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Cuando el ama no está en casa, las ollas están sin asas: representaciones sociodiscursivas del trabajo doméstico no remunerado y las mujeres (San Juan, Argentina)
When the mistress is not at home, the pots are without handles. Sociodiscursive representations about unpaid domestic work and women (San Juan, Argentina)
Quando a dona não está em casa, as panelas ficam sem alças. Representações sociodiscursivas sobre trabalho doméstico não remunerado e mulher (San Juan, Argentina)
Revista Latinoamericana de Antropología del Trabajo, vol. 5, núm. 10, 2021
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas

Convocatoria temática

Los autores conservan sus derechos

Recepción: 15 Enero 2021

Aprobación: 22 Marzo 2021

Resumen: El presente es un artículo que analiza las representaciones sociodiscursivas de las sanjuaninas en edad de retiro, con relación a las diversas valoraciones del trabajo doméstico y reproductivo no remunerado del ama de casa. Se trabajó sobre las historias de vida construidas a partir de los discursos de tres mujeres sanjuaninas mayores que se desempeñaron en el mercado laboral formal, informal y en el ámbito privado del hogar. Las representaciones sociodiscursivas del trabajo remunerado realizado por estas mujeres se refieren a aspectos negativos relacionados con conflictos de orden social. En este sentido, se realizó un análisis de sus construcciones discursivas sobre las labores desarrolladas y cómo sus relaciones y su entorno mutaron en función a éstas.

Palabras clave: Trabajo, trabajo reproductivo, cuidado, mujeres, historias de vida, género.

Resumo: Este é um artigo que analisa as representações sociodiscursivas das mulheres san juanas em idade de aposentadoria, em relação às diversas avaliações do trabalho doméstico e reprodutivo não remunerado da dona de casa. Trabalhou-se sobre as histórias de vida construídas a partir das falas de três mulheres que atuavam no mercado de trabalho formal e informal e na esfera privada do lar. As representações sociodiscursivas sobre o trabalho remunerado dessas mulheres remetem a aspectos negativos relacionados aos conflitos sociais. Nesse sentido, procedeu-se a uma análise de suas construções discursivas em torno das tarefas realizadas e de como suas relações e seu ambiente se alteraram a partir delas.

Palavras-chave: Trabalho, trabalho reprodutivo, cuidado, mulheres, histórias de vida, Gênero.

Abstract: This is an article that analyzes the socio-discursive representations of the San Juan women of retirement age, in relation to the various evaluations of the unpaid domestic and reproductive work of the housewife. Work was done on the life stories constructed from the speeches of three women who worked in the formal and informal labor market and in the private sphere of the home. The socio-discursive representations of the paid work performed by these women refer to negative aspects related to social conflicts. In this sense, an analysis of their discursive constructions around the tasks carried out and how their relationships and their environment mutated based on them was carried out.

Keywords: Work, reproductive work, care, women, life stories, gender.

Introducción

El concepto de trabajo está relacionado con el proceso de industrialización y la tarea remunerada, lo que provoca que otras labores que se desarrollan por fuera de ese espectro no sean incluidas. Esto induce a que el ámbito doméstico y el público se conciban como espacios separados y ajenos entre sí. Con este artículo se intenta hacer una revisión de este concepto por medio de la construcción de tres historias de vida de mujeres sanjuaninas (Centro-oeste de Argentina), que se desempeñaron como trabajadoras amas de casa y trabajadoras informales a lo largo de su vida. Estas historias de vida están ancladas al interés de visibilizar las representaciones sociodiscursivas de las mujeres con sus realidades laborales y las etapas del ciclo de vida familiar.

Las representaciones sociodiscursivas del trabajo remunerado realizado por estas mujeres remiten a aspectos negativos relacionados con conflictos de orden social. De este modo, se aborda la participación de las entrevistadas en el mercado laboral y su posterior presencia -o no- en el sistema previsional. En este sentido, se realizó un análisis de sus representaciones sociodiscursivas sobre las labores desarrolladas y cómo sus relaciones y su entorno mutaron en función a éstas.

Asimismo, también se ponen en foco las tareas desarrolladas en el mercado laboral por estas mujeres, ya que se trata de profesiones y oficios feminizados en relación directa con tareas desarrolladas en los ámbitos privados. En los siguientes apartados, se plantean las representaciones sociodiscursivas en relación con el peso del trabajo reproductivo y doméstico no remunerado1, mediante distintos episodios de la vida de las protagonistas: cuidado de niños/as y adultos mayores, momentos de enfermedad, crisis económicas, separaciones, situaciones de violencia y la posibilidad de obtener un retiro por medio de una jubilación.

Aspectos metodológicos

Mediante el relato en primera persona -lejos de una sistematicidad descriptiva-, se obtuvieron narraciones en las que el foco fue la voz de las entrevistadas. Es preciso mencionar que no hubo un análisis categorial ajeno a las palabras de estas sujetas. Es decir, se observaron sus construcciones discursivas para extraer las representaciones sociodiscursivas presentes para analizar el significado que las emisoras les otorgaron a determinadas realidades. Con el eje conductor del rol que han desempeñado dentro y fuera del hogar, las mujeres entrevistadas ordenaron coherentemente sucesos, experiencias y situaciones por medio de sus discursos.

De este modo, se realizó con las entrevistadas una reconstrucción de sus historias mediante la narración, lo que les permitió moldear en palabras los recuerdos del pasado. Resulta clave aclarar que este estudio está atravesado por la convicción de que “las vidas son textos: textos que están sujetos a revisión, exégesis, interpretación y así sucesivamente. Es decir, las vidas relatadas son tomadas por quienes las relatan como textos que se prestan a distintas interpretaciones” (Bruner y Weisser, 1998: 178).

Mediante estas historias de vida se pretende dar visibilidad a esas mujeres comunes cuyas voces se silencian en la vorágine de la cotidianeidad y cuyas realidades y nombres se pierden. Es necesario mencionar que, en la construcción de estas historias, las representaciones propias de quien investiga resultaron ser un obstáculo que también influyó en la concepción de las distintas realidades. Por otro lado, también fue apropiada para este estudio la postura del sociólogo francés e investigador especializado en historias de vida, Daniel Bertaux, quien plantea que “hay una historia de vida desde el momento que el narrador cuenta a otra persona, investigador o no, un episodio cualquiera de su experiencia” (1997: 32). Es que la “historia de vida es la mejor ilustración posible para que el lector pueda penetrar empáticamente en las características del universo estudiado” (Pujadas, 2002: 45).

Otro punto para mencionar es que las historias de vida seconstruyeron diacrónicamente; es decir, tal como se desarrollaron los acontecimientos -hitos- de su realidad. Es así como, de un modo cronológico, se presentan las experiencias familiares, sociales, laborales -y sus representaciones sociodiscursivas-.

Debido a esto, fue notorio cómo la familia tuvo especial importancia en la construcción de las historias. Esta relevancia es debido a que son “unidades autoorganizadas de producción de otros miembros, microsistemas orientados hacia la producción de energías humanas de sus propios miembros, tanto en la vida cotidiana como a largo plazo” (Bertaux, 1997: 2). Se captaron así las representaciones sociodiscursivas de las mujeres en función al ciclo de vida de la misma familia: formación, llegada de hijos/as, el cuidado, etcétera. Por esto, la construcción de las historias en función de los relatos sobre la vida familiar se convierte en una estrategia original para observar los vínculos entre la persona y la estructura social.

Por último, es necesario hacer hincapié en que la riqueza de los relatos recabados está en cómo se reconocieron -y construyeron- a sí mismas las mujeres entrevistadas, las representaciones de su trabajo, de sus decisiones, sus roles, etcétera. De ahí el interés por estudiar las representaciones sociodiscursivas del trabajo de las mujeres: en la narratividad, los discursos captan los significados intrínsecos que se otorgan a lo simple, lo mundano y naturalizado, “las vicisitudes de las intenciones humanas” (Bruner, 1991: 27).

Para la selección de las historias de vida se realizó una exploración sociodemográfica que permitió hacer un esbozo de perfiles de potenciales entrevistadas -mujeres mayores del Gran San Juan, Argentina-, a partir de datos extraídos del Censo Nacional de Población, Hogares y Viviendas de 1991, 2001 y 2010, el INDEC y la ANSES. Para los perfiles se tuvieron en cuenta las siguientes variables: posición de las mujeres en el hogar –jefas y cónyuges-, nivel educativo y condición laboral.

En relación con esto, las mujeres seleccionadas debían tener las siguientes características singulares -que permitieran identificar a distintos grupos de mujeres-:

Entrevistada 1: sanjuanina beneficiaria del Plan de Inclusión Previsional con aportes jubilatorios incompletos.

Entrevistada 2: sanjuanina que se encuentre en un limbo previsional: se buscó una mujer que no hubiera podido acceder al Plan de Inclusión Previsional por las modificaciones e incorporaciones de condiciones adicionales para el acceso. Éstas están vinculadas principalmente con la situación patrimonial de las personas que se establecieron de 2016 (creación de la Pensión Universal del Adulto Mayor) a 20192 (durante años no se determinó si se prorrogaría o no la moratoria correspondiente a la ley 26.970)3.

Entrevistada 3: sanjuanina que accedió al SIPA por haberse desempeñado en el mercado formal del trabajo. La selección de las entrevistadas se hizo en función desu ingreso al sistema previsional argentino, lo que permitió captar las representaciones sociodiscursivas creadas sobre el trabajo no remunerado de las amas de casa desde la óptica de distintas realidades. A su vez, los perfiles de las entrevistadas se diseñaron a partir de aspectos diferenciales: el nivel educativo, su rol en el hogar y su participación en el mercado laboral -formal e informal-.

De este modo, con el propósito de conocer las representaciones que atraviesan al Plan de Inclusión Previsional y a la figura del ama de casa como jubilada, se realizó un trabajo original sobre las mujeres y su relación con el trabajo no remunerado y la jubilación. Para lograrlo, se buscó indagar acerca de su vínculo con el ámbito previsional, sus trabajos en lo público y en lo privado, las distribuciones de las tareas de cuidado y domésticas en el hogar y lo referido al ideal de la entrega/renuncia por amor.

Durante las entrevistas -semiestructuradas-, se pretendió que las interacciones se dieran de modo que permitiesen la reflexión, ya que las preguntas no fueron incisivas, sino que buscaban crear una cierta intimidad y confianza con las mujeres entrevistadas. Mediante los distintos encuentros se captaron relatos concretos para la construcción de las historias de vida mencionadas.

¿Si trabajo? No, soy ama de casa. Poder, acciones y roles de las mujeres desde sus propias representaciones sociodiscursivas

Las experiencias que se relatan en este artículo datan de la segunda mitad del siglo XX hasta la actualidad, atravesando cambios en el consumo, los modelos familiares y los roles propios y/o ajenos. En el relato, estas mujeres cuentan cómo se vieron a sí mismas como adolescentes enamoradas con una vida por delante, dispuestas a desempeñarse en distintas labores hasta que alcanzasen a lograr el sueño de la independencia, lejos de los patrones culturales que veían en sus madres. Pero, en una clara paráfrasis de Kate Millet4, resultó que efectivamente, el amor ha sido el opio de estas mujeres.

Las tres mujeres5 entrevistadas aludieron en sus relatos a la distribución desigual de las tareas hogareñas y de cuidado; de hecho, es en la actualidad una duda constante el quién desarrollará esas tareas cuando ellas tengan una edad en la que no se puedan hacer cargo de éstas. Sus vidas han estado regidas por la preocupación constante por la prestación de cuidado a otros/as y, en muchas ocasiones, sacrificaron su autocuidado en función de hacer lo mejor para la familia; en otras palabras, ejercer la renuncia como un acto de amor.

En las representaciones sociodiscursivas presentes en estos relatos, las mujeres hablaron del pasado como si fuese el presente, aludieron a la ausente precaución que tuvieron sobre el (su) futuro y qué sería de ellas cuando fuesen mujeres mayores. En los discursos, las mujeres se mostraron contrariadas; por un lado, mencionaban cómo las tareas hogareñas y reproductivas deberían tener el mismo valor que cualquier trabajo realizado en el ámbito público; por otro lado, ponían especial énfasis en aclarar que no lo consideraban trabajo porque lo realizaban con -y por- amor y es parte del deber que ellas tenían como madres y esposas.

Juana: representaciones sociodiscursivas sobre las tareas del ama de casa

Cuando Juana inició su concubinato tenía 18 años y dos hijos. Su casa estaba a unas cuadras de la de sus padres “por si necesitaba algo, pero mejor que no lo hiciera”.

Su madre poco la visitaba y ella no podía pedirles ayuda económica o de cualquier tipo, por el enojo que su padre tenía por los embarazos tempranos. Juana era joven y deseaba trabajar como empleada o costurera para colaborar con la economía del hogar, pero ni su padre ni su pareja se lo permitieron: debía quedarse en casa y atender a su nueva familia.

De este modo, durante décadas, tuvo la presión de los hombres de su contexto cercano para que no realizase ningún tipo de actividad remunerada, a pesar de que su familia necesitaba de esos ingresos económicos y que ella también quería ser parte de la manutención del hogar. Por años, Juana pidió permiso para ir a trabajar; finalmente, desistió ante la imposición de su marido y su círculo cercano, que la dejaron sin otra elección más que dedicarse exclusivamente a las tareas del hogar y el cuidado de los hijos. Su rutina se veía reducida a la atención de la progenie hasta que éstos fueron mayores:

“Mi vida era planificar para que el más grandecito vaya a la escuela. Era levantarme, la comida, el lavado, el planchado, tener la comida a horario para el marido. El fin de semana, amasar para que tuviéramos el pan para toda la semana, generalmente los sábados hacía eso. Y así era la rutina, todas las semanas el mismo ritmo. Bueno, me levantaba a las 5 porque él se tenía que ir a trabajar, entonces yo me tenía que levantar. No tenía cocina, tenía que levantarme a hacer el carbón o hacer fueguito para hervir el agua para que él tome el té. Se desayunaba, se iba y yo me quedaba a hacer las cosas”.

Por entonces -y aún en la actualidad-, no era extraño que las mujeres desarrollasen un modelo intensivo de maternidad, mediante el cual se naturalizaba a la mujer como única responsable de la crianza de los/as hijos/as y atención del marido.

Por ese entonces, esta representación sociodiscursiva de un ama de casa a jornada completa es naturalizada sin cuestionamientos; de hecho, es socialmente aceptada la derivación de las tareas de cuidado y domésticas en las hermanas mayores y no así en el padre y/o tutor. Pilar Carrasquer explica que esto se debe a que “son entornos laborales que se imbrican en una cultura laboral de marcada centralidad reproductiva y que se apoya en una red familiar o comunitaria de soporte femenino al trabajo doméstico” (2007, p. 11).

En sí, las representaciones sociodiscursivas relacionadas con la maternidad han naturalizado el sacrificio y la renuncia como rasgos intrínsecos de la mujer. Un ejemplo común -y simbólico- que se ha repetido en las entrevistas, son las peripecias de las mujeres de los sectores populares para conservar el fuego en el día, elemento que les permitía cumplir con la labor de ama de casa y madre:

“Afuera [de la casa] tenía leñita, a la intemperie. Después tenía una ramadita. En ese momento, era un fueguito, un fogoncito o un bracero afuera. Porque adentro de la pieza me costaba meter el carbón. O sea, en la tarde, lo prendía afuera y una vez que estaba bien prendido afuera, lo metía a la casa. Y muchas veces en la noche, cuando vos hacés muchas brasas, la dejás así bien tapadita con la ceniza y ponés la pava, ¿viste? La pava larga el hervor y a la 5 de la mañana está calentita el agua. Entonces ya no salía afuera a hacerlo. Eso lo trataba de hacer en el invierno, que no podés dejar el bracero adentro. Era fuego en el desayuno, almuerzo, merienda y cena. Te estoy hablando de hace cuarenta años, cuando en toda casa ya había una cocina, una heladera. Yo sólo tenía una cama y un fuentón”.

Juana pasaba horas tratando de conseguir leña y elaborando distintas estrategias para conseguir un fuego que la acompañase durante toda la jornada. A su vez, estas representaciones sociodiscursivas están atravesadas por las del ingenio como característica inherente de las mujeres a cargo del hogar. Con el paso de los años, mutaba su relación de pareja y también lo hacían sus tareas, no sólo invisibilizadas, sino que poco a poco se le atribuían más y de distinta índole.

“Claro, a mí… a mí [titubea], yo lo veía porque a mí no me habían hecho eso. Me shockeaba verlo tan machista. Él dejaba todo en la mesa, vos se lo tenías que levantar y, si no, te cacheteaba. Por ejemplo, en aquellos años, los hombres se afeitaban en una palangana, en la mesa, con un espejo. Bueno, él dejaba todo. En eso, parte de culpa la tuvo la madre. Ella me hacía sentir como que yo tenía que bancar todo eso. Y cosas que, en mi casa, no había vivido”.

Es posible observar la inequidad en la distribución de poder en la pareja, que se ve manifestada tanto en la violencia ejercida como en el inherente deber de bancar todo eso. Esto está relacionado con el deber ser impuesto a las mujeres, además de todo lo que esto conlleva -desigualdad, sumisión femenina, etcétera-. De este modo, las mujeres adecúan sus vidas en torno a las imposiciones familiares expresadas en las representaciones sociodiscursivas transmitidas de generación en generación -en este caso, por la suegra-. En estas obligaciones atribuidas a las mujeres se les exige que sean sumisas por -y para- el bienestar de la familia y que renuncien a su propio tiempo, crecimiento y bienestar. Pero, en este ajuste, a los varones no se les sugiere siquiera que generen cambios en sus cotidianeidades en función al cuidado de los/as hijos/as o el hogar.

En este sentido, al hablar de familia, las representaciones sociodiscursivas automáticamente construyen la idea del modelo patriarcal, en el que se le dota al hombre el papel de proveedor del grupo (principio de manutención) y a la mujer se le asignan las actividades de cuidado de los miembros de ese grupo (principio de los cuidados domésticos), consideradas de “naturaleza femenina”, y por lo tanto desvalorizadas.

Este trabajo no remunerado se ubica bajo un manto de “invisibilidad” en el reconocimiento del ámbito económico por la concepción errónea de que sólo pertenece al carácter privado de las relaciones familiares. Estos vínculos se reducen a la cultura transmitida, los valores ético-culturales e ideológicos que han construido representaciones sociodiscursivas sobre feminidad, masculinidad y maternidad, que se traducen en una desigual distribución sexual del tiempo de trabajo, de derechos y acceso a programas y beneficios (Orloff, 1996). Cabe destacar que los valores, normas, pautas de conductas, desarrollo y reproducción son considerados como deber y responsabilidad de la familia en su función de socialización y formación del capital social (Hintze, 2004).

Sin embargo, el trabajo doméstico y reproductivo debe considerarse como un elemento necesario e imprescindible que influye en ámbitos que van más allá de lo meramente privado. Éste contribuye en forma directa a la persistencia del modo capitalista de producción, como proveedor de fuerza de trabajo disponible para atender toda su demanda. Existe así un interéscomún en los hombres por contar con una mujer disponible para servirlos dentro del hogar. Además, es posible resaltar que en el sistema productivo de mercancías no sólo es necesaria la venta de fuerza de trabajo del hombre, sino que es de suma importancia el trabajo de reproducción no remunerado realizado por la mujer.

Asimismo, es en buena medida por medio del trabajo no remunerado hecho en el ámbito familiar –y por las mujeres– que se compensa y equilibra el déficit en términos de provisión de servicios por parte del Estado y de la oferta de empleos de calidad por parte de los mercados (Jelín, 2012). Así, el trabajo de cuidado no remunerado se constituye en un elemento esencial a la hora de explicar la manera en que las personas acceden al bienestar, a todos los elementos físicos y simbólicos que necesitan para sobrevivir en el marco de las relaciones sociales. De hecho, en este punto entra en juego la noción de la Organización Social del Cuidado como la forma en que se interrelacionan las familias, el Estado, el mercado y la comunidad para producir y distribuir cuidado (ELA, 2014). El modo en que el cuidado se organiza dará muestras de las implicancias en la reproducción de desigualdades socioeconómicas y de género (Rodríguez Enríquez y Marzonetto, 2015).

En este aspecto, Juana no hace mención alguna a la mera idea de una posibilidad de distribución de tareas en el hogar, ya que en esta balanza del poder no había ningún tipo de equilibrio y, en caso de exigirlo, el costo era muy alto: su bienestar psicofísico. En este orden de cosas, Juana comenta6 que tenía dilemas acerca de la culpa y el deber ser que le imponía su suegra, al igual que el machismo que ella misma veía y sentía por parte de su marido. Ante estas situaciones, a pesar de su juventud, ella reflexionaba una y otra vez sobre el cansancio, las tensiones, los episodios de violencia, la ausencia de reconocimiento y todas las demandas externas e internas a su familia y vida.

Debido a esto, Juana recuerda que a menudo optaba por obligarse a no pensar por el malestar que eso le generaba, establecía una especie de consenso con ella misma para apreciar el bienestar que su familia tenía gracias a su intervención y trabajo.

Quien no se mueve, no siente las cadenas. Representaciones sociodiscursivas sobre el trabajo remunerado

A mediados de 1980, la realidad de Juana continuaba siendo la misma, las necesidades de redefinirse como trabajadora seguían intactas y creciendo. Esto la motivó a buscar trabajo, “cualquier trabajo” y así ser reconocida, ya que estaba cansada de la “entrega excesiva a los demás”.

Sus hijos ya iban a la escuela, por lo que vio en el Estado un gran soporte en la provisión de cuidado, lo que le permitió hacer uso de ese tiempo en algo que ella había deseado por muchos años: trabajar y ser identificada en ese rol.

“Yo decidí salir a trabajar en el año 1983, más o menos. Lo necesitábamos, veía que mi situación no arribaba, lo económico no mejoraba, tenía ya todos los niños. Pero yo también lo necesitaba, necesitaba ser vista. Y dije “yo voy a trabajar”. Con tanta suerte, que una señora que me conocía tenía una amiga que trabajaba en un hotel y me dice: “Mirá, en el hotel trabaja una chica, yo le he preguntado si necesitan a alguien y te va a avisar”. No pasó ni una semana y me avisaron. Y como el trabajo era sábado, domingo y lunes. El sábado en la tarde se quedaba mi marido con los niños y el domingo igual. El lunes, yo los llevaba a la escuela, los dejaba ahí y me iba al trabajo. En ese momento, la más chica entraba a Primero”.

A los 40 años, Juana obtuvo su primer trabajo en un hotel alojamiento como empleada doméstica. Su tarea consistía en la limpieza de las habitaciones, la lavandería -en ese lugar aprendió el manejo de un lavarropas- y la cocina ante el potencial tentempié de algún/a cliente.

“Ahí [en el hotel], yo ya me solté un poco. Cuando yo me suelto para ir a trabajar, aparece [el marido] con celos. Fue ahí cuando el doctor me dijo de la operación [ligadura de trompas], agarré y dije “Chau, ya está”. Ya como que me sentía segura”.

Al hablar del hotel, el discurso de Juana adquiere tintes más optimistas, las representaciones relacionadas a su hogar como prisión siguen intactas; pero, en contrapartida, presenta la representación sociodiscursiva del trabajo remunerado como llave a la libertad: económica, social e incluso sexual. La percepción de su cuerpo como vehículo de placer del marido había mutado, se sentía segura y capaz de decidir sobre su propio método anticonceptivo. Juana había descubierto su derecho de decisión ante la maternidad.

Pero, antes de poder hacerse la operación, Juana se queda embarazada.

Económicamente, habíamos mejorado mucho, pero él [hace gesto de ojito] me acompañaba al trabajo para ver con quién trabajaba, me iba a buscar y todo. Tenía muchos celos. Por eso… ahí él me embarazó del más chico. Y bueno… ya estaba. Ahí nace el más chico, y yo aprovecho para hacerme la ligadura. El doctor Feldman me lo aconsejó. Él lo agarró a mi marido y le dijo lo que él iba a hacer conmigo directamente.

Juana habla de su último embarazo en términos de una treta del marido: él la embaraza porque tenía celos, mediante esa gestación les dice a sus compañeros “ella es mía”. Nuevamente, Juana se sintió un cuerpo a disposición de su marido: él había decidido tener otro hijo y también resolvió que no debía hacerse la ligadura. Por los constantes reclamos, ella termina cediendo ante la insistencia y el hostigamiento.

Debido a que era una mujer mayor y por los antecedentes de partos complicados, el médico decide hacerle una cesárea. Antes de ingresar al quirófano, el obstetra trata de persuadirla para que se realizase la práctica y Juana le comenta los verdaderos motivos de su negativa.

“Mi marido no quería. Viste los mitos que hay, que la gente te dice. Una tía de él, con la misma edad de él, se la había hecho y el tío le dijo que la mujer cambiaba mucho [baja la voz]… como mujer. Le dije eso al médico ratito antes de operarme y él lo agarró, así, en bata, salió y le explicó que eso era mentira. Cuando volvió, él me dijo, “si yo no te la hago ahora, vos venís el año que viene embarazada otra vez, ya no es vida la que tenés. Ya te has largado a trabajar, ya no parés”. Él mismo me lo aconsejó”.

En este sentido, pueden observarse las representaciones sociodiscursivas en torno a la mujer, su cuerpo y sexualidad: antecedía el goce masculino a la salud y decisión de ella. Incluso, en este breve extracto del relato, se puede ver cómo dos hombres -de estratos diferentes- se disputaban sobre un cuerpo que no les pertenecía.

Por un lado, el médico que observaba la realidad que Juana atravesaba: una reciente autonomía económica y la posibilidad innegable de otro embarazo. Por otro lado, el marido al que le habían comentado que, por esa operación, Juana iba a cambiar como mujer, lo que nos retrotrae a las representaciones sociodiscursivas del deber ser de esposa que mencionaba en el apartado previo.

Serás feliz hasta la muerte, si te conformas con tu suerte. Representaciones sociodiscursivas sobre el trabajo precarizado

A aquellas mujeres que pasan años lejos del mercado laboral o que no realizaron tareas remuneradas les resulta dificultoso acceder a un trabajo sin tener calificaciones valuadas positivamente en el momento en que se postulan para el empleo. Por este motivo, para Juana era imperioso hacer lo posible para no perder su puesto en el hotel, a pesar de que en este no le dieron licencia por maternidad y no contaba con horas de lactancia. El trabajo era precarizado y no se respetaban sus derechos como trabajadora, pero eso no lo tomaba en cuenta Juana porque, por entonces, “nunca había pensado en jubilarme”.

Con un bebé recién nacido, Juana daba cuenta de la intensidad de la labor de cuidado y la necesidad de tener más tiempo para realizar todo. El alcanzar una conciliación entre ambos trabajos le era cada vez más difícil y adquirían más protagonismo las representaciones sociodiscursivas sobre el deber de madre. Es así como el tener un bebé lactante generó la necesidad de que se volviesen a formar esas redes de cuidado que tejió previo a que sus hijos ingresaran a la escuela.

Como se mencionó, este tipo de redes de ayuda entre las mujeres de la familia son relaciones intergeneracionales que facilitan la vida y las labores cotidianas. A medida que las demandas del mundo laboral se vuelven más difíciles, son las relaciones intergeneracionales las que se vuelven más estrechas (Claudine Attias-Donfut, 2003).

Juana se había propuesto avanzar, necesitaba ver su vida en progreso y para eso debía trabajar y recibir un pago por su labor, debido a que su marido consideraba que estaban bien con la vida que tenían:

“Las habitaciones nomás tenían contrapiso. Siempre chancleteando, llena de barro. Después de trabajar unos años en el hotel, decidí irme de ahí [la casa en la que vivía], porque también, nos prestaban en el lugar. Estaba cansada de vivir así. En el invierno lavaba en la siesta, a mano, por supuesto, porque no tenía lavarropas. Cuando empiezo a trabajar, ahí, empiezo a comprar cositas. Yo ahí luché por tener, tener una mesa nueva, sillas nuevas… ya fue como… las camas de los primeros niños, me las regala mi hermano y mi suegra, la otra. O sea, siempre nos daban. Siempre con cosas recolectadas de la familia”.

Una vez que su hijo menor es adolescente, nuevamente en Juana surge la idea de disolver su matrimonio, ya no sólo por el trato de su marido y/o familia, sino por sentirse estancada en la desidia de su pareja. Además, esta idea toma más sentido y fuerza cuando a ella le diagnostican artrosis y reposo extremo ante las crisis que la llevaban a la cama:

“La vez que yo tenía una crisis, el otro estaba muuuy enfermo. Qué sé yo. No sé si fue cuestión de rebeldía o como que empezás a sentir un rechazo por la persona que no te valora, que no te ayuda, que no te contiene. Entonces empezamos, entre la diferencia empezaron los picoteos, las malas contestaciones, las agresiones verbales, ¿viste? Pero yo del otro lado, lo había tenido siempre. Entonces ahora, empecé a sacar fuerza. Claro, pero ahora empiezan los reproches. Ahí descubrí que son los miedos de la otra persona: “de que si vos te enfermás, yo te voy a tener que servir, entonces no es así. Yo te tengo para que vos me sirvas a mí”.

Tal como se puede observar en los distintos apartados, la representación sociodiscursiva construida en torno a las esposas y madres está relacionada con la entrega constante a los integrantes de su familia, sin ser recíproca. La representación sobre el deber ser como esposa y madre es manifiesta cuando se la presenta como un ente incondicional en términos de esclavitud y posesión: “yo te tengo para que vos me sirvas a mí”. Por otro lado, la violencia está constantemente presente en su narración: qué tipo de violencia es, hasta dónde ella la consideraba legítima y cuál era el punto hasta el que podía aceptar.

A medida que todos sus hijos se iban yendo de la casa, la representación sobre los roles por parte de Juana iba cambiando: tomó conciencia de la fragilidad de las relaciones maritales, las representaciones sobre el divorcio ya no estaban vinculadas al miedo y al riesgo, sino a una posibilidad que debía ser tenida en cuenta.

“Entonces, ahí te empezás a dar cuenta cuando te vas quedando sola y los chicos se empiezan a abrir camino “¿Qué hago acá? ¿Qué me dejé hacer?”. O sea, siempre el “tráeme”, “pásame”, “llévame”, “haceme esto”, “pásame agua”, “faltan servilletas”, “no pusiste pan”. Y ahí como que empecé a sublevarme también y a contestar. ¿Viste?”.

La concepción del “¿qué me dejé hacer?” está relacionada con el despertar de Juana respecto a las representaciones que tenía sobre su familia y pareja, al igual que un sentimiento de deuda hacia sí misma y culpa por no haber escuchado su propia voz.

Fue en esa epifanía que se percató que para divorciarse debía jubilarse y con esto tener una autonomía económica plena.

“Bueno, fue cuando me quise divorciar que me di cuenta que necesitaba jubilarme. Lamentablemente, con los años, me di cuenta que sí cumplía horas, sí entregaba horas porque estaba trabajando, pero no figuraban en ningún lado. Ellos nunca me pusieron en los libros. Y te hacen ver que si vos sos pobre eso te conviene porque ganás un poco más, como que trabajar en negro te conviene. Pero, en realidad, a mí me pagaban la hora lo mismo que dice la ley, no era que me pagaban más. Porque ese el tema, uno cuando no sabe de leyes laborales o no tenés escuela, no es que no haya tenido escuela, yo he hecho la escuela primaria y todo, pero como necesitaba, me hacían ver eso. Yo me conformaba. Nunca pensé en que en algún momento iba a necesitar jubilarme. Porque antes, los que se jubilaban eran los que trabajaban en el gobierno, ya sabíamos que esos eran los que se iban a jubilar”.

En la representación sociodiscursiva “los que se jubilaban eran los que trabajaban en el gobierno” se deja de manifiesto la precarización laboral vivida en los años 1980 y 1990, que provocó que luego se tomaran medidas para que aquellos/as que no pudieron completar sus aportes previsionales pudieran hacerlo a través del Plan de Inclusión Previsional7.

Como se puede observar, la relación de Juana con la actividad laboral se volvió dicotómica; por un lado, logró cumplir con su deseo de desempeñarse en el mercado laboral, pero sin un reconocimiento de sus derechos como trabajadora. Por otro lado, también cumplió con su rol de trabajadora en el hogar haciendo las labores domésticas y de cuidado, pero también sin reconocimiento.

Como se verá en las próximas historias de vida, este modelo de trayectoria laboral se repetirá, de un modo u otro, en las restantes mujeres entrevistadas. Si bien el trabajo remunerado fuera del hogar quizás ha sido intermitente, no lo ha sido aquel realizado dentro de los hogares. Aquel visible por ejercerse en el mercado, ha sido percibido como aporte económico complementario, mas no principal a pesar de que en muchas ocasiones se percibía mayor remuneración que la que podía tener el considerado varón proveedor.

Las representaciones sociodiscursivas sobre el trabajo remunerado de la mujer tuvieron su base en la colaboración, en ser un plus al aporte realizado por el varón a la manutención del núcleo familiar, a pesar de que estas colaboraciones a la subsistencia en muchas ocasiones eran imprescindibles para el mantenimiento del hogar y del bienestar general.

Juana se percata de esta invisibilidad que se le otorga a su labor en el hotel cuando realiza el reclamo por los aportes no realizados durante diez años. Su jefe minimiza el pedido, al hacer caso omiso a la situación: “él me dice, ‘mirá Juana, porque el contador no sé cómo ha hecho las cosas, buscalo y arréglatelas con él’”; lo que llevó a que se evaporaran sus deseos de jubilarse y, por fin, divorciarse.

En el nombre del amor. Representaciones sociodiscursivas acerca del amor de madre

Durante el transcurso de las entrevistas, es posible observar cómo Juana construye su discurso al hacer un análisis de su pasado, sus emociones, sus renuncias y cansancios. En la interpretación de sus acciones, ella resume sus decisiones en “todo lo hice por amor”.

“El trabajo en la casa siempre tuvo que ver con el amor para mí. El amor a la familia. Yo no me arrepiento de haber dado todo por mi familia. Más que nada, por él sí… estoy muy enojada, pero por mis hijos, no. Porque estoy feliz. Creo que a todo lo hice en base al amor [solloza]. Me casé muy enamorada. Con los años, me han dolido muchísimo las decepciones. Pero lo he amado siempre con todo. Pero también se lo dije. Él muchas veces me abandonó, me humilló. Una sola vez, en una conversación, se lo dije: “el día que yo me vaya, va a ser para no volver”. Porque él siempre me decía: “si no te gusta algo, ahí tenés la puerta”. Y fueron muchas veces en los últimos años. Y por eso lo digo y lo sostengo, yo me fui decidida para no volver”.

En la representación sociodiscursiva que la entrevistada tiene sobre el amor, muestra que hay un entretejido entre el dar constante que personifica el ser la mujer de la familia, y el deber que eso conlleva con una fuerte carga de moral, lo que genera una responsabilidad en el cuidado y en el amor de madre. Ella no se arrepiente de la renuncia, de olvidarse de sí por el bien de la familia; lo que a ella le hiere es que la entrega no fuese recíproca, ni reconocida. Por años, Juana vivió el amor como un compromiso con sus seres queridos. Cuando sus hijos llegaron a la adultez, ya no vio necesaria esa responsabilidad, ese altruismo que desarrolló durante la mayor parte de su vida. Lo que la llevó a cortar con ese lazo que la mantenía al lado de una persona que la hizo vivir diversos episodios de violencia. Esto se debe, en gran parte, a que por siglos la identidad femenina tuvo sus cimientos en la representación sociodiscursiva de la maternidad como deber social de aquellas mujeres que desarrollaban una entrega abnegada de sus energías y su ser por el bienestar de su familia, ajena a sus propias necesidades.

En 2016, cuando su hijo menor, como intermediario de una inquietud de su nuera, le comenta sobre la “jubilación de amas de casa”, Juana decide averiguar y aferrarse a una ínfima posibilidad de tener un haber previsional y, con esto, una autonomía económica y personal. De hecho, decidió irse de su casa antes de indagar cuáles eran los requisitos y si podía acceder o no al beneficio.

“Me mandan a la Casa de Jubilaciones y Pensiones, porque en el Anses me rebotaron. Me mandan allá. Me tocó un muchacho, excelente. Entonces, él me asesoró todo lo que tenía que hacer. Me mandó a pagar el monotributo social. Así que me lo hicieron pagar 8 meses, como para que saldara con los aportes que yo tenía. Porque viste que tenés que tener más de 6 meses de aportes. Entonces, él me hizo pagar 8 meses, entonces claro, yo tenía turno en noviembre. Y esperar un año más. Yo me he venido a jubilar a mediados de 2017. Yo entré justo8. Y en ese entonces, todo me salía mal. Cuando agarré el bolso, todo lo veía negro. Y lo peor es que yo no tenía ayuda, todos me habían dado la espalda por ‘abandonarlo al papi’ y no hacerme cargo de su vejez”.

En el trayecto burocrático, Juana estaba quebrada emocionalmente por la decisión que había tomado; especialmente, por el destrato de sus hijos que consideraban su ida del hogar como un acto de ingratitud hacia el marido, a pesar de que ellos habían sido testigos de los episodios de violencia. La representación sociodiscursiva sobre el cuidado a la familia, se extiende a la atención del varón hasta su ancianidad, sea al coste que sea.

“A uno de mis hijos, al que le ha dolido, o sea que le ha molestado, no es que le haya dolido. Él estaba del lado del padre, ‘¿Cómo le vas a hacer eso? ¿Cómo lo vas a dejar después de grande? Y tantas veces que le aguantaste de todo, tantas veces que le aguantaste, ¿por qué no podés hacerlo ahora?’, así me dijo. ‘Y no tengo ganas de aguantar más’, le digo. Empecé ahí a reaccionar y a decir ‘no, no, yo no soy tu esclava. Yo no soy tu…’”.

Nuevamente, Juana ve al hogar como prisión y a ella en un rol de esclava. La representación del amor de madre implicaba que ella debía “aguantar” todo en el nombre de éste. Su decisión de no seguir siendo la esclava era mal vista por los hijos, quienes no concebían que su madre no deseaba continuar en ese rol, por lo que otorgaron otro: el de malvada por haber abandonado esa relación violenta sin pensar en el bienestar del violento –“tantas veces que le aguantaste de todo, ¿Por qué no podés hacerlo ahora?” -. Se le continuaba exigiendo que ella renunciase a su bienestar en el nombre del amor.

“Y eso me lo ha hecho ver mucho [la psicóloga], porque yo me culpaba mucho. Después que reaccioné, me culpé mucho. Sufría mucho por los que tomaron enojo conmigo. Me dolió horrores. Entonces, la psicóloga me empezó a hacer ver esas cosas: de que las mujeres nos tenemos que cuidar, nos tenemos que dar un tiempo, nos tenemos que ayudar a una misma, más allá que tengamos hijos o casa, comida, trabajo, todo. Necesitamos tiempo las mujeres”.

Poco a poco, con la ayuda de una psicóloga de un centro asistencial al que Juana decide pedir ayuda por sentirse deprimida, sola y desarraigada, inicia un tratamiento que valida lo que había sentido por años: su necesidad de ser vista y reconocida.

Clara: representaciones sociodiscursivas sobre la mujer obediente

Clara tomó la decisión de abandonar su casa a los 15 años y trabajar. No tenía más que conocimientos básicos obtenidos durante su paso por la escuela primaria, pero lo que sí poseía era una vasta experiencia en cuidado de niños/as pequeños/as y en la realización de quehaceres domésticos. Sin más que una mochila y una muda de ropa, tomó un colectivo que la dejaba en la capital de San Juan y, a través de una amiga que meses previos había realizado la misma hazaña, consiguió un trabajo como mucama cama adentro.

Este tipo de red de ayuda desarrollada por el boca en boca -tanto para la búsqueda de empleo como de empleada/o-, tiene su base en la confianza en aquellos/as que realizan la recomendación, que resulta ser clave para que se dé la posibilidad de una relación laboral.

“Bueno, yo acá trabajaba cama adentro porque no tenía dónde quedarme. Al contacto para venirme lo hice por una amiga. Ella me mandó a decir que una señora necesitaba [empleada] y me vine. Después, esa señora se fue a vivir a San Luis, pero como yo ya conocía acá… ya me largaba solita. Ya estaba ducha”.

Del mismo modo, las trabajadoras domésticas tejen redes que suelen ser la forma más común y segura de postular a un trabajo; de hecho, tanto las empleadas como las/os empleadoras/es se transmiten informalmente las referencias de ambas partes.

Finalmente, consiguió un puesto en la capital de San Juan, donde trabajó durante más de tres años como empleada cama adentro para una pareja -la mujer era ama de casa y el hombre dentista- que tenía hijos adultos. La labor era de todos los días, con un franco al mes. Su tarea sólo consistía en la limpieza del hogar.

Yo acá cuando me vine a los 15, trabajaba en casa de familia, sólo era la chica de la limpieza. Por eso cuando me casé, no sabía ni hacer un huevo frito. Y lo que es la vida, ahora hago comida para vender. Nunca me hicieron aportes, era el pago mensual. Antes no se usaba eso de los aportes, pagaban y listo. Ahora no, trabajan por hora, con obra social y todo. Pero antes, no, no se usaba eso”.

Clara se llama a sí misma como “la chica de la limpieza”. Según ella, esa denominación estaba relacionada a que por entonces era una adolescente aún; pero, lo cierto es que la representación sociodiscursiva que refiere al personal doméstico en esos términos trae consigo una fuerte carga de subordinación respecto a quien contrata, lo que pondera al empleador/a frente al trabajador/a. A su vez, con estas representaciones se hacía alusión a la domesticidad y al carácter servil de las tareas que se realizan en el hogar.

En esta línea, en las construcciones discursivas emitidas por Clara en referencia al “no se usaba eso”, se observan las representaciones sociodiscursivas sobre el trabajo informal y precarizado, al plantear lo anómalo que era tener obra social, aportes previsionales, descansos, etcétera. Además, esta situación queda reflejada en su franco mensual, que no sólo no le permitía tener tiempo libre para sí, sino que también le impedía establecer un vínculo social-afectivo con otras personas que no fueran las del hogar en el que trabajaba. Asimismo, la familia de Clara vivía a cientos de kilómetros de la casa en la que desarrollaba su labor, lo que también le imposibilitaba disfrutar de una vida con sus afectos por el tiempo perdido en el trayecto de un sitio a otro. En definitiva, este tipo de descanso consistía en tener 24 horas sin órdenes, pero sin poder hacer otra cosa más que esperar al día siguiente para retomar la rutina.

La cocina como prisión y libertad. Representaciones sociodiscursivas sobre el trabajo remunerado

A pocos años de casarse, Clara volvió a trabajar fuera de su hogar, pero ya no en tareas relacionadas con el quehacer doméstico, sino que lo hizo en una industria manufacturera. Era un trabajo temporario en una empresa de tomate envasado en la que la contrataron junto con su marido, en una especie de línea fordista. Su tarea consistía en seleccionar los tomates que iban a ser cocinados a baño María.

“En ese momento, nosotros trabajábamos en la fábrica de tomates. Hacíamos distintas tareas, los hombres las que eran con fuerza, nosotras las más livianas, pero cansadoras. Por ejemplo, él [Juan, su marido] traía el tomate, nosotras lo pelábamos a baño María, después llenábamos las latas y un señor las llevaba a las cajas. Juan estaba en la cinta. Ahí he trabajado como tres años. Ahí sí me hicieron aportes, pero era por temporada. Trabajé tres veranos nomás, porque la cosecha de tomate era sólo en verano”.

Era la primera vez que una empresa de estas características se instalaba en el departamento de Jáchal (norte de San Juan, Argentina). Según Clara, la tarea era muy marcada por el género: traslado de los tomates (tarea de varón), selección (tarea de mujer), lavado (tarea de mujer), cocina (tarea de mujer), envasado (tarea de mujer) y traslado nuevamente (tarea de varón).

Fue una época próspera para los/as jachalleros/as. Esto se debió a tres factores: era un departamento de pocos habitantes, el sector público no tenía una planta de mucho personal y el sector privado estaba compuesto por escasos negocios pequeños con características de atención familiar, al igual que los emprendimientos agropecuarios y ganaderos.

Según relata Clara, en su caso, la organización de las tareas del cuidado de los/as hijos/as fue como una máquina bien aceitada, pero no así la distribución de las tareas domésticas:

Los cuidábamos entre los dos porque con Juan teníamos diferentes turnos, yo trabajaba en el 2do turno y Juan en el 1ero, cuestión que yo entraba y él salía. Íbamos en bicicleta. Cuando ya nos tocaba a alguno en la noche, bueno… los dejábamos solitos. Estaban media hora solos, hasta que yo llegaba. El turno de la noche era de 12 a 4 de la mañana. Por ejemplo, en ese turno me tocaba salir a las 4 de la mañana y volvía a entrar a las 4 de la tarde. Yo siempre entraba y él salía”.

Como se ha mencionado en apartados previos, la gestión del cuidado a la que hace alusión Clara se refería a coordinar los horarios, la alimentación, higiene, entre otros.

Luego de tres años, la fábrica cierra. Debido a que no tenía la calificación reconocida en el mercado laboral, Clara opta por dedicarse a ser cuidadora de su hogar y familia a tiempo completo, ya que no podía retomar los empleos que tenía previo a ser madre: trabajar como empleada doméstica cama adentro o por hora en distintos domicilios.

Por otro lado, en su caso, también había otro factor que le impedía la reinserción: su esposo. El marcado modelo del hombre proveedor hizo que el marido de Clara impidiese su participación en el mercado laboral en este sentido: tenía cimentada la representación relacionada con limpiar “la mugre ajena” como una deshonra hacia ella y su familia -a pesar de que ese ingreso extra fuese determinante para el grupo familiar-.

“Después del cierre de la fábrica decidimos volver a la ciudad. Es que nos volvimos para acá porque Juan empezó a trabajar en la banda [de la Policía], entró como aspirante, en 1981. Y ya nos quedamos acá. Él estaba como aspirante, mientras tanto trabajó haciendo changas, de jardinero, con amigos… hasta que entró en la Policía. Pasaron 7 años así, hasta que logró entrar. Yo no, no trabajaba en nada, tenía los niños chicos y no podía dejarlos solos, tampoco estaban mis suegros acá. Aunque de alguna manera me las tenía que ingeniar, así que amasaba y vendía pan y otras cosas”.

Esta estrategia de conciliación, le permitió contar con algunos recursos económicos para solventar el hogar mientras su marido tenía el rol de aspirante. Un dato para destacar es que ni ella ni su familia consideraban la venta de comida como un trabajo en sí, sino como la comercialización extensiva de productos que ella realizaba indefectiblemente para el consumo de los integrantes del hogar. Este ingreso era representado discursivamente como un extra, ya que era un producto que ineludiblemente Clara realizaría para el consumo familiar pero que, al ofrecerse en el mercado se le otorgaba un valor económico. A su vez, se repite la representación sociodiscursiva del ingenio como característica intrínseca de las amas de casa respecto al cuidado familiar, aunque se lo pase por alto.

Tal como mencionó Clara, pasaron más de 7 años para que su situación socioeconómica se estabilizara, pero aun así no era la mejor. Fue por esto por lo que un vecino que era consumidor asiduo de los panes que amasaba le habló de la posibilidad de un trabajo en un supermercado de comida al paso en plena capital de San Juan. De este modo, postuló y accedió a un empleo en la cocina de un supermercado, sin requisitos más que trabajar hasta que terminase todas las tareas dadas, por las que recibía una baja remuneración diaria.

“No volví a trabajar en casas. Sólo en un supermercado en el que preparaba comida. Trabajé ahí cinco años, pero no me hicieron aportes porque me pagaban por día. Los únicos aportes que tengo son los de la fábrica, pero al final no me los reconocen, no sé bien por qué. En el mercado, trabajábamos desde las 9 de la mañana hasta las 5 o 6 de la tarde. Nos pagaban recién cuando terminábamos todo lo que nos decían que teníamos que hacer. No era mucho tampoco, ¿cuánto podía pretender que me pagaran por hacer unas milanesas?

El discurso de Clara está repleto de representaciones descalificadoras respecto desu trabajo en la cocina; por ejemplo, “¿cuánto podía pretender que me pagaran por hacer unas milanesas?”. Esta construcción tiene su raíz en las representaciones sociodiscursivas del valor otorgado al trabajo doméstico y de cuidado realizado en el hogar. La deducción de Clara era precisamente esa, ¿cuánto podía cobrar por algo que hacía gratis en su hogar? De ese modo, despojaba de valor a su fuerza de trabajo.

Zulma: “Nos reducen a ser un respaldo de silla cuando dicen que detrás de todo hombre hay una mujer”. Representaciones sociodiscursivas sobre la distribución del trabajo no remunerado en el hogar

Zulma, motivada por la profesión docente de su madre -y por ser la única posibilidad de estudio superior de la zona-, decide seguir el profesorado para la enseñanza primaria. Fue durante su formación que a su madre le ofrecen un cargo docente en una escuela rural de Jáchal (norte de San Juan), situación que hizo que las tareas del hogar quedaran enteramente a cargo de ella, quien por entonces cursaba sus estudios terciarios.

Ha sido en el ‘84, yo cursaba todavía el Profesorado, estaba en la Residencia. Me acuerdo de que me quedé al mando de todo, tenía que comprar las cosas para hacer de comer, la limpieza y aún así tenía que hacer las cosas de la escuela y todo. Ella [su madre] se había ido a Huaco, se fue a vivir sola. Le tocaba quedarse allá toda la semana. Decidió aceptar trabajar en ese lugar porque era la única opción que le quedaba para ser titular”.

A pesar de que en ese hogar vivía también su padre, su hermano mayor y hermana menor, es ella la que absorbe las responsabilidades de administración del dinero y la realización de las labores domésticas y de cuidado. Esto puede ser consecuencia de que, en cierta medida, en Zulma fue delegada la función de modelo de cabeza de familia; la proveedora seguía siendo la misma -su madre-, pero la brindadora de cuidados había cambiado -Zulma-.

Mientras que Zulma estudiaba a jornada completa, su padre y hermano hacían changas -trabajos temporarios- que los eximían del cuidado de la hermana menor y/o las tareas domésticas, lo que deja en manifiesto la inequidad en las distribuciones de las responsabilidades en el hogar. A pesar de esto, Zulma no resignó sus estudios o su frecuencia, pero sí adoptó una doble jornada que le permitía cumplir con lo estipulado en su rol de mujer a cargo del hogar, según las representaciones sociodiscursivas sobre los roles preestablecidos.

“Pasaron dos años y medio y me recibí. En el ’85, trabajé unos meses. Seguíamos en las mismas condiciones, mi mamá allá [Huaco] y nosotros en la Villa [Jáchal]. En el ’86, me enamoré y metí la pata: me embaracé. Entonces, por obligación, mi mamá quería que me casara y me tuve que casar. Fue ahí donde terminó la esperanza de mi mamá que la ayudara con algo económico”.

Las representaciones sociodiscursivas que Zulma tiene sobre la maternidad están relacionadas con la dificultad, en especial a lo referido al aspecto económico. En este sentido, ella no habla de la maternidad como un instinto, sino que lo hace desde el aceptar las consecuencias de los actos. Ella misma ve cierto mandato social en el hecho de ser mamá dentro de una familia tradicional, obligación que tanto ella como su madre se autoimponen:

“Para mi mamá fue… me imagino que feo. Pero ella en ningún momento me dijo, ‘Mirá, tenés otra opción’ [Risas]. Pero no, mi mamá miraba lejos y la única opción que veía era esa. “Lo hiciste, te casas”. Porque ella no me hablaba ni aconsejaba ni nada. Yo la entendí, era feo hacer tanto sacrificio, con una pobreza terrible, tanto trabajo, todas las cosas de la casa. Habrá pensado en la llegada de otro niño, y que yo quizás no me haría cargo, qué se yo. Mi papá tampoco dijo nada. Es como que estaban enojados, pero tampoco me lo manifestaban. Automáticamente me dijeron ‘Bueno, m’hijita, se las mandó, se va a casar ahora’”.

Para Zulma la maternidad no era algo deseado, pero tampoco era algo en lo que había pensado hasta el momento. Por años había visto a su madre tratar de conciliar su trabajo en la escuela con el del hogar, dándolo todo para la manutención de sus hijo/as y esposo, pero la realidad -y su pobreza- seguía siendo la misma. Las representaciones sociodiscursivas de Zulma respecto a la maternidad eran disruptivas para la época. Ella veía en la maternidad una compleja función reproductora, un deber ser impuesto socialmente y no la veía como un deseo a realizar en su futuro.

Como se ha observado, en el caso de Zulma los modelos familiares han sufrido modificaciones por cuestiones laborales, económicas y familiares; lo cierto es que las alteraciones se dan por las decisiones tomadas por ella, pero no por algún cambio/ayuda que brinde su marido. En lugar de tener apoyo de él en el cuidado o distribución de tareas, lo que obtuvo son las posibilidades de tercerizar esa ayuda en servicios de cuidado y/o domésticos pagos.

“Cuando nos mudamos, tuve que buscar a una chica para que cuidara a mi hija, sólo para que estuviera unas horas con ella hasta que yo llegara. Pero todas las cuestiones de la casa, las hacía yo. Él no ayudaba. Lo único que hacía era… como vivíamos tan lejos, tenía que salir a comprar las cosas: verduras, carne, todo lo que íbamos a comer en la semana. Sí, en eso, pero porque alguien tenía que hacerlo. En lo demás, nunca me ayudó en nada. Ni siquiera en la limpieza de la vereda, nada, nada. No puedo decir una cosa que nunca lo ha hecho. Nunca hizo nada. Jamás se dedicó a eso. Bueno, yo también llevaba esa crianza o esos patrones, como que bueno, el hombre no hace nada… entonces como que tampoco me afectaba o reflexionaba sobre eso. Al contrario, me recargaba de cosas, hacía todo yo y no lo veía mal”.

El hecho que ella “no la veía mal” a la desigual distribución de tareas de cuidado y del hogar es un reflejo de las representaciones sociodiscursivas imperantes en torno a las relaciones de género. De hecho, ella interpreta a esta distribución de tareas como un patrón establecido desde siempre, representaciones que le inculcaron desde niña. Es así como se encuentra en esta disyuntiva de tratar de romper patrones, desarrollarse plenamente en el mundo laboral y, en simultáneo, absorber responsabilidades familiares que, al parecer, sólo le atañían a ella. Esto debido a que quien ocupaba uno de los roles de proveedor -el otro rol le correspondía a Zulma-, se desatendía de las labores domésticas y de cuidado de la niña pequeña.

Tal como lo explica la entrevistada, sólo realizaba una tarea porque necesariamente alguien debía hacerlo y esta actividad estaba representada en los términos de ayuda. Es así como se ve ejemplificada la relación de las mujeres con lo doméstico y reproductivo en el ámbito privado del hogar, mientras que en el hombre se subraya su participación en el espacio público, el mercado laboral y aquello que se considera productivo.

Según Zulma, ella absorbía todas las tareas porque no lo consideraba mal; de este modo, puede observarse cómo aún rompiendo otros parámetros que tenía cimentados como “normales”, no logra hacerlo con la división de tareas en función al género. Ésta estaba cimentada como una representación rígida e invariable, a pesar de que ambos desarrollaban un trabajo remunerado fuera del ámbito privado del hogar. En otras palabras, en el caso de Zulma, hay un cambio cultural, pero éste no se ve reflejado en una distribución equitativa de las responsabilidades familiares-domésticas.

Durante toda su vida, Zulma ha trabajado en el mercado formal como profesora de enseñanza primaria. Este trabajo le dio autonomía económica que, como se vio en el apartado anterior, también hizo que pudiese lograr el desarrollo personal y emocional que necesitaba. Asimismo, pertenecer y permanecer en el mundo laboral remunerado le ha permitido delegar los cuidados, pero lo que no logró es negociar y distribuir distintas labores con el marido. Es importante aclarar que, a pesar de haber sido constante en su participación en el mercado, no eludió sus responsabilidades respecto al cuidado de la hija, como es el caso de su pareja; lo que en cierta medida muestra que el modelo continuó reproduciéndose.

Es una constante el desigual uso del tiempo diario en las tareas de cuidado y domésticas, si se toma en consideración el género de los integrantes del grupo familiar. Al observar esta variable, se puede ver cómo existe una mayor carga de trabajo para las mujeres en comparación con los varones. Estas tareas pueden abarcar al cuidado o a las labores domésticas y repercuten en una distribución desigual, así como en el compromiso de hacerlo con responsabilidad y darle plena dedicación temporal.

En simultáneo, esta distribución inequitativa da cuenta de los grados de autonomía entre los pilares de la familia. En esta línea, son las mujeres las principales responsables del cuidado y labores domésticos -que no tienen tanta legitimidad como aquellos realizados en el mundo exterior-. De este modo, es posible analizar y/u observar cómo se ejercen distintas estrategias para la organización, provisión y atención de aquellos/as que requieran cuidado (Durán, 2012).

Un ejemplo de las renuncias que conlleva esta conciliación es el que menciona Zulma con relación a la capacitación constante que le demandaba ser docente. Aspecto que le resultaba difícil de equilibrar entre el dictado de clases diario, las planificaciones, el cuidado de una hija pequeña y las tareas en el hogar:

“Lamentablemente, por mucho tiempo no lo pude hacer porque estaba cinco horas en la escuela, cinco horas que mi hija estaba con una chica que la cuidaba… y después irme al centro por otras horas. Era como tomar otro medio día. Entonces, dejé eso, por años. No se podía… o no podía yo porque no tenía la ayuda, no tenía cerca a mi mamá o a mi hermana. Entonces, no lo hice. Lo hice cuando ya ella iba a la escuela, la llevaba conmigo, me hacía cargo yo de ella. La llevaba, la podía cuidar, la sentaba en un banco al lado mío mientras dibujaba o pintaba. Ya era otra cosa, no la dejaba sola. O sea, mientras que ella no crecía, yo no podía… Será por eso por lo que también me costó quedar titular, no sumaba puntaje, pero bueno… para mí tener trabajo estaba bien, ¿cómo la iba a dejar?”.

Es así como aquellas mujeres que cuentan con un trabajo pago buscan distintas alternativas para conciliar ambos ámbitos -estrategias de cuidado y/o redes familiares- y así evitar renunciar a esa autonomía económica. Además, hay una especie de plus en estas situaciones cuando son madres: no desean renunciar a la identidad que les otorga el trabajo, que tiene que ver con el quiénes son antes de ser madre o ama de casa.

El modelo de familia adoptado por Zulma tiene que ver con un tipo de familia en el que ambos padres se desempeñan plenamente en el mercado laboral, pero sólo es la madre la que realiza las tareas de cuidado y domésticas. Es decir, ambos eran proveedores, pero continuaban las desigualdades en el ámbito privado (Letablier, 2007).

Tal como lo explicaba Zulma, continuaban esas representaciones sociodiscursivas aprendidas desde niña: son compartidas las responsabilidades en cuanto a la manutención en el hogar, pero las responsabilidades domésticas-reproductivas sólo las desarrollaba ella, a pesar de que ambos padres trabajaban a tiempo completo por una paga similar (Carrasco, 2003).

“Hubo un momento en el que trabajé en dos cargos, no lo volví a hacer. Lamentablemente, terminaba fundida. La cansaba a mi hija también. Yo trabajaba mañana y tarde. En la mañana, dejaba a mi hija con una chica, pero lloraba porque no se quería quedar con ella. Así que tuve que llevarla conmigo. Llegaba a la tarde y no daba más, porque tenía que llegar después de esas 10 horas frente al aula y hacer las cosas de la casa, lavar, planchar. Entonces, el fin de semana era muy cansador. Se me acumulaba todo lo de la semana. La tarea de todos los días, de levantarte muy temprano. Entonces, llegaba allá [a la escuela] a las 7.3 y tenía que esperar a las 8.3. Tenía horas que me sobraban ahí y que necesitaba en la casa”.

Algo que ha distinguido la construcción del relato de Zulma es que muy pocas veces ha mencionado a su marido y, cuando lo hacía, era al pasar, sólo para comentar la vida en pareja, pero con foco en su vida y la de su hija. Como se mencionó previamente, si bien en apariencia la relación de pareja tenía tintes igualitarios a nivel de manutención del hogar, no sucedía lo mismo en cuanto al cuidado de la progenie. Fue Zulma quien tuvo que adaptar distintos aspectos de su vida: familiar -mudarse lejos de sus afectos-, profesional -no perfeccionarse como deseaba por no contar con tiempo-, laboral -no poder trabajar a doble jornada por la sobrecarga que eso implicaba con las tareas del hogar- y personal -no hace alusión a su autocuidado-.

Jubilada docente, pero no de ama de casa. Representación sociodiscursiva sobre el retiro

Desde chica Zulma supo que sería maestra y no así madre, también es cierto que su certeza no era por una vocación escondida o heredada de su madre; no, simplemente era “lo que había”.

“En ningún momento imaginé venir a estudiar algo acá [San Juan], ni lo pensé, ni nada, porque sabía que no teníamos. Si no teníamos para comer en la casa, menos íbamos a tener para pagar un lugar acá y comer en otro lugar. Era como algo automático. Pasábamos directamente al Profesorado. No era algo que quería, pero tampoco hacía resistencia”.

Ella se dejó llevar por eso “automático”, al igual que con la maternidad, a la que se resignó porque “debía aceptar las consecuencias de ser irresponsable”. Cuando se casó, Zulma impuso su deseo de trabajar, pero a cambio, se mudó a cientos de kilómetros de su familia y absorbió todas las tareas del hogar y reproductivas como propias. Años después, se enfermó y pidió licencias por lo compleja que era su dolencia, más no pudo pedir permisos por enfermedad en las responsabilidades del hogar.

Con los años, a Zulma la operan y le hacen un doble reemplazo de caderas. El médico le aconseja: “ya es hora de dejar el grado”. Así lo hizo. Luego de un largo camino burocrático para demostrar el nivel de discapacidad que tenía, Zulma se jubila.

“Desde siempre sentía esa necesidad, la necesidad de jubilarme. Siempre tuve esa frase en la cabeza “por si necesito, estoy vieja, me enfermo, lo que sea…”. Cuando me jubilé fue lindo porque logré la meta, pero después me di cuenta de que quedé fuera del sistema, que ya me quedaba más en la casa, menos salía, ahí es feo. Igual, me imagino que es porque estoy enferma, porque si estuviera sana, haría mi vida más independiente. Haces las cosas como te gustan, de acuerdo con tus tiempos, etcétera. En cambio, yo uso los tiempos como limitados, según si alguien puede o no puede acompañarme porque no salgo sola, camino con dificultad”.

En ese sentido, Zulma cambia su mentalidad, construye otras representaciones: ahora siente la necesidad de ser cuidada, pero “sin ser una carga”. Si bien ha trabajado desde los 24 años en distintas escuelas de San Juan, con el trajín que eso conlleva, Zulma siente que la tarea en el hogar es la que le ha resultado más pesada y dificultosa. Nuevamente surge la representación sociodiscursiva que las otras entrevistadas mencionaron: jubilarse para alcanzar la libertad.

“Ahora lo entiendo, porque al principio decía como que yo que trabajaba en lo formal, pero a la vez trabaja en la casa, decía “bueno, yo también me merezco otra jubilación por lo que hice en la casa”. Pero luego me di cuenta de que no es eso, es el hecho de poder liberarse, digamos… de todo lo que implica que un hombre te tiene que dar para todo y que no todos los hombres son iguales que te van a dar el dinero sin preguntarte para qué o te van a estar pidiendo los vueltos que te quedaron. Es correcto que la mujer lo aproveche y que sea su dinero y no que lo sume a todos los ingresos, al ingreso en común. Sino que sea ella quien lo utilice y que decida si quiere colaborar con la casa, porque ella ya está colaborando en la casa. No debería colaborar con el dinero, ya lo hizo con la tarea que ha realizado toda la vida, todas esas renuncias por las necesidades de los niños, porque el marido era un poco estricto, etcétera”.

Es interesante ver la evolución que Zulma describe en cuanto a su representación sociodiscursiva respecto a la jubilación de amas de casa. Ella hace alusión a una representación que tuvo mientras trabajaba en el mercado laboral formal: “yo también me merezco otra jubilación por lo que hice en la casa”, pero con el tiempo se percató que no: la jubilación de amas de casa les permitió a las mujeres que no tenían aportes previsionales “liberarse”.

Que estoy cansá' y no puedo con el corazón. Reflexiones finales sobre similitudes y diferencias entre las representaciones sociodiscursivas presentes en las historias de vida analizadas

Mediante estas historias de vida se recabaron representaciones sociodiscursivas construidas desde -y sobre- la cotidianeidad. Si bien las historias presentadas en estas páginas han sido distintas, sus representaciones sobre los tópicos abordados han sido similares.

El trabajo doméstico y reproductivo no remunerado es presentado tanto por Juana como por Clara como una externalización y proyección del amor de madre. Ellas absorbían toda esa labor como muestra de la incondicionalidad a la familia. Siempre desde las sombras, ellas son conscientes de la invisibilidad de sus labores, pero ven en su realización una carga moral relacionada con sus obligaciones como mujeres de la casa. En cambio, Zulma lo presenta como una obligación, una responsabilidad asumida porque “alguien debe hacerlo”.

Las representaciones sociodiscursivas de estas mujeres sobre la organización del cuidado están marcadas por el deber hacer como madres y/o padres desde lados opuestos determinados por los mandatos establecidos por el género. Al entrevistar a las mujeres se pretendió captar cuáles eran las representaciones sociodiscursivas que habían aprehendido -y aprendido- sobre el trabajo no remunerado y, en este recorrido, han sido ellas las que marcaron las diferenciaciones entre roles en función al género.

En cuanto al trabajo remunerado, Juana y Zulma lo veían como una meta a cumplir. Juana, por la necesidad de ser reconocida como trabajadora que colabora con la economía del hogar. Zulma, por ver al trabajo como símbolo de independencia y autonomía. Clara, por el contrario, lo desvalorizaba. En su caso, debido a que en el mercado laboral realizaba las mismas tareas que en el hogar, ella consideraba que su trabajo no valía –“¿cuánto podía pretender que me pagaran por hacer unas milanesas?”-.

Con relación a las representaciones sociodiscursivas sobre la maternidad, tanto Clara como Juana ven la maternidad como una prolongación del ser mujer. Pero en los relatos manifestaron cómo la decisión de ser madres no la tuvieron ellas. Por un lado, Juana, que no podía decidir sin la autorización de la pareja los métodos anticonceptivos, sobre los cuales se disputaron su ginecólogo y su marido. Por el contrario, Zulma comenta que la maternidad es algo en lo que nunca pensó o quiso. De hecho, ella menciona la anticoncepción como el único cuidado hacia sí misma que tuvo. Constantemente, hace alusión a ésta como una responsabilidad asumida, pero no desde un deseo, ni mucho menos como parte del instinto maternal -del cual reniega por considerarlo impuesto-.

Juana y Zulma vivieron situaciones de violencia de distinto tipo. Zulma hace referencia a la violencia psicológica que sufrió, pero que no se había permitido ver hasta hace unos años. Juana sufrió violencia psicológica y física. A pesar de las diferencias, ambas aducen algún tipo de responsabilidad en éstas. Zulma alega no haberse percatado de ésta por la doble jornada laboral -remunerada y no remunerada-, que no la dejó ver lo que vivía por el cansancio que tenía. En cuanto a Juana, ella habla desde la culpa, que la expresa en un “¿por qué me dejé hacer esto?”.

Las representaciones sociodiscursivas en relación con las mujeres jefas de hogar tienen correspondencia a las construcciones que se hicieron sobre las carencias y las dificultades vividas en el día a día. En este sentido, las construcciones discursivas empleadas mostraron representaciones sobre la mujer en el hogar y en el mercado laboral entre eufemismos que señalaron la desigual distribución de tareas y la sobrecarga de éstas en las mujeres, tanto fuera como dentro del hogar, como consecuencia de la falta de respaldo del lado de los varones.

Por último, en referencia a las representaciones sociodiscursivas sobre el retiro, las tres entrevistadas las construyeron en torno a la libertad, el reconocimiento y la autonomía. Con sólo la posibilidad de ser beneficiaria del Plan de Inclusión Previsional, Juana decide divorciarse. Ella ve en la jubilación de amas de casa un “aliciente a la vida”, una visibilización del trabajo realizado y las renuncias vividas.

En el caso de Zulma, cuando habla de su retiro lo hace desde la salida del sistema. La obtención de su jubilación tiene otra carga: el haber sido otorgada con mayor premura por su discapacidad. Zulma se desempeñó en el mercado laboral formal y el retirarse de éste significó “depender del cuidado y los tiempos de los demás”. Con relación a la jubilación de amas de casa, ella admite una evolución en la representación construida en torno a ésta. Primero, consideraba que debía ser otorgada a todas las que se desempeñaron en el ámbito privado, por manifestar que ésta es la tarea más ardua. Luego, dirá que es justo que se les otorgue a esas mujeres como símbolo de reconocimiento y libertad de las opresiones vividas en el hogar. Las representaciones sociodiscursivas que prevalecieron a lo largo del relato de las entrevistadas es el rol de la madre como mujer todopoderosa agotada, que asume responsabilidades desde su contexto lleno de carencias y que debe sobreponerse. Ser madre para estas mujeres tiene una gran carga de sacrificio. Su trabajo realizado “por” y “con” amor disfrazado de la obligación del deber ser, las ha motivado, a raíz de sus roles de jubiladas, a comprender desde sus representaciones sociodiscursivas este tipo de trabajo. Por esto, se considera preciso que se continúe esta línea de investigación para seguir aportando conocimientos sobre estos trabajos invisibles que, aún hoy, están delegados en la naturaleza femenina.

Referencias bibliográficas

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Notas

1 Se entiende el trabajo doméstico como aquellas actividades relacionadas con cocinar, limpiar, lavar, etcétera. Alrededor de este término surgen distintas dificultades: su conceptualización, medición y valoración (Torns, 2008). Para los fines de este artículo, se adopta la definición propuesta por Torns: aquellas “actividades destinadas a atender y cuidar del hogar y la familia” (2008, p. 58).
2 Fue oportuno diseñar este perfil de mujeres que se encontraban en la nebulosa de no saber si podían o no acceder al PIP por la creación de la PUAM y la culminación de las moratorias mencionadas. Recientemente, el 26 de junio de 2019, mediante la resolución 158/2019 ANSES, se prorrogó la vigencia de la moratoria -regirá hasta julio de 2022-, sin extenderse la cantidad de años a los que se podrá acceder con ésta -se mantiene la línea de corte en 2003-. Es decir, aquellas mujeres de 60 años que quieren acceder a la prestación deben acreditar como mínimo cuatro años de registros contributivos desde 2003 a 2019, debido a que esta moratoria sólo cubre 26 años.
3 Al momento de las entrevistas, análisis y redacción de este manuscrito, no se prorrogaba la moratoria previsional.
4 “El amor ha sido el opio de las mujeres, como la religión el de las masas: mientras nosotras amábamos, los hombres gobernaban (…) Tal vez no se trate de que el amor en sí mismo sea malo, sino de la manera en que se empleó para engatusar a las mujeres y hacerlas dependientes, en todos los sentidos (…) Entre seres libres es otra cosa” (Millet, K. 1969)
5 Juana nació en 1943, en Angaco. Su familia estuvo compuesta por siete hermanos -cuatro mujeres y tres varones- y sus padres. Su madre era ama de casa -en épocas de cosecha, trabajaba circunstancialmente como cocinera para las cuadrillas-, su padre era camionero. Juana se casó a los 17 años después de conocer a su primer y único novio. Tuvo tres hijos -dos varones y una mujer-. Hasta que cumplió 40 años sólo realizó tareas de cuidado y domésticas no remuneradas en su hogar; luego, la contrataron para trabajar en un hotel alojamiento como parte del servicio de limpieza. Diez años después, el dueño del hotel le pidió que realizase la misma labor en su casa. Trabajó en ese hogar durante 5 años. Juana comenta que previo a cumplir los 60 años, el “patrón” la llamó con el contador y le hicieron firmar unos papeles. Sólo declararon 4 de los 10 años que trabajó en el hotel y los 5 que trabajó en la casa como empleada doméstica fueron dejados en el olvido. Accedió a una jubilación de ama de casa en el 2016 por la insistencia de uno de sus hijos. Previo a jubilarse, se divorció. Vive sola en un departamento que alquila, ya que el exmarido decidió quedarse a vivir en la casa familiar. Trabaja una vez a la semana como empleada doméstica para una patrona a la que le hace la limpieza “desde siempre”. Como pasatiempo realiza costuras y las vende en ferias artesanales. Es la primera vez que tiene un grupo de amigas gracias al centro de jubiladas al que asiste. Clara nació en 1952, en Albardón. Su familia estuvo compuesta por ocho hermanos -cinco varones y tres mujeres- y sus padres. Su madre era empleada doméstica -durante años, trabajó en un estudio jurídico-, cuando se jubiló decidió abrir una pequeña rotisería; su padre hacía trabajos temporarios. Clara trabajó como empleada doméstica desde los 15 años. A los 18, se quedó embarazada y a los 19 se casó. Tuvo tres hijos -dos mujeres y un varón-. Trabajó en distintos lugares como: empleada doméstica, empacadora en una fábrica de tomate envasado y cocinera en una conocida casa de comida al paso de San Juan. Sólo cuenta con 3 años de aportes previsionales, correspondientes al trabajo realizado durante 1980-1983 en una fábrica de tomate envasado. Con la creación del Plan de Inclusión Previsional, Clara supo que ésa iba a ser la única forma de acceder a una jubilación, hasta que comunicaron su finalización el 23 de julio de 2019 (ella cumplió los 60 años en octubre de 2019). Luego, a pesar de la prórroga de la moratoria previsional correspondiente a la ley 26.970, tiene la desazón de no poder acceder a ésta por tener aportes registrados en el lapso mencionado y no tenerlos durante 2003 – 2019. Clara ya no hace trabajos de limpieza porque necesita un reemplazo total de rodilla. Con su marido, que es policía retirado, decidieron abrir un kiosco en su casa para lograr una pequeña entrada. Lo cierto es que ese pequeño negocio representa una pérdida en la economía del hogar, pero ella “lo necesita para ver gente”. Zulma nació en 1964, en Jáchal. Su familia estuvo compuesta por 3 hermanos -2 mujeres y 1 varón- y sus padres. Su madre era docente -se recibió después de tener al primer hijo-, logró ser titular de un cargo unos años previo a retirarse -se jubiló a los 55 años por su discapacidad-. Su padre hacía trabajos temporarios. Zulma es docente. A los 22 años se embaraza y se casa. Sólo tiene una hija. Trabajó desde los 23 años en distintas escuelas rurales de la provincia de San Juan. Al igual que su madre, sufre de una enfermedad que la discapacitó. Tiene una jubilación por discapacidad desde hace años. Zulma está separada, pero vive con el padre de su hija. Él no tiene trabajo y ella es el único sostén del hogar.
6 Notas en el diario de campo. La entrevistada no quiso que grabase sobre los episodios de violencia.
7 Con el Plan de Inclusión Previsional –PIP-, el Estado previó la incorporación en el sistema jubilatorio de personas que no alcanzaran los requisitos previstos (aportes formales incompletos o ausencia de éstos, o bien aportes completos, pero personas menores de 65 años) para el acceso a la prestación de vejez impuestos por el Sistema Integrado de Jubilaciones y Pensiones. Paulatinamente, el sistema previsional expandió su alcance mediante la implementación del Monotributo social y del Régimen de Regularización de Deudas de los/as trabajadores/as autónomos/as, que en su conjunto proponen saldar la deuda de contribuciones que tenían los aportantes previos a 1994.
8 Hace referencia a la prórroga de la moratoria previsional

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