
Publicación: 22 Octubre 2021
DOI: https://doi.org/10.22015/V.RSLR/68.3.10
Resumen: En este artículo se ofrece un repaso de los homenajes y actos diversos que, con motivo de la celebración del tricentenario de la muerte de Lope de Vega en 1935, llevaron a cabo o en los que participaron algunos de los representantes de la entonces «nueva poesía» española. Al mismo tiempo, se evalúan los ejes so- bre los que pivotan las distintas posturas ideológicas de los poetas del momento en torno a la figura y la obra de Lope, desde la reivindicación del neopopularismo hasta la perspectiva de la pervivencia de unos valores tradicionales (neotradicio- nalismo). En cualquier caso, lo definitorio para los poetas del momento va a ser la actualidad de la obra del Fénix.
Keywords: Lope de Vega, generación de las vanguardias, neopopularismo, compromiso
La celebración del tricentenario de la muerte de Lope de Vega en 1935 no estuvo exenta de polémica, debida en buena parte a la polarización ideológica, fruto del ambiente político que se vivía en esos momentos, de muchos de los actos realizados a lo largo de aquel año. Desde las elecciones celebradas en noviembre de 1933, que habían dado paso a la constitución de un núcleo de gobierno de centro-derecha, en torno a la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas), de José María Gil Robles, y al Partido Radical con el apoyo de los partidos tradicionalistas, entre otros, bajo la presidencia de gobierno de Alejandro Lerroux, la situación política se había venido tensando, hasta llegar a la revolución de octubre de 1934 y su represión por el ejército de Marruecos dejando entre 1500 y 2000 muertos (Casanova 2007: 135-136; véase Jackson 1984)2. De hecho, el período comprendido entre las elecciones de noviembre de 1933 y el triunfo del Frente Popular, en febrero de 1936, ha pasado a la historia reciente de España como el bienio negro. El año en que se celebrará el tricentenario de la muerte de Lope de Vega queda, pues, enmarcado entre la resaca de la revolución de octubre y la convocatoria de elecciones, con la disolución de las Cortes el 7 de enero de 1936, para el 16 de febrero, tras un año en el que se suceden varios cambios de gobierno que llevarán a una crisis completa de la coalición gobernante. En el ámbito educativo y cultural, el Gobierno redujo de manera radical el presupuesto para becas en el extranjero, la Universidad Internacional de Verano de Santander, las Misiones Pedagógicas, etc., en un plan para entorpecer el desarrollo de aquellos proyectos nacidos bajo la influencia de la Institución Libre de Enseñanza. Federico García Lorca, una de las figuras destacadas en las celebraciones del tricentenario de Lope, que había puesto en escena Fuenteovejuna, se quejaba a Miguel Pérez Ferrero, en una entrevista en Heraldo de Madrid, el 22 de agosto de 1935, de los recortes en las subvenciones que venía sufriendo en los últimos tiempos La Barraca: «La Barraca, aunque la [sic] supriman las subvenciones, no morirá, porque yo me propongo que no muera» (7).
En esa situación, tal como señaló en su momento Francisco Florit Durán (2000: 107-124), Lope se convirtió en aquellos actos de homenaje en «una bandera de combate alzada por las dos facciones enfrentadas» (107), en «una suerte de paradigma ideológico para ambos bandos», que vieron en él, unas veces, «el adalid de una España imperial y nacional-católica» y otras, el modelo de «poeta popular y revolucionario, trasunto de un pueblo oprimido» (107). No hay más que evocar las controvertidas interpretaciones que se dan en ese año de Fuenteovejuna (García Santo-Tomás 2000), que cuenta entre otros montajes con el de Lorca para La Barraca, y bajo la dirección de Cipriano Rivas Cherif en el Teatro Español, con la compañía de Margarita Xirgu y Enrique Borrás; para Rivas Cherif, como declarará en una entrevista para La Voz, el 18 de marzo de 1935, no cabe duda de que Fuenteovejuna, como «ninguna entre las famosas comedias de Lope, [resulta] tan asequible a nuestros sentimientos de hoy, e incluso a la interpretación política de la reivindicación por el pueblo de su propia soberanía que no otra cosa re- presenta el levantamiento republicano de España el 14 de abril» (5; véase Iglesias 1999: 83-118 y Gil Fombellida 2003: 251-261); sin embargo, Joaquín de Entrambasaguas, director junto a Miguel Herrero García de la revista bimestral Fénix (Revista del tricentenario de Lope de Vega, 1635-1935), que se publicó a lo largo de 1935 como homenaje al dramaturgo del Siglo de Oro, veía en la obra «el triunfo más rotundo de la Monarquía absoluta sobre la delegación constitucional y demócrata, en gobernantes» (1936: 23)3. Y en la misma línea señalada, añadirá: «Solamente el desconocimiento absoluto de la historia y de la ideología de la Edad de Oro puede conducir a disparates semejantes, como suponer a Lope comunista, defensor de las masas bruta- les y revolucionarias» (23).
La celebración del tricentenario de la muerte de Lope venía a enlazar con las celebraciones de los centenarios de otros autores españoles, como había sido en 1927 la de Góngora, o como fuera en 1905 la conmemoración de la publicación de la primera parte del Quijote, y como serían en los años siguientes las celebraciones de los centenarios de Garcilaso y Bécquer, en 1936; San Juan de la Cruz, en 1942, o Quevedo, en 1945, entre los más sobresalientes en lo literario. Se trataba, en cierto modo, de llevar a cabo el proyecto de creación de una tradición literaria nacional, de una reconstrucción cultural nacional, que había sido la guía de Ramón Menéndez Pidal y del Centro de Estudios Históricos. Pero si la conmemoración del Quijote en 1905 había servido para constituir a este como verdadero libro nacional, Lope de Vega, desde algunas perspectivas nacionalistas, aparecía «como un ser predestinado a realizar la nacionalización literaria de España» (Entrambasaguas 1936: 11), por encima incluso de Cervantes: «Lope de Vega es el escritor nacional por excelencia, aún frente a Cervantes mismo» (13).
Esa polarización ideológica en torno a la figura y la obra de Lope se ma- nifestó en buena parte de los actos y publicaciones de 1935, aunque no cabe duda de que muchos de estos aportaron colaboraciones muy valiosas para el conocimiento del autor madrileño véase Zamora Muñoz 2015; 2016: 310-343). Dentro del ámbito poético, el homenaje a Lope tenía mucho de réplica a la celebración del centenario de Góngora en 19274; si aquel había servido para reivindicar una poética «deshumanizada», basada en el juego y en la pirue- ta metafórica, este servía para expresar el giro rehumanizador que había experimentado la obra de muchos de los jóvenes protagonistas del homenaje gongorino en los últimos años, como complemento de la llamada a una «poesía sin pureza» como la que pedía Pablo Neruda desde las páginas de Caballo Verde para la Poesía. Tal como señaló tempranamente Ángel del Río,
la lección de Góngora […] no conducía a ningún lado. Su perfección estilís- tica puede a lo sumo ser imitada, no ser fuente de nueva vida. Un paso más allá solo encontraremos la esterilidad, y por eso, a la glorificación de Góngo- ra sucede […] el retorno a Lope, es decir, al polo opuesto, de algunos de estos poetas exaltadores de Góngora (1935: 12-13)5
E inmediatamente evoca, junto a los Versos humanos (1925), de Gerardo cialmente antiintelectualistas [que] se orient[a]n en esta reacción antiintelectualista de signo vital en el sentido de un nuevo realismo» (13). Dámaso Alonso verá en Lope de Vega, tal como expone en Heraldo de Madrid el 22 de agosto de 1935, «la máxima expresión de lo español en literatura», enlazándolo, en este sentido, con la figura de Lorca: «Uno de esos centros de intensificada expresión hispánica es, por ejemplo, en nuestros días, Federico García Lorca» (5). Precisamente «Federico García Lorca y la expresión de lo español» se titulará el artículo que Alonso escribirá para el Homenaje al poeta Federico García Lorca, que se publicará en 1937 (11-20)6. En su artículo de 1935, Dámaso Alonso planteaba dos posiciones diferentes ante la obra de Lope: la que se fija en «el autor de una magnífica obra literaria (una vez restados sus muchas medianías y sus no pocos traspiés) o en el Lope cimera expresión de lo hispánico». Ambas posiciones revelaban, en cierto modo, las perspectivas adoptadas en los actos de homenaje y trabajos dedicados al Fénix (Herrero Senés 2016: 152-175). Alonso subrayará, por otra parte, la figura de Lope como autor o glosador de «numerosísimas canciones de sabor popular, dispersas por toda su obra, unas veces recogidas de la tradición oral por Lope, en otras ocasiones por él imitadas o glosadas con aquel genuino gusto nunca sobrepasado por nadie», pero también señalará su capacidad para amalgamar «ya para siempre en literatura española […] lo popular y lo culto» (1935: 5). Es justamente esa fusión de lo popular y lo culto lo que enlazará, tal como expondrá en su homenaje a Lorca, al granadino y a Alberti con la poesía del autorsigloaurista: «Rafael Alberti y Federico García Lorca no “vuelven los ojos a lo popular”, sino se meten en la entraña de lo popular, lo intuyen y crean, con un tino y una hondura, no de imitación, de voz auténtica que se había perdido desde la época de Lope» (Alonso 1937: 14)7. En ello insistirá, en 1948, cuando haga la crónica de su generación y señale el paso de la deshu- manización a la rehumanización: «se había abierto un portillo por donde se le estaba entrando al público el enemigo en casa. // Era ese portillo el halago de la poesía popular, o, más exactamente, metida como en la entraña o for- ma interior de lo popular» (Alonso 1948: 213).
Rafael Alberti insistirá también en esa dimensión popular de Lope de Vega en su conferencia Lope de Vega y la poesía contemporánea, leída en París el 26 de febrero de 1935 (Alberti 1964), y posteriormente, el 27 de abril, en el Automóvil Club de La Habana, por encargo de José María Chacón y Calvo, presidente de la Comisión de homenaje al Fénix con motivo del tercer centenario de su muerte, y el 24 de mayo en el Anfiteatro Bolívar de Ciudad de México, «lleno a más no poder», donde «acudieron a escuchar las palabras del poeta los más distinguidos hombres de letras y artistas de México, codeándose con numerosos obreros y estudiantes», según recuerda la crónica aparecida en El Día, el 25 de mayo. Allí aprovechó la ocasión para relacionar «la acción de las masas campesinas en Fuenteovejuna, de Lope, con la revolución de los mineros en Asturias» (Marrast 1984: 47-48). Al viaje a La Habana se referirá Alberti en La arboleda perdida, y sesenta años más tarde evocará aquel acto en el Quinto libro (1988-1996) de sus memorias (1996 y 2009: 768). Aún en México Alberti y María Teresa León, el 27 de agosto de 1935 la revista Todo publica un artículo del poeta con el título «A los 300 años de la muerte de Lope de Vega» (en Marrast 1984: 98-106), que es, en lo fundamental, un extracto de su conferencia Lope de Vega y la poesía contempo- ránea, pero con algunos elementos diferentes. Con motivo de los homenajes celebrados a lo largo de 1935, señala Alberti en su artículo que «cada cual ha tomado de él lo que más pudiera impresionarle. Han estado oscilando los comentaristas, del Lope católico de Los pastores de Belén al social y político de Peribáñez . Fuenteovejuna. Apasionadamente, unos y otros lo han defendido para demostrar la superioridad de su Lope sobre el otro Lope» (98). Y añade: «sólo Lope de Vega acomete la empresa de la justicia social […]. No solo su poesía es popular […], sino que su sentimiento lo es también» (98). La veta popular de Lope «le viene del pueblo mismo, al que arrebata las canciones populares y se las devuelve convertidas en nueva poesía» (99). Tal como afirmará en su conferencia, «en Lope hay una necesidad de palpitar con aquellos a los que no sabe bien si pertenece, si su sangre le tira más del lado diestro o del siniestro» (Alberti 1964: 20). Y es a esa veta popular a la que «algunos poetas españoles de hoy estamos ligados a Lope íntimamente, continuando esa tradición que recrea lo “popular”, que lo toma para devolverlo reinventado» (1964: 5; en Marrast 1984: 100). «Cantiga del velador» («Velador que el castillo velas…»), «Cantar de siega» («Blanca me era yo….») y «Trébol» («Trébole, ¡ay Jesús como huele!») son claros ejemplos, como recuerda Alberti, de esa recreación de la poesía popular en la mano de Lope; pero, también los poemas dedicados a Carlos Félix («Cuando Carlitos de azucena y rosa…») o algunos fragmentos de Pastores de Belén («Pues andáis en las palmas…»), que el conferenciante enlaza con las nanas y las canciones infantiles actuales, evocan ese Lope íntimo con cierto sabor popular. Pero no solo en la poesía, sino también en el teatro lopesco «el pueblo toma corporeidad» (1964: 19; en Marrast 1984: 103), que se hace patente en las letrillas, cantos y bailes que inserta en sus obras. En fin, concluía el conferenciante, «es el Lope humano sin teologías, que ve ascender un mundo y hundirse otro, el que está vivo en nuestro más nuevo concepto de la historia» (1964: 35-36).
Resumía y retomaba Alberti, en estos actos de homenaje a Lope en 1935, parte de las ideas expuestas el 30 de noviembre de 1932, en Berlín, en su conferencia «La poesía popular en la lírica española contemporánea», donde se había referido también al Fénix como «uno de estos poetas […] que vuelve a enriquecer la memoria popular, a encandilarla con nueva lumbre» en el si- glo XVII, intercalando en sus obras «multitud de letrillas, villancicos, coplas, para ser acompañados de músicas y bailes» (1973: 121). En ambos casos, Alberti coincide en subrayar la actualidad de la obra de Lope y de los clásicos áureos, que son venero de toda una tradición popular en la que la poesía española contemporánea sigue bebiendo: «en algunos de ellos el manadero de lo popular les sigue mojando de agua clara su obra» (128). Pero, ¿cuál es el concepto de poesía popular que maneja Alberti en 1932 y en 1935? El poeta, retomando las notas finales de la Segunda antolojía poética, de Juan Ramón Jiménez («No hay arte popular, sino tradición popular del arte» [1920: 322]), expone su concepción: «El pueblo […] ha ido conservando modelos, en su mayoría fragmentarios, supervivencias de antiquísimas tradiciones». Y añade a continuación: «Así, lo popular que hoy conocemos repite, copia, sin saberlo, […] estos viejos modelos de autores ya perdidos. Claro que al copiar o repetir, unas veces los embellecen, recreándolos, y otras, por el contrario, los estropean. Residiendo en esos añadidos y retoques la gracia y fuerza de esta memoria en movimiento» (Alberti 1964: 6-7; 1973: 117). Muchas canciones populares transmitidas durante siglos se creyó que «eran productos espontáneos de la inspiración popular, no siendo […] sino repeticiones de una gran tradición poética que […] ha sido conservada en la memoria del pueblo» (1973: 119). Tanto Dámaso Alonso como Alberti remitían en su concepción de la poesía popular al modelo neotradicionalista que había venido difundiendo Ramón Menéndez Pidal desde el Centro de Estudios Históricos, tal como, por ejemplo, queda plasmado en 1922 en su conferencia «Poesía popular y poesía tradicional en la poesía española», donde señala que «la esencia de lo tradicional está en la reelaboración de la poesía por medio de las variantes» (1973: 325-326). La crítica posterior se referiría a este modo moderno de creación poética basada en la reelaboración de modelos tradicionales, fundiendo lo culto y lo popular, como neopopularismo, para cuyo desarrollo la influencia de Lope (también la de Gil Vicente, como re- cordará Alberti) fue decisiva en los poetas de la generación de las vanguar- dias. Ambos coinciden también en la ejemplaridad de Lope como «máxima expresión de lo español en literatura», en palabras de Dámaso Alonso (1935: 5); como imagen de «España en su totalidad», en palabras de Alberti (1964: 18, en Marrast 1984: 102), o como escribirá Enrique Díez-Canedo en El Sol, el 28 de agosto de 1935, remarcando la actualidad del Fénix, «Hoy Lope es una realidad española» (1). Algo en lo que coincidiría también Azorín en Lope en silueta (1935) al considerarlo «el mayor poeta de España».
La evocación que Alberti hacía de Lope de Vega en 1935 no se quedaría reducida a las conferencias y artículos apuntados, sino que se manifestaría también en modo poético en el «Homenaje popular a Lope de Vega (1935)» (Alberti 2003: 19-45) que incorporará a El poeta en la calle, con la voluntad de recoger allí los poemas políticos de tono más popular. En la edición de Poesía (1924-1937), primera en la que aparece, el «Homenaje…» estaba com- puesto por cinco poemas («Dialoguillo de la revolución y el poeta», «Si Lope resucitara…», «El alerta del minero», «Libertaria Lafuente» y «El Gil Gil»), encabezados todos ellos con citas o referencias a obras de Lope; en la edición definitiva de El poeta en la calle (1978: 41-50), se incluyeron además «Los niños de Extremadura» y «Romance de los campesinos de Zorita», a los que posteriormente se añadirá «Juego» (1988: 535-546). Tal como escribirá en 1935 en el «Prólogo» a El poeta en la calle: «cuando el poeta, al fin, toma la decisión de bajar a la calle, contrae el compromiso […] de recoger y concretar todos los ecos […] para lanzarlos luego a voces allí donde se le reclama» (2003: 20). «Si Lope resucitara…» respondía en cierto modo a aquel «Si Garcilaso vol-viera…» de Marinero en tierra (1924):
Salta de tu sepultura
aunque se alborote el cura
Salta y llega
(Quien salta es Lope de Vega.) (1978: 41-50)
«El Gil Gil» era una crítica directa a la política de José María Gil Robles y la actuación del gobierno en la revolución de Asturias:
Gil no baila a la asturiana,
que baila a la vaticana
con sotana y con fusil
¡Oh qué bien baila Gil! (1978: 41-50).
En sus conferencias de 1932 y 1935, Alberti señalaba a Lorca, entre los jóvenes poetas, como «el que más ha minado su obra del espíritu popular y el que, a su vez, le ha entregado más, a cambio» (Alberti 1973: 130). En 1935, aseguraría: «Federico García Lorca, Fernando Villalón y yo […] somos los más contagiados, los más ahijados de Lope» (Alberti 1964: 29). Y, a continuación, recitaba una versión con variantes de «Sorpresa» y la «Baladilla de los tres ríos», de Poema del cante jondo (en 1932, había recitado «La casada infiel», del Romancero gitano, en lugar de la «Baladilla…»), y se extendía hablando de la importante labor de La Barraca en la difusión de la obra de Lope entre las masas populares. Las primeras versiones de «Sorpresa» y de «Baladilla de los tres ríos» datan de 1921-1922 (García Lorca 1986b: 7-13 y 17-19); el manuscrito de «La casada infiel» está fechado el 27 de enero de 1926 (García Lorca 1991: 203). Entre esas dos fechas, Lorca comienza a escribir en el otoño de 1924 «Serenata. (Homenaje a Lope de Vega)», que incluirá en Canciones(García Lorca 1986a: 174-175)8:
Por las orillas del río
se está la noche mojando
y en los pechos de Lolita
se mueren de amor los ramos.
Su interés por Lope y su relación con José Fernández Montesinos, investigador ya en la obra lopesca, arrancaban al menos de 1920, cuando este le había facilitado la edición de un manuscrito autógrafo lopesco de Barlaán y Josafat, para que Lorca lo presentara como trabajo en una asignatura que había sus- pendido en sus estudios universitarios (Soria Olmedo 2016: 287-309).
Es significativo, en cambio, que Alberti no mencionara en ninguna de sus dos conferencias a Gerardo Diego como uno de «los más ahijados de Lope»: en la de 1932, apartaba en cierto modo del grupo a Diego y a Juan Larrea «por corresponder a otro punto de arranque» (1973: 127); en la de 1935, ni tan siquiera los mencionaba en el párrafo correspondiente (1964: 29). Ángel del Río subrayaba el culto a Góngora y la admiración por Lope que mostraba el poeta de Versos humanos (1925): «hacía tiempo que un escritor muy joven de esta generación, Gerardo Diego, […] compartía el culto de Góngora con la admiración de Lope» (1935: 13). El propio poeta, en 1960, al recordar la conmemoración del centenario de Góngora, reconocería que, junto a la obra del cordobés, «me llegaba más adentro, me emocionaba de otro modo más im- perioso y doblegante la de otros poetas. Por ejemplo, por estar tan próxima, la de Lope» (Diego 2003: 145; véase Bernal 2016: 57-85); por eso, le dedicaría, en febrero de 1948, su discurso de ingreso en la Real Academia Española titulado «Una estrofa de Lope» («Durmiendo estaba el Persa, cuando estaba…» de Jerusalén conquistada). Es cierto que Diego participa escasamente en los actos más notorios del tricentenario de Lope de Vega, dado que la primera mitad del año estuvo de viaje cultural por Lejano Oriente: publica el soneto «Anhelante arquitecto de colmena» en el homenaje que el Diario Montañés, de Santander, rinde al Fénix a lo largo de 1935 y que reuniría en Sonatina al soneto: en el tercer centenario de la muerte de Lope de Vega, por catorce poetas de la montaña (1935) (Zamora Muñoz 2015: 553-554). El soneto de Diego es una versión con variantes en los tercetos del homónimo incluido en Versos humanos; la nueva versión, con el título de «Soneto mío», que se adelantará en el primer número de Escorial (diciembre de 1940), abrirá en 1941 Alondra de verdad (Madrid, Escorial). En Filipinas, durante su estancia los prime- ros meses de 1935, impartirá también una conferencia sobre Lope de Vega (Neira 2013: 37). También participó en un acto celebrado el 26 de octubre en el Instituto de Enseñanza Secundaria de Santander y colaboró, junto a Pío Muriedas, en la organización de las representaciones de La Barraca en la Universidad de Verano de Santander durante el mes de agosto (Zamora Muñoz 2015: 404). Es evidente que el signo de la poesía de inspiración reli- giosa antigua y moderna marcó la conferencia que, dentro del ciclo organizado por el Cabildo Catedralicio de Madrid, impartió Casimiro Morcillo, que sería posteriormente arzobispo de Madrid, con el título «Lope de Vega y Gerardo Diego hacen las Cruces», sugerida, sin duda, por la reciente publicación de Viacrucis (1931), del santanderino, donde, según el comentarista de Fénix, presentó a los dos autores «como poetas de fondo común, aunque distanciados en muchos rasgos»; y añadía: «Lope resulta poeta más moder- no que Gerardo Diego, más subjetivo y más audaz en sus imágenes y en su inspiración» (n.º 3, 440). Pero, más allá de todo esto, «Lope fue siempre el gran paradigma poético de Diego»; su presencia «es continua incluso en asuntos que ninguna relación parecen tener con él, es una referencia constante» (Neira 2013: 139), hasta el punto de que «sin Lope no puede entenderse cabalmente a Diego» (Bernal 2016: 60). Ahí están para demostrarlo no solo sus Canciones a Violante (Madrid, Punta Europa, 1959) o sus Sonetos a Violante (Sevilla, La Muestra, 1962), sino también su labor como editor de las Rimas (1963), donde subrayará su predilección por el Lope sonetista, aunque también por el poeta «de la emoción humana» (Diego 1963: 14).
Miguel Hernández dictó una conferencia titulada, de modo semejante a la de Alberti, «Lope de Vega en relación con los poetas de hoy», en la Universidad Popular de Cartagena el 27 de agosto de 1935, por invitación de Carmen Conde y Antonio Oliver Belmás, de la que apenas se conserva un guion (Hernández 1992: II, 1196-1199). Hernández insiste en ella en la dimensión popular de la obra de Lope, en el fundamento solidario de su poética incluso: «Lope está en la tierra, con los hombres que viven entre raíces y cepas. Voz del pueblo: sus problemas, sus modos de vida, sus coplas y modos de decir únicos. // Hemos de darnos cuenta los poetas, como Lope se dio, de que es el pueblo la única fuente de donde pueden sustentarse». En el guion de su conferencia aparecen mencionados algunos fragmentos poéticos muy conocidos de la obra de Lope, que subrayan su dimensión popular: «Amargas soledades y horas tristes» («Retrato de mala mano…»), «Elegía a la barquilla» («Pasaron ya los tiempos…») y «A mis soledades voy…». El oriolano concluía su conferencia elevando esa dimensión popular de la obra de Lope a un plano social, viéndolo como un «revolucionario perpetuo»: «Lope siempre estu- vo con [el labrador] la gente de la tierra […]. Fuenteovejuna y Peribáñez son dos ejemplos de lo que digo: […] una protesta y una amenaza sangrienta contra el [poderoso] hombre que abusa [de su poder] de los [pobres, humildes] destituido». Y anunciaba que se encontraba «escribiendo ahora una tragedia minera y pastora», Los hijos de la piedra, inspirada en Fuenteovejuna. También empezará a escribir en 1935 el drama en verso El labrador de más aire, inspirado en Peribáñez. Pero, Miguel Hernández añade un matiz más en su lectura de la obra de Lope y, de ahí, el sentido de la selección de los fragmentos poéticos, que es el de su emotividad, a la orden del giro neorromántico que está cobrando la poesía más joven en torno a 1935-1936: «El gran deseoso llamo yo a Lope, el romántico. […] Lope fue tan romántico tan romántico […]. Que (ilegible) hablen de que la cabeza ha de mandar sobre el corazón si es el corazón el que me da la vida: yo seré siempre obediente a su voz de vino humano». Las crónicas periodísticas del momento señalan que, aparte de hablar y recitar poemas de Lope, el oriolano «rindió homenaje al Romanticismo español en la figura del conde de Villamediana» y «recitó una composición de Pablo Neruda» como introducción a la lectura de esos sonetos (Díez de Revenga 2017: 147-169)9. Es evidente que la influencia de Neruda, entre otros, en cuyo Residencia en la tierra Miguel Hernández vería un ejemplo claro del giro que estaba experimentando la poesía del momento («La poesía no es cuestión de consonante: es cuestión de corazón»10), condicionaba también la lectura de la poesía del Siglo de Oro y de Lope de Vega en particular. Tras la conferencia el poeta leyó el tercer acto de Quién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras, que le había publicado en 1934 José Bergamín en Cruz y Raya (Díez de Revenga 2017: 147-169; véase Insausti 2012)11. Más allá de la influencia en su teatro de ese «Lope revolucionario perpetuo» que, fruto del cambio ideológico que está experimentando en 1935, Miguel Hernández construye en su conferencia, la influencia de la poesía de Lope se percibe notablemente en los sonetos de El rayo que no cesa (1936) (Díez de Revenga 2017: 127-145) y en su poesía posterior.
Próximo a Miguel Hernández en aquellos momentos, José Bergamín, director de Cruz y Raya, que dedicó un número doble (n.º 23-24, febrero-marzo de 1935) al tricentenario de Lope, fue uno de los más activos escritores jóvenes en los homenajes al Fénix en 1935, y uno de los perfiladores de esa visión del dramaturgo como «un gran poeta revolucionario. Un gran poeta popular», tal como proclamará en el Ateneo Popular de Burgos, el 16 de junio de 1935 en su conferencia «Lope, suelo y vuelo en España», ante una sala «repleta de público obreros en su gran mayoría», como señalará el redactor de Heraldo de Madrid, al día siguiente (13)12. El 21 de marzo había dictado en la Fundación del Amo, residencia de la Ciudad Universitaria, su conferencia «Lope, siguiendo el dictamen del aire que le dibuja», que recogería el monográfico de Cruz y Raya, y de la que se haría eco Alberti en su conferencia de La Habana, donde veía a Lope como la esencia de «lo nacional», pero no de «lo nacional de España como historia, sino de España como poesía; que es como la palabra o voz del pueblo». Y el 9 de mayo había participado en el ciclo de conferencias programado por Unión Radio, con la lectura de «Un verso de Lope, y Lope en un verso» (sobre el verso «Yo me sucedo a mí mismo»), que reprodujo al día siguiente el diario El Sol, donde insistía en «la ejemplaridad» actual de Lope, «que aun leyéndole hoy […] nos parece nuevo, tan nuevo como a sus propios contemporáneos, que le tuvieron justamente, por peligrosamente nuevo, por revolucionario» (2). En Francia, el Instituto de Estudios Hispánicos organizó en París un ciclo de conferencias de enero a junio en el que participaron Américo Castro, Salvador de Madariaga y, entre los jóvenes escritores, Alberti, con su conferencia mencionada, y Bergamín, que habló de «Lope, sacerdote católico» (Zamora Muñoz 2015: 147-151). Al año siguiente, el director de Cruz y Raya reunirá algunas de estas conferencias y artículos en un libro titulado La más leve idea de Lope (Bergamín 1936).
Es evidente la importancia que, en esta lectura actualizada de la poesía de Lope por los poetas más jóvenes, tuvo la edición de las Poesías líricas, pre- parada en 1925-1926 por José Fernández Montesinos para la colección «Clásicos Castellanos» de La Lectura, puesto que fue probablemente «la antología que manejaron los poetas del 27 y otros escritores, y sobre la que cimentaron su conocimiento del Lope poeta» (Florit Durán 2000: 108-109); aunque también contaban, sin duda, con el tomo de la Biblioteca de Autores Españoles Colección escogida de obras no dramáticas de Frey Lope de Vega Carpio (Madrid, Rivadeneyra), de 1872, reimpreso en 1918 (Madrid, Sucesores de Hernando) y 1935 (Madrid, Librería y Casa Editorial Hernando), donde se recogía una importante cantidad de letrillas, canciones, romances, glosas, sonetos, etc. Fernández Montesinos, discípulo de Américo Castro, había sido lector de español en Alemania y había escrito su tesis sobre la poesía lírica de Lope, publicando algunos fragmentos de ella a modo de artículos en la Revista de Filología Española; también había colaborado en el monográfico de Cruz y Raya con su artículo «Lope, figura del donaire», en el Almanaque literario de 1935, y en varios de los homenajes y cursos que sobre el autor se celebraron ese año. El propio filólogo recordaría años más tarde:
Los creadores [del neopopularismo] fueron Federico García Lorca, Rafael Alberti, con otros [...]. Ellos tomaron de la mano a Lope y lo volvieron a acer- car al español de hoy, en versos que a veces suenan a Lope mismo [...]. Pero […] antes había venido yo, que no había escrito versos lopescos ni de otra especie, pero había sacado a luz aquellos de Lope que mi generación mejor podía entender (Fernández Montesinos 1969: XI).
Durante el mes de agosto de 1935, Heraldo de Madrid dedicó su página semanal de Literatura a diversas colaboraciones centradas en el tricentenario de Lope de Vega, con trabajos de Miguel Pérez Ferrero, José F. Monte- sinos, Dámaso Alonso, José Bergamín, José María de Cossío o José Camón Aznar, entre otros. Pero también dio paso a la poesía y, así, publicó el 15 de agosto «Unos versos de Jorge Guillén como homenaje al Fénix: “La nieve”» (5), poema que se incorporaría a la segunda edición de Cántico (1936): «Lo blanco está sobre lo verde, / y canta, / nieve que es fina quiere / ser alta». Guillén también impartirá una conferencia sobre Lope en el Congreso Internacional de Autores organizado por la Universidad de Sevilla (Zamora Muñoz 2015: 133). Y en el número de Heraldo de Madrid correspondiente al 29 de agosto se publicaba una serie de canciones de Lope de Vega, seleccionadas por Lorca, «que con otras las ha dado a conocer por medio de su compañía teatral La Barraca por todos los pueblos de nuestra patria». Representan «la expresión más popular y más sencilla del genio de las Letras españo- las»: «Íbase la niña», «Si os partiérades al alba», «Blanca me era yo», «Que no quiero bonetes», «Río de Sevilla» (10)13.
Pero no solo Heraldo de Madrid dedicó varias de sus páginas literarias al tricentenario de Lope de Vega, también otros diarios atendieron espe- cialmente a la figura del autor con motivo de dicha conmemoración. El Sol, por ejemplo, publicó a lo largo del año diversos artículos sobre el dramatur- go, con firmas notables, como Gabriela Mistral, Luis Astrana Marín, José F. Montesinos, etc., dedicando varias de sus páginas del 23 al 27 de agosto a reproducir fragmentos de obras de Lope (el 27 de agosto se reproducirá la partitura de «Río de Sevilla») y a recapitular el día del aniversario de su muerte fragmentos de algunos de los más destacados estudios sobre su obra de Karl Vossler, Ludwig Pfandl, Ángel Valbuena Prat, etc.; este último sub- rayará que buena parte de la belleza de las obras de Lope deriva de su capacidad para «la glosa de cantares populares» (27-VIII-1935: 2). El Diario de Madrid, La Voz, La Libertad . El Liberal, entre otros periódicos de tendencia republicana, también dedicaron páginas de homenaje a Lope en esas fechas (Zamora Muñoz 2015: 191-195). Por su parte, la revista Residencia, órgano de la Residencia de Estudiantes entre 1926 y 1934, publicó en julio de 1935 un número extraordinario, Treinta canciones de Lope de Vega, musicadas por di- versos autores de la época y trascritas por Jesús Bal (VV. AA. 1935), acom- pañadas de una presentación de Ramón Menéndez Pidal y de dos poemas de Juan Ramón Jiménez, como Ramo a Lope: «El ocaso alegre», incorporado posteriormente a La estación total con las Canciones de la nueva luz (1946), y «La luna, feliz» («Rayos bajos de la luna, / amanecer de la noche. / ¡Cómo se hablan / las estrellas y las flores!»)14.
A pesar de que el ABC de Sevilla señalara en diciembre de 1936 que Fuenteovejuna había «sido esgrimida criminalmente por las izquierdas para exaltar y enardecer a las muchedumbres» (García Santo-Tomás 2000: 359) durante la celebración del tricentenario lopesco, o de que Esteban Calle Iturrino, en 1938, arremetiera contra los actos del tricentenario, denunciando que habían sido auspiciados por «la República de los periodistas a sueldo de Moscú» (5), la celebración del tricentenario de Lope no fue patrimonializada por las izquierdas, ni por los grupos republicanos afines a estas. Se ha mencionado el ciclo de conferencias organizado por el Cabildo de la Catedral de Madrid, con participación, entre otros, de Joaquín de Entrambasaguas, Ángel González Palencia, Ernesto Giménez Caballero o Casimiro Morcillo; el propio Entrambasaguas, director con Miguel Herrero-García, de la revista Fénix, abriría el curso académico en la Universidad de Alcalá de Henares con una conferencia sobre Lope, y participaría en el homenaje que se le rindió en la Universidad de Murcia, donde era catedrático; ambos impartieron unos cursos de verano organizados por la Junta Central de Acción Católica, centrados en la figura del dramaturgo. La revista Fénix, que nacía con el sentimiento de «un apremio patriótico en acudir» (n.º 1, 3) al llamamiento de la celebración del tricentenario, y que veía en Lope «la viva encarnación de la patria» (n.º 2, 156) y en las conmemoraciones en torno a su figura «una ocasión magnífica de robustecer el sentimiento nacional» (n.º 4, 451), publicó seis volúmenes, en los que, además de los directores, dieron artículos des- tacados investigadores, como María Goyri («El Amor Niño en el Romance- ro»), Narciso Alonso Cortés («Notitas lopianas»), Dámaso Alonso («Lope en Antequera») y José María de Cossío («La “secreta venganza” en Lope, Tirso y Calderón»). Aunque la revista muestra un claro sesgo tradicionalista y conservador en el tratamiento de la figura de Lope (García Ruiz 2016: 122), conserva un marcado carácter literario y filológico, alejado de proclamas polítcas directas (Zamora Muñoz 2015: 228-238).
Tampoco la prensa monárquica o afín a la derecha estuvo ausente de los actos del tricentenario de Lope. ABC, por ejemplo, dio puntual noticia de muchos de los actos conmemorativos celebrados y de los estrenos de las re- presentaciones de obras de Lope en los teatros madrileños, además de dedi- car un número dominical extraordinario al dramaturgo el 25 de agosto, con artículos de Blanca de los Ríos, Francisco Rodríguez Marín (precisamente sobre «La popularidad de Lope de Vega»), Santiago Montoto, Agustín G. de Amezúa, Luis Astrana Marín, César González Ruano, etc. Aparte fue publi- cando a lo largo del año una serie de comentarios y artículos de opinión so- bre el dramaturgo, de la mano de Manuel Bueno, Ramiro de Maeztu, Tomás Borrás, etc. (Álvarez Álvarez 2016: 28-56). La Época, vinculado a Renovación Española, publicó algunos artículos dedicados a Lope, con firmas como la de Blanca de los Ríos, y dio noticia de los actos organizados por Acción Española o el Cabildo de la Catedral de Madrid. El día 27 de agosto presentaba en su primera página, junto al retrato de Lope, sendos artículos de Luis Arauo-Costa («Un atisbo genial de Lope en La Jerusalén conquistada») y Rafael Alcocer («El sentido cristiano en Lope de Vega»), y dos sonetos del poeta parnasiano Antonio de Zayas, duque de Amalfi, dedicados al dramaturgo: uno de ellos, un acróstico («Fecundo y claro cual la luz del día…»), y el otro, una «Ofrenda» («Fénix de los Ingenios Españoles…») (1). También con motivo del tercer centenario de Lope, Antonio de Zayas publicó el 10 de septiembre en La Época una colección de seis sonetos («Embocadura»), cinco de ellos acrósticos, dedicados a grandes dramaturgos del Siglo de Oro: Cal- derón, Tirso de Molina, Ruiz de Alarcón, Agustín Moreto y Francisco Rojas (5). El Debate, dependiente de la Editorial Católica, dedicó el 9 de junio una sección monográfica a Lope de Vega, con artículos de Entrambasaguas, el Padre Félix García, Miguel Herrero-García, Emilio Cotarelo, Huberto Pérez de la Ossa, Víctor Espino o Nicolás González Ruiz.
Dentro de la prensa conservadora destaca el homenaje que rindió a Lope la revista Acción Española, muchos de cuyos colaboradores eran militantes en Renovación Española, Acción Nacional y otros partidos tradicionalis- tas. Las notas publicadas en ABC . La Época, de 9 de febrero de 1935 (37 y 3, respectivamente), anunciaban la celebración de una serie de actos organi- zados por la Sociedad Cultural Acción Española, «atenta siempre, con celo de vigía de la hispanidad integral a cuanto sea exaltación de los valores de la raza»: un ciclo de trece conferencias que se celebrarían en su domicilio social del 12 de febrero al 14 de mayo (entre otros, se anunciaba la parti- cipación de Pedro Sainz Rodríguez, José Pemartín, José María Salaverría, Eugenio Montes, Casimiro Morcillo, etc.); tres conferencias en teatros del 1 al 5 de abril, a cargo de José María Pemán («El patriotismo en Lope»), Federico García Sanchiz («La religiosidad en Lope») y Pedro Sainz Rodríguez («El honor en Lope»); una función de gala el 26 de abril con representación de La dama boba. No todos los anunciados acabaron participando en el ciclo de conferencias, aunque dieron sus lecturas conocidos intelectuales católicos, como Eduardo Marquina, Blanca de los Ríos, Nicolás González Ruiz, José Pemartín, el padre Félix García, etc., presentados por algunas figuras destacadas del conservadurismo, muchos de ellos colaboradores habituales de la revista (Ramiro de Maeztu, Eugenio Montes, Pedro Sainz Rodríguez, etc.). La mayor parte de estas conferencias se publicaron en los números correspondientes de la revista, coincidiendo en los aspectos habituales en la lectura conservadora de Lope y su obra: emblema de valores tradicionales hispánicos; ferviente catolicismo; conciliación de su vida amorosa y religiosa por medio del arrepentimiento; idealización de la España del Siglo de Oro como modelo político, religioso y cultural. No olvidemos que desde las páginas del n.º 70 de Acción Española, correspondiente a febrero de 1935, Pemartín arremetía, en su artículo «En el umbral de la Poesía» (222-232), contra las propuestas de la nueva poesía y su manifestación en Poesía espa- ñola. (Antología) (1934), la antología preparada por Gerardo Diego. En fin, «el homenaje de Acción Española a Lope de Vega, más ideológico que literario, [fue] una excusa para hacer doctrina política» más que evocación literaria; «lo cultural se convi[rtió] en una excusa para la reafirmación doctrinal» (García Peña 2015: 29-45). Acción Española vio en Lope un modelo de sus idea- les reaccionarios «de una España esencial e indiscutiblemente monárquica, católica, imperial y antidemocrática» (García Ruiz 2016: 117). La Junta Central de Acción Católica anunció también un ciclo de conferencias en torno a la figura de Lope dentro de las «Semanas pro ecclesia et patria», donde participarían, entre otros, Blanca de los Ríos, Joaquín de Entrambasaguas, Luis Martínez Kleiser o José María Pemán («Las Instituciones políticas de España en Lope») (Fénix, n.º 1: 150-151).
El tricentenario de Lope de Vega contó, también, con una serie de actos promovidos desde diversas instituciones locales y nacionales (vid. Zamora Muñoz 2015: 58-102). El Ministerio de Instrucción Pública creó la Junta Cen- tral del Tricentenario de Lope de Vega, que llegaría a presidir Menéndez Pidal, con el fin de que se centralizaran en ella todos los actos instituciona- les que con tal fin se organizaran. Entre estos actos, uno de los que más re- percusión pública tuvo fue la celebración del tricentenario de la muerte del dramaturgo el 27 de agosto en Madrid15, con una misa funeral en el convento de las Trinitarias Descalzas, a las 11:00 h, un «paseo sentimental» vespertino a través de los lugares del teatro de Lope y una velada lírica a las 22:30 h en la glorieta de Rubén Darío, ante la estatua del dramaturgo, que se completó con la lectura de sonetos dedicados al autor por Pedro de Répide («Tres siglos de tu muerte llora España…»)16, Diego San José, Luis Araujo-Costa («Luminar de la Patria y de la escena…»)17 y Manuel Machado, quien leyó el soneto «Lope de Vega, espejo de natura (En el tercer centenario del Fénix)» («Maravillosa noche de verano…»)18.
Buena parte de los actos y publicaciones de homenaje a Lope más signi- ficados ideológicamente incidían fundamentalmente, como se ha visto, en aspectos paraliterarios relacionados con el escritor, dejando en un segundo plano los aspectos netamente literarios, lo que hizo que se ocuparan princi- palmente de los elementos biográficos y los episodios personales como clave interpretativa de su obra; que se viera en él el modelo de unos valores tra- dicionales hispánicos; que se aprovechara su obra para fines de enseñanza moral; que se apuntara su populismo como un elemento de aproximación a las «masas» y de reivindicación de una estética popularista enfrentada al purismo poético precedente; que se proyectara la situación social y política actual sobre el tapiz de la época de Lope. Frente a esto, algunos autores rei- vindicaban la figura de Lope como escritor consciente de sus recursos lite- rarios, reflexivo sobre su técnica, versátil y capaz de enlazar con algunas de las preocupaciones estéticas contemporáneas (Herrero Senés 2016: 152-175).
Las perspectivas que muestran los representantes de la «nueva poesía» sobre Lope de Vega, con motivo de la celebración del tricentenario de su muerte, coinciden en gran medida con las líneas generales que se han esbo- zado para los diversos actos y homenajes, y apuntan, si no a una polaridad ideológica radical, sí al menos a una diversidad de posturas condicionada en muchos casos por elementos ideológicos, que derivan, por supuesto, en ac- titudes estéticas concretas. Desde la construcción de un Lope de Vega ejem- plo de poeta popular y revolucionario, acorde al movimiento de la Historia, creador de una tradición que va del poeta culto a la memoria del pueblo, para luego poder transformar esta herencia en nueva poesía, hasta la visión del autor como símbolo de unos supuestos valores hispánicos, de una tradi- ción católica dominante y de una estructura social y política característica del Siglo de Oro, como «luminar de la Patria y de la escena», tal como lo defi- nía Luis Araujo-Costa en el soneto que leyó en el homenaje madrileño de 27 de agosto, hay una gran variedad de matices que los poetas proyectan sobre la figura y la obra del autor. Más allá quedan algunas de las ofrendas y ho- menajes poéticos «de compromiso».
Uno de los rasgos más significativos en los homenajes de los poetas a Lope es la apreciación de su obra globalmente, sin escindir su labor poética y su labor dramática, aunque luego se incida en algún aspecto más concreto. Es común en todos ellos, quizás, la reivindica- ción de la actualidad de su obra, tanto poética como dramática (son escasas las referencias a su obra narrativa), que en algunos casos lleva a establecer un paralelismo entre su época y la contemporánea, o a subrayar la impor- tancia del tratamiento de temas históricos en su obra dramática principal- mente, que tendría su correlato en el aprovechamiento y reelaboración de canciones y poemas tradicionales. Un rasgo en el que coinciden buena parte de los autores que se ha visto es en el de la «españolidad» de Lope, en su carácter de expresión de lo español en literatura, pero no de una España parcial, sino global, integradora, que pervive en el presente; en ese sentido, Lope puede aparecer en algún momento como símbolo de una integración nacional que se focaliza bien en la continuidad de un espíritu popular o bien en el mantenimiento de una estructura social y unos valores ideológi- cos tradicionales. Sin duda, una de las imágenes más renovadoras que ofre- cen de la obra de Lope los poetas del momento es la del poeta que recrea lo popular para devolverlo al pueblo reinventado («voz del pueblo»), que lleva a muchos de los jóvenes autores al «manadero de lo popular» como fuente de inspiración para su propia obra, y a reivindicarse como «ahijados de Lope». Esa reinterpretación neopopularista de una parte de la poesía de Lope va a servir como respuesta en algunos autores, dentro de la joven generación, a la actitud intelectualista y purista que muchos de ellos habían mantenido unos años atrás. También va a apuntar a un supuesto antiintelectualismo, que ha de leerse como respuesta a la deshumanización promulgada por Or- tega y Gasset y sus connotaciones estéticas e ideológicas. En ese sentido, el Lope poeta, tanto en su vertiente más tradicional como en su vertiente más culta, va a aparecer como modelo de un proceso de rehumanización que está llevando a cabo una parte de la poesía española en esos años, y que no excluye en algún caso una cierta dimensión neoclasicista en lo formal (el retorno del soneto y de las estrofas clásicas, etc.). Pero el «Lope humano» va a confluir también en el giro neorromántico, en la poesía cordial, que reivindican algunos de los más jóvenes autores en los albores de la guerra civil y que estaba llevando en algunos casos a una poesía de compromiso ideológico y social en un enlace con cierto realismo.
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Notas