Artículos

De la recepción a la traducción: circulación de textos en la historia intelectual latinoamericana

From Reception to Translation: Circulation of Texts in Latin American Intellectual History

Eduardo Nazareno Sánchez *
Universidad de Buenos Aires, Argentina

De la recepción a la traducción: circulación de textos en la historia intelectual latinoamericana

Wirapuru Revista Latinoamericana de Estudios de las Ideas, núm. 3, pp. 64-77, 2021

Ariadna Ediciones

Recepción: 17 Febrero 2021

Aprobación: 04 Agosto 2021

Resumen: La posmodernidad y la revisión historiográfica subsiguiente abrieron nuevos horizontes para pensar la historia de las ideas en Latinoamérica. Dicha posibilidad descansa en dos acentos, colocados, por un lado, en la incorporación de América Latina a la Modernidad occidental y, por otro, en el rol activo que tuvieron los intelectuales de nuestra región para leer y recepcionar las ideas que llegaban desde el centro capitalista. En este sentido, pretendemos elaborar una propuesta hermenéutica para llevar adelante un trabajo que contemple los dos aspectos mencionados.

Palabras clave: historia, intelectuales, ideas, América Latina, modernidad.

Abstract: Postmodernity and the subsequent historiographical revision opened up new horizons for thinking about the history of ideas in Latin America. This possibility rests on two accents, placed, on the one hand, on the incorporation of Latin America into Western Modernity and, on the other, on the active role played by intellectuals in our region in reading and receiving the ideas coming from the capitalist centre. In this sense, we intend to elaborate a hermeneutic proposal to carry out a work that contemplates the two aspects mentioned above.

Keywords: history, intellectual; Ideas; Latin America; modernity.

Introducción

De acuerdo a la apreciación de Carlos Altamirano (2013), las ideas, nuestras formas de hacer inteligible el mundo que nos rodea o el accionar de la mente del hombre, en términos de Lovejoy (2000), circulan por distintos soportes ‒como libros y periódicos, por mencionar los más comunes‒, y la mayoría de los hombres y las mujeres que se apropian de esas diversas representaciones del mundo no lo hacen leyendo las grandes obras, sino que lo realizan a través de sus propios medios; es decir, que las ideas no llegan a los sujetos desde una entidad al margen de su entorno, sino que se encuentran mediadas desde su inicio; por ejemplo, debido a su aparato erudito, no es la misma recepción la que puede lograr un libro o trabajo académico que la de un artículo de prensa.

Esta manera de entender la locomoción de las ideas, especialmente las del mundo de lo político, indisociable de los soportes en los que transitan, nos pone frente a dos cuestiones para considerar: en primer lugar, estamos en presencia, de acuerdo a Rosanvallon (2003: 48), del nivel bastardo de lo político, del entrecruzamiento entre las prácticas y las representaciones, de cómo se vincula el mundo de las ideas con la repercusión que logran en la sociedad. Tomar en consideración el lugar de las prácticas nos permite, por una parte, sortear la antinomia entre sujeto y estructura para, de esta manera, no caer en falsas oposiciones, en términos de Bourdieu (1993), y dejar de lado una percepción unicausal y excluyente que enfatice unilateralmente uno u otro aspecto. Por otra parte, quienes se apropian de esas ideas son aquellos que solemos clasificar como intelectuales, en su acepción más amplia, quienes no constituyen un grupo selecto, porque “[…] todo hombre [y toda mujer] desarrolla una actividad intelectual, participa de una visión del mundo […]” (Altamirano, 2013: 73). Son esas representaciones del mundo las que surgen a partir de las ideas que esos hombres y mujeres adoptan, para reproducirlas o producir nuevas (Bourdieu, 2006: 172).

En segundo lugar, volviendo al tema de los soportes, nos enfrentamos a una cuestión más compleja que está relacionada con la forma en la que son interpretadas y luego ejecutadas las ideas que aparecen en los textos. Vayamos a un ejemplo para explicar este punto. Si pensamos en el caso de los procesos de independencia en nuestra región, particularmente en el Río de la Plata, es claro el impacto que significó la Revolución francesa, visible en la prohibición de la circulación de los documentos provenientes del otro lado del Atlántico por parte de las autoridades locales, pero no así por ciertos líderes revolucionarios, debido a las implicancias que podían acarrear para el sistema colonial (Goldman, 1992: 29). Empero, después de la muerte del rey Luis XVI, la situación tuvo un cambio significativo y los franceses empezaron a ser vistos, incluso por aquellos que habían tenido una percepción relativamente favorable, con temor y repulsión, ya que representaban la supresión de cualquier forma de autoridad y gobierno (Ibídem: 29).1 Esto nos demuestra que no existe una relación directa entre la llegada de una idea y su aplicación a un contexto diferente, en términos espaciales o temporales, al originario; por lo tanto, suele generarse un cambio que es resultado de la apropiación y puesta en práctica que hacen los actores políticos sobre esa representación del mundo. Es más, esta situación no sólo se puede rastrear con las ideas que arriban desde otros lugares, sino también con aquellas que forman parte del universo intelectual y político disponible, pero que, en un nuevo contexto, son resignificadas, como el caso de las Siete Partidas en nuestra región y el peso de la tradición pactista neoescolástica debatida al calor del proceso juntista (De Gori, 2012: 160).2

A partir de lo que venimos desarrollando, podemos aseverar que “La difusión de las ideas no puede ser considerada una simple imposición: las recepciones son siempre apropiaciones que transforman, reformulan y exceden a lo que reciben” (Chartier, 1995: 32). En cierta forma, el mismo proceso de lectura es un acto de originalidad porque es lo que da pie a la recepción de los textos que, indefectiblemente, son resignificados (Tarcus, 2016: 67). En esta dirección, nos interesa rescatar que:

El momento de la recepción implica otorgarle centralidad a aquellos que se apropian de las ideas, más que a la producción de las mismas, por lo tanto, es un proceso activo por el cual determinados grupos sociales se sienten interpelados por una teoría producida en otro campo e intentan adaptarla a (“recepcionarla” en) su propio entorno inmediato. (Tarcus, 2016: 73)

Antes que nada, es necesario resaltar que el enfoque del autor argentino citado precedentemente podemos enmarcarlo en un marco más amplio relacionado con dos aspectos. En primer lugar, y aunque no se trata de ofrecer un compendio de historia de la lectura, cabe sí resaltar que ése es el espacio al cual remite, en parte, el enfoque expuesto; el mismo le permite al historiador observar “[…] la dimensión social del pensamiento y que entendiera el sentido de los documentos relacionándolos con el mundo circundante de los significados, pasando del texto al contexto […]” (Darnton, 2002: 19). El proceso de lectura es dialéctico en tanto que el lector se encuentra con el texto, pero “sobre esta base tiene libertad de diagramar estrategias, construir sentidos en la lectura en una dialéctica de la construcción mutua” (Labra, 2018: 5). En segundo lugar, en estrecha relación con lo anterior, la lectura puede ser pensada como un hecho literario, como un proceso social ya que tiene lugar esa relación que mencionamos más arriba entre el lector-texto y texto-contexto (Labra, 2018: 8).3 Estas aproximaciones hacen factible recuperar el papel del sujeto y la revalorización del texto que permite “Admitir el rol activo del ‘receptor’ [lo cual] implica reconocer que todo acto de comunicación presupone una elección, y una parcialidad, respecto de la tradición previa” (Jauss, 1981: 38). En definitiva, la recepción no es un proceso lineal, sino activo por parte de quien lee: “El texto no es autosuficiente. La literatura no es un objeto autónomo inscripto en el cielo intemporal de las estructuras” (Prieto, 2013: 21). Es más, esta misma cuestión podemos pensarla desde los textos con los trabajamos en el presente escrito ya que los mismos son resultado de un proceso de recepción, selección, etc., por parte del autor para construir un determinado artefacto literario.

El proceso al que venimos aludiendo significa una adaptación por parte de quienes llevan adelante dicha tarea hermenéutica; entonces, no existe un paso automático y pasivo de difusión-recepción, sino que es la lectura la que media entre ambos componentes del binomio, es la que hace que sea un fenómeno puramente diligente; por lo tanto, el campo se completaría de la siguiente manera: difusión-lectura-recepción. Además, esa misma lectura está atravesada por otros elementos como las expectativas de los lectores, los registros de comprensión, etc. (Chartier, 1995: 101); por lo tanto, no es un proceso directo, casi automático. Romper con esta supuesta linealidad nos demuestra, por un lado, que las ideas no son completamente disuasorias, sino que son los agentes históricos quienes las ponen en marcha y, por el otro lado, hace visible el rol que cumplen las ideas en los acontecimientos políticos porque, si bien no resultan evidentemente activas, sí ejercen influencia al preparar el terreno a favor de la acción futura de esos agentes históricos en su contexto (Chartier, 1995: 96). Por ejemplo, “En cierto sentido, la Revolución [francesa] es entonces la que ha ‘hecho’ los libros y no a la inversa, ya que es ella la que confirió una significación premonitoria y programática a algunas obras, establecidas como su origen” (Chartier, 1995: 104). Los trabajos que resultan trascendentes para un proceso de cambio social y político suelen adquirir dicha caracterización después de las modificaciones históricas que los hicieron conocidos.

En resumidas cuentas, en el presente escrito nos proponemos reconstruir una breve propuesta metodológica sobre la historia intelectual que nos permita atender al papel político y social de las ideas políticas específicamente para el caso de América Latina; corresponde aclarar que tomaremos como referencia los casos de Argentina y Brasil. Asimismo, buscaremos que este trabajo se embeba en los aportes o teorizaciones de los dos enfoques más difundidos: por un lado, el carácter universal de las ideas, debido a que se corresponden con el sistema y la Modernidad capitalistas, es decir, al predominio de la razón instrumental y la transformación del entorno por parte del ser humano. Por el otro lado, tener en cuenta las condiciones de Latinoamérica, para lo cual podemos utilizar lo que se ha denominado como lenguajes políticos, esto es, el modo en que se producen las ideas o representaciones del mundo, cómo se articulan, mantienen y cambian a la luz de los acontecimientos políticos (Palti, 2007: 17).

Antes de proseguir, es necesario que realicemos algunas aclaraciones vinculadas con a qué nos referimos cuando hablamos de Modernidad. Primero que nada, utilizando la lectura de Blumenberg (2008), la Modernidad implicó un proceso de secularización que permitió abandonar la cosmovisión cristiana gracias a la irrupción cartesiana y la exigencia de la certeza (Blumenberg. 2008: 70). Esto generó dos consecuencias: en primer lugar, expresó la afirmación del hombre: “[…] Significa todo un programa existencial, donde el hombre inserta su propia vida en una situación histórica concreta y donde él se hace su propio esbozo sobre cómo quiere acometer esta tarea y aprovechar sus posibilidades dentro del mundo circulante” (Blumenberg, 2008: 136). Es decir, es el hombre el que por medio de la razón transforma su entorno para perpetuar su existencia individual y social, en esta dirección, el desarrollo del capitalismo significó, y significa, el alcance máximo de las posibilidades de alterar el medio ambiente, la naturaleza, al punto tal que se terminó por convertir en contradictorio para la misma preservación de la población. En segundo lugar, bajo la lógica de expansión necesaria, cobra sentido la llegada de los europeos a América en tanto que seguía la necesidad de extender el dominio sobre la naturaleza.4 En consecuencia, a partir de lo desarrollado, podemos decir que nos referimos a una Modernidad capitalista-europea o eurocéntrica.

Además, nos vamos a concentrar en el mundo de lo político, entendido en los términos de Carl Schmitt, como un campo de la vida de los hombres y las mujeres autónomo de otros y donde se dirimen cuestiones existenciales que hacen a cualquier agrupamiento humano (Schmitt, 1984). En esta dirección, podemos resaltar los siguientes aspectos de la modernidad política: primero, la autoafirmación del hombre destaca “[…] la potencia creadora de la acción, de una acción al mismo tiempo concreta y nihilista, privada de fundamentos” (Galli, 2011: 67), es decir que los hombres y las mujeres no sólo toman lugar en el mundo para transformarlo en vistas de su existencia material, sino también en relación a la determinación de su vida en conjunto. En este sentido, es necesario hacer la aclaración correspondiente de que nos estaremos refiriendo a las ideas políticas, a la forma en la que toda comunidad debate y moldea su vida en conjunto. Segundo, la circulación, lectura, recepción, etc., de los textos e ideas, son formas de mediación entre las personas y su entorno, lo cual constituye una de las características más importantes de la Modernidad política (Galli, 2018).5 Empero, no debemos pensar esas mediaciones como simples operaciones, sino prestar atención a cómo son tensionadas y cómo se quiebran por parte de los actores históricos, como profundizaremos con la posibilidad de aplicar ideas europeas, para decirlo de alguna forma, al contexto latinoamericano.

Ahora bien, con el fin alcanzar una mejor comprensión, es pertinente esbozar un panorama sobre el marco de la historia como ciencia que hace posible este tipo de ejercicio.6

La reconstrucción postmoderna

Esta orientación o propuesta de trabajo tiene sentido a partir de la quiebra de los grandes paradigmas historiográficos, como la historia social de Annales en Francia,7 ya que actualmente no hay un consenso casi indiscutido sobre la manera en la cual abordar los estudios históricos, tanto en lo que respecta a su método como en la certeza de los resultados obtenidos. En cierta forma, podemos pensarlo desde las mismas palabras de Kuhn, “Considero que éstos [los paradigmas] son logros científicos universalmente aceptados que durante algún tiempo suministran modelos de problemas y soluciones a una comunidad de profesionales” (Kuhn, 2012: 50). Esos grandes modelos, hoy en día no tienen el consenso académico y científico que sí supieron lograr años atrás por, entendemos, dos motivos: en primer lugar, el contexto filosófico del postmodernismo y la máxima según la cual “El gran relato ha perdido su credibilidad, sea cual sea el modo de unificación que se le haya asignado: relato especulativo, relato de emancipación” (Lyotard, 1993: 83). A partir del momento postmoderno, para llamarlo de alguna manera, ya no existiría ningún principio que oriente la historia, el pasado, el presente y el futuro de la humanidad en general. En consecuencia, cualquier filosofía de la historia estaría en crisis porque “[…] filosofía de la Historia quiere significar una interpretación sistemática de la Historia Universal, de acuerdo con un principio según el cual los acontecimientos históricos se unifican en su sucesión y se dirigen hacia un significado fundamental” (Löwith, 1973: 10); por ejemplo, dentro de esos principios podemos mencionar la idea de progreso, el despliegue del espíritu hegeliano, entre otros.8

En segundo lugar, es necesario tener en consideración las modificaciones más específicas en el campo de la historia asociadas al giro lingüístico, el cual lo podemos sintetizar de la siguiente manera:

La asunción del hecho de que la red de significados intersubjetivamente construidos no es un mero vehículo para representar realidades anteriores a ella, sino que resulta constitutiva de nuestra existencia histórica, vendría finalmente a quebrar las polaridades de la antigua historiografía entre el sujeto y el objeto de estudio. (Palti, 2012: 21)

En esta dirección, el lenguaje dejó de ser concebido como un mero medio, como una especie de representación de una realidad objetiva que lo excedía, y ahora él mismo pasó a ser objeto de construcción histórica y social. Por lo tanto, tiene sentido, y se entiende perfectamente, la importancia adquirida por los textos y la lectura de éstos, como muestra nuestra propuesta de trabajo. En consecuencia, podemos decir, siguiendo el razonamiento expuesto, que

Las historias (y también las filosofías de la historia) combinan cierta cantidad de “datos”, conceptos teóricos para “explicar” esos datos, y una estructura narrativa para presentarlos como la representación de conjuntos de acontecimientos que supuestamente ocurrieron en tiempos pasados. Yo sostengo que además tienen un contenido estructural profundo que es general de naturaleza poética, y lingüística de manera específica, y que sirve como paradigma precríticamente aceptado de lo que debe ser una interpretación de especie “histórica”. (White, 1998: 9)

En un punto extremo de esta lectura podríamos aseverar que la historia es un género literario más con sus particularidades y características específicas. Incluso, el autor que estamos utilizando como referencia fue un paso más allá cuando sostuvo que “Para figurarse ‘lo que realmente ocurrió’ en el pasado, por lo tanto, el historiador tiene que prefigurar como posible objeto de conocimiento todo el conjunto de sucesos registrado en los documentos” (White, 1998: 41). Dicho en otras palabras, la diferencia entre objeto y sujeto se borra debido a que el segundo prefigura, valga la redundancia, al primero. En consecuencia, estaríamos presenciando el fin de la ansiedad cartesiana (Palti, 2012: 122).

En resumidas cuentas, esta preocupación por el nivel bastardo, volviendo al término de Rosanvallon, se inserta en un cambio de paradigma historiográfico más amplio relacionado con las transformaciones que abordamos precedentemente, cuyo resultado, o uno de otros tantos, es la importancia que adquirió la historia de la vida cotidiana y la microhistoria, entre otras, en las cuales el foco pasó a estar puesto en el “hombre de a pie” (Iggers, 1995: 83). De hecho, a partir de la década de 1990 algunos historiadores, como el ya citado Chartier o Carlo Ginzburg, entre otros, empezaron a concentrarse en la recepción de los textos, más que en su producción (Grafton, 2007: 144), en la forma en qué esos hombres y mujeres interpretan y actúan en su contexto histórico. Es este giro en el punto de análisis lo que proponemos desarrollar para el caso de nuestros pensadores y de nuestra región.

Circulación, lectura y recepción en América Latina

La circulación de las ideas implica que las mismas aparecen en lugares extraños, ajenos a aquellos contextos en los que tuvieron origen, incluso cuando el escenario en el cual esas ideas se ponen en práctica no representa ningún indicio de posibilidad para su concreción. Sin lugar a dudas, uno de los casos más claros de esta cuestión es la Revolución rusa y la invención de Trotsky sobre el desarrollo desigual y combinado, según la cual, “Azotados por el látigo de las necesidades materiales, los países atrasados vénse obligados a avanzar a saltos” (Trotsky, 2015: 31). Es decir que la progresión lineal que supone el desarrollo del capitalismo no era tan evidente como parecía, por lo tanto, podían convivir pequeños centros industriales de punta con una población campesina y una economía mayoritariamente agraria. Por eso mismo, “La acumulación originaria de capital en Europa occidental es la otra cara inseparable de la destrucción sistemática de los otros modos de producción (‘pre’ o ‘no’ capitalistas) tanto ‘dentro’ como ‘fuera’, territorialmente hablando, de Europa” (Grüner, 2010: 93). Justamente, el caso de la Rusia zarista expone claramente la necesidad de adecuar una idea, en este caso, la evolución del capitalismo y la concreción de la revolución, a un contexto que no parecía el más adecuado; y, además, encaja perfectamente en esta denominación sobre la relación entre el centro capitalista dinámico y su periferia, tan atrasada como necesaria, en la que América Latina es una las piezas más importantes. El breve ejemplo referenciado sobre la Rusia en vísperas de la revolución de 1917 nos deja en claro que las ideas se modifican cuando son leídas y adoptadas por los actores históricos, en este caso Trotsky y su necesidad de encontrar una explicación sobre el triunfo de la revolución en una sociedad que no cumplía con las características, a priori, necesarias.9

En consecuencia, la tarea de la historia intelectual, o una de ellas al menos, consiste en rastrear y estudiar la difusión y recepción de esas ideas en los confines del planeta (Tarcus, 2016: 54). Es en esta dirección que toma consistencia la particularidad de América Latina debido a que forma parte de uno de esos límites periféricos del centro capitalista. Lo que es interesante resaltar en este punto es que la percepción universal de las ideas no es sinónimo de una progresión lineal e ininterrumpida de las mismas a lo largo del tiempo, como supone la interpretación de Lovejoy (Grafton, 2007: 132). El foco de la cuestión gira en no concentrarnos en la génesis de las ideas, sino en la manera en la que son recepcionadas, leídas y puestas en práctica para luego, sí llegar a procesos de construcción de nuevas ideas desde, para nuestro caso, Latinoamérica.

Ahora bien, en nuestra región, una de las consideraciones predominantes es la de Roberto Schwarz y su tesis de “las ideas fuera de lugar”, fácilmente perceptible en la sociedad brasileña del siglo XIX:

[...] habíamos hecho la independencia hacía poco, en nombre de ideas francesas, inglesas y americanas, variadamente liberales, que así formaban parte de nuestra identidad nacional. Por otro lado, con igual fatalidad, este conjunto ideológico iría a chocarse contra la esclavitud y sus defensores, y, aún más, a convivir con ellos. En el plano de las convicciones, la incompatibilidad es clara. (Schwarz, 2000: 47)

Veamos otro ejemplo de esa sociedad brasilera decimonónica:

Si, en otro campo, raspamos un poco nuestros muros, encontramos el mismo efecto de cosa heterogénea. “La transformación arquitectónica era superficial. Sobre paredes de tierra, levantadas por esclavos, se fijaban papeles decorativos de los europeos o se aplicaban pinturas, de manera de crear la ilusión de un ambiente nuevo, como los interiores de las residencias de los países en vías de industrialización. En ciertos ejemplos, el fingimiento rozaba lo absurdo: se pintaban motivos arquitectónicos grecorromanos: pilastras, arquitrabes, columnatas, frisos, etc., con perfección de perspectiva y sombreado, sugiriendo una ambientación neoclásica imposible de realizar con las técnicas y los materiales disponibles en el lugar”. (Schwarz, 2000: 54)

A partir de los casos que expusimos, podemos adelantar algunas apreciaciones. En primer lugar, la interpretación del sociólogo citado se enmarca en una sociedad donde las jerarquías sociales eran mucho más rigurosas que en otros lugares de la región, por ejemplo, con la existencia del esclavismo, vigente hasta fines del siglo XIX; lejos de desaparecer, dicha institución se reforzó (Palti, 2014: 37),10 porque fue necesaria para el proceso de consolidación del capitalismo como sistema mundial ya que “La explotación de la fuerza de trabajo esclava o semi-esclava, tanto indígena como africana, es un factor (entre otros, pero irreductible) sine qua non de la acumulación ‘originaria’ de capital en las sociedades ‘centrales’” (Grüner, 2010: 49).11 Asimismo, esa imbricación económica estuvo acompañada del surgimiento de instituciones e ideas que la sustentaron, por lo tanto, el esclavismo no fue un resabio antiguo, sino parte de la lógica del modo de producción capitalista (Grüner, 2010: 50).

Otro autor que también recalcó la situación de la dependencia de Latinoamérica fue Leopoldo Zea, quien reconoció la condición que mencionamos para nuestra región, pero la misma no era sinónimo de pasividad, ya que la apropiación que se realizaba en esta parte del globo es, en sí misma, un proceso activo (Zea, 1978: 16-19). Este punto podemos apreciarlo claramente en su concepción sobre el positivismo en su país debido a que “[…] se trata de una doctrina importada a México para servir directamente a un determinado grupo político […]” (Zea, 1943: 26). En esta dirección, la corriente de pensamiento mencionada respondió a las necesidades de los grupos dirigentes de dicho país a fines del siglo XIX y principios del XX.

Recapitulemos. América Latina formaba parte de la periferia del incipiente capitalismo cuyo “[…] papel en la división mundial del trabajo era básicamente el de exportadores de materia prima, y la producción descansaba sobre prácticas laborales altamente coercitivas (la esclavitud entre ellas)” (Grüner, 2010: 164).12 Podemos decir entonces que el proceso de explotación de mano de obra bajo las características esclavistas carecía de la importancia que sí adquirió con la conformación del sistema mundo (Wallerstein, 1979: 121). En otras palabras, “La economía-mundo europea del siglo XVI tendía globalmente a ser un sistema de una sola clase [la burguesía]. Eran las fuerzas dinámicas que se beneficiaba de la expansión económica y el sistema capitalista […]” (Wallerstein, 1979: 498). Justamente, uno de los elementos distintivos del capitalismo y la consolidación de la burguesía, es que necesitan mundializarse, requieren expandirse para poder desarrollarse, lo cual involucra, primero, la coexistencia con formas de producción o trabajo no capitalistas, pero que sirven al sistema, como el esclavismo; segundo, esa globalización no es puramente económica porque también implica elementos ideológicos (Grüner, 2010: 120). En esta dirección, la esclavitud formaba parte del comercio triangular que se estableció entre Europa, América y África que, primero, permitió capturar una gran cantidad de manufacturas de todo tipo y, segundo, las plantaciones sirvieron a las necesidades europeas (Grüner, 2010: 260).

Por lo tanto, debemos tener en cuenta que la incorporación de América Latina al sistema mundo y el proceso de acumulación de capital implicó, al mismo tiempo, su inserción en la Modernidad capitalista-europea, cuestión no menor, ya que el ingreso o el tránsito de la tradición a la Modernidad es uno de los marcos de intelección más relevantes para pensar nuestra región al momento de los procesos de independencia (Palti, 2014: 29), y que, según entendemos, puede aplicarse para la historia en general porque, a diferencia de los enfoques centrados en los lenguajes políticos, por lo menos el de Palti que utiliza como referencia a Guerra, se hace mención a la Modernidad en términos políticos con la irrupción de la Revolución francesa y los cambios generados en el mapa occidental, sobre todo el predominio del individuo, como ciudadano, y la nación, como fuente de la soberanía (Guerra, 1992: 30).

En segundo lugar, el texto del pensador brasilero fue publicado originalmente en 1973, en el contexto de auge, podríamos decir, de las teorías de la dependencia, cuyo punto en común y foco, más allá de las diferencias entre las mismas, fue el análisis de la relación entre el centro y la periferia que integran el capitalismo, según el cual, por ejemplo, los modelos de desarrollo que se habían seguido en Europa o Estados Unidos no servían porque no se adecuaban a las condiciones de América Latina y, simultáneamente, necesitaban del subdesarrollo de nuestra región; es más, el abandono del etapismo fue una característica distintiva del dependentismo (Terán, 2013: 192-193).13

A partir de lo indicado, podemos aseverar que la intención de Schwarz era “[…] traducir en clave cultural los postulados de la llamada ‘teoría de la dependencia’” (Palti, 2007: 261). En esta dirección, podemos percibir cómo entran en juego los preceptos de dicha teoría:

Sin embargo, no éramos para Europa lo que el feudalismo para el capitalismo; por el contrario, éramos sus tributarios de todos en todos los aspectos, además de no haber sido nunca propiamente feudales: la colonización es un hecho del capital comercial. (Schwarz, 2000: 50)

Esa inadecuación de las ideas no era resultado del atraso de nuestra región en comparación con los procesos que se vivían en las zonas centrales, sino que formaba parte del desarrollo del capitalismo, tanto en términos materiales como superestructurales, es decir, en el plano de las ideas y las representaciones sobre el mundo, por eso mismo, para el pensador brasilero, estaríamos en presencia de dos países diametralmente opuestos que convivían, uno artificial, el de las ideas liberales, y otro real, el de la sociedad esclavista y desigual (Palti, 2007: 265). La cuestión de la dependencia no es un tópico menor debido a que constituye uno de los puntos más importantes para el pensamiento latinoamericano, lo cual nos lleva a otros interrogantes, por ejemplo: “Se trata del modo adecuado en que se podría generar o producir conocimiento autónomo que respondiera a necesidades propias” (Cerutti Guldberg, 2000: 23). En consecuencia, no es casualidad la relación entre la dependencia y las ideas políticas en nuestra región porque es el problema que se encuentra en el fondo de dicho debate.

En este punto se presenta la paradoja de las ideas fuera de lugar porque “[…] las ideas liberales no podían ponerse en práctica, siendo al mismo tiempo indescartables” (Schwarz, 2000: 56). Esas ideas no sólo no podían utilizarse, sino que eran las únicas disponibles, por lo tanto, no quedarían opciones para romper con esa inadecuación, por lo cual: “[…] presentamos una explicación histórica para ese dislocamiento, que abarcaba las relaciones de producción y parasitismo en el país, nuestra dependencia económica y su par, la hegemonía intelectual de Europa […]” (Schwarz, 2000: 59). Aquí llegamos a dos puntos ciegos en el planteo que estamos trabajando, por un lado, ¿qué sucede con las ideas conservadoras, socialistas, etc.?, ya que éstas también estarían fuera de lugar porque se corresponden con Europa; por el otro lado, “[…] su visión se sostiene aún sobre esa misma dicotomía que se encuentra en la base de la de aquellos a quienes él se propone explicar […] comparte las mismas premisas conceptuales que dieron origen a la problemática que quiere superar” (Palti, 2014: 41). El entramado conceptual que utiliza Schwarz es parte del problema que se propone enfrentar, pero, al igual que las ideas, se trata de las únicas herramientas disponibles. En este sentido, la misma Modernidad eurocéntrica es la responsable de estas formas de intelección humana, por lo tanto, podemos pensar, a modo de posibilidad para salir de la antinomia, que no existe una Modernidad monolítica, sino fracturada (Grüner, 2010: 64), en la cual entra en juego América Latina con sus particularidades y sin la cual no podemos pensar la totalidad. Es aquí donde debemos enfatizar en las condiciones de estas latitudes, las condiciones de enunciación que hacen posible que determinadas ideas se reconfiguren al calor de las demandas y los problemas de nuestra región, y puedan tener impacto en el centro capitalista.

Llegados a este punto, parece clara la inadecuación de las ideas; empero, una de las cuestiones que se nos presenta cuando abordamos a América Latina es la persistencia de esa incompatibilidad en el tiempo. Por eso mismo,

Nótese que aquellos eran los años del Tercermundismo, cuando la combinación de retraso y vanguardismo no era solo una desgracia, sino también una perspectiva de futuro y hasta una promesa para la humanidad. Así, el carácter desplazado del marxismo en las ex colonias era un problema y era un desafío: había que reconstruirlo, para inventar caminos originales y posibles hacia el socialismo. (Schwarz, 2011: 27)

Justamente, la cuestión estriba en entender que América Latina forma parte de Occidente, pero de su periferia, no de su centro; en consecuencia, las ideas que llegan a estas latitudes, más allá de estar fuera de lugar, son las que se corresponden con nuestra región. En esta dirección, cobra fuerza la relevancia de la lectura como forma de recepción, como la manera en la que esas representaciones del mundo son adaptadas a nuestra realidad, con sus alcances y sus limitaciones correspondientes. Por ejemplo, el mismo concepto América Latina puede pensarse de esta manera ya que éste surgió al calor de las pretensiones europeas sobre Latinoamérica, del imperio francés de Napoleón III específicamente, aunque ya estaba presente en el vocabulario occidental desde la década de 1830 en la obra de Chevalier (Quijada, 1998: 599). Empero, fue a lo largo del siglo XIX y al calor de ciertos acontecimientos, sobre todo la presión norteamericana en Centroamérica para la construcción del futuro Canal de Panamá, donde dicho concepto fue apropiado y resignificado por pensadores locales; América Latina ya no era más una denominación de las intenciones expansionistas europeas, sino que ahora pasaba a ser una identificación que la diferenciaba de Estados Unidos y sus intereses en el Caribe principalmente. En este proceso de transformación, la latinidad fue “[…] el background inconsciente que preparó la fácil recepción del concepto ‘América Latina’ en el siglo XIX” (Quijada, 1998: 615). Dejando de lado la aseveración sobre la cita, lo que no está explicado es cómo se produjo el tránsito de uno a otro, aunque se entiende que sí cumplió una función en cuanto a que era un elemento en común de los pueblos latinos.

Desde ya que esta interpretación del concepto América Latina no es la única y puede ser matizada al tomar como ejemplo otras referencias de pensadores de nuestra región, como Haya de la Torre. De acuerdo al político peruano: “La América latina joven y antiimperialista debe protestar, más allá de los simples artículos de prensa gremial o de los discursos de mitin cerrado. Debe coordinarse una vasta protesta continental” (Haya de la Torre, 1927: 134). Desde esta perspectiva, la caracterización de nuestra región estaba relacionada con la lucha política contra el imperialismo norteamericano y el llamado a la acción de dos actores políticos centrales, como las masas y los intelectuales.

Conclusión

En resumidas cuentas, cuando nos enfrentamos a un estudio vinculado a la historia intelectual en América Latina, no debemos enfocarnos en la tarea “[…] de encontrar peculiaridades locales, ‘desviaciones’ respecto de los modelos europeos de pensamiento” (Palti, 2014: 11); sino en concentrarnos en la recepción de esas ideas, por medio de diferentes soportes, que hacen los intelectuales, en su acepción más amplia, para ponerlas en práctica, tanto para el análisis, como para la puesta en acción, que realizan por medio de la lectura de cada uno de esos textos. Por eso mismo, por ejemplo,

[…] el intento de asimilar mecánicamente la explicación europea de las consecuencias sociales del desarrollo industrial en sociedades que advienen a él tardíamente no podría llevar legítimamente a otras generalizaciones que aspiren a abarcar a cada uno de los movimientos nacional populares como si se tratara de meras ejemplificaciones de una totalidad. (Murmis y Portantiero, 2012: 167)

Justamente, la empresa que proponemos llevar adelante comparte este supuesto sobre la particularidad latinoamericana, pero dentro de la Modernidad capitalista-europea de la que somos parte, donde, sin lugar a dudas, conformar un marco de intelección para los fenómenos populistas, como también otros, como el socialismo del siglo XXI,14 son fundamentales para pensar nuestra sociedad pasada, presente, pero, sobre todo, la futura, y las repercusiones alcanzadas en los núcleos dinámicos del sistema capitalista. En cierta forma, en primer lugar, retomando a Weber (1982), podemos decir que lo posible sólo se consigue tras intentar lo imposible y, en este sentido, América Latina es el lugar donde lo imposible se convierte en realidad, donde los moldes de la intelección europea se rompen, como vimos con las ideas liberales en una sociedad esclavista, pensar desde América Latina implica siempre pensar la utopía (Cerutti Guldberg, 2000: 70). En esta dirección, entendemos que es fundamental hacer uso de las dos perspectivas o propuestas de trabajo que se han desarrollado y volcado a los estudios históricos: por un lado, mantener el foco en la Modernidad de la que formamos partes como latinoamericanos; pero concentrándonos en la recepción de las ideas, más que en su génesis. Por el otro lado, centrar la atención en los lenguajes políticos y la importancia de las condiciones históricas de enunciación de determinados conceptos, podríamos decir, de las nuevas ideas que surgen. En esta dirección, lograríamos conciliar dos niveles de análisis distintos, pero complementarios y necesarios para la comprensión de la historia intelectual de Latinoamérica. Y, además, repensar la relación entre la contextualización de una idea, para entender su origen, y la persistencia a través del tiempo. Cabe encontrar ejemplos en el mundo intelectual y político latinoamericano en donde los pensadores de estas coordenadas dieron cuenta de su originalidad al repensar la herencia que llegó desde otros lugares de Occidente. Por ejemplo, cuando hablamos de socialismo, nos referimos a la “aplicación creativa” del marxismo en Latinoamérica (Löwy, 2007: 12). Por lo tanto, una historia de las ideas en y desde nuestra región sólo es posible en el marco de la acción creativa, valga la redundancia, de los intelectuales y que tenga en cuenta las experiencias particulares de esta parte del mundo, con sus características específicas, lo cual nos permite pensar la totalidad, pero desde nuestra región, ya que “La realidad no se piensa desde ninguna parte o desde el vacío o la neutralidad. Se piensa siempre en situación […]” (Cerutti Goldberg, 2000: 63). En este sentido, “Lo que acontece aquí [en América] no es más que el eco del viejo mundo y el reflejo de la vida ajena” (Hegel, 2010: 229); la idea de que la parte del mundo que habitamos no es un agente pasivo, sino todo lo contrario, y siempre en la constelación de la modernidad occidental. En consecuencia, si logramos tener en consideración ambos aspectos podremos una propuesta de trabajo que contemple las particularidades de la región con la totalidad de la que forma parte nuestro continente, recuperar la relación entre el todo y las partes para evitar un análisis fragmentado (E. Grüner, 2010: 160).

Referencias

Altamirano, C. (2013). Intelectuales. Notas de investigación sobre una tribu inquieta. Buenos Aires: Siglo XXI.

Bloch, M. (1988). Los reyes taumaturgos. Estudio sobre el carácter sobrenatural atribuido al poder real, particularmente en Francia e Inglaterra. México: FCE.

Blumenberg, H. (2008). La legitimación de la Edad Moderna. Valencia: Pre-Textos.

Borón, A. (2009). Socialismo siglo XXI ¿Hay vida después del neoliberalismo? Buenos Aires: Luxemburg.

Bourdieu, P. (1993). Cosas dichas. Buenos Aires: El mamífero parlante.

Bourdieu, P. (2006). Intelectuales, poder y política. Buenos Aires: EUdeBA.

Caillet-Bois, R. (1929). Ensayo sobre el Río de la Plata y la Revolución Francesa. Buenos Aires: Facultad de Filosofía y Letras, imprenta de la universidad.

Cerutti Goldberg, H. (2000). Filosofar desde nuestra América. Ensayo problematizador de un modus operandi. México: Centro Coordinador y Difusor de Estudios Latinoamericanos-UNAM.

Chartier, R. (1995). Espacio público, crítica y desacralización en el siglo XVIII. Los orígenes culturales de la Revolución francesa. Barcelona: Gedisa.

Darnton, R. (2002). La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia cultural francesa. México: Fondo de Cultura Económica.

De Gori, E. (2012). La república patriota: travesías de los imaginarios y de los lenguajes políticos en el pensamiento de Mariano Moreno. Buenos Aires: EUdeBA.

Dusso, G. (2016). La representación política. Génesis y crisis de un concepto. Buenos Aires: UNSAM Edita.

Fausto, B. (2003). Historia concisa de Brasil. Buenos Aires: FCE.

Galli, C. (2018). Genealogía de la política. Carl Schmitt y la crisis del pensamiento político moderno. Buenos Aires: UNIPE.

Galli, C. (2011). La mirada de Jano. Ensayos sobre Carl Schmitt. Buenos Aires: FCE.

Giddens, A. (1999). Sociología. Madrid: Alianza.

Goldman, N. (1992). Historia y lenguaje. Los discursos de la Revolución de Mayo. Buenos Aires: CEAL.

Grafton, A. (2007). “La historia de las ideas. Preceptos y prácticas, 1950-2000 y más allá”. Prismas. Revista de historia intelectual, núm. 10, pp. 123-148.

Grüner, E. (2010). La oscuridad y las luces. Capitalismo, cultura y revolución. Buenos Aires: Edhasa.

Guerra, F. X. (1992). Modernidad e independencia. Ensayos sobre las revoluciones hispánicas . Madrid: MAPFRE.

Halperin Donghi, T. (2010). Tradición política e ideología revolucionaria de Mayo. Buenos Aires: Prometeo.

Hawkin, D. (2004). “The Origins of Modernity and the Technological Society”. En David H. Hawkin (Ed.) The Twenty-First Century confronts its Gods. Globalization, Technology and War. New York: SUNY University Press, pp. 27-44.

Haya de la Torre, V. (1927). Por la emancipación de América Latina. Buenos Aires: Gleizer Editor.

Hegel, G. W. F. (2010). Filosofía de la historia universal. Buenos Aires: Losada.

Husserl, E. (2008). La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental. Buenos Aires: Prometeo.

Iggers, G. (1995). La ciencia histórica en el siglo XX. Las tendencias actuales. Barcelona: Editorial Labor.

Jauss, H. R. (1981). “Estética de la recepción y comunicación literaria". Punto de Vista, núm. 12, pp. 34-40.

Kant, I. (2012). Filosofía de la historia. México: FCE.

Kuhn, T. (2012). La estructura de las revoluciones científicas. México: FCE.

Labra, D. (2018). “Annales, Birminghan, Konstanz. Materialidad, mercado y una discusión teórica para la historia de la lectura en Argentina”. Estudios de Filosofía Política e Historia de la Ideas, vol. 20, pp. 1-16.

Lovejoy, A. (2000). “Reflexiones sobre la historia de las ideas”. Prismas. Revista de historia intelectual, núm. 4, pp. 127-141.

Löwith, K. (1973). El sentido de la historia. Madrid: Aguilar.

Löwy, M. (2007). El marxismo en América Latina. Santiago de Chile: LOM.

Lyotard, J. F. (1993). La condición postmoderna. Barcelona: Plantea-Agostini.

Maquiavelo, N. (1983). El príncipe. Madrid: SARPE).

Marx, K. (2015). El capital. Crítica de la economía política. México: Fondo de Cultura Económica.

Murmis M. y Portantiero, J. C. (2012). Estudios sobre los orígenes del peronismo. Buenos Aires: Siglo XXI Editores.

Palti, E. J. (2007). El tiempo de la política. El siglo XIX reconsiderado. Buenos Aires: Siglo XXI.

Palti, E. J. (2012). Giro lingüístico e historia intelectual. Bernal: UNQui.

Palti, E. J. (2014). ¿Las ideas fuera de lugar? Estudios y debates en torno a la historia político-intelectual latinoamericana. Buenos Aires: Prometeo.

Prieto, A. (2013). Estudios de Literatura argentina. Bernal: UNQui.

Quijada, M. (1998). “Sobre el origen y difusión del nombre ‘América Latina’ (o una variación heterodoxa en torno al tema de la construcción social de la verdad)”. Revista de Indias, vol. LVIII, núm. 24, pp. 595-616.

Rosanvallon, P. (2003). Por una historia conceptual de lo político. Buenos Aires: FCE.

Rostow, W. W. (1964). Las etapas del crecimiento económico. México: FCE.

Schmitt, C. (1984). El concepto de lo político. Buenos Aires: Folios.

Schwarz, R. (2000). “Las ideas fuera de lugar”. En Adriana Amante y Florencia Garramuño (comps.) Absurdo Brasil. Polémicas en la cultura brasileña. Buenos Aires: Biblos, pp. 45-60.

Schwarz, R. (2011). “Las ideas fuera de lugar: Algunas aclaraciones cuatro décadas después”. Políticas de la memoria, núms. 10/11/12, pp. 25-27.

Tarcus, H. (2016). El socialismo romántico en el Río de la Plata (1837-1852). Buenos Aires: FCE.

Terán, O. (2013). Nuestros años sesentas. La formación de la nueva izquierda intelectual argentina. Edición definitiva. Buenos Aires: Siglo XXI.

Ulrich Gumbrecht, H. (2009). “El papel de la narración en los géneros literarios”. Historia y Grafía núm. 32, pp. 61-89.

Wallerstein, I. (1979). El moderno sistema mundial. La agricultura capitalista y los orígenes de la economía-mundo europea en el siglo XVI . México: Siglo XXI.

Weber, M. (1982). Escritos políticos. México: Folios.

White, H. (1998). Metahistoria. La imaginación histórica en la Europa del siglo XIX. Buenos Aires: FCE.

Yar, M. (2002). “From nature to history, and back again: Blumenberg, Strauss and the Hobbesian community”. History of Human Sciences, vol. 15, núm. 3, pp. 53-73.

Zea, L. (1943). El positivismo en México. México: El Colegio de México.

Zea, L. (1978). Filosofía de la historia americana. México: FCE.

Notas

1 Una de las obras clásicas que analiza la relación entre el proceso francés y sus repercusiones en el Río de la Plata es Caillet-Bois, R. (1929). Ensayo sobre el Río de la Plata y la Revolución Francesa. Buenos Aires: Facultad de Filosofía y Letras, imprenta de la universidad.
2 Una de las obras que mejor trabaja la transformación de la tradición castellana desde el siglo XVI hasta el proceso independentista es Halperin Donghi, T. (2010). Tradición política española e ideología revolucionaria de Mayo. Buenos Aires: Prometeo. En relación a las diatribas del pensamiento neoescolástico en los momentos de la independencia, véase Palti, E. J. (2007). El tiempo de la política. El siglo XIX reconsiderado. Buenos Aires: Siglo XXI Editores, pp. 106-114.
3 Desde esta interpretación, el mundo de la crítica literaria, al igual que la historia, forma parte del mundo de la vida (Ulrich Gumbrecht, 2009: 66). En consecuencia, si nos remitimos a la hermenéutica alemana, es a través de los textos que podemos acceder a las experiencias pasadas.
4 Esta interpretación sobre la Modernidad, se percibe claramente, entendemos, en Husserl, al anunciar su crisis: “Su resultado objetivo [el de la razón] es el mundo de objetos intuidos sensiblemente, la presunción empírica de todo pensamiento científico de la naturaleza, como también del pensar conscientemente normativo lo empírico del mundo circundante por medio de la razón matemática manifiesta” (Husserl, 2008: 137). Por otra parte, cuando hablamos de naturaleza, nos estamos refiriendo a una naturaleza que, a partir de la Modernidad, está puesta al servicio del hombre (Hawkin, 2004: 29), lo cual implicó, entre otras cuestiones, la discontinuidad entre el curso de la naturaleza y la historia, propia del hombre y caracterizada por la contingencia (Yar, 2002: 57 y 59).
5 Por ejemplo, la representación política es una forma de mediación, propia de pensar la política moderna de esta manera. Al respecto, véase Dusso, G. (2016). La representación política. Génesis y crisis de un concepto. Buenos Aires: UNSAM Edita.
6 Asimismo, esto también nos demuestra que los mismos textos seleccionados para el presente escrito atraviesa un proceso de discriminación, en este caso, vinculado con el mundo de la historiografía actual.
7 Sobre las características e innovaciones de la propuesta de Annales, véase el Prólogo de Bloch, M. (1988). Los reyes taumaturgos. Estudio sobre el carácter sobrenatural atribuido al poder real, particularmente en Francia e Inglaterra. México: FCE.
8 Uno de los ejemplos más elocuentes de esta forma de pensar la filosofía de la historia es el de Kant y su Idea de una historia universal en sentido cosmopolita de 1784. Al respecto, véase Kant, I. (2012). Filosofía de la historia. México D.F.: Fondo de Cultura Económica, pp. 39-65.
9 Más allá de la relación entre las ideas y el contexto en el cual son puestas en marcha por parte de los actores históricos, podemos pensar que todas las ideas son universales por sí mismas ya que tienen una pretensión universal, valga la redundancia, aunque están ancladas a un contexto específico. En este sentido, podemos pensar algunas obras como El príncipe, de Maquiavelo, o Ensayo sobre el gobierno civil, de Locke, que aunque resulta relativamente fácil de percibir la implicancia del contexto de los autores en sus trabajos, las mismas tienen una clara proyección universal, como señala el pensador florentino: “Estudiaré únicamente los principados e iré exponiendo la forma en que éstos pueden gobernarse y el sistema de mantenerlos” (Maquiavelo, 1983: 30). Si bien su dedicatoria y su lupa estuvieron puestas en los sucesos de Florencia y los alrededores de la península Itálica, el trabajo apuntaba a la generalidad de los gobernantes y las distintas formas de Estado conocidas por el autor.
10 Sobre el rol que cumplió la esclavitud en la dinámica política de Brasil, véase Fausto, B. (2003). Historia concisa de Brasil.Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2003, pp. 89 y ss.
11 El papel de las regiones periféricas fue reconocido por Marx en relación al proceso de acumulación originaria que retoma Grüner, entre otros autores. En palabras del autor de El capital: “El descubrimiento de los países auríferos y argentíferos de América, el exterminio, la esclavización y el sepultamiento de la población indígena en las minas, los primeros pasos hacia la conquista y el saqueo de las Indias orientales, la conversión de África en un coto de caza de esclavos negros, anuncian la aurora de la era de producción capitalista. Estos procesos idílicos son otros tantos momentos fundamentales de la acumulación originaria” (Marx, 2015: 669). Dentro de las consecuencias de dicha expansión para la posterior consolidación del sistema capitalista, podemos mencionar las disputas por la supremacía continental, la cual fue necesaria para asegurar la supremacía, valga la redundancia, industrial (Marx, 2015: 672).
12 Para profundizar en las características de la periferia americana, véase Wallerstein, I. (1979). El moderno sistema mundial. La agricultura capitalista y los orígenes de la economía-mundo europea en el siglo XVI México D.F.: Siglo XXI Editores, pp. 141 y ss. Otros autores, como Anthony Giddens, vinculan la conformación de esa economía-mundo y la importancia del esclavismo con el racismo moderno, del siglo XIX (Giddens, 1999: 288).
13 Cuando hablamos de etapismo nos referimos a aquellas teorías que sostienen que el desarrollo de un país o una región se da por etapas, valga la redundancia, de que sí o sí una sociedad debe atravesar determinados estadios para lograr su desarrollo. Al respecto, véase Rostow, W. W. (1964). Las etapas del crecimiento económico. México D. F.: Fondo de Cultura Económica.
14 Para profundizar sobre este tema véase Borón, A. (2009). Socialismo siglo XXI ¿Hay vida después del neoliberalismo? Buenos Aires: Luxemburg.

Notas de autor

* Argentino. Profesor y Licenciado en Historia y Magíster en Estudios Sociales Latinoamericanos por la Universidad de Buenos Aires.

Enlace alternativo

HTML generado a partir de XML-JATS4R por