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Pintando la noche oscura: medios de comunicación y construcción de la identidad política antisandinista

Drawing the dark night: mass media and anti sandinist political identity building

Guillermo Fernández Ampié **
Universidad Nacional Autónoma de México, México

Pintando la noche oscura: medios de comunicación y construcción de la identidad política antisandinista

Wirapuru Revista Latinoamericana de Estudios de las Ideas, núm. 3, pp. 48-63, 2021

Ariadna Ediciones

Recepción: 24 Junio 2021

Aprobación: 26 Agosto 2021

Resumen: El artículo tiene dos finalidades. La primera, argumentar en torno al papel de algunos medios de comunicación nicaragüenses en la construcción o fortalecimiento de la identidad política antisandinista en un sector de la población del país. La segunda, proponer una caracterización de esa identidad política contraria al sandinismo. A tal fin, analiza la versión e interpretación que actualmente ofrecen diversos medios periodísticos, en especial el diario La Prensa ‒el más importante del país‒ y su suplemento mensual Magazine, acerca del proceso revolucionario en Nicaragua (1979-1989). El texto ofrece un breve recorrido por las dificultades teóricas presentadas por los conceptos de identidad/identidades, sugiriendo la conveniencia de pensar la identidad política como un tipo específico de identidad colectiva. Seguidamente, presenta un análisis de una selección de materiales periodísticos focalizando la atención en varias preguntas: ¿cómo se recuerdan allí la década revolucionaria? ¿qué imaginarios se construyen al respecto?, ¿cómo contribuyen los relatos a cohesionar y consolidar una identidad política antisandinista? Se argumenta que los diversos encuadres (framing) con que se presentan los eventos son, en este caso, fundamentalmente negativos y que con ellos se abona a la construcción de una percepción adversa al proceso revolucionario sandinista (y del sandinismo en general). Antes de concluir, se presenta una propuesta de caracterización de la identidad política antisandinista.

Palabras clave: revolución sandinista, medios de comunicación, usos del pasado, identidad política, antisandinismo.

Abstract: The purpose of this article is twofold. The first is to argue about the role of some Nicaraguan media in the construction or strengthening of an anti-Sandinista political identity in a sector of the country’s population. The second is to propose a characterisation of this anti-Sandinista political identity. To this end, it analyses the version and interpretation of the revolutionary process in Nicaragua (1979-1989) currently offered by various media outlets, especially the daily La Prensa ‒the country’s most important newspaper‒ and its monthly supplement Magazine. The text offers a brief overview of the theoretical difficulties presented by the concepts of identity/identities, suggesting the convenience of thinking of political identity as a specific type of collective identity. It then presents an analysis of a selection of journalistic materials, focusing on the following questions: how is the revolutionary decade remembered there, what imaginaries are constructed in this respect, and how do the narratives contribute to the cohesion and consolidation of an anti-Sandinista political identity. It is argued that the different framings in which the events are presented are, in this case, fundamentally negative, and that they contribute to the construction of an adverse perception of the Sandinista revolutionary process (and of Sandinismo in general). Before concluding, a proposed characterisation of anti-Sandinista political identity is presented.

Keywords: sandinist revolution, mass media, political identity, anti-sandinism.

Si bien los conceptos de identidad e identidades han sido utilizados ampliamente desde hace medio siglo en las ciencias sociales ‒la sociología, la antropología y otras disciplinas‒, la tarea de encontrar una definición unívoca de los mismos resulta infructuosa. Una de las dificultades viene dada por su continua modificación y redefinición, como ocurre con muchos otros conceptos de uso frecuente en estas ciencias (Moreno, 2015). El reconocido investigador mexicano Gilberto Giménez asegura que ningún texto de ciencias sociales publicado antes de 1968 había incluido en su título los términos identidad o identidades, aunque no aclara si se refiere únicamente a los que se editaron en español. A partir de ese año, y sobre todo durante la década de los setenta, ambos conceptos cobraron vigencia y difusión, volviéndose familiares. Similar idea sostiene el español Juan José Villalón, cuando afirma que en los años setenta y ochenta, autores como Anthony Giddens, Thomas Luckmann, Pierre Bourdieu, Anthony Cohen, entre otros, introdujeron y contribuyeron a la difusión del concepto de identidad en las ciencias sociales, particularmente en la sociología (Villalón, 2006: 23). En esa profusión de trabajos que recurrieron al concepto de identidad ‒o de identidades colectivas, quizás uno de los términos más utilizado como una categoría analítica‒, pueden encontrarse definiciones contrapuestas o abiertamente contradictorias (Barbé, 1984: 69).

En general, las divergencias tienen que ver con la disciplina de que se trate. Así, mientras sociólogos o sicólogos sociales pueden referirse a identidades profesionales o religiosas, desde la antropología suelen estudiarse identidades étnicas o culturales. En otros campos pueden encontrarse trabajos referidos a identidades nacionales. No obstante, con independencia de a qué tipo de identidad o identidades se haga referencia, un denominador común es el acento colocado en el hecho de que las identidades se construyen en relación a, o respecto de, o en contraposición a, otros individuos o grupos. También se coincide en que, si es compartida por muchos individuos, se trata de una identidad colectiva. En este último caso se hace referencia a las representaciones colectivas sobre los principios y valores que caracterizan al grupo en cuestión (Barbé, 1984: 70-76). Esto último es de mucha pertinencia para este trabajo; como se verá más adelante, al referirnos a la identidad política antisandinista, estaremos definiendo precisamente una identidad colectiva particular.

Además, los especialistas coinciden en cuanto al papel que juega la ideología en la conformación de las identidades, sea que entendamos este otro concepto desde una perspectiva marxista (como falsa conciencia), sea que asumamos concepciones más recientes, para entenderlo como un sistema de creencias o representaciones sociales compartidas (Van Dijk, 2006: 21). El aspecto ideológico de las identidades también lo destaca Zygmunt Bauman al indicar que los diferentes grupos de la sociedad se distinguen o diferencian por la particularidad de su “perspectiva cognitiva”, por lo general parcial y determinada por factores como la posición de clase o las prácticas profesionales o sociales. De tal forma que, al reflexionar acerca de la realidad, a la que acceden por la experiencia, “los grupos tienden a producir, desde sus propias perspectivas cognitivas, sus propias distorsiones particulares de la verdad objetiva” (Bauman, 1999: 126). En otras palabras, la percepción de la realidad que predomina en los distintos grupos sociales generalmente resulta fragmentaria.

A finales de los años noventa el estudio de las identidades se convirtió nuevamente en un tema recurrente y destacado en las investigaciones sociales, según se argumenta en el texto de Richard Jenkins titulado precisamente Social Identity. Este sociólogo británico afirma que la identidad fue unos de los temas unificadores de las ciencias sociales en los noventa; en esos años no se veían indicios de que ese hecho fuera a cambiar pronto (Jenkins, 2004: 8).

Volviendo a Giménez, el estudioso mexicano también destaca que fenómenos como los neolocalismos, las migraciones (que han trasplantado “el mundo subdesarrollado en el corazón de las naciones desarrolladas”), la emergencia de nuevos movimientos sociales, o las nuevas demandas de algunos ya existentes, contribuyeron a que el concepto (en singular y en plural) conservase su vigencia como una importante herramienta para analizar teórica y empíricamente dichos fenómenos (Giménez, 1997: 10). La posmodernidad reforzó y hasta renovó el concepto a partir de nuevas formulaciones o particularidades, como las identidades de género, en tanto que la globalización puso en cuestión el concepto de identidades nacionales y de los/las migrantes.

Aunque los estudios en torno a la identidad, las identidades sociales, colectivas, culturales y demás, han generado un conjunto bibliográfico eventualmente inabarcable, en los párrafos anteriores se ha querido dejar asentadas las coordenadas dentro de las que se intentará brindar una aproximación al concepto de “identidad política”, concebida como un tipo específico de identidad colectiva.

La identidad política

Uno de los primeros estudios que podría considerarse referido a las identidades políticas se llevó a cabo en Estados Unidos a finales de los años sesenta del siglo XX. No obstante, no utilizó el concepto y se concentró fundamentalmente en determinar las afinidades o inclinaciones políticas de los jóvenes estadounidenses contrastándolas con las de sus padres. Otros estudios similares se realizaron a principios de los setenta y a inicios de los ochenta. En sus conclusiones se afirma que las familias proporcionan a los hijos/as una estructura social y una identidad que influye o afecta la orientación política que posteriormente estos asumen, y que esa influencia sigue siendo importante tras el abandono del hogar (Beck y Jennings: 1991). De estos trabajos puede inferirse que, muchas veces, aunque no necesariamente, la identidad política es parte de una herencia familiar.

En una propuesta que no consideramos contraria a la anterior, el investigador mexicano Roberto Gutiérrez asegura que para el sicoanálisis la identidad política se adquiere por medio de un proceso en el que se asumen los atributos, aspectos, o propiedades de otro(s), transformándose total o parcialmente en relación a ese modelo. De ahí que una persona se identifique con “determinadas imágenes”, haciendo suyas actitudes y comportamientos consecuentes con éstas. Esta identidad política, siempre de acuerdo con Gutiérrez, ofrece respuestas a preguntas básicas “que se plantea todo sujeto acerca de su origen, del por qué y para qué de su existencia, de las semejanzas y diferencias con otros, de los fines a conseguir y los medios para lograrlo” (Gutiérrez, 2001: 15-17).

Por su parte, el especialista argentino Gerardo Aboy Carlés afirma que la noción de identidad política estuvo por mucho tiempo relegada y que a finales de los años setenta y ochenta del siglo XX fue retomada para estudiar el surgimiento de agrupaciones neofascistas en Europa, como el partido Frente Nacional, de Jean-Marie Le Pen, en Francia, y otros grupos extremistas calificados como terroristas. Este uso y la propia definición del concepto habría cambiado a partir de los noventa, tras la publicación de The Making of Political Identities (que aún no se traduce al castellano). A partir de entonces, la identidad política pasó a ser una herramienta para el estudio de “las identidades políticas en general” y no solo de los grupos ubicados en los extremos del arco político (En Padilla y Ruiz del Ferrier, 2015: 183-192).

Haciendo uso de esa apertura del concepto, Alejandro Groppo analizó las identidades políticas surgidas en relación al peronismo, en Argentina, y al varguismo, en Brasil, y destacó la importancia que tuvieron en su construcción la recepción de los discursos, las representaciones simbólicas y las percepciones de los liderazgos políticos de Juan Domingo Perón y Getulio Vargas, respectivamente. Citando a Laclau y Žižek, Groppo argumenta que existe una conexión entre discurso e identidad, la cual se establece cuando el sujeto “se identifica con los significantes que componen un discurso y a través de esa identificación construye una identidad para sí mismo, al mismo tiempo que resignifica la realidad” (Groppo: 2009). De esta manera, Groppo sugiere que para comprender una identidad política es fundamental el análisis de los discursos políticos, pues estos constituyen un elemento fundamental de la construcción social de la realidad que se sustenta o contribuye a la transformación de una identidad política. Interesa destacar esto último porque aquí Groppo está refiriéndose implícitamente a la ideología, aspecto muy importante, también a juicio de Gutiérrez, en la construcción de una identidad política. El estudioso mexicano sostiene:

A través del discurso, que es uno de sus recursos fundamentales, la ideología produce imágenes de lo deseable, señala los obstáculos que hay que superar y los adversarios que hay que vencer para conseguir las metas planteadas: procura ofrecer seguridades y garantías de los que comparten un ideal específico; apelando a la afectividad y a las pasiones, cohesiona voluntades y afirma, legitimándolas, determinadas jerarquías y liderazgos, descalifica lo ajeno y enaltece lo que considera como propio. (Gutiérrez, 2001: 41-42)

Podemos entonces afirmar que una identidad política es una cuestión adquirida y que, en su adquisición, el grupo familiar juega un papel relevante, aunque también puede adquirirse en procesos ajenos a la familia, cuando el individuo se identifica, asume y lleva a la práctica valores de determinada figura o institución que toma como un modelo. Esta identidad política, con independencia de cómo se adquiera, se conforma a partir de matrices culturales o marcos ideológicos que se construyen a partir de discursos, ideas o creencias, y símbolos, los cuales también forman parte de una determinada cultura política (Gutiérrez, 2001: 56).

En este apretado recorrido, en el que observamos que los autores citados no definen qué es la identidad política, sino que explican cómo se forma o construye y cómo puede estudiarse, quedan establecidos los vínculos entre esa noción y las de discurso, ideología, percepción de la realidad e imaginarios (tanto del presente como del pasado) que dan sentido y coherencia a una identidad y a una cultura política. Entre los discursos y la ideología debe incluirse la información proporcionada por los medios de comunicación, acerca la actualidad como referida a acontecimientos históricos. Se trata de otro elemento importante para la construcción de la percepción de la realidad circundante o del pasado que construyen los individuos y los grupos políticos.

Los medios de comunicación y su uso del pasado

Sumándose a los planteamientos de reconocidos especialistas, como Noam Chomsky y Edward Herman ‒que en un minucioso análisis de los principales medios de comunicación estadounidense demostraron cómo éstos contribuyen a construir entre el público un consenso favorable a las políticas del gobierno de Estados Unidos en la arena internacional‒, María Luisa Humanes también ha documentado la influencia decisiva que ejerce la prensa en la forma en que percibimos y comprendemos el mundo que nos circunda. “Los medios son creadores de realidad social”, asegura la investigadora. No obstante, el aspecto novedoso que Humanes agrega a lo expuesto por Chomsky y Herman en su famoso libro es que ella principalmente analiza la utilización del pasado que hacen los medios de comunicación para explicar los sucesos actuales, o simplemente para recordar acontecimientos del pasado que tienen una destacada relevancia para el grupo, en este caso la sociedad española. De esta manera ‒afirma‒, periodistas y medios de comunicación “actúan sobre la memoria colectiva reconstruyendo la historia a través del discurso noticioso”, lo que ha convertido a estos en “contadores de la historia del siglo XX”, quizás en los más importantes (Humanes, 2003: 40).

Esta incidencia periodística también ha dejado su huella en la forma en que son recordados, e incluso nombrados, algunos acontecimientos ocurridos el siglo pasado. Un ejemplo “centroamericano” que vendría a respaldar esta aseveración es el reportaje de Riszard Kapuścińsky acerca del conflicto bélico honduro-salvadoreño ocurrido en 1969. Sin ahondar en el trasfondo o las causas profundas que llevaron al enfrentamiento entre los ejércitos de ambos países, Kapuścińsky tituló su reportaje como “La guerra del fútbol”, atribuyéndolo a las tensiones generadas en ambos países por la clasificación al campeonato mundial de 1972. Esa nominación ha sido retomada en diversos textos de historia, aun cuando en ellos se exploren las motivaciones económico- sociales que desencadenaron el conflicto; los medios de comunicación también han rememorado el acontecimiento histórico denominándolo de la misma manera en que lo había hecho el reconocido periodista polaco.

Recurriendo a un concepto acuñado por John Thompson, Humanes denomina “historicidad mediática” a este uso periodístico del pasado, decisivo también en la construcción de “la percepción el que tenemos del pasado y de cómo éste afecta nuestro presente”. En su estudio referido a la cobertura del veinticinco aniversario del fallecimiento del dictador Francisco Franco y del ascenso al trono de Juan Carlos I por parte de los más importantes medios de comunicación españoles, Humanes también explica las finalidades por las que el periodismo presenta o hace referencias a acontecimientos del pasado. Algunas de estas son: exponer analogías (entre acontecimientos del presente y del pasado); explicar brevemente un hecho; ofrecer algunas lecciones que pueden extraerse o concluirse. Argumenta que existen distintas estrategias o maneras de abordar el pasado, como la conmemoración de personajes o acontecimientos únicos, de gran significado para el grupo, ya sea que éstos provoquen controversias o susciten consenso.

Estas rememoraciones también contribuyen a alimentar y preservar la memoria colectiva sobre ese pasado que ha afectado al grupo; es indispensable que las referencias sean constantes, para que los hechos y personajes en cuestión no sean olvidados. Al circunscribirnos al caso nicaragüense, puede afirmarse que los abordajes y referencias publicadas en el diario La Prensa y su suplemento mensual Magazine, como en el ahora extinto El Nuevo Diario, que veremos más adelante, parecen empeñados en mantener vivo el recuerdo de lo que esos medios consideran fueron los “males” o los “pecados” cometidos por los sandinistas en la década revolucionaria. También, en contribuir a la creación y consolidación de una percepción negativa del proceso sandinista de hace cuarenta años.

El aspecto problemático de esta “reconstrucción periodística” del pasado, afirma Humanes, es que se cobija con el mismo manto de “objetivad” que cubre también, según se supone, la información y los enfoques que hacen los periodistas acerca de los acontecimientos actuales. En este último aspecto es importante recordar también la insistencia de los propios medios de comunicación en presentarse a sí mismos como imparciales, éticos y profesionales, entendiendo estas palabras como si necesariamente implican rectitud o veracidad, cuando también se puede ser un propagandista o un timador realmente profesional. Un lector avezado o vinculado al mundo académico seguramente está consciente que tanto en la escritura e interpretación del pasado como en cualquier nota periodística se filtra la subjetividad de su autor, de la misma manera que también es imposible la “neutralidad ideológica” en las ciencias sociales o en el conocimiento histórico y que pretenderlo no se sustenta en ninguna base o razón sólida (Sánchez Vázquez, 1983: 139). No obstante, el público en general, lo mismo que un escolar de primaria cree que su maestro le enseña la verdadera historia de su país, puede considerar que los periodistas y medios de comunicación son objetivos al informar.

En cuanto a la presentación propiamente dicha de estos relatos periodísticos acerca del pasado, Humanes utiliza el concepto de framing, acuñado por el comunicólogo Robert Entman. A veces traducido al español como encuadre, marco o enfoque, la noción se refiere a la forma en que el comunicador “envasa” la información para el consumo del público. Un encuadre podría ser la selección de uno o varios aspectos “de la realidad percibida”, a los que se otorga determinada relevancia. Es decir, seleccionar el aspecto particular de un fenómeno o suceso histórico destacando su importancia, a veces sobredimensionada, en detrimento de otros hechos. Otro, ofrecer una interpretación de las causas de dicho acontecimiento; otro más, construir o promover un juicio moral en relación con el acontecimiento. Aunque otros autores, como Shanto Iyengar y Donald Kinder (citados por Humanes), han estudiado cómo los programas noticiosos televisivos influyen y hasta determinan la opinión de la ciudadanía en Estados Unidos, prefieren simplificar el encuadre a dos tipos clásicos: el que se orienta a explicar el porqué de un hecho o situación, recurriendo a un evento específico; y el temático, que procura brindar el contexto general en el que ocurrió determinado acontecimiento. Otra concepción del framing propone otras variantes: la referencia a los conflictos; la alusión a las consecuencias económicas que generó o puede generar un acontecimiento; el énfasis en sus aspectos emocionales y dramáticos; la atribución de responsabilidades (Humanes, 2003: 42).

A partir de estos conceptos abordaremos a continuación algunos ejemplos de la forma en que publicaciones las periodísticas mencionadas con anterioridad ‒Magazine, suplemento mensual del diario La Prensa, y El Nuevo Diario‒ han conmemorado el triunfo de los guerrilleros sandinistas en julio de 1979 y el proceso revolucionario que concluyó en febrero de 1990. Un aspecto no abordado por Humanes pero que reviste mucha importancia para el caso estudiado en este trabajo son las representaciones cómicas ‒caricaturas, cartones o monos‒, publicados en los medios de comunicación: desde el humor dichos medios también realizan una constante rememoración de la década revolucionaria como parte de su estrategia de oposición y rechazo al sandinismo actual.

La recordación de la revolución sandinista en La Prensa, Magazine y El Nuevo Diario

Para el presente ensayo se han revisado los números de Magazine, suplemento mensual del La Prensa,1 publicados en los últimos siete años, algunas entrevistas acerca de la revolución publicadas en El Nuevo Diario2 (en 2009 y 2019, y una pequeña selección de las caricaturas de las que cotidianamente aparecen en Confidencial, medio digital considerado de gran prestigio internacional, dirigido por Carlos Fernando Chamorro, ex director Barricada, el diario oficial del Frente Sandinista en los años ochenta, que en la actualidad mantiene una férrea línea de crítica y oposición al gobierno actual del FSLN. La revisión de este material, que consideramos ciertamente incompleta debido a que las condiciones impuestas por la pandemia Sars-Cov2 impidieron una investigación hemerográfica más exhaustiva, permite comprobar la hipótesis con la que inició este trabajo: en los principales medios de comunicación de Nicaragua predomina una valoración negativa, más que crítica, cuando se rememora la revolución sandinista, y que esta perspectiva contribuye a cohesionar y consolidar una identidad política antisandinista. Veamos algunos ejemplos:

En 2009, año en el que se conmemoraron treinta años del triunfo revolucionario, El Nuevo Diario publicó una entrevista con Cid Largaespada, hijo del Teniente-Coronel Fulgencio Largaespada. A ese militar le correspondió ordenar el cese del fuego a los efectivos de la Guardia Nacional que, a pesar de la huida del dictador Somoza en la madrugada del 17 de julio de 1979, aún resistían el embate de los guerrilleros sandinistas. Largaespada junior se convirtió en una de las caras más conocidas de ese sector autodenominado democrático que asumió el gobierno de Nicaragua tras la derrota electoral del Frente Sandinista en 1990, al trabajar como presentador de noticias en un canal de televisión privatizado por el gobierno de Violeta de Chamorro. Las respuestas que ofreció al entrevistador de El Nuevo Diario resultan originales porque parten de los puntos de vista y experiencias de los derrotados ‒oficiales del ejército somocista y funcionarios de la dictadura‒, hasta entonces pocas veces abordados. En este sentido su relato también resulta testimonial. Titulada “Guardia Nacional, ríndanse que la guerra terminó”,3 la entrevista revela las sensaciones e impresiones de muchos oficiales y soldados de Somoza, quienes posteriormente se habrían sentido “traicionados por el FSLN, porque tras rendirse fueron encarcelados”. También comenta la desagradable experiencia vivida por su padre, y por él mismo, cuando tuvieron que enfrentar los reclamos de soldados y oficiales somocistas que se sentían igualmente traicionados por el general que ordenó el cese de los combates y rendirse ante los guerrilleros sandinistas.

La entrevista es un buen ejemplo de rememoración que no ofrece el contexto ni mayor explicación acerca de los hechos narrados. “Algo falló”, argumenta el entrevistado, sugiriendo que el FSLN no habría cumplido algún acuerdo establecido durante la rendición de los guardias somocistas, pero no ahonda en detalles, y el entrevistador tampoco intenta profundizar en la información que insinúa o proporciona el entrevistado. “Los sandinistas comenzaron a echar presos a los militares”, asegura sin siquiera proponer una hipótesis acerca de lo que habría “fallado”. Además, ignora la obligación y compromiso que tenían las nuevas autoridades de investigar los múltiples crímenes cometidos por el aparato represor del régimen derrocado y el hecho de que no hubo fusilamientos como los ocurridos en otras experiencias latinoamericanas de cambio radical de gobierno. Tampoco se hace mención al incumplimiento, por parte del sucesor de Somoza en la presidencia del país, del acuerdo alcanzado entre representantes del sandinismo y funcionarios estadounidenses para traspasar a la junta de gobierno de reconstrucción nacional el control oficial del país (Barberena, 2009).

Otra nota publicada por este periódico en esta misma fecha tiene que ver con las declaraciones de las integrantes de la organización de feministas Movimiento Autónomo de Mujeres. Las entrevistadas evocan la lucha de las mujeres contra el machismo que imperaba “en el Estado-Partido del Frente Sandinista” de los años ochenta, a la vez que critican al actual gobierno de Daniel Ortega, quien nuevamente alcanzó la presidencia nicaragüense en 2007 y resultó reelecto en 2011 y 2017. En este caso se articulan las luchas y demandas actuales de los grupos de feministas con los recuerdos críticos y las demandas realizadas por estas mismas activistas al gobierno revolucionario de hace cuatro décadas (Lara, 2009).

Es importante reconocer que entre las notas periodísticas conmemorativas de la revolución El Nuevo Diario publicó además una entrevista con Aldo Díaz Lacayo, veterano luchador antisomocista y en la actualidad reconocido historiador con estrechos vínculos con la dirección del FSLN. Díaz Lacayo considera al actual gobierno del presidente Daniel Ortega una continuidad del proceso sandinista vivido hace más de treinta años, coincidiendo con la interpretación oficial del sandinismo (Collado, 2019). Ese mismo año, el periódico también publicó un reportaje acerca de la vida y las hazañas de Francisco Rivera, uno de los guerrilleros más audaces del FSLN, que en tres ocasiones dirigió la toma de la ciudad de Estelí, al norte de Nicaragua. En el reportaje-homenaje se destaca que “El Zorro”, como era conocido este revolucionario, “no conocía límites cuando se trataba de servir a los demás”, y que murió pobre a pesar de haber sido diputado y devengar un alto salario que “repartía entre quienes lo necesitaban” (Córdoba, 2009).

Al cumplirse cuarenta años del derrocamiento del dictador Anastasio Somoza, El Nuevo Diario también publicó una entrevista con Edgar Fonseca Monge, entonces corresponsal del diario costarricense La Nación, que en 1979 cubrió como reportero los combates protagonizados por guerrilleros sandinistas y militares somocistas en el límite fronterizo nicaragüense-costarricense. En el diálogo, Fonseca Monge evoca su arribo a Managua el propio 19 de julio, cuando el régimen somocista ya se había derrumbado. También relata el atentado que sufrió Edén Pastora, comandante guerrillero del sandinismo que en 1984 encabezó una fuerza contrarrevolucionaria que combatía a sus antiguos camaradas sandinistas, del cual resultó sobreviviente (lo mismo que Pastora), pero que costó la vida a seis personas, incluyendo dos periodistas (Inestroza, 2019). Este hecho es conocido como “el atentado de La Penca”. Para el comunicador costarricense, la revolución sandinista “se convirtió en la mayor decepción para las expectativas que había creado”. Su desencanto se debe a que el sandinismo no estableció una institucionalidad como la imperante en Costa Rica, lo que habría generado “el ambiente autoritario” que en su opinión predominó esos años en Nicaragua y provocó la nueva guerra que se desató poco después de 1979. Como en la entrevista con Largaespada, en esta tampoco se ofrece el contexto de los fenómenos mencionados, incluyendo la guerra ‒financiada por Estados Unidos‒, que destruyó al país en esos años.

Otra entrevista publicada en esta misma fecha por este diario fue la realizada al académico Carlos Castro Jo, ex militante del FSLN, con el título “Algo negativo de los 80 fue que se violaron los derechos humanos”. En ella Castro Jo asegura que a pesar de las obras positivas que realizó el gobierno revolucionario, como la alfabetización y los proyectos de salud, fracasó por “la corrupción y la falta de libertad y democracia”. Según su análisis, la mayoría de los integrantes Dirección Nacional del FSLN quiso imponer en el país “el modelo cubano, un sistema marxista-leninista, el modelo que Stalin instaló en la Unión Soviética”, haciendo suyas las acusaciones que la administración de Ronald Reagan y por los sectores de la derecha nicaragüense endilgaban a los sandinistas. De esta manera, al ignorar la originalidad del proceso sandinista y sus considerables diferencias con el modelo soviético y cubano, la publicación contribuye a ese imaginario que representa a la revolución como un proyecto totalitario. Un aspecto que llama la atención en las reflexiones de este académico es la visión positiva que conserva de Carlos Fonseca, de quien afirma que “no era dogmático” y que “murió tratando de democratizar al FSLN” (Carcache, 2019), opinión que puede validarse con el testimonio o memorias que ofreció el poeta y sacerdote Ernesto Cardenal acerca del principal fundador del FSLN (Cardenal, 2002: 255-260).

Su análisis puede ser comprendido dentro de ese framing que establece un vínculo entre el presente y el pasado, en el que se trata de explicar el pasado a partir de una situación actual, a la vez que se interpreta el pasado sandinista de los años ochenta como el lógico antecedente de los hechos políticos presentes o actuales en el momento en que el académico fue entrevistado. Cabe mencionar que éste parece ser precisamente el interés de la publicación, porque las preguntas que hace el entrevistador se refieren tanto a la revolución sandinista, ocurrida hace cuarenta años, como al conflicto político-social que estremeció a los nicaragüenses en 2018.

En relación al diario La Prensa, es importante enfatizar que, desde que los sandinistas llegaron por primera vez al gobierno de Nicaragua, en julio de 1979, y a lo largo de los diez años que impulsaron su revolución, este medio adoptó una línea editorial e informativa de oposición y muy rápidamente se convirtió en uno de los principales apoyos, dentro de Nicaragua, de la política antisandinista del gobierno estadounidense. En este sentido, las publicaciones periodísticas conmemorativas del pasado como su actual línea opositora al FSLN dan continuidad a esa trayectoria de oposición frontal. En consecuencia, su rememoración del pasado revolucionario es coherente con ese posicionamiento político. Destacan los numerosos reportajes publicados en Magazine, el suplemento del diario, que se edita mensualmente desde enero de 2004.

En su página en internet, Magazine se presenta como “una revista que cuenta historias a través de reportajes, perfiles y entrevistas sobre personajes pasados y de actualidad”. Añade que es “elaborada con rigor y destinada a satisfacer el interés del lector exigente que busca entretenimiento, información y modos de vida”. Y efectivamente, no puede negarse que sus reportajes son entretenidos y cautivan el interés del lector, especialmente de aquellos interesados en los acontecimientos históricos del país.

Para este ensayo se consultaron cien números de Magazine publicados desde 2013 hasta el presente. Los temas que ha abordado son muy variados, pero entre los que interesan para analizar “la reconstrucción y el uso periodístico del pasado” pueden citarse: “Los nueve ayer y hoy” (mayo, 2013), que da cuenta de lo ocurrido hasta en la actualidad con los comandantes de la dirección nacional del FSLN, que en los años ochenta constituían la principal autoridad de Nicaragua y la revolución; “Somoza: Fortuna y Poder” (julio, 2013), referido al dictador derrocado en 1979; Pastora y la CIA (octubre, 2013) acerca del legendario comandante sandinista que en 1978 dirigió el asalto al Palacio Nacional de Nicaragua; “El otro Somoza” (agosto, 2014) dedicado al segundo gobernante de la dinastía somocista; “La Amante de Sandino” (diciembre, 2014) que relata la participación de la salvadoreña Teresa Villatoro en la guerra antiimperialista que dirigió Sandino, destacando la relación personal entre ambos personajes; “Trampa al avión contra” (julio, 2017), que ofrece detalles sobre el derribo en 1986 de una aeronave de la Central de Inteligencia de Estados Unidos piloteada por militares estadounidenses que sobrevolaban territorio nicaragüense para aprovisionar con armamentos y vituallas a las fuerzas “contras” que combatían al gobierno revolucionario; “El primer contra” (abril, 2018); y “La Contra” (noviembre, 2019), en los que se relata una versión sobre el origen del movimiento armado que posteriormente se conoció como “la contrarrevolución”, “los contras” o “la Resistencia Nacional”, y que intentó infructuosamente derrocar con las armas al gobierno del FSLN; “La ejecución de Cornelio” (marzo, 2019), acerca de la muerte de quien fuera presidente del congreso somocista, hecho acaecido durante la insurrección final que derrocó al régimen de Somoza.

La revista ha publicado además reportajes sobre las primeras acciones guerrilleras del FSLN, incluyendo asaltos bancarios, el intento de secuestro de un avión comercial o la ejecución de un reconocido torturador al servicio del régimen somocista, presentadas con un enfoque o framing que equipara estas acciones con delitos comunes. Incluso los títulos apuntan hacia esto, tal es el caso del reportaje “Un asaltabancos llamado Daniel Ortega” (Medina, 2020). La intención resulta obvia: hacer aparecer al actual gobernante nicaragüense como un delincuente común o como un individuo con antecedentes delictivos.

De entre todos los reportajes mencionados comentaremos con más detenimiento a aquellos que se refieren a la guerra contrarrevolucionaria y a las propias fuerzas de la “Contra”. Hacemos esta selección en parte debido a razones de espacio, pero principalmente por la importancia que tuvo este acontecimiento, dado el trauma que significó para la población nicaragüense, y por las controversias que aún genera. Consideramos que en ellos es donde más claramente se muestra de forma clara el framing adverso o negativo hacia el sandinismo. Veamos:

“Dimas, el padre de la Contra”, por una parte, ofrece un semblante biográfico de un jefe contrarrevolucionario y, por otra, narra uno de los primeros ataques que las fuerzas antisandinistas realizaron contra un poblado en el norte nicaragüense, ocurrido en julio de 1980, apenas un año después que el FSLN derrocó a Somoza. Dimas, el jefe “contra” en cuestión, en los meses previos al derrocamiento de Somoza había participado en una columna de guerrilleros sandinistas. En el reportaje se argumenta que los “historiadores sandinistas” han ocultado esta procedencia y actuación del personaje, a quien otros ex miembros de “la contra” considerarían como uno de los primeros en alzarse para combatir al gobierno revolucionario (Cruz, abril 2018).

La descripción que ofrece Magazine contrasta con la imagen altamente negativa de los contrarrevolucionarios que ha predominado entre los nicaragüenses, Lo describe como un hombre “humilde, educado y tranquilo”, “un líder”, “una persona de gran carisma”, “con una forma muy bonita de tratarlo a uno”. En el reportaje se retoma alguna información brindada en el texto The Real Contra War, escrito por Timothy Brown, un ex asesor estadounidense de los contrarrevolucionarios, autor que también justifica la política de su gobierno destinada a destruir a la revolución sandinista. El reportaje relata también la muerte de “Dimas” ocurrida durante emboscada que le habrían tendido miembros del ejército sandinista, a la que fue conducido por uno sus compinches, quien se habría aliado al sandinismo. El reportaje procura fortalecer la versión de que este antisandinista se levantó en armas contra el gobierno revolucionario porque quería que en Nicaragua se instalara “un sistema democrático como el que existía en Costa Rica”. La versión coincide así con lo que expresó el periodista costarricense Fonseca Monge, entrevistado por El Nuevo Diario y mencionado líneas atrás.

Siguiendo con el reportaje, el descontento de “Dimas” habría empezado tras la muerte del comandante sandinista “el Danto” (Germán Pomares), del que asegura, citando a Brown, “que se oponía a los planes marxistas de los demás dirigentes sandinistas”. La versión coincide plenamente con la forma en que los contrarrevolucionarios eran descritos en los años ochenta por el gobierno de Ronald Reagan, como combatientes que luchaban por la democracia. Al presentar a “Dimas” como una especia de continuador de la lucha de “El Danto”, el escrito da credibilidad y refuerza la idea presente en el discurso de la oposición, desde los años ochenta, de que los máximos dirigentes del FSLN desviaron la revolución de “su rumbo original”, producto de su ideología y su dogmatismo marxista. El mensaje subliminal que transmite el reportaje es que el comandante contra “Dimas” habría luchado y muerto por la verdadera revolución. En contraste con esta interpretación, la investigadora estadounidense Lynn Horton, quien estudió detenidamente el origen de la “Contra”, relata una historia bastante diferente y mucho más detallada sobre las razones de “Dimas” para alzarse en armas contra el sandinismo (Horton, 1998: 96-116). Otro elemento que destaca en el relato de Magazine es que el mismo apela a las emociones al potenciar los aspectos humanos del personaje “contra” y de su trágica muerte. Este elemento se refuerza con la inclusión de una fotografía de infancia del joven escolta del ex jefe “contra”, muerto también junto a “Dimas” y otra imagen del cadáver de este último.

El reportaje titulado “El sandinismo nos robó la infancia. Los niños de la contra”, escrito por Amalia del Cid y publicado en diciembre de 2019, también está construido con un framing que apela a la emotividad de los lectores.4 Su título está tomado de una afirmación atribuida a uno de los entrevistados que responsabiliza al FSLN de los sufrimientos que experimentó durante la guerra. El relato, que tampoco ofrece un contexto más amplio de dicho fenómeno, da cuenta de un niño de once años que “en la vela de un tío paterno muerto a manos de un vecino sandinista se le metió en la cabeza unirse a la guerra contra el gobierno” sandinista. Ese cometido lo cumplió al llegar a los trece años de edad, cuando atendió el llamado de su padre, quien ya pertenecía a las fuerzas contrarrevolucionarias. Apoyada en declaraciones de otro ex jefe “contra”, en el reportaje también se informa de la presencia en esas fuerzas de gran cantidad de niños de doce, trece y catorce años, quienes combatían “con el consentimiento de sus padres”. Esta última declaración pareciera eximir a la organización contrarrevolucionaria de la utilización de menores de edad en el conflicto bélico o como carne de cañón.

En el reportaje también se cita el testimonio de otro ex “contra”, quien afirma que siendo aún niño decidió tomar las armas porque en la escuela “daba clases un profesor cubano que solo hablaba de política y comunismo”. Otro hecho que argumenta para justificar el alzamiento remite a “las confiscaciones [que] estaban a la orden del día”, y que por eso mismo “había que tomar un bando”. Contrario a la información publicada en los años ochenta, referida a secuestros de jóvenes que realizaban “los contras para engrosar sus filas” ‒de las que puede escucharse un testimonio en el documental El Inmortal (2005), de Mercedes Moncada Rodríguez‒, en la publicación se asegura que el ingreso a las fuerzas contrarrevolucionarias no era forzado, y que “cientos de niños terminaron de voluntarios en el conflicto armado” porque huían de la represión sandinista. Obviando las múltiples torturas, violaciones a los derechos humanos, secuestros y desapariciones atribuidas en distintas denuncias a las fuerzas contrarrevolucionarias, el reportaje cita a un excombatiente que afirma que ellos respetaban los derechos humanos.

Como en los demás reportajes, en este tampoco se ofrece ningún contexto, únicamente las declaraciones de las personas entrevistadas. No se contrasta la información brindada, ni se buscan otras fuentes; tampoco se cuestionan aspectos fundamentales o contradictorios en los relatos de muchos ex “contras”, como los de quienes aseguran que se integraron a las filas contrarrevolucionarias para evitar el Servicio Militar Patriótico (obligatorio).

En cuanto al abordaje que desde las caricaturas también refuerzan la identidad antisandinista, merece destacarse, sólo como un ejemplo de los múltiples existentes, una publicada en el medio digital Confidencial. Su autor es Pedro Molina, quien “juega” con la frase utilizada por el jerarca católico Juan Pablo II durante su segunda visita a Nicaragua en febrero de 1996, quien al arribar al país recordó la misa que celebró en 1983, cuando se negó a ofrecer una oración por los jóvenes sandinistas que días antes habían muerto en enfrentamientos con las fuerzas contrarrevolucionarias. “En 1983 celebramos en Nicaragua el santo sacrificio de la misa en una noche oscura. Hoy brilla el sol resplandeciente en Nicaragua (…) se hacía ruido. Una grande noche oscura”, expresó entonces el pontífice. Desde entonces la frase ha sido utilizada por los adversarios del sandinismo para describir los diez años de revolución. Es la idea que está presente en la siguiente caricatura:


En ella se establece una relación de continuidad entre la descripción que Juan Pablo II hizo del proceso sandinista y las trágicas muertes ocurridas en el contexto de las protestas antigubernamentales que se desarrollaron en el 2018. Es la utilización del tipo de framing o encuadre que recurre al pasado con la pretensión de explicar o contextualizar el presente.

La identidad política antisandinista

Aunque Aboy Carlés (en Padilla y Ruiz del Ferrier, 2015: 184) propone asumir las identidades políticas más bien como manchas superpuestas, “en las que no hay un límite tan claro”, y no como formaciones rígidas enfrentadas, lo primero que habría que afirmar al tratar de definir la identidad política antisandinista, es que uno de sus elementos distintivos es su característica de excluyente y absolutamente antagonista en relación con el sandinismo. También podría argumentarse que la identidad sandinista es igualmente antagonista frente al antisandinismo más radical, tema que correspondería a otra investigación.

¿Cómo definir la identidad política antisandinista? ¿cuáles son los rasgos que la caracterizan? Una de las primeras dificultades para definir esta identidad es que no puede hacerse de la misma manera por la cual algunos intelectuales, como Donald Hodges, buscaron definir al sandinismo.5 Esto, debido al amplio arco político ideológico de las personas que se dicen o se consideran antisandinistas. En este sentido, el antisandinismo viene a ser algo así como una “mega identidad política”, en cuyo se cobijan muchas otras. Antisandinista puede ser desde un individuo que se diga izquierdista o comunista (como ocurrió con los militantes del ahora prácticamente desaparecido Partido Comunista de Nicaragua) hasta los más reconocidos obispos de la jerarquía católica, pasando por toda la gama de líderes y simpatizantes de los partidos políticos de centro derecha, derecha y extrema derecha (liberales tradicionales, conservadores, socialdemócratas, demócratas cristianos y otros), lo mismo que empresarios (grandes y pequeños) o fieles de cultos evangélicos. Considerando lo anterior, pensamos que puede ser pertinente y productivo enumerar algunos denominadores comunes que se atribuyen a sí mismos quienes se asumen como antisandinistas. Entre esas características auto atribuidas figuran las siguientes:

  1. 1. Democráticos: han luchado y luchan por la democracia (sin que necesariamente expliquen cuál es su concepto de democracia), contrarios al autoritarismo y el totalitarismo que para ellos representa el FSLN.
  2. 2. Defensores de la fe, de Dios, la religión (católica o evangélica) y de tradiciones familiares nicaragüenses, frente al comunismo, el ateísmo y la disolución familiar que en su opinión promueve el FSLN.
  3. 3. Amantes del progreso, el desarrollo y el bienestar económico (cuyo máximo ideal está representado por el capitalismo estadounidense), frente al descalabro económico provocado, según argumentan, por la Revolución sandinista (omitiendo en esto las consecuencias de la guerra contrarrevolucionaria y del embargo económico).
  4. 4. Pacifistas, en contraposición al sandinismo, al que responsabilizan de haber provocado el enfrentamiento con Estados Unidos, cuyo origen imputan a la alianza que los sandinistas establecieron con gobiernos considerados enemigos de los estadounidenses (Cuba, Libia y otros países del ahora extinto bloque socialista).
  5. 5. Representantes de los valores nicaragüenses genuinos, vinculados a la honradez, el trabajo, la religiosidad y “los valores familiares” (sin brindar detalles ni explicaciones de cómo se comprenden).

A modo de conclusión

Del ejercicio anterior, en realidad aún incompleto, podemos inferir que en los principales medios de comunicación nicaragüense ‒los de mayor divulgación y económicamente más sólidos‒ se está produciendo y reproduciendo constantemente un discurso o relato periodístico de carácter histórico que se apoya en las pretensiones de objetividad, imparcialidad y profesionalismo con las que oficialmente se auto caracterizan quienes ejercen el oficio de comunicadores. No obstante, esos relatos ‒que proponen versiones e interpretaciones del pasado‒ no pasan por los tamices que manejan los historiadores, quienes a su vez tampoco pueden alegar una objetividad ni una imparcialidad absolutas. Lo que deseo destacar es lo siguiente: a diferencia de lo que puede encontrarse en textos de historia serios, en las notas periodísticas comentadas no se contrastan versiones ni se critican las fuentes utilizadas; se carece además de un verdadero rigor académico y también, en buena medida, de honestidad profesional. Predomina en ellas la intención de difundir una interpretación particular del pasado o de determinados acontecimientos históricos, interesada políticamente, en lugar de ofrecer una contextualización que ayude a la comprensión de esos hechos. El problema es que, con independencia de las “debilidades” que desde la mirada del historiador puedan adolecer estos relatos periodísticos sobre el pasado, lo cierto es que están contribuyendo a la construcción de la percepción que muchos nicaragüenses, y también muchos extranjeros, tienen sobre los personajes y sucesos a los que se refieren. El tema es realmente fascinante y se hace necesario profundizar en él para analizar también cómo estas versiones periodísticas inciden en la memoria histórica colectiva nicaragüense, si acaso tienen alguna incidencia, y en principio podríamos suponer que sí. En todo caso, debe recordarse que existe un sector de la población para el cual estas versiones e interpretaciones tienen sentido, que se identifican con ellas, las hacen suyas y las integran a su propia identidad.

Otra conclusión a la que puede llegarse, que rebasa el interés del historiador o de los aspectos historiográficos puestos en juego, tiene que ver con la naturaleza del periodismo que actualmente se está haciendo en Nicaragua, y del que se ha hecho en los últimos cuarenta años. Se trata de un periodismo que, aunque se desprenda de cualquier etiqueta partidaria (algunos ni siquiera lo intentan), resulta fuertemente comprometido y militante con las causas políticas afines a los intereses de los propietarios de los medios de comunicación, por lo que en última instancia terminan ajustando las informaciones que publican, tanto las referidas a la actualidad como a hechos y personajes del pasado, a sus propias identidades y preferencias políticas.

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Notas

1. Este diario es el de más larga trayectoria y actualmente el único impreso que circula en el país, para muchos constituye una institución en sí misma. Pedro Joaquín Chamorro, destacado luchador contra la dictadura de la familia Somoza (1936-1979), fue asesinado en 1978 por sicarios contratados por socios del último dictador. Su muerte fue un catalizador que aceleró la lucha revolucionaria. Después del triunfo del guerrillero FSLN en 1979 se convirtió en estrecho aliado del gobierno estadounidense y principal portavoz de oposición frente a la revolución sandinista.
2. El Nuevo Diario fue creado en 1980 por destacados periodistas que trabajaron con Pedro Joaquín Chamorro en el período de la lucha antidictatorial, pero que renunciaron a La Prensa, cuando este medio asumió una línea editorial pro-estadounidense y de confrontación contra el sandinismo. Su lema era “Un periodismo nuevo para el hombre nuevo”, y decía asumir una postura de apoyo crítico a la revolución. En 2020 cerró debido a “razones económicas, técnicas y logísticas”, según informó el propio medio.
3. Versión digital disponible en http://archivo.elnuevodiario.com.ni/nacional/266767-guardia-nacional-rindanse-que-guerra-termino/ Previamente, el diario La Prensa también había publicado una entrevista con Anastasio Somoza Portocarrero, hijo del dictador derrocado en 1979 y jefe de la fuerza de élite de la Guardia Nacional, que no se inscribió en ninguna fecha conmemorativa del pasado.
5. El académico estadounidense definió al sandinismo del siguiente modo: “an amalgam of Marxist theory and Sandino’s revolutionary legacy under the auspices of the new Marxism. (…) Sandinism has three principal dimensions: offers an explanation of the historical events, it arouses people to act with emotional appeals and it serves as a guide to action”, enfatizando que: “The ideology of Sandinism is a composite of the national and patriotic values of Sandino and of the ethical recasting of Marxism-Leninism in the light of the philosophical humanism of the young Marx”. (Hodges, 1986: 196; 288)

Notas de autor

* Versión revisada y ampliada de la ponencia presentada por el autor en el XV Congreso Centroamericano de Historia, San José Costa Rica, abril de 2021.
* Centroamericano de origen nicaragüense, Doctor en Estudios Latinoamericanos, Universidad Nacional Autónoma de México.

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