Convocatoria temática
Antropología del (des)empleo, transformaciones sociales y formas de ganarse la vida en Buenos Aires, Argentina*
Anthropology of (un)employment, social transformations and ways of earning a living in Buenos Aires
Antropologia do (des)emprego, das transformacoes sociais e das formas de ganhar a vida em Buenos Aires
Antropología del (des)empleo, transformaciones sociales y formas de ganarse la vida en Buenos Aires, Argentina*
Revista Latinoamericana de Antropología del Trabajo, vol. 5, núm. 10, 2021
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas

Recepción: 17 Noviembre 2020
Aprobación: 04 Enero 2021
Resumen: Este artículo avanza en el complejo mundo de las transformaciones laborales urbanas a partir de las formas en que el trabajo y empleo han sido vividos en Buenos Aires. Las formas de entender la vida y la centralidad que tiene el trabajo -como categoría múltiple que se juega situacionalmente- obligan a pensar las múltiples formas del ‘trabajo’, y por lo tanto del desempleo, en contextos determinados. El artículo se centra en dos cuestiones: por un lado, una perspectiva antropológica del desempleo; por otro, los no empleados. La primera de las líneas pretende contribuir a un debate en la disciplina; la segunda, basada en el trabajo de campo con cartoneros y vendedores ambulantes, remite a un proceso particular. El texto muestra que la falta de trabajo o la delimitación de una actividad como trabajo es un espacio de pugna. “Trabajo” adquiere diferentes formas, usos, luchas. A su vez, da cuenta de que resulta necesaria una perspectiva -aun en construcción- desde el trabajo para comprender esa multiplicidad. En este sentido, la antropología argentina tiene aún espacios que cubrir. Y ello resulta necesario en términos teóricos como analíticos.
Palabras clave: Trabajo, Argentina, antropología del desempleo.
Abstract: Based on the ways in which work and employment is experienced in Buenos Aires, this article advances in the complex world of the urban labor transformations. My argument is that the ways of understanding life and the centrality of the notion of work forces us to think about the multiple forms of 'work' and therefore unemployment in situated contexts. The article focuses on two issues. On the one hand, on an anthropological perspective on unemployment. On the other hand, I am going to focus on the non-employees. The first of the lines is intended to contribute to a debate in the discipline; the second, based on field work with cartoneros and street vendors, refers to a particular process. The text shows that the lack of work or the delimitation of an activity as work is a space of struggle. "Work" takes on different forms, uses, struggles. At the same time, I propose that a perspective - still under construction - from work is necessary to understand this multiplicity. In this sense, Argentine anthropology still has spaces to fill. And this is necessary in theoretical and analytical terms.
Keywords: Work, Anthropology of Unemployment, Argentina.
Resumo: Este artigo avança no complexo mundo das transformações do trabalho urbano a partir da vivência do trabalho e do emprego em Buenos Aires. Meu argumento é que os modos de entender a vida e a centralidade que o trabalho tem - como categoria múltipla e que se joga situacionalmente - nos obriga a pensar sobre as múltiplas formas de 'trabalho' e, portanto, o desemprego em contextos determinado. O artigo se concentra em duas questões. Por um lado, uma perspetiva antropológica sobre o desemprego. Por outro lado, vou me concentrar nos desempregados. A primeira das linhas pretende contribuir para um debate na disciplina; a segunda, baseada em trabalho de campo com catadores do lixo e camelôs, refere-se a um determinado processo. O texto mostra que a falta de trabalho ou a delimitação de uma atividade como trabalho é um espaço de luta. O "trabalho" assume diferentes formas, usos, lutas. Ao mesmo tempo, percebe que é necessária uma perspetiva - ainda em construção - do trabalho para compreender essa multiplicidade. Nesse sentido, a antropologia argentina ainda tem espaços a preencher. E isso é necessário em termos teóricos e analíticos.
Palavras-chave: Trabalho, antropologia do desemprego, Argentina.
Introducción
En Argentina, el “trabajo” como gran relato ha tenido un lugar importante para ciertos grupos sociales a la hora de construir una forma legítima y una manera digna de vivir (Fernández Álvarez, 2017; Fernández Álvarez & Perelman, 2020; Perelman, 2011). Hasta mediados de la década de 1970 el mercado de trabajo argentino incluía a casi la totalidad de la población activa. La última dictadura cívico- militar (1976-1983) comenzó a sentar las bases de un modelo basado en la financiarización de la economía en detrimento de un modelo productivo. Empezó así un largo decálogo de implementación de políticas neoliberales que fueron no sólo “destruyendo el empleo” sino modificando sus concepciones. A partir de entonces fue creciendo el número de “desocupados”. En este proceso, miles de personas que “tenían trabajo” tuvieron que recurrir a actividades informales, a planes asistenciales, a la ayuda de conocidos para poder seguir viviendo.
La salida del “trabajo” -entendido en un sentido amplio- ha tenido múltiples formas. Tanto la falta de trabajo como las actividades posibles de ser realizadas fueron vividas de forma diferente según las trayectorias de los desocupados.
Este artículo busca contribuir a la comprensión de las transformaciones laborales urbanas a partir de las formas en que la falta de trabajo y de empleo han sido vividos en Buenos Aires1. La noción misma de trabajo es escurridiza. No es mi intención aquí dar una definición precisa de qué es el trabajo; antes bien, me interesa mostrar que las categorías son usadas situacionalmente y que a veces una actividad puede ser considerada trabajo y otras no. Mis investigaciones me han hecho comprender que pensar en términos dicotómicos trabajo (que puede devenir en empleo) y desempleo no permite comprender el extenso mundo de las formas de ganarse la vida.
Mi argumento es que las formas de entender la vida y la centralidad que han tenido el empleo (en tanto categoría que delimitaría el trabajo formal) y el trabajo -como una categoría múltiple y que se juega situacionalmente- permiten pensar, o nos obligan a pensar, las múltiples formas del “trabajo” y por lo tanto del desempleo, en contextos determinados. Es por ello que resulta fructífero indagar las prácticas desde las formas de vivir y formas (de ganarse la) vida en un sentido amplio (Fernández Alvarez et al., 2019). Esta mirada implica indagar el trabajo más allá del acceso a dinero, sin privilegiar (a priori) un dominio, una intencionalidad o un tipo de valuación (Narotzky y Besnier, 2014).
Voy a basarme en dos cuestiones. En un primer momento, en una perspectiva antropológica del desempleo, que permitirá comprender cómo los temas antropológicos fueron por otros senderos, más que debido a una “ausencia” de desempleados en Buenos Aires. Con esto quiero decir que las propias dinámicas de los (sub) campos suelen posibilitar y habilitar formas de ver y analizar el mundo. Son proyectos politicos y académicos (Narotzky, 2007) a veces más y a veces menos concientes. Una mirada de estos procesos permite comprender la reciente aparición de los que no tienen trabajo en la antropología y su modo de abordarlo. La tendencia a estudiar los desocupados -si bien tiene su dinámica local- también tiene un su correlato a nivel global2. No siempre es fácil reconocer al desempleo como un problema o como un espacio y una agenda de discusión compartida. Una cosa es la pregunta por el “desempleo” como categoría de análisis y otra es pensar los estudios antropológicos de la gente que se ganó la vida por fuera del “mercado de trabajo formal”3.
En un segundo momento, voy a centrarme en los no empleados. Desde aquí, es posible comprender los diversos usos que adquiere etnográficamente la noción de trabajo. Mientras que la primera de las líneas tiene pretensiones de contribuir a un debate en la disciplina, la segunda remite a un proceso particular.
Además de las dos grandes secciones descriptas, el texto comienza marcando cierta centralidad del trabajo en Argentina para luego dar cuenta de pensar el trabajo como una práctica con múltiples sentidos en tiempos de (des)empleo reciente.
Argentina y el trabajo
Como existen diferentes maneras de estar trabajando, también existen diferentes formas de no estar haciéndolo. Un primer recorte que podemos marcar es el de las categorías oficiales. En Argentina el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC) mide la ocupación y la desocupación a partir de la Población Económicamente Activa (PEA) o fuerza de trabajo (compuesta por todas las personas que aportan su trabajo -lo consigan o no- para producir bienes y servicios económicos). En la Encuesta Permanente de Hogares (EPH), que suele utilizarse para medir la ocupación y la desocupación, se toma como parte de la PEA a todas las personas de 10 años y más que en un período de referencia corto tienen trabajo y aquellos que sin tenerlo están disponibles y buscan activamente uno. Son parte de la PEA tanto los ocupados como los desocupados. Se entiende por trabajo a toda actividad que genera bienes o servicios para el mercado.
En 2019 se consideraba ocupadas a todas las personas que durante una semana hubieran trabajado al menos una hora. Son desocupadas todas las personas que sin tener trabajo se encuentren disponibles para trabajar y han buscado activamente una ocupación en un período de referencia determinado. Para la medición de este concepto en la EPH se considera como desocupados abiertos a todas las personas de 10 años y más que no trabajaron en la semana de referencia, estaban disponibles y buscaron activamente trabajo (enviar curriculums, responder a avisos de diarios/internet, consultar a parientes o amigos, etc.) en algún momento de los últimos treinta días. Se incluyen dentro de este grupo a las personas disponibles que no buscaron trabajo, porque ya tenían trabajo asegurado y a los suspendidos sin pago que no buscaron porque esperaban ser reincorporados. Dice el INDEC que:
“el concepto de desocupación abierta no incluye otras formas de empleo inadecuado tales como personas que realizan trabajos transitorios mientras buscan activamente una ocupación, aquellas que trabajan jornadas involuntariamente por debajo de lo normal, los ocupados en puestos por debajo de la remuneración mínima o en puestos por debajo de su calificación, ni a los desocupados que han suspendido la búsqueda por falta de oportunidades visibles de empleo, etc.”
Esto tiene sus efectos a la hora de medir: a modo de ejemplo, según la EPH, en el primer trimestre de 2019 comparado con el cuarto trimestre de 2018, la actividad creció de 46,5 a 47 y el empleo pasó de 42,2 a 42,3, pero la desocupación abierta también creció de 9,1 a 10,1, la desocupación demandante de empleo pasó de 17,3 al 17,5 y la subocupación descendió de 12 a 11,8 %4.
Estos no son datos contradictorios, sino que remiten a las formas de medir y construir “objetivamente” el mercado de trabajo. Y nos hablan del “comportamiento” del mercado de trabajo. Se pierden empleos de calidad y crecen los trabajos precarios, los salarios bajan y más gente necesita trabajar para manterse o para mantener a una familia. Así no sólo creció el desempleo en Argentina sino también la pobreza. Conceptos como desempleo, desempleo abierto y ocupación arman un entramado juego categorial y relacional excluyente: no se puede ser desempleado y estar ocupado pero si estar ocupado y no tener empleo. Ahora bien, como mostraré, las personas pueden mostrarse ocupadas y desocupadas al mismo tiempo (Perelman, 2016), ya que nociones como trabajo, empleo, desempleo son categorías nativas que se usan situacionalmente (Perelman, 2020).
Un segundo nivel es el de los discursos sociales y el de los “macro procesos”. Es común escuchar que uno de los grandes soportes sociales es la inscripción en las relaciones laborales como forma de darle sentido a su vida. Algo que podríamos decir que remite a una sociedad salarial (Castel, 1997) que en Argentina parece haber tenido una suerte de correlato histórico a partir del primer peronismo (1945-1955) hasta mediados de la década de 1970 con la implementación de un nuevo modelo de acumulación por la dictadura cívico-militar (1976). Desde mediados del siglo XX, se fue consolidando una suerte de estado de bienestar o estado social argentino que puso al trabajo, al consumo y a los derechos sociales en un lugar central, sobre todo en las ciudades (Torre & Pastoriza, 2002). Esto llevó a una casi analogía discursiva entre hombre y trabajador (James, 2006)5.
En el modelo de estado de bienestar argentino la expansión de los derechos sociales no estuvo ligada a la idea de “ciudadanía”, sino a la del trabajador formal. La expansión de la legislación protectora y regulatoria del trabajo favoreció, en esta instancia identificatoria (casi superpuesta a la de ciudadano), la incorporación de un conjunto extenso de categorías ocupacionales (Grassi et al., 1994). Según las autoras, pese a la inestabilidad política, al cuestionamiento al Estado y las propuestas privatizadoras que comienzan a recorrer el país con la autodenominada Revolución Libertadora en 1955 que derrocó al gobierno de Perón (1945-1955), las condiciones básicas del modelo se sostuvieron aún bajo gobiernos oligárquicos o dictatoriales. Éstos trasgredieron sistemáticamente los “derechos políticos” pero mantuvieron los “derechos al trabajo y las políticas sociales”.
En todo caso, estas visiones deben complementarse con los conflictos surgidos y con los diferentes modos en que estas nociones eran redefinidas por los propios actores para comprender las múltiples experiencias y significados en torno a la dignidad y al trabajo, ya que las formas de vida digna están marcadas por el trabajo y por las intervenciones estatales pero no sólo por ellas.
En suma, durante esos años, la participación en el mercado de trabajo significó el “modo legítimo” de acceso al consumo para reproducir la propia vida. La centralidad del status de “ocupados” resultó en la exclusión del acceso a los derechos sociales de todos los que formaban parte de ese mercado de trabajo informal, ya que la contingencia de la “no disposición de puestos de trabajo” no estuvo contemplada, como tampoco lo estuvo la posibilidad de que el salario no cubriese las necesidades del trabajador.
Como dije, hasta mediados de la década de 1970 la desocupación era baja. Aún así, miles de personas se ganaban la vida a partir de la venta de la fuerza de trabajo en el mercado6. A partir de la dictadura cívico-militar iniciada en 1976, sin embargo, la situación comienza a cambiar. Durante la última década del siglo XX el desempleo comenzó a crecer, afectando a sectores cada vez más crecientes de la población argentina. Los cambios en el modelo productivo y la implementación de políticas de corte neoliberal generaron fuertes re acomodamientos en la estructura social (Basualdo, 2001).
Durante la última década del siglo XX el desempleo comenzó a crecer, afectando a sectores cada vez más crecientes de la población argentina acostumbrados a tener empleo y lo que mis interlocutores pensaban como un trabajo. Una mirada a los datos nos permite nuevamente dimensionar estos cambios. Tomemos como punto de partida el año anterior a la dictadura (1975) y el último de la convertibilidad (2001)7. La Encuesta Permanente de Hogares (EPH) implementada por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC)8 muestra una significativa caída del empleo en la provincia de Buenos Aires y la Capital Federal. La tasa de desocupación aumentó de 2,4 en 1975 a 17,4 en 2001 (reconoce un pico en mayo de 1995 de 20,2). La tasa de subocupación pasó de 4,7 en abril de 1975 a 15,6 en 2001.
Ello fue producto de una serie de procesos de neoliberalización que no sólo incidieron en el ámbito de la economía sino en el seno de la sociedad. En tanto proyecto cultural, poco a poco comenzaron a implementarse y a incentivarse formas de vida por fuera de una carrera laboral estable. De a poco la noción de emprendedurismo, por ejemplo, fue ganando terreno en los discursos oficiales. Fue durante la década de 1990, con los gobiernos de Carlos Menem (1989-1999) cuando las mayores transformacioens se llevaron a cabo. Poco a poco se fueron transformando ciertos consensos en torno al trabajo como modo legítimo de ganarse la vida9, lo que también tuvo efectos en esas formas de ganarse la vida por fuera del trabajo10. No quiero decir que las formas de acumulación tengan un impacto directo sobre las subjetividades, pero si que en ciertos contextos y con el paso del tiempo se van normalizando formas de acceder a recursos que antes no eran posibles. Antes de pensar una dinámica de “arriba hacia abajo” o de “abajo hacia arriba” es posible dar cuenta de las prácticas de vida de las personas para las que es difícil poder establecer un camíno unívoco.
Si en décadas pasadas el “trabajador” se imponía desde el imaginario estatal, en la década de 1990 esta visión fue conviviendo con otras, no sólo desde “el Estado” sino también desde las propias personas que comenzaban a dotar de sentidos legítimos formas “alternativas” de vivir11.
La crisis de 2001 fue el colorario de los procesos de neoliberalización de la economía. Durante la presidencia de Duhalde comienza el período de posconvertibilidad. A pocos días de haber sido designado presidente decreta el fin de la ley de convertibilidad, lo que produce una devaluación del peso argentino y una inflación superior al 40 %. Fue un año de desempleo y pobreza histórica. Ante tal escenario, el gobierno comenzó a implementar una serie de planes sociales para paliar la situación. En este contexto es que comienzan a surgir los estudios sobre los desempleados en Argentina.
Una antropología pensando en los desocupados
Primeros pasos
La caracterización de los procesos macroeconómicos y el lugar que ha tenido el trabajo como “ideal” legítimo de acceso a la reproducción social no explican de forma lineal la falta de estudios antropológicos sobre quienes que no trabajaban. Los “no trabajadores formales” fueron objeto de la antropología, pero no a partir de un estudio desde el trabajo (o su falta) sino a partir de su lugar de vida o su lugar en el sistema productivo.
Ello remite, en parte, a la historia de la antropología argentina. Hasta mediados del siglo XX existió cierto dominio de un paradigma “decimonónico basado en las ciencias naturales” (Guber & Visacovsky, 2002: 11). Guber y Visacovsky plantean que las “ciencias antropológicas” (y no la antropología, que puede ser adjetivada como ‘antropología política, económica, urbana, etc. etc.) eran una suerte de “megaproyecto” de “ciencia del hombre” para pensar el pasado y los orígenes del “hombre americano”. Por su parte, estudios como los de los “campesinos” estuvieron ligados a los estudios de lo “folclórico” definido como lo tradicional, anónimo, oral, colectivo, etc., “descuidando toda vinculación con lo actual, moderno y desarrollado” (Ratier, 2010: 28)12.
El desenvolvimiento histórico de la disciplina ha estado estrechamente vinculado con los procesos socio-políticos del país, sobre todo en relación con las universidades públicas y el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas CONICET (Garbulsky, 1991). Es en la década de 1960 cuando comienza un proceso de profesionalización con el nacimiento de las primeras carreras de antropología en La Plata (1958) y Buenos Aires (1959)13. Fueron años también de persecución por los golpes militares y de pugnas por dar sentido a los objetivos legítimos de la antropología y su manera de abordarlos. Así, si bien es posible decir que comienzan a surgir estudios desde la antropología social, no son los trabajadores asalariados sino los campesinos, los indios y el ámbitos rural y algunos enclaves urbanos los que comienzan a ganar espacio en el marco de las persecuciones políticas de las dictaduras argentinas (1966-1973; 1976-1983, a lo que debemos agregar 1975 como año de persecución política)14. También fue un momento de crecimiento y crítica a las formas hegemónicas de hacer antropología. Sin embargo, en un contexto de terrorismo de Estado trabajar con los sectores subalternos (los pobres, los que no tenían trabajo o se ganaban la vida por fuera del mercado formal) en aquella época significaba para los y las antropólogas un riesgo de vida. Muchas carreras de antropología fueron cerradas, los planes de estudio fueron cambiados y muchos de los antropólogos se exiliaron.
Guber (2014) plantea que en la década de 1970 se producen estudios que versan sobre la desigualdad social, la pobreza y el subdesarrollo en las provincias argentinas, en especial las más pobres del norte. Comienzan a surgir algunos trabajos e investigaciones de antropólogos como Esther Hermitte, Carlos Herrán, Eduardo Archetti y Kristi Anne Stølen, Leopoldo Bartolomé, Hugo Ratier, Eduardo Menéndez, que comienzan a pensar los procesos de desigualdad social15. Sin embargo, según Guber (2014: 53), gran parte del “problema de investigación giraba en torno a los modos en que los productores contribuían a su subordinación y a la expropiación por parte de los grandes pulpos del acopio y la comercialización”.
En todo caso, aquellos trabajadores “no formales” comienzan a ser parte de una antropología del presente por derecho propio. Algunos de estos trabajos viraron luego en clave urbana, en especial dando cuenta de las condiciones de vida de las personas que vivían en villas miserias de la ciudad. También comienzan a surgir algunos estudios sobre trabajadores contrapuestos al tipo “formal” como los pescadores en cooperativas en las islas del Rio Paraná (Boivin, Tiscornia, Rosato)16. Especialmente los trabajadores formales comienzan a ocupar un lugar en la antropología local por medio de los trabajos sobre las relaciones obrero-patrón (Neiburg, 1988) o la relación entre salud, riesgo y condiciones de trabajo (Grimberg, 1997; Wallace, 1998)17.
A partir de fines de la década de 1990 los estudios sobre los “desempleados” comienzan a adquirir un peso propio. Surgen los estudios sobre quienes quedaban por fuera del mercado de trabajo de manera sistemática. Muchas de estas investigaciones daban cuenta de las transformaciones en la “vida cotidiana” de barrios que quedaban bajo planes, esto es, bajo la asistencia del Estado (Cravino et al., 2002). A su vez el paso de “la fábrica al barrio” como lugar de lucha política y organización de la vida (Svampa & Pereyra, 2003) comienza a tener cada vez más centralidad.
Asi, es posible decir que los estudios antropológicos comenzaron a pensar la dimensión territorial de la desocupación (Grimson et al., 2009; Míguez & Semán, 2006)18. En este contexto, surgen una serie de trabajos en Argentina sobre los movimientos de desocupados en los que las tramas asociativas múltiples y las trayectorias tienen un lugar central (Manzano, 2013;Perelman, 2006; Quirós, 2011); sobre grupos que habían sido trabajadores y ahora se dedicaban a actividades informales (Perelman, 2008, 2011) o consideradas como no trabajo; sobre empresas vaciadas por sus dueños y recuperadas por sus trabajadores (Fernández Álvarez, 2007; 2017). También como parte del empobrecimiento social generalizado comenzó a surgir como campo de estudio el de los “sectores medios”, en especial el modo en que se veían caer en el desempleo y en la pérdida de sus ahorros (Perelman, 2004; Visacovsky, 2011, 2017; Zenobi, 2005).
Esta manera de pensar el desempleo y las subjetividades en tiempos de “crisis” fue marcando una mirada específica que no indagó, por ejemplo, en lo que ocurre cuando las personas pierden el trabajo en contextos en donde el trabajo -antes que el empleo- parece ser una condición “normal”. Por otro lado, esta particular mirada se centró en una forma de comprender las subjetividades laborales por sobre otras posibles.
Crecimiento económico y consolidación de los estudios sobre las otras formas de trabajo
El campo creciente de estudios se fue consolidando a partir de los gobiernos de Néstor Kirchner (2003-2007) y Cristina Fernández de Kirchner (2007-2015) en los que Argentina vivió un proceso de crecimiento económico y del sistema científico (Perelman, 2015b).
Se combinaron una serie de procesos que fueron generando nuevos campos de investigación. Por un lado, la posibilidad cierta de vivir de la investigación para un creciente número de antropólogos y antropólogas, que se plasmó en la formación y consolidación de equipos de investigación que tomaron “el trabajo” como objeto de estudio. A su vez, crecieron puestos de empleo y formas de trabajo que fueron generando diferentes maneras de acceder a recursos materiales que comenzaron a ser estudiados. También, los coletazos de la crisis y los modos organizativos en torno a la demanda del trabajo persistieron entre 2003 y 2015 en un contexto en que la tendencia era diferente a décadas anteriores: personas nuevamente empleadas, pobres nuevamente trabajando.
Si bien el tipo de empleo creado durante los gobiernos de Néstor Kirchner (2003- 2007) y de Cristina Fernández de Kirchner (2007-2015) ha sido objeto de debate (Kessler, 2014), el creciminiento del empleo comenzó a poner en el centro de la escena al trabajo como vector de acceso digno a la vida. Los estudios sobre los sectrores populares comenzaron a combinar el “mundo de los planes” con formas específicas de consumo y formas de acceder al dinero (Dapuez, 2021; Hornes, 2020; Wilkis, 2015, 2018). Estos cambios se fueron masificando, con otras formas de trabajo por fuera del mercado formal como la venta ambulante (Gago, 2014; (Perelman, 2013) Pita & Pacecca, 2017).
También se fueron consolidando movimientos sociales que quedaban fuera del mercado y que construían trabajadores de una economía popular (Fernández Álvarez, 2019; 2018, 2016; Fernández Alvarez et al., 2019). La Conferederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP) quizás expresa de forma paradigmática la construcción compleja de la subjetividad laboral argentina. Como explica Fernández Álvarez (2019), en la organización -que se define como un sindicato de trabajadores de la economía popular, o sea por fuera del mercado de trabajo- confluyen un grupo de organizaciones sociales y políticas heterogéneas con una larga trayectoria que se remonta al menos a la década de 1990. En ese espacio conviven "personas con trayectorias de vida heterogéneas para quienes el trabajo asalariado constituye una experiencia pasada reciente, que conviven con aquellos para quienes nunca ha sido una forma viable de ganarse la vida” (Fernández Álvarez, 2018: 7). Desde la economía popular, las organizaciones demandan ser reconocidas como trabajadores (incluso como parte de la Confederación General del Trabajo) aún sin estar formalmente empleados. De esta manera, reivindican formas no salariales de trabajo pero demandan los derechos sociales asociados al empleo. Como se puede ver en el caso de la CTEP, el crecimiento del mercado de trabajo no borró las formas organizativas ni el modo en que miles de personas accedieron a la subsistencia por fuera del mercado de trabajo.
Dos postales para pensar el (des) empleo
Una de las riquezas que nos posibilita la etnografía es la de poder comprender cómo las personas viven. Entendiendo el trabajo de una forma amplia es posible recorrer diferentes formas de construir los modos de ganarse la vida mediante el empleo y la manera en que se van transformando a lo largo del tiempo. Estas posiciones no son de una vez y para siempre. Mi experiencia de campo, tanto con personas que recolectaban residuos “informalmente” en la vía pública como con los que vendían productos en los transportes públicos (trenes y omnibuses), muestran la complejidad en la que se expresan las formas de vivir.
Como primer punto, es importante salir de las imágenes morales acerca del modo en que las personas se ganan la vida. A partir de allí podemos deconstruir los polos de empleo-desempleo, pero también los de trabajador versus vago, oportunista; desempleado legítimo versus ilegítimo que a suelen teñir las explicaciones de los cientistas sociales sobre la vida de “los pobres”. Y sobre todo entender el carácter múltiple de las nociones de trabajo, empleo, desempleo.
La complejidad remite no sólo a que diferentes actores califican una misma práctica de manera diferente sino que una misma persona puede describirse como trabajador, laburante, empleado, desempleado en momentos diferentes.
Narotzky (2018: 12) ha planteado
“En un mundo con un mercado laboral (labour market) en retroceso, el trabajo (work) adquiere un significado cada vez más alejado del aspecto material productivista y vinculado, en cambio, a los valores de autorrealización y reconocimiento (Fraser 2001). Para muchas personas que viven en un estado de desempleo permanente o cíclico, el valor del trabajo (value of work) su aspecto social es central: ser alguien está ligado a hacer algo que se reconoce de alguna manera como parte de lo que la sociedad valora (Joshi 2009; Narotzky & Besnier 2014). Muchos "trabajos de activación" (...) se convierten en sustitutos del trabajo que proporcionan una forma de valor que permanece ligada a las identidades laborales.”
Si los límites del empleo se modifican, también los hacen los del desempleo: no como un redibujo de una línea fija sino más bien como un espacio de negociación en el que se expresan subjetivamente las condiciones de posibilidad, los marcos de referencia y las expectativas.
I Los cartoneros (2002-2011)
En 2002 comencé a realizar trabajo de campo con personas que se dedicaban al cirujeo -la recolección regular de residuos por personas que no pertenecen al sistema de recolección. La mayoría de ellos habían comenzado a recolectar recientemente. Otros habían vivido de la recolección desde pequeños. Muchos de los que comenzaban a recolectar tenían trayectorias que combinaban trabajos informales con el acceso a recursos desde otras formas (como las changas); otros, habían quedado desempleados (habían sido despedidos de algún empleo formal). La mayoría eran jóvenes que habían crecido en la decáda de 1990, nunca habían tenido un trabajo estable y habían convivido con la precariedad laboral. Entre estos grupos era posible distinguir diferentes subjetividades laborales que se reconvirtieron en el 2001.
Ser ciruja: “mi pasíon era cirujear”
Hasta la dictadura cívico- militar iniciada en 1976, la recolección de residuos se realizaba en la Quema19. En un contexto de pleno empleo los cirujas se ganaban la vida en actividades alejadas de esa imagen ideal de trabajo formal que “dignifica”. No sólo la recolección, sino también la venta de lo recolectado solían hacerse dentro del basural. A los compradores de lo recolectado, los cirujas les decían clientes. La Quema era un mundo moral y laboral con lógicas propias. Algunos relatos y fuentes plantean la existencia de un mundo marginal; sin embargo, gran parte de los relatos de las personas que allí vivieron dan cuenta de otras miradas (Perelman, 2015a).
Valentín decía que “las fábricas tiraban de todo, ‘pilcha nueva’, cosas en buen estado, comida”. Pedro en 2003 me decía “los tiempos cambiaron. Ya no es como antes, antes había una Argentina potable (...) y la producción que se hacía en la Argentina esa la industria estaba a full. Sobraba. Fábricas que ahora están vacías (...) ahora están cerradas. Todo eso era a full, imaginate todo eso generando basura. Y todos laburando”. Si ellos ponderan la basura existente no sólo como descarte sino también como una fuente de buenos recursos y no como mera basura, Juan Carlos va más allá: “Yo trabajé 25 años en la Comisión Municipal de la Vivienda. Yo trabajaba de lunes a viernes y sábado y domingo era mi pasión cirujear. Lo que yo hacía sábado y domingo, lo sacaba en un mes en la Comisión de la Vivienda. Te imaginás, cómo no me iba a llamar la atención seguir cirujeando. Y bueno, después me quedé en la Quema, me casé, junté mi dinero para hacerme mi fiesta, por iglesia, por civil, yo me pagué mi ropa, yo me pagué mi fiesta, todo, todo de mi bolsillo gracias a la ciruja. Crié a mis hijos”. Resulta interesante la comparación que hace con un empleo estatal en términos de “trabajo”, que en Argentina es sinómimo de estabilidad laboral, con la vida en la Quema y el cirujear como su “pasión”.
Tanto la actividad como las personas que la realizaban se construyeron en contraposición al discurso del trabajador ideal formal, y se las ligó a los maleantes y vagos, a formas de vida marginales y fáciles, como un rebusque, un (no) trabajo. Durante los años que compartí con los recolectores las visitas a los barrios donde había funcionado La Quema fui comprendiendo el valor que tenía ser ciruja, no como contraposición al ser trabajador sino como su complemento, y como una forma legítima de acceso a la vida. Juan Carlos no se refiere al ser ciruja como una falta de trabajo. Pese a ello, existe un reconocimiento de los cirujas, de su condición de outsiders. Así como me dijo Valentín, el que estaba en la Quema era “por algo”, lo que no borra la producción de una subjetividad laboral precaria que va generando amistades, obligaciones, pasiones. En los cirujas convivían las posiciones de una actividad marginal con el cirujeo como una forma de vida (Millar, 2018).
Cerrada la Quema, con la masiva aparición de personas recolectando a partir de los primeros años de la década de 2000 esas subjetividades comienzan a transformarse. Durante mi trabajo de campo fue asistiendo a la construcción de estas nuevas formas de entender el trabajo de recolección y el acceso a la vida. Por un lado, la resiginificación de ese pasado de reconocida marginalidad y peligrosidad. Ya vivir de la basura no era ni marginal ni peligroso. Antes bien, se había transformado en un modo de acceso a la vida de miles de personas. Barrios enteros vivían de la basura. Ello permitió reconfigurar esos pasados y referir a su actividad como orgullo y coraje por estar haciendo el trabajo a la vez que comenzaron a reivindicarse como los verdaderos cartoneros (Perelman, 2015a)
Estar cirujeando: “yo si consigo un laburo, me voy corriendo”
Diferente fue el modo de los que empezaban a recolectar con trayectorias laborales distintas a las de los que siempre habían sido recolectores. Entre los que habían perdido el trabajo y ahora se dedicaban a recolectar, la actividad no contaba con la misma aceptación. Antes de pensarse como cartoneros mis interlocutores planteaban que estaban cartoneando. Era una actividad transitoria de la que deseaban salir. Estar cartoneando era una tarea que se contraponía de manera negativa con otros empleos. Durante mis primeros años del trabajo de campo comprendí lo dificil que era, especialmente para los hombres, salir a cartonear. Les daba vergüenza ser vistos revolviendo la basura. Intentaban no ser vistos por personas que los pudiesen reconocer. Escuché decenas de historias en torno a la dificultad por dar “el paso”, como dijo una vez un cartonero. Otro, mientras caminábamos buscando cartones por las calles de Buenos Aires, me dijo “yo estoy acá porque no tengo laburo. Pero no quiero esto para mis hijos. Yo si consigo un laburo, me voy corriendo”. Estas visiones convivían con la construcción de la actividad como digna, en contraposición con otras posibles formas de acceder a recursos como el robo: “yo digo que esto es algo digno porque no le hago mal a nadie, no estoy robando” me dijo Juan una tarde. También surgía una reivindicación de la libertad que tenían para poder realizar su trabajo. Se ha dicho que parte de la subjetividad neoliberal es la de la libertad como un ethos individualista neoliberal (Foucault, 2004), sin embargo, en mi trabajo de campo esta forma de justificación no puede entenderse simplemente como parte de la producción de un yo neoliberal. Antes bien, remite a la subjetividad laboral que se configura en torno a las experiencias y los marcos de referencias de las personas. Ante la pérdida del empleo, una de las formas en que los cartoneros comenzaron a reivindicar la tarea que realizaban era la libertad. Moverse por la ciudad, no tener horarios, no depender de jefes eran argumentos expresados como formas reivindicativas para trabajar “solos”. La idea de trabajo, en la que se inscribe esta noción de libertad en tanto noción nativa, remite a formas específicas de comprender la sujeción al empleo y al manejo de los tiempos.
A su vez, en el campo la cuestión del trabajo- y a veces la del empleo- era un tema recurrente entre mis interlocutores, tanto para afirmar como para negar al cirujeo como trabajo, para reivindicar su situación actual como para contraponerla con las prácticas actuales; múltiples situaciones se articulaban en torno a la gramática del trabajo.
Los recolectores recurrían según el contexto a diferentes formas de describir su situación de acceso a recursos. Una tarde le pregunté a un recolector si tuviera que responder en una encuesta sobre su condición laboral, entre ocupado y desempleado, qué contestaría. Rápidamente me dijo “desocupado”, porque la “actividad” no le garantizaba “nada”, haciendo referencia a cargas sociales, jubilación y derechos laborales. Pero luego lo pensó mejor y me dijo que era un “desocupado- ocupado”. Osvaldo me estaba mostrando que mis conceptos eran erróneos. Yo me paraba en formas dicotómicas de ver el mundo que para mi interlocutor eran mucho más complejas. Las palabras, sin embargo, dan cuenta de una subjetividad laboral específica forjada bajo el imaginario del empleo.
“Este es un trabajo como cualquier otro”, “me gustaría tener un trabajo” eran frases recurrentes, incluso dichas por un mismo interlocutor con una diferencia de pocos minutos. Bajo la misma noción podían referirse a o demandar acceso tanto a recursos como a derechos laborales.
La gramática del trabajo también es posible en un contexto en que puede tener sentido para los actores que la usan: no sólo implica una acción pasiva sino también una demanda activa por el reconocimiento (Fernández Álvarez, 2017). Así, trabajo, empleo y desempleo pueden ser usados de diferente forma y significar cosas diferentes en contextos distintos.
II. Los vendedores ambulantes (2011-2015)
Así como en el caso de la recolección de residuos en la vía pública, el acceso a la vida desde la venta ambulante debe ser pensado desde las subjetividades laborales. Los autodenominados buscas son un caso paradigmático para comprender la construcción de subjetividades laborales como proyectos de vida.
Alberto comenzó en la venta ambulante con doce años, cuando su padrastro le armó una caja de lustrar zapatos para que trabajase en una de las terminales de trenes más grande de la ciudad de Buenos Aires. Luego comenzó a subirse a los trenes, primero a vender diarios y luego maní con chocolate. A partir de entonces, las golosinas y los trenes formaron parte de su vida. Por algunos períodos se dedicó a otras tareas. Hacía mediados de la década de 1980 decidió dejar la venta ambulante. Se buscó un “trabajo” y consiguió uno como repartidor de leche. Duró poco, no se acostumbraba a la rutina, a tener un “jefe”, a cumplir horarios, al trato con sus compañeros. Volvió a los trenes y cuando nació su hija a mediados de la década de 1990, decidió tomar un trabajo de guardia de seguridad. Sin embargo, la venta ambulante seguía siendo parte de su ingreso: “entonces cuando iba a casa compraba algunas gaseosas y las vendía”. Cuando volvía del trabajo hacía algunos trenes. Cuando quedó “sin trabajo” decidió volver a los trenes. Recuerda que “los pibes me decían porque no venía acá”. Alberto conocía a casi todos los que trabajaban ya que eran ‘los mismos de siempre o sus hijos”. La venta ambulante en trenes es una tarea territorial, por eso tuvo problemas con algunos vendedores al volver de forma permanente. “Un día vino uno y me dijo ‘tomátela de acá ¿vos quién sos? ¿Sos nuevo, nunca te vi?, yo le respondí ‘¿vos quién sos?, nuevo sos vos, yo hace diez años que estoy acá”. Alberto pese a haber pasado por otros trabajos piensa su trayectoria en función de la venta ambulante –y por ello en 2011 cuando lo conocí estaba por cumplir, me decía, treinta años en la actividad.
Este recurrente volver a la actividad da cuenta de una subjetividad laboral. Para Alberto, como muchos otros vendedores con los que conviví durante mis 4 años de trabajo de campo, la venta ambulante es una forma de vida a la que -si alguna vez “salieron”- vuelven. Ser busca es una forma de dar sentido a la vida en condiciones de precariedad. Esta precariedad no se genera sólo en términos de ingresos. Muchas veces los vendedores obtienen lo suficiente para hacer frente a sus gastos cotidianos. No quieren más. Ello ha llevado a que otros actores refieran a ellos como vagos. Pero muchos de los buscas tienen una trayectoria de vida ligada a la violencia física, han estado presos, se han ido de sus casas a temprana edad y han dormido en las calles. A su vez, las opciones laborales tampoco les permiten un ingreso mayor al que obtienen con la venta. En tanto trabajo informal no cuentan con seguridad social.
Ser busca se contrapone no sólo a un trabajo formal, sino a otras formas de trabajo dentro de la venta, como por ejemplo la mendicidad, o incluso a otros vendedores. La idea de masculinidad que entiende que el hombre “debe trabajar” funciona como una forma de coerción moral para mis interlocutores. Alberto piensa que a él -a diferencia de las personas ciegas o rengas que piden en los trenes- nadie le daría plata “Me van a decir ‘andá a comprar una caja de alfajores y ponete a vender’”.
Ser busca es para los vendedores una forma de relacionarse con los pasajeros, una manera de obtener dinero, de gastarlo, de vivir (Perelman, 2013; Pires, 2010), tanto así que resulta imposible descentrar el momento de venta (en tanto trabajo) de otros tiempos. Por su parte, gran parte de los vendedores ambulantes no buscan maximizar el tiempo para obtener mayores ingresos. Antes bien, valoran momentos de sociabilización. Es así que dentro de la configuración de la venta, muchos otros actores piensan que los vendedores son vagos o descuidados. Los vendedores no viven para trabajar sino que trabajan como parte de un modo de vida. Más aún, como recientemente ha mostrado Fernández Álvarez (2019), los vendedores adquirieron una relación personal afectiva con el tren más allá de un espacio de trabajo.
Vidas sin salario, sin trabajo y desempleo. A modo de cierre
En este escrito he planteado la necesidad de pensar complejamente las categorías y el modo en que la antropología argentina ha construido (o no) a los desocupados como campo de estudio y como etiqueta para dar cuenta del modo de vida de las personas. El modo en que las ciencias locales construyen formas de ver al mundo impacta en los temas y en el modo de abordarlos.
Estar desocupado no implica una posición pasiva. Los desocupados “buscan” activiamente trabajo20 y también necesitan conseguir recursos materiales para vivir. La misma delimitación del trabajo/ empleo en oposición al desempleo (que puede a veces traducirse como desocupado, o con nociones abstractas como wageless labor o wageless life) no posibilita ver los procesos históricos y subjetivos de la construcción social del trabajo y de su falta.
La falta de trabajo o la delimitación de una actividad como trabajo es un espacio de pugna. Los estudios de género hace tiempo han dado cuenta del modo en que el “trabajo invisibilizado” se constituye como una forma de producción de capital y de subjetividades; durante décadas ciertas actividades (como las “domésticas”) no han sido vistas como “trabajo”.
Etnográficamente, el trabajo adquiere diferentes formas, usos, luchas. Los marcos de referencia y las expectativas, las trayectorias sociales, como también la búsqueda de argumentos legítimos y formas de dar sentido al presente, producen formas de entender el empleo y el desempleo. A su vez, la intervención del Estado permite pensar las condiciones de posibilidad de demandar como desocupado o presentarse como trabajador/ ocupado.
Empleo y desempleo, así como vidas sin empleo (Denning, 2010), se constituyen muchas veces como formas de vida sin sentido (Bauman, 2005)21. Mi trabajo de campo permite pensar que estas categorías nativas -de diferentes universos conceptuales- forman parte de un caleidoscopio o un rompecabezas de piezas múltiples relacionadas (Wilkis, 2018). Es por ello que pensar el (des)empleo como punto de partida no siempre es bueno. Una buena forma de abordar estas complejidades es la de dejarse llevar por todos los actores, lo que implica reconstruir las lógicas nativas desde diferentes lógicas e intervenciones y tener precaución a la hora de usar conceptos morales -muchas veces provenientes del Estado (Misse, 2018; Renoldi, 2015). Pensar en las dimámicas sociales, seguir a las personas (y a los usos de categorías) permite comprender la complejidad que adquiere la vida, así como apreciar que las formas de acceder a recursos son mucho más que formas de trabajo.
En Argentina es posible reconocer el crecimiento de los estudios sobre personas que se ganan la vida por fuera del mercado de trabajo y demandan colectivamente por sus condiciones de vida a partir de la crisis de 2001. Unos años más tarde comieza lo que podríamos considerar una antropología del trabajo (Palermo, 2012). Y si bien existió una creciente cantidad de estudios focalizados en los desocupados, la antropología del desempleo no se constituyó como un campo de estudio, ni siquiera dentro de la antropología del trabajo (Perelman, 2007). Si la antropología buscó dar cuenta de los modos de vida de las personas por fuera del mercado de trabajo, lo que implicaba cierta “estabilidad”, aun luego de fuertes cuestionamientos sobre el trabajo (durante 1990 y a partir de 2015) siguen primando los estudios sobre quienes estructuran su vida por fuera del mercado de trabajo y sobre los desocupados organizados (Perelman, 2017) como locus privilegiado legítimo de indagación.
En este sentido, la antropología argentina tiene aún espacios que cubrir. Y ello resulta necesario tanto en términos teóricos como analíticos. Al igual que otros colegas (Fernández Alvarez et al., 2019 y 2017; Fernández Álvarez & Perelman, 2020; Perelman, 2020; Narotzky & Besnier, 2014), he propuesto una antropología de las formas de ganarse la vida que vaya más allá de la “economía” (de L’Estoile, 2014).
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Notas
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