Resumen: En el presente estudio se aborda la implementación de la horticultura como una estrategia utilizada por las órdenes mendicantes, para garantizar la subsistencia e interactuar de una forma más dinámica y sencilla con las poblaciones autóctonas del nuevo territorio. Este análisis se hace desde la perspectiva de la arqueohistoria, enfocada en la clasificación y el entendimiento de la cultura material, por ser ésta resultado palpable de los aconteceres que se dieron en un determinado tiempo y lugar, en este caso Zacatecas durante el periodo colonial. Cabe destacar que, la practica hortícola no era algo nuevo para las poblaciones indígenas, la practicaban para obtener alimento, medicinas e incluso para ofrendar a los dioses; sin embargo, la convivencia con las órdenes religiosas permitió integrar y arraigar nuevos cultivos, así como perfeccionar técnicas de trabajo para el cuidado de una gran variedad de especies multifuncionales (alimenticias, medicinales, constructivas, ornato, etc.)
Palabras clave: arqueohistoria, horticultura, integrar, arraigo.
Abstract: This study deals with the implementation of horticulture as a strategy used by the mendicant orders, to guarantee subsistence and interact in a more dynamic and simple way with the native populations of the new territory. This analysis is done from the perspective of archaeohistory, which focuses on the classification and understanding of material culture, as this is a tangible result of the events that took place at a certain time and place, in this case Zacatecas during the colonial period. It should be noted that horticultural practice was not something new for indigenous populations, since they practiced it to obtain food, medicines and even offerings for the gods. However, the coexistence with the religious orders allowed to integrate and root new crops as well as to perfect work techniques for the care of a great variety of multifunctional species (food, medicinal, constructive, ornate, etc.)
Keywords: archeohistory, horticulture, integrate, rooting.
Historia
LA EVANGELIZACIÓN DESDE EL PATIO DE LA CASA
Evangelization from the yard

Macías Madero, Adriana. (2019). La evangelización desde el patio de la casa. Revista Digital FILHA. [en línea]. Enero-julio. Número 20. Publicación bianual. Zacatecas, México: Universidad Autónoma de Zacatecas. ISSN: 2594-0449.
Las órdenes religiosas por mandato de la Corona debieron facere et docere (hacer y enseñar) (Martínez, 1991: 24). A partir de su llegada se visualizan cambios ideológicos y tecnológicos, pues impartieron conocimientos sobre nuevas especies y estrategias de irrigación (Ricard, 1986).
Ricard (1986: 159) proporcionó una lista de frailes que se dedicaron a transmitir la práctica del cultivo de variadas especies en conventos, por lo cual se alude que la presencia, distribución y auge de las huertas durante el periodo novohispano se asoció con las órdenes menores, que no sólo
promovieron la adaptación de especies, incluso se fomentaron la explotación de cultivos autóctonos como el nopal para la extracción de grana cochinilla.[i]
Los religiosos buscaron impactar la cotidianidad pues mientras trabajaban los huertos oraban y cantaban salmos (Ricard, 1986), así estos espacios tuvieron una triple función: relajación, abasto y adoctrinamiento. Uno de los primeros registros arqueológicos e históricos en la Nueva España que evidencia la presencia de huertas conventuales y religiosas se relacionó con la orden franciscana, éste corresponde al Convento de Churubusco durante 1528 – 1548, donde además de adoctrinar trasmitieron algunas costumbres propias de los españoles (Pérez, 2013). Así describe el recinto el fraile Antonio de Villa Real, en su tratado curioso y docto de las grandezas de la Nueva España (Pérez, 2013):
[...] Es tierra aquella de mucho maiz y muy fertil de duraznos, membrillos, manzanas y peras, de capulies y tunas, y de otras frutas de la tierra y hortalizas de Castilla los indios son muy devotos de los frailes descalzos, y aunque no les administran los sacramentos, les hacen mucha limosna para su sustento y les dan indios de servicio con mucho amor y voluntad acuden a confesarse con ellos y a oir misa y sermon a la iglesia del convento; el cual esta acabado, con su claustro, dormitorios, celdas, iglesia y huerta, todo muy pequeno y hecho de ladrillos. Fue aquella casa de las primeras que se hicieron para frailes en la Nueva Espana […]
Desde la perspectiva de la arqueohistoria, que observa las manifestaciones del hombre a partir del análisis de cultura material, se pueden reconstruir los procesos implícitos en la transformación de un espacio cotidiano: el traspatio, donde los religiosos se hicieron presentes no sólo por la conversión ideológica, sino en la preparación para una nueva etapa de vida.
Las alianzas con grupos indígenas generó un ambiente idóneo, entre ellos la comunidad tlaxcalteca se vio favorecida en múltiples aspectos, porque se le consideró amiga de la española, lo que influyó rápidamente en su mestizaje alimenticio y tecnológico. Reflejo de esto se observó en que el monasterio franciscano (figura 1) tenía mayor población que ningún otro, y en correspondencia su huerta fue considerada una de las más hermosas de su tiempo según la descripción de Alonso de Nava, alcalde Mayor de Tlaxcala entre 1580 y 1583 (Cfr. Pérez, 2013: 69):
[…] tienen luego (a la misma parte del norte) los religiosos una huerta cercada muy grande y espaciosa, plantada de muchas arboledas de frutales de España, como son nogales y algunos castaños, duraznales y perales, membrilares y manzanas y olivares, y otras muchas diversidades de plantas, ansí [sic] como rosales y lirios y azucenas, todas estas cosas traídas por curiosidad de Castilla, porque en esta tierra se carecía de ellas. De esta manera toda la huerta va compuesta y repartida por orden y concierto por calles y paseadores de mucha recreación, que toda ella es un vergel singular […] un rincón y ángulo _ itra [sic], está una fuente de agua muy hermosa, clara, apacible, de donde se riega toda la huerta […]

Las plantas arquitectónicas de los monasterios, conventos y claustros de la época novohispana eran irregulares pues se construían conforme a las posibilidades que ofrecía el entorno y las necesidades que iban surgiendo con el tiempo (González, 2007); sin embargo, se contó con un prototipo relacionado con el modelo medieval que constó de tres componentes básicos y de uso común: el templo, el claustro y la huerta, siendo ésta última uno de los elementos más importantes, su fundamento moral e ideológico recayó en la autosuficiencia, por ende de las huertas dependió el sustento de la orden, se obtenía una gran diversidad de productos para el consumo. [ii] Además de que la venta de los excedentes de su trabajo permitió realizar obras de evangelización mediante la construcción de otros espacios.
En las huertas – traspatio religiosas se impulsó la experimentación para la producción de especies hibridas de legumbres, verduras, plantas comestibles y medicinales que se emplearían como parte de los hogares de la población novohispana general. Incluso, se dice que las plantas medicinales se sembraban cercanas a las habitaciones, y sólo podía manejarlas el hermano enfermero o boticario (Pérez, 2013), lo que exalta la importancia y especialización de esta práctica y sus cultivos (Figura 2).

Un aspecto relevante en el desarrollo de las huertas de traspatio que promovieron los religiosos fue que en ellas se plasmó la herencia hispana sobre el conocimiento de los sistemas de irrigación, pero con el tiempo también se adaptaron estrategias aprendidas de los indígenas, dejando ver en estos espacios un mestizaje tecnológico con arados, azada, rotación de cultivos, abono animal (Pérez, 2013). La especialización en el manejo de agua se registró en la presencia de: acequias, canales o agua encañada (caños), fuentes, cursos naturales o riego a brazo (cisternas para la recolección de lluvia), aunque también existieron las huertas de temporal (González, 2007: 67), aunado a esto se practicó la mezcla y perfeccionamiento de semillas autóctonas y extranjeras que permitió la eficiencia productiva durante todo el año.
Con la evangelización se impulsó la diversidad de productos en las huertas: aunque estos espacios ya existían durante la época prehispánica, la riqueza alimenticia derivada del trabajo de los traspatios se amplió, se incluían no sólo cultivos, sino animales y derivados, además para complementar a la eficacia productiva se fomentó el procesamiento de frutas en conservas, licores y dulces (AGN, 1688: 1; Pérez, 2013).
La región norteña o septentrional de Mesoamérica no fue un área deshabitada y desaprovechada, durante la época prehispánica en esta región circulaban y habitaban grupos que se favorecieron de los recursos del entorno, garantizando su sobrevivencia y permanencia. Al llegar los españoles a las “Indias Occidentales” buscaron explorar y registrar las características del territorio, las primeras incursiones españolas en el norte, se dieron entre 1524 y 1526 a cargo de Francisco Cortés y Nuño de Guzmán (Realpozo, 2005: 3; López, 2008, 117).
El asentamiento de la ciudad de Zacatecas corresponde a la etapa de exploración y conquista del norte de la Nueva España, por la variedad etnocultural que se dio en la conformación novohispana de Zacatecas, en el espacio se manifestaron múltiples estrategias derivadas del proceso de adaptación y apropiación de cada grupo, influenciado de su herencia cultural.
Para la formación de nuevos asentamientos se buscó que la tierra para poblar fuera fértil para sembrar, accediera al agua para el consumo y la irrigación de los cultivos, así como que cada vecino[iii] tuviera una casa, cada solar para vivienda variaba de 50 a 100 pies de ancho por 100 a 200 de largo y debía acompañarse de 2 o 10 huebras[iv] de tierra para huerta y 8 o 40 para otros árboles (dependiendo a quien se le otorgara) (Ceballos, 2007). Cabe destacar que el asentamiento de Zacatecas pudo presentar algunas excepciones, pues su fin principal fue la explotación de metales; no obstante, estas disposiciones permiten ver la relevancia que tenían las unidades de autoabasto dentro de la formación del nuevo territorio.
En relación a lo anterior, y con el fin de caracterizar la conformación del asentamiento zacatecano, en lo productivo y funcional se distinguen tres sectores básicos: pueblos de indios, grupos mendicantes e iberos /criollos, lo que permite representar los espacios circundantes en los que se desenvolvieron y convivieron entre sí.
Generalmente, los barrios de indios se ubicaron cerca de las minas y los monasterios, pues se enfocaron mayormente a realizar las actividades relacionadas con la minería y el servicio de los asentamientos. Por lo que no es de extrañar que, las unidades de producción agrícola y hortícola estuvieran colindantes a las minas y a los afluentes, de esta manera se beneficiaban ambas actividades. Específicamente, los grupos tlaxcaltecas contribuyeron en la consolidación de las ciudades, sirviendo de modelo de vida cristiana, además implantaron técnicas de cultivo e irrigación, así como la edificación de graneros y casas, incluso garantizaron la protección de los caminos y ciudades (Cisneros, 1998; Magaña, 1998; Velasco, 2009).
Los primeros indígenas en asentarse en la ciudad de Zacatecas fueron los mexicas, no es de extrañar que el primer barrio se denominara Mexicapán, ubicado al norte de la ciudad en las laderas cercanas a las minas de San Bernabé,[v] el arroyo principal y el convento franciscano (Velasco, 2009). Posteriormente, al oeste se asentó el barrio de Tlacuitlapán con tlaxcaltecas, en la frontera meridional los de Tonalá – Chepinque y El Niño, y el último es el de San José al sudeste (Lemoine, 1964; Velasco, 2009). Cabe destacar que la ubicación de los barrios indígenas se hizo en tierras periféricas en torno al centro de población española (Alfaro, 2011).
El asentamiento de Zacatecas se fortaleció en la presencia de indígenas y religiosos, éstos últimos contribuyeron a establecer las bases del proceso de urbanización, se relacionaron con unidades fundamentales como los templos, los hospitales y los pueblos de indios, además los monasterios y conventos se consideraron espacios para la enseñanza que contribuyeron a la consolidación de aspectos culturales que caracterizaron a las sociedades de forma integral (Arvizu, 1993: 69).
Para el siglo XVIII, se refiere la presencia de cinco conventos: San Francisco (1560),[vi] Santo Domingo (entre 1608 y 1609), San Agustín (1575), San Juan de Dios y el Jesuita (Jean – Pierre, 2008: 69 – 71; Lafora, 1939: 50 – 51). Cada uno a cargo del adoctrinamiento y cuidado de alguno de los barrios de indios.
Los franciscanos contaban con iglesia y convento al norte de la cañada, a la margen derecha del arroyo (Alfaro, 2011; Bakewell, 1997: 70), su área de intervención comprendió medio cuarto de legua en torno al convento de la orden (Lemoine, 1964: 260; Magaña, 1998), aunque también poseyeron otro espacio religioso de gran relevancia, el Colegio Apostólico de Propaganda Fide de Nuestra Señora de Guadalupe, ubicado en la Villa de Guadalupe con todo a las afueras de la ciudad (Alfaro, 2011), cada uno con sus respectivas áreas de huertas. Los agustinos también arribaron tempranamente a la ciudad, entre 1575 y 1576, se les concedió un terreno adjunto al cabildo y al costado poniente de la plaza pública, donde construyeron una iglesia y un convento (Bakewell, 1994; Ribera, 1992).
A los franciscanos se les adjudicó la enseñanza en las labores y oficios, mientras que las demás órdenes cubrían aspectos orientados al desarrollo y construcción social (Ribera, 1992). De tal manera que, la disposición de conventos dentro del espacio urbano y la periferia de la ciudad fue
una estrategia de adoctrinación, pero también de poblamiento y aprovechamiento, que contribuyó a la estabilidad y desarrollo de la ciudad de Zacatecas, generando una especie de muralla espiritual (Figura 3) (Bezanilla, 1903: 45). Debe destacarse que todas las órdenes poseían casas y huertas que se ubicaban tanto en los distintos barrios como a las afueras de la ciudad, con ellas se beneficiaban económicamente e incluso a partir de estos espacios debieron fomentar el cultivo, consumo[vii] y experimentación de algunos productos.

Los aposentos de las órdenes comúnmente constaron de iglesia y convento, asociados tanto a dependencias administrativas como a productivas (corrales y huertas), cabe destacar que podían incrementar su patrimonio por donaciones y herencias e incluso comprar o arrendar tierras para contribuir a su sustento y emprender obras de evangelización y progreso (Bakewell, 1994: 73; Cardoso, 2011: 59).
En relación a los espacios productivos asociados a las órdenes religiosas, su importancia recayó en la amplia variedad de cultivos que se trabajaban, además del valor monetario y alimenticio que tuvieron por especie, representaban ingresos por la venta de frutas, conservas y licores.[ix]
Además de la amplia variedad de cultivos, otro de los aportes de las órdenes mendicantes es en la construcción de los espacios a partir de la incorporación de infraestructura que apoyó la óptima producción, desde los canales (frecuentemente hechos de cantería), norias de adobe o cantera con sus respectivas pilas (Recendez, 2010).
Las huertas monásticas eran altamente eficientes y productivos, en el caso de Zacatecas una sexta parte del abasto de trigo y una cuarta de maíz provenía de estos lugares. En lo que respecta a lo
ideológico impulsaron el aprovechamiento de recursos, tal como se percibe en las viviendas de los indios con la amplia gama de productos que se trabajaban en los traspatios (animales y vegetales), la incorporación de infraestructura y la optimización de excedentes en la preparación de conservas y licores.
En el ámbito religioso, las huertas–jardín comúnmente hicieron el papel de espacios de experimentación y observación tanto de plantas como de técnicas de cultivo, se consideró una estrategia de acercamiento a las poblaciones autóctonas, además como parte de la evangelización, algunas órdenes religiosas impartieron conocimientos sobre nuevas especies, muchas de ellas frutales, y estrategias de irrigación (Ricard, 1986).
Tanto en la construcción de la ciudad como en la permanencia actual de huertas funcionales, se puede observar que fueron los sectores de la población más cercanos a las iglesias en los que se impulsó la mayor concentración de huertas-traspatio, muchos de las cuales eran parte de las haciendas de beneficio de metales; sin embargo, los indígenas adaptaron sus espacios para poder producir durante todo el año recursos básicos para la subsistencia, lo que caracterizó patrones de disposición espacial (viviendas en torno a los arroyos) y la transformación de patrones alimenticios (incorporación de licores de frutas y conservas).
Santa para la convivencia, que permitían acceder a la fruta cultivada y a los licores que ahí se producen como el pulque, entrevistas realizadas a las Familias Espinoza, Madero, Castrellón, Mayo 23 de 2013.


