Presentación editorial

En este estudio preliminar al dossier “Trabajos precarios, informales e inestables: reflexiones y tensiones teóricas, metodológicas y de caso sobre estas categorías” nos proponemos problematizar algunas dimensiones de lo precario, en tanto condición que se ha tornado estructural en el marco del desarrollo de las relaciones capitalistas desde el último cuarto del siglo XX.
Las postrimerías de la década de 1970 y el inicio de los ochenta fueron testigos de la configuración de un patrón de acumulación en gran parte de los países de América Latina y el Caribe, cuyos puntales fundamentales fueron y son la concentración y centralización del capital, las transformaciones en el rol del Estado y los cambios en la relación entre el capital y el trabajo (Basualdo, 2002; Sotelo Valencia, 2003). Estos cambios universalizaron la ley del valor (Sotelo Valencia, 2003) y fueron acompañados por una serie de dinámicas en la organización de la producción y del trabajo de las que aquí quisiéramos considerar algunos aspectos. El proceso de valorización financiera que atraviesa las últimas cinco décadas se ha caracterizado por el papel predominante asumido por el capital financiero en la asignación de excedentes y por la implementación de una serie de medidas de ajuste estructural y de flexibilización laboral que orientaron la transferencia de ingresos desde los asalariados hacia el capital más concentrado. Dicho en otros términos, este proceso significó la “búsqueda rápida de rentas extraordinarias en un espacio donde el capital elude a la capacidad constitutiva del trabajo” (Trinchero y Leguizamón, 2004) a partir del incremento sostenido de su capacidad para externalizar responsabilidades hacia los sujetos del trabajo, en un ciclo de producción-consumo que responde a los intereses existenciales del primero y no a la condición de existencia humana, incluyendo sus relaciones con el medio ambiente.
Estas reconfiguraciones en el orden mundial tuvieron como una de sus facetas la creciente informalización del empleo y un aumento sin parangón de la desocupación, a lo que hay que añadir una intensa precarización de las condiciones laborales y de vida de las y los trabajadores. A esos cambios, a esas mutaciones, algunos autores los han denominado nuevas morfologías del trabajo (Antunes, 2012: 48). Paralelamente, emergen nuevas formas de vulnerabilidad vinculadas a los procesos de externalización y subcontratación de actividades, tanto en el sector público como en el privado. La expansión de ambos procesos, indica Battistini (2018), multiplicó e hizo proliferar empresas de servicios que generaron espacios de producción diferenciados con grupos de trabajadores y trabajadoras también diferenciados. Si bien el fenómeno de la subcontratación no es enteramente novedoso, adquiere mayor dinamismo y expansión en el marco del contexto de profundización neoliberal (De la Garza Toledo, 2012).
En esta misma línea de pensamiento, Saskia Sassen señalaba a comienzos del siglo XXI que “los principales cambios en la organización de la actividad económica en los últimos 15 años emergieron como una fuente de inseguridad económica general y, particularmente, de nuevas formas de pobreza centradas en el empleo” (Sassen, 2003: 161). Esta afirmación se entrelaza con un dato que, en América Latina y el Caribe, emerge como elemento constitutivo de los procesos de segregación y desigualdad: la inseguridad económica, las formas de pobreza centradas en el empleo, no impactan de la misma manera en todos los sectores y grupos sociales. La sobrerrepresentación de mujeres, migrantes y minorías étnicas en las estadísticas oficiales aparece como un indicador imposible de eludir en los análisis sobre estos problemas. Hasta hoy América Latina es la región con mayor tasa de desigualdad en el mundo, tanto en lo referido a niveles de ingreso como al acceso a bienes públicos, existiendo un fuerte vínculo entre desigualdad y estructura del empleo, en un contexto en el que los mercados laborales se muestran en extremo heterogéneos e informales convirtiéndose en lo que CEPAL ha denominado una “fábrica de desigualdad”, al articularse directamente con las formas concretas de producción y reproducción de la vida cotidiana y la estructura social (CEPAL, 2012).
Otra dimensión a considerar en torno a estas dinámicas es la pérdida de la calidad del empleo asalariado y de los derechos sociales que lo acompañaban (Castel, 2010; Standing, 2014). Ya no se trata solo de procesos de ampliación y profundización de la precariedad en los sectores “tradicionalmente informales” o marginados. Este deterioro ha convertido a la precariedad en algo que debe ser “gestionado”, en tanto se ha normalizado en un plano estructural y se ha convertido en un instrumento fundamental de gobierno (Julián Vejar, 2014; Lorey, 2016; De Castro, 2019) y de gestión económica pública y empresarial.
La precariedad deja de ser una característica sólo de ciertas formas de empleo para abarcar, material y subjetivamente, todas las dimensiones de la vida. Esto tiene consecuencias profundas en los sujetos, pues no sólo muta aquello que tradicionalmente organizaba los espacios de trabajo, sino que se reformulan los espacios de reproducción y la cotidianeidad de las personas. Así también los horizontes de movilidad y futuro de mujeres y varones se hunden en la incertidumbre y entra en crisis la dimensión simbólica de trabajo. Como sostiene Julián Vejar: “(…) la precariedad repercute no sólo en las modalidades de contratación a corto plazo, inestabilidad laboral, rotación de mano de obra, o en una diferencia a nivel de ingresos, sino también se articula como campo complejo en su morfología para dar cuenta de apertura, discontinuidades y fragmentos del espacio constitutivo de indentidad(es) en/con el trabajo y en la sociedad” (Vejar, 2014: 149).
La sociedad precarizada se convierte así en el signo de las sociedades contemporáneas, lo que en estrecha relación con la división intrínseca del sistema mundo afianzado desde finales del XX ha venido a marcar los derroteros del desarrollo latinoamericano en los últimos 50 años.
Cuando lo teórico se desvanece en el aire: tensiones categoriales en los estudios situados
Hay algunos aspectos que necesitamos mediatizar y problematizar en relación a las conceptualizaciones realizadas previamente. Si bien las tendencias generales de reconfiguración del capital nos muestran determinados patrones comunes a lo largo del globo, en el momento de sistematizar nuestros estudios situados o abordar etnográficamente determinados problemas, algunas categorías dejan de ser operativas y exigen una revisión. Esto ocurre porque la interacción con personas de carne y hueso tensiona las construcciones teóricas y redefine algunos de sus aspectos. Como sostiene Beverly Skeggs, el desafío al que nos enfrentamos una y otra vez quienes trabajamos en ciencias sociales es cómo dar lugar o de qué manera permitir que las experiencias de nuestras y nuestros interlocutores sean percibidas como legítimas y válidas, aun cuando sitúen a quienes las registramos en lugares incómodos o tensos (Skeggs, 2019: 56). Este recorrido crítico, esta dialéctica artesanal derivada de un compromiso con lo que se escribe y analiza, deberá estar inserta en una reflexión que involucre la praxis de las y los investigadores, la teoría a la que se adscribe y las experiencias de las personas con las que se construye el conocimiento. Resolver adecuadamente este nudo gordiano exige determinados cuidados y recaudos teórico-metodológicos.
Por un lado, si acordamos que las mutaciones producidas a partir de las reconfiguraciones del capital tienen consecuencias que exceden lo meramente productivo, y por el otro, si estas transformaciones han complejizado las cartografías laborales de una manera nunca antes vista, nos encontraremos con que aquellos binomios anudados a la situación de la clase obrera industrial fordista deben ser revisitados y problematizados. Pensar en opuestos como precariedad vs estabilidad, trabajo asalariado vs trabajo informal, informalidad vs formalidad, etc. en ocasiones obtura en vez de aclarar las complejas relaciones y dimensiones que envuelven el universo del trabajo.
América Latina y el Caribe ha atravesado procesos históricos diversos en los últimos treinta años, que delinearon un mosaico muy particular de experiencias en torno al trabajar. Abarca diversos modos de ganarse la vida, que incluyen no sólo lo estrictamente laboral sino también las formas en que se sostiene la vida (Fernández Alvarez, 2020; Perelman, 2020); permite la configuración de formas de precariedad dentro de la formalidad o estabilidades que son frágiles (Capogrossi, 2020a, Capogrossi, 2020b); redefine las trayectorias biográficas y laborales de mujeres y varones; inviste los espacios de trabajo de nuevas formas de disciplina y control y también de resistencia (Figari, et. al., 2017; Santos Junior, 2018).
Asumir lo discutido anteriormente sobre las configuraciones actuales del capital implica reconocerlas como el contexto de desarrollo de un conjunto de transformaciones sistémicas, que han trastocado la materialidad del trabajo y sus formas de relacionamiento en las sociedades contemporáneas. Pero, sin lugar a dudas, también han implicado la trasformación de las subjetividades asociadas a esta materialidad, viniendo a hacer cada vez más ingente la importancia de reconocerlas como espacios de construcción de nuevos sujetos y espacios de trabajo que pudieran o no, en reacción a esta materialidad, constituirse en mecanismos de reproducción de estas condiciones o de enfrentamiento a ellas. No hay aquí solo una necesidad descriptiva o apologética de la crítica de una realidad que constriñe y depaupera la condición humana, muchas veces enraizada en la normatividad cultural pero también en la normatividad conceptual de la ciencia. Se trata de reconocer también, en esos correlatos subjetivos y relaciones, mecanismos de respuesta individual y colectiva a una situación que ya es estructural y por tanto normativizada por la y las políticas.
He aquí un valor añadido de los estudios situados frente a los discursos homogeneizadores de la realidad, válidos para discutir contextos pero no necesariamente para develar construcciones sociales menos globales o estandarizadas y sustentadas en una cotidianidad inmediata a los sujetos concretos. Estas construcciones sociales también materializan espacios de relaciones concretos, y visitarlos desde la ciencia constituye todavía un pendiente para el reanálisis de esos binomios ya comentados arriba.
Trabajos precarios, informales e inestables: estudios situados
En el dossier “Trabajos precarios, informales e inestables: reflexiones y tensiones teóricas, metodológicas y de caso sobre estas categorías” se abordan estos problemas que hemos analizado previamente desde múltiples aspectos. Los artículos que lo componen son estudios situados, que analizan diversos contextos laborales y experiencias específicas que tensionan y se interrogan en torno a una serie de problemas que constituyen el mapa del trabajo en América Latina.
En ese sentido, encontraremos investigaciones como las de Fabio Medina da Silva Gomes, Tatiana Marisel Pizarro y Sayra Yesenia Medina Orta, que hacen hincapié en una perspectiva de género. El primero analiza de qué manera las construcciones y los discursos sobre el amor y la caridad legitiman y justifican la precarización del trabajo doméstico y de cuidados remunerado en el área metropolitana de Río de Janeiro. Por otro lado, el texto de Pizarro se centra en tres biografías de mujeres sanjuaninas que atravesaron experiencias de trabajo remunerado formal e informal y trabajo doméstico no remunerado. Allí la autora recupera las valoraciones socio discursivas que sus interlocutoras realizan respecto de esas trayectorias dentro del mercado laboral y dentro del sector doméstico. Medina Orta, partiendo de la realidad del trabajo doméstico no remunerado en el contexto rural, expone no solo su carga simbólica en la reproducción de la vida cotidiana de las mujeres estudiadas, sino también la impronta que esto trae para su desarrollo personal a partir de condiciones de partida precarios para su inserción en otros espacios laborales.
Tres de los artículos del presente dossier apuntan, desde análisis de escenarios de trabajo concretos, a la precariedad heurística de ciertos andamiajes teóricos en los estudios sobre el trabajo. El primero, bajo la autoría de Mariano Daniel Perelman, centra su análisis en el propio concepto de trabajo, en estrecha relación con el desempleo y con las formas en los actores concretos construyen sus estrategias de trabajo. Se propone aquí una discusión que, si bien no es nueva en los estudios sociales del trabajo, aporta evidencia empírica sobre la necesidad de desnaturalizar viejas concepciones en aras de una mayor capacidad para aprehender la realidad del trabajo en situaciones heterogéneas. En esa misma línea de debate conceptual, pero discutiendo desde la emergencia de las prácticas de economía popular, los artículos de Maria Florencia Bertolotti, María Carolina Ramírez y Eliana Cristina Ortubia por un lado, y de Lisandro Silva Mariños por otro, nos muestran la necesidad de entender las prácticas de trabajo en relación directa con el contexto de reproducción de la vida de los sujetos trabajadores, sus familias y sus redes, en tanto espacio de producción y reproducción de la vida más que actividad concreta de transformación.
Las transformaciones del modelo de desarrollo en América Latina también han implicado la emergencia de mitos vinculados a las nuevas formas de trabajo, que se constituyen en legitimadores de ciertas prácticas organizativas de los modelos empresariales y del mercado de trabajo. En los últimos 10 años, exacerbados por las condiciones impuestas por la pandemia del COVID-19, el teletrabajo y las economías de plataforma han venido a constituirse en una estrategia empresarial y laboral cada vez más socorrida y presentada como alternativa viable para empleadores y empleados. ¿Cuán legítimas o efectivas son estas estrategias para la generación de capacidades de reproducción ampliada de los trabajadores/as y las económicas locales? ¿Qué nuevas dinámicas de precarización laboral implican estas estrategias? y ¿cuánto eluden la capacidad de regulación de los Estados en el aseguramiento de los derechos laborales a partir de la depauperación de los mercados y las políticas laborales? Constituyen preguntas comunes en los artículos presentados por Carolina Salazar Daza a partir del análisis de las capacidades de progreso económico en transportistas de plataformas digitales de transporte, y de María Claudia Sánchez Vera sobre los impactos de la innovación tecnológica y el teletrabajo para el mercado laboral ecuatoriano.
Bajo el principio de que la desigualdad etaria también impacta en el mercado laboral y en las cuotas de precarización de la vida, a partir de su interconexión con otras variables, se desarrollan los artículos de Estefanía Ávalos Palacios y David Sánchez Sánchez. La primera aborda la precarización de la vida de sujetos de la tercera edad que, bajo las condiciones de depauperación de los sistemas de seguridad y asistencia social, enfrentan la necesidad de una nueva inserción laboral en extrema desventaja a partir de su condición de clase y género. Por su parte, Sánchez nos acerca a los grupos etarios juveniles rurales a partir del análisis de la condición juvenil rural como una construcción atravesada por la precariedad a partir de su relación con dinámicas de desarrollo fallidas.
Otra de las dimensiones de la precariedad abordadas en el presente dossier la constituyen los arreglos de cooperación o competencia dentro de los espacios de la economía informal y entre estos y su entorno, como mecanismos de repuesta a las condiciones en que se desenvuelven. Tanto el artículo de Alejandra Peña Díaz y Octavio Ixtacuy López sobre los mercados informales en espacios públicos de Chiapas, México, como el de Santiago Sorroche y Mariano Román Schejter sobre la experiencia de sindicalización de trabajadores de la economía popular en Argentina, apuntan a las potencialidades de estos espacios para la generación de estrategias para el aseguramiento del desenvolvimiento colectivo. Que estas estrategias sean más o menos de cooperación o competencia pareciera depender del conjunto de relaciones económicas y políticas que las rodean y de su capacidad para convertirse en arreglos institucionales, develando la necesidad de su comprensión como un entramado de relaciones institucionales que desbordan sus dinámicas constitutivas.
Metodología y estudios situados: discusiones y proyecciones para un campo de estudio
Un aspecto que no quisiéramos dejar de abordar en esta presentación es el de la metodología a la que entendemos como una teoría de los métodos, pues por su intermedio se define a quién se estudia, cómo se estudia, qué prácticas institucionales se adoptan, cómo se escribe y qué conocimientos se utilizan (Skeggs, 2019: 47). En ese sentido, es fundamental considerar la importancia que aquella tiene como fundamento de toda teoría.
Cuando se habla de estudios situados la perspectiva etnográfica y su metodología aparecen como la caja de herramientas ideal para develar los procesos de construcción y la constitución de los fenómenos y casos estudiados.
De esta forma se convierte en recurrente, como muestran los estudios presentados por este dossier, el uso de metodologías con base en la reconstrucción de discursos y representaciones vivenciales de los sujetos objeto de estudio. La validez de estas aproximaciones se torna indiscutible cuando lo que buscan es precisamente la construcción de un conocimiento con base en la heterogeneidad e inducido por el influjo de las historias vitales de grupos e individuos en las formas en que construyen su historia y cotidianidad inmediata. Como ya se comentó en esta presentación, es a partir de esta cotidianidad que se construyen las relaciones sociales concretas, cuyo estudio permite validar o no discusiones más globales sobre la realidad social. La realidad múltiple aparece entonces como un criterio esencial desde este posicionamiento epistemológico, y por tanto impele al desarrollo y puesta en práctica de metodología y herramientas más cercanas a las prácticas que día a día construyen y por medio de las que se construyen sujetos concretos.
Pero al mismo tiempo estos posicionamientos epistemológicos exigen también el desenvolvimiento de un sujeto investigador diferente, incluido y participante en distintos niveles de la realidad que se intenta estudiar. El distanciamiento deja de ser la basa fundamental para la objetividad, en aras de obtener una posición más privilegiada en el proceso de construcción de la realidad más que del conocimiento. Y estas transformaciones tienen una motivación profundamente política, tendiente a habilitar dentro de nuestras investigaciones un espacio para la articulación y las experiencias de nuestras y nuestros interlocutores, legitimando y valorizando lo que tienen para decir. Pero reconocer esta dimensión implica tener presente el entramado de poder que nos atraviesa, las diferenciaciones determinadas por la clase, la raza y el género, y las subjetividades presentes en este juego de relaciones en el que quienes se vinculan tienen diferentes capitales que se ponen en tensión.
De igual forma esteenfoque obliga a un posicionamiento desde la perspectiva micro en los estudios sociales, en tanto constituye la dimensión directa del accionar cotidiano de los sujetos concretos.Lo microanalítico nos sitúa en una posición privilegiada para observar las contradicciones y tensiones que se manifiestan en los espacios de trabajo o en los espacios de vida que se erigen como escenarios de nuestras investigaciones.
Los trabajos presentados en este dossier son una muestra fiel de esta perspectiva, pero también de cómo esta ha ido evolucionando en función de superar las “deficiencias” de aproximaciones con base en la significación de las relaciones sociales. De esta forma todos los artículos aquí presentados se conforman desde la base de estas representaciones vivenciales de los sujetos de estudio mediante entrevistas individuales y colectivas, análisis de discurso, documental u observación participante, todas herramientas clásicas en los estudios desarrollados en este campo. No obstante, su uso concreto muestra, al mismo tiempo que ese afán de construir la realidad desde los significantes asumidos y cimentados desde la cotidianidad práctica de los sujetos de estudio, un interés por alcanzar planos teóricos a partir de la discusión de estas realidades. No se trata en ningún caso de la narrativa descriptiva y “estéril” de realidades diversas y convulsas, se trata sobre todo de la generación de presupuestos explicativos para dichas realidades. Presupuestos explicativos dentro de los propios códigos de sus actores directos, sin dudas, pero explicativos en calidad del reconocimiento del carácter activo de dichos códigos en la construcción de realidades y de sus sujetos portadores.
Pero también el presente dossier expone muestras de los ingentes esfuerzos en este campo de estudio para movilizar el empoderamiento discursivo de estas narrativas. Sin dudas, un cambio de paradigma disciplinar trae consigo el uso de nuevas categorías analíticas, pero muchas veces este uso se produce a suerte de “injerto”, en calidad de importaciones de recetas, sin una evaluación empírica de su efectividad explicativa. Esta asunción debe realizarse desde la construcción crítica de estrategias de investigación que permitan evaluar su validez heurística en un campo o realidad de estudio concreta. De esta forma encontramos artículos como el de Maria Florencia Bertolotti, María Carolina Ramirez y Eliana Cristina Ortubia, que desde el paradigma de la co-investigación buscan conciliar el saber “cotidiano” y el “científico” en la generación de un conocimiento más cercano en la evaluación de la realidad de la economía popular.
Otros artículos, en franca ruptura con los métodos tradicionales en la antropología, proponen aproximaciones mixtas a los estudios de caso planteados. De esta forma la triangulación metodológica cualitativa-cuantitativa les permite un acercamiento más preciso a las dinámicas de construcción del discurso de los sujetos estudiados. Tal es el caso de los artículos “Reflexiones teórico-metodológicas para el abordaje de la Economía Popular en Mendoza, Argentina”, “Otras reconfiguraciones en el mundo del trabajo: el caso de la economía popular en el barrio Campos de Unamuno del Conurbano bonaerense (Argentina)” y “El trabajo en la condición juvenil rural: reflexiones desde las juventudes rurales en Jalisco, México”.
En conjunto, los artículos del dossier no solo constituyen un acertado acercamiento diverso al fenómeno de la precariedad del trabajo en las sociedades latinoamericanas actuales, lo que ya de por sí constituye una producción sustancial, al mostrar lo heterogéneas y al mismo tiempo homogéneas que se muestran estas realidades en nuestro contexto inmediato. También constituyen globalmente una exposición de las transformaciones que se han venido produciendo en las ciencias sociales a la hora de abordar el estudio de estos fenómenos. Se constituye así en una producción colectiva que exige ser visitada como un conjunto en aras de visualizar los retos fundamentales que se nos presentan en nuestro accionar científico y ciudadano.
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