Ensayos fotográficos

Proyecto 3M, Mujeres Mineras de Marmato (Colombia)

Cristian Nicollie r
Fotógrafo profesional. Diploma en Investigación y Conservación Fotográfica Documental y Diploma en Fotografía Social: la Cámara como Herramienta de Investigación Social, Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. “Artista Destacado” 2019 de la Federación Argentina de Fotografía (DFAF N1). Su último trabajo documental “Proyecto 3M”, fue finalista en el Concurso Latinoamericano de fotografía documental “El trabajo y los días” en Colombia. Instagram: @canicollier Facebook: Cristian Nicollier Fotografía Web: www.cristiannicollier.com, Argentina

Proyecto 3M, Mujeres Mineras de Marmato (Colombia)

Revista Latinoamericana de Antropología del Trabajo, vol. 5, núm. 10, 2021

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas

Los autores conservan sus derechos

Marmato es un pequeño poblado en el departamento de Caldas, en la República de Colombia, con aproximadamente 10.000 habitantes. El pueblo está literalmente dividido en dos sectores: el “Llano”, parte nueva del pueblo y el “Atrio”, sector antiguo, “colgado” del cerro y donde se encuentran las minas de explotación tradicional del oro. Hacia allí me dirijo.

Mi curiosidad por la minería tradicional nació de un artículo que leí en una revista hace ya varios años. Nunca dejé de pensar en eso, pero en ese momento no me sentía preparado para afrontar semejante labor. No fue sino hasta el 2019 en que me sentí listo, tras haber estudiado dos diplomaturas en fotografía documental y fotografía como herramienta social.

Un trabajo de fotografía documental requiere de mucho trabajo previo, investigar el destino, las personas, la situación socio-cultural de un lugar, la logística, etc. Sin embargo, al comenzar el trabajo de preproducción me di cuenta de la poca información que había sobre las mujeres en la minería tradicional. ¿Trabajan en minería?, ¿en qué áreas? ¿Son aceptadas en una actividad en la que la fuerza bruta es indispensable para una correcta labor? ¿Por qué lo harían? ¿Se sentirían discriminadas o aceptadas? ¿Qué hay de la creencia de que si una mujer ingresa a una mina la “sala” (la mina dejaría de dar material)? Esas preguntas y muchas otras comencé a hacerme mientras preparaba la cobertura y es por eso que dejé de lado la minería tradicional per se para enfocarme en las mujeres que viven, sufren, disfrutan y muchas veces padecen esta forma extrema de ganarse la vida.

No importa cuánto hayas preparado una cobertura, ni qué tanto hayas investigado sobre un tema o lugar, nunca va a ser como imaginabas. Ningún artículo en internet te cuenta cuán penetrante puede ser el olor del cianuro, bailando en cubas gigantes, separando el oro de las impurezas. La triple W tampoco te prepara para saber cuán cierta es la frase que te recibe al bajar de la “buseta” que te trae de Manizales: “en Marmato nadie se siente forastero”. Pronto iba a descubrir lo cierto de esas palabras.

Incluso antes de llegar experimento la gentileza de su gente. Una señora muy amable conversa conmigo en el bus, intrigada tal vez por la presencia de un argentino solo y un poco loco en un destino tan poco común.

En el atrio hay un solo lugar en donde todas las busetas, chivas, jeepaos y demás medios de transporte pueden estacionar. Un gran playón en el ingreso llamado el Relleno y el lugar en donde debía encontrarme con mi “contacto” en Marmato (había coordinado con un representante de ASOMITRAMA, la Asociación de Mineros tradicionales de Marmato, pero nunca apareció).

La noche pululaba en la cordillera colombiana y su gente, acostumbrada a trabajar desde muy temprano, también acostumbra a descansar temprano, por lo que el Atrio se encontraba casi vacío. ¿Recuerdan la señora de Bus? Ella se me acercó y al verme algo perdido, me acompañó al restaurant-hotel del Atrio en donde me dejó a buen resguardo, en manos de su dueña.

Tras el desencuentro de la noche anterior, el amanecer en Marmato es la antítesis de la calma que reinaba unas horas atrás. Decenas de motos recorren la estrecha calle principal del atrio. Mineros que van y vienen, camionetas cargadas de material, “volquetas” y gente a pie. Entre tanto caos organizado por fin logré encontrarme con mi contacto. Lizbeth es una secretaria de la asociación que muy amablemente me llevó a recorrer las minas del pueblo, su vía principal y los accesos. Sin embargo, y aunque fue muy ilustrativo el recorrido, no era lo que estaba buscando. Decidí que tenía que enfocar el trabajo de otra forma. Pero…, ¿Cómo es el proceso de extracción tradicional del oro?

A diferencia de la extracción a cielo abierto, la minería tradicional implica realizar boquetes en el cerro para la extracción del material. El mismo se carga en “bultos”, bolsas sumamente pesadas que son sacadas en coches por una vía en la “guía” (vía principal del boquete) de la mina, utilizando carros empujados por los mismos mineros.

Estos bultos son trasladados en camionetas, volquetas o mulas a los molinos en donde el material es reducido a pequeñas piedras con el uso de un martillo, tras lo cual se mete en un “marrano”, es decir, un molino a bolas en donde se mezcla con agua. El resultado de este proceso es la “jagua”, una finísima pasta que es pasada varias veces por la mesa, superficie vibratoria que, junto con el agua, hacen correr la jagua separando el material más pesado (oro) del resto.

El último paso es “la batea”, un plato de madera muy dura que, por medio de un movimiento muy preciso, termina de separar el polvo de oro del resto de material, Las impurezas son quemadas con ácido sulfúrico y finalmente obtenemos el tan preciado metal.

Tras varios días de “pasear”1 mi cámara, la casualidad me llevó a un pequeño negocio que oficia de banco, librería, tabaquería, etc., en donde Gisel, una ex trabajadora de la fundición, me abrió el camino para mi trabajo y me presentó, a medida que entraban, varias mineras tradicionales, con las que tuve la oportunidad de conversar, contarles mi proyecto y finalmente convencerlas de que me permitan entrar en su vida.

El trabajo dentro de las minas es extenuante y requiere mucho esfuerzo físico, lo que hace que sea más factible para una mujer trabajar en otras áreas del proceso, tales como el guacheo o la molienda. Esto que no quiere decir que no haya mujeres dentro de los boquetes, sino que no es tan sencillo encontrarlas.

Por esta razón mi trabajo comienza en el molino de La Viuda, en donde doña Cristina y doña Estela trituran, marranean, y limpian el material del que disponen. Doña Estela es minera, entra en los boquetes, limpia tolvas, rellena bultos, etc., para conseguir material y poder llevarlo al molino. Doña Cristina es guachera, recoge material de los accesos a las minas y de a poquito se va haciendo de sus bultitos. La conversación fluye entre el ruido del marrano y las mesas, pregunto más de lo que respondo y noto enseguida el orgullo que les genera a estas mujeres ganarse el pan y el futuro a fuerza de martillo. Un orgullo que voy a reconocer y retratar en cada una de ellas. Me despido de doña Estela y doña Cristina con la promesa de un pronto reencuentro y me dirijo a la mina La Villonza en donde me espera Alejandra, una joven minera que me permitió acompañarla en su día de trabajo.

Por primera vez desde mi llegada entro en una mina y otra vez maldigo la falsa sensación de seguridad que genera la famosa “preproducción”. Nada te prepara para el peso que se te aloja en el pecho al entrar en un boquete oscuro, muy húmedo y caluroso. Es una mezcla de ansiedad, miedo y una leve taquicardia. Le sumo a todo eso una cámara cuyo lente insiste en empañarse y unas ganas incontenibles de retratar todo lo que la oscuridad no deja ver.

Los derrumbes en minas son más comunes de lo que uno esperaría y desearía, y no son historias que quisiera escuchar en estos momentos, pero a Alejandra esto parece no importarle, ya que no deja de contarme una y otra vez que tal o cual boquete se derrumbó hace unos meses. Mientras tanto se sumerge en un hueco que pasa por debajo de la guía a rellenar bultos de material para luego subirlos a fuerza de brazo, ayudada con una soga y una pequeña roldana.

Un par de horas fueron suficientes para salir bañado en sudor y alivio de ver la luz del sol, y aunque sabía que esta entrada era la primera de muchas, fue un antes y un después. Mientras Alejandra descansaba, me dirijo a la casa de Doña Patricia, mamá soltera de hijos ya mayores, guachera, minera, molinera y maestra en el arte de la batea.

Aunque en otros viajes acompañe a doña Patricia adentro de las minas, a guachear y a trasladar bultos, en este primer contacto estaba decidido a conocer y retratar la maravillosa capacidad de separar el oro de las impurezas con tan sólo un plato de madera, agua y jabón, paciencia y habilidad.

El movimiento de la batea genera una especie de trance en quien lo observa; es una habilidad muy particular que requiere mucha práctica (que le cuesta al minero polvo de oro mal separado o desperdiciado), pero más allá de todo eso, quedo impresionado con la expectativa con la que vive la familia de Patricia el proceso. Todos reunidos alrededor del “plato” conteniendo la respiración y observando atentos cuánto oro se desprende en cada pasada. Tanto esfuerzo y sacrificio se resume a este momento en el que todos intentan medir “a ojo” cuál va a ser la ganancia.

Claro que el peso definitivo lo va a dar una balanza de precisión, propiedad de Jimena, orfebre y el último eslabón en la cadena del proceso del oro. Suerte o destino llevan a doña Patricia a invitarme a acompañarla a pesar el resultado de la bateada, ya que me dio la posibilidad de conocer a Jimena.

Aprovecho para contarle de mi proyecto y dado que éste trata sobre mujeres en el proceso de minería tradicional, no podía perder la posibilidad. No iba a ser tan sencillo.

Jimena es esquiva y bastante tímida y ni siquiera mis comentarios halagadores sobre lo bien que quedaría la foto con una sonrisa logran que me devuelva una. La mayoría de las veces la fotografía documental requiere de mucha paciencia, hasta que la gente, en este caso Jimena, se acostumbra a la presencia de la cámara. La confianza nos devuelve las mejores fotos.

Créase o no, Jimena estaba fabricando en ese momento un par de alianzas, lo que ciertamente pensé como una ironía de la vida, ya que Marmato me estaba enamorando de a poco, y hoy, mirando en retrospectiva y con mi labor terminada, siento que uno genera una alianza con el lugar y las personas que retrata, que considero, es para siempre.

Otro viaje le siguió al primero, sin lugar a dudas mucho más sencillo desde la logística, la labor y el contacto con las personas. Ya todos me conocían y saludaban por la calle. Ya todos sabían lo que iba a hacer y me agradecían por aportar mi pequeño granito de arena a la divulgación de la vida en la minería tradicional. Solo me resta sacar una conclusión de todo lo vivido:

La fotografía puede cambiar a quien la observa, la fotografía documental puede cambiar a quien la observa, pero cambia definitivamente a quien la realiza.

De toda esta cobertura nace “Proyecto 3M, Mujeres Mineras de Marmato” (Nicollier, 2020), un libro que compila las mejores imágenes de Marmato y sus mujeres mineras que, con el apoyo de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, y el acompañamiento de Andrea Chame mediante el Programa de Fotografía Documental, hoy tengo el enorme placer de estar editando.






















Referencias bibliográficas

Nicollier, C. (2020). Proyecto 3M, Mujeres Mineras de Marmato. Córdoba.

Notas

1 En la jerga fotográfica se entiende por “pasear la cámara” al hecho de recorrer un lugar con la cámara al hombro sin disiparla, o haciéndolo a cosas intrascendentes para el trabajo a efectuar.

Información adicional

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