Resumen: En este artículo interrogamos la forma en que las tradiciones y desarrollos de la clase obrera argentina abren la posibilidad de construir un sindicato de trabajadoras/es de la economía popular. Recuperamos el planteo de William Roseberry para dar cuenta de la manera en que estas nuevas y creativas formas de organización de un sector cada vez más marginado del mercado formal de trabajo anclaron su construcción política y reivindicativa en las imágenes del pasado de la clase obrera argentina y de su forma de organización, demandas y luchas. Abrevando en las imágenes de organización gremial y política, daremos cuenta de la forma en que fue necesario construir una nueva noción de trabajadores, construyendo el piso desde el cual sectores populares reclaman desde hace varias décadas el reconocimiento de derechos, en algunos casos perdidos, en otros nunca conquistados sino prometidos.
Palabras clave: economía popular, tradiciones, organización de trabajadores/as.
Abstract: In this article we asked about the way that different traditions and developments of the Argentinian working class bring opportunities about the way of constructing a trade union for the workers of the Popular Economy. In that way, we recovered the proposals of William Roseberry to show the way that this new and creative forms of organization of a sector that is more and more marginated from the formal work market anchored their political and vindictive construction in the images of the past of the Argentina working class and their ways of organizing, demanding and struggling. Recovering the images of union and political organization, we will show the ways in which it was necessary to construct a new notion as workers constructing the base from which the popular sectors claim, since some decades, for the recognition of their rights in some cases lost, in others never conquered but promised.
Keywords: Popular Economy, traditions, workers organization.
Resumo: Neste artigo perguntamos como as diferentes tradições e desenvolvimentos da classe trabalhadora argentina oportunizam a construção de um sindicato para os trabalhadores da Economia Popular. Desse modo, resgatamos as propostas de William Roseberry para mostrar como essas novas e criativas formas de organização de um setor cada vez mais marginalizado do mercado de trabalho formal ancoraram sua construção política e vingativa nas imagens do passado de a classe operária argentina e suas formas de organização, exigência e luta. Recuperando as imagens da organização sindical e política, mostraremos os caminhos pelos quais foi necessário construir uma nova noção de trabalhadores construindo a base a partir da qual setores populares reivindicam, desde algumas décadas, pelo reconhecimento de seus direitos, em alguns casos perdidos, em outro nunca conquistado, mas prometido.
Palavras-chave: economia popular, tradições, organização do trabalhadores.
Convocatoria temática
“Sigo siendo el mismo de siempre”. Imágenes de la clase obrera argentina en la construcción de la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular (UTEP)
"I am still the same as always". Images of the Argentine working class in the construction of the Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular (UTEP)
"Ainda sou o mesmo de sempre". Imagens da classe operária argentina na construção da Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular (UTEP)

Recepción: 14 Enero 2021
Aprobación: 26 Marzo 2021
Introducción
Este artículo busca poner en diálogo algunas cuestiones que han surgido de dos investigaciones diferentes que, sin embargo, comparten el objetivo de comprender la organización de las y los trabajadoras/es de la economía popular. Una se desarrolla desde hace algunos años con la Federación Argentina de Cartoneros Carreros y Recicladores (FACCyR-UTEP)1. La otra busca comprender, a nivel nacional, elementos centrales, potencialidades y tensiones de la experiencia de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP)2.
La emergencia de la CTEP, y actualmente de la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular (UTEP)3, ha sido un fenómeno que ha adquirido relevancia en los estudios de diferentes disciplinas que buscan mostrar una forma de organización inédita, según se ha señalado, para las condiciones de las clases populares de la Argentina. Esta particularidad del sujeto requirió comenzar a desarrollar nuevos estudios que, considerando continuidades en los movimientos sociales y en las y los trabajadoras/es, permitieran dar cuenta del fenómeno reconociendo su historicidad (Maldovan Bonelli, 2018; Fernández Moujan, Maldovan Bonelli, Ynoub, 2018).
Esta organización nuclea lo que las/os propias/os integrantes han dado en denominar “economía popular”. A grandes rasgos esta categoría está compuesta por quienes “se han inventado su trabajo”, cuentan con precarios, antiguos o, incluso, nulos medios de producción y al mismo tiempo abrevan de la cultura popular, según la definición de Grabois y Persico (2015).Acordamos con Fernández Álvarez (2018) que las organizaciones que forman parte de la UTEP utilizan la economía popular como una categoría reivindicativa, que permite la construcción de sus demandas y su acción política en tanto trabajadoras/es que buscan el reconocimiento de sus derechos en pos de mejores condiciones laborales.
Entre quienes forman parte de la organización se encuentran cartoneras/os, vendedoras/es ambulantes, trabajadoras/es textiles, integrantes de cooperativas de construcción, participantes en diversas actividades orientadas a los cuidados y beneficiarios de diferentes programas y planes sociales de empleo nacionales. Engloban la gran masa de trabajadores y trabajadoras que la literatura ha denominado precariado (Standing, 2011) o vidas sin salario (Denning, 2010). Sin embargo, y esto es central para lo que nos interesa en este trabajo, la UTEP considera que quienes desarrollan estas actividades no se encuentran al margen de la economía capitalista global (Grabois y Persico, 2015). Aunque en la mayoría de los casos no se reconozca su actividad como un trabajo y la remuneración recibida no alcanza a cubrir las necesidades, se generan situaciones de explotación principalmente, aunque no únicamente, debido a las largas cadenas de intermediarios.
Desde esta introducción quisiéramos dejar en claro que cuando hablamos de “economía popular” nos referimos a un sector que recupera prácticas tradicionales y al mismo tiempo representa un sujeto de dimensiones novedosas en la conformación de la estructura de clase de Argentina. Estamos hablando de millones de trabajadores, sobre todo trabajadoras, que a lo largo del país, han sido históricamente invisibilizados/as (Persico, 2017).
En este marco, nos interesa mostrar esta propuesta altamente innovadora en términos de la poblacióna la que se plantea organizar gremialmente al abrir una particular experiencia de clase (Fernández Álvarez; et al., 2019), y de las tradiciones políticas nacionales que permitieron dar sustento a las demandas que se fueron conformando.
En función de analizar esta cuestión recuperaremos una serie de trabajos que indagan en la construcción de relatos e imágenes que, enmarcadas en los diferentes procesos de construcción de hegemonía, permiten analizar qué historias se recuperan (Roseberry, 1989; O’ Brien y Roseberry, 1991), cuáles se silencian (Trouillot, 1995) y cuáles valen la pena recortarse y amoldarse para la organización y la lucha (James, 2019).
En este sentido, y como señaló Roseberry (1989: 2) el concepto de economía moral, elaborado por Thompson, “…ha renovado la noción de tradición, no como un peso muerto del pasado, sino como la fuerza activa y modeladora del pasado en el presente”. Entiende que es necesario no ver a ese pasado de forma acrítica, es decir abandonar la presunción de un orden tradicional que se considera relativamente homogéneo e indiferenciado. Si bien puede que no haya existido una “economía moral”, esta puede ser percibidadesde un presente desordenado. Siguiendo a Roseberry “…las percepciones del pasado dependen de las posiciones relativas de quienes las perciben; diferentes idealizaciones y evaluaciones van a emerger dependiendo de las distintas experiencias de la ‘dominación física y económica de un tipo significativamente total’” (1989: 4). De esta forma, el pasado presenta elementos que pueden ser recuperados para afrontar el desorden presente.
El autor plantea la necesidad de “…ver un movimiento de un pasado desordenado a un presente desordenado”. (Roseberry, 1989: 5). A partir de estos desarrollos, nos proponemos dar cuenta de elementos que, recuperados por las organizaciones que conformaron la UTEP, sirvieron de base para su construcción política. Para esto retomaremos ciertos aspectos de la historia y la praxis política del peronismo, que a nuestro entender sirvieron de base para la construcción política de la demanda por el reconocimiento de quienes participan de la economía popular como trabajadoras/es.
Como señaló Roseberry, la historia, los relatos y las vivencias brindaron “…materias primas para una economía moral que puede orientarse en función de un pasado ordenado, pero también lo hace para una conciencia que se orienta a partir de un pasado desordenado.” (1989: 10). Los registros realizados durante nuestros trabajos de campo daban cuenta de un pasado en el que, si bien cambiante, el trabajo había estado asegurado.
La dictadura cívico-militar y los cambios estructurales que produjo en la economía argentina desestabilizaron estas cuestiones hasta la crisis del 2001, punto de inflexión para la gran cantidad de personas con quienes venimos trabajando. Diferentes experiencias muestran una ruptura con el trabajo con ciertas estabilidades y opciones posibles, tanto para las/os adultas/os como para quienes en ese momento eran las/os más jóvenes de las familias, situación que, en muchos casos, permitió las principales salidas y opciones familiares. También encontramos piezas del pasado que se recuperan e interpretan de determinada manera, relacionadas con experiencias organizativas y representaciones de sectores de clase que se han desplegado, y aún lo hacen, en la lucha de clases.
Esto no quiere decir que sostengamos que en la Argentina hubo un fordismo acabado -aunque si se llegará al pleno empleo en las décadas de 1940, 1950 y 1960-; incluso acordamos con Neilson y Rossiter (2008) que este modelo fue más la excepción que la regla en los países desarrollados, lo que en nuestro caso, lo volvería aún más inacabado. Lo que sostenemos es que se construyó en nuestro país una historia, una forma de pensar el trabajo asalariado como conquista, por la que se accedía a derechos; se trabajaba y se progresaba. Estas ideas se anclaron en la narrativa del primer peronismo y de la resistencia, constituyéndose como derechos adquiridos en los primeros dos gobiernos de Juan Domingo Perón (James, 2019)4.
Esta narrativa, como mostraremos, es recuperada en términos políticos por la UTEP como horizonte al que retornar, como paraíso perdido. También fue pregonada por el kirchnerismo pero, aun mejorando las condiciones de la clase trabajadora en su totalidad, no alcanzóa amplios sectores. Sin embargo, estos se sintieron interpelados por esa propuesta política que, sostenemos, posibilitó su emergencia e injerencia política a partir del 2011.
La Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular
La UTEP fue creada a fin de poder organizar a quienes trabajan en la economía popular, es decir, como ya enunciamos,a un sector popular marginalizado (sin salarios, sin derechos y, en la mayoría de los casos, sin reconocimiento de su actividad en tanto trabajo). Si bien en muchos sentidos continúa siendo una coordinadora de organizaciones populares, y por lo tanto expresa una importante diversidad en su interior, es innegable que se han dado pasos hacia su estructuración como espacio sindical, lo que incluso puede observarse en el recorrido de la CTEP (Schejter, 2020).
Como han señalado diversas/os autoras/es, la economía popular es parte de la heterogénea economía global, no es “otra economía” (Fernández Alvarez, 2020; Grabois y Persico, 2015). De allí que la organización de este sector no debería pensarse desligada del resto de la organización de trabajadores/as, más allá de las especificidades devenidas de sus propias particularidades. Esto implica dar una forma organizativa que represente a quienes trabajan en estas actividades. Por eso, en el presente apartado, compartiremos elementos que quisiéramos jerarquizar.
En primer lugar, veremos cómo la estructuración de una identidad marginalizada es producto de diversas interpretaciones, de voces y miradas -en este caso muchas prejuiciosas y estigmatizantes. En segundo lugar, nos parece importante rescatar la forma en que las/os propias/os trabajadoras/es han buscado enfrentar las miradas hegemónicas, apostando a una auto-identidad en tanto parte de la clase que vive del trabajo (Antunes, 2004). En tercer lugar, compartiremos cómo ciertas miradas y gestos sindicales de otros gremios aportaron al desarrollo de esta identificación. Por último, buscaremos dar cuenta de este proceso de construcción identitaria, que no es lineal y requiere anclar su desarrollo en un recorrido histórico y por lo tanto, referenciarse en determinadas experiencias y logros.
Empecemos por mostrar cómo en este caso la marginalización implicó, y aún lo hace, representaciones que influyen en las que están en disputa y por lo tanto, en el complejo hacerse de conciencia. Como afirma Stecher (2020), la identidad conlleva una dimensión de reflexividad sobre sí misma. Por eso, debemos tener en cuenta el rol activo de las y los trabajadoras/es en este proceso, así como las tensiones, contradicciones y luchas que existen en la búsqueda de reconocimiento y desarrollo de una identidad trabajadora. Podemos señalar la forma en que la CTEP primero y la UTEP luego, tomaron esta batalla como un eje central de su construcción, ya no como desempleadas/os o beneficiarias/os de programas sociales, sino como trabajadoras/es. En este sentido, revalorizamos la importancia de las identidades colectivas y el sentido de pertenencia de las/os trabajadores/as. Florencia Pacifico (2019) señala al respecto:
“Es frecuente que quienes reciben ingresos monetarios por políticas sociales refieran a este discurso que desvaloriza su trabajo y a ellos mismos como personas. A veces, la declaración de algún funcionario público o periodista reaniman el debate y generan sentimientos de bronca e indignación. Otras veces, el murmullo que sostiene estas ideas negativas acerca de la “vagancia” de los “planeros” circula entre los vecinos, se lee en las miradas de las personas en el transporte público, se reconoce en los comentarios por lo bajo cuando se hace fila en el banco […] Saberse destinatario de estas críticas y buscar formas de contrastarlas era una preocupación recurrente que permeaba las interacciones cotidianas. Las acusaciones de vagancia se apoyan sobre una concepción de trabajo que excluye una variedad de practicas y personas para centrarse en la condición individualizada del empleo asalariado.” (Pacifico, 2019: 79-81).
Al entrevistar a referentes de la experiencia de la CTEP-UTEP, estas cuestiones se presentan inmediatamente, adquiriendo mayor volumen. Por ejemplo, el Nori Montes, dirigente del Evita Córdoba y quien fuera secretaria general de la CTEP regional, nos expresó:
"… hay sectores que no nos pueden ni ver a nosotros. Nos desprecian (…) nos desean la muerte, digamos. No se si estuviéramos en una época, en otro momento de la historia, no sé si nos bajarían el pulgar en una…" (Entrevista, 29/08/19)
Con su identificación da cuenta de la diferencia de clase, rememorando otras épocas -principalmente los años de la dictadura cívico militar- en las que se llevaban a cabo desplazamientos, detenciones o asesinatos. En este sentido, Carlos Andrada, referente de la cooperativa La Esperanza de carreros/as de Córdoba, expresó algunas visiones sobre su organización y la disputa por continuar utilizando la tracción a sangre animal:
“… para mi no son ‘proteccionistas’. Son personas que tienen odio al pobre porque el pobre transita en frente de la cara de ellos. […] a esta altura de este tiempo ya tendría que haber estado reconocido el ciruja, el cartonero, como un trabajador de la economía popular y del ambiente. Y no está reconocido. Al contrario… ‘negro de mierda, generan basura’… y nosotros somos muy guardianes del ambiente...” (Entrevista, 07/11/19)
En el caso de las/os cartoneras/os y carreras/os esta problemática se hacía más patente, en la medida en que el propio estado consideraba la actividad como vagancia o robo, lo que producía una doble negación de la condición de trabajadoras/es: representaba un delito y, en sí mismo, no erauna actividad productiva (Sorroche, 2016a; 2016b). O, como sigue sucediendo hoy en día en la mayoría de los núcleos urbanos de nuestro país, se busca que dejen el carro a caballo con soluciones que van desde el uso de motos o bicicletas hasta la prohibición total de la actividad.
Mariela Cepeda, referente del Movimiento Atahualpa / Pueblo Unido de Mar del Plata, da cuenta de la estigmatización que sufren y contra la cual buscan dar batalla:
“… los medios de comunicación, anteriormente, han influido muchísimo para que a nosotros nos vean como un paria, como un gasto, como los vagos, los planeros y no gente que contribuye con la economía nacional y con el flujo de la economía interna. […] vos decis economía popular y nos dicen planeros. Nosotros no cobramos planes, cobramos un programa, un salario social complementario, la misma palabra te va diciendo lo que es (…) ‘vayan a laburar’, nos tildan de vagos, de planeros. Y nosotros nos levantamos todos los días para ir a trabajar, de lo que sea. Desde hacer una prepizza hasta vender un par de medias, vender una película, vender una artesanía ¿Entendés? Entonces no me vengan a decir vaga o que yo no trabajo.” (Entrevista, 17/01/20)
En estos fragmentos podemos observar la forma en que cotidianamente cartoneras/os/, carreras/os, vendedoras/es ambulantes, beneficiarias/os de programas sociales, deben lidiar con diferentes construcciones sobre ellas y ellos y sus actividades que circulan en los medios de comunicación y en la ciudadanía en general. Allí son construidos como vagas/os, mantenidas/os, planeras/os, gente que no le interesa trabajar, que vive del Estado, culpables de su propia situación por una carencia de un ánimo emprendedor (Pederiva, 2019).
Nos interesa dar cuenta de la forma en que quedan planteadas algunas de las representaciones a tener en cuenta para entender las contradicciones del hacerse de la conciencia de clase, y cómo estas representaciones van cambiando constantemente. Porque si bien esto pasa en todos los colectivos de trabajadores/as, es importante poder reconocer las particularidades dentro de las fracciones de clase, para así estudiar las posibilidades culturales dentro de su historia social centrándose en los elementos constitutivos de la conciencia política de cada sector (Roseberry, 1989). Apostar a, y disputar públicamente una identidad en tanto trabajadores/as se constituyó en el primer paso, quizás básico pero necesario para habilitar la posible organización gremial y la capacidad de lucha del sector.
Asumiéndose como trabajadores/as, reconociendo el trabajo que se realiza y sus particularidades, se pudo empezar a visualizar un camino de reconocimiento de derechos, que en algunos casos se habían perdido y en otros nunca habían sido conquistados. Dice Pepe Berra, referente del Evita de la ciudad de Rosario:
“El que nos reconociéramos y el que nos reconocieran como trabajadores fue una lucha muy, muy dura, muy dura. Hubo mucho empeño puesto por las organizaciones para vincular los programas que se conseguían (…), tratar de transformar esos programas en trabajo para los compañeros. En otro momento, no se reconocían como trabajadores, eran desocupados, eran cualquier cosa, menos trabajadores.” (Entrevista, 26/06/20)
Como podemos ver en este fragmento, parte del trabajo de las organizaciones tuvo que ver en primer lugar, con que ellas/os pudieran pensarse como trabajadores/as. La cooperativa más que como un lugar de trabajo y la búsqueda de elementos que los identifiquen como los uniformes son elementos que permiten repensarse frente a la sociedad toda. Este aspecto nos lo dimensiona Martín García, del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE) de Mar del Plata:
"… fue un cambio de identidad en la lógica de lo que es ser cooperativista a secas, que ser un trabajador y una trabajadora, es muy distinto. En la base social, la identidad del trabajo, la de por qué usamos todo el uniforme, por qué nos empilchamos, por qué tenemos todos… empezamos a generar una identidad común que es la de clase trabajadora.” (Entrevista, 16/01/20)
En este sentido, luchar contra esas construcciones -por ejemplo, mediante el uniforme, un elemento que permite repensarse a sí mismo- es necesario para poder lograr la articulación, el trabajo en conjunto. La situación del mercado laboral y un discurso en el que cada una/o es culpable de su situación dificultan esa reelaboración, al mismo tiempo que se constituyen como el reverso que condiciona e impide avanzar, como lo señaló Jacqui Flores del MTE de CABA, destacando el logro de esta resignificación del trabajo ya que implica:
“Que no tengan parámetros para negarnos la identidad trabajadora de la economía popular. Que nos dejen de llamar planeros y todas esas cosas que hacen mal al espíritu de cualquier hombre y mujer que está quebrada, que la viene peleando porque eso te desmoraliza (…). Que nadie más va a poder negar nuestra identidad, que somos trabajadores, que no somos los violentos, ni los vagos...” (Entrevista, 13/07/20)
Sin embargo y como anticipamos, a pesar de semejantes miradas de peso en su contra, esta conquista identitaria no fue producto de un recorrido lineal ni aislado. La relación con otros sindicatos fue central, su historia, demandas y conquistas logradas. Es central el rol histórico que han logrado adoptar los sindicatos en la construcción de la identidad popular a lo largo de la historia y en particular, en el proceso histórico 2003-2015 (Etchemendy, 2011; Arias, Diana Menéndez y Dinorah Salgado 2015; Lazar, 2019). Si bien para la CTEP, y ahora para la UTEP, esta experiencia no ha sido homogénea en todo el país, sí ha sido relevante. Esta importancia se expresa también en el reconocimiento que los sindicatos han tenido hacia el sector, como nos relataba -para el caso de Mar del Plata- Martin García (MTE – Mar del Plata):
“Que también sectores de trabajadores formales, como la bancaria, como industriales, ya sea el SMATA, sectores de la UOM, de distintos sindicatos nos vean como trabajadores y trabajadoras, me parece que eso es un cambio de paradigma para nuestro país, para nuestra clase.” (Entrevista, 16/01/20)
Que el propio movimiento obrero organizado los reconozca como sujeto trabajador permite visualizarse como parte de la clase. Que quienes tienen el reconocimiento del Estado y la sociedad como tales los consideren trabajadoras/es refuerza tanto la identidad como la importancia de la construcción gremial del sector. En el mismo sentido, se ha expresado Mariela Cepeda (Mov Atahualpa / Pueblo Unido – Mar del Plata):
“La gente puede llegar a tener otra mirada por ignorancia, no por maldad, quizás, algunos si, pero que los demás trabajadores que trabajan de forma formal, te vean a vos como un trabajador… a nosotros mismos nos da otra mirada.” (Entrevista, 17/01/20)
Por eso, se puede afirmar que una primera conquista identitaria fue que la mirada sobre quienes trabajan en la economía popular pasara de vagos/as a trabajadores/as. Y que este proceso haya contado con el estímulo de ciertos sindicatos, sobre todo en ciertos lugares del país, fue fundamental para asumir la posibilidad de organizarse frente a una sociedad que fomenta el individualismo (Sorroche, 2016a).
Para ir finalizando este apartado, quisiéramos detenernos en un último elemento relevante a la hora de forjar la identidad de trabajadores/as organizadas/os de la economía popular, la recuperación de cierta interpretación de la historia de la clase y del país: los descamisados. Como ya hemos expresado desde el inicio del presente texto, ciertas imágenes del pasado son interpretadas desde el presente desordenado y esto actúa como una fuerza activa y modeladora del pasado en el presente (Roseberry, 1989).
En este sentido, buscaremos dar cuenta de la manera en que nuevas y creativas formas de organización de un sector marginado del mercado formal de trabajo anclaron su construcción política y reivindicativa en las imágenes del pasado de la clase obrera argentina y de su forma de organización, demanda y lucha. Mariela Cepeda del Movimiento Atahualpa / Pueblo Unido de Mar del Plata, lo expresa así, una auto-identificación que es compartida por gran parte de la UTEP:
“Nosotros creo que somos los descamisados del siglo XXI, si vos te ponés a pensar. Somos los relegados, los que Evita llamaba “cabecitas negras”, esos somos nosotros para la sociedad.” (Entrevista, 17/01/20)
Plantean así una identificación con los sectores que más de medio siglo antes se encontraban desposeídos de derechos y que encontraron en el primer peronismo el acceso a algunos de los que en ese momento parecían imposibles de alcanzar. Esto incluye a más organizaciones que las que dentro de la UTEP se reivindican más peronistas -como es el caso del Movimiento Evita-, que incluso durante el kirchnerismo recuperaron estas nociones señalando -en el primer aniversario de la creación de la CTEP en 2013-: “somos los que faltan”. En un documento presentado en esa oportunidad se señalaba la importancia de que todas/os las/os trabajadoras/es tuvieran igualdad de derechos, al tiempo que se reclamaba la apertura de una paritaria social y la inscripción gremial de la CTEP5.
Como expresamos en la introducción, también hay una reinterpretación del pasado como un momento histórico más ordenado, que difiere del presente caótico y desordenado. Así lo expresa Jacqui Flores (MTE–CABA), recuperando una imagen muy popular del país peronista de las décadas de 1940 y 1950:
“Lo que más reivindico de la experiencia de la CTEP es que nos dió la posibilidad de una herramienta de podernos plantar, muchas mujeres y muchos hombres, desde la identidad trabajadora. El trabajo ordenador de la vida. Poder sentir la dignidad, esa que nunca entregamos.” (Entrevista, 13/07/20)
Ciertas tradiciones son fuerza viva que moldea el presente y las identidades en disputa (Roseberry, 1989). Esto además, habla de cómo en toda sociedad existen recuperaciones de pasados divergentes que tensionan y habilitan grietas. Si la principal fuerza política de la Argentina, el peronismo, había construido una ciudadanía en base a las/os trabajadoras/es y el pueblo trabajador (James, 2019), la capacidad de interpelar y participar en la lucha política para los sectores excluidos estaba en recuperar esa tradición y reconfigurarse como trabajadores, lo que permitía el acceso a derechos múltiples.
En el marco de las relaciones de hegemonía y del campo de fuerza que se moldeó en nuestro país, era necesario volverse trabajadoras/es para reivindicar de esa manera no solo derechos, sino la vida misma. Es que la dominación nunca puede ser total, siempre hay margen para la reinterpretación de la historia. De allí que el sector más marginalizado de la clase del presente pueda recuperar elementos, a fin de construir una nueva identidad con raíces y, más importante aún, triunfos potentes. Esta fue una puerta que abrió la posibilidad de organización de la UTEP y sus organizaciones previas.
Talleres de formación
Como desarrollamos en el apartado anterior, para las y los integrantes de la UTEP una cuestión que se volvió central fue la necesidad de construir la propia actividad como trabajo y, por lo tanto, a quienes la realizan como trabajadoras/es. Este proceso, como se vislumbra claramente en los fragmentos de entrevista a las/os dirigentes que hemos recuperado, requirió también una forma de transmitir a las y los demás trabajadoras/es. Superar años excluidos del mercado laboral, construcciones, estigmas y discriminaciones constantes, requiriótambién de un trabajo cotidiano que permitiera pensarse como trabajadoras/es.
En este sentido, las actividades de formación se volvieron centrales como espaciospara discutir cuestiones gremiales, disputar los sentidos en torno al trabajo y organizar la lucha por los derechos a conquistar. Como nos señaló Iván Fernández (Encuentro de Organizaciones, Córdoba) en una entrevista:
“Tenemos algo muy importante , que no se ve casi porque en realidad es más bien interno, que son las diplomaturas de formación en economía popular, que no solo forman a las y los compañeros, sino que a la vez, para aquellos, si aquellos que estudiaron muy bien, tienen la posibilidad de ir a conocer San Martín de los Andes, o sea, acompañar a una compañera que ni conocía el Patio Olmos porque vivía siempre en el barrio, y viajar a San Martín de los Andes, ya es una cosa ganada.” (Entrevista 12/10/19)
De esta manera, la formación se revaloriza y presenta el “premio” de poder viajar a San Martín de los Andes para continuarla y al mismo tiempo, conocer el país y la experiencia del barrio intercultural donde pobladores mapuches conviven con criollos en la construcción del espacio común.
La formación se vuelve un eje central y también un objetivo de la organización. Como nos contó Noelia Ibarra (MTE-Santiago del Estero) :
“… nos sirve como una mirada a futuro, porque al final, hay que acompañar en ese proceso de formación de los compañeros con esta proyección a futuro, hay que involucrar, hay que buscar la forma (…). Yo creo que es un objetivo de la CTEP.” (Entrevista 18/07/20)
Este objetivo, que se vuelve central en términos de lograr involucramiento y proyección de los integrantes, también permite entender la historia y contextualizar la forma en que se fue construyendo la organización y su desarrollo. Como señalaba Natalia Zaracho del MTE:
“La importancia de la formación ¿no? Yo me quedo con eso porque, digo… uno labura todo el tiempo y todo el tiempo estás con demandas y uno no tiene tiempo para formarse, a mí me pasaba acá (…) me parece re importante que los compañeros sepan de dónde viene, qué es el MTE, cómo se formó, toda la lucha que tuvo que haber para conseguir y conquistar derechos...” (Entrevista 20/06/20)
Esto que recuperamos de las diferentes entrevistas también lo pudimos observar durante nuestro trabajo de campo. Al poco tiempo de comenzar a trabajar con una cooperativa de cartoneras/os de Lomas de Zamora, cuando dialogábamos con las/os referentes, Nancy, que recién había vuelto de la escuela San Martín de los Andes, estaba muy interesada en que todas y todos las/os trabajadoras/es pudieran acceder al curso de formación. Aprovechando nuestra condición de docentes universitarios, nos pidieron si podíamos desarrollarlo en la cooperativa. Luego de dialogar con las/os militantes encargados de la formación, quienes nos brindaron el material, acompañamos el dictado de los diferentes talleres con uno de ellos.
Allí se realizaban una serie de actividades para las que el libro de Grabois y Persico (2015) funcionaba como guía o manual. La primera interpelaba a las/os participantes consultando sobre la situación laboral de sus madres, padres, abuelas y abuelos de las/os presentes y realizando un cuadro donde se iban anotando los diferentes empleos que las diferentes generaciones habían tenido.
Aquí aparecía una amplia brecha generacional. Mientras que en el caso de las/os mayores era posible incluso dar cuenta de los procesos de migración interna (con abuelos, y en algunos casos padres, hacheros, jornaleros o trabajadores golondrina), también era posible vislumbrar etapas donde ellas/os mismos habían experimentado el trabajo formal (obreros, repartidores, changadores, chóferes, entre otros). Para el caso de las/os jóvenes el trabajo “formal” se reducía solamente a la generación de los abuelos. En muchos casos, ya sus madres y padres se habían desempeñado como cartoneras/os y, en algunos casos, trabajaban juntos/as en alguna cooperativa.
Este ejercicio, que a simple vista parecía solo un recuento de historias familiares, permitía mediante estas narrativas ejemplificar las transformaciones que habían acaecido en el mercado de trabajo en los últimos 50 años. Luego de ese ejercicio se comenzó a dialogar sobre el capitalismo y las formas de explotación y, más en la actualidad, cómo aumentó de forma paulatina la exclusión de amplios sectores.
Sin embargo, y como señaló Trouillot (1995), muchas de las situaciones experimentadas en esos contextos eran silenciadas. Los altos ritmos de explotación, sueldos que no alcanzaban o que debían ser utilizados en los almacenes de las explotaciones, largas horas de trabajo sin descanso e, incluso, trabajos que nunca habían sido pagados, solo surgían en diálogos cara a cara cuando se interpelaba sobre esas situaciones o se ahondaba más en las razones de la migración interna o, en algunos casos, sobre comentarios de renuncia a un trabajo particular. Estos silenciosservían como construcción de ese pasado idealizado que, como dijimos, se presenta como ordenado frente a un presente desordenado (Roseberry, 1989).
Por otra parte, este ejercicio -y su discusión posterior- permitían ir mostrando complejidades de la clase que vive del trabajo, lo que Grabois y Persico (2015) denominan “la fragmentación de la clase obrera”. Este recorrido mostraba las cambiantes circunstancias que en muchos casos presentaban una mejora entre la generación de los abuelos y los padres y una caída en la de los padres de quienes participaban del curso. Al mismo tiempo, posibilitaba dar cuenta de que ese trabajo que ellas/os mismas/os se habían inventado permitía la subsistencia y que era un trabajo hasta el momento no reconocido.
Los materiales y talleres -como también los documentos de la organización- hacían fuerte hincapié en la necesidad de luchar por la justicia social. Ese concepto acuñado por Perón buscaba ampliar la noción de ciudadanía más allá de la participación política para incluir además la participación económica y social (James, 2019:30). De forma progresiva, su despliegue vendría a eliminar las desigualdades imperantes en la Argentina (Duarte de Perón, 1951:114).
La justicia social se configuró como la síntesis de las razones por las cuales era necesario organizarse y valía la pena luchar. Ese significante (Groppo, 2009) se volvió a cargar de contenido en un nuevo contexto nacional e internacional en el que lo que estaba en juego era la propia forma de ser trabajadoras/es. Ya no solo construirse como trabajadoras/es -hacia dentro y hacia fuera-, sino construir una herramienta que les represente como tales; en el contexto argentino, esa forma era el sindicato.
De esta forma, la construcción política de la UTEP abrevó de las imágenes del peronismo en las clases populares argentinas. Durante el peronismo, la conformación de “organizaciones del pueblo” se planteó como una de las formas de ordenamiento que apoyarían al Estado, idea desarrollada en La comunidad organizada (Perón, 2016). El Estado organizaría al pueblo, mediante estructuras más pequeñas6, en este caso como un sindicato de los sectores excluidos7.
Recuperar esta concepción se había apoyado en el cambio de coyuntura política que la llegada de Néstor Kirchner al poder había posibilitado y en el resurgimiento de los sindicatos como un factor decisivo en la vida política cotidiana (Etchemendy y Collier, 2008, Senén González y Haidar, 2009, Lenguita., 2011; Marticorena, 2015). Entendemos que estos cambios permitieron repensar la idea de “organizar al pueblo”, que en el discurso de los talleres de formación y en la propia concepción política de la UTEP, se orientaba a romper con el individualismo que el neoliberalismo y su “sálvese quien pueda” había hecho encarnar en las personas.
Lejos de ser un desarrollo acabado, estas concepciones están en disputa dentro de la propia construcción de la organización. Lo que no entra en discusión es que sus integrantes buscan no solo el reconocimiento de derechos, de los cuales se sienten legítimas/os destinatarias/os, sino también su reconocimiento como trabajadoras/es, logrando que sus actividades sean consideradas como cualquier otra.
Conclusiones preliminares
En este artículo nos interesó dar cuenta de la forma en que tradiciones anteriores de organización de clase posibilitaron la conformación de la UTEP como una organización que reclama la representación gremial de las y los trabajadoras/es del sector de la economía popular. Como han señalado Fernández Álvarez y Wolanski (2020), es necesario señalar que la clase que vive del trabajo no es monolítica y que el proceso de desposesión (Harvey, 2005) expandido en las últimas décadas, ha dejado cada vez más sectores de la clase fuera de las relaciones laborales y sus derechos.
En este sentido, mostramos la forma en que esta lucha se orientó, en primer lugar, a lograr el reconocimiento de quienes trabajan en la economía popular. La obtención de la personería social por parte de la CTEP y recientemente también por la UTEP, expresa un avance en este sentido. Nos parece importante recuperar a Grabois, cuando señala:
“La clave de este proceso está en la recuperación del trabajo como eje ordenador de la vida, tanto en su dimensión objetiva (medio de existencia), como subjetiva (medio de socialización). Esto implica una reivindicación política de la capacidad productiva de los excluidos y su identidad como trabajadores.” (2018: 158).
De esta manera, es el trabajo el que permite reconfigurar tanto la forma de lograr la existencia como la de reorganizar las comunidades locales. Este planteo, como señalamos, se basa centralmente en la tradición política del peronismo que, además de hacer de las y los trabajadoras/es los sujetos principales, reconoció la participación política de estos sectores como uno de los nudos claves de la construcción del Estado. La comunidad organizada se iría conformando mediante el despliegue de entidades del pueblo y articulando por medio del trabajo, lo que permitiría alcanzar la justicia social.
Pero esto no implica que es una recuperación al pie de la letra. El agua corre, nunca es dos veces el mismo río. La UTEP no quiere “copiar y pegar”, no quiere ser “calco ni copia” de lo que fue lo mejor de la tradición sindical argentina. Es indudable que para forjar su identidad, para construirse, requirió una particular interpretación de la historia de la clase en Argentina y por lo tanto, del peronismo y del sindicalismo. Sin esa base, sería impensable el desarrollo de la organización de un sector como el de la economía popular. En este sentido, reconocemos el rol de referentes de las diferentes organizaciones y la relevancia de la formación como herramienta para la socialización de esa construcción. Nadie ni nada se apoya sobre el vacío.
Señalamos la centralidad que adquirió el que comenzaran a pensarse como trabajadoras/es. Pero además de esa construcción había que dar cuenta de la historia de esa tradición. En los talleres de formación, al hablar de las trayectorias de madres, padres, abuelas y abuelos, y de la constitución de 1949 y los derechos de las y los trabajadoras/es allí consagrados, surgían diferentes historias de persecución y lucha: arrestos, entierro de simbología peronista, pintar paredes en la oscuridad y, más recientemente, desapariciones, silencios y miedos que circulaban.
Si muchos habían perdido el trabajo en la fábrica durante estos años, el espacio de participación política se ciñó al barrio, y de allí al desarrollo de trabajos que, en algunos casos, habían sido negados al mismo momento que se negó la ciudadanía política con la dictadura de 1976, como las/os cartoneras/os. No eran simples imaginarios, eran formas, que en algunos casos se habían vivido, en otros transmitido y en otros experimentado en estos últimos años en que se construía la organización: tanto en recuerdos de comenzar a trabajar en conjunto como en la organización para frenar los abusos policiales.
La falta de respuesta de sectores tradicionales de representación creemos que se debe a que durante mucho tiempo se creyó que la emergencia de la economía popular era un epifenómeno de una larga crisis -al menos de 1989 al 2001. Pero los años de “bonanza” (Persico, 2017) demostraron que la reconfiguración del capital a nivel global en las últimas décadas haría imposible alcanzar el pleno empleo (Harvey, 2005).
Las masas de sectores excluidos aumentan año a año en todo el mundo. Con solo su fuerza de trabajo y escasos, antiguos y deficientes medios de producción, inventan trabajos que repercuten en la mejora de la vida de la sociedad -cuidando a otros/as o al mismo ambiente-. Solo quedan los relatos, recuerdos e imaginarios para construir, como nos mostró Thompson (1984), una organización que permita mediante la lucha, generar experienciaque posibilite constituirse como clase trabajadora.
Como se señala en el manual de formación de la UTEP:
“todas estas tradiciones siguen vigentes en la memoria de los pueblos y en las batallas cotidianas por la dignidad, porque aún hoy sigue habiendo esclavos, sigue habiendo siervos y campesinos oprimidos, sigue habiendo pueblos originarios perseguidos y obreros explotados.” (Grabois y Persico, 2015:169). Como señaló Roseberry, la historia, los relatos, las vivencias, se convirtieron en las materias primas que construyen la economía moral de este pasado ordenado. Buscamos dar cuenta de cómo se construyen esas imágenes. A pesar de la rotación entre trabajo y desempleo de larga duración, como a fines de los años noventa, estas imágenes posibilitaron construirlo como un horizonte al que retornar desde la propia experiencia y desde el camino desarrollado por ellas/os mismas/os.
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