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Sanar, acariciar, embellecer. Masculinidades y estética profesional en la Ciudad de Buenos Aires (Argentina)
Cura, acariciamento, embelezamento. Masculinidades e estética profissional na Cidade de Buenos Aires (Argentina)
Healing, caressing, beautifying. Masculinities and professional aesthetics in the city of Buenos Aires (Argentina)
Revista Latinoamericana de Antropología del Trabajo, vol. 5, núm. 12, Esp., pp. 26-50, 2021
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas

Convocatoria temática

http://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/4.0/ Los autores conservan sus derechos

Recepción: 12 Julio 2021

Aprobación: 23 Agosto 2021

Resumen: Este artículo se interroga sobre las experiencias de varones que se forman para ser trabajadores en el mundo de la estética. Es un estudio cualitativo desarrollado con estudiantes y egresados de cursos de formación profesional en estética corporal y peluquería. Se analizan sus motivaciones y experiencias a lo largo de la formación en las instituciones, así como sus prácticas laborales en la actividad, problematizando las formas de la masculinidad que se construyen en esos oficios. Los hallazgos surgen de un trabajo de campo realizado entre 2017 y 2019 en la Ciudad de Buenos Aires, a partir de grupos focales con estudiantes varones y entrevistas en profundidad con egresados de los centros educativos. Entre las conclusiones observamos que las ocupaciones de la estética, que involucran la práctica sobre el cuerpo de otra persona y procuran su bienestar, se enmarcan dentro de relaciones de género jerarquizadas. De acuerdo a estas características, el estudio describe prácticas disruptivas de varones en cuanto a los códigos de género hegemónicos en esta actividad feminizada, pero a la vez, reconoce sus límites en el marco de las arraigadas segregaciones de género y de clase en el mercado de trabajo.

Palabras clave: masculinidades, estética, formación profesional.

Resumo: Este artigo questiona as experiências de homens que são formados para serem trabalhadores no mundo da estética. Trata-se de um estudo qualitativo desenvolvido com alunos e egressos de cursos de Formação Profissional em estética corporal e cabeleireiro. Suas motivações, expectativas e experiências ao longo da formação nas instituições são analisadas, bem como suas práticas de trabalho na atividade, problematizando as formas de masculinidade que são construídas nesses oficios. Os resultados resultam de um trabalho de campo realizado entre 2017 e 2019 na Cidade de Buenos Aires, com base em grupos focais com estudantes do sexo masculino e entrevistas em profundidade com graduados de centros educacionais. Entre as conclusões observa-se que as ocupações da estética, que envolvem a prática no corpo de outra pessoa e buscam o bem-estar do mesmo, são enquadradas dentro das relações hierárquicas de gênero. De acordo com essas características, o estudo descreve práticas disruptivas de homens em torno dos códigos de gênero hegemônicos nessa atividade feminizada, mas, ao mesmo tempo, reconhece seus limites no quadro das profundas segregações de gênero e classe no mercado de trabalho.

Palavras-chave: masculinidades, estética, formação profissional.

Abstract: This article considers the experiences of men who are trained to be workers in the beauty industry. It is a qualitative study developed with students and graduates of Vocational Training courses in body aesthetics and hairdressing. Their motivations, expectations and experiences throughout the training in the institutions are analyzed, as well as their labour practices in the activity, problematizing the way in which masculinities are built in these trades. The findings arise from a field work carried out between 2017 and 2019 in the City of Buenos Aires, based on focus groups with male students and in-depth interviews with graduates of educational centers. Among the conclusions we observe that these occupations, which involve the practice on the body of another person and their well-being, are framed within hierarchical gender relations. According to these characteristics, the study describes disruptive practices of men in this feminized work culture around the hegemonic gender codes, but at the same time, recognizes their limits within the framework of a deep-rooted gender and class labour market segregation.

Keywords: Masculinities, Aesthetics, Vocational Training.

Introducción

Este artículo se interroga sobre las experiencias de varones que se forman para ser trabajadores en el mundo de la estética. En la Argentina, como en otros contextos, la estética es un sector de actividad feminizado, con presencia mayoritaria de trabajadoras mujeres. La presencia de profesionales esteticistas varones no sólo es escasa, sino que en el imaginario social se encuentra asociada a las masculinidades no hegemónicas, como un estereotipo discriminatorio. ¿Qué motiva a ciertos varones, en posición de minoría, a cursar peluquería o masajes corporales? ¿Cómo transitan la experiencia institucional de formación, así como sus prácticas laborales en la actividad? ¿Cómo sobrellevan estos varones el prejuicio social que puede manifestarse en torno a su decisión y la inevitable puesta en cuestión de su masculinidad? Llegamos a estos interrogantes buscando dar respuestas de otra pregunta previa, más amplia y a la vez más compleja: ¿pueden reconocerse experiencias en las que las lógicas sexistas, que caracterizan a la formación para el trabajo, logran cuestionarse y subvertirse?

En Argentina, la educación técnico-profesional es una modalidad del sistema educativo en la que históricamente se manifiestan las desigualdades de género. En la escuela secundaria técnica, por ejemplo, las mujeres no sólo representan el 33% de la matrícula (RFIETP-INET, 2021) –aún perdura la idea de que es “una escuela de varones”- sino que, además, cuando se comparan las especialidades que eligen cursar varones y mujeres, queda en evidencia el modo en que opera la división sexual del trabajo en las decisiones vocacionales y aspiracionales de estudiantes (Jacinto et al., 2020). Diferentes investigaciones muestran las innumerables dificultades que deben sortear las estudiantes mujeres cuando transitan esos ámbitos masculinizados: el precio que pagan por estar en ese territorio que no las espera, es alto y la experiencia educativa resulta hostil y en ocasiones discriminante (Seoane, 2013; D’Andra y Buontempo, 2009; León 2009).

En la formación profesional (FP) estas desigualdades se plasman de un modo similar. Se trata de una propuesta educativa directamente orientada al trabajo, que ofrece cursos de corta duración en diversos oficios para jóvenes y adultos. En estas propuestas se evidencian rígidas segregaciones, que muestran cursos marcadamente orientados para uno y otro género. De acuerdo a datos de RFIETP-INET (2021) los porcentajes de mujeres cursando especialidades vinculadas a los sectores más típicamente masculinos son muy bajos (6% en el sector automotriz; 13 % en construcción, 11% en mecánica, metalmecánica y metalurgia), pero especialmente altos en otras especialidades como en salud (81%), textil e indumentaria (92%) y también en estética profesional (89%). La FP actúa prácticamente “en espejo” respecto de las desigualdades de género que caracterizan la situación laboral en el mercado de trabajo. En esta línea, diferentes investigaciones han mostrado cómo las propuestas, contenidos y el propio desarrollo de las clases, colaboran en reproducir disposiciones esperadas y requeridas, en un complejo proceso de “ajuste” entre expectativas subjetivas, requerimientos laborales y mandatos de género y clase (Skeggs, 1997; Colley et al., 2003).

Preguntarse por las experiencias que podrían tensionar la lógica sexista y binaria en el marco del desarrollo de la FP lleva a priorizar un análisis de varones y mujeres que, con sus decisiones laborales y de formación, traspasan los caminos esperados para cada género. Se trata de analizar las trayectorias que van a contrapelo de lo típicamente femenino y masculino, como apuesta metodológica para comprender el modo en que se producen y reproducen las normas de género, desde la propia experiencia de estudiantes.

En el caso de las mujeres en formaciones no-típicas en la FP, en investigaciones anteriores evidenciábamos los diferentes obstáculos que ellas iban sorteando como alumnas en el desarrollo de la formación, así como las prácticas institucionales discriminatorias a las que debían hacer frente, que en muchos casos terminaban siendo una de las razones por las cuales “abandonaban” los cursos (Millenaar, 2017). Las burlas de los compañeros, el trato diferente por parte de los profesores, los comentarios prejuiciosos “desde afuera” por parte de su entorno familiar, la denigración de sus capacidades intelectuales y/o físicas por acercarse a prácticas no femeninas, son algunos ejemplos de estas experiencias. Sin embargo, los estudios también evidenciaban estrategias de ruptura y resistencia con los códigos de género hegemónicos, precisamente por constituirse en voces disonantes dentro de mundos del trabajo en los que se naturaliza la reproducción de las desigualdades (Jacinto et al., 2020).

Esta investigación busca continuar esa línea investigativa para comprender ahora las experiencias de los varones en formaciones no-típicas. Los hallazgos surgen de una investigación que tuvo lugar entre 2017 y 2019, en dos etapas. Primeramente, en el marco de una investigación de mayor alcance1 que buscó comprender cómo se construyen las desigualdades de género en la ETP, se realizó un trabajo de campo en tres centros de FP gratuitos de la Ciudad de Buenos Aires que ofrecen cursos orientados tanto a la peluquería como a los masajes corporales2. Este trabajo de campo general permitió conocer más profundamente la especialidad de la estética profesional, las características de los contenidos ofrecidos, los requerimientos de saberes que se exigen en el sector, así como las primeras experiencias de inserción laboral y profesionalización en la actividad. Este artículo, en particular, recupera los grupos focales efectuados con 11 varones de diferentes cursos3. En una segunda etapa, se realizaron entrevistas profundas con 5 varones egresados de los anteriores cursos, que ya contaban con cierta experiencia de ejercicio en la actividad4.

La estrategia analítica empleada integra las diferentes fuentes de información y analiza las motivaciones y experiencias de varones en la estética, tanto en la etapa de formación como luego en sus recorridos laborales, buscando explorar prácticas disruptivas en torno a los códigos de género hegemónicos, pero a la vez, reconociendo sus límites en el marco de las arraigadas segregaciones de género y de clase en el marcado de trabajo.

Las masculinidades en actividades laborales típicamente femeninas

Que en la estructura del mercado laboral existan sectores de actividad masculinizados o feminizados remite directamente a la división sexual del trabajo. Se ha discutido largamente en torno a cómo la desigualdad de clase se entrelaza con la jerarquía entre los géneros en el sistema capitalista: el efecto de esa imbricación es un mercado de trabajo en el cual determinadas personas ocupan determinados puestos laborales (Hartman, 1988). En esa imbricación, la división sexual del trabajo es clave porque organiza los destinos laborales de acuerdo a una asignación de actividades según el género: los varones son orientados a la esfera productiva y las mujeres a la esfera reproductiva (Kergoat, 2010).

Esta segregación de género horizontal del mercado de trabajo persiste aun cuando se han vigorizado los cuestionamientos de género en años recientes. En la Argentina, si se suma el servicio doméstico, la enseñanza y la salud, 4 de cada 10 mujeres ocupadas se insertan en trabajos relacionados con tareas del hogar y los cuidados (DNEIyG, 2020). Los varones por su parte, se concentran en la industria, la construcción y la energía. Como mencionamos, estas segregaciones se reflejan en las matrículas de FP. Incluso, se ha planteado que, de todo el sistema educativo, es en la FP donde se mantienen las mayores desigualdades por razón de género (Merino, 2020).

La división sexual del trabajo se presenta como el eje estructurante de estas segregaciones, o “paredes de cristal”. Interrogarse sobre los varones que tensionan esos destinos y caminos formativos específicos para su género nos lleva a problematizarnos sobre las masculinidades, y sobre las posibilidades y límites de la subversión de la normatividad de género. Cabe señalar que esto también se da en actividades que, a la vez que son típicamente masculinas -como la industria del software-, tienen una cultura empresarial y una disciplina fabril en la cual se construyen otras formas de la masculinidad (Palermo, 2018). En efecto, lecturas clásicas (Connell, 1995; Jiménez Guzmán y Tena Guerrero, 2007) precisamente postulan las múltiples maneras de experimentar la masculinidad, reconociendo las prácticas que tensionan la organización construida desde la normatividad patriarcal de género. No obstante, la práctica varonil en actividades consideradas femeninas tensiona aún más dicho patrón, porque trastoca el “corazón” de la división sexual del trabajo.

De acuerdo a Butler (2005), la identidad de género -y el modo en que damos una significación a nuestros cuerpos- es posible y cobra existencia por medio de prácticas discursivas, dentro de cierta matriz de inteligibilidad. Si bien las identidades generizadas son producidas por las prácticas reguladoras de una matriz normativa de género inteligible, al mismo tiempo, se construyen performativamente. Es mediante esa práctica reiterada que la matriz logra imponerse. De acuerdo a Butler, las identidades que no se ajustan a esa matriz normativa proponen posiciones diferentes y subversivas que colaboran en el desorden de género. Desde este punto de vista podría pensarse que los varones en sectores feminizados reflejan masculinidades que ponen en tensión las normas de género, subvirtiéndolas.

No obstante, estudios previos en torno a las masculinidades en oficios feminizados señalan que no siempre este ejercicio supone una ruptura con la normatividad hegemónica. En primer lugar, lo que muestran estas investigaciones es que la inclusión de varones en estas tareas reproduce la posición de dominación ligada a lo masculino, porque entran con ventajas en esos sectores de actividad y son capaces de escalar posiciones jerárquicas más fácilmente que sus compañeras trabajadoras mujeres. Williams (1992) ha llamado a este proceso glass escalator –o escalera mecánica de cristal, jugando con las referencias de género a las paredes y techos de cristal- mostrando cómo en algunas profesiones en particular, como la enfermería o la docencia de nivel inicial, los trabajadores varones se ubican rápidamente en posiciones laborales de mayor estatus, incluso ganando más que las mujeres. La lógica jerárquica entre los géneros se reinstala entonces, hacia dentro, en el sector feminizado.

En segundo lugar, y desde otro punto de vista, se afirma que la entrada a sectores no típicos genera la necesidad, entre estos varones, de afirmar su masculinidad, en tanto es puesta en cuestión principalmente por los otros varones, que no participan de la actividad. Trabajos como el de Lupton (2000) o el de Evans (2006) muestran cómo los varones, ante la amenaza -a veces imaginaria- de quedar asociados con las masculinidades “débiles”, “raras” “afeminadas”, o directamente de ser considerados homosexuales, refuerzan sus rasgos viriles, reafirmando su fuerza física, rudeza, el rasgo protector o de provisión para con las mujeres. Los varones que tensionan las normatividades de género deben sobrellevar el escrutinio permanente de su condición masculina por parte del entorno de varones.

Así, los estudios revisados muestran que la participación de varones en actividades feminizadas, si bien puede ser considerada una práctica transgresora, lo cierto es que también evidencia diferentes formas veladas del ejercicio de la violencia simbólica. Como plantea Bourdieu, los varones también son prisioneros y víctimas encubiertas de la dominación masculina como representación dominante (Bourdieu, 2000). La normativa de género hegemónica circula también en los espacios feminizados, ubicando a los varones en una posición de poder y jerarquía, pero también exigiendo argumentaciones en relación al deseo de estar allí, así como prácticas compensatorias que reafirmen la masculinidad. De algún modo también se evidencian formas del sufrimiento vinculadas con la exigencia simbólica que produce la propia matriz de género.

Goffman (1997) planteaba que las personas, en el marco de sus interacciones sociales, muestran sus posiciones, dentro de una escala de prestigio y poder, a través de una máscara expresiva -o una “cara social”- que la propia sociedad establece. En la interacción, los individuos hacen esfuerzos por mostrarse convincentes en la actuación de esquemas morales asociados a esas posiciones. Desde una perspectiva similar, podría pensarse la masculinidad como una máscara que tiene que ser portada socialmente; los varones son los principales encargados de evaluar, sopesar y juzgar cuál es el modo en que se la porta. Al mismo tiempo, puede resultar aliviador el poder soltar dicha máscara en los ambientes donde ese escrutinio masculino permanente desaparece, como es el caso, por ejemplo, de los espacios laborales con presencia mayoritaria de mujeres.

En efecto, en un estudio realizado con varones enfermeros, se señala el gusto y satisfacción de los trabajadores masculinos de estar en un ambiente de mujeres (Evans, 2006). No obstante, también se mencionan ciertas desventajas vinculadas a su posición de género: el contacto físico con los pacientes, sobre todo si estas son mujeres, siempre será visto con suspicacia por su naturaleza sexual. Por su parte, Figueroa y Hernández (2019) en su estudio sobre varones en diferentes profesiones vinculadas a lo femenino muestran cómo, por el hecho de ejercer esa actividad, son más proclives a que les sean asignadas diferentes tareas de cuidado (por ejemplo, el cuidado de padres y madres en el ámbito de una familia), trasladando esa feminización de su identidad, hacia roles, posiciones y responsabilidades cotidianas. Por supuesto que estas prácticas pueden ser deseadas por los varones. Sin embargo, cuando se trata de una asignación, evidencia el modo en que opera la organización de género en términos de roles y atributos asociados a lo masculino y lo femenino, más allá del cuerpo sexuado que lo ejerza.

En el caso específico de estudios sobre varones en el mundo de la estética, también se recuperan los elementos ya planteados: el gusto por participar del espacio, pero también la constante necesidad de reafirmación de la masculinidad desde diversas estrategias (Ahmed, 2006; Robinson, Hall y Hockey, 2011). En dichos estudios se señala que los varones peluqueros de algún modo hacen uso de una feminización de su identidad –incluso a veces sobreactuada y parodiada-, para poder habitar las lógicas de la profesión. Pero, al mismo tiempo, deben inventar estrategias de negociación con las expectativas de género hegemónicas, marcando una distancia con lo femenino, por ejemplo, exacerbando su profesionalismo y capacidad experta, o mostrándose pragmáticos en cuanto a las razones por las cuales participan del sector.

La estética profesional y su exigencia de trabajo emocional

En el análisis que propone nuestro estudio buscamos integrar también ciertos elementos adicionales que hacen a la particularidad del ejercicio de esta profesión (Millenaar, 2019). El servicio de la estética -enmarcado en lo que Gorz (1995) entendió como el trabajo del servidor- se caracteriza por tener como objeto a una persona, involucrando relaciones cara a cara y cuerpo a cuerpo, y porque el trabajo que se paga tiene que ver con el placer de hacerse servir. Como se analiza en estudios sobre trabajadoras en peluquerías y salones de belleza (Arango, 2013; Sharma y Black, 2001), una de las características centrales de esta tarea es la del involucramiento del trabajo emocional, en tanto el producto final no es solo un corte de pelo o un masaje relajante, sino la satisfacción de la/el cliente con el embellecimiento generado y la sensación de placer y bienestar que se deriva de ello. Al ser una práctica de intervención física y emocional en el cuerpo del otro, la tarea se significa como una acción “de bien” porque permite la transformación anímica de quien la recibe.

El ejercicio del embellecimiento y del contacto físico en la estética está asociado a la experiencia de entrega emocional en pos del placer, el alivio del dolor y el bienestar terapéutico de cada paciente o cliente, que se vinculan directamente con lo femenino. Allí se involucran aspectos naturalizados de género, vinculados a la provisión de cuidados, que representan la exigencia obligada de entregarse al otro de forma desinteresada y vocacional, como también sucede con los trabajos de cuidados (Guimarães, 2016). La estética, siendo un sector ocupacional altamente feminizado, responde al imaginario que indica que el proveer cuidados y ofrecerse amorosamente a los demás se encuentra en la naturaleza femenina y se realiza desinteresadamente.

La categoría de trabajo emocional que postula Hochschild (1983) remite precisamente al manejo de los propios sentimientos y emociones como elemento central de determinadas actividades laborales, subrayando la necesidad para los/as trabajadores/as de adquirir un estado de ánimo determinado que garantice el bienestar en el cliente. Esa entrega emocional también exige la auto-regulación de las propias emociones, que lleva a transitar momentos de discrepancia entre la emoción sentida y la requerida, principalmente cuando la actividad se realiza tolerando malas condiciones de trabajo, largas jornadas laborales, salarios bajos y formas de contratación precarias. De este modo, el trabajo emocional remite a la naturalización de cierta entrega y disponibilidad asociada a las tareas feminizadas, que se exige como una obligación, y que, al mismo tiempo, también se vincula a las formas precarizadas del trabajo en actividades asignadas y naturalizadas como femeninas.

A continuación, se recuperan y ponen en diálogo estos aportes en el marco del análisis de las experiencias de los varones que buscan formarse para ser peluqueros y masajistas. El análisis se organiza en tres ejes. En primer lugar, se describe la motivación de los varones entrevistados por formarse y ejercer el oficio en esta particular actividad laboral, vinculada a una entrega amorosa, que permite habitar la masculinidad de una forma no tradicional. En segundo lugar, y en contraste con el primer punto, se muestra cómo esta experiencia de habitar la masculinidad de manera más laxa, al mismo tiempo, tanto en la formación como en las prácticas laborales, reproduce el lugar de poder que en general ocupan los varones, reintroduciendo las normas hegemónicas de género. En tercer lugar, se analiza el modo en que los entrevistados enfrentan la constante exigencia de reafirmación de la propia masculinidad, principalmente frente a otros pares masculinos.

La entrega amorosa. Masculinidades en el mundo de la estética

Andrés es un boxeador de 38 años. Se crío con sus abuelos en la Isla Maciel porque su mamá tenía que trabajar. No le resultó fácil la primaria; cree que es porque era “duro de cabeza” y algo “salvaje” y se avergüenza cuando cuenta que tuvo que terminar la escuela de noche en Sarandí, donde luego se mudó con la familia. Cuando llegó el momento de la secundaria, ni lo intentó; y entonces vino la etapa en la que se “portó mal”. Una de esas veces, defendiendo a un amigo, se lo llevaron preso. Fue un momento de crisis en su vida: cuando sus abuelos lo fueron a visitar, rompió en llanto y se juró a sí mismo que nunca más iba a volver a entrar ahí. Alguien le habló de una escuela de box en el subsuelo de la estación Constitución. Apenas cobró la libertad, fue y se anotó. Allí descubrió un mundo, y también a su entrenador. Andrés dice que el box lo hizo “más persona” y lo ayudó “a concentrarse”; y que esas enseñanzas se las debe a su entrenador, que había sido ayudante de masajista en el ejército. Después de los estrictos entrenamientos, ese entrenador les hacía masajes. Además de dejarles el cuerpo como “una seda”, Andrés sentía que el entrenador los cuidaba, los ayudaba para la próxima pelea, aliviándoles el cuerpo. Cuando el entrenador fallece, Andrés empieza a militar en un movimiento social y, a su vez, se anota en un centro de FP para cursar estética corporal. Quería seguir con la escuela de box de su entrenador, llevar a los pibes del movimiento social y hacerles masajes. Quería dar algo de lo que había recibido, “ayudar a los pibes, cuidarles el cuerpo”, porque él piensa que “el masaje sana el alma”.

Sergio tiene 54 años y vive solo. Se crió en una familia numerosa, en el oeste del Gran Buenos Aires. Su padre era enfermero y su madre se dedicaba a la alta costura. Habla amorosamente de sus padres ya fallecidos: de su padre rescata su sentido humanitario, de su madre, su sentido de la belleza. Sergio terminó el secundario en una escuela nocturna y luego comenzó una trayectoria laboral movida, que lo llevó a múltiples empleos, principalmente en el comercio, como vendedor, pero también como asesor financiero, locutor, administrativo y remisero. Mientras esos trabajos eran su fuente de subsistencia, la actuación fue su vocación. Se entrena como actor desde los 20 años. Allí generó sus redes vinculares, su grupo de amigos. Comenzó a ejercitarse como masajista, en tanto utilizaba esa técnica en las clases para relajar a sus compañeros, como estrategia previa a salir a escena. Llegado a los 50 años, con dificultades para conseguir empleo, decidió transformar esta práctica en un oficio rentable y se anotó en el curso de FP. Sergio se siente un “labrador”, no un laburante, porque lo que primeramente hace es construirse su trabajo, venderse, autogestionarse. Con mucho esfuerzo se compró una camilla, productos cosméticos y aparatología. Considera que lo que él vende es una sesión de “50 minutos de caricias”, advirtiendo la carencia afectiva que ve en sus pacientes.

Fabián tiene 34 años, está casado, tiene un hijo, y hace 17 que trabaja como peluquero. Relata que, cuando era chico, tenía una “obsesión” con el pelo, la moda y con estar vestido “a la vanguardia”. Repitió un año en el secundario, y fue ahí cuando la madre le pidió que consiguiera un trabajo. Aceptó la sugerencia de su hermana de entrar en la peluquería donde ella trabajaba. Comenzó como asistente en un salón muy conocido, que, a principios de los años 2000, atendía a rockeros y artistas. Encontró en el espacio de la peluquería un oficio en el que se fue formando. Él dice que tuvo la experiencia de aprender en lo que es la “vieja escuela”: que forma, antes que, en la técnica, en el servicio. Lo importante es atender, barrer, servir café, estar atento a la necesidad de los/as clientes/as y de los/as profesionales; y mientras tanto, aprender. Cuando decidió dedicarse de lleno a este oficio, empezó a hacer cursos de FP. Para él, los cursos sirven para “apuntalar” lo aprendido en la experiencia del salón, que es el lugar en donde verdaderamente se aprende. Antes, había intentado estudiar derecho, e incluso se retiró un tiempo de la peluquería para trabajar en un estudio jurídico. Sin embargo, al poco tiempo, volvió. Recuerda que, en el estudio jurídico, la gente estaba triste, venía con problemas y no siempre se les podía dar una solución. En cambio, en la peluquería, la gente “se va con una sonrisa, las uñas divinas” porque “es un súper poder el de embellecer”.

Estas tres trayectorias de egresados de FP, que surgen de las entrevistas en profundidad, fueron seleccionadas por sus contrastes, y muestran la diversidad de motivaciones y expectativas que llevan a distintos varones a acercarse al mundo de la estética. La decisión de aprender masajes o formarse en peluquería aparece en la historia laboral de formas muy variadas entre todos los varones entrevistados y en diferentes momentos de la trayectoria laboral. Si, por un lado, hay varones con experiencia acumulada en el sector que asisten a la FP para obtener la validación de un certificado, también hay otros que se animan a probarse en el oficio como una vía de recalificación laboral.

No obstante, en los tres relatos emerge un denominador común: los varones que se dedican a la estética tienen un rasgo que los caracteriza, vinculado al deseo de dar afecto, ser empáticos y generar bienestar. No se trata de un “costado afeminado”, como busca dejar claro uno de los entrevistados. Precisamente las trayectorias muestran, en ocasiones, recorridos que buscan mostrarse bien viriles, en espacios indiscutiblemente masculinos. Sin embargo, la estética aparece como una tarea que viabiliza ese deseo de sanar, acariciar y embellecer, y a la vez, en donde logran reconocer una característica propia, vinculada a la empatía, la escucha e interpretación del otro.

La descripción de un buen esteticista como aquel que “deja salir el corazón”, que “da amor” está presente en las voces de muchos de los entrevistados. No se trata de una descripción que realizan los varones en la profesión, sino que está presente también en las mujeres, como mostrábamos en un estudio anterior (Millenaar, 2019). Cuando se ofrece un masaje o un corte de cabello, en ese acto, se brinda una experiencia amorosa, de contacto, de bienestar y placer. En este sentido, Sharma y Black (2001) plantearon que el principal producto del servicio de la belleza es emocional e intersubjetivo, porque está vinculado a una experiencia de transformación, relajación y bienestar.

Tanto la actividad en peluquerías como en la práctica de los masajes se involucran saberes técnicos complejos. En las entrevistas, los varones señalan todos los conocimientos que deben adquirirse para ejercer el oficio, que por un lado están vinculados a los componentes químicos de los productos, los tiempos y formas de combinación de los preparados, pero también se encuentran relacionados con las características del cuerpo humano y sus componentes, y con las cuestiones vinculadas a la salud y a las patologías. Sin embargo, a pesar de esta sofisticada incorporación de contenidos –con algo más de intensidad en la estética corporal que se presenta cercana a disciplinas propias de las ciencias médicas-, los entrevistados coinciden en señalar que lo que centralmente se realiza es una entrega amorosa. Así, por ejemplo, Rodolfo, un egresado de estética corporal -que luego se insertó laboralmente como docente de la especialidad en la FP- señalaba que a sus alumnos/as “siempre les digo que hay poner el corazón. El masaje hay que sentirlo, si no lo sienten no pueden ser masajistas”. Se necesita, entonces, portar esa característica, como también señalan los entrevistados en los grupos focales.

“Un buen esteticista tiene que tener la premisa de oír al paciente (…) Uno tiene que ser protagonista del alivio del dolor del paciente (…) Entonces una buena música, luz de sal, luces bajas, un sahumerio, una camilla perfumada, la funda sobre la camilla bien puesta, una toalla, aunque lo hagas en un piso de cemento, la persona tiene que sentirse enaltecida.” (Fabio, 52 años, masajes)

“Para ser un buen peluquero tenés que tener amor, pasión y responsabilidad. Amor por el trabajo (…) Esto además de un trabajo es un arte, porque le cambiás la cara y estilizás a la persona. Y le hacés un corte que le queda bien a su personalidad y a su entorno social y también a cómo se viste. Es un arte eso. Por eso es amor”. (Manuel 20 años, peluquería)

Esta característica es un elemento esencial de la actividad y se vincula, precisamente, con su impronta femenina. El servicio de la estética se asemeja, en su lógica, a los “trabajos de cuidado”, como plantea Guimarães (2016), reconociendo en ellos dos elementos centrales: 1) se naturaliza el cuidado que supone dicho trabajo, entendido como atributo integralmente femenino; 2) en la transacción remunerativa, esa provisión de cuidados se entiende como un “deber obligado” de lo femenino y, por lo tanto, no supone interés material. Los varones entrevistados hacen referencia a este “desinterés” por lo material, vinculándolo al altruismo que supone ser un esteticista que se entrega amorosamente a los otros.

“Así como el médico tiene un juramento de no dejar de prestar atención a aquel que lo necesite, los masajistas si vemos una persona que necesita un masaje tenemos que dárselo. No te vas a hacer más rico ni más pobre. Te vas a sentir bien de haber ayudado a un ser humano”. (Rodolfo, 52 años, masajes)

La lógica amorosa y altruista de los cuidados es una lógica asociada con lo femenino. Los varones entrevistados coinciden en señalar el gusto y comodidad que les genera participar de un espacio alejado de lo tradicionalmente masculino, con prácticas, hábitos y códigos diferentes. Por un lado, resaltan la camaradería generada en los cursos, las conversaciones y las prácticas que no suelen darse en los cursos de varones, como las de agasajarse con regalos de cumpleaños. Por el otro, se refieren a lo específico del mundo feminizado de la belleza, en donde se dan y se reciben masajes y caricias en el pelo. Se trata de un espacio en donde las exigencias de esa examinación en torno a lo masculino, señaladas anteriormente, parece relajarse.

“Para mí era divertirme, me gustaba estar ahí. La camaradería, en los cumpleaños llevábamos algo cada uno, en los fines de curso hacíamos una fiestita… no encontrás eso en todos lados”. (Rubén, 66 años, masajes)

“Fue lindo hacerse amigos. Y es lindo sentir que vas a un lugar que te hace tan bien, que nos hacemos tan bien entre nosotros. Dar y recibir un masaje...”. (Pedro, 20 años, masajes)

“Es liberador poder colaborar con el otro, poder ayudarlo. Hacerle masajes por más de que uno no esté en su mejor día. Pero conectar con otros es liberador”. (Gabriel, 30 años, masajes)

Si en los entornos masculinizados de la FP se reproducen los patrones de género vinculados a la fuerza, la resistencia física y la rudeza (Lamamra, 2017), en los cursos feminizados ese patrón viril se relaja y, por los tanto, el espacio se vuelve una oportunidad para liberarse, volviendo al concepto que traía Goffman (1997), de la máscara expresiva vinculada a lo masculino. En los cursos de estética se puede no ser tan macho por un rato y disfrutar del mundo de las mujeres.

Antes que varón, se es un buen profesional: lógicas discursivas en torno a las desigualdades de género

El disfrute por lo femenino tiene la contracara de habilitar la posibilidad de ser estigmatizado como afeminado. En varias de las entrevistas, los varones se empeñan en afirmar que no todos los peluqueros y masajistas son homosexuales. Aun cuando no surge como pregunta específica, la temática es abordada, incluso de forma inmediata, en la conversación. Lupton (2000) en su estudio muestra que, parte de los retos que se les presentan a los varones en las tareas feminizadas tienen que ver con la amenaza a ser estigmatizados como homosexuales. Por ejemplo, en el caso de Fabián, no sólo surge la toma de distancia respecto de esa sospecha, sino que incluso se describen las tensiones entre el colectivo de varones en la actividad, por sus diferentes orientaciones sexuales.

“La mayoría de los amigos con los que trabajé en las peluquerías no eran gays y eran excelentes profesionales. Trabajé con muchos gays también. Y los que más discriminaban eran los gays, a nosotros. O tenían la ilusión... yo he visto como a un muchacho nuevo colorista le adulteraban el oxidante, uno que era gay... por envidia, por recelo "yo solo, acá, atiendo color”. (Fabián, 34 años, peluquero)

Así, en varones heterosexuales en la actividad, la marca de un “nosotros y ellos” señala esa clasificación, a la vez que se reafirma un “nosotros” heterosexual, que se postula como “mayoría” en el oficio. Desde esa misma postura es que los entrevistados explican ese rasgo característico que portan, vinculado a la ayuda, la empatía y lo afectivo. Buscan que esta característica no se interprete como un aspecto afeminado, sino, por el contrario, como la esencia de los “buenos profesionales” que son.

El rasgo asociado al profesionalismo es también retomado cuando los varones narran sus acercamientos a los cursos. Como se ha mostrado en estudios anteriores (Millenaar, 2014), en el caso de las mujeres, la relación con la FP es variada y no siempre aparece el horizonte de la incorporación de saberes técnicos y laborales como aquel más convocante. La experiencia de socialización con otras mujeres es precisamente un rasgo presente en espacios de cursada típicamente femeninos. Los varones en las entrevistas, buscando tomar distancia de esa experiencia, se muestran pragmáticos, concentrados, con objetivos claros. Al curso no se va “a cuchichear”.

“Los que venimos acá, nos lo tomamos como un negocio, no venimos a cuchichear”. (Hernán, 26 años, peluquero)

“Yo el objetivo lo tenía claro, quería recibir mi diploma, recibirme para poder forjar mi trabajo y poder tener, en un futuro cercano, mi propio spa (…) Pero si vas al curso para cubrir un agujero afectivo porque tu marido no te da bola, porque estás harta de tu familia, y… no vas a llegar a lo mismo. Si lo tomás como un negocio ya es de otra manera”. (Sergio, 54 años, masajista)

Los varones dejan entrever un posicionamiento distinto respecto de sus compañeras mujeres en relación con las expectativas y el compromiso con los cursos y la profesión. En un estudio con peluqueros en Inglaterra (Robinson, Hall y Hockey, 2011) se señalaba que los varones argüían una falta de ambición entre las mujeres, así como su priorización de la vida doméstica. Esto les permitía a ellos colocarse con ventaja en la actividad. La “escalera mecánica invisible” de la que habla Williams (1992), se fundamentaba y explicaba desde esta característica de la propia responsabilidad profesional. De un modo similar, en los varones entrevistados, el argumento resalta las cualidades personales de compromiso y responsabilidad, en una lógica meritocrática, como vía para explicar su mejor posicionamiento laboral. Como dice uno de los entrevistados, “a los varones se nos asocia con más seriedad”. Sin bien se reconocen los prejuicios de género, no es que el varón sea mejor, sino que “depende de uno”.

“Si no sos responsable y no sos decidido con lo que tenés que hacer, nunca llegás a nada. No creo que un hombre sea mejor que nadie. Creo que depende de uno (…) Pero hay una triste realidad en eso, en la parte de barbería. Siempre por un prejuicio mal impuesto creen que las mujeres no cortan bien al hombre”. (Hernán, 26 años, peluquero)

El argumento vinculado al “profesionalismo” se identifica tanto en su relación con los cursos, como en el ejercicio mismo de la actividad, reeditando, en un espacio laboral feminizado, su posición jerárquica de género. “Nos prefieren a nosotros”, “nos consideran más serios”, “tenemos más fuerza”, “no somos competitivos como las mujeres”, son algunas de las frases en donde se plasma esta percepción de ser considerados mejores y superiores en la actividad. Si por un lado buscan tomar distancia de la estigmatización de afeminados, por otro lado, buscan posicionarse jerárquicamente en el marco de las relaciones de género propias de esa cultura del trabajo.

“El varón es muy buscado por la mujer para hacerse masajes. Por la mano (…) La mujer tiene muchas inhibiciones, la mujer por su naturaleza tiene miedo a lastimar (…) En un congreso de estética, nosotros somos pocos. En Brasil, por ejemplo, fui a un congreso que éramos 3000 personas, todas mujeres. Y yo hago una broma y se ríen todas. La hace una mujer y no, porque compiten. (…) La ambivalencia de los sexos hace que la mujer se sienta más atraída por el varón… buscan más ginecólogos hombres que mujeres". (Rodolfo, 52 años, masajista)

“Si yo me tuviese que hacer un masaje descontracturante me da la impresión de que elegiría un varón porque tiene un poco más de fuerza”. (Pedro, 20 años, masajista)

De este modo, el disfrute por “soltar la máscara” de lo masculino, que podría interpretarse como una práctica disruptiva respecto de los códigos de género patriarcales hegemónicos, encuentra sus límites en la reedición de las relaciones jerárquicas y poder, propias de la división sexual del trabajo, al interior de este mundo feminizado.

Es importante señalar algunas diferencias, en este sentido, entre la actividad de la estética corporal y las peluquerías. Si en el primer caso, y como se hacía referencia en un testimonio anterior, las mujeres predominan en el sector, en el caso de las peluquerías, la incorporación de varones es más visible, principalmente en algunas actividades específicas, como la barbería5. Un entrevistado comentaba que en peluquería “está todo dividido: las mujeres manicuría, los varones, corte y diseño”. Esto también es encontrado por Arango (2013) en el caso de las peluquerías y salones de belleza en Colombia y Brasil. En su estudio, se observa que los varones peluqueros se perciben a sí mismos como artistas y diseñadores de imagen, ocupándose del toque final de belleza, que se expresa incluso en lo gestual, en donde el profesional es libre de expresar su creatividad en la cabeza de una clientela inmovilizada en una silla, sobre la cual se ejerce cierta posición de control6. En esta actividad, la presencia masculina es más visible, y así, por ejemplo, los peluqueros más mediáticos y de renombre son varones. En nuestro estudio, los varones entrevistados también refieren a esta percepción de cierto control y poder, que requiere de un manejo delicado para que el/la cliente no se sienta incómoda/o.

“Hay que tener un cierto nivel de trato con la gente para que no se sienta incómoda. Una persona que tiene color ya está incomoda. Una persona a la que le estás cortando el pelo, tiene miedo. El único lugar donde van a estar relajados es en la pileta. Pero ya la gente que está expuesta está tensa (…) Yo les digo que embellecer es un súper poder. Hay gente que cura, que cuida, que enseña y hay gente que puede embellecer”. (Fabián, 34 años, peluquero)

Esa percepción de estar en una posición de control y superioridad también se vivencia en el marco de las propias clases dentro de la FP. Como dijimos, la matrícula masculina allí es escasa. No obstante, los alumnos varones son muy bien recibidos por sus compañeras y docentes. De algún modo, los varones en minoría se vuelven los “favoritos” de los/as docentes (y “endiosados” por éstos/as, de acuerdo a la expresión de una compañera mujer). Rodolfo, docente de masajes llegó a referirse a ello señalando que él prefiere que haya varones. “Si no hay varones, tiemblo. Un varón te organiza todo el rancho, todo el gallinero (…) Cuesta mucho, sino, armonizar a las mujeres”.

A diferencia de lo que les sucede a las mujeres en cursos masculinizados, los varones de estética parecen ser recibidos con amabilidad y excitación en los centros de FP. Este es un elemento registrado principalmente entre los y las docentes que, con esa postura de dar cierto favoritismo a los alumnos varones, reproducen la lógica jerárquica de los géneros dentro de un espacio con mayoría femenina. En el caso de las compañeras mujeres, se evidencian, no obstante, algunos temores y sospechas, que señalan los obstáculos propios de la masculinidad en estas experiencias de formación no-típicas.

Varones “en cuestión”: sospechas, temores y obstáculos en un sector precarizado

La posición de superioridad con la que se autoperciben los varones, tiene la contracara de ciertos obstáculos que deben sobrellevar para sostenerse en esos espacios feminizados. En principio, deben vencer la propia incomodidad de las mujeres vinculada a que haya varones en esos espacios, teniendo en cuenta de que se trata de un espacio de formación que exige la exposición física para las prácticas.

En el caso de los masajes, esto es problemático, porque se aprende practicando en los cuerpos de los demás, y para ello, se requiere del contacto con la piel del otro y del desvestirse y quedarse en ropa interior. Entonces, uno de los entrevistados menciona que su presencia generó “una mirada prejuiciosa de mis compañeras, pero es hasta que empezás a hablar y explicar”. Lo que hay que explicar es que están allí formándose y no para acosarlas sexualmente. En este sentido, los varones, incluso sin buscarlo, infunden una actitud siempre amenazante, más aún cuando la práctica supone una intervención directa sobre los cuerpos. Los varones se refieren a este obstáculo, culpabilizando a las mujeres de su mirada prejuiciosa para con ellos, pero al mismo tiempo asumiendo que puede haber quienes tengan precisamente esa intención cuando se anotan en la formación. En los centros de FP seleccionados para el estudio, sucedieron diversas situaciones problemáticas en este sentido, que ocasionaron la expulsión de estudiantes.

“Eran todas mujeres y yo era el único hombre. Y bueno, como que todas estaban medio resentidas con la vida porque algún hombre les falló y siempre decían que yo venía porque había chicas, porque quería joder nomás”. (Manuel, 20 años, peluquero)

“Vi algunas que preferían hacerse entre ellas. No querían saber nada conmigo (…) Tuvimos un acosador que lo rajaron rápido (…) Una chica se quejó… Uno ya se da cuenta de esas cosas. Lo expulsaron. Empezó a hacerle preguntas raras, se ve que iba saltando de escuela en escuela”. (Rubén 66 años, masajista)

Los varones perciben la necesidad de extremar la distancia frente a cualquier sospecha. Si bien argumentan la necesidad de disponerse a tocar y a ser tocado, también refuerzan la precaución de no tocar “de más”. Esto es percibido como un requerimiento que se les exige más a ellos como profesionales, dada su condición de varón. Incluso argumentan que este miedo y temor a ser acusados de abusadores sexuales explica la poca presencia masculina en los cursos.

“Lo que pasa es que los masajes que hicimos hasta ahora fueron todos masajes en las piernas. De ahora en más vamos a ir al glúteo y un poco más a la entrepierna... y el profesor dijo ‘Todo el mundo sabe que el brazo termina ahí’. Entonces nada, yo no puedo llegar más arriba. No puedo tocar más. Si uno toca es porque tiene otra intención. (…) Uno tiene que saber hasta dónde va a llegar su mano”. (Pedro, 30 años, masajista)

“Yo creo que algunos no se animan por miedo a tener problemas… ‘Ahhh…vos querés venir a manosear…’ Ahora más con el tema del empoderamiento de la mujer”. (Andrés, 38 años, peluquero)

“Yo creo que hay pocos varones porque ahora está la contra, digo yo, del empoderamiento de la mujer, y tendrán miedo… No sé, vos viste, ahora en un colectivo no podés rozar, si estás atrás te miran mal, y a veces va lleno el colectivo”. (Rubén, 66 años, masajista)

Además de las sospechas a las posibilidades de que se vuelvan abusadores sexuales, los entrevistados hacen referencias a las burlas y sanciones por parte de su entorno masculino y familiar. La decisión de cursar estética no resulta sin costos y deben hacer frente a comentarios, chistes, y también enojos.

Esta fue la situación vivida por Marcelo, trabajador de la construcción. A sus 32 años, cansado de ir con dolores al trabajo “a toda hora”, se acercó a un centro de FP para sumarse a la propuesta del curso de estética corporal. Se acordó de sus dolores cervicales y se imaginó un camino para dejar la obra: “Ya que tuve el problema de la cervical me interesó, me puse a pensar y me dije que iba a probar”. Sin embargo, una y otra vez tuvo que aguantarse el comentario de los compañeros diciéndole que se había vuelto “rarito”. Los varones, como dijimos, son supervisados por los otros varones, generando inseguridades a quienes buscan caminos por fuera de lo hegemónicamente establecido.

Por su parte, Juan, que se anotó con el deseo de poder tener una salida laboral como peluquero, también sintió el peso de su decisión en los comentarios de sus compañeros de fútbol. No obstante, “no les da cabida”. Tampoco le importaron los comentarios burlones que por años le hicieron los colegas docentes de cursos más masculinos a Rodolfo, egresado e instructor de estética. Gabriel, que aún vive con sus padres y que ya pasó por varios cursos buscando dar con su vocación, comenta que su amigo le insinuó que debía tener otras intenciones con sus compañeras. Similar también es el caso de Fernando, de 46 años, que trabaja como encargado en un edificio. Se anotó en el curso, pensando en “tratar de complementar mis horarios de descanso con los horarios de masaje y después pensando a futuro. Quizás un día... tratar de tener una salida laboral en la jubilación”. Si bien es apoyado por su mujer e hijos, recibe comentarios sancionadores de otros miembros de la familia.

“Acá no sentí una mirada prejuiciosa. Afuera sí, mis compañeros allá me preguntan si me volví coso... pero yo no le paso tanta cabida a eso”. (Juan, 20 años, peluquero)

“Yo las que he bancado todas acá... hace 22 años que estoy. Por ejemplo, para la ceremonia de entrega de certificados, yo venía en traje y corbata y ellos me preguntaban si era trolo”. (Rodolfo, 52 años, masajista)

“Hay también como un prejuicio al masaje. A mí me pasó que un amigo me pregunto qué hacía y le dije que hacía masajes y me dice ‘ah vas a tocar minas". Pero no, es un trabajo’. (Gabriel, 23 años, masajes)

“El prejuicio sale al toque. En caso de mi cuñada, le preguntaba a mi esposa ‘¿lo dejás ir a hacer eso?’ (Fernando, 46 años, masajista)

De este modo, la decisión de participar en un espacio feminizado requiere de la tolerancia a los comentarios y miradas sancionadoras del entorno. Además de las sospechas y sanciones de sus compañeras mujeres y su entorno, también se reconoce como obstáculo la fantasía generada por el servicio que brindan como esteticistas. En la misma actividad laboral, los entrevistados manifiestan tener que lidiar con pacientes y clientes (mujeres y varones) que buscan “algo más”. El fino límite entre la práctica del masaje y el servicio sexual es referido permanentemente en las entrevistas. En efecto, Gorz (1995) identifica el posible solapamiento entre ambas prácticas, teniendo en cuenta que ambas buscan producir placer físico en los pacientes. No obstante, la diferencia entre ellas radica en que, en el caso de los masajes, el masajista permanece en posición dominante, entregándose por entero al cliente, pero dentro de los marcos de un procedimiento técnico y médico que se delinea como una “barrera infranqueable”. En las entrevistas, precisamente a raíz de la delgada línea que separa ambas actividades, se tiende a exagerar la impronta “médica” de la estética corporal, a través del uso de la chaqueta blanca como vestimenta del profesional, una sábana para ir destapando y tapando las diferentes zonas del cuerpo y el uso de vocabulario técnico para nombrarlas (glúteos, senos, etc.).

Puede decirse que ambas actividades, al requerir el contacto físico, están atravesadas por un imaginario erotizante. En el caso de la peluquería, cuando se interviene con clientes mujeres, si bien este elemento está presente, no deja de transitarse de forma parodiada, sobreactuada, en el plano de la fantasía, como estrategia para potenciar esa experiencia placentera que se busca generar en ellas. Pero en el caso de la estética corporal, la posibilidad de una derivación hacia la práctica sexual es una posibilidad real, que incluso tiene un nombre: “final feliz”. Las burlas de otros varones hacia los alumnos de masajes siempre tienen este contenido sexual. Palermo (2015) plantea que estas bromas suelen estar presentes en las formas vinculares que se dan entre los varones y se utilizan para doblegar el cuerpo “blando”, así como para reafirmar la posición jerarquía y dominante.

“Está dicho que el macho tiene que agarrar una pala y laburar en una fábrica. Es algo social y esto no escapa. Incluso la mirada de la mujer también. Después, si decís que sos masajista, te pueden preguntar ‘¿qué masajes hacés?’ ‘Descontracturante, relajante’ ‘¿Y con “final feliz”?’ Te tiran esa patada... Yo contesto: ‘Si hay plata...’ Y se quedan... ‘¿Cómo?’ ¡Bueno, quedate vos con la duda ahora! Que querés que le diga, te vas a poner a explicar... naaa. Y le devuelvo con la duda. Si estás con la duda, quedate con la duda”. (Gabriel, 30 años, masajista).

“Incomodidades vas a tener, el asunto es qué hago yo ante eso. (…) Hasta la persona que te pregunta ‘¿qué clase de masajes son?’ ‘ y son masajes…’ ‘¿con final feliz?’ Y se ríen… Entonces ahí me pongo serio y les doy una mini cátedra (…) No me importa lo que digan. Es tal mi focalización que no me interesa. Yo siempre digo esto, si me sumás, multiplicamos, si me restás dividimos”. (Sergio, 54 años, masajista)

Como se ve, predomina un gesto tolerante y defensivo frente a la denigración de la broma masculina. Si bien, como ya vimos, los entrevistados manifiestan sutilmente su distancia respecto de lo afeminado y ejercitan cómodamente un lugar de poder en este espacio feminizado, al mismo tiempo manifiestan la resignación de sobrellevar esa constante provocación y puesta a prueba por parte del entorno. En este sentido, se puede plantear la idea de que la masculinidad entre varones no está dada: se la debe mostrar, probar y reafirmar en todo momento y siempre está el riesgo de no superar ese examen moral imaginario. En este marco, se pueden reconocer, entre los varones entrevistados, las múltiples estrategias y también padecimientos con las cuales se habita la masculinidad, que se propone desde una lógica disidente respecto de la impuesta por el código normativo.

Un último aspecto es importante también traer aquí. Se trata de los obstáculos propios que implica el desarrollo profesional en un sector de actividad precarizado. Como han planteado Gorban y Tizziani (2018) las actividades feminizadas son también aquellas ocupaciones que ofrecen las condiciones más desventajosas del mercado de trabajo. En general, se trata de ocupaciones con bajos salarios y altos niveles de informalidad y precariedad laboral. Es importante sumar también que, en la actividad, se evidencia un alto nivel de cuentapropismo.

Estas desventajas asociadas directamente al sector son percibidas por los varones entrevistados como obstáculos difíciles de sortear en el marco de sus trayectorias laborales y desarrollos profesionales. La principal cuestión tiene que ver con la necesidad de “salir a buscar los/las clientes”. Considerando la significativa presencia del empleo por cuenta propia, esta tarea es central para generar la propia sostenibilidad en el desarrollo del oficio. Esto supone adquirir una serie de saberes y habilidades no asociados estrictamente con lo específico de la actividad. También surge como obstáculo el hecho de tener que hacerse de los insumos para trabajar. Los productos cosméticos son costosos, y a eso se suma la necesidad de adquirir el uniforme de trabajo, aparatología y otros insumos. La alternativa de ingresar en un centro de estética, en una cadena de peluquerías o en un spa, tampoco trae necesariamente ventajas, porque en general los contratos ofrecidos suponen condiciones precarizadas de trabajo.

“La desventaja es que hay que salir a buscar a los clientes (…) Me armé unos volantes y me puse en Rivadavia al 6900 a volantear (…) Cuando empecé a cursar, una amiga me regaló la chaqueta y el pantalón para hacer masajes. Mi amigo Juan me dijo: ‘venite acá, creo que tengo una camisa que me sobra’. (Sergio, 54 años, masajista)

“Los spa no están regulados. Te toman para una pasantía de un mes y después toman otro y otro. Yo trato en lo posible de que mis alumnos se larguen por su cuenta. Mis metas son: primero la chaqueta, segundo la camilla plegable para transportar, para ir a domicilio”. (Rodolfo, 52 años, masajista)

Pero además de las propias condiciones de trabajo y de regulación laboral, se evidencian obstáculos en el propio desarrollo de la tarea, que supone un alto grado de autorregulación emocional. Este requerimiento, como ya planteó Hochschild (1983), es propio de los trabajos de cuidado e implica el constante ajuste con las reglas de emocionalidad esperadas en el ejercicio de la actividad. El trato con los pacientes y clientes, la actitud servicial permanente, la intervención sobre los cuerpos de los demás disimulando el propio esfuerzo y cansancio físico (con largas jornadas trabajando de pie en las peluquerías, o realizando movimiento de fuerza en los masajes) son ejemplos de estos requerimientos. Pero también, las propias condiciones del trabajo por hora, como plantea uno de los entrevistados.

“La paciente que no le parece acorde el tiempo y que quería más, entonces no me paga. O, por ejemplo, un paciente que de pronto tenía un turno, lo esperé y a la media hora me dice que se quedó dormido y que no va a poder venir. ¿Qué hacés? Tenés que masticar” (Sergio, 54 años, masajista)

Sergio plantea que tiene que “masticar” la propia emocionalidad, auto-limitándose, mientras mantiene una sonrisa en el rostro, como exigen los trabajos de servicios (Nixon, 2009). En esta cita puede verse el costo que esconde la lógica feminizada y precarizada del trabajo en el sector de la estética. La precarización se constituye entonces en un obstáculo propio de la actividad, que se suma a los específicos vinculados a la condición de género.

Conclusiones

Al comienzo de este artículo nos preguntábamos ¿qué motiva a ciertos varones, en posición de minoría, a cursar peluquería o masajes corporales? ¿Cómo transitan éstos varones la experiencia institucional de formación, así como sus prácticas laborales en la actividad? Y también ¿cómo sobrellevan el prejuicio social que puede manifestarse en torno a su decisión y la inevitable puesta en cuestión de su masculinidad? Desde este esquema de trabajo, buscamos problematizar y complejizar las miradas sobre las formas de la masculinidad en las instancias de formación y de desempeño laboral en dichos oficios.

Como hemos visto, la FP resulta una propuesta educativa en la que se evidencian pocos cuestionamientos a la reproducción de la división sexual del trabajo, en un esquema de oferta de cursos que tiende a organizarse según empleos típicamente femeninos y masculinos. En este marco, interrogarse sobre aquellas trayectorias que traspasan los recorridos formativos esperados por su condición de género implica analizar las experiencias de formación no-típicas y en condición de minoría. El interrogante de fondo se propuso problematizar las formas de la masculinidad, que, en la búsqueda de una formación no-típica, pueden identificarse como contra-hegemónicas.

En el caso de la estética, se trata de un sector en donde los varones están subrepresentados. Dicho sector se ve atravesado por lógicas feminizadas del cuidado y, a la vez, como plantea la literatura sobre el tema, por una alta precarización en las condiciones laborales. Tal como se reconoce en los trabajos de cuidados, en la estética también se invisibilizan y naturalizan las exigencias de entrega emocional. Sin embargo, estas exigencias se materializan tanto en varones como en mujeres, evidenciándose cómo, en la estética, la feminización del sector trasciende las posiciones de género de quienes lo habitan. Por lo tanto, la informalidad, el cuentapropismo y las exigencias emocionales propias de las actividades de servicios son rasgos que enfrentan trabajadores varones y mujeres por igual.

Como se pudo ver en el desarrollo del trabajo, los varones entrevistados presentan motivaciones diversas en cuanto a su deseo de formarse en estas ocupaciones. No obstante, coinciden en señalar que allí pueden desplegar el deseo de sanar, acariciar y embellecer. Estos tres verbos condensan, de acuerdo a sus visiones, la esencia de la actividad, centrada en la entrega amorosa que supone. De algún modo, ese despliegue de amorosidad, afectos y cuidados permite dar rienda suelta a prácticas y gestualidades que no son parte del repertorio normativo hegemónico de lo masculino. Los varones entrevistados se sienten cómodos en los espacios feminizados, en los cuales pueden liberarse de las exigencias constantes de lo que implica “ser varón”. Esto lleva a plantear la idea de que la masculinidad no está dada, sino que se pone en acto cada vez, en una exigencia permanente y reiterada. Los espacios feminizados permiten soltar la máscara de lo masculino, habilitando resquicios para habitar, de otros modos, la masculinidad.

Sin embargo, si en estos varones pueden reconocerse prácticas disidentes respecto de los patrones hegemónicos de género, el artículo también evidencia los límites de estas experiencias disruptivas. Esto se observa en el modo en que, ya sea durante la formación, como cuando se desempeñan como profesionales al interior de un sector feminizado, se reeditan y reafirman las posiciones dominantes de género. Por un lado, ello se evidencia a partir de diferentes estrategias discursivas de diferenciación con lo “afeminado”, intensificando el componente profesional, altruista y vocacional en sus deseos y prácticas. La diferenciación se establece de forma doble: tanto respecto de las lógicas de las mujeres (que, de acuerdo a las visiones de los varones, no son ambiciosas profesionalmente y asisten a los cursos sólo para socializar), pero también respecto del colectivo de varones no heterosexuales, estableciendo una diferenciación tajante entre un nosotros y ellos. Por otro lado, también se evidencia en las posiciones de mayor estatus, prestigio y jerarquía que fácilmente asumen los varones en los cursos y en sus trabajos, que son fundamentadas por ellos mismos desde una lógica meritocrática, autopercibiéndose superiores y mejores profesionales. Por último, también se evidencia en el lugar de control y dominio con el que desarrollan su práctica profesional, que supone una intervención en otros cuerpos. Cuando esa intervención se realiza sobre cuerpos femeninos, los varones inevitablemente se muestran en un rol amenazante de dominación, incluso sin buscar ni desear quedar asociados con esa posición.

De este modo, los códigos impuestos en torno de lo masculino también se reconocen en las experiencias de estos varones que, en su recorrido formativo y laboral, plantean una posición de ruptura con lo esperado para su género. En efecto, la reedición de la división sexual del trabajo dentro de este sector feminizado se reconoce en estos varones como una vía para entablar una negociación con la masculinidad normativa. Esto permite tomar algo de distancia respecto de la estigmatización que supondría el quedar identificados en una posición cercana a lo femenino.

Al mismo tiempo, en los varones entrevistados, también se perciben las sanciones y la denigración del entorno, principalmente de otros varones que no son parte de la actividad. Los comentarios hirientes, las burlas, las sospechas vinculadas a sus dobles intenciones, son ejemplos de estos permanentes “recordatorios” de estar incumpliendo con el repertorio esperado para ellos en tanto varones. En el caso de la estética, esto se experimenta con intensidad porque se trata de una actividad que se desarrolla en un fino límite con la práctica sexual. Por lo tanto, la sanción y denigración a través de los comentarios y burlas apunta justamente a volverlos objetos sexuales, y a así doblegarlos como cuerpos blandos y feminizados.

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Otras fuentes consultadas

RFIETP - Área de Gestión de la Información - INET - Ministerio de Educación de la Nación

Notas

1 Se trata del proyecto FONIETP-INET 2017-506, dirigido por la Dra. Claudia Jacinto, en el marco del Programa de Estudios sobre Juventud, Educación y Trabajo del CIS-IDES/CONICET. La ampliación de este primer campo y su revisita se realiza en el marco del PICT 2018-03547 “El género en los vínculos educación- formación- trabajo. Desigualdades, estrategias institucionales y nuevas demandas” del cual soy miembro de su grupo responsable.
2 En el marco de esa investigación se realizaron cinco entrevistas con los directivos de los centros, así como con diferentes instructores de los cursos. Asimismo, se realizaron grupos focales con estudiantes (varones y mujeres) que se encontraban cursando el segundo módulo de los trayectos formativos ofrecidos en los centros.
3 El número de participantes en los grupos coincide con las características del objeto de indagación, ya que se trata de casos excepcionales de varones en una especialidad típicamente femenina.
4 Tanto los varones de los grupos focales como los entrevistados individualmente tenían entre 20 y 66 años al realizarse la entrevista. Una mayoría alcanzó a completar los estudios secundarios. Cabe señalar que el público que en general asiste a la FP proviene de sectores populares y se acerca a la formación con el interés de ampliar las oportunidades de salida laboral. Algunos de los varones entrevistados no residían en las inmediaciones de los Centro de FP, sino que viajaban desde el conurbano bonaerense para cursar, aprovechando la gratuidad de la propuesta y las buenas referencias de las instituciones.
5 De acuerdo a datos de 2016 de la EPH analizados por Gorban y Tizziani (2020) del total de trabajadores/as en ocupaciones de servicios de cuidado y atención a las personas (entro los que se incluye la peluquería, barbería y demás actividades vinculadas a la belleza) sólo el 22, 10% son varones. En ese estudio se hace referencia también a un informe de la empresa L’Oréal en donde se menciona la existencia de 42.000 locales de peluquería en el país que suman 120.000 puestos de trabajo. En este informe se menciona que el 50% de esas unidades económicas emplea hasta 3 trabajadores/as.
6 Existe un imaginario plasmado en el arte que vincula al peluquero, con su tijera y navaja, con alguien en posición de control sobre su cliente. Griselda Gambaro, dramaturga argentina, trae esta escena en su reconocida obra de teatro “Decir si”. Al mismo tiempo, los espacios vinculados a la belleza también son caracterizados en la literatura y el cine desde escenas eróticas, que nutren las representaciones, cargadas de ambigüedad, sobre la actividad.

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