Reseñas

| Huerta Ricard. La imagen como experiencia. 2021. Sevilla / Madrid. Aula Magna / McGraw-Hill. 177pp.. 9788418392818 |
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Educadores en arte, especialistas en imagen
Observar, disfrutar, crear, compartir, poéticas de la imagen, pedagogías con la imagen o las imágenes son patrimonio enuncian los títulos de los siete capítulos de este nuevo libro de Ricard Huerta, catedrático de Didáctica de la Expresión Plástica en la Universitat de València. El suyo es un relato visual personal en el que asume la idea del arte como experiencia que planteaba John Dewey. Para ello, ha creado un diálogo a dos bandas entre el lenguaje escrito y el visual donde las imágenes adquieren la misma importancia que el texto, transmitiendo a la par conocimientos y realidades emotivas. Es un libro que se lee y se contempla gracias a ese doble discurso narrativo. A partir de miles de fotografías realizadas durante muchos años el autor ha buscado aquellas que le ayudaran a construir un relato visual en paralelo al escrito. Dos formas de comunicar, textos e imágenes, donde estas últimas se explican por sí mismas como si fueran palabras y permiten seguir un discurso independiente del escrito. El ritmo en uno u otro caso es tranquilo y paciente. Hacer imágenes es como escribir literatura, la lentitud y el sosiego son esenciales. Además, para intentar escribir bien hay que leer mucho, del mismo modo que para hacer buenas imágenes hay que ser un observador persistente.
Casi nunca en educación infantil, primaria o secundaria nos han enseñado a observar imágenes, ni mucho menos a desvelar las posibilidades de su lenguaje para tomar una posición crítica frente a ellas. Todo lo contrario, devoramos cientos al día acumulando gran cantidad de información, pero escasos conocimientos. La alta velocidad a la que nos movemos en la vida actualmente impide una toma de conciencia clara de la multitud de cosas que vemos cada día, sin ser capaces de mirar con atención y detenimiento ni el propio entorno inmediato en el que estamos: nuestra casa, nuestras cosas, el barrio, la ciudad, el territorio. Somos analfabetos visuales de todo aquello que nos rodea. Y ello va en menoscabo del nivel mínimo de sensibilidad que necesitaríamos para comprender mejor el mundo que nos rodea. No me extraña que la gente de hoy ignore el arte actual en todas sus manifestaciones y se sienta a veces más próxima a la cultura visual del pasado. Mientras tanto, somos creadores compulsivos de miles de fotografías y vídeos mediante todo tipo de dispositivos sin saber por qué lo hacemos o qué queremos contar a los demás. En respuesta, este libro nos propone que pensemos en nuestras imágenes como si fuesen mensajes que divulgan aquello en lo que realmente creemos, los valores que nos inspiran más allá de la moda, el oportunismo o el buenismo de los aburridos convencionalismos sociales que se repiten hasta la saciedad.
Las imágenes adquieren en el momento en que las compartimos en redes sociales una connotación política porque transmiten intenciones y deseos que viajan desde lo personal a lo colectivo. No son inocentes ni siquiera cuando lo que hacen es contribuir a la corriente hegemónica del inmovilismo y la eterna repetición de estereotipos, porque siguen insistiendo en que nada cambie. Para Ricard Huerta, por ejemplo, el cuerpo y su condena social o el sufrimiento de las personas son argumentos muy poderosos para crear imágenes que nos ayuden a tomar conciencia de las injusticias y a la vez nos hagan más libres, valientes y emancipados. No caigamos en la seducción de lo pasajero de las modas bajo la batuta predecible del mercado del arte. Producir una cultura visual desde los márgenes ayuda a contrarrestar el modelo de explotación económica altamente tóxico que es la producción artística como negocio especulativo al servicio del conservadurismo. La defensa de los derechos humanos, la rebeldía, la disidencia y la lucha contra las injusticias como ideales educativos denotan un combate claro a favor de una educación ciudadana donde se enseñe a interpretar los momentos visuales de la historia y de la vida para avanzar en la humanización del planeta.
Para crear imágenes hay que meditar, pensar y recapacitar con lentitud y serenidad. Sensibilidad, estética y comunicación visual van de la mano en ese camino según Ricard Huerta. Este argumento replantea incluso el sentido mismo de los museos de arte que deberían tener una función educativa primordial a partir del juego semiótico entre las imágenes expuestas y el imaginario particular de sus visitantes. El objetivo último de este libro consiste precisamente en subrayar que también se aprende a hacer imágenes inspirados en nuestra realidad cotidiana. Saber descifrar la cultura visual que nos rodea es clave. La mayoría de la sociedad parece no hacerlo. El concepto de consumo de imágenes cambió con la llegada de internet y la contaminación visual que padecemos es enorme. En medio de tanto humo, dónde podemos encontrar más conocimiento y menos confusión global para evitar el peligro de perder tantísima conciencia de la realidad. Habrá que dotar de esencia patrimonial al conjunto de imágenes que observamos, creamos y compartimos como hacíamos con aquellos álbumes de fotos de antaño que eran una especie de museos personales portátiles, verdaderos tesoros familiares. Innovar en educación artística en opinión de Ricard Huerta significa reivindicar patrimonios visuales en que el aprendizaje intergeneracional esté siempre latente. El diálogo entre generaciones terminará con la gerontofobia a la postre. Somos enanos a los hombros de gigantes. Ahí está el papel de las artes visuales en esa transformación de la conciencia como ya defendió hace años Elliot W. Eisner.