Convocatoria temática

“Estoy arme y arme, arme y arme”: estrategias de migrantes peruanas ante la segregación laboral y espacial

“Estoy arme y arme, arme y arme”: Estratégias das migrantes peruanas em face da segregação laboral e espacial

“Estoy arme y arme, arme y arme”: Peruvian migrant women's strategies in the face of labor and spatial segregation

Camila Pilatti
Centro de Investigaciones y Estudios sobre Cultura y Sociedad UNC-CONICET / Centro de Investigaciones de la Facultad de Filosofía y Humanidades UNC, Argentina

“Estoy arme y arme, arme y arme”: estrategias de migrantes peruanas ante la segregación laboral y espacial

Revista Latinoamericana de Antropología del Trabajo, vol. 8, núm. 17, 2024

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)

Los autores conservan los derechos

Recepción: 20 Febrero 2023

Aprobación: 30 Abril 2023

Resumen: Las migrantes peruanas que residen en Córdoba (Argentina), encuentran un mercado laboral segregado, que las relega a tareas de cuidados remunerados: servicios de limpieza doméstica y cuidado de personas mayores o infancias. Montar un puesto en la Feria de los Patos aparece como una opción dominical que les permite incrementar sus ingresos, al tiempo que comparten con familiares y amistades. Nos proponemos reconstruir las trayectorias laborales y familiares de las feriantes para identificar las estrategias que despliegan para el sostenimiento de su grupo familiar. Para ello, la participación observante es nuestra principal herramienta. Buscamos acompañar a las feriantes en los distintos espacios a los que ellas nos convidan, más allá de la Feria. La segregación laboral y espacial repercute en sus vidas. La Feria se presenta como una alternativa o complemento al trabajo doméstico remunerado y como una opción más flexible, que puede filtrarse entre otros trabajos. La mayoría de las feriantes conforman familias monoparentales, en las que la escolarización de sus hijas e hijos tiene una posición prioritaria. Muchas veces ajustan sus tiempos de trabajo a los tiempos escolares, invierten dinero y tiempo en los estudios de sus descendientes. La educación y el trabajo por cuenta propia emergen como herramientas para sobrepasar las barreras del mercado de trabajo.

Palabras clave: segregación, mujeres feriantes, migrantes peruanas.

Resumo: As mulheres migrantes peruanas que residem em Córdoba (Argentina), encontram um mercado de trabalho segregado, o que as leva a realizar trabalhos remunerados de cuidado: serviços de limpeza doméstica e cuidados com idosos ou crianças. Montar uma barraca na Feria de los Patos aparece como uma opção dominical que lhes permite aumentar a renda e compartilhar com a família e os amigos. Propomos reconstruir as trajetórias familiares e de trabalho das participantes da feira a fim de identificar as estratégias que elas empregam para sustentar seu grupo familiar. Para isso, a observação participante é nossa principal ferramenta. Procuramos acompanhar as feirantes em diferentes espaços para os quais elas nos convidam, além da feira. A segregação laboral e espacial tem repercussões em suas vidas. A Feira é apresentada como uma alternativa ou complemento ao trabalho doméstico remunerado e como uma opção mais flexível, que pode se intercalar com outros empregos. A maioria das trabalhadoras da feira constituem famílias monoparentais, nas quais a escolarização dos filhos é uma prioridade. Elas geralmente ajustam seu horário de trabalho ao horário escolar e investem dinheiro e tempo nos estudos de seus filhos. A educação e o trabalho autônomo surgem como ferramentas para superar as barreiras do mercado de trabalho.

Palavras-chave: segregação, mulheres feirantes, migrantes peruanas.

Abstract: Peruvian migrant women residing in Córdoba (Argentina), encounter a segregated labor market, which confines them to paid care work: domestic cleaning services and care of the elderly or children. Setting up a stand at the Feria de los Patos appears as a Sunday option that allows them to increase their income while sharing with family and friends. We propose to reconstruct the labor and family trajectories of the female fair vendors in order to identify the strategies they deploy to support their family group. For this purpose, observant participation is our main tool. We seek to accompany the fair participants in different spaces that they invite us to, beyond the Fair. Labor and spatial segregation have repercussions in their lives. The Fair is presented as an alternative or complement to paid domestic work and as a more flexible option, which can be filtered among other jobs. Most of the fair women are single-parent families, in which their children's schooling is a priority. They often adapt their work schedules to school time, investing money and time in their children's studies. Education and self-employment are emerging as tools to overcome labor market barriers.

Keywords: segregation, women fair traders, Peruvian migrants.

Introducción

Este artículo se propone reconstruir las trayectorias laborales y familiares de un grupo de mujeres, feriantes y migrantes, para identificar las estrategias que despliegan para el sostenimiento de su grupo familiar. La “segregación laboral” (Mallimaci y Magliano, 2020), la configuración de familias monoparentales y la segregación espacial (Alessandri Carlos, 2014; Harvey, 2013), influyen en la organización de sus actividades cotidianas. En ese contexto, el solapamiento de tareas productivas y reproductivas se torna recurrente e ineludible. La crianza y el trabajo, que son dimensiones centrales en las vidas de estas mujeres, se entretejen en distintos tiempos y espacios.

Las reflexiones que presento aquí se desprenden de una investigación mayor, orientada a analizar el trabajo, productivo y reproductivo, de las mujeres en una feria ambulante de gastronomía peruana de la ciudad de Córdoba, la Feria de los Patos. Vengo realizando trabajo de campo etnográfico desde el año 2018. Al principio, en el marco de mi trabajo final de Licenciatura en Geografía, actualmente, para el Doctorado en Ciencias Antropológicas[1].

El artículo se estructurará en cuatro apartados, uno de corte teórico-metodológico, dos de resultados y uno, el último, de reflexiones y preguntas pendientes.

En el primer apartado, junto a algunas consideraciones teórico-metodológicas que son la base de esta investigación, se presenta el caso de estudio. De manera esquemática y resumida, se disponen en una tabla los datos que sustentan el estudio.

En el segundo apartado, se analizan las trayectorias laborales de las feriantes para dar cuenta de las implicancias de la segregación laboral y espacial en sus vidas. Ante la “pobreza de tiempo” (Mallimaci y Magliano, 2020) que las sofoca, ellas consiguen diseñar estrategias para filtrar el trabajo ferial entre sus otros trabajos y tornar las “esperas” productivas.

El tercer apartado presenta reflexiones en torno a la relación de la maternidad con el trabajo ferial. Aún con los constreñimientos que les impone el mercado laboral, las feriantes ponen en un lugar central la escolarización de sus hijas e hijos. La crianza y el colegio van marcando los tiempos del trabajo. Quizá el acceso a la educación superior parece ser la alternativa predilecta para traspasar las barreras de la segregación laboral que atraviesa varias generaciones de migrantes peruanas (Zenklusen, 2020).

El último apartado recopilará las reflexiones que se desprenden de los anteriores. Preguntas, inquietudes y conjeturas en torno a los ensamblajes entre trabajo y crianza que las feriantes despliegan.

Apuntes teórico-metodológicos

Entiendo la investigación etnográfica como un proceso en el que buscamos aprehender lo social en su aspecto vivo, por intermedio de nuestra condición de seres vivos. “Es un modo de conocimiento en tanto nos permite conocer dimensiones -acaso recodos y engranajes- de la vida social que de otra manera difícilmente podríamos conocer”, señala Julieta Quirós (en Guber et al., 2019: 187). Así pues, mi trabajo de campo implica, principalmente, acompañar y vivenciar fragmentos de las vidas de las feriantes, en su propio discurrir. En la Feria, en cumpleaños, en el “comedor” -merendero o comedor comunitario-, en paseos, eventos, actos, viajes o cualquier otra situación, vamos tejiendo relaciones personales y de confianza con las feriantes. Como dice Patricia Fasano (en Guber et al., 2019), el trabajo de campo hace “foco en las relaciones concéntricas” a la Feria (p.236).

Tal como María Florencia Girola plantea, entendemos que

“la perspectiva etnográfica, como orientación posible, constituye un aporte valioso para la investigación social en tanto quebranta presupuestos positivistas que muchas veces permanecen vigentes y operan —de modo subrepticio o bien explícito— a la hora de emprender una pesquisa” (en Balazote y Palermo, 2023: 132).

En este artículo presentaré una investigación en curso que, en sintonía con la cita precedente, busca comprender desde una perspectiva etnográfica el entramado de relaciones que tejen las feriantes de la Isla de los Patos. El acceso al campo fue por y en la Feria de los Patos, hacia finales de 2018. No obstante, el trabajo de campo se filtra en otros espacios urbanos -y no tan urbanos- que exceden al espacio público de la Isla de los Patos, donde se monta la Feria. Los bordes de esta investigación son difusos y cambiantes, como lo son los trabajos y vidas de las feriantes, “madres solas” y migrantes. Algunas de ellas nos invitan a conocer sus hogares y sus familias, otras prefieren mantener cierta distancia. Así, las relaciones que vamos tejiendo en el trabajo de campo son diferentes con cada una. Hay actividades que compartimos con unas, pero no con otras, así como hay algunas con las que apenas nos reconocemos, en parte como contracara de la cercanía que forjamos con las otras -ser la amiga de tal, puede alejarnos de otras-.

Espacialmente, la mayor parte de los registros se sitúan en barrios[2] aledaños a la Isla de los Patos, puntualmente en la Feria, en la vivienda de una feriante y en un centro cultural. Las relaciones tramadas a partir de la Feria también me han llevado a otros barrios de nuestra ciudad, para comprar insumos, para visitar a alguna feriante, para comprar pasajes, etc. Acompañando a una de ellas a buscar mercadería peruana, he viajado en varios colectivos y vans hasta Desaguadero, ciudad fronteriza de Perú y Bolivia.

La participación observante se posiciona como mi estrategia predilecta para la etnografía, entendiendo esta como un modo de conocimiento que nos permite acercarnos a múltiples dimensiones de la comunicación y la experiencia, más allá de la palabra dicha. Encuentro una gran potencia en el acompañamiento, estar junto a ellas en las instancias que me convoquen, realizando la tarea que soliciten. La forma de llevar registros ha ido cambiando acorde a las circunstancias, atendiendo a la comodidad/incomodidad de mis interlocutoras, disponibilidad de tiempo y materiales para tomar nota o grabar in situ.

La mayor parte del diario de campo surge de registros auditivos grabados inmediatamente después de los intercambios, que posteriormente transcribo -y enriquezco- en un procesador de texto online. Celular y computadora son tecnologías fundamentales para este modo de registrar. Incluso realizo in situ algunas anotaciones breves en el celular, recordatorios de situaciones, dudas o categorías nativas. Como señala Rosana Guber (2019), entiendo que el diario de campo es producto

“de una serie de decisiones y de avatares, de recursos mnemotécnicos y tecnológicos que se vinculan con los objetivos de la investigación, con sus sujetos de estudio (...) y con las formas de decidir y hacer en la cotidianeidad y que traemos de nuestra clase social, de nuestra categoría profesional, de edad, de género, de etnia, etc.” (p.209).

Así pues, mi trayectoria académica permea la investigación. La antropología del trabajo latinoamericana nos advierte sobre la relevancia del abordaje de la cotidianeidad laboral, los límites porosos entre las esferas de la producción y la reproducción y, la construcción de prácticas y significaciones en torno al trabajo que mis interlocutoras recrean continuamente (Capogrossi y Magliano, 2021). En este artículo me propongo estudiar el “trabajo”, de las feriantes,

“como eje fundamental en la dinámica social y humana, indispensable en la producción material y subjetiva de la vida de las personas. El trabajo es el principal medio de subsistencia, identidad y conflictividad, y ocupa un lugar central en la dinámica social” (Balazote y Palermo, 2023: 15).

También aportan a esta investigación algunos textos de otras latitudes, que me ayudan a pensar la relación entre el trabajo y los mundos sociales, atendiendo a procesos de corta y larga data, que espacialmente no se reducen al lugar de trabajo.

Ana Fani Alessandri Carlos (2014), tal como David Harvey (2013) desde la geografía crítica, aportan herramientas para analizar procesos sociales, atendiendo simultáneamente a su dimensión espacial. La segregación laboral que atañe a las migrantes peruanas tiene su correlato en el espacio urbano. “La producción del espacio es condición, medio y producto de la reproducción social: una práctica social que habla de la vida humana en su realización espacial” (Alessandri Carlos, 2014: 135). Así, la ciudad -como materialidad- y la vida urbana, revelan las desigualdades que se manifiestan en la concentración de las riquezas y el poder. Este abordaje me permite atender a las experiencias de las feriantes tomando en cuenta cómo su organización familiar, sus trayectorias migratorias, sus condiciones de trabajo, de clase, de género, se entraman en formas particulares de habitar la ciudad, que se reproducen y sedimentan en el espacio urbano.

Con respecto a la movilidad espacial humana, Gennaro Avallone y Yoan Molinero Gerbeau (2021), al proponer una epistemología “migrante-céntrica”, me ayudan a comprender las experiencias de las feriantes como emigrantes e inmigrantes al mismo tiempo -escisión frecuente, artificial y con sesgo colonial-. Denuncian la primacía de un enfoque Estado-etnocéntrico, que es el punto de vista de las sociedades de inmigración y de los Estados, limitado a analizar el posicionamiento de los y las migrantes en la estructura demográfica y en el mercado de trabajo del Estado de destino. En oposición, postulan el enfoque “migrante-céntrico”, orientado al estudio de las jerarquías sociales y de poder, así como la dialéctica entre individuos, sociedades y Estados.

De Edward Palmer Thompson (2019 [1992]), el texto “Tiempo, disciplina de trabajo y capitalismo industrial” -publicado por primera vez en 1967-, al historizar las relaciones de las personas con el tiempo, en diferentes contextos, contribuye a desnaturalizar las temporalidades capitalistas e industriales imperantes de aquella época. Así pues, nutre el análisis de los tiempos de las feriantes, al permitirme ir más allá de las mediciones productivistas, aquellas regidas por el tiempo absoluto, convencional y newtoniano (Silveira, 2013).

El libro “Mujeres respetables: clase y género en los sectores populares” de Beverley Skeggs (2019 [1997]) me ayuda a pensar el trabajo de las feriantes en clave feminista y procesual, atendiendo a sus experiencias y a las relaciones de clase, que configuran posiciones subjetivas.

“En busca de respeto: vendiendo crack en Harlem”, de Philippe Bourgois (2010 [1995]), aporta al análisis de las tramas del trabajo, empapadas por otros tantos procesos que intervienen en las trayectorias de las feriantes, sus habilidades, expectativas, aspiraciones, frustraciones y temores. En un contexto considerablemente diferente, él hace trabajo de campo con migrantes, sin por eso presentar la extranjería como causa de todos sus males, sino que analiza procesos de diversas escalas -globales, norteamericanos, puertorriqueños y neoyorquinos-, que confluyen en Harlem a finales del siglo XX.

Aportan a esta investigación un grupo de artículos que versa, entre otros temas, de las experiencias de migrantes peruanas en Córdoba desde diferentes enfoques: María José Magliano (2023); Denise Zenklusen (2022; 2020); María José Magliano y Denise Zenklusen (2021); María Victoria Perissinotti (2021); Ana Inés Mallimaci Barral y María José Magliano (2020); María José Magliano, María Victoria Perissinotti y Denise Zenklusen (2014); María del Carmen Falcón Aybar y Eduardo Bologna (2013). Los artículos de Zenklusen (2022; 2020), procurando correrse de la mirada adultocéntrica que prima en los estudios sobre migraciones, indagan en las trayectorias de las juventudes migrantes. Desde esa perspectiva describe las expectativas familiares en torno a la escolarización de los descendientes. El acceso a la universidad aparece como una posibilidad de mejorar las condiciones de vida del grupo familiar. Otros textos refieren directamente a la segregación laboral y espacial que atañe a las feriantes. Las posibilidades de trabajo que encuentran en el mercado cordobés las migrantes peruanas se restringen al sector de cuidados remunerados: limpieza de casas particulares, sostenimiento de comedores comunitarios y cuidado de personas. Esto es lo que llamamos segregación laboral (Magliano y Zenklusen, 2021; Mallimaci Barral y Magliano, 2020).

Íntimamente relacionada con ésta, la segregación espacial, hace referencia a la producción del espacio urbano marcada por las desigualdades que caracterizan a la ciudadanía. Por ejemplo, los sectores más empobrecidos residen en la periferia donde los bienes públicos son deficitarios -pavimentación, energía eléctrica, cuidados sanitarios, transporte público-, dificultado su acceso a la salud, la educación y otros derechos (Alessandri Carlos, 2014; Harvey, 2013).

Otros textos nutren el entendimiento de la economía popular en general y, algunos de ellos, de esta feria en particular: María Florencia Girola (2023); Camila Pilatti (2022); Verónica Gago, Cristina Cielo y Francisco Gachet (2018); José María Miranda Pérez (2018).

Con este marco teórico, me propongo reflexionar sobre las estrategias que despliegan las trabajadoras de la Feria para afrontar la crianza, escolarización y manutención económica de sus hijas e hijos. Me pregunto cómo la segregación laboral repercute en su organización familiar y cómo ellas afrontan la “pobreza de tiempo” (Mallimaci y Magliano, 2020). Seguidamente, ensayo un análisis de las tramas que conectan la maternidad con el trabajo ferial, ¿cómo se entrelazan las esferas productivas y reproductivas en las vidas de las feriantes?

A continuación, una breve caracterización de la Feria de los Patos. Es un mercado ambulante que se monta, cada domingo, en un espacio público y abierto de la Ciudad de Córdoba, Argentina -la Isla de los Patos-. Congrega aproximadamente 40 puestos, entre los que podemos encontrar juguetes, “bijouterie”, indumentaria, productos comestibles importados y, principalmente, bebidas, postres y “platos típicos” peruanos. La mayoría de los puestos son gestionados por mujeres oriundas de Perú. Se encuentra a pocos kilómetros del centro de la ciudad y próximo a algunas calles y avenidas muy transitadas, que facilitan el acceso al transporte público.

Varias feriantes sostienen que se realiza desde el año 2007, otras tantas prefieren no opinar porque no participaban en aquella época[3]. Relatan que al principio había unas pocas mujeres que montaban sus puestos y, poco a poco, se fueron sumando más.

Alberdi, barrio donde se localiza la isla, ha sido desde finales del siglo XX un punto de referencia para las migrantes peruanas. Durante varios años fue el barrio con mayor concentración de peruanas y peruanos, que residían generalmente en pensiones -alquiler de habitaciones- (Magliano et al., 2014). En la actualidad esa población se ha dispersado, desplazándose mayormente a barrios periféricos[4]. No obstante, la impronta peruana persiste en Alberdi: como veremos más adelante, hay quienes residen en este barrio y quienes se movilizan desde otros barrios. Señalo esto para dar cuenta de la relación entre el uso del espacio público, su localización y el surgimiento de un mercado preeminentemente peruano. En ese marco, cabe preguntar ¿por qué esta feria se constituye como un espacio de trabajo feminizado?

Cada domingo, las feriantes deben trasladar una gran cantidad de elementos, necesarios para armar sus puestos en la isla, pues trabajan a la intemperie. Artefactos para resguardarse del sol o del viento -sombrillas, gazebos, maderas, lonas, etc.-, dispositivos para cocinar -parrillas o anafes-, contenedores para conservar el frío o el calor de los alimentos y bebidas, utensilios de cocina, insumos descartables para entregar los productos, mesas, sillas, iluminación, entre otros. A esta lista se suman las bebidas, las materias primas, los platos que traen previamente cocidos y la mercadería para reventa.

Montar un puesto supone gestionar el traslado, el armado y el desarmado de una conjunción de objetos que hacen posible el funcionamiento de la Feria. Unas pocas feriantes cuentan con autos particulares, otras deben contratar fletes, y otras, las que residen en barrios aledaños y tienen puestos pequeños, pueden llevar todo a pie valiéndose de distintos tipos de carros. Algunas de estas mujeres viven en barrios periurbanos, por lo que invierten buena parte de lo recaudado en la jornada para costear el flete -de ida y vuelta-.

Tabla 1.
Breve caracterización de las feriantes
NombreEdadGrupo familiarProducto en la feriaTrayectoria laboral
Ana60 añosEsposo e hija (mayor de edad)Causas y salchipapasOperaria fabril Empleada doméstica (en 2 casas) Cocinera en comedor comunitario Feriante
Patricia70 añosDescendencia reside en PerúPapas rellenasCuidadora de una mujer mayor (cama adentro) Empleada doméstica Feriante
Laura63 añosHijo en edad escolar (secundaria)Tamales y cevicheEmpleada doméstica Cocinera de restaurante Feriante
Rubí35 años1 hija en edad escolar (primaria)Picarones y otros postresEmpleada doméstica (en 2 casas) Cocinera en un comedor comunitario Feriante
Joana48 años2 hijos en edad escolar (primaria)“Polirubro”: reventa de bijouterie y accesoriosEstudiante de enfermería Empleada doméstica Vendedora en local de supermercado Vendedora en eventos nacionales Cocinera en un comedor comunitario Feriante
Alexandra38 años3 hijas en edad escolar (primaria y secundaria), marido y otros familiaresTortasEmpleada doméstica Vendedora ambulante Cocinera en restaurantes Vendedora en el mercado Cocinera en un comedor comunitario Feriante
Tamara25 años1 hija (jardín)Bebidas y marcianosVendedora en una verdulería Empleada doméstica Cocinera en un comedor comunitario Feriante

En la tabla 1 presento una parte del corpus de datos recabados, sobre las jornadas laborales y la configuración familiar de algunas feriantes. Todos los nombres son ficticios, para preservar el anonimato de mis interlocutoras. Para facilitar su análisis exhibo solo algunos datos surgidos de los registros etnográficos, sin embargo, en el cuerpo del texto recupero citas textuales y otras informaciones que no aparecen en la tabla 1.

Segregación laboral y domingos en la Feria

En este apartado analizaré cómo impacta la segregación laboral en la gestión de los tiempos de las feriantes y cómo ellas despliegan estrategias para “ganar” tiempo. Pensar en clave de “estrategias”, como plantean Magliano, Perissinotti y Zenklusen (2014), implica el reconocimiento de que las feriantes tienen posibilidades de acción y de decisión, a pesar de las múltiples barreras con las que se topan al vivir en Córdoba.

A partir de la tabla precedente destaco algunas constantes, además del trabajo ferial. Todas se han desempeñado como empleadas domésticas, las únicas que no trabajan actualmente en ese rubro son Alexandra, Tamara y Joana[5]. En la actualidad, casi todas trabajan en comedores comunitarios, aunque solo algunas cuentan con subsidios estatales para realizar esas tareas. Otro factor común es la maternidad, todas son madres y la mayoría de ellas conforman familias monoparentales. La segregación laboral, en el sector de cuidados, y el pluriempleo también son constantes entre las feriantes.

A partir de los análisis de Mallimaci Barral y Magliano (2020), entiendo el cuidado de manera amplia, como todo trabajo que se realiza en pos de mantener o preservar la vida de otra persona y que involucra aspectos tanto materiales, como afectivos y psicológicos. Abarca diversas tareas que, directa o indirectamente, se requieren para garantizar el bienestar de ese otro u otra. Magliano y Zenklusen (2021) señalan que, en Córdoba, las posibilidades de inserción laboral de las migrantes peruanas son acotadas. Generalmente se trata de trabajos de cuidado remunerados: limpieza en “casa de familia” -trabajo doméstico remunerado-; asistencia a infancias y a personas mayores en casas particulares; y sostenimiento de comedores, merenderos y espacios barriales, destinados al cuidado de menores.

El trabajo en casas particulares puede presentar características diversas, aunque siempre está marcado por la baja remuneración. Puede ser “cama adentro” -conocidas en España como “internas”, viven en su lugar de trabajo- o no, puede incluir tareas de limpieza, cocina y/o cuidado de personas -mayores y menores-, puede ser registrado o no registrado -carente de aportes jubilatorios, obra social y otros derechos-.

En los comedores, las mujeres se ocupan de todas las tareas asociadas a la cocina: comprar, preparar y servir. Muchas veces, las más jóvenes son las que se dedican al cuidado de las infancias, esto incluye gestionar eventos e instancias recreativas y educativas. Frecuentemente, la remuneración de los cuidados comunitarios se da mediante subsidios, como por ejemplo el Potenciar Trabajo[6]. Estos espacios comunitarios suelen montarse en la vivienda de alguna feriante; allí acude la gente, con tuppers y ollas, para buscar su ración. Al finalizar la jornada, las cocineras -con sus hijas e hijos- comen todas juntas. Solventan los gastos de estos espacios con ayudas externas[7] y con los ingresos obtenidos de otros trabajos o de los subsidios.

Al analizar las trayectorias laborales de las migrantes peruanas en Córdoba, Magliano y Zenklusen (2021) identifican continuidades generacionales en el sector de los cuidados y escasas opciones de movilidad laboral. Al inicio del proyecto migratorio los trabajos de cuidado, caracterizados por la precariedad, informalidad y baja remuneración, se presentan como transitorios. Sin embargo, advierten que las expectativas de conseguir otro empleo mejor remunerado se van diluyendo con el paso del tiempo. Las largas trayectorias de cuidado remunerado de estas mujeres se asocian a

“los procesos de segregación laboral a través de los cuales se legitima la concentración de las poblaciones migrantes en determinados sectores del mercado de trabajo y en las jerarquías laborales más precarizadas” (Magliano y Zenklusen, 2021:163).

De allí que el trabajo en casas particulares y en comedores comunitarios sea una constante entre las feriantes, sin distinción etaria o de nivel educativo -tanto para las que han iniciado estudios superiores como para las que no han terminado la primaria-.

La informalidad y la precariedad que caracterizan al sector de cuidados remunerados se ponen en relieve al analizar la situación actual de Patricia (70 años), Laura (63 años) y Ana (60 años), tres mujeres en edad jubilatoria que siguen trabajando en casas particulares. Vale señalar que no son las únicas feriantes en edad de jubilarse. Inclusive hay quienes asisten a la Feria con severas dificultades motrices o bajo tratamiento médico, asistidas por sus hijas o nietas que colaboran en la gestión del puesto.

En las trayectorias de estas tres feriantes, y de muchas más, el pluriempleo es un factor común. Siempre en el sector de cuidados remunerados, combinan el trabajo ferial con otros trabajos, en casas particulares o comedores comunitarios. La mayoría de mis interlocutoras, de lunes a sábado se desempeñan como empleadas domésticas y durante el domingo como feriantes. Las que participan en comedores comunitarios, suelen hacerlo dos veces por semana. E trabajo en casas particulares generalmente lo realizan en más de una vivienda, lo que supone una mayor inversión de tiempo y dinero en traslados.

Por ejemplo, Ana (60 años), llegó a Córdoba a principios de la década de 1990. Ella organiza su semana de la siguiente manera: de lunes a viernes realiza tareas de limpieza en dos “casas de familia”, una de 8 a 13 h y otra de 14 a 17 h. Dos veces por semana, de 18 a 21 o 22 h, trabaja en un comedor comunitario. Los sábados se dedica a comprar y producir lo que ofrecerá el domingo en la Feria. Es decir, su jornada laboral abarca todos los días de la semana, en varios rangos horarios. De modo que, entre un trabajo y otro, debe hacerse tiempo para comprar los ingredientes y cocinar los “platos típicos”; así como ocuparse de las tareas de cuidado de su grupo familiar, hasta ahora la única dimensión no productiva que identificamos en su agenda.

La siguiente situación ilustra ese ejercicio de “hacerse tiempo”, entre un trabajo y otro. Un miércoles, durante una jornada en el comedor comunitario, acompañé a Ana a hacer las compras para cocinar arroz con pollo. De camino a la pollería nos desviamos, ingresamos a una huevería. Ella compró un maple de huevos “cascados” -son más baratos que los sanos- y me explicó que los usaría para preparar los platos que vendería el domingo en la Feria.

Después de trabajar limpiando dos casas particulares y, mientras cocinaba en el comedor, gestionó insumos para producir lo que planeaba vender el domingo. Esa situación me llevó a pensar que los límites entre sus ocupaciones no son tan nítidos, lo que propicia ese ensamblaje de actividades. Quizá, el trabajo ferial se presenta como una buena opción porque, de lunes a viernes, se caracteriza por la flexibilidad. Si bien el montaje del puesto requiere muchas tareas previas, estas pueden realizarse de manera fragmentaria, aprovechando los reducidos márgenes de tiempo que les dejan sus otros trabajos. Así, el trabajo ferial se condensa los domingos en la Feria, pero se filtra los demás días entre los distintos espacios y trabajos que las feriantes habitan.

Esta experiencia con Ana me conecta con el señalamiento de Girola (2023) sobre la potencia de la perspectiva etnográfica para quebrantar presupuestos subyacentes en las investigaciones sociales. Acompañarla me permitió observar de qué manera ensambla sus trabajos, complejizando la pregunta por la duración de su jornada laboral ¿cómo medir el tiempo de un trabajo y de otro, si estos se solapan continuamente?

La manera en que Laura (63 años) se organiza para comprar insumos -materia prima y descartables-, ayuda a dimensionar esas filtraciones del trabajo ferial en espacios y tiempos que exceden a la Feria. Ella llegó a Córdoba a finales del siglo pasado -1995-. Vivió en Alberdi hasta que pudo comprar su casa en las afueras de la ciudad. En aquel barrio vendía “comidas típicas”, tenía un “restaurant” en la casa que alquilaba. Desde su llegada a la Argentina trabaja como empleada doméstica. Actualmente limpia una casa, de lunes a sábado de 7 a 14 h. Para ir y volver debe tomar dos ómnibus. Desde su barrio al centro, desde el centro hasta su trabajo, y viceversa. De regreso, aprovecha el transbordo para comprar en el mercado lo necesario para participar el domingo en la Feria. No realiza una única compra, sino que cada día adquiere unos pocos productos. De esta manera evita gastar dinero en un flete, y consigue cargar todo en el transporte público.

En esa forma de abastecerse se ensamblan varias cuestiones, que atañen a las migrantes peruanas en general. Me refiero a la segregación laboral -restringe sus opciones al sector de cuidados remunerados- y a la segregación espacial -habitan barrios periféricos con escasa inversión estatal en equipamiento urbano-. Esta última se asocia al deficiente acceso al sistema de transporte público -se ven forzadas a hacer trasbordos en el centro porque no hay líneas directas que conecten sus barrios con sus lugares de trabajo-.

Esto se relaciona con lo planteado por Mallimaci y Magliano (2020), al respecto del déficit temporal en la vida de las mujeres peruanas, bolivianas y paraguayas residentes en Córdoba y Buenos Aires. Sostienen que el déficit temporal de las mujeres migrantes es superior al de la población nativa. Describen tres dimensiones intervinientes en la “pobreza de tiempo”. Las jornadas extensas de trabajo, asociadas a la segregación laboral antes mencionada -empleos en sectores precarios, inestables e informales, trabajan muchas horas y tienen escaso poder de agencia sobre su jornada laboral-. La “espera” necesaria para el acceso a derechos básicos -salud, educación, trámites migratorios, subsidios, etc.-, para ellas o sus familiares, está relegada a las mujeres y agravada por la condición de migrantes[8]. Y los tiempos que “gastan” en “moverse” por las ciudades valiéndose del transporte público, para llegar a sus trabajos o a las diferentes agencias estatales.

Las distancias que las migrantes deben recorrer a diario se vinculan con la segregación espacial que caracteriza a nuestra ciudad, que impacta directamente en sus estrategias residenciales. Entre las feriantes, hay quienes alquilan pequeñas habitaciones en pensiones cerca del centro y quienes optan por residir en espacios más amplios en la periferia urbana -muchas veces se trata de edificaciones precarias y con escaso acceso a servicios urbanos-. Esto se relaciona con lo que David Harvey (2013) denomina la “producción del espacio urbano”, es decir, la producción de formas espaciales marcadas por la creciente polarización en la distribución de la riqueza y el poder. Así, por ejemplo, los barrios de mayor poder adquisitivo reciben mayor inversión estatal en alumbrado, transporte, alcantarillado, espacios públicos, etc. En la misma ciudad, los barrios de menor poder adquisitivo padecen inundaciones periódicamente, no cuentan con cloacas, las calles presentan tal deterioro que el transporte público y los servicios de emergencias médicas no pueden transitarlas. Es importante señalar que las condiciones materiales mencionadas influyen en la configuración del espacio urbano, mas no lo determinan. Perissinotti (2021) advierte las limitaciones de la mirada “viviendista”, y así comienza a indagar en la construcción de “lugar” en dos barrios periurbanos. Describe cómo un

“grupo de migrantes que, llegados a la ciudad de Córdoba y constreñidos por condiciones estructurales que parecían expulsarlos de la ciudad, buscaron construir un lugar en el mundo en donde sentirse «en casa»” (p. 231).

Las características de los puestos guardan relación con las condiciones habitacionales y de movilidad de las feriantes. Así pues, las que no cuentan con vehículos propios ni contratan fletes, deben ingeniarse para montar sus puestos con lo mínimo e indispensable. Por ejemplo, no llevan protección para el sol, ni el viento y ofrecen comidas frías para prescindir de anafes o quemadores. En cambio, otras cuentan con más de un anafe para freír varios productos al mismo tiempo, y por ello deben transportar también placas que les permitan resguardarse de las corrientes de aire.

La segregación espacial se conecta con la “pobreza de tiempo”, tanto por las distancias que deben recorrer para acceder a derechos, como por la escasa integración de algunos barrios a la red de transporte público. Mallimaci y Magliano (2020) señalan que el

“tiempo de espera está desigualmente distribuido en nuestras sociedades y configura relaciones jerárquicas que subalternizan y regulan la vida de algunos colectivos, especialmente de los sectores populares, las mujeres y los/as migrantes. Las desigualdades de clase, étnicas y de género se intersecan en el modo en que la espera se hace carne en la experiencia vital de las personas, no sólo porque estos sectores poseen ‘poco tiempo’ sino porque tienen poco control sobre cómo transcurre el tiempo y, por lo tanto, poseen menos capacidad de agencia temporal” (p.164).

Sobre las feriantes recaen tareas de cuidados no remuneradas dentro de sus hogares -al igual que el resto de las mujeres- y los cuidados transnacionales -orientados a Perú-. Esas responsabilidades se solapan con sus trabajos, generalmente insertos en el sector de cuidados remunerados -suelen ser precarios, informales, lejanos y de horarios extensos-. La “pobreza de tiempo”, que afecta a las mujeres en tanto “responsables” de la organización del cuidado familiar, implica en las migrantes aún mayor propensión a transitar situaciones de espera (Mallimaci y Magliano, 2020). Por ejemplo, para inscribir a sus hijas e hijos al colegio, para realizarles controles médicos, para trámites migratorios, etc.

Con ese panorama, el trabajo comunitario remunerado a través de políticas sociales se presenta como una alternativa para poder “ganar” algo de tiempo, pues los comedores suelen encontrarse dentro de sus propios barrios. Como señalé anteriormente, muchas feriantes trabajan en este rubro. Mientras ellas cocinan y sirven, sus hijas e hijos se entretienen mutuamente. Cuando terminan de entregar las raciones, cenan conjuntamente o se llevan su parte. De esta manera, al tiempo que garantizan la alimentación del grupo familiar, cuidan a sus hijas e hijos y atienden el comedor comunitario. Es decir, superponen las tareas de cuidados no remunerados, del ámbito privado y dirigidas a sus familias, con las comunitarias remuneradas. Entiendo esto como una estrategia para “ganar” tiempo.

Si ponemos el foco en Alexandra y Rubí, que en el espacio privado de sus viviendas montan comedores comunitarios, podríamos decir que “ganan” aún más tiempo. Ellas hacen confluir las tareas productivas y de cuidados no remunerados en el mismo espacio.

También la forma en que Laura gestiona la movilidad, el tiempo y el trabajo, aporta una nueva variable al análisis, una alternativa para “ganar” tiempo. La distancia entre su domicilio y su lugar de trabajo la obliga a tomar dos colectivos. De regreso, entre un colectivo y otro, aprovechando el trasbordo en el centro compra, paulatinamente, lo necesario para montar el puesto en la Feria. Administra la espera, de modo tal que le permite ahorrar dinero y ganar autonomía. Esta estrategia condensa, simultáneamente, las constricciones que atraviesan la trayectoria laboral de Laura y una forma de resistencia a la “pobreza de tiempo”. Ella torna productiva esa espera.

El siguiente fragmento de una entrevista a Joana (48 años) permite visualizar esa “pobreza de tiempo” en su día a día. Ella reproduce su conversación con un amigo que le reclama que nunca se detiene. No lo refuta, también considera que nunca para, que ella es así. Relata que produce mercadería en su casa mientras ayuda a sus hijos con cuestiones escolares, cuando los espera que salgan del colegio, cuando atiende su puesto en la Feria.

“’Pero igual deja, para conversarme’, ‘Bueno, háblame, yo te escucho’. ‘Yo te escucho’, le digo, ‘no necesitas que yo te vea’, le digo. [risas] Se ríe, también. ‘Pero siempre, no dejas de hacer nada’, me dice, ‘estás en la casa, igual estás así, con tu máquina’, me dice. Estoy en el puesto, estoy con mis pulseras armando, porque estoy con un gancho acá y estoy arme y arme, arme y arme [risa]” (Joana, 48 años)

En las estrategias que despliegan estas mujeres en pos de obtener ingresos y cuidar a sus familias, confluyen la segregación laboral y espacial. Tanto la participación en la Feria, como la oferta y la infraestructura del puesto, pueden pensarse como estrategias que ellas conjugan para hacer frente a la “pobreza de tiempo” y dinero. Las múltiples actividades orientadas al sostenimiento del puesto, que fueron realizando durante la semana, repartidas entre tareas de cuidados remunerados y no remunerado, confluyen el domingo en la Feria. Mientras comparten la jornada ferial con sus hijas e hijos, familiares y amistades, atienden sus puestos. En el siguiente apartado, analizaré la imbricación entre estas condiciones laborales y la organización familiar de las feriantes.

“Soy madre y padre”: tiempos de trabajo y crianza que se mezclan

“En Madagascar una forma de medir el tiempo es ‘una cocción de arroz’ (alrededor de media hora) o ‘la fritura de una langosta’ (un momento). A los nativos de Cross River se les oyó decir que ‘el hombre murió en menos tiempo que tarda el maíz en quedar completamente tostado’ (menos de quince minutos)" (Thompson, 2019: 419)

Las feriantes, en su mayoría, son “madres solteras” o “madres solas”. Es decir, conforman familias monoparentales y afrontan solas la crianza de sus hijas e hijos. Son ellas quienes costean sus gastos, quienes se ocupan de su escolarización y de todos los cuidados que requieren. Apenas algunas cuentan con ayuda de algún familiar, generalmente madres, hermanas o hijas mayores. Esto se conecta con los roles de género y con la segregación laboral que atañe a las migrantes peruanas, pues la “pobreza de tiempo” las afecta a ellas y a sus familiares -si es que residen en la misma ciudad-. En ese contexto, he observado que la mayoría de las feriantes ensambla, puntillosamente, sus horarios de trabajo con los de la escuela de sus hijas e hijos. Es sobre esas temporalidades, marcadas por la maternidad y los estudios, que versa este apartado.

Las trayectorias laborales de las feriantes siguen el ritmo de la crianza. Sus diferentes actividades productivas, aún con los constreñimientos antes mencionados, se amoldan a las necesidades de sus descendientes. La expectativa de “que sean alguien”, asociada a la escolarización, va modelando los horarios, lugares y modos de trabajo. La Feria, con su marcada flexibilidad y su funcionamiento dominical, aparece como una buena opción para recaudar fondos sin perjudicar sus trayectorias escolares.

Comencé a preguntarme por la relación entre la maternidad y el trabajo ferial porque al conversar sobre sus participaciones en la Feria, los tiempos de sus hijas e hijos aparecen continuamente. En el presente, las tareas, evaluaciones, compra de útiles y demás requerimientos escolares se filtran continuamente en las charlas. Al hablar sobre el pasado, noté que las edades de sus hijas e hijos constituyen su punto de referencia. En ese sentido, me resuena el epígrafe de este apartado.

El análisis de la relación entre tiempo, disciplina de trabajo y capitalismo industrial que propone Edward Palmer Thompson (2019 [1992]), me sirve de inspiración. Contribuye a desnaturalizar las temporalidades capitalistas e industriales, permitiéndome ir más allá de las mediciones productivistas, regidas por el tiempo absoluto, convencional y newtoniano (Silveira, 2013). Tal como en Madagascar la cocción o fritura de algunas comidas sirve de referencia para medir el tiempo, entre las feriantes el nacimiento, el tamaño o la escolarización de sus hijas e hijos propician esa medición.

Como aprovechando una grieta en el tiempo del trabajo, emerge el tiempo de la crianza. Entre las tareas productivas aparecen las reproductivas. Al hablar de sus trabajos, las experiencias de hijas e hijos sirven de referencia. Recuerdan que empezaron a participar en la Feria cuando su hija estaba en quinto grado, cuando su hijo cabía en una valija pequeña, cuando su hija recién nacía y la podía resguardar en una conservadora de telgopor debajo del tablón -que hace de mesa-. Ese modo de medir el tiempo de trabajo ferial anclado a los tiempos de la crianza fue el puntapié para indagar en la relación entre el trabajo ferial y la maternidad.

Hay quienes cambiaron drásticamente sus trabajos a partir de la maternidad, quienes adecúan su jornada laboral semanal a los horarios de clases de sus hijas e hijos, quienes ajustan su participación en la Feria a los requerimientos escolares, quienes hacen grandes esfuerzos económicos para costear escuelas de gestión privada, academias de enseñanza particular o transportes privados, quienes realizan largos viajes diariamente para llevarlas y llevarlos a colegios que consideran mejores que los de sus barrios.

Por ejemplo, Joana (48 años) llegó a Córdoba en los últimos años del siglo pasado. No tenía experiencia laboral en Perú, estaba estudiando enfermería. Su proyección era trabajar como empleada doméstica, al igual que su hermana que la alojó los primeros meses. Tuvo muy malas experiencias y buscó, cuanto antes, cambiar de rubro. Con ayuda de familiares y amistades subsistió algunos meses hasta conseguir otro empleo. Comenzó a trabajar para una compatriota suya en la venta de “bijouterie”, en un local del centro y en eventos. Reconoce que en aquel trabajo la explotaban, pero lo valora positivamente porque así aprendió el “oficio”, se hizo “artesana” y “comerciante”.

Dos años después empezó a trabajar por cuenta propia, primero en la venta de “artesanías”, luego incorporó la reventa de “bijouterie”. Recuerda que recorrió toda la Argentina vendiendo, principalmente en fiestas patronales. Sostiene que la venta en eventos es muy rentable, porque en las localidades más alejadas la gente de la zona únicamente accede a productos como los que ella ofrece en la fiesta patronal.

Cuando tuvo a sus dos hijos dejó de viajar y se estableció en Córdoba permanentemente. Desde entonces, únicamente viaja en verano, en época de receso escolar. Saca provecho de la afluencia de turistas en algunos festivales. El resto del año alquila un local comercial en un supermercado de su barrio, allí vende “bijouterie” de lunes a sábado y algunos domingos por la mañana. Los domingos por la tarde monta su puesto en la Feria, lo califica como “polirubro” para poder variar la oferta acorde a la demanda. En las tres instancias trabaja acompañada por sus hijos, únicamente se separan cuando están en clases.

Antes de ser madre ella viajaba a Buenos Aires para comprar mercadería. Suspendió esa práctica porque llevar a sus hijos encarece y dificulta el viaje. Actualmente vive en un barrio periurbano y se abastece en el centro de Córdoba. Ensambla la escolarización con su trabajo del siguiente modo: lleva a sus hijos a la escuela -ubicada también en el centro- y, mientras están en clases, recorre muchos negocios comparando precios. De ese modo intenta compensar las ganancias que obtenía al comprar en los principales mercados mayoristas del país -en Buenos Aires-. Durante una jornada contrasta precios y, al día siguiente, compra donde sea más conveniente. Este sistema le permite actualizar sus precios -muchas veces descubre que ella ofrece algunos productos más baratos que en los comercios mayoristas-.

Joana también ajusta su participación en la Feria a la escolarización de sus hijos. Nos explica que, si el domingo está ventoso o frío no puede ir a trabajar a la Feria, para preservar la salud de sus hijos. Si uno se enferma y necesita hacer reposo, ambos deben faltar a clases. Como ella es la única responsable de cuidar al que está enfermo, nadie puede llevar ni buscar de la escuela al que está sano. Así pues, cualquier dolencia interviene inmediatamente en la escolarización de sus hijos y en su trabajo, dado que ella no puede moverse de su casa para atender el puesto que alquila. Cabe señalar que, en comparación con las feriantes que ofrecen comidas, ella tiene una ventaja. Sus productos no se echan a perder si no los vende el domingo en la Feria. Eso torna su trabajo un poco más flexible.

Cuando las ventas son malas todas las feriantes se perjudican económicamente, pues montar el puesto implica, como mínimo, costear el traslado y el aporte fijo a la junta directiva -cuenta con una caja para cubrir gastos de “eventos” y otras actividades-. La situación de las que venden “platos típicos” y durante la semana trabajan como empleadas domésticas es la peor, pues lo que no logran vender el domingo no podrán ofrecerlo al día siguiente e, ineludiblemente, se malogrará.

Ser “madre y padre”, como dice Joana, implica un constreñimiento económico, a la vez que restringe sus posibilidades laborales y de gestión de las contingencias. Sin tiempo ni dinero extra, lleva a sus hijos a un colegio del centro, ella encastra milimétricamente su trabajo con la escolarización. De modo que, cualquier falla, por mínima que sea, repercute en todo el ensamblaje.

La organización laboral y familiar de Rubí (35 años) permite analizar otras estrategias para gestionar la articulación del trabajo con la crianza. Al igual que Joana, reside en un barrio alejado del centro. Por la mañana y la tarde trabaja como empleada doméstica lejos de su casa, a 50 minutos de viaje en colectivo. Se retira antes de que su hija despierte, le deja el desayuno listo. Más tarde un transporte privado lleva y trae de la escuela a su hija. Constantemente se comunican por celular, la niña le avisa cada movimiento, al salir y al regresar. Su madre la acompaña telefónicamente, le indica cada paso a seguir: cerrar el portón, abrir el candado, apagar la luz, etc. Se reencuentran a la tarde, pasadas las 17 hs. Algunas tardes Rubí ofrece comidas en su casa, en el marco de un comedor comunitario que ella gestiona.

Rubí se vale de dos teléfonos celulares y un transporte privado, para garantizar de manera remota el cuidado de la niña durante algunas horas. Mantiene contacto con ella a distancia, la sigue cuidando mientras trabaja, viaja y espera. Es “madre sola”, por tanto, es ella quien trabaja para costear todas las necesidades de su hija. Los domingos, mientras atiende su puesto, la deja en compañía de sus primas, al cuidado de su hermana. En eso se diferencia de la mayoría de las feriantes, pues suelen asistir los domingos con sus hijas e hijos. Allí las infancias, por momentos, colaboran en la atención del puesto, y por momentos, se reúnen y juegan con otras niñas y niños, que también asisten acompañando a familiares que trabajan en la Feria.

Ambas configuraciones laborales y familiares, la de Joana y la de Rubí, dan cuenta de la centralidad de la crianza y la escolarización. Estas “madres solteras” con trabajos precarizados, informales y mal pagos, priorizan notablemente los estudios de sus hijas e hijos. Joana, por ejemplo, habla de las “ventas bajas” pero no duda en gastar dinero en una academia internacional de enseñanza particular para su hijo: “Kumón”[9]. Dice que ha probado algunas más baratas pero la única que le da resultados es esta. Muchas feriantes no tienen teléfonos celulares propios, Rubí, en cambio, mantiene dos líneas, una para ella y otra para su hija.

Rubí, como Alexandra y como tantas otras migrantes peruanas, periódicamente monta un comedor comunitario en su casa. Hay comedores que cuentan con asistencias financieras de distintas organizaciones y otros que no. Se caracterizan por la gestión colectiva de la alimentación: un grupo de mujeres se ocupa de conseguir los insumos, cocinar y servir. Para las anfitrionas, quienes prestan sus viviendas, este trabajo les permite garantizar la alimentación de su grupo familiar de manera colectiva. Lo mismo sucede con las feriantes que llevan a sus hijas e hijos al comedor. A su vez, mientras las mujeres cocinan, el comedor se torna un espacio lúdico-recreativo para las infancias que asisten acompañando a sus madres.

En los comedores comunitarios y en la Feria, el solapamiento de actividades productivas y reproductivas es permanente. Mientras atienden sus puestos comparten con sus hijas e hijos, les presentan parte de la cultura peruana -su gastronomía, festividades, modos de hablar, de comprar/vender, de organizar el mercado, de tratar a las personas mayores, etc.-, propician el encuentro con otras infancias y, muchas veces, les enseñan su “oficio”. La imbricación de lo productivo y lo reproductivo es tal que hace notar la artificialidad de esa distinción.

En la misma línea, al analizar cómo el trabajo ferial se filtra en la semana de las feriantes, noté que las actividades productivas orientadas al sostenimiento del puesto se entremezclan con otras tareas que no son estrictamente productivas. Por ejemplo, cuando aprovechan el viaje al trabajo para comprar insumos; cuando producen “artesanías” mientras esperan que sus hijas e hijos salgan del colegio; cuando preparan “platos típicos” y, paralelamente, ayudan a sus niñas y niños con asuntos escolares. En el espacio doméstico y privado convergen -al menos- dos dimensiones centrales en la vida de las feriantes: la generación de ingresos económicos y los procesos de escolarización de sus hijas e hijos.

La primera dimensión se relaciona con la segregación laboral, que constriñe sus posibilidades de inserción en el mercado de trabajo cordobés. La segunda, se conecta con las expectativas de las feriantes respecto a sus descendientes. La escuela, entre las y los más jóvenes, y la universidad, entre las y los mayores, son cuestiones prioritarias. Quieren que sus hijas e hijos “sean alguien”. Es decir, que puedan acceder a un título universitario y un trabajo acorde a su nivel educativo. Señalan que el trabajo ferial únicamente se presenta como una opción ante emergencias. Salvando las distancias, “ser alguien” puede asociarse al “respeto” y “dignidad” que analiza Philippe Bourgois (2010 [1995]) en El Barrio -una comunidad puertorriqueña en Harlem, Estados Unidos-. Al tiempo que señalan con orgullo “mi hijo pisó la universidad”, como quién llega a la meta o a la cima de una montaña, mencionan sus acotadas trayectorias escolares: “terminé tercer grado”, “segundaria incompleta”. Amasan con orgullo y esfuerzo, físico y económico, la escolarización de sus hijas e hijos.

Algunas prefieren mantener a sus hijas e hijos apartades de la Feria, procurando que solo se concentren en sus estudios. Otras, en cambio, plantean el trabajo ferial como un “recurso”, saber cocinar y saber vender son herramientas valiosas cuando el trabajo escasea. Con estrategias diferentes, todas aspiran a dejar de trabajar en la Feria y a que sus descendientes, mediante su paso por el colegio y la universidad, accedan a otro tipo de trabajos. Zenklusen (2022), al reconstruir las experiencias de las y los jóvenes migrantes, observó que el acceso a títulos universitarios aparece como la principal estrategia para discontinuar las trayectorias laborales familiares, marcadas por la precarización y, así, dejar de reproducir la desigualdad heredada.

En este contexto, la inversión de tiempo y dinero que realizan las feriantes en pos de la escolarización de sus hijas e hijos, puede pensarse como un mecanismo de ascenso social. Junto al trabajo por cuenta propia -en restaurantes, verdulerías, joyerías, etc.-, acceder a un título universitario aparece como una de las pocas estrategias que encuentran para penetrar las barreras que les demarca el mercado laboral cordobés.

“El camino se recorre de manera gradual: de cama adentro se pasa a empleada por horas, que implica desempeñar la misma actividad en diferentes lugares por día. Aunque parezca que no hay cambio, se obtienen una ganancia en independencia (ya no se depende de un único empleador) y una diversificación de las fuentes de contactos. Además, el trabajo por horas es compatible con otras actividades que abren camino a oportunidades laborales más deseables” (Falcón Aybar y Bologna, 2013: 257).

En ese sentido, montar un puesto en la Feria puede constituir una opción transicional para aquellas que aspiran a montar un restaurant. Paulatinamente van consolidando su “clientela” y perfeccionando sus platos. A la vez, solventan los gastos de la escolarización de sus hijas e hijos. “Salir adelante”, “ser alguien”, mejorar las condiciones de vida de ellas y su grupo familiar está en la base de los proyectos migratorios.

En alguna medida, reconocer el valor que las migrantes peruanas les dan a los estudios de sus descendientes ayuda a comprender los esfuerzos que realizan para ajustar las tareas productivas a los tiempos escolares. No solo importa que asistan a clases, sino que invierten tiempo y dinero en escuelas privadas, academias particulares, transportes, etc. Esa apuesta por la escolarización es aún más evidente en las familias monoparentales, pues afrontan solas la manutención y la crianza.

Reflexiones y preguntas

Preguntarme por las trayectorias laborales me permitió identificar que las feriantes, como la mayoría de las migrantes peruanas residentes en Córdoba, encuentran en el sector de cuidados remunerados mayor oferta de trabajo. Esto no es lo mismo que decir que prefieran este sector, al contrario, reniegan de la relación con los patrones, los malos sueldos y la sobrecarga de trabajo.

Al principio, el trabajo de campo estaba circunscripto a la Feria, orientado a comprender la multiplicidad de procesos implicados en el montaje y desmontaje de cada puesto. Quería dimensionar todo el trabajo que implica para ellas participar allí. Así, comencé a acompañarlas fuera de la Feria, a cualquier actividad que me convidaran. Alejarme del espacio donde se monta este mercado me ayudó a identificar una multiplicidad de actividades, dispersas en toda la semana, que realizan en pos de su puesto. Algunas les toman horas, otras las realizan en paralelo a otras tareas productivas o reproductivas, otras tantas las realizan en etapas.

En un mercado de trabajos tan segregado como el cordobés, las trayectorias de las “madres solas” están marcadas por la sobrecarga laboral y por el casi necesario solapamiento de tareas productivas y reproductivas. Justamente, la Feria, como los comedores comunitarios, ofrece la posibilidad de ensamblar cuidados remunerados con cuidados no remunerados. Al tiempo que atienden su puesto, pueden reunirse con familiares y amistades, que les compran y hacen compañía durante la jornada, mientas, sus hijas e hijos encuentran muchas posibilidades de recreación y esparcimiento.

Con relación a las infancias y juventudes que habitan la Feria, sería interesante indagar no solo en la definición del trabajo ferial como “recurso” ante situaciones críticas, sino también en cómo las feriantes propician procesos de aprendizaje relativos a “lo peruano” y al saber hacer ferial.

La imbricación entre lo productivo y lo reproductivo, entre los cuidados remunerados y los no remunerados, entre lo público y lo privado, pueden interpretarse como alguna forma de resistencia a la “pobreza de tiempo” y a las opresiones asociadas a la segregación laboral. O bien, podríamos observar en estas superposiciones, cómo el capital se apodera cada vez más de las distintas esferas de la vida. Sea cual sea la lectura, reverbera la pregunta por la pertinencia, o más bien fertilidad, que estas distinciones analíticas supuestamente ofrecen para comprender las trayectorias sociales de las mujeres en contextos laborales como el de la Feria de los Patos.

Con la consigna de acompañar y vivenciar fragmentos de sus vidas fui ampliando mi visión del trabajo ferial femenino. Salir de la Isla de los Patos, acompañarlas en otros espacios y actividades, me permitió estrechar vínculos y conocer mejor sus trayectorias laborales y sus aspiraciones. Así, me topé con tareas y tiempos superpuestos, responsabilidades impostergables, logística y creatividad a la hora de vender y transportar/montar sus puestos, esfuerzos, necesidades y aspiraciones. En esos tiempos compartidos noté que, a pesar de los constreñimientos económicos, la escolarización de sus hijas e hijos es una cuestión prioritaria. La maternidad es central en la vida de las feriantes y eso no se explica únicamente por la conformación de familias monoparentales. El registro del tiempo mediado por los procesos de sus hijas e hijos da cuenta de esa centralidad. Pareciera que la crianza configura una temporalidad particular, que se va entramando con otras esferas de la vida.

La participación-observante fue central para conocer las estrategias que ellas despliegan continuamente para contrarrestar la “pobreza de tiempo”, que al fin no hace otra cosa que confirmar la falta de tiempo que apremia sus vidas.

Una cuestión pendiente, recuperando la advertencia de Zenklusen (2022; 2020) respecto del adultocentrismo, es indagar en las experiencias de las y los descendientes de las feriantes ¿cómo repercute en sus vidas la “pobreza de tiempo” de sus madres?, ¿cómo son los domingos para quienes acompañan a sus madres en la Feria y para quienes no lo hacen?, ¿podría pensarse la imbricación de las y los niños en los trabajos de sus madres en tanto experiencias formativas?

Reconstruir las trayectorias familiares y laborales de las feriantes me ayudó a reflexionar sobre su gestión del tiempo en presente y pasado, antes y después de tener hijas e hijos. La segregación laboral atraviesa transversalmente -y a través de generaciones- sus experiencias; la maternidad marca un punto de inflexión en esas experiencias; y la escolarización sirve de motor y organizador del trabajo y los tiempos.

Referencias

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Notas

* Licenciada en Geografía y estudiante del Doctorado en Ciencias Antropológicas de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina). Becaria doctoral de CONICET.
[1] Trabajo Final de Licenciatura en Geografía, de la Facultad de Filosofía y Humanidades, de la Universidad Nacional de Córdoba, intitulado “La Feria de los Patos de la ciudad de Córdoba: economía urbana y apropiación del espacio público, 2018- 2020”, dirigido por Julieta Capdevielle y codirigido por Miriam Abate Daga. Doctorado en Ciencias Antropológicas de la misma Facultad, dirigido por Miriam Abate Daga y codirigido por Lorena Capogrossi, con financiamiento del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas -CONICET-.
[2] Barrio Alberdi y Alto Alberdi
[3] Muchas veces asocian la antigüedad en la Feria a mayores derechos y prestigio en el ámbito. Por ejemplo, ser pionera en la venta de algún producto les da autoridad en relación con su comercialización, pueden reclamar cuando otras “copian” su idea. Ser “fundadora” de la Feria supone aún más derechos, de allí la polémica en torno a la definición de las pioneras. En ese marco, entendemos que muchas prefieran no abonar al debate, evitando validar la antigüedad -y autoridad- que otras se atribuyen.
[4] María Victoria Perissinotti (2021), que realizó campo etnográfico con comunidades peruanas residentes en Córdoba, propone un análisis de la producción social del hábitat, en un sentido integral, que trasciende la visión viviendista. Acompañando a un grupo de vecinas, fue identificando que luego de resolver las “urgencias” habitacionales, comenzaron a “hacer cosas por el barrio”, a construir un lugar “habitable”.
[5] Alexandra quiere montar un negocio propio, por lo que dejó recientemente su trabajo como empleada doméstica. Joana solo trabajó en el rubro los primeros meses que vivió en Córdoba y tuvo malas experiencias -no le pagaron por su trabajo, sobrecarga laboral, malos tratos-. Tamara prefiere las ventas, “atención al público” dice ella, y está cursando su último año de secundaria inserta en el Programa de Respaldo a Estudiantes Argentinos- cuenta con una beca Progresar, otorgada por el gobierno nacional para apoyar a los/as estudiantes en la reincorporación, permanencia y finalización de la educación obligatoria, en los términos de la ley 26.206 de Educación Nacional- (https://www.argentina.gob.ar/educacion/progresar/requisitos/progresar-nivel-obligatorio ).
[6] Programa del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación orientado a promover la inclusión social plena para personas que se encuentren en situación de vulnerabilidad social y económica. Dirigido a personas físicas de entre 18 y 65 años, sin rentas ni trabajo registrado -excepto trabajos temporarios o servicio doméstico-. Sus beneficiarias cobran un Salario Social Complementario, que equivale al 50% de un Salario Mínimo Vital y Móvil, como remuneración por alguna de las siguientes contraprestaciones: estudiar, desarrollar una actividad sociocomunitaria o socioproductiva.
[7] Algunos comedores reciben víveres a través de diferentes organizaciones sociales.
[8] La feminización de las “esperas” para el acceso a derechos y bienes, para ellas mismas o sus familias se asocia a la idea de que “son cosas de mujeres”. La mayor presencia de mujeres en las colas de las agencias estatales no se explica porque tengan más tiempo disponible que los hombres, sino por el hecho de que sea “su responsabilidad”. Suelen ser las mujeres las responsables de la organización del cuidado familiar y las encargadas de generar los vínculos con las agencias estatales. Ellas ponen sus cuerpos y sus tiempos para despejar las principales barreras para acceder a los servicios de salud, educación, subsidios y, en el caso de las migrantes, también la gestión de la residencia. (Mallimaci y Magliano, 2020).
[9] Instituto de educación privada, fundado en Japón, enfocado en el aprendizaje individualizado, promoviendo el autodidactismo. No reemplaza la educación formal.

Información adicional

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