Artículos
Recepción: 23 Enero 2016
Aprobación: 12 Octubre 2017
Resumen: La transformación observada en las ciudades puede ser comprendida y explicada a partir de variables que van de lo cultural, lo social y lo educativo hasta las tecnologías de la información y la comunicación (TIC). En este contexto, la investigación Mapas y expresiones de la diversidad en Veracruz y su zona conurbada, exploró las prácticas y hábitos culturales que definen los nuevos usos del espacio urbano en la una conurbación veracruzana. El artículo aquí presentado se enfoca en la apropiación y uso que, de ciertos espacios urbanos, realizan algunos grupos sociales que habitan en la conurbación Veracruz, Boca del Río y Medellín.
Palabras clave: ciudad, espacio urbano, ofertas culturales, consumo cultural, multicultural.
Abstract: The transformation observed within cities, can be understood or explained through the examination of cultural, social, educational as well as information and communication technologies (ICT). In that context, as a part of the results from the research: Mapas y expresiones de la diversidad en Veracruz y su zona conurbada [Maps and expressions of the diversity in Veracruz and its conurbation], this article analyzes cultural practices and habits that, according to the findings obtained, define new uses of the urban space in the conurbation of Veracruz. The article presented here focuses on the appropriation and use of certain urban spaces by some social groups that live in the conurbation Veracruz, Boca del Río and Medellín.
Keywords: city, urban space, cultural events, cultural consumption, multicultural.
Introducción
Las sociedades actuales pueden caracterizarse por el papel que en la determinación de los estilos de vida tienen las ciudades, sentando las bases o al modelar aquellas fórmulas que constituyen lo social, lo cultural, lo político, lo económico o lo educativo; marcas en los proyectos de modernidad propios de una racionalidad occidental que se gesta y narra desde el centro del sistema mundo. Así, cuando se habla de modernidades diferenciadas entre las naciones del centro y de la periferia, los contextos urbanos suelen ser un punto de inflexión para demostrar los alcances de un proyecto de desarrollo que distinga a los países y sus sociedades.
En esta perspectiva, el paisaje urbano en las sociedades modernas se configura a partir de variables o elementos que impactan en el diseño de su imagen: infraestructura, servicios, ofertas culturales, lo mismo que a partir de la apropiación que de los espacios realizan sus habitantes: un consumo cultural que se vincula a las experiencias de entretenimiento, ocio y disfrute del tiempo libre. De esta forma, las metrópolis o ciudades medianas, tienen una configuración de urbanidad que se alimenta de cómo se planean, cómo se desarrollan, cómo se administran, tanto como de las maneras en que prácticas y hábitos ciudadanos recrean una vida cotidiana que deviene relatos y estilos de vida urbanos que se observan en cualquier urbe; experiencias individualizadas o colectivas entreveradas por lo que las ciudades ofrecen como posibilidad a quienes en ella habitan.
En un contexto como este, es posible decir que son las ciudades y las posibilidades que ofrecen las que definen los modelos de vida y que, al ser representaciones de diversas modernidades, corresponde a sus habitantes definir los signos y las marcas que distinguen su condición citadina. Tan definitorio es esto que, en la invención de la vida cotidiana, la ciudad se constituye y es recreada en las prácticas que desarrollan sus habitantes: en la cultura urbana que define estilos de vida, en las maneras de vivir y de habitar la ciudad, como las estrategias o dispositivos para distinguirse de otros contextos, como los rurales. Es decir, un espacio social capaz de distinguir “a pobres de ricos, a rurales de urbanos, a inmigrantes de nativos a céntricos de periféricos, etcétera; [pues es en él donde hay cabida a distintas formas de narrar o pensar la imagen urbana según el grupo social de referencia] estéticas [que] proporcionan las marcas diferenciadoras y distintivas, a la vez que delinean y colocan en diferentes escaños jerárquicos a los diversos grupos de la estructura social” (Gonzáles, 2009, p. 55). En todo caso, la ciudad y sus propiedades, representan imbricaciones que hacen de la cultura urbana una experiencia comunicativa que ha adquirido especial relevancia: “Como campo teórico centrado alrededor de un conjunto específico de prácticas sociales, de mentalidades, de estilos de vida que se forjan y se comunican en la ciudad” (Pose Porto, 2006, p. 108).
En palabras de Rossana Reguillo (2015), se pensaría en una ciudad no solo como espacio en el que ocurren cosas, sino especialmente como ese lugar en donde un sujeto social venido a actor de la comunicación, es reconocido en su proceso de constitución histórica, es decir, “situado, capaz de intervenir en su realidad [lo que conlleva a dimensionar la importancia de su] “ubicación espacial y social del actor como mediaciones fundamentales para comprender los procesos socioculturales de la comunicación” (Reguillo, 2015, p. 21).
A partir de estos planteamientos y siguiendo lo que Martha Rizo señala sobre la importancia de trabajos de campo donde la observación de los espacios urbanos concretos (entiéndase plazas públicas, antros, calles o comercios), permitan la implementación de estrategias metodológicas para explorar “los intercambios comunicativos, las interacciones, entre ciudadanos” (Rizo García, 2005, p. 100); razón por la cual se llevó a cabo un trabajo que favoreciera el acercamiento a una zona conurbada para observar su transformación, pero sobre todo la experiencia de la diversidad que tienen sus habitantes.
Para especificar, se diría que el desarrollo urbano, la infraestructura, los servicios, las ofertas, los consumos culturales como las prácticas y los hábitos sociales son variables desde los cuáles se ha pensado la conurbación integrada por las ciudades de Veracruz, Boca del Río y Medellín. Por lo anterior, algunas de las razones que condujeron a la investigación Mapas y expresiones de la diversidad en Veracruz y su zona conurbada,1 y cuya pregunta principal de investigación fue saber si la reconfiguración urbana observada en los últimos años en la ciudad de Veracruz y su área conurbada, ofrecen una nueva cartografía para comprender lo multi e intercultural a partir de variables como la oferta, el consumo cultural y las prácticas sociales.
Se presentan algunos hallazgos que permitan reconocer algunas prácticas y hábitos que han generado experiencias de apropiación en algunos espacios urbanos, lo que ha contribuido a la reinvención o resignificación de las ciudades que conforman esta zona conurbada.
Diseño metodológico
En virtud del poco trabajo que en Veracruz se ha realizado al respecto del objeto de interés aquí planteado, se decidió por un estudio exploratorio que permitiera incrementar el conocimiento sobre un fenómeno relacionado con la vida cotidiana y el presente de la conurbación. Siguiendo a Namakforoosh (2014), este tipo de estudio permite “recopilar información acerca de un problema que luego se dedica a un estudio especializado particular [...] apropiado para cualquier problema del cual se sabe poco y puede ser un antecedente para un estudio profundo” (Namakforoosh, 2014, p. 90).
A partir del diseño exploratorio, se decidió por un abordaje mixto, con énfasis en lo cuantitativo para que el método cualitativo fuera un complemento. El trabajo se dividió en dos etapas: una exploratoria, a partir de tres unidades observables: lugares, sujetos y espacios sociales; mientras que, para su etapa selectiva, las unidades de observación fueron los espacios, los tiempos y los objetos culturales. Los espacios de observación: a) plazas comerciales y centros comerciales exprés; b) espacios públicos abiertos: parques, jardines, paseos, unidades deportivas, playas; y, c) espacios cerrados: cafés, restaurantes, bares, antros.
En su dimensión cuantitativa, el diseño de la muestra fue no probabilístico, esto es, no todos los habitantes estuvieron en condiciones para participar de este trabajo, siendo que el perfil de quienes lo hicieron, fue a partir del juicio de expertos. Es decir, quedó en quien coordinó la investigación y sus colaboradores determinar una serie de criterios de inclusión, en el entendido que el también conocido como muestreo intencional, se caracteriza porque “los elementos son escogidos con base en criterios o juicios preestablecidos por el investigador” (Arias, 2012, p. 85). Al respecto es oportuno señalar que, entre las razones para determinar una muestra no probabilísticas, están las condiciones para llevar a cabo la pesquisa, pues el tiempo como los recursos de los que se dispuso, solo permitían un ejercicio exploratorio, sin dejar de mencionar la posibilidad que igual daban los objetivos planteados para esta investigación (Arias, 2012).
Por otra parte, se encontró en el método cualitativo la forma de hacer viable esas actividades, al reconocerse que su “principal fortaleza [es la] flexibilidad y capacidad de adentramiento en el análisis de procesos sociales no susceptibles de ser abordados mediante la aplicación de encuestas y cuestionarios” (Izcara Palacios, 2014, p. 14), lo que permitió analizar procesos de apropiación de las ofertas culturales, así como las prácticas de consumo de los sujetos investigados, con el objetivo de comprender la forma en que la diversidad cultural se vive y expresa en la conurbación a partir de tales procesos.
Al ser esta investigación exploratoria y no probabilística, se procedió a definir el tamaño de la muestra considerando un margen de error razonable, sin perder de vista que -de acuerdo a Briones-, para este tipo de diseños “no es posible calcular el error de muestreo de los valores encontrados en la muestra ni aplicar técnicas de la estadística inferencial” (Briones, 2002, p. 61). No obstante, con la prudencia metodológica del caso, se puede señalar que el grado de homogeneidad del universo partió de las características que definieron a los sujetos del estudio; lo mismo puede decirse de la permisividad aceptada para este tipo de diseño, donde es necesario señalar la exhaustividad propia de una investigación científica experimental contrasta con el ejercicio exploratorio que ahora se presenta.
En total se aplicaron 360 instrumentos,2 distribuidos por rangos de edad en los sujetos participantes: 15-18 años (53 encuestados); 19-24 años (76 encuestados); 25-34 años (78 encuestados); 35-44 años (61 encuestados); 45-54 años (encuestados); 55 años o más (47 encuestados). La distribución por sexo fue 190 hombres y 170 mujeres. En la tabla siguiente se muestra información relacionada con escolaridad y ocupación de quienes participaron en este estudio.

Finalmente, la distribución por municipios quedó de la siguiente manera: Veracruz: 224 instrumentos; Boca del Río: 98 instrumentos; y, Medellín: 38 instrumentos.3 Para el diseño de la encuesta, se definieron cuatro dimensiones: i) ofertas; ii) consumos culturales,; iii) prácticas y expresiones culturales; y, iv) diversidad cultural, mismas que definieron la estructura de un cuestionario de 22 ítems.
En el contexto de este artículo se presentan algunos de los hallazgos relacionados con una de las categorías que se trabajó en la investigación: Prácticas y expresiones culturales. A partir de ella se enfatiza en aspectos que se consideran emergentes o novedosos por la manera en que revelan procesos de apropiación y resignificación de espacios urbanos a partir de la visibilidad o la incorporación de artefactos culturales que han modificado las dinámicas de interacción que se vienen observando en los espacios por donde pasa a diario la vida de los lugareños de las ciudades que hacen conurbación en esta zona estudiada.
Dimensión teórica4
Lo histórico referencial de la zona conurbada
Enclavada frente a las costas del Golfo de México, la ciudad de Veracruz y su zona conurbada ha observado una transformación en los últimos 20 años, particularmente puede establecerse la década de los 80 y el trazo del bulevar Manuel Ávila Camacho como una importante vía que favoreció la unión entre el puerto jarocho y el municipio boqueño. Con el entonces conocido como “Supe bulevar” además de favorecerse el desdibujamiento de las fronteras más bien imaginarias entre ambos municipios, contribuyó a reinventar un paisaje urbano desde el que se articulaban las doxas características de los grupos sociales que habitan en estas ciudades. Aquella modernidad citadina vino acompañada del desarrollo de una infraestructura turística y comercial que estableció las condiciones para la configuración de una zona que en poco tiempo pasó a ser la de mayor plusvalía en la conurbación. Hacia la zona norte del puerto veracruzano, el desbordamiento original de los límites habitados, trajo consigo la aparición de nuevos asentamientos habitacionales de interés social que demandaron la aparición de ofertas y servicios hacia aquella zona de la ciudad.
Si hacia la zona limítrofe de Veracruz y Boca del Río lo turístico y comercial encontró en la edificación de plazas comerciales o los complejos habitacionales el esbozo de una vida con ciertos aires cosmopolitas, ha sido al amparo de esta modernidad que las élites urbanas y la clase media se han revelado con los grupos sociales que se acomodaron con mayor celeridad y facilidad a esta una nueva experiencia urbana centrada en el consumo. Mientras tanto, las clases populares y excluidas de este proyecto modernizador conurbado hallaron en las periferias de la conurbación lugares para asentarse y ver desde la distancia un tejido urbano que iba articulando ofertas, servicios, infraestructuras para dibujar una realidad rica en sus matices culturales pero asimétricas en el acceso y la distribución de bienes.
Ha sido en los últimos años, cuando el poniente de la conurbación pasó a sumarse a este ensanchamiento modernizante. Como la segunda década de este siglo, el “Nuevo Veracruz”, se suma al proyecto de desarrollo urbano. Corresponde al grupo Carso una apuesta suburbial, periférica, que favorece un desarrollo residencial de interés medio alto, la edificación de una unidad de servicios médicos especializados y la construcción del centro comercial Plaza Nuevo Veracruz, complejos arquitectónicas que conforman un entramado que igual viene a diversificar la oferta: completo cinematográfico con salas de Lux, restaurantes, tiendas departamentales y de marca, además de un auditorio al aire libre que presenta regularmente espectáculos artísticos y culturales, todo ello en un complejo arquitectónico que adaptó al entorno una vieja fábrica, que hoy es un espacio para el consumo, el entretenimiento, la recreación y para el ocio.
Es oportuno apuntar que, en la Gaceta Oficial del 14 de noviembre del 2007, el gobierno del Estado de Veracruz de Ignacio de la Llave, mediante un decreto oficial declara como zona conurbada a “la comprendida por los municipios de Veracruz, Boca del Río, Medellín, Alvarado, La Antigua, Puente Nacional, Úrsulo Galván, Paso de Ovejas, Cotaxtla, Jamapa, Manlio Fabio Altamirano, Soledad de Doblado y Tlalixcoyan” (Gaceta Oficial, 2007, p. 1). En este contexto, la investigación que se ha realizado, teórica y metodológicamente tomó en consideración a tres municipios: Veracruz, Boca del Río y Medellín, por considerarse los de mayor desarrollo urbano y poblacional: Veracruz, 552, 156 (M. 261,537, H. 290,619); Boca del Río, 138.058 (M. 73,402, H. 64,656); y, Medellín 56, 126 (M. 30,695, H. 28,431), para un total en la conurbación de 746 mil 340 habitantes (INEGI, 2010); así como las que mayor desarrollo urbano (infraestructura, diversificación de servicios, equipamiento, ofertas culturales) presentan.
La configuración de esta zona se caracteriza por el tipo de desarrollo en su infraestructura y el impulso a los servicios públicos en cada uno de los municipios que la componen, particularmente en sus cabeceras municipales. Mientras el llamado puerto jarocho tiene como corazón el movimiento portuario, lo comercial y los servicios terciarios han venido incrementándose, lo mismo que el desarrollo inmobiliario, particularmente con la ampliación de la oferta habitacional de interés social y medio, que ha llevado a un desbordamiento para favorecer un trazo periférico en el norte de la ciudad, algo que puede observarse cuando se toma la autopista que lleva a la capital Xalapa: lo que antes era “el afuera de la ciudad”, ahora ha ido extendiendo un brazo urbano que transforma el paisaje. Centros comerciales, tiendas de autoservicio, de conveniencia, complejos cinematográficos son también elementos que se han sumado a esta nueva imagen citadina, donde el norte y el poniente de la ciudad, se unen gracias a un corredor vial que intercomunica zonas que antes se veían lejanas; lo que facilita el tránsito entre zonas suburbiales que, sin duda, contribuyen a redefinir los usos del espacio tiempo que se suma a un estilo de vida emergente o novedoso.
En el municipio de Boca del Río, a partir de finales de la década de los 80, ha venido mostrando un crecimiento significativo que se reconoce en la infraestructura para servicios turístico y comerciales, consolidándose como una posición ventajosa al contar con las mejores plazas comerciales, los mejores complejos cinematográficos, los mejores restaurantes; sin dejar de señalar los mejores públicos consumidores y con mayor poder adquisitivo, quienes viven y circulan por sus lugares o espacios, así como las mejores apuestas para el negocio inmobiliario y hotelero. Desde la apertura del bulevar Manuel Ávila Camacho y su extensión Miguel Alemán, dio inicio a una trama urbana que con los años favorecería la invención de una cotidianidad con aires cosmopolitas, especialmente para una clase privilegiada que ha encontrado las condiciones urbanas para hacerse visibles en una puesta en escena que los distingue del resto de la sociedad. Si Boca del Río no tiene mucha historia, comparada con la 4 veces heroica ciudad de Veracruz, sí tiene presente: primero se respiró con el centro comercial Plaza Mocambo, se confirmó con Plaza Las Américas, para capitalizarse en su distinción con la apertura de Plaza El Dorado y la última de ellos: el centro comercial Andamar “Lifestyle Center”; complejos arquitectónicos donde la hiperrealidad se construye al amparo de lo aspiracional, el deseo y las expectativas de los públicos que han venido apropiándose de estos espacios como representación de nuevos estilos de vida; complejos multifuncionales donde sus diseños, sus ofertas o los servicios que ofrecen tienen “como finalidad la creación de un objeto o paisaje artificial que nos sitúa en un mundo fantástico que consideramos totalmente real” (López Levi, 1999, p. 43). Finalmente, lugares para el consumo, por ende espacios para la “manipulación de la percepción del individuo, del manejo de sus deseos y de la construcción de personalidades modelos”. (López Levi, 1999, p. 33)
Para el caso de Medellín es importante referirlo como un municipio que, ubicado en la zona sur suroeste de la ciudad de Veracruz, se caracteriza por ser un centro neurálgico en el desarrollo habitacional de una clase media que -prácticamente- solo llega a dormir, pues su vida diaria transcurre en un trabajo que puede encontrarse en Boca del Río o Veracruz, incluso fuera de ellos. Sus unidades habitacionales se incrementaron significativamente, sin embargo, después del paso del huracán Karl, en 2010, y los estragos que causó, parecería que tanto la oferta como el consumo se detuvieron. De cualquier forma, es oportuno señalar que en esta zona de la conurbación investigada, se ha observado el desarrollo residencial en los márgenes del Río Jamapa, donde además se han abierto complejos deportivos y recreativos que han pasado a ser una referencia para quienes en lugar de ir a las playas de Veracruz o Boca del Río, prefieren navegar por las aguas dulces de un afluente flanqueado por residencias, incluido pasarse los fines de semana en los balnearios que en los últimos años han aparecido. Y no hay que dejar de mencionar la práctica del Gotcha para quienes se deciden por un toque de emoción fuerte.
Ciudad, vida cotidiana, territorio y consumo cultural
La configuración de la ciudad de Veracruz y su zona conurbada se ha modificado, dando lugar a expresiones y formas distintas de habitar, recorrer, disfrutar y porque no, sufrir la ciudad. Los lugares del centro histórico que se pensaban anteriormente como núcleo neurálgico en la vida cultural o social, ha sido desplazado por ofertas emergentes que resultan más atractivas para los habitantes jóvenes de la ciudad: bares, antros, cafés, restaurantes, complejos cinematográficos o grandes centros comerciales dotados con todo tipo servicios. Lo que para algunos sectores de la conurbación veracruzana ha representado la ocasión para reinventar los espacios por donde transcurre su vida cotidiana, algo que ha provocado el abandono de ciertos lugares que anteriormente eran imprescindibles para vivir la experiencia social citadina, como son el Paseo del Malecón, el Centro histórico o las playas tradicionales, como Villa del Mar, tan atractivas para los visitantes como para una parte de sectores particularmente populares que suelen acudir a estos lugares.
En Boca del Río, tras la remodelación del centro histórico como del bulevar y su malecón, se reconoce la forma en que un sector de los habitantes boqueños se ha apropiado de espacios abiertos para incorporarlos a su vida cotidiana a partir de los usos recreativos, de esparcimiento y ocio que en ellos realizan a diario, confirmando a través de sus prácticas lo que plantea Lynch (2004), al señalar que las ciudades no son construidas para alguien en particular, “sino para un gran número de personas de extracción, temperamento, ocupación y posición social sumamente diferentes”; algo que sin duda puede reconocerse en esta ciudad, así como aquellos atributos que la diferencian por las formas en que cada sujeto contribuye a definir lo heterogéneo en las ciudades. El autor referido diría: son variaciones “de fondo en la forma en que las diferentes personas organizan su ciudad, en cuanto a los elementos de los que dependen más o en cuanto a las cualidades formales que les resultan más atrayentes” (Lynch, 2004, p. 137). Vista así, la ciudad no solo es ese territorio socio-espacial diferenciado, sino también un espacio de experimentación vital en donde la libertad y la creatividad contribuyen a su definición; lo que se relaciona con el planteamiento de José Luis Lezama (1993) cuando habla de esa “estrecha conexión entre espacio, instituciones y conductas sociales”, expresadas en la constitución de un ser humano distinto quien coincide en un territorio particular, caracterizado por la “diversidad social y un ritmo mayor en los sistemas de intercambio materiales y simbólicos (Lezama, 1993, p. 112).
Al amparo de estos cambios, la vida cotidiana, esa donde se juega “la socialidad de la alteridad” (Lindon Villoria, 2000, p. 9) ha venido observando una modificación, aun -como dijera Rossana Reguillo- en medio de su única certeza: la repetición, sin dejar de señalar como atributo de lo cotidiano que “es ante todo el tejido de tiempos y espacios que organizan para los practicantes los innumerables rituales que garantizan la existencia del orden construido” (Reguillo, 2000, p. 77). Dicho lo anterior, sostiene que “lo cotidiano se constituye por aquellas prácticas, lógicas, espacios y temporalidades que garantizan la reproducción social por la vía de la reiteración” (Reguillo, 2000, p. 78). Y, efectivamente, en las ciudades analizadas que conforman la conurbación, la trama cotidiana se configura por prácticas y hábitos que entre lo ritual y emergente, han venido a constituirse en un referente para dimensionar la transformación o reinvención que sus habitantes generan ante el incremento y la diversificación de lo que estos espacios urbanos ofrecen.
En esa tesitura, se puede observar la manera en que los espacios deportivos, parques públicos, andadores, áreas verdes e incluso calles, son utilizados para lo que fueron planeados, pero también en una forma distinta. La remodelación o recuperación de estos espacios públicos, así como de los centro y unidades deportivas, ha contribuido a diversificar ofertas en la conurbación, lo que ha permitido a sus habitantes diversificar o resignificar sus experiencias urbanas, a partir del aprovisionamiento de aquello que la ciudad les ofrece.
De esta forma, el consumo cultural en estas ciudades pasa a ser una característica no solo en las prácticas y hábitos ciudadanos, sino en la constitución de un estilo de vida, una suerte de acento que se distingue por una relación intrínseca entre la sociedad del consumo y la vida urbana en un escenario global capitalista: economía y cultura, lo simbólico y lo material son elementos estructurantes de una geografía del consumo. Jorge Luis Zapata Salcedo (2011) -recuperando algunos planteamientos de Juliana Mansvelt (2008)- señala que puede entenderse por el lugar que en la configuración de este entramado tienen la espacialidad, la socialidad y la subjetividad, destacándose la espacialidad del consumo como aquella que “está dada inicialmente por un espacio producto de las prácticas de consumo que marcan y distinguen socialmente, es el lugar por las posibilidades históricas de acción sobre la mercantilización y el uso del espacio de consumo” (Zapata Salcedo, 2011, p. 169). A partir de ello, los sujetos se convierten en consumidores de lugares y espacios, incluidos los bienes y servicios que la ciudad ofrece. Es tras este proceso que se “constituyen sentidos y expresiones del lugar a diferentes escalas, relacionando íntimamente el espacio y la sociedad” (Zapata Salcedo, 2011, p. 69).
Con lo anterior se puede asegurar que en la ciudad existe un proceso de apropiación de espacios, de lugares, de sitios que devienen en territorios, en el entendido que un territorio se puede comprender en su materialidad o su inmaterialidad. Es decir, del espacio físico al propiamente social “a partir de las relaciones, por medio del pensamiento, los conceptos, las teorías y las ideologías”, siendo que a partir de estas relaciones lo físico y lo social “son inseparables, porque el uno no existe sin el otro, están vinculados en la intencionalidad” (Mancano, 2011, p. 29). Por lo tanto, hay una intención formal que más tarde, deja de ser meramente geográfica para igual ser simbólica, manteniendo una relación simbiótica que permite un análisis sobre lo que es, se imagina, representa o se nombra en torno a este fragmento de la geografía veracruzana, en donde las ciudades se ven en función de sus usos, las representaciones y los imaginarios de quienes la habitan (González Ortiz, 2009). Es decir, se está ante un territorio en donde lo plural, lo diverso y lo desigual muestran atributos de una entramado denso, donde la cultura urbana es una referencia que favorece el análisis de lo que en la conurbación ocurre, donde si “el territorio es insumo de la cultura, entonces la vida cotidiana de la metrópoli se nutre de las representaciones que del espacio se hacen los sujetos sociales” (González, 2009, p. 43). Con esto se diría que la cultura urbana y lo que ella, y desde ella, se determina incide en los códigos, las marcas, los signos desde dónde se articulan las narrativas que definen los paisajes urbanos contemporáneos. Y allí la ciudad es un espacio ecológico; dialógico en su componente estructural; un entorno comunicativo en donde la cultura, las ofertas y sus consumos, conforman una gramática para entender el valor que hoy tiene la experiencia urbana en la vida cotidiana de sus habitantes. ¿Pero qué relación puede tener el consumo cultural con el fenómeno comunicativo en un contexto urbano?
Si a finales de los 80 el grupo de investigadores de la Universidad de Colima encabezados por Jorge González y Jesús Galindo, tuvieron como empresa un estudio empírico sobre la Formación de las Culturales y sus Públicos en México (FOCyP), en el siglo XX (González, 1994) centrado en el consumo de los medios de comunicación, el teatro y otras expresiones artísticas o culturales, correspondería a Jesús Martín-Barbero con Procesos de comunicación y matrices de cultura. Itinerario para salir de una razón dualista (1988), sentar las bases para pensar la cultura desde un conjunto de referentes donde la comunicación juega un papel importante. Más tarde Néstor García Canclini, con El consumo cultural en México (1994), apuesta por una serie de lecturas teóricas alrededor del consumo cultural; y si bien es cierto -tal y como lo dijera en su oportunidad Reguillo-, a nivel de una discusión disciplinaria “no se problematizó teóricamente sobre ese concepto” (citada en Ortega Villa, 2016, p. 100), se dejó abierta una veta que en los 90, y hasta nuestros días, sigue siendo un punto de referencia para pensar la ciudad, sus habitantes y las experiencias de consumo que en ella se observan; prácticas y hábitos de consumo que devienen elementos gramaticales para comprender y confirmar a la ciudad como un espacio comunicacional, donde la socialidad, los procesos de interacción, son recursos estratégicos para poner en común maneras diferenciales de apropiarse y vivir la ciudad; pues hablar de experiencias de consumo supone también una forma inteligible para distinguir esa heterogeneidad cultural de quienes las habitan: asimetrías, diferencias o diversidades que les son propias a toda ciudad contemporánea. Con esto se tiene que, en el contexto de esta investigación, el consumo cultural ha sido entendido como el acto de apropiación de bienes y servicios que le permite a un ciudadano satisfacer ciertas necesidades relacionadas con variables que van de lo artístico a lo cultural, del entretenimiento al ocio; para lo cual se le exige una inversión de capital, sea económico, educativo o social.
Al tenor de la investigación de la que aquí se da cuenta en uno de sus ángulos, tenemos entonces una zona conurbada particularmente densa y compleja en sus elementos constituyentes. Sea en lo geográfico (las zonas que configuran esta trama urbana), en lo social (los grupos sociales y étnicos que definen su paisaje multicultural), o en lo económico y simbólico (de los capitales a la resignificación que hacen de ofertas y consumos), es un entramado urbano, por demás comunicativo: permite hacer inteligible esta gramática cultural a través de la imagen urbana, de los procesos de apropiación de sus espacios y por la interacción que suelen tener sus habitantes al interactuar en ciertos contextos.
Por ejemplo, si los centros comerciales devienen mojones urbanos como “puntos de referencia que se consideran exteriores al observador” (Lynch, 2004, p. 98), terminan por ser elementos que, por su singularidad, sirven de guía5 para orientar y ubicar a quienes viven o transitan por la ciudad. Pero también son espacios estratégicos en la circulación de bienes y servicios como para el desarrollo de prácticas socioculturales que terminan por ser expresiones de lo diverso y diferente. Es decir, son propiedades de un contexto urbano plural que también observa procesos de exclusión como reproducción de signos o formas de violencia simbólica, al asumir lo que la ciudad ofrece como un lugar de interpelación en donde todos son convocados, pero no siempre incluidos, y, por lo tanto, reconocidos. Gramática cultural que hace entendible lo que acontece en la ciudad, por las maneras en que se comunican estas tensiones.
En este contexto, hacemos nuestros los planteamientos de González Ortiz al hablar de los encuentros y desencuentros culturales de quienes viven en una zona como la estudiada, en tanto:
marcas, proyectos, resistencias, yuxtaposiciones, fusiones y cambios que aparentan poner a la cultura, o a las prácticas que se derivan de determinado sistema cultural, como elementos, propios del arsenal político que se muestra a cada instante para definir y redefinir el territorio y la pertinencia cultural de cada grupo involucrado (González Ortiz, 2009, p. 29).
Finalmente, si se quiere ver a la ciudad desde la comunicación, se requiere vincular “la relación entre cultura objetivada y cultura incorporada”, o sea reconocer el papel que tienen las “agencias, instituciones, discursos y prácticas objetivadas en las representaciones de los actores urbanos” (Reguillo, 2015, p. 25). Con lo que aquí se reporta y sobre lo que se reflexiona, se espera lograr un acercamiento matizado por el diálogo con otros conocimientos.
Prácticas y expresiones culturales
Antes de compartir algunos de los hallazgos, se juzga pertinente definir la forma en que las prácticas y expresiones culturales han sido entendidas -en tanto categorías de análisis- para esta investigación. Desde el latín tardío practicare y en su acepción griega praktiké, al hablarse de prácticas, se hace referencia a la realización de actividades que, de forma continua o regular, están caracterizadas por la forma en que se cumplen pautas o reglas para realizar actividades de manera rutinaria. Así, se puede hablar de prácticas religiosas, de prácticas sociales, de prácticas culturales, de prácticas deportivas, etc., para hacer referencia a ese conjunto de actos que dan pie a una acción, movimiento o manifestación que define cierto fenómeno que se reproduce en ciertos espacios sociales.
A partir de lo anterior, es posible señalar que una práctica cultural es el conjunto de actividades específicas que como persona se puede realizar dentro de un campo cultural, sea este artístico, académico, religioso, deportivo, escolar, entre otros, mismas “que están orientadas a la formación y/o a la recreación, [por lo que se] presupone que son espacios sociales que se van abriendo y consolidando históricamente (procesos de secularización cultural)” (Contreras Soto, 2008, párr. 6). En esa tesitura, se recupera la concepción que sobre prácticas culturales plantea la Secretaría de Cultura y Recreación del Deporte (SRCD) de Colombia, quien en su documento rector Lineamientos en el subcampo de las prácticas culturales (2014), asume una mirada institucional para decir que las prácticas culturales “se entienden como aquellas acciones que movilizan saberes, valores, imaginarios, hábitos y actitudes de carácter colectivo tanto en el espacio público como en el privado, que construyen comunidad, significado identitario y contenido simbólico compartido” (SRCD, 2014, p. 5). A partir de estas dos concepciones, lo analizado en esta investigación son el conjunto o racimos de actividades o acciones que comúnmente realizan los habitantes de la conurbación en espacios públicos o privados para su recreación, entretenimiento o diversión; mismos que representan saberes, valores y hábitos característicos de su comunidad y con una dimensión simbólica que contribuye a dar significado o sentido a sus identidades particulares y colectivas.
En tanto que para “expresión” (del latín expressio), se toma como recurso que va del pensamiento a los sentimientos o aquellos dispositivos que exteriorizan lo que se piensa o se siente en determinadas circunstancias. Específicamente en el contexto de esta investigación, se ha tomado como referencia el documento que emanara de la Convención para la protección y promoción de la Diversidad de las expresiones culturales (UNESCO, 2005), en el que se señala que las expresiones culturales son “expresiones resultantes de la creatividad de las personas, grupos y sociedades que poseen un contenido cultural” (UNESCO, 2005, p. 5) Es decir, como parte del equipamiento para hacer visible y significativa una práctica o hábito sociocultural, en el terreno expresivo, la creatividad es un recurso a través de la cual los diversos grupos humanos se muestran, así entonces de las prácticas culturales a sus expresiones, se encuentra una relación intrínseca que revela la forma en que cotidianamente la cultura de una sociedad, de un grupo o de una persona se muestra en sus múltiples acepciones. Por ello, en esta investigación y en particular en este artículo, se analizan las maneras en que los habitantes de la conurbación se entretienen, se divierten y viven el ocio a través de procesos de apropiación y reinvención de los espacios urbanos. Sean mujeres, jóvenes, homosexuales, adultos, etc., en fin, son consumidores que han sido pensados desde su condición de “actores constituidos por múltiples experiencias” (Requillo, 2015, p. 23), donde sus experiencias de consumo cultural y la apropiación de espacios urbanos bien pueden ser vistos desde la comunicación, tanto como objeto de interés como del proceso que favorece las formas de socialidad que están en el corazón de las experiencias que viven los sujetos de esta investigación. Parafraseando a la misma autora, en la ciudad la diferencia cultural que observan los habitantes, como las mismas identidades y la reconfiguración de ciertos espacios urbanos, hacen ver que la ciudad tiene un componente espacial pero, además, una especificidad para la socialidad donde lo cultural, económico, educativo o político pervive (Reguillo, 2015).
Dicho esto, a continuación se muestran algunos aspectos que caracterizan las prácticas y las expresiones culturales de quienes habitan en la conurbación veracruzana, desde las cuales es posible pensar y reflexionar sobre aspectos que distinguen la vida cotidiana desde lo plural y diverso.
Resultados
De las prácticas y hábitos en la conurbación
Con la publicación de la obra La presentación de la persona en la vida cotidiana(Goffman, 1987),6 su autor habló de la forma en que los sujetos hacen visible una cierta forma de presentarse ante los demás, una suerte de puesta en escena en donde la persona actúa dependiendo de variables como el contexto, la cultura, la sociedad, por lo tanto, la asunción de que los roles están ligados a los diversos escenarios por dónde a diario transita cualquier persona. Así, un contexto urbano es un escenario social en donde los habitantes cumplen roles de presentación o representación a partir de las diversas situaciones que a diario viven en sus procesos de interacción: acciones, dinámicas, prácticas y hábitos desde los cuales es posible reconocer las formas en que la ciudad se construye. Se imagina y se narra; se representa, se define; se vive y se habita. En la zona conurbada que definen las ciudades de Veracruz, Boca del Río y Medellín, ha sido a partir del crecimiento de su infraestructura, de su desarrollo urbano y del incremento en sus ofertas culturales urbanas, cuando se ha favorecido la emergencia de modos de vida, donde los usos y apropiaciones de la ciudad, permiten reconocer algunos de los rasgos que la diferencian, la distinguen o determinan. En esta zona, sus habitantes han ido descubriendo formas particulares de habitar la ciudad, de mostrarse para hacer visible su condición de habitantes en la conurbación, tanto como para representar diversos estilos de vida, propios de un contexto donde prevalecen las experiencias de consumo diversificado y diferenciado.
Tomando como referencia los hallazgos de la investigación realizada, se recuperan algunos datos procurando enfatizar la forma en que recrean su cotidianidad a partir de las ofertas que la conurbación favorece. Un primer acercamiento se centra en las opciones de entretenimiento que reconocen quienes participaron en esta investigación, en donde las industrias culturales y del entretenimiento contribuyen en el modelamiento o definición de las alternativas para vivir los tiempos residuales o de ocio que se tienen.

Es oportuno hacer mención que en la gráfica se distingue la cartelera cinematográfica de los espectáculos culturales, porque si bien es cierto suelen ubicarse bajo el mismo paraguas conceptual cuando se habla de “cultura”, también lo es que desde la mirada de los creadores artísticos y los productores o gestores culturales hay diferencias. En virtud de ello, en el contexto de esta investigación, hablar de oferta cinematográfica es hacer referencia a la cartelera que los complejos cinematográficos exhiben semanalmente; los espectáculos artísticos se relacionan con los conciertos masivos que organizan empresarios o las estaciones de radio, para la presentación de cantantes o agrupaciones musicales, mientras que los espectáculos culturales se circunscriben a presentaciones teatrales, incluidos los llamados micro teatros. La premisa en todos los casos, es la presencia de un público que asiste al evento que se les ofrece como alternativa para su diversión, entretenimiento o experiencia estética.
Dicho esto, en la gráfica, es posible mencionar que, en la perspectiva de las ofertas y consumos urbanos, los espectáculos culturales, eventos deportivos, espectáculos artísticos, la cartelera cinematográfica, incluida la oferta gastronómica, representan la ocasión para vivir experiencias de apropiación que devienen aprendizajes sociales y personales como resultado de esa relación sujeto-objeto de consumo-reproducción. Es decir, el incremento y la diversificación de las ofertas ha permitido que los públicos no sólo participen de ellos sino aprendan a disfrutar o gozar de una variedad de opciones que van trazando sobre el paisaje urbano ciertas expresiones culturales que devienen práctica reguladas por las dinámicas propias de los sujetos sociales.
Es razonable mencionar que, al hablar de la reinvención de los espacios en la conurbación, es porque por ejemplo en el estadio de futbol Luis Pirata de la Fuente, lo mismo hay cabida al llamado balompié que a conciertos masivos, espectáculos de acrobacia extrema como el Xpilot, incluidos conciertos o festivales artísticos organizados por las estaciones de radio.

En el caso de los eventos culturales, es importante señalar que la rehabilitación de algunos espacios ha permitido la organización de exposiciones fotográficas en gran formato como las montadas en la Macro Plaza de Veracruz, en el paseo José Martí, así como en algunos restaurantes o cafés que han abierto sus recintos para organizar exposiciones de pintura, presentaciones de libros o charlas sobre temáticas diversas. En el caso de los eventos deportivos, habrá que señalar el desarrollo de actividades recreativas relacionadas con la promoción del ejercicio físico. En el bulevar que va de Veracruz a la conurbación con Boca del Río, se ha remodelado el bulevar para privilegiar al ciudadano, por lo que la práctica de la caminata, del patinaje, de la Zumba, del acondicionamiento ergonómico, del ciclismo, de la carrera de bajo fondo y algún otro deporte acuático, se han sumado a las prácticas y hábitos ciudadanos, por lo que también vienen contribuyendo a una puesta en escena que se ha venido naturalizando en el llamado Distrito Boca. Pero también puede hacerse referencia a otro tipo de prácticas que son observadas, tal es el caso de las expresiones religiosas, las cuales se llevan a cabo no sólo en recintos consagrados para ello sino en algunos espacios que se han ido acondicionando o aprovechando para ello.

Por otro lado, si bien el Fraccionamiento Virginia históricamente ha sido una zona en la que la oferta de tiendas de ropa, restaurantes y cafetines ha estado presente desde hace muchos lustros, ha sido en los últimos cinco años cuando en el fraccionamiento Reforma, específicamente en el paseo Martí (en las avenidas Américas, Washington y Colón), se ha configurado una oferta para el consumo centrado en lo culinario: una cocina internacional que va de la francesa o argentina, a la oriental, española o la italiana; además de cafés, de alta repostería, de video bares y de vinotecas; generando procesos de visibilidad en los que se destaca la presencia de una clase media y alta, quienes han capitalizado mejor las ofertas que los lugares presentan.
Las prácticas de consumo diversificadas y diferencias en la ciudad, pueden confirmarse a la luz de la gráfica siguiente, en donde es posible ubicar algunas de esas experiencias, destacándose el caso de acudir a conciertos como la opción mejor posicionada, después asistir a bailes, para que el antro ocupe el tercer lugar en las menciones; lo que, sin duda, ha facilitado el incremento de las ofertas en la conurbación, pues la conurbación ha pasado a ser un lugar considerado en las giras de cantantes o agrupaciones nacionales o internacionales, además de seguir confirmándose como un lugar en la que el goce está presente, por lo que los bailes siguen siendo objetos de consumo, donde además de la “salsa”, también la música banda permite que los públicos gustosos de ese género, asistan a las presentaciones que hacen los artistas identificados con esa propuesta musical. En el caso de los antros,7 hay que señalar que desde mediados de los 90, han sido espacios de socialización que identifican algunas prácticas o hábitos relacionados con el disfrute de la noche, lo que ocurre hoy es que las propuestas se han ampliado y diversificado.

Al respecto, hay que mencionar que también la apertura de corredores turísticos, la recuperación de espacios abiertos recreativos (unidades deportivas, parques, jardines, paseos, así como la rehabilitación de callejones), y ni qué decir de la apertura de plazas comerciales, han hecho que la vida cotidiana de las personas se transforme, por lo que la manera de habitar las ciudades de la conurbación se ha modificado. Al respecto, es de llamar la atención las prácticas socioculturales que articulan lo creativo, lo degustativo, lo lúdico y el entretenimiento, mismas que permiten analizar el papel que juega la pluralidad o diversidad cultural en la configuración de experiencias urbanas diferenciadas, pero también desiguales, entre los grupos que cohabitan en esta conurbación.8 En ese tenor, es importante el lugar que vienen ocupando las actividades físicas recreativas o relacionadas con las prácticas de algún deporte. Se habla de “Caminar” en un 64%, de “Correr” en un 14%, de “Andar en bicicleta” un 11%, mientras que la opción “Otra” se muestra con un 7%.

Como es posible reconocer, la diversidad de opciones presentes en el cuadro, permite identificar algunas de las marcas que caracterizan lo diverso, diferente, incluso desigual en cuanto a lo que hace físicamente un habitante en la conurbación, desde aquellos que practican un deporte formal, como quienes han tomado por suya una práctica emergente en la conurbación: la Zumba, un baile que ha pasado a ser una suerte de dispositivo que va de lo lúdico gozoso al acondicionamiento de bajo impacto, actividad fácil de observar por las mañanas o al caer la tarde, cuando mujeres y hombres se dejan atrapar por un baile que forma parte del programa de acondicionamiento físico que impulsaran los ayuntamientos de Veracruz, Boca del Río y Medellín, pero que hoy muchos grupos administran. En la gráfica siguiente puede identificarse que la opción “Ir a la Zumba” con 27% ocupa el primer como una actividad novedosa que se práctica por parte de quienes habitan en esta conurbación, con un 18% “Ir al gimnasio” y con 17% “Ir al casino”. Ese 24% de otras actividades, van desde quienes aseguran ir a las canchas de futbol para ver o practicar este deporte, a quienes prefieren asistir a clases de Pool dance o incluso a alguna academia de baile para aprender a bailar salsa o practicar danza.

Con la rehabilitación o el rescate de espacios abiertos (paseos, andadores, parques públicos y jardines), los ciudadanos han encontrado la oportunidad para recrear ciertas prácticas de acondicionamiento que vienen de una tradición en la conurbación pero con vientos de una modernidad urbana que cobra nuevas texturas o porosidades: costumbres reinventadas que devienen prácticas y hábitos deportivas con el objetivo de dar constitución a un nuevo cuerpo, a un nuevo rostro, a otro tipo de estética, de actores sociales relacionados con las maneras de habitar la conurbación.
Por su parte la rehabilitación de la infraestructura también ha contribuido al desarrollo de corredores comerciales y de servicios que han venido a incrementar la oferta urbana, particularmente en el caso del entretenimiento, la diversión y el ocio. Boutiques, gimnasios, restaurantes, cafetines, vinotecas, antros, han ido configurando una zona hipsters para un sector social que tiene la oportunidad de recrear su vida cotidiana en un oferta gourmet diferente a la tradicional. Alain Bourdin diría que esto es la muestra o confirmación de una experiencia individualizada propia de contextos urbanos, cuyos procesos diferenciados devienen en un desequilibrio generador del meollo de lo citadino moderno: el consumo. Señala al respecto que el consumo da cuenta de atributos propios de “Una civilización metropolitana y nos propone figuras emblemáticas para representarla” (Bourdin, 2007, p. 51).
Sin duda, se está ante la configuración de una vida cotidiana recreada en una experiencia urbana que ha favorecido un aprendizaje discrecional que deviene en la reinvención de espacios por la forma en que prácticas y hábitos culturales de los ciudadanos se han transformado en medio de lo diverso. Al realizar un ejercicio de abstracción tras lo encontrado en este trabajo, puede modelarse un esquema que permita visualizar alguno de las variables o elementos fundamentales en esta transformación que ha observado la conurbación a partir de su oferta y el consumo que hacen sus ciudadanos.

Reflexiones finales
Hay quienes han dicho que la ciudad sirve para pensarse desde sus formas sociales, culturales, comunicativas, por lo que quien escribe este texto, espera haber acercado a quien lee a un contexto conurbado que en los últimos años ha mostrado una transformación por la forma en que el desarrollo en su infraestructura, la diversificación de sus servicios y sus ofertas culturales urbanas, han impactado en la vida de sus habitantes. En este sentido, los programas municipales para la recuperación de los espacios públicos han generado condiciones para el uso o la reapropiación de los lugares. Pero, además, para la diversificación de prácticas y hábitos culturales estrechamente relacionados con los capitales sociales, culturales o económicos, lo que termina por hacer diferencias en la forma de ser capitalizados por los distintos públicos. Es decir, cómo se imagina, se habita, se nombra una conurbación que muestra marcas y signos de lo heterogéneo y diferente. En todo caso, se está ante la confirmación de que los espacios se construyen “con distintas retoricas y estéticas según el grupo del que se trate. Esas estéticas proporcionan las marcas diferenciadoras y distintivas, a la vez que delinean y colocan en diferentes escaños jerárquicos a los diversos grupos de la estructura social” (Gonzáles, 2009, p. 55).
Si bien es cierto la oferta se circunscribe a lógicas propias de una sociedad de consumo que puede ser común a otras ciudades, también lo es el papel que en las culturas locales tienen algunas costumbres o tradiciones, mismas que en las ciudades de Veracruz, Boca del Río y Medellín se han trastocado. Asimismo, la manera en que los habitantes de esta zona conurbada han ido aprendiendo a reinventar sus propias cotidianidades a partir de una modernidad que vino a resquebrajar el ensimismamiento que los caracterizaba.
Desde las ofertas y los consumos culturales se viene entretejiendo una vida cotidiana como signos que se sobre imponen en una experiencia vital citadina. Aquí la ciudad deja de ser un contexto para pasar a convertirse en un escenario de interacciones diversas, en un territorio significativo que va de su estructura física a la forma en que simbólicamente todos los días se vive y concibe. Siguiendo a Francesco Careri (2013), hay un mapa geográfico citadino que aun con lo estático, se construye de narrativas, de cuerpos en movimiento, de itinerarios. Y ahí la experiencia social, las relaciones sociales, la heterogeneidad de los grupos sociales, la diversidad en la forma de relacionarse entre ellos y con sus entornos, contribuyen -sin ninguna duda- a reinventar esa ciudad que termina por ser de quien la vive, la imagina, la narra, la práctica. Se la apropia.
Desde la comunicación, el espacio urbano, como ya lo ha dicho Reguillo, se puede problematizar siempre que se reconozcan las condiciones de su producción y reproducción, ahí donde se articulan aquellos procesos donde lo comunicativo da cuenta del lugar desde el que los propios agentes se reconocen o son reconocidos en densos proceso de constitución social y cultural (Reguillo, citada en Aguilar y Winocour, 2011). Se puede decir que se está frente un contexto urbano de interacción social heterogénea, diversa, desigual, en donde la ciudad no solo es cuerpo o continente significado, también se muestra “como acontecimiento material”, pero sobre todo como “acontecimiento simbólico y […] como escenario de las realizaciones; sin dejar de reconocerla también como “ciudad obstáculo y, simultáneamente como condición de posibilidad” (Reguillo, 2011, p. 313).
He aquí que la reinvención del espacio citadino ha llevado a la configuración de experiencias urbanas emergentes o distintas a las acostumbradas a la hora de apropiarse de los espacios de la conurbación. Las playas ya no son solo para tumbarse al sol o degustar algún aperitivo en las palapas o carpas que complementan ese paisaje, sino también para la práctica de algunos deportes acuáticos y terrestres; los parques o paseos ya no son solo para el encuentro familiar o amoroso, también para salir a pasear al perro o trotar o bailar Zumba; los fines de semana ya no son únicamente para salir a disfrutar de los antojitos tradicionales, sino también para vivir una experiencia de gustativa internacional y rica en sus texturas o sabores.
Entre la tradición y la modernidad, los habitantes de Veracruz y su zona conurbada a diario construyen una experiencia urbana en medio de una oferta cultural diversa, distintiva, plural que todo habitante puede ver, el mismo que en sus decisiones para entretenerse, divertirse o simplemente distraerse un rato, contribuya a recrear o reproducir prácticas y hábitos culturales que aquí han sido analizados.
Sin duda, corresponde a las ofertas pero sobre todo el consumo cultural, representar la ocasión para reflexionar sobre los procesos de transformación que pueden observarse en una conurbación como la estudiada, en donde toca a los habitantes apropiarse y llegar a resignificarlos; lo que permite entender que la ciudad en un continente inteligible donde las prácticas y hábitos de los ciudadanos constituyen una gramática cultural, al devenir formas de expresión diversas, como resultado de experiencias heterogéneas que en su composición pervive lo distinto, plural o desigual. Finalmente, componentes de una multiculturalidad que incide en la forma en que se narran estas experiencias, pero también cómo se vivencian en las estrategias o tácticas de apropiación para hacer visibles tensiones como propiedad de procesos asimétricos de apropiación y significación, entre quienes no pueden ir a un gimnasio, pero sí a la Zumba o a correr; quienes aprovechan un fin de semana para ir a la plaza comercial, pues además de distraerse pueden acudir a una misa. Espacios urbanos reinventado a través de densos procesos de socialidad y un componente comunicativo. Aquí ha sido apenas un acercamiento.
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Autor para correspondencia: e-mail: geaguirre@uv.mx