívico-político y su participación en las variaciones de la “conciencia nacional”. Por otra parte, definir a la identidad nacional de esta manera, como sentido de pertenencia a las instituciones que conforman al Estado-Nación, permite que puedan integrarse dentro de la misma identidad nacional las identidades de distintos grupos étnicos. Situación que adquiere gran importancia en relación con el proceso que se ha dado de la constitución de naciones que integran distintos grupos étnicos, y por lo que se ha dado en denominar naciones con pluralismo sociocultural, como en el caso de Latinoamérica y Europa, o multiculturales como se han autodenominado los Estados Unidos de Norteamérica y otras regiones del mundo actual.
Pertenencia y participación son dos sentidos intersubjetivos de la ciudadanía con respecto a las instituciones del Estado-Nación, que tienen de común su constante cambio y variación, dependiendo de qué tanto responden las instituciones a las demandas y expectativas sociales, culturales, económicas y políticas de la ciudadanía.
Esta relación es la que hemos considerado como una ecuación de reciprocidad entre ciudadano y Estado. A mayor equilibrio en la ecuación de reciprocidad, mayor cohesión y solidaridad inter-ciudadana e institucional. Su rompimiento tiene como consecuencia una pérdida de la legitimidad institucional y, con ella, el desapego de los ciudadanos hacia el mandato de las instituciones, hasta llevarlas a su deterioro y/o obsolescencia. En un mundo crecientemente globalizado y comunicado, la comparabilidad de ecuaciones de reciprocidad mejores en otros países aumenta la sensación de ecuación de reciprocidad negativa en otros (Béjar y Cappello, 1988, 1990; Cappello, 2000).
Consideramos que abordar la identidad nacional del mexicano implica una síntesis de aportaciones de las ciencias sociales, por lo que era necesario realizar, en un primer inicio, investigaciones sobre esta materia de manera multidisciplinaria, para llegar con el tiempo a desentrañar y considerar las interpretaciones interdisciplinarias sobre la identidad nacional. Esto es, consideramos a la identidad nacional como un conocimiento en donde la totalidad del sistema social estaba incluida. Cuando nos referimos a la identidad nacional y el carácter cívico-político nacionales, no podemos dejar de referirnos a la historia de nuestro país. Esto, sin desconocer que la protogénesis de tales estructuras sociopsicológicamente se remonta a las condiciones previas existentes al nacimiento de México como nación independiente (Béjar y Cappello, 1990:17).
En el México contemporáneo se dejaron sentir los efectos del abandono de un modelo de nación con una economía fundamentalmente agrícola, en los movimientos sociales de 1958, personificados por los estudiantes universitarios, técnicos, maestros y ferrocarrileros. La nueva orientación de la economía hacia la industrialización creó las posibilidades para la intervención de las clases urbanas en la misma medida en que perdían peso político los sectores rurales, lo cual desgraciadamente se continuó incrementando.
Las consecuencias de este proceso ha sido el casi abandono de la producción campesina, cuyo costo fue el de pasar de una capacidad exportadora de alimentos a importadores netos de los mismos. La estrategia del nuevo desarrollo consistió en crear un suficiente mercado interno para que en el mediano plazo la planta industrial se sostuviese y participara en el crecimiento del empleo. Igualmente se implantó como política primordial a la protección de la industria nacional mediante el casi pleno cierre de las fronteras a la competencia industrial. Esto permitió una recuperación exagerada de las tasas de recuperación de las inversiones por medio de las exenciones de impuestos, revaloración de inventarios, subsidios, etc., lo que instaló una plena política de modernización, pero que por una excesiva protección al capital, sindicatos oficiales y de políticas economicistas al sector gobernante, se sentenció el futuro de México a constantes problemas de crisis socioeconómicas y a una modernización inacabada.
Al mismo tiempo, en todo el orbe ocurrió la reducción de la soberanía del poder paradigmático de los estados nacionales. Desgraciadamente, aquellas naciones con poco o insuficiente desarrollo, prácticamente quebraron y debieron orientarse hacia los mercados externos. Costo general de este loco proceso de integración nacional de los mercados y el capital ha sido el crecimiento impresionante de la desigualdad socioeconómica (Piketty, 1997, 2008:30), el cual ha sido mayúsculo en las naciones pobres y de desarrollo medio como México (Ibarra, 2001:365).
En 1990 señalamos que:
Los desequilibrios internos –crónicos– de la economía del país, aunados al impacto de las nuevas condiciones de la economía internacional, han configurado el perfil de nuestra crisis socioeconómica y su grave atonía actual […] generará una mayor influencia de formas de vida, actitudes, valores, sistemas de consumo, modas, políticas, tipos de organización, expectativas y ambiciones diversas y externas a nuestra cultura tradicional, que difícilmente conformará lealtad a nuestras instituciones tradicionales (Béjar y Cappello, 1990:20).
Nadie podría imaginar que, como influencia de ese cambio societal, el monopolio del uso de la violencia por el Estado sería retado y desconocido por organizaciones delincuentes, generando un estado de inseguridad que afecta a todos los procesos societales (política, economía, sociedad, cultura y personas).
Así, ni más ni menos, se constituyó la propuesta para un estudio de mediano plazo (Béjar y Cappello, ibid, 1988b), que ha permitido un largo proceso de obtención de datos en una encuesta que ha comprendido a las principales poblaciones urbanas y rurales del México contemporáneo y de otras ciudades extranjeras, con el objeto de establecer comparaciones sistemáticas entre ellas.
La identidad y el carácter cívico-político nacionales están en juego. Su olvido en el quehacer político cotidiano por parte de todos los agentes que inciden en la estructura de la nación pueden llevar a un grave quebranto, si no es que ya se inició este proceso en nuestra conciencia nacional, así como a enfrentamientos que desgarren una paz siempre precaria que fue asegurada, hasta ahora, con lo poco logrado por la revolución de 1910.
Dado que el Estado es la matriz que organiza todas las relaciones sociales por medio de sus instituciones, su particular naturaleza influye de manera directa en el comportamiento de su ciudadanía, tanto en los aspectos psicológicos como sociales. La imagen del Estado no está influida de manera directa por sus instituciones formales; su representación social, tal como la plantea Moscovici (1981:61), se forma a partir de cómo experimenta empíricamente las acciones –en múltiples escenarios– de sus personeros.
Es decir, el Estado es construido subjetivamente por los ciudadanos como una dimensión perceptual de la experiencia cotidiana de las acciones que se dan entre ciudadanos y agentes representantes del Estado. Si éstos responden equitativamente en sus requisiciones con las demandas ciudadanas, las instituciones son consideradas como suyas (sentido de pertenencia) y su participación se asegura, de aquí que se forme una identidad nacional y un carácter cívico-político expresados como “una ecuación de reciprocidad Estado-Nación”.
Lo contrario lleva al desvanecimiento de la identidad nacional, a la pérdida de la cohesión social, con lo que se erosiona la legitimidad y se destruye el sentido de participación, base de la construcción del carácter cívico-político.
La razón originaria de todo Estado es asegurar la seguridad ciudadana, contribuir al desarrollo humano y dar a la nación un sentido de futuro, de viabilidad. Son la identidad nacional y el carácter cívico-político los garantes de esta última condición.
METODOLOGÍA DE INVESTIGACIÓN SOBRE LA IDENTIDAD Y EL CARÁCTER CÍVICO-POLÍTICO EN MÉXICO
Antecedentes
De 1982 hasta 2015 el programa de investigación sobre la identidad nacional en México ha sido realizado contando con el apoyo del Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias (Universidad Nacional Autónoma de México) y el Centro Multidisciplinario de Investigaciones Regionales (Universidad Autónoma de Tamaulipas). Con su ayuda hemos obtenido datos valiosos que nos han permitido comparar las características de esta representación en el inventario sociopolítico de México.
Ya desde el inicio de estas investigaciones en sus resultados se observó cómo el sentido de pertenencia a las instituciones políticas y económicas del Estado mexicano mostraban índices muy bajos en comparación con las sociales y culturales (Cappello, 1983). Cabe reconocer que México ha estado bajo una situación grave de falta de crecimiento y desarrollo económico en el período comprendido entre los años 60 hasta la actualidad, lo que seguramente se ha reflejado en la representación psicosocial que los ciudadanos tienen de su identidad y carácter cívico-político nacionales.
En un inicio estudiamos la representación de estas dos categorías analíticas en sólo muestras representativas de 30 ciudades de México, que correspondieron a ciudades de la Frontera Norte, la región del Norte, la del Centro Norte, del Pacífico, del Golfo y del Centro Sur (Béjar y Cappello, 1986).
Para hacer más precisa la evaluación de las categorías de identidad nacional y de carácter cívico-político se clasificó a las instituciones por su orientación con respecto a las tipologías institucionales percibidas por los ciudadanos. Así, se clasificaron como orientación “expresiva” a aquellas instituciones que preponderantemente basan su influencia en la formación de vínculos ideo-afectivos y emocionales, que permiten fuertes procesos de solidaridad y apoyo básico, tales como la familia y la comunidad, entre otras. Otras instituciones se clasificaron como “directivas”, en virtud que establecían vínculos fundamentalmente basados en las normas formales, principios de evaluación, requisitos sine cua non y el orden establecido por la autoridad.
Para sondear la representación social y la importancia asignada a cada tipo de institución se seleccionaron 20 categorías. Diez correspondieron a la orientación “expresiva” y diez a la “directiva”.
Las “expresivas” fueron: bailes regionales, héroes, barrio, artesanías, asociaciones, música y canciones, religión, lugares públicos (parques, jardines, etc.) y moneda.
Por parte de las instituciones “directivas” se seleccionaron las siguientes instituciones: escuela, trabajo, iglesia, industria, banca, sindicatos, justicia, comercio, partidos políticos y administración pública.
Se construyó un cuestionario de 160 reactivos con expresiones que caracterizaban a las instituciones. Estos reactivos se presentaron para su evaluación a un grupo de especialistas en ciencias sociales (40 personas); se les indicó que evaluaran cada ítem dedicados a los sentidos de pertenencia y participación, en una escala de 6 puntos. El mínimo (1) representaba el puntaje más bajo del sentido de pertenencia o de participación, mientras que el puntaje más alto (6), representaba el sentido más alto, según fuera el ítem respectivo. La media aritmética de las calificaciones que obtuvieran las instituciones era su puntaje representativo. De igual manera se calcularon las orientaciones directivas y expresivas hacia las instituciones. Al integrarse los puntajes de las instituciones en los componentes políticos, económicos, sociales y culturales, también se pudieron comparar en términos de mayor puntaje. De esta manera se puede decir cuáles componentes son los más o menos favorecidos por los respondientes.
Una vez construido el cuestionario, que contenía datos sociodemográficos e ítems evaluativos de las instituciones, se aplicó a muestras representativas seleccionadas por un procedimiento estadístico, de manera que tuvieran un error de 0.05 y un nivel de confianza de 0.95. Se les dio la instrucción que señalaran sólo aquellas expresiones con las que estuvieran de acuerdo, las cuales fueron calificadas con los puntajes aplicados por el grupo de expertos.
Estas calificaciones se procesaron y proporcionaron los indicadores de pertenencia y participación y las orientaciones expresivas y directivas, así como de los componentes políticos, económicos, sociales y culturales que las muestras obtuvieron con sus respuestas a los cuestionarios. También, han permitido relacionar datos sociodemográficos con los valores asignados a las instituciones.
Aquí presentamos los datos de las encuestas realizadas en 2005, 2010 y 2014. En la primera (2005), se seleccionaron muestras de las principales ciudades comprendidas en las siguientes regiones de México: Frontera Norte, Norte, Centro Norte, Pacífico, Golfo, Occidente, Bajío, Centro Sur, Sur y Sureste. En la segunda (2010), se estudiaron las muestras de las tres ciudades más importantes de México: Ciudad de México, Guadalajara y Monterrey y, en la tercera (2014), se estudiaron Ciudad Victoria (México) y Sevilla (España). Todas las muestras fueron seleccionadas al azar, mediante procesos estadísticos rigurosamente establecidos.
ANÁLISIS DE DATOS OBTENIDOS EN DISTINTAS FECHAS EN COMPARACIONES A DIFERENTES MUESTRAS NACIONALES Y UNA DE ESPAÑA
En el estudio de 2005, correspondiente a las muestras regionales, se obtuvieron datos de 15 600 personas, que fueron agrupados con relación a las clasificaciones de “Sentido de Pertenencia” y “Sentido de Participación”, “Orientaciones Expresivas” y “Orientaciones Directivas”, así como comparación de “Pertenencia” y “Participación” en sus componentes sociales, culturales, económicos y políticos. Todos vistos como puntajes comparativos regionalmente. Cabe aclarar que todos los datos fueron analizados mediante la comparación multivariada de las medias, habiéndose encontrado diferencias estadísticas significativas de 0.05.
En la Tabla 1 observamos que todos los puntajes obtenidos en la escala de calificaciones son muy bajos. En promedio, tomando en cuenta los puntajes altos individuales de pertenencia, la media es de 290.44 para pertenencia y de 288.23 para participación. En las regiones mexicanas son mayores los puntajes de pertenencia que los de participación (Media de pertenencia = 193.21 Media de participación = 185.15), mientras que en Sevilla sucede lo contrario (Media de pertenencia = 134.26 y Media de participación = 140.91).
Esto nos indica varios aspectos que, en esa fecha (2005), en Sevilla los puntajes de pertenencia y de participación institucionales fueron muy bajos, en comparación con los puntajes de los mexicanos. El tener puntajes más bajos en el sentido de pertenencia que en el de participación, nos habla de un mayor carácter cívico-político que de identidad nacional. Esto es más respecto a la actuación institucional que al simple apego institucional.
Por el contrario, en México encontramos mayor sentido de pertenencia que de participación, lo que implica un aspecto de alienación, al resultar ambos puntajes muy bajos; es como sentirse perteneciente a un sindicato, pero no participar en la elección de sus dirigentes. Es un problema muy agudo y presente en muchos de los estados nacionales en Latinoamérica. Es decir, grave problema el de aceptar sin participar, lo que significa, insistimos, un problema de alienación sociopolítica.

Podemos encontrar de manera descriptiva –en la gráfica 1– la distribución de los puntajes relativos a los sentidos de pertenencia y de participación en las diferencias regionales. Sevilla, Centro Norte, Centro Sur y Sur es donde ambos sentidos tienen los más bajos puntajes. El Centro Norte corresponde a las capitales de los estados fronterizos de México: Baja California, Sonora, Chihuahua, Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas, caracterizados actualmente como el origen inicial de la violencia generada por las luchas entre cárteles delincuenciales, tráfico de estupefacientes y corrupción gubernamental. El Centro Sur comprende a las ciudades de México, Puebla, Toluca, Cuernavaca, Pachuca, que concentran la mayor proporción de la población mexicana y con niveles más desarrollados, demasiado cercanas a la capital de la República Mexicana, centro del poder político y financiero del país. Sin embargo, la región presenta graves problemas de distribución del ingreso y una gran corrupción de la administración pública y del sistema judicial. El Sur comprende a las ciudades de Chilpancingo, Oaxaca y Tehuantepec, donde se concentran mayoritariamente poblaciones indígenas, y donde acontecen los mayores problemas políticos, de pobreza y de insurgencia laboral extrema.
La población total de estas tres regiones es aproximadamente el 48.3 % de México. Es decir, un poco más de la tercera parte de los 123 millones de habitantes de todo el país. Estos datos perecen indicar que hay en avance un grave proceso de pérdida de la identidad nacional y un precario carácter cívico-político, desde la óptica del comportamiento del “sistema” que comprende al Estado-Nación mexicano. Es decir, se tiende a no respetar a las instituciones, particularmente a las políticas y económicas, y a generar procesos anómicos que atentan contra la cohesión socioeconómica y política del país.

Si observamos la gráfica 2, donde se comparan regionalmente los sentidos de pertenencia y de participación institucionales, vemos que en todas las regiones las instituciones políticas obtienen los más bajos puntajes y les siguen las correspondientes a las instituciones económicas. Las instituciones sociales obtienen los mejores puntajes, seguidas por las instituciones culturales. Esta infravaloración de la pertenencia y participación hacia las instituciones político-económicas nos habla del peso que tienen estas instituciones en la pobre ecuación de reciprocidad Estado-Ciudadanía.
En la gráfica 3, al comparar los sentidos de pertenencia y de participación respecto a las instituciones por su característica de interacción social: sean directivas –seleccionan a las personas por protocolos de aceptación mediante requisitos sine cua non– o expresivas, que establecen marcos de relación social de empatía, solidaridad y afectos, observamos que las instituciones directivas obtienen puntajes mucho más bajos que las expresivas. Esto implica que las poblaciones desconfían y no aceptan a las instituciones que de alguna manera representan protocolos de autoridad y poder. Podríamos suponer que es un rechazo a la autoridad corporativa percibida como causante de la corrupción y violencia estructural.


En la investigación sobre identidad nacional y carácter cívico-político realizada en 2010-2011, donde se hacen tres comparaciones en los años 1992, 1999 y 2004, de las respuestas hacia el sentido de pertenencia en muestras representativas de las poblaciones de Guadalajara, Monterrey y Ciudad de México (con errores de 0.05 y confiabilidad de 0.95), se observa claramente cómo de fecha a fecha (1992-1999-2004), los puntajes hacia las instituciones nacionales disminuyen notablemente en todas las categorías estudiadas: políticas, económicas, sociales y culturales (ver Tabla 2).
Es decir, de cierta forma esto es un indicador del grado de aceptación institucional en las muestras estudiadas de las tres ciudades más pobladas y con mayor crecimiento económico. Los datos indicaron que los índices –como lo dijimos en el párrafo anterior– ya de por sí muy bajos, disminuían notoriamente, con relación a las instituciones políticas y económicas (ver tabla 2), indicando una tendencia muy definida.

En los tres años en que se comparan las respuestas de las muestras estudiadas, como se observa en la Tabla 2, de un puntaje posible de 90 puntos, ninguna institución obtiene más de 62 puntos. Todas están abajo, y de período a período, los puntajes disminuyen notoriamente. Pero en las instituciones políticas y económicas es notorio su extremo bajo puntaje. Ello nos indica de alguna manera cómo estas instituciones son las que más influyen en el deterioro de la identidad nacional. El problema es grave, dado que se muestra muy claramente el meollo del problema básico del México actual.
Como ejemplo del deterioro sobre la pertenencia y participación institucionales que los mexicanos sienten sobre sus instituciones, realizamos una investigación comparando una ciudad de España (Sevilla) en 2001 y 2010 y una de México (Ciudad Victoria, Tamaulipas) en 2001 y 2014. En ambas ciudades obtuvimos los datos de muestras representativas de ciudadanos, la mitad de ellos hombres y, la otra, mujeres. Cada muestra estuvo constituida por 500 personas. Un poco más de la mínima necesaria (384), para lograr una confiabilidad de 95 % y un error de .05. Esto fue para asegurar encuestas desechadas por ser mal contestadas o rechazos al respecto.
Los datos muestran muy claramente diferencias estadísticas en todas las comparaciones que se realizaron: sentido de pertenencia, sentido de participación, respuesta ante instituciones directivas y ante instituciones expresivas, así como ante instituciones políticas, económicas, sociales y culturales. El valor mayor de las escalas aplicadas para cada institución y grupos institucionales correspondió a 150 puntos, lo cual significaría un puntaje muy positivo en las composiciones investigadas.
Si observamos las cuatro gráficas comparativas entre ambas ciudades, veremos que presentan diferencias estadísticas en todas las comparaciones (gráficas 4, instituciones culturales; 5, instituciones económicas; 6, instituciones sociales y 7, instituciones políticas), para las muestras de Sevilla y de Ciudad Victoria.
Cuando se compararon las muestras de 2005, de puntajes obtenidos de Sevilla con las poblaciones de las demás regiones de México, se observó que dichos puntajes eran mucho más bajos en Sevilla, comparativamente con todas las poblaciones de todas las regiones mexicana (gráficas 1, 2 y 3). Sin embargo, al hacer las comparaciones de muestras obtenidas en Sevilla 2001 y 2010 (gráfica 4), los puntajes bajan sensiblemente de una fecha a otra, pero comparativamente con los puntajes asignados a las instituciones por la población de Ciudad Victoria, estos últimos no solamente son más bajos, sino que presentan una tendencia sumamente negativa; son tres veces más bajos.
Igual se observa en la comparación con las respuestas al sentido de pertenencia hacia las instituciones económicas (gráfica 5), las cuales están en un promedio de 40 puntos más bajos entre la encuesta de 2001 y 2014, que la observada en las muestras comparadas de 2001 y 2010 de Sevilla. Lo mismo acontece con las respuestas con respecto a las instituciones sociales y políticas (gráficas 6 y 7), tanto en las muestras de Sevilla de 2001 y 2010, como en las que corresponden a Ciudad Victoria de 2001 y 2014, en las cuales se observa una clara declinación de los puntajes institucionales.
Pero el deterioro es mucho mayor en la muestra mexicana, hasta tal punto que podríamos considerar que ocurre un derrumbe en la representación de la identidad asociada con las instituciones sociales y políticas mexicanas. Curiosamente, cuando comparamos las puntuaciones obtenidas en las últimas encuestas ya no observamos una diferencia muy notable entre las asignadas a las instituciones. Sin embargo, se mantiene una mínima diferencia estadística entre los puntajes asignados a las instituciones culturales y sociales con respecto a las económicas y políticas, que son significativamente más bajos.




CONCLUSIONES
El hecho de que los sucesivos Gobiernos, más que orientarse a la solución de las crisis que se han presentado, se hayan especializado (sic) en la administración de la crisis, a no dudarlo, esto ha producido un desencanto generalizado en las poblaciones e incrementado su duda sobre la viabilidad de la nación y la confianza en sus instituciones. La creciente violencia, corrupción e impunidad que deteriora al sistema del Estado induce a un incremento de la anomia que resta legitimidad a gobiernos de todos los niveles, propiciando la percepción de un total alejamiento de sus instituciones con respecto de las situaciones del día a día que viven los ciudadanos.
Frente a los procesos de globalización y la comunicación instantánea, estos signos de deterioro conllevan a una acentuación mayor de pérdida de la soberanía del Estado y su postración frente a los poderes fácticos e internacionales. El hecho de que sean las instituciones políticas y económicas las que menos despierten un sentido de pertenencia y de participación, nos explica el decaimiento de la identidad y del carácter nacional. Una identidad nacional sana implica el establecimiento de una ecuación de reciprocidad armónica, equitativa y justa entre las atribuciones del Estado y el cumplimiento de las demandas de la ciudadanía.
El Estado debe ser capaz de cumplir con la seguridad de la ciudadanía, con el desarrollo socioeconómico y, finalmente, proporcionar el sentido de futuro, esto es, la viabilidad como nación. De otra manera se iniciará un proceso de disgregación institucional, rompimiento de la cohesión nacional y, eventualmente, de procesos de anomia que generarán una incontenible inseguridad y corrupción, así como pérdida del sentido de futuro del país como nación.
Referencias
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Notas de autor
Líneas de investigación: estudios comparados de identidades nacionales, enseñanza de las ciencias e investigación en valores.