
Recepción: 14 Febrero 2023
Aprobación: 11 Mayo 2023
Publicación: 30 Junio 2023
DOI: https://doi.org/10.29105/pgc9.18-8
Resumen: El creciente flujo inmigratorio hacia Chile y las condiciones de asentamiento, han puesto en relieve la tensión existente entre identidad, movilidad, fronteras y nacionalidad en el marco de un Estado neoliberal de normativa migratoria anticuada. El presente artículo tiene por objetivo señalar las fisuras e inconsistencias entre el discurso oficial sobre un país exitoso y próspero, y la verdadera experiencia de vivir en Chile. A partir de investigación etnográfica y etnológica, la evidencia muestra que migrar hacia Chile puede volverse un ejercicio de creatividad entre la autonomía y la esperanza, hecho que plantea la necesidad de actualizar la composición de un modelo identitario que se presenta sostenido en una normalidad aparente. Concluimos que Chile es una construcción bastante más heterogénea hoy, y se revela la importancia de la revisión de los discursos en circulación para actualizar la identidad de la diversidad sociocultural en la sociedad chilena en posteriores etapas.
Palabras clave: Ciudadanía, estado, inmigración, multiculturalidad, política migratoria.
Abstract: The growing flow of immigration to Chile and the conditions of settlement have highlighted the existing tension between identity, mobility, borders and nationality within the framework of a neoliberal State with outdated immigration regulations. This article aims to point out the fissures and inconsistencies between the official discourse about a successful and prosperous country, and the true experience of living in Chile. Based on ethnographic and ethnological research, the evidence shows that migrating to Chile can become an exercise in creativity between autonomy and hope, a fact that raises the need to update the composition of an identity model that is sustained in an apparent normality. We conclude that Chile is a much more heterogeneous construction today, and the importance of reviewing the discourses in circulation is revealed to update the identity of sociocultural diversity in Chilean society in later stages.
Keywords: Citizenship, immigration, immigration policy, multiculturalism, state.
1. – INTRODUCCIÓN
De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadísticas y al Departamento de Extranjería y Migraciones (DEM, 2019), en el país existían 1.492.552 inmigrantes (al 31 de diciembre de 2019), representando el 8% de la población total, destacando los provenientes de Venezuela, con 455.494 personas; Perú, con 235.165; y, Haití, con 185.865. La primera oleada migratoria que comienza a llegar en la década del 90 del siglo pasado, fue de peruanos y peruanas (Cano y Soffia, 2009), que se amplía en un proceso que incluye otras zonas geográficas y países no fronterizos como Colombia, Haití, Venezuela, Ecuador y República Dominicana, en lo que se conoce como migración Sur-Sur. Los inmigrantes son de origen y cualificación heterogénea y poseen diferenciados motivos de salida y expectativas de un futuro mejor (Aranda y Gissi, 2020), lo que no implica una relación entre origen y destino, insrtándose al modelo neoliberal que domina a Chile, primero, en función de la búsqueda de trabajo -o la inserción según contactos previos dados por la red migratoria-, y luego, al ímpetu particular que cada uno imprime para concretar sus esperanzas, apoyados en cifras macroeconómicas que exhibe el país (Aninat y Vergara, 2019), y a través del trabajo duro y la perseverancia individual. Algunos de ellos ocupan segmentos laborales que muchos nacionales no desean, como lo ha descrito Sassen (2007), conformados como mercancías en la economía global (Massey. et al. 1993), pasando algunos “del salariado al precariado” (Castel, 1997) y que en términos de vivienda y condiciones de vida han sido identificados y visualizados deficitariamente por la Encuesta de caracterización socioeconómica (Casen) (Stefoni y Stang, 2017).
La suma de experiencias migratorias va configurando la biografía personal y la memoria familiar o colectiva, produciendo una tensión entre soberanía y autoridad dentro del Estado y sus instituciones. Las cifras indicadas hablan de: 1) un país receptor de una inmigración eminentemente laboral; 2) una cierta porosidad de fronteras que devela una regulación migratoria desactualizada, pues el país nunca antes estuvo en las rutas y el imaginario de las migraciones internacionales latinoamericanas y del Caribe; y, 3) de un proceso en curso, marcado por inmigrantes de países no fronterizos, con información aún preliminar para señalar si será con retorno, asentamiento o tránsito hacia países centrales del norte global, a excepción de la comunidad haitiana que manifiesta abiertamente su deseo de no regreso. Sostenemos que las recientes modificaciones administrativas (y no legislativas) a la regulación migratoria se tratan de una política poco clara (quizá errática), porque como sostienen Aranda y Gissi (op. cit.), se han creado visas de distinto tipo, abarcando desde visas “humanitarias” para ciertos colectivos migrantes, pasando por la exigencia de una visa consular en el país de origen, estableciendo una difícil barrera administrativa, o incluso el cruce irregular de la frontera y la autodenuncia ante autoridades que obliga al Estado a protegerlos, mientras intentan regularizar su situación inmigratoria. Sin embargo, existe claridad sobre que cualquier medida administrativa es insuficiente, ya que también depende del control de los flujos de los países fronterizos.
El periplo ha significado desplazarse por varios países y, en su tramo corto, el cruce irregular de la frontera desde Bolivia por el Altiplano, o por la costa desde Perú, esquivando campos minados. Se aprecian en las ciudades de la frontera norte (Arica, Iquique, Antofagasta), en las del centro (Santiago y Valparaíso), y en poblados menores (Colchane, Huara, Pozo Almonte), importantes contingentes de personas provenientes de países no fronterizos establecidos de manera irregular en el espacio público de algunas ciudades (como parques, avenidas y ocupaciones de terrenos), y sobreviviendo en base a una economía informal e incluso en situación de mendicidad y desamparo.
Sin duda “los flujos migratorios no se detienen por las normativas de los países, [ya que] éstas simplemente producen más o menos irregularidad migratoria” (Pinto, 2020), y las políticas multiculturales no se despliegan en abstracto sino en el marco de un modelo de desarrollo particular. Pero, en el caso de Chile, ninguna autoridad ha explicado suficientemente -más allá de la autocomplaciente mirada de ser un país atractivo en lo económico- (Aninat y Vergara, 2019; Rojas y Vicuña, 2019), cuál es el modelo de política migratoria que se está aplicando ante la sociedad civil. Dejándo preguntas pendientes sobre la identidad, diversidad, inserción y movilidad de los cuerpos, sobre la administración pública y la sincronía con el mundo legislativo por una parte; y, por otra, sobre los deberes y derechos que le asiste a todo hombre y mujer que entra o se avecinda en el país, pues la ciudadanía garantiza iguales derechos y deberes, libertades y restricciones, como capacidades para tomar parte de la vida política (Villavicencio, 2008: 97-99).
Sabemos, todo retraso en la regulación migratoria afecta los derechos de los inmigrantes en el proceso de búsqueda de oportunidades, pues el mercado de trabajo se segmenta, produciendo desigualdad laboral y dificultando la garantización de derechos que permiten la protección (Pinto, 2020). En Chile, estamos experimentando impulsos desgarradores del capitalismo y una incapacidad para atender a esta flexibilidad errante; donde los “proyectos migratorios” y el reconocimiento de la alteridad se ponen a prueba día a día, ya que el inmigrante no constituye una figura objetiva para los nacionales, pues vive diversas tensiones frente a contextos, relaciones y actores (Gissi, Ghio y Silva, 2019) en cuanto representa en el espacio público simultáneamente una anomalía, inquietud, carencia y pérdida de referencias (Tijoux, 2014), que “transita en un tiempo y en territorios de incertidumbre, cuyo final desconoce” (Oehmichen y Salas, 2011: 11).
Frente a estos planos materiales, simbólicos y legales asincrónicos, discutimos el agudo problema entre identidad, movilidad, fronteras y nacionalidad, producto de la debilidad del Estado chileno en términos de lo poco que ofrece como contrato social en un régimen neoliberal. Situación que ha causado preocupación en la población en general, dada las impactantes imágenes, al igual que en otros países como México, del cruce de fronteras y la precariedad con la que se instalan los inmigrantes en barrios, avenidas y parques de algunas ciudades. La inexistencia de una institucionalidad fronteriza moderna y actualizada frente a los desafíos migratorios del siglo XXI, hace difícil controlar el orden dentro del capitalismo neoliberal y afianzar una convivencia sustentada en el reconocimiento y la ciudadanía. De este modo, se investiga y reflexiona etnográfica y etnológicamente sobre la nueva y heterogénea presencia migrante, en virtud de la tensión entre la identidad y diversidad desplegada en los diferentes intersticios de la sociedad, dentro de un modelo clasificatorio implícito que aspira a fundar una normalidad justa y simétrica, en lo que denominamos el otro lado de la esperanza.
2.-FUNDAMENTO TEÓRICO
Derechos y multiculturalidad
Desde los años 1990, se ha tratado de instalar una política multicultural de inclusión y de discriminación positiva hacia la otredad-indígena (Boccara y Bolados, 2010; Briones, 2005), avanzando desde una alteridad objeto a una de sujeto de derecho. Esto no ha podido irradiarse a otras recientes como las migratorias internacionales, con responsabilidad para procurar relaciones solidarias y respetuosas con otras formas de vivir; facilitando la irrupción de “componentes autónomos” expresados en los deseos, expectativas, comportamientos y acciones de los propios migrantes para alcanzar su reproducción (Mezzadra, 2005), re-problematizando el objetivo del multiculturalismo como gestión de las diferencias, en cuanto la asignación de estatus implica una condición dual: inclusión-exclusión (Villavicencio, 2008: 97-99). Porque en el régimen neoliberal que vivimos, prevalece el individualismo como operación básica e interseccional, y clasificatorio por origen, clase, raza y sexo.
La presencia de inmigrantes en todas las regiones y ciudades de Chile, configura y construye nuevas diferencias internas, produciendo narrativamente un “personaje imaginario” (Delgado, 2000), no reconocido como sujeto de derecho, y sometido a reglas de subordinación de clase, ideas de nación y racismo (Balibar y Wallerstein, 1991). No definido positivamente por una cualidad, sino por un atributo interseccional conferido externamente por actores y que opera como estigma de distinto signo (Thayer, 2011; Safa y Portal, 2005), porque éstos “nunca son independientes de los marcos imaginarios y simbólicos de las identidades colectivas” que se han afianzado desde los lugares de poder (Dubet, 2017:12). Entonces, mientras ser extranjero se perfila como una categoría que otorga estatus; ser inmigrante se entiende como una condición social (Sayad, 2008), porque el inmigrante reciente carga con una historia prejuiciada y marcada por el sino del drama y la carencia, como ocurre con el hambre y la violencia entre haitanos/as, el autoritarismo y el desabastecimiento entre venezolanos, y la violencia entre colombianos/as (diarios de campo). Por lo que la experiencia del inmigrante se da con fuerzas opuestas de subjetivación y desubjetivación, pues en las condiciones presentes “el éxodo puede asumir sólo formas subalternas y no es una casualidad si termina pidiéndole al enemigo imperial que le pague un salario”, como sostiene Agamben (2005:20). Es decir, a veces, se recoge o se acepta lo indecible.
La proxemia y la convivencia intercultural dentro de un sistema de vida compartido ha sido discutido a partir de una identidad que se construye a través de marcas pigmentocráticas (Tijoux, 2016; 2014), su condición de explotados (Thayer, 2011), o componentes étnico-culturales (Stefoni, 2002). Sin embargo, las características de la política pública y neoliberal de tipo subsidiario, y el realce de cultural de lo meritocrático, carece de un enfoque de Derechos Humanos para ellos/as. Aunque, en el día a día, se construye formalmente una respuesta de los colectivos de clase, género y “raza”, configuradora de una idea de “semejanza” (Fernández Martorell, 1996) que permite sentirse parte de esta sociedad a partir de las propias elaboraciones y acciones, con la finalidad de establecer un sistema de vida compartido ensanchando permanentemente el horizonte de lo posible, lo que pone en movimiento el propio trayecto de ajuste del desarraigo: la interdependencia que une las estructuras de organización del espacio, de los grupos sociales y el tipo de sociabilidad (Bourdieu y Sayad, 2017).
Con su presencia, la afectación en los territorios se da en tres niveles básicos: a) las estructuras socioeconómicas; b) el político institucional; y, c) el simbólico cultural. Por lo que la cifra oficial señalada de los ingresados a Chile, preliminarmente debe hacer reflexionar en una doble dimensión: 1) sobre el modelo de interacciones e integración; y, 2) la “convivencia entre actores representantes y pertenecientes a culturas diferentes” (Fernández Martorell, 1996:15). Todo esto en perspectiva de la situación social de Chile, que tiene como antecedente la configuración de una cultura sin proyecto común, sin integración socioespacial, asimétrica en la distribución de bienes sociales, meritocrática e individualista; y, que entre 2019 y 2020, se vió envuelta y encadenó estallido social, pandemia, cambio de gobierno, recesión internacional y proceso de elaboración de una Nueva Constitución. Esta situación renueva el sistema de identificaciones nacionales y presiona a cada colectivo sobre su proyecto migratorio, desde la perspectiva del trabajo y la movilidad implicada en la búsqueda de mejores condiciones de vida, al poner tanto entre los nacionales como entre los inmigrantes el esfuerzo para lograr visibilidad en la comunicación de sus demandas y para que la cultura “perviva”, a través de sus sistemas simbólicos y “de leyes culturales y sociales precisas” (op. cit. 37), impulsando el sobrevivir (alimentarse) y el pervivir (diferenciarse en la semejanza) para la inserción.
Los cursos de sus vidas y los procesos de diferenciación en la semejanza se encuentran abiertos y sujetos a discusión en la sociedad chilena y en el Estado. Por ello se habla de doble crisis: migratoria y humanitaria. Sin embargo, la caja de resonancia está dada, también, por el “agotamiento del stock de esperanza” en el modelo neoliberal (Matamala, 2019: 18), ya que el Estado entrega muy pocos bienes públicos y prestaciones para construir el proyecto de vida, que expresen cómo se produce el reparto de lo dado. Porque inclusión y exclusión no corresponde a un problema lógico, sino a un problema de frontera, simetría, equidad de oportunidades, reconocimiento e integración social. De este modo, frente a cuestiones estructurales, la contingencia y coyunturas políticas, no es fácil responder colectivamente en cada colectivo si Chile es un hito en el camino para llegar a los países centrales, o es un lugar para quedarse y para consolidar el arraigo. Como señala un inmigrante, “la cabeza a veces está acá (Chile); allá (Haití); y más allá (Canadá, Francia o Estados Unidos de Norteamérica)” (diarios de campo); es decir, para algunos no hay destino definitivo sino todo es provisorio, “aunque cualquier lugar puede ser mejor que Haití” (diarios de campo); reflejando que la imposibilidad del retorno al origen hace que, con desdén, el punto de partida se vuelva un lugar que ya no es posibilidad. Por ello, aún es pronto para establecer si los proyectos migratorios responden a avecindamientos definitivos o bien estos son de carácter transitorio, por lo cual será preciso observar la emergencia o no de matrimonios mixtos o etno-diversos, o las inversiones en inmuebles y comercios, lo que hasta ahora no parece ser una cuestión observable como fenómeno discreto. La “furia” expresada en las calles, desequilibró la figura de una isla inmune y no contaminada con el resto de los países vecinos.
El objetivo general de esta investigación, es analizar cómo las fronteras físicas, discursivas y culturales que delimitaban a Chile y su sociedad han sido sobrepasadas por la protesta social y la migración, lo que refleja disonancias en la percepción de la identidad chilena, la imagen de los inmigrantes y la representación que la sociedad chilena desea proyectar al mundo. Siendo algunos objetivos específicos:
2. Explorar y examinar las disonancias existentes entre la percepción de la sociedad chilena sobre su propia sociedad y la realidad de la protesta social y la migración.
3. Evaluar la influencia de la migración en la construcción de la identidad y la imagen de los inmigrantes en Chile, considerando cómo se perciben a sí mismos y cómo son percibidos por la sociedad chilena.
4. Analizar cómo la migración ha impactado en la representación que la sociedad chilena quiere proyectar ante el mundo y cómo se han modificado los discursos y las narrativas relacionadas con la imagen internacional del país.
3.-MÉTODO
La investigación de un fenómeno reciente como la inmigración acelerada en Chile y que origina estas reflexiones utiliza una dimensión exploratoria con alcance descriptivo, ya que el tema todavía se encuentra en curso y carece de una base teórica homogénea entre los investigadores. Se busca explorar, comprender y generar ideas y conocimientos estructurantes sobre este tema, mediante el uso de registros esencialmente cualitativos, ya que se está buscando obtener una descripción y comprensión profunda de los fenómenos asociados. De este modo se trata de generar ideas iniciales, hacer cruces teóricos y plantear algunas hipótesis que puedan ser objeto de investigaciones posteriores o etapas de mayor profundización del fenómeno migratorio. En este sentido, el uso de enfoques etnográficos (descriptivos), etnológicos (comparativos) y antropológicos (teóricos) han sido usados para brindar una exploración más amplia y comparativa de los fenómenos en estudio. La investigación se basa en un trabajo de campo acumulado desde el año 2016 al 2022, en el que se ha realizado observación participante en distintas comunas de Santiago, y realizando 40 entrevistas en profundidad a inmigrantes de nacionalidad colombiana (10), venezolanos/as (15) y haitianos/as (15) seleccionadas bajo un criterio probabilístico y aleatorio. Estas fueron revisadas a la luz de las hipótesis derivadas de las observaciones de campo y sus registros, permitiendo contrastar aquellas preguntas generales iniciales con la visión, experiencia e imaginario que las y los inmigrantes poseen. Buscamos comprender el proyecto migratorio a partir de los resultados obtenidos de la muestra, tratando de generalizar las conclusiones a la población en estudio desde los actores y la esperanza que les acompaña, observando las subjetividades y movimientos de los cuerpos, comprendiendo el carácter autónomo de las migraciones (Mezzadra, 2012), visualizando cómo se autonomiza el espacio social del físico, y desde ese lugar dialogar con el Estado, entendido como institucionalidad translocal donde los funcionarios están comprometidos en la estabilización de la hegemonía, para generar el equilibrio entre demandas y capacidad de satisfacerlas. Conscientes de que un muestreo probabilístico siempre está sujeto a un margen de error relativamente alto, consideramos que este método puede ser de utilidad para enlazar diferentes subgrupos en las distintas etapas posteriores del proyecto. De este modo, conocer una serie de relatos concernientes a la integración social y a la relación arraigo-desarraigo, las principales dificultades y expectativas de distintos colectivos sobre su permanencia en Chile, ha generado un volumen de información con efecto “bola de nieve”. Para este artículo y dentro de un programa de investigación sobre migraciones, el testimonio se ha puesto en tensión frente a los marcos de la identidad nacional chilena, ya que algunas prácticas de los inmigrantes (i.e. acceso a la vivienda y trabajo) se convierten en formas de activismo político y estrategias para alcanzar visibilidad, ejercer derechos y construir ciudadanía. De este modo, la información registrada, asociada a entrevistas y notas, conforman un corpus que es tratado desde la teoría fundamentada, de forma interpretativa e inductiva, organizándola para exponerla en virtud de las preguntas detalladas en la introducción.
4.-RESULTADOS
Chile, un Country Club de fronteras internas
“Antes de que fuera octubre”, es un libro de reciente publicación, donde el periodista Óscar Contardo (2020: 111), cita a un economista estadounidense, quien usó un juego de palabras para definir a Chile: “Chile it’s not a country. It’s a country Club”. El juego de palabras define un patrón de pensamiento discrecional, autoritario, cerrado, dogmático y autocomplaciente, que enhebra los términos de cómo de la mano del neoliberalismo la sociedad chilena se ha constituido en los últimos 40 años. Un puñado de hombres -apunta Contardo- han hablado permanentemente de crecimiento y prosperidad material; una condición cruzada por la endogamia de relaciones y poderes en los negocios y la política, mezclado con valores religiosos, en el que los conflictos públicos pueden resolverse como si fueran cuestiones ordinarias de orden familiar. Afiliación política, parental y territorial que uniforma, como si fuera “una manera de vida feudal injertada en un modelo de mercado” (op. cit., 129); emparentados por lugares de residencia y vacaciones, linaje, colegios, universidades y posgrados, van apropiándose del discurso del país y su representación. Lo importante, es que con la toma de la palabra, nos acostumbraron a ofrecer reportes periódicos y un relato ideológico y monocorde sobre el estado del país, sus metas y proyecciones y cercanía con el modelo de desarrollo OCDE; tomándose la palabra a través de cifras, gráficos y planillas excel que impostan la vida común (Contardo, 2020; Matamala, 2019), transformando la experiencia particular de sus privilegios en un todo, confundiendo su propia lectura con la realidad desde el desierto a los campos de hielo y de cordillera mar. De este modo, quién quiera venir a Chile, a “contribuir” (expresidente Piñera), deberá someterse a estas reglas definidas desde un país imaginario, marcado por la meritocracia y menos por las relaciones interpersonales, sin relato y proyecto comun. La vía: el empeño individual. Copia feliz del hombre y mujer que se hacen a sí mismos.
El relato encapsulado, monocorde, sin interpretación y profundidad, con niveles de segregación y de etno-diferenciación que permite que en el país se pueda vivir en condiciones tan polares como Noruega o Irak (Rodríguez y Gissi, 2020), y que tiene como evidencia la desgarradora evidencia de furia, un estallido social de protesta incontrolable en octubre de 2019, con saqueos de comercios, cacerolazos, ocupación de las ciudades y destrucción de estaciones de metro, quema de buses, farmacias y supermercados, y todo aquello que representa el modelo, los inmigrantes vieron atónitamente cómo se desdibuja su inversión en expectativas y su imaginario de prosperidad. Así, el pasaporte latinoamericano más valorizado a nivel internacional, escondía una distorsión que se descubre tempranamente in situ: sobre cómo se vive efectivamente en el cotidiano. Y esto involucra un arco multidimensional: bajos salarios, extensas jornadas de trabajo, especulación en el alquiler, déficit de vivienda, transporte y alimentación caros, que los títulos no son totalmente portables o equivalentes, que el reconocimiento es limitado, y que se pierde todo estatus que alguna vez se tuvo. Todo desnuda un país sin protección, de menguado contrato social, escindido y ficcionado por las narraciones de identidad e integración en los términos de Anderson (1993). La oligarquía administradora del “Country Club” se separó y colocó por sobre la gran masa de chilenas y chilenos, sin acceso a los lugares y salones donde los destinos y caminos de la nación son dibujados a través de grandes números. Levantaron muros y rejas en los contrafuertes cordilleranos, y a través de diversos dispositivos se constituyeron como una frontera material y simbólica infranqueable, sin conexión alguna con las periferias y los dramas de una sociedad cruzada por el lucro y el endeudamiento. Efectivamente, nunca han existido posibilidades para que se cumplan sus promesas originarias de movilidad social ascendente, ni una distribución justa de bienes y servicios.
Hay un desdibujamiento del ideal nacionalista de homologación de la comunidad a través del Estado y la expresión de unidad cultural significada como pueblo, como una expresión heteronormativa y racializada. De ahí que, etnográfica y etnológicamente a una ciudadanía fracturada y carente de integración, se le suman los “nuevos otros” que deben realizar el aprendizaje de estas claves, viviéndolas como abuso permanente en los alquileres y los bajos salarios. Muchos nacionales e inmigrantes no cuentan con facilidades para que las interacciones se den en condiciones de igualdad, estabilizando la etnodiferenciación interseccional, ya que las estructuras socio-espaciales producen sujetos alterizados, en guetos y enclaves donde la policía no entra, aunque abstractamente tenemos igual Estado y una economía, educación, salud y justicia comunes.
Todo indica que las diferencias y las fabulaciones discursivas deben ser reparadas. Establecer la posibilidad del convivir de diferentes culturas en un mismo sistema de vida, aunque existan implícitos que pueden hacer irrealizables las orientaciones de los actores y divergentes e inconexos los objetivos de cada colectivo (Fernández Martorell, 1996), en el cohabitar y co-construir el Chile del presente. Entonces, desde la perspectiva de la migración, con diferencias reales e imaginadas sobre el otro, que permite la emergencia de “un sujeto racista y un sujeto racializado”, y el afianzamiento de de un sí mismo blanco, como sostiene Tijoux (2014): ¿Cómo hacer para que la cultura diferente perviva en el espacio urbano y peri-urbano, en un país que se pensó ideológicamente y relacionalmente “sin indios” y “sin negros”, y que no imaginó este proceso inmigratorio? ¿cómo hacer para que no se generen conflictos interétnicos? ¿cómo estimular los procesos de integración en la diferencia y la semejanza? ¿cómo generar protección a los derechos humanos?
El respeto, como aspecto central de esta nueva realidad configurada desde una diáspora de la esperanza Sur Sur, que cuestiona el relato de una jurisdicción homogénea, requiere “encontrar las palabras y los gestos que permitan al otro no sólo sentirlo, sino sentirlo con convicción” (Sennett, 2003: 213), ya que hay un tránsito de una ciudadanía a una incerteza o representación imaginaria: sobre lo que sucedería, o lo que podría pasar. Señala José, haitiano, de 38 años:
“Mi familia sufrió mucha hambre y ya no quiero esa situación. Si tengo a toda mi familia cerca sería muy feliz. Quiero trabajar mucho para tener plata y traerlos a todos y que no sufran más…”.
Jorge, haitiano, de 35 años, comparte lo siguiente:
“Extraño a mis padres y mis amigos de la infancia… pero lo que no echo de menos [Haití], definitivamente, es la pobreza…siento que en esta parte (en Chile), encontré una vida un poco mejor para mí. En 5 años más quiero cumplir con mis sueños, pero en 15 años más me gustaría estar terminando una carrera de estudios y trabajar en aquello de lo que me he titulado…Para mí, cumplir un sueño es una cosa muy sencilla…”.
En esta dirección, con las huellas del desarraigo y la separación del yo de su lugar de origen, Raquel, una inmigrante venezolana, duplica su identidad y la recoloca en otro contexto, y señala:
“La sociedad chilena es clasista, yo no quiero hablar mal de tu país. Sí, es clasista, precisamente por esto, porque son pocas las personas que tienen acceso a una educación. Porque el joven sale del cuarto medio [secundaria] y, qué hace después de estudiar, se pone a hacer un curso cualquier cosa y, si tuvieran por lo menos la autoestima alto no les va a importar. Pero, hay mucha influencia, quizá alemana, los alemanes son un poquito déspotas, te miran feo, te miran sobre el hombro y, son maleducados, no saludan no… O, quizás no es que sean maleducados, es que, de pronto, no llevan el mismo tipo de ritmo que llevamos nosotros, que si nosotros entramos a un mismo sitio 10 veces, digo “Buenas tardes, buenas tardes, buenos días, buenas noches”, y como no lo hacen de pronto uno como que lo ve distinto… para ustedes es lo más normal, pero cuando yo entré a trabajar a una lavandería, a mí me dijeron “estamos buscando personas, colombianas o venezolanas, que sepan tratar bien a los clientes”, y ya. Y cuando me dijeron eso, pues, he visto a compañeras mías que trataban a los clientes como si fueran basura, y después no pueden recibir buena recepción, o sea que alguien te trate bien tratándolo tu mal, si una persona llega malhumorada y uno lo trata bien, eso se calma y ahí uno logra… Pero, a nivel general… no sé cómo clasificarlo”.
Juan (47), venezolano, retrata las condiciones de vida en el país:
“Yo estoy en una situación un poco más contradictoria. Por la experiencia de mis dos hijas en estos años yo estoy muy agradecido de Chile, a nivel de lo que ha sido la relación de ellas en sus colegios, con sus maestras, con sus compañeros con todo. Yo a nivel laboral también; no me quejo, me han tratado bien. Este… pero ya ahora me estoy dando cuenta que Chile es muy país muy capitalista, digamos que este es el experimento del capitalismo salvaje rudo, pero rudo, digamos que es el extremo opuesto de lo que somos en Venezuela, en Venezuela hay un comunismo de porquería que nada sirve, entonces aquí yo siento que Chile es un país muy caro, ahora con dos años lo padezco, pero bueno, hay que seguir”.
Este testimonio pone un cable a tierra sobre la imagen del país. Existen mundos sociales que son intocables; sin coexistencia, sin filiaciones comunes, con residencias desconocidas, que hacen florecer un lugar donde todos son extranjeros, lo que cuestiona severamente la idea de integración y comunidad imaginada al consagrar la élite “su propia impunidad” (Matamala, 2019). Especialmente porque en el ecosistema de la ciudad, pocos alcanzan un nuevo estatus, porque la narración de la vida no puede progresar hacia horizontes deseados, sean reales o imaginarios, configurando las bases de la incomprensión, de requerimiento de explicaciones, ante un auténtico apartheid.
La migración reciente: algunas explicaciones
En un libro de reciente publicación, “Inmigración en Chile. Una mirada multidimensional”, editado por Aninat y Vergara (2019), representantes de uno de los centros de pensamiento de la derecha liberal chilena (CEP: Centro de Estudios Públicos), tiene una apertura muy sugerente y respaldado con datos estadísticos oficiales, sustentado en lo que puede definirse como un empirismo confiable, señalan:
“Hoy, cerca de un 90 por ciento de los inmigrantes que hay en Chile provienen de América Latina y el Caribe. En este contexto, parece del todo claro que la fuerte inmigración que ha tenido Chile en la última década obedece, fundamentalmente, a dos fenómenos. Por una parte, el país ha sido exitoso en lo económico y, luego de tres décadas de elevado crecimiento, hoy tiene el ingreso per cápita más alto de América Latina. Las mejores oportunidades económicas, los elevados indicadores sociales y un nivel de seguridad, que aunque lejos del promedio de países desarrollados, es claramente superior al de la gran mayoría de los países de la región, hacen de Chile un lugar atractivo para buscar oportunidades”.
La cita es aparentemente neutra, aunque su peso es indesmentible al subrayar el éxito económico. Enfrentamos un cierto cambio estructural en la imagen país: en lo laboral, la institucionalidad, en la sociedad y cultura, en la subjetividad, en las formas de comprender y en las formas de relacionarse. Lo que reformula la imagen de sí mismo y el estatuto conceptual de la población sobre el inmigrante y las prenociones culturalistas que oscilan entre fenotipos, condición social y trabajo, y la interseccionalidad. Instala algo que ya Sayad (2010) hizo presente hace algunos años: una sociología de las migraciones es siempre sobre el aquí y el allá; sobre la inmigración y la emigración, y ésta no se puede restringir a fundamentarla solo por trabajo que puede ser ofrecido y contratado por hombres y mujeres en edad productiva, sino también como movimiento de población más complejos en el que participan familias, niños e inactivos. Reducir a un criterio económico el proceso inmigratorio, requiere una primera precisión: significa obviar los aspectos políticos y éticos comprometidos en la figura del inmigrante; obviar, también las violencias propias del Estado, el mercado y la hegemonía de clase en el discurso. Nunca la institucionalidad fue preparada para recibir flujos masivos de personas, porque data de 1975, de los tiempos de la dictadura cívico militar y está inscrita dentro de los criterios de la Doctrina de la Seguridad Nacional, por lo que las funciones políticas del proceso están rádicadas en el Ministerio del Interior y Seguridad Pública, ante lo que podría significar una amenaza extranjera. En este sentido, siguiendo a Rita Segato, citada por Brighenti y Gago (2017:47): “cuando observamos la distribución de recursos –económicos, de acceso a la salud y a la educación, a la vivienda y al trabajo–, en ese campo, la convivencia se deshace y la sociedad se divide. El democratismo de la cultura no se corresponde con la rígida jerarquía de la distribución de los bienes y recursos de todo tipo”. Entonces, abrir las fronteras o recibir inmigrantes, no establece más que el flujo y el reforzamiento de las calidades de los capitales portados, y menos recursos para fortalecer la vida y la dignidad.
Con los inmigrantes se habla de desborde, descontrol y amenaza (Stefoni y Brito, 2019). Sin embargo, la institucionalidad para la acogida es débil, de poco peso estratégico, de gran vacío jurídico y cultural, que al estar ubicada en el período de la “guerra fría”, tiene un retraso de 50 años para un tema central en el mundo, y que es materia obligada cuando se han suscrito tratados internacionales de protección de derechos humanos. Cuestión que releva la regulación de ingresos, especialmente sobre el criterio para otorgamiento de visas y permisos de residencia, así como la contracara que define las prohibiciones y las expulsiones. Lo que no debe hacer perder de vista el proceso de securización de fronteras, tras el atentado a las Torres Gemélas, ocurrida en 2001, que fijó la atención en el enemigo interno, ya sea terrorista, narcotraficante o delincuente.
De este modo, frente al fenómeno inmigratorio aparece el problema de responder responsablemente como Estado desde el ámbito de las políticas sociales. Focalizarlas hacia este nuevo tipo de residentes-chilenos, fortalecer el esfuerzo en ámbitos de participación, habitacional, sanitario, educativo y laboral (Correa y Flores, 2019). Atender que las personas avecindadas generan prácticas desde sus experiencias y desarrollan un horizonte de expectativas; que, como sostienen Narotzky y Besnier (2014), nos obliga a distinguir entre la importancia otorgada al valor, es decir, de lo que se comprende como valioso por las personas; y, de esperanza (hope), en cuanto capacidad de diseñar proyectos y la posibilidad de realizarlos en una coyuntura material e histórica. Si ello no ocurre, la frustración permea las vidas, y los fenómenos pueden volverse arbitrariamente y funcionalmente abusivos interétnicamente o al interior de cada colectivo, confirmando el desmantelamiento de todo principio de protección social.
Las ideas de proyección y esperanza muestran que el ideal imaginativo de la realización de los llegados recientemente es frágil, y puede verse frustrado por la creciente mercantilización de una sociedad meritocrática, porque en el proceso civilizatorio generan “trabajo y obligación”, convirtiendo la “libertad” en otra mercancía de consumo, lo que podría conducir las expectativas a un estado difícilmente alcanzable cuando el empleo se parece menos al conocido y deseado, o no permite compatibilidad con otras dimensiones de la vida. De modo que los tiempos biográficos de los inmigrantes, requieren de unos equilibrios que la sociedad chilena no ofrece; tener dos o tres empleos y disfrutar poco frente a obligaciones familiares y envío de remesas, no están en su horizonte deseable. Mas aún, están mediados por aceleraciones y demoras como las visas de trabajo, repeticiones de rutas y necrofronteras, así como por pronósticos, cálculos, deseos y esperanzas que edifican formas distintas de diagnóstico histórico y de acción política. Así, la dualidad experiencia-expectativa activa el imaginario, y el malestar en el soliloquio, ya que logra entrecruzar y concatenar lo antiguo y lo futuro, definiendo la historia al vincular la esperanza y el recuerdo (Koselleck, 1983), o el aquí y el allá, apareciendo lo que estoy viviendo, como diferencial entre el pasado y el futuro.
Señala King, un migrante venezolano de 42 años:
“Yo tenía un chiringuito, una especie de lugar donde servía comida, cervezas y era salón de bailes. También hacía matrimonios y 15 años. Ya era muy difícil sostenerlo por la situación económica. Tuve tres opciones de ruta: Panamá, Costa Rica y Chile. Tomé 1.600 dólares, crucé el puente famoso con Colombia, y me vine por tierra con un morral y una maletica pequeña con ruedas que me regaló mi madre. Fueron largos días de viaje [Colombia, Ecuador, Perú]. Me frenaron en la frontera de Arica, y tuve que esperar un par de días en Perú. Venía por 8 meses, y ya llevo más de cuatro años. Tengo toda mi familia allá; tengo que mandar dinero una o dos veces a la semana. Mi objetivo es juntar 25.000 o 30.000 dólares para volver a mi país. No me quedo, porque uno no es de aquí. No hago vida social, porque no me da para eso; no tengo posibilidades de gastar. Mi destino, por ahora, es trabajar y trabajar”.
Olga, de 38 años, agrega:
“Todo se me va en arriendo, luz, gas, agua, la comida, gastos comunes. Siempre una que otra cosa que hay que arreglar; [están] las tarjetas de crédito; hay plan de teléfono; todo suma, todo suma, todo se resta de lo que uno quiere…. se va en eso y te queda poco a ti, entonces la idea es buscar eso, que haya igualdad y posibilidades, ojalá haya igualdad en ese sentido”.
La gubernamentalidad de la migración en Chile
Lo señalado y los testimonios, obligan al inmigrante -en el asilo o en la estancia- a ser ubicados en una categoría de la gubernamentalidad (Chatterjee, 2008), como competencia típicamente nacional. Hay nuevos gobernados y es necesario desarrollar dispositivos flexibles de coerción y libertad (De Génova, Mezzadra y Pickles, 2015: 29-31) en justicia y reconocimiento. Aunque el problema de la integración sea un tema ubicado más en el plano de la comunidad y menos en el ámbito de la institucionalidad, las políticas públicas, entendidas como “el cuerpo de conocimientos y conjunto de técnicas usadas por aquellos que gobiernan o interés de ellos” (Chatterjee, 2008:58), se deben implementar con el fin de hacer frente a tres cuestiones dentro de una “política de los gobernados” (op. cit.): a) abordar el descentramiento de un nosotros (presunto o real), tendiente a la integración y entendimiento mutuos; b) hacerse cargo de la disgregación de las formas de conducta; y, c) enfrentar la disolución del fordismo como elemento adscriptor y de identidad, lo que implica una subjetivación de la regulación social.
De este modo, para las estructuras culturales y económicas que dominan el Chile del presente, el problema de la conformación de la nación a través de la inmigración es un problema accesorio y no fundamental para el desarrollo de sus objetivos, por lo que no se puede reducir el problema inmigratorio a un simple problema estructural, institucional; o incluso constitucional. Estamos frente el afianzamiento de un nuevo país, con muchos otros, y donde lo que se debe discutir es la convivencia e interseccionalidad para alcanzar integración o inserción, y no el tema de la frontera y la nacionalidad. Por tanto, lo importante son los criterios de inclusión de “los nuevos chilenos”, lo que está sujeto a diferentes grados de subordinación, reglas, discriminación y segmentación propias de una sociedad clasista y racista, porque la distribución de bienes sociales también se conjunta con la circulación de mercancías (Mezzadra y Nielson, 2014), lo que supera los marcos históricos de una relación no resuelta entre pueblos originarios y Estado.
Con la economía de mercado y democracia liberal aparecen en las imágenes ambiguas del inmigrante: a) el reconocimiento de un cierto heroísmo, sustentado en su esfuerzo, abnegación en el país de las “oportunidades” y empeño en el trabajo; b) una autocomplaciente lectura del por qué el país es elegido como destino; c) un “relajamiento institucional”, por una política migratoria añeja, pero donde el censo reciente (INE y DEM, 2019) ha operado como un dispositivo de identificación de una nueva realidad cultural y del nuevo estado nación, creando un vacío entre “gobernanza migratoria” y Derechos Humanos. Condiciones que de acuerdo a concepciones generalizadas como las de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), establece una necesidad de generar un entorno apropiado, impulsando principios como adherir a normas internacionales, formular políticas y forjar asociaciones; y, objetivos como fomentar el bienestar, abordar eficazmente la movilidad y asegurar que esta sea segura y digna (OIM, 2017). Es decir: comprender y ordenar la inmigración en términos nacionales y sub-nacionales, recogiendo la complejidad de la cohabitación y la posibilidad de integración, otorgando las facilidades legales, económicas y humanitarias, generando un marco de derechos y obligaciones, dentro de una coherencia interinstitucional para que esto acontezca.
Lo señalado, esconde la relación entre la migración y los procesos de acumulación por desposesión. La migración es también un proceso de violencia estatal y para-institucional propia de la acumulación que provoca, como sostienen Cordero, Mezzadra y Varela (2019). No le otorga lugar a la relación entre países ricos y pobres, y a los procesos de ajuste estructural con los que se ha construido América Latina de nuestros días. No recoge el cambio importante entre origen y destino, como paso desde el Sur al Norte, a uno Sur-Sur, a partir del atentado a las torres gemelas y el cierre de fronteras de la Comunidad Económica Europea. Con su formalidad fundamentada, desestima algo central: la autonomía de las migraciones o fuga (Mezzadra 2005; 2012), ya que ante la meritocracia y la falta de contrato social consistente, el trabajo vivo y de movilidad desordenan de manera permanente y cotidiana la pretensión de orden que puede tener el Estado chileno.
Sin más, afloran un conjunto de elementos de adscripción, de localización espacial, de movilidad, agrupamiento de los inmigrantes que reunifican de manera diferente la estructura de organización del espacio, el grupo y la sociabilidad; mercados de trabajo, costumbres, interacciones, comercios y calles abarrotadas de irregularidad para sobrevivir y pervivir. Asimismo, la ascendencia étnica, nacional y racial, junto a capitales sociales, culturales y económicos, constituyen un parteaguas entre los inmigrantes. Así como el origen y el momento en que han llegado, es indicativo de aspectos valorativos en la sociedad chilena, porque “los más recientes son más pobres” o “llegan en peores condiciones” (diarios de campo), sus diferencias son lapidarias al ser conceptualizadas por lo que están asentados: “el Estado chileno debe hacer algo, no puede permitir más ingresos a los hijos de Chávez”; “éstos que asaltan, nunca han trabajado” (diarios de campo). Asimismo, la heterogeneidad interna de orígenes y subjetividades son un punto de interrogación y de reflexión que conducen a deconstruir la evidencia de que solo sería país de destino priorizado por ser un “oasis”, evitando la simplificación de lo económico como motivación única. Los peregrinajes cargados de sueños y esperanzas, las formas de negociación y el activismo para alcanzar mayores grados de bienestar, también diversifican la identidad migratoria y corroen la síntesis o el agrupamiento entre colombianos y venezolanos, por lo que en sus diferencias deben ser consideradas fuerzas creativas que desestabilizan la comunidad del nosotros, porque se trata del derecho a tener derechos, de tener nuevas oportunidades.
El oasis que era espejismo. Lugarizar el desierto de la ciudad extranjera
A principios de octubre de 2019 el expresidente Sebastián Piñera señalaba en prensa que “Chile es un verdadero oasis en una Latinoamérica convulsionada” (Radio Cooperativa, 2019), porque económica y políticamente Chile gozaba de mayor estabilidad que otros países. Pero una aseveración cómo tal sólo podía ser proferida desde un lugar profundamente desconectado de la experiencia diaria de los habitantes, desde ese “Country Club” que se limita a creer que todo va bien en los salones, sin mirar nunca de la ventana hacia afuera. Durante los 90’ y principios de los 2000 ya se había usado la figura del “jaguar de Latinoamérica” por líderes políticos chilenos para convocar a empresarios de todos los países a aumentar las inversiones. Junto a los flujos de capital, aparecieron los flujos de personas, y es así como una acelerada inmigración con destino a Chile, de tipo Sur-Sur, “sujeto al mercado y sin Estado” (Rojas y Vicuña, 2019: 20), aparece en crecimiento cuantitativo, diverso y extendido a lo largo del país (op. cit.).
La irrupción de los mundos subterráneos ocurrida el 18 de octubre de 2019, en el “estallido social”, destrozó aquel discurso de Chile como paraíso idílico en términos económicos y financieros, aflorando un “nos da miedo”, “porque ya lo hemos vivido largo tiempo en Venezuela”, “no es posible destruir una belleza como es el metro, eso es inentendible” (diarios de campo). La precariedad y la falta de oportunidades dejaron de esconderse bajo la alfombra; para los inmigrantes aflora la incertidumbre como un componente en sus decisiones. Hubo que buscar un chivo expiatorio entre algunos de los recién llegados, para explicar los mundos paralelos: los bajos salarios, la precarización del empleo, el colapso de los servicios de salud, la inoperancia de los sistemas de transporte, el fracaso del sistema escolar, los problemas de vivienda. En suma, a la falta de integración de los locales (los nacionales), hace que los recién llegados deban ponerse a la fila de la espera. Llegan a un país donde, por una parte, a la clase política no le importó construir el Estado y la política pública según lo que veían, transformándola en la realidad, privilegiando el mercado, antes que nada; por otra, la población tiene una muy mala experiencia del Estado, especialmente por su agencia difusa.
Quienes se han desplazado hacia Chile, están respondiendo a condiciones de inequidad sistémica y a los ajustes estructurales y políticas que se realizan en términos globales, regionales nacionales y locales, las que en muchos casos son restrictivas en términos de contrato social, generando rutas específicas que constituyen un espacio abstracto, expresando formas sui generis de movilidad, apelando a un derecho humano fundamental. Geopolítica y culturalmente debemos hablar de una fabricación o construcción del espacio migratorio y de las condiciones que permiten construirlo y reproducirlo, y de cómo el Estado, media para dar orden y seguridad dentro de fundamentos de respeto, reconocimiento y seguridad.
Señala un inmigrante venezolano con 5 años de residencia en Chile:
“Yo nací pobre. Soy de clase baja y ni siquiera de las ciudades del centro. Pero en Venezuela, la educación ha sido gratuita… eso es una bendición. Eso permitió que me titulara de médico, como muchos otros amigos que son profesionales. Me vine, porque mi mujer conocía Chile; España está saturado de profesionales extranjeros en la medicina, por lo que ya no es atractivo; en Colombia es muy difícil estar, aunque somos vecinos. Ecuador y Perú nunca fueron mis opciones, porque no quiero populismos. Pero, es muy difícil decir que uno tiene un proyecto consolidado en Chile; nadie puede hacer los trámites de legalización de papeles muy rápido… eso es insufrible. Pero nadie puede consolidar un proyecto desde lo laboral antes de 5 años. Tener trabajo, tener un departamento, y tener un carro, y además pagar por la educación de tú hijo, es muy difícil en este país si quieres tener una expectativa. Pero aquí estamos, con estas reglas, que son otras dificultades a las conocidas. No me quejo de mi sueldo; pero mi mujer, que también es profesional, gana una miseria.”
Mary, en otro testimonio, indica lo siguiente:
“Mira, yo me siento en Chile como cuando Venezuela era próspero. Que yo podía ir a un supermercado y hacer una compra que te rinde. Yo compraba una vez al mes y así era nuestra vida; entonces en ese sentido yo aquí me siento plena, me siento bien. En cuanto a la educación, yo quisiera que mis hijos siguieran estudiando, que se especializaran … Siento que me vendieron los grandes mitos de Chile, que es la educación y la salud, y siento que la salud es, también, bastante costosa y bastante difícil.”
En la ampliación de la escala de mercantilización de la fuerza de trabajo, se puede renunciar a los capitales simbólicos como una profesión: “en mi país yo era abogado, ahora trabajo como vendedor especializado en una tienda de materiales de construcción y el hogar” (Marcos, 51 años, venezolano). Rosa, de 51 años, profesional universitaria y trabajadora dependiente en una actividad distinta a su formación, señala:
“Nosotros teníamos oportunidad de irnos para otro sitio, pero decidimos Chile por el habla hispana, por la comida que tenía. A nuestra edad, no es la idea de estar yendo de un país a otro, y menos empezar desde cero donde quiera que vaya. Entonces, sí, ya nosotros tuvimos [un patrimonio], lo perdimos; ahora aquí lo vamos a tener y no lo vamos a dejar por ir a probar en otro sitio”
La profesión y el capital social pueden ofrendarse para sobrevivir, inaugurando nuevos territorios para la realización del valor, lo que está definiendo un auténtico cambio de época (Roux, 2012). O, como lo ha manifestado Castaño (2019), se trataría de la actividad más inevitable a la que estamos abocados la mayor parte de la humanidad, ya que las condiciones de expulsión y atracción toman formas “puras o híbridas”, producto de la expansión del capital, favorecen grandes oleadas migratorias y consolidando la desregulación de los mercados (Roux op. cit.).
La originalidad de la inmigración
La migración presenta gran originalidad, lo que queda demostrado en fronteras étnicas en la ciudad, a veces más sutiles y simbólicas, y otras, materiales y visibles. El fenómeno inmigratorio localizado se expresa como proceso de sedimentación en el paisaje urbano, apreciándose “formas objetivadas” de la presencia extranjera en el plano de la cultura y en “formas de destilado”, como expresiones performativas que marcan los barrios (Alonso, 2011: 25-36). Es decir, la sedimentación -siguiendo a Alonso- correspondiente a un tablero con piezas, reglas y jugadas posibles, que son las neoliberales para el caso de Chile; y, la destilación, refleja los comportamientos que pueden observarse en el espacio movedizo de la ciudad, coagulado como vida social, las formas de socialización en los espacios públicos, en el ocio y las fronteras culturales en la formación de los nuevos barrios, que es donde se establece la producción de sentidos -espaciales, sociales y culturales- con proximidades y distancia, ya que ahí se acentúa lo hetereogéneo en nuevas fragmentaciones. La producción del espacio inmigratorio se constituye como trama de poder, es decir, es control y producción geo-socio-cultural. La cantidad de inmigrantes existentes a nivel nacional y en algunas ciudades y barrios, no permite sostener la imagen del migrante «ilegal», como corrientemente se trata en mucha de la literatura sobre migraciones, recuperando el discurso del Estado y algunos políticos. Hablar de ilegalidad, sería prácticamente hablar de una invasión. Por lo mismo, la cita rescatada más arriba, de la publicación de Aninat y Vergara, refiere implícitamente a la auto-identificación del país como un “oasis”, según palabras del expresidente Piñera; y, luego, por la vocera de gobierno, la que utilizó las dificultades de la ciudadanía venezolana como una ironía para referirse a la oposición política interna, representando el intento de convertir al país en “Chilezuela”. Una dictadura sin alimentos, con hambre, sin libertades, con persecuciones y economía destruida.
Mientras ello ocurre en los salones de Palacio, circular, cruzarse, mostrarse e interactuar en el espacio público, recrean la imagen misma del inmigrante sin que éstos sean homogéneos, sedimentando los imaginarios individuales y colectivos sobre los barrios, siendo el comercio étnico uno de los principales puntos de identificación territorial en el que se condensan las redes sociales y espaciales, lo que permite entender cómo la gente se organiza, cómo construye su sentido de pertenencia y su identidad social. En la “pequeña Caracas”, en medio de guetos verticales, florece la música, el baile, la fiesta y los carros de comida. Las dimensiones de la vida y la cultura propias se resaltan en el espacio urbano, apreciándose la participación de grupos, actividades económicas, políticas y culturales; la presencia pública crea espacios socio simbólicos de sedimentación y destilado de la etno-diversidad y de construcción de territorio, que intervienen en la percepción e imaginario. La sedimentación y destilación en objetos y situaciones de suyo de interés etnográfico, dan forma al afianzamiento de la identidad y la defensa de posibles discriminaciones, a través de: 1) las dimensiones materiales y estéticas, apreciada en las fachadas de los comercios y sus paletas de colores y tipografías; y, 2) los itinerarios articulados en los hábitos. Tiendas de comida y abarrotes, con productos y marcas de origen, lugares de envío de dinero, servicios de peluquería y barbería, las que además tienen colores y banderas identificatorias van configurando una iconografía particular del barrio inmigrante; asimismo, guisados, olores y sabores en la vía pública lugarizan la presencia de una economía étnica como forma de inserción y fijación cultural por el despliegue de recursos étnicos (Garcés, 2016).
Las intervenciones y puestas en escena redimensionan el concepto de frontera cultural, aproximando el contacto en el que se destilan los comportamientos en una trama de formas flexibles, expresadas en gestos, movimientos de cuerpos, en el habla, habilidades y formas de reunión y negociar que se van haciendo familiares, lo que va produciendo la imagen migrante y su movilidad. Los patrones de conducta logran amoldarse y coexistir, mientras la fricción de alteridades no sea grave, lo que también significa la relación ambigua y contradictoria entre lo incluido en la legalidad y lo excluido simultáneamente, o entre la norma (derecho) y la vida (las expresiones de violencia), como sostiene Agamben (2005) siguiendo a Foucault, en relación a cómo la política se convierte en biopolítica.
La etno-diversidad le confiere nueva identidad al espacio urbano y territorializa la diversidad como paisaje en su reiteración, la que en algunos barrios logra mediar la idea de frontera misma. El espacio físico es convertido en espacio social, diferenciado y limitado; emerge también el espacio de acción y de relaciones sociales que es económico, político, institucional y simbólico cultural; y, se constituye también el espacio de un nuevo escenario social, inducido por una población nueva y por cambios en la estructura social (Entrena-Durán, 2012). Donde esta trilogía de lo barrial no implica ciudadanía, o ser habitante no implica ser ciudadano (Touraine, 1998), porque los procesos no están liberados de tensiones y contradicciones, a partir de la posición del grupo o de la clase, ya que negocian cotidianamente los usos y apropiaciones del espacio urbano.
Lo trascendente, quizá la alerta, es que esta reinvención territorial a través de la etno-diversidad pueda generarse como guetos, consolidando una condición permanente de no inserción. Y en esta medida, se transforme no solo un problema local, sino esencialmente político, ya que para la autoridad podría arreciar la incomunicación y la marginación, y convertirse en nuevos espacios negados y evitados por poseer una carga material y simbólica de la degradación en un sentido plenamente peyorativo. Ahora, lo esencial, es cuánto de esto corresponde a una situación histórica de abandono, a una condición de un Estado indolente, o a un sistema económico que no codifica esta condición dentro de sus rentabilidades.
La categoría inmigrante definida por el atractor económico debe ser proscrita: son hombres y mujeres que tienen nombre e historia; emociones y frustraciones. Viven en lugares, trabajan en otros. Tienen hijos que van a la escuela; son colegas, amigos, vecinos. Concebir al migrante sólo como migrante sin concebir la autonomía y originalidad del pervivir en la ciudad implica ceñirse a la estructura de clases de una sociedad mitológica de movilidad ascendente, cuando la ruptura del espejismo ha mostrado la urgente necesidad de desconcentración de la riqueza y del poder.
5-. CONCLUSIONES
No hay duda que existen problemas materiales, simbólicos y legales, que operan de manera asincrónica para generar condiciones de acogida y bienestar para los inmigrantes. Ello está reconfigurando las relaciones entre identidad, movilidad, fronteras y nacionalidad, ya que la debilidad del Estado chileno no puede cumplir con un contrato social y de protección de derechos humanos. Quizá, se trate de un problema que no pueda solucionarse dentro de un régimen neoliberal.
Un ajuste entre la institucionalidad y los tratados internacionales, requiere del fin de la discrecionalidad administrativa sobre factores que carezcan de una fundamentada justificación para el otorgamiento de visas temporales y definitivas, como son la utilidad, reciprocidad internacional, origen, raza, orientación sexual, género, idioma, convicciones políticas, religión, creencias, edad, condición civil. Se debe ofrecer garantías a los derechos humanos y su promoción, fortaleciendo procesos de resiliencia. No puede haber clausuras que lesionen la dignidad y limiten la posibilidad de ser en plenitud y desarrollar un proyecto de vida, aunque el canon dominante busque la igualdad de posibilidades y no la desconcentración de oportunidades, ya que existe una tenue línea de las consideraciones de la decencia y la honradez en el trabajo, a la mirada de soslayo de la desconfianza, y quizá, de la amenaza hacia algunos extranjeros.
El objetivo de esta investigación inicialmente era, analizar las fronteras físicas, discursivas y culturales que delimitaban a Chile frente a las disonancias emergentes en la autopercepción de la sociedad chilena sobre su identidad e imagen y la de los inmigrantes. De acuerdo a esto, la evidencia recolectada muestra que detrás de la utopía liberal del mercado autorregulado, se están disolviendo los fundamentos materiales y sociales de una homogeneidad nacional: la relación entre la comunidad y su territorio, subordinándola a los procesos de desequilibrio regional y global; así como el sentimiento de comunidad política asociada a la territorialización de la vida.
En este sentido, los hallazgos sugieren que se está produciendo una recomposición nacional más culturalmente híbrida, en el que han operado con distinta intensidad los “diques” productores de diferenciales de Mezzadra (2005; 2012), para abrir y cerrar fronteras, controlar y flexibilizar, atraer y expulsar, para producir también un multiculturalismo que semeja a lo que Segato llama sin etnicidad y un racismo sin etnicidad (2012, loc. cit. Brighenti y Gago, 2017:47). Lo que demuestra que asistimos a una transformación o recomposición nacional sin linaje constitutivo definitivo. En el proceso se descomprimen las propias contradicciones sobre la identidad al hacerlas prescindibles por hallarse en construcción, así como la segregación y la exclusión propia de un país que aún no reconoce constitucionalmente a sus pueblos originarios. Lo que deja libre, sin control, tal vez como cuestión no explícita, “operaciones clasificatorias” ya existentes, tanto étnicas como de clase.
El realce permanente de la figura de un país que recibe (“aquí hay oportunidades”), emprendedores (peruanos), perseguidos y desconsolados (venezolanos), condenados por la miseria (haitianos), angustiados por la violencia (colombianos)…De alguna manera descomprime la precarización local, para equilibrar el discurso del malestar ante el régimen neoliberal que desde octubre de 2019 no puede con su propia inercia. Inyecta, a través de una frontera flexible, fuerza de trabajo barata y prescindible en un sistema, primero, agotado en su autoafirmación de solidez ante el crecimiento del PIB; y, segundo, para sostener su economía financiera y de servicios. Lo estructural se vuelve más relevante frente a lo súper-estructural como consciencia de sí.
Se trata de un fenómeno en curso. No fácil de resolver. Aunque el Estado o los gobiernos de turno establezcan ciertos criterios de inserción o integración que puedan dar legitimidad al deseo de arraigo, mucho dependerá del interés que despierte el sistema de oportunidades que se disponibilice y de lo que ocurra en los países fronterizos (y no fronterizos) y su evolución económica y social. Mientras en ellos exista malestar o falta de horizonte vital, o asimetrías irreconciliables e indecentes, los factores de expulsión tenderán a mantenerse. Por lo pronto, hay déficit de protección social que los chilenos reclaman para sí, y que resienten las expectativas de los inmigrantes, pero no de todos. Se confirman en Chile las mismas asimetrías estructurales y diferenciaciones que vivían como nacionales en sus respectivos países, solo que ahora como inmigrantes sus reclamos incorporan variables como el reconocimiento, facilidades para la regulación migratoria, flexibilización para traer a las familias cuando corresponde. La escena en la que estamos, remite a un nuevo país; ni blanco ni binariamente mestizo. Es más bien un crisol o un mosaico pluricultural y plurinacional donde cada uno busca su espacio. ¿Cómo y hacia dónde evolucionará Chile con 8% de innmigrantes recientes? Más allá de sus demandas actuales, declaradas y no declaradas, ¿qué fuerza imprimiran en la economía, la cultura y la política? Si bien es prematuro señalar una respuesta a todas estas interrogantes mediante este estudio, se ha decidido comenzar por su destilado de nueva cultura en barrios, servicios, gastronomía, actividades profesionales e interacciones interculturales cotidianas, y se ha demostrado que un nuevo Chile es un hecho indesmentible. Y, se espera que, sus aportes serán decisorios a la hora de la autodefinición del país en términos políticos.
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