Artículos

Metafísica, razón y mercado. Filosofía y economía política en Adam Smith

Metaphysics, Reason and Market. Philosophy and Political Economy in Adam Smith

Alejandro Toledo Patiño
Universidad Autónoma Metropolitana, Mexico

Metafísica, razón y mercado. Filosofía y economía política en Adam Smith

Denarius. Revista de Economía y Administración, vol. 2, núm. 41, pp. 17-48, 2021

Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa, Departamento de Economía

Recepción: 20 Agosto 2021

Aprobación: 13 Septiembre 2021

Resumen: Este artículo analiza el concepto de mercado en Adam Smith, en una aproximación teórica a sus fuentes filosóficas y su incorporación a la economía política clásica. Se exponen las vertientes más importantes del pensamiento filosófico de Smith, tales como el deísmo ilustrado, el liberalismo político inglés y el sentimentalismo moral escocés; asimismo, se ofrece un panorama de la evolución seguida por la economía política de los siglos XVI-XVIII. El artículo evalúa críticamente la teoría del mercado que se sintetiza en la metáfora de “la mano invisible”, exponiendo brevemente los rasgos centrales de la crítica marxista, así como su continuidad en el neoliberalismo.

Palabras clave: Liberalismo, sentimentalismo, deísmo, división del trabajo, riqueza.

Abstract: This article analyzes the concept of the market in Adam Smith, with an approach to its philosophical sources and its contribution to political economy. It shows the most important philosophical aspects of his philosophical thought: the deism of the Enlightenment, the English political liberalism and the Scottish moral sentimentality; also it offers a perspective of the evolution followed by economic thought in the 16th-18th centuries. The article critically evaluates the theory of the market that is synthesized in the metaphor of “the invisible hand” and exposes briefly the central features of Marxist critics as well as it being part neoliberalism.

Keywords: Liberalism, sentimentalism, Deism, division of labor, wealth.

1. Introducción2

En el año de 1723 nació, en Kirkcaldy, Escocia, Adam Smith, considerado el fundador de la economía. En menos de un par de años se conmemorarán los tres siglos de su natalicio y en un quinquenio se celebrará el transcurso de un cuarto de milenio de la publicación de Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations -Investigación sobre la Naturaleza y Causas de la Riqueza de las Naciones (9 de marzo de 1776). Este artículo es un avance de un escrito más extenso en vista a la conmemoración de su natalicio y tiene como propósito central retomar algunos aspectos de la polémica en torno a la noción de mercado que está presente en su obra y que se expresa en la metáfora de la “mano invisible”, la más famosa en economía y de las más célebres en ciencias sociales. Por supuesto que la obra económica de Smith no se circunscribe a la noción de mercado sino que se extiende por el vasto campo de las leyes de la producción, la distribución, el intercambio y el consumo de la riqueza social. Pero el núcleo duro de La Riqueza de las Naciones (como suele abreviarse el largo título original y como lo haremos también de aquí en adelante) y del liberalismo económico al que va a fundamentar, se encuentra precisamente en la concepción armónica del mercado que aparece en sus primeras páginas y capítulos.

El padre de Adam Smith, funcionario público, juez y abogado, murió unos meses antes de que su hijo viniera al mundo; su madre pertenecía a una familia de terratenientes y siendo él muy pequeño, a la edad de cuatro años, fue secuestrado por una banda de gitanos; para su fortuna, luego de unas horas, fue rescatado por familiares y vecinos; al parecer padeció de un problema neurológico que le hacía mover la cabeza, caminar de manera torpe y hablar “a trompicones” (Heilbroner); de niño estudió en la Burgh School de su pueblo natal, una pequeña comunidad de 1 500 habitantes, una de las mejores escuelas de Escocia; de joven curso en Glasgow College (1735-1740), institución ubicada en la vanguardia de los debates filosóficos y del pensamiento social de la época; ahí fue alumno, entre otros destacados docentes, de Francis Hutchenson, una figura clave en su legado intelectual. Obtuvo una beca para estudiar en el Balliol College, de Oxford (1741-1746), donde el joven Smith, decepcionado del nivel académico, aprovechó su tiempo para leer libremente; después de Oxford estuvo dos años desempleado de vuelta en su tierra natal hasta que fue invitado a impartir varios ciclos de conferencias en Edimburgo, primero sobre literatura inglesa (1748-49) y luego sobre el tema de la libertad de comercio (1750-51) las cuales fueron publicadas con el título de Lecturas de Edimburgo. A los 28 años obtuvo la cátedra de Lógica en la Universidad de Glasgow y luego la de Filosofía Moral. En 1759, a los 36, publicó Teoría de los Sentimientos Morales, que le otorgó un gran prestigio intelectual y lo volvió un personaje muy conocido y admirado por los habitantes de Edimburgo. Adam Smith poseía una personalidad peculiar: era muy distraído, el típico profesor y filósofo ensimismado; no llegó a tener romance alguno, ni contrajo matrimonio, viviendo la mayor parte de su vida en casa de su madre. Durante poco más de dos años (1764-1766), contratado para ser tutor de un joven duque inglés, recorrió algunas de las principales ciudades de Francia y Suiza, tiempo en el que mostró una gran afición por el teatro parisino y escribió un ensayo sobre artes escénicas, conoció a Voltaire en Ginebra y frecuentó en Paris y Versalles a Francois Quesnay y su circulo cercano de les economistes -como se conocía en ese entonces a los fisiócratas; en ese viaje concibió la idea de escribir lo que sería La Riqueza de las Naciones y, a su retorno del continente se dio a la tarea de darle contenido y forma a su proyecto; terminó de dictar una primera versión en 1770. Le llevó otros cinco años pulirla y tenerla lista para su edición (Franco: 1958; vii-xi; Heilbroner, 1972: 64-71; Newman, 1964: 61-62; Rae, 1895: 183-184). Adam Smith escribió, por supuesto, bajo la influencia de la filosofía y la economía política de su época. En La Riqueza de las Naciones están presentes -aunque no siempre evidentes- tales influencias.

Uno de los propósitos de este artículo es el de contribuir a repensar el trascendental lugar que ocupa Adam Smith en la historia del pensamiento económico. ¿Por qué se le considera el padre de la economía? ¿En qué sentido su idea de mercado establece los fundamentos de una nueva ciencia? Esto remite, por supuesto, a la polémica en torno a si hubo antes que él otros “padres” de la disciplina y, si ese fue el caso, por qué no alcanzaron la talla adquirida por Smith. Hay quienes consideran que la economía es fundada por autores que anteceden a Smith, como lo es Richard Cantillon para Jevons (1950: 212) y como los fisiócratas para Marx (1974:38). Schumpeter, un profundo historiador del pensamiento económico, afirma que en cuanto a economía se refiere la obra de Smith carece de originalidad analítica y consistencia metodológica (1954, 184 y ss.); incluso hay autores de la escuela austríaca que consideran, como sería el caso de Rothbard (2000:17) que con su teoría del valor abrió un camino falso -un callejón sin salida- en la evolución de la teoría económica, del cual fue posible salir gracias a la reorientación paradigmática de corte micro llevada a cabo por los marginalistas.

Este artículo pretende retomar los grandes hilos de esa discusión sin pretender dar una respuesta completa a todas las interrogantes anteriores, pero si con la idea de avanzar algunos elementos a través del análisis crítico del “núcleo duro” de la idea smithiana del mercado y del sistema económico. A partir de lo anterior, y una distancia de casi dos siglos y medio de la primera edición de La Riqueza de las Naciones, se trataría de empezar a responder a la pregunta de ¿cómo sería posible evaluar su obra de economía y los alcances teóricos actuales de la misma?

Las páginas siguientes están integradas como se expone a continuación.

Partiendo del hecho de que Adam Smith era un filósofo, en el primer apartado se realiza una exploración en torno a los antecedentes filosóficos de La Riqueza de las Naciones, rastreando sus orígenes en el deísmo ilustrado, en el liberalismo político y en el sentimentalismo moral. En el segundo apartado se ofrece un panorama de la economía política de los siglos XVI-XVII, a fin de ubicar algunos de los principales temas abordados antes de la obra de Smith. En el tercer apartado se discute la noción de mercado de La Riqueza de las Naciones, destacando su centralidad en el contenido general del libro, en la teoría de la acumulación de capital, y en la visión general del sistema económico que ella ofrece. En un cuarto apartado se contrasta esta visión con la perspectiva marxista y con el enfoque de los órganos sociales complejos que sustenta las tesis neoliberales sobre el mercado. Las conclusiones de esta exploración filosófica y de economía política sobre la versión liberal y clásica del concepto de mercado se presentan en el quinto apartado.

2. Deísmo, liberalismo y sentimentalismo

tres las vertientes del gran torrente intelectual del Siglo de las Luces que nutren el pensamiento de Smith: el optimismo del deísmo ilustrado, el liberalismo político y el sentimentalismo moral. Esas tres vertientes convergen y se ensamblan de manera peculiarmente armónica en su concepto de mercado. En el primer caso, en cuanto a la idea de Dios y su Orden Natural, la figura intelectual decisiva es la de Francis Hutcheson; en el segundo caso, el del liberalismo y su sustento iusnaturalista, el referente obligado es John Locke; en cuanto a la filosofía moral, el campo de estudios original de Smith, el autor que contribuye centralmente es David Hume.

2.1. Francis Hutcheson y el deísmo de la Ilustración

Un rasgo característico del pensamiento social europeo de los siglos XVII y XVIII es el uso del concepto de razón en un sentido contrapuesto al pensamiento dogmático medieval y a favor de una era de progreso marcado por los avances y descubrimientos de la ciencia. La Ilustración, movimiento intelectual “en cuya base se encuentra la confianza en la razón humana” (Reale y Antiseri, 1988: 564), tuvo en Francia y Escocia a sus dos principales centros. Razón era el término en boga que designaba un método para pensar, representaba la idea de la existencia de un orden en la naturaleza como parte de un plan divino y se refería también al sentido común que era necesario aplicar en el mundo práctico de la convivencia social y los negocios (Hankings, 1985: 2- 3).

A fines del siglo XVII Isaac Newton había descubierto las leyes que dan orden a los movimientos de los planetas en torno al Sol, cambiando radicalmente la cosmovisión de la época (Koyré, 1979, cap. IV). El main stream de la filosofía creía descubrir en esas leyes las pruebas de la existencia de una divinidad. El orden de la naturaleza se entendía como establecido por voluntad divina. Un orden natural al que pertenece el ser humano, ya que sus leyes abarcan también su mundo social y, al igual que en el universo físico, esas leyes son posibles de conocer mediante la razón. En línea de continuidad con la creencia en un supremo creador, el pensamiento ilustrado se plantea filosóficamente los problemas y horizontes abiertos por la física newtoniana; ya no será mediante la interpretación de los textos sagrados que se probará la existencia de Dios, sino mediante el descubrimiento de las leyes con las que La Providencia gobierna al cosmos y a la humanidad. Dios no sólo se revela por la fe sino que ahora se fundamenta en la razón. Las implicaciones del supuesto de que el hombre conoce a Dios sin necesidad de acudir a las Sagradas Escrituras, pueden parecer algo triviales hoy día, pero sus consecuencias fueron en verdad trascendentales. “El motivo para este cambio en el significado de la razón fue mayormente religioso, pero las implicaciones para la ciencia fueron enormes. La razón cambia de los métodos de la lógica formal a los de las ciencias naturales” (Hankings, 1985: 3).

El Dios que concibe la razón ilustrada es un Dios de orden y leyes. Dirige su obra mediante ellas y conforma así el orden natural del cual forma parte el mundo social. ¿Cuál es el telos de Dios? ¿Cuál su propósito? El orden natural que todo lo abarca, se inspira, por supuesto, en las intenciones bondadosas de una deidad suprema que busca la felicidad del hombre. ¿Cómo? Mediante el uso de la razón que hará que el hombre pueda comprender esas leyes. Es un Dios de bondad. Así como sus leyes ordenan y dan estabilidad al cosmos, también ordenan y dan estabilidad al mundo moral-social de las personas. La metafísica del deísmo ilustrado la estudió Smith en su temprana juventud, cuando fue discípulo de Hutcheson, profesor de filosofía moral quien, de acuerdo al autor de la más famosa biografía de Smith (Rae, 1895: 10), lo estimuló intelectualmente con la idea de la libertad de pensamiento y con la creencia en un orden natural y social inspirado por la bondad divina. También inculcó en el discípulo la idea de que el conocimiento de ese orden se sustenta la edificación de la felicidad humana.

Hutcheson acuñó la frase distintiva de la filosofía utilitarista que valora los actos sociales de los individuos de acuerdo al principio de lograr “la mayor felicidad posible para el mayor número posible”. Tal propósito se atiene al principio moral de que la felicidad de unos no puede fundarse en la infelicidad de los otros. La moral y la legislación sancionan a quien mata o roba para alcanzar su felicidad o evitar displacer. El buen gobierno tiene como papel el armonizar la multitud de intereses privados en el interés público. La felicidad de los individuos está basada en el “principio de utilidad”, el cual aprueba o valora como positiva toda acción que arroje como resultado más felicidad y menos dolor.

El deísmo del siglo XVIII y su idea de orden natural es una muestra de los grandes cambios culturales de la época, marcados por la secularización del pensamiento social, una secularización entendida como la independencia respecto a la autoridad nacida de la conjunción de los dogmas religiosos cristianos y la filosofía aristotélica en el medioevo, pero que no rompe del todo con creencias metafísicas provenientes de ese mismo pasado que se pretende superar. Existen múltiples ejemplos de esta tensión intelectual característica de la época que estamos considerando, tales como la presencia de una metafísica del Sol en Kepler, la astrología y el misticismo en la medicina de Paracelso y las ideas alquimistas en los experimentos de Newton. No hay nada extraño en esto. Es una manifestación de la tenacidad y la persistencia de las tradiciones y herencias culturales que simplemente no son reemplazadas por las nuevas formas y patrones de pensamiento de una manera inmediata.

2.2. John Locke y el liberalismo inglés

Newton había descubierto las leyes del movimiento de los planetas en torno al Sol; correspondía ahora a los portadores de la filosofía de la razón el descubrir las leyes naturales del movimiento de las sociedades. Los derechos del hombre a la vida, a la libertad y a la propiedad son parte fundamental de ese orden natural.

El liberalismo político es un producto nacido de las entrañas de la historia política inglesa, particularmente del período marcado por las revoluciones de 1640 y 1688, las cuales tuvieron como eje central en disputa el establecimiento de una monarquía constitucional (no absoluta) (Crossman, 1941:16-29;). La teoría del Estado de John Locke en su obra Dos Tratados sobre el Gobierno Civil, 1689, difiere sustancialmente de la de El Leviatán de Hobbes, 1651, sus discípulos. En la visión hobbsiana el soberano encarnado en el monarca que detenta un poder absoluto es el poder político sin el cual la sociedad -integrada por individuos egoístas- se mantendría viviendo en un estado de guerra permanente (el “estado de naturaleza”). Ante lo que considera una legitimación del Estado Absolutista, Locke fundamenta los principios de la monarquía constitucional inglesa y la existencia de un poder real sujeto al Parlamento. En lugar de un orden político de súbditos sometidos, uno de hombres propietarios libres, en el que el poder otorgado al monarca se pacte en los términos y con el consenso firmado de esos propietarios.

Para Locke la libertad del individuo en sociedad está colocada a la par del derecho a la vida y a la propiedad privada: es parte de los derechos naturales del hombre. Esta doctrina se conoce como iusnaturalismo y es fundamental para entender los cambios en la filosofía política de la época. Locke forma parte de un movimiento intelectual que expresa los intereses de emergente y pujantes generaciones de comerciantes, aventureros emprendedores y manufactureros, que en oposición a ataduras medievales de orden estatal y gremial, basaban su éxito económico en la libertad de hacer; una nueva clase social que se opone a las regulaciones mercantiles que favorecen los monopolios comerciales estatales y compañías privadas (Laski, 1939: 96-102). Locke explica, desde una perspectiva atomista, cual es el “mecanismo gravitacional” que mantiene unida o cohesionada políticamente a la sociedad, y lo hace a partir de la nueva visión empresarial del mundo: mediante un contrato social que es racional y utilitariamente establecido entre particulares. Un contrato en el que los firmantes no renuncian a sus libertades frente a un poder político establecido con el propósito superior de garantizar esas libertades. La sociedad y su orden político se fundamentan en los derechos naturales que son expresión de una razón deísta; tales derechos y no “el instinto salvaje”, al decir de Locke, “son el fundamento del origen del Estado” (Reale y Antiseri, 1988: 444). La criatura monstruosa del Leviatán -una multitud de individuos dando forma a algo parecido a un híbrido de cocodrilo- se verá desplazada por la de un contrato civil entre particulares, un civilizado pacto de caballeros que garantiza la unidad y la estabilidad políticas que cohesionan socialmente a partir de una monarquía cuyo poder está acotado por el respeto a los derechos naturales del ser humano (Sabine, 1963: 386-399).

Desde el siglo XVII las sociedades inglesas y escocesa habían experimentado el auge de la naciente clase de los comerciantes y manufactureros que surgían al margen -y en contra- de los intereses de los monopolios en el comercio. Si en la doctrina mercantil surgida en el marco político de regímenes absolutistas se enfatizaba -como se verá un apartado más adelante- la riqueza del monarca y del estado-nación a costa incluso de la de las personas, en el liberalismo político se enfatizará que la libertad permite el éxito económico de los individuos y a través de ellos -no a costa de ellos- es que el enriquecimiento individual aporta al acrecentamiento de la riqueza de la nación. La conexión precisa entre los intereses económicos individuales y el progreso de la sociedad (lo que se llamaría “bien común”) es algo inexistente aún en Locke, más allá de que se pueda encontrar una interesante pero muy incipiente relación bastante entre la propiedad privada (la riqueza) de los individuos y el trabajo personal (que la crea). Esta última cuestión puede considerarse como un embrionario antecedente de la teoría del valor-trabajo postulada entre otros autores por Smith (Boncoeur y Thouément, 2017: 76-77).

2.3. David Hume y el sentimentalismo moral

Adam Smith es contemporáneo del filósofo también escocés David Hume, doce años menor que él; lo leyó por recomendación de Hutchenson y fue éste quien lo recomendó con David Hume como un estudiante muy prometedor, a raíz de que Adam Smith escribiera una reseña -un abstract- del Tratado sobre la Naturaleza Humana; Smith y Hume llegaron a ser muy amigos y se frecuentaron durante años. Adam Smith se refiere a Hume en Teoría de los Sentimientos Morales como “un ingenioso y atractivo filósofo que une la máxima profundidad intelectual con la más consumada elegancia expresiva y que posee el feliz singular talento de tratar las cuestiones mas abstrusas no solo con perfecta perspicacia sino también con la más viva elocuencia” (Cit en Carrasco, 2018: 348). Smith mantiene en lo fundamental una línea de continuidad con la filosofía moral de Hume, pero va a incorporar sutiles pero importantes diferencias.

En el Tratado sobre la Naturaleza Humana el análisis del estudio de la naturaleza del hombre se coloca en el ´centro de todas las ciencias´, como el nuevo Sol que iluminará a todas las demás. Su importancia se establece por encima incluso de la propia física a la que la obra de Newton (1687) había convertido, a no dudar, en el obligado referente y modelo a tomar en cuenta por las demás ciencias, incluidas las relativas a la sociedad y al hombre (Reale y Antiseri, 1988: 471). En el primer aspecto, el del conocimiento de la realidad, Hume llevó el pensamiento de la razón hasta sus fronteras irracionalistas, donde lo que existe únicamente es el escepticismo ante un mundo envuelto y confuso, velado por las ideas, las emociones y los sentimientos. Un mundo en lo que lo único cierto es el dominio natural de los instintos. Un mundo en el que el conocimiento de la realidad externa está por naturaleza vedado al conocimiento a partir de la razón. Hume rechaza por completo el enfoque cartesiano; para él es la experiencia la fuente y el límite de lo que conocemos (Reale y Antiseri, 1988: 472; Belaval, 1976).

Hume es partidario de la filosofía utilitarista y hedonista: entre los principios que permiten explicar la transformación de impresiones en ideas se encuentra el de la utilidad; los seres humanos buscan instintivamente obtener placer, satisfacciones, y rechazan el dolor y las insatisfacciones. Los motiva su interés personal. Existe sin embargo una dimensión moral en la que su comportamiento adquiere el sentido de lo bueno, de lo malo, de lo justo o de lo injusto que se encuentra definido, acotado, por la aprobación de los demás (Marciano, 2011:14). Esta aprobación pasa por la simpatía, entendida como la capacidad emocional que permite ponernos en el lugar de los otros y experimentar sus sentimientos. Esta capacidad, sin embargo, es limitada. La encontramos y la buscamos en los familiares, los amigos, los que se identifican con nosotros en formas de pensar y creer, pero no ocurre así para el caso de quienes no son o no los sentimos cercanos a nosotros. Conforme menos próximos esa capacidad empática disminuye hasta desaparecer.

En el comportamiento de los individuos en sus interacciones sociales de todo tipo, los sentimientos son los que predominan y guían nuestras acciones y toma de decisiones. La razón es teórica, afirmaba Hume, pero en la vida práctica son los sentimientos, las percepciones, las impresiones, es decir los instintos, quienes en realidad nos gobiernan. Para vivir en sociedad el hombre debe apegarse a lo que establecen -externas a él- las instituciones, las leyes, los preceptos religiosos, las reglas morales, y las convenciones sociales que regulan y reprimen sus impulsos egoístas. Esa contención de los instintos hace posible la armonía social. Se trata de una visión exógena y funcional de la moral que niega el uso de la razón práctica en el individuo; este no tiene capacidad propia, endógena, para mejorar su moral. “La razón es, y solo debe ser, esclava de las pasiones, y no puede reivindicar en ningún caso una función distinta a la de servir y obedecer a aquellas” (Citado en Reale y Antiseri, 1988: 411). En este punto los caminos de Hume y Smith se separan, ya que éste último considera que en el individuo la misma razón contribuya a mejorar moralmente al ser humano (Carrasco, 2018: 55-74 y Carrasco 2020, 341-366).

En Teoría de los Sentimientos Morales, Smith plantea la siguiente cuestión: “¿Qué es lo que impulsa a los generosos en todas las ocasiones y a los mezquinos en muchas, a sacrificar su propio interés en bien de los intereses más grandes de otros? No es el poder conciliador de la humanidad, no es esa débil chispa de benevolencia con que la naturaleza ha iluminado el corazón humano, que así es capaz de contrarrestar los impulsos más poderosos de la egolatría. Es un poder más fuerte, un motivo más imperativo que se ejerce en esas ocasiones. Es razón, principio, conciencia, el habitante del pecho, el hombre que hay en nosotros, el gran juez y árbitro de nuestra conducta.

“Cuando la felicidad o la desdicha de otros dependen den cualquier aspecto de nuestra conducta, no nos atrevemos, como no los podrías sugerir la egolatría, a preferir el interés de uno al de muchos. El hombre que hay en nosotros de inmediato nos hace un llamado, de que nosotros nos valoramos demasiado y a otras personas muy poco y que, al hacerlo, nos rendimos y somos el objeto mismo de desprecio y la indignación de nuestros hermanos” (citado por Brue y Grant, 2009: 65).

El deísmo optimista está presente en la mecánica interna de nuestros sentimientos. Las facultades morales son reglas establecidas por Dios en el hombre y ellas orientan nuestra conducta hacia los demás. Si no las cumplimos nos avergonzamos internamente; si lo hacemos, somos recompensados con la tranquilidad mental y la autosatisfacción: seremos felices. Dios promueve así la felicidad en los individuos.

De acuerdo con Smith el alma humana alberga tanto sentimientos egoístas como sentimientos altruistas. El egoísmo es indispensable en la vida y las acciones egoístas son admisibles moralmente. Ser prudentes, vigilantes, ordenados, constantes y firmes son actitudes que tienen motivos egoístas en su origen, pero son apreciadas socialmente. A la vez, no se requiere del altruismo para ser alguien considerado como virtuoso por los demás:

“La negligencia, la prodigalidad, el desorden se reprueban unánimemente, no porque impliquen una falta de altruismo, sino una falta de atención del individuo en lo que respecta a la consideración de sus propios intereses” (Cit en Franco, 1958: xix).

El egoísmo no es en sí censurable. El interés y cuidado de mi salud y de mi bienestar son acciones egoístas pero encomiables. No toda pasión egoísta es condenable, dice Smith adoptando una posición que no coincide, como se suele pensar, con la idea de los vicios privados que arrojan virtudes públicas presente en la Fábula de las Abejas de Mandeville, escrita en 1723; Smith considera una exageración pensar que tan pronto nos distanciamos de “la ascética abstinencia, incurrimos en lujuria y sensualidad, pisamos el terreno de lo vicioso” de tal modo que constituye lo mismo “ponerse una camisa limpia que vivir en una casa confortable” (Franco, 1958: xix).

Además del egoísmo los sentimientos de simpatía ocupan un lugar muy importante en el alma humana: “por más egoísta que quiera suponerse al hombre, hay algunos elementos en su naturaleza que lo hacen interesarse en la suerte de los otros, de tal modo que la felicidad de estos le es necesaria, aunque de ella nada obtenga, a no ser el placer de presenciarla” (Franco, 1958: xx). La infelicidad de los otros suele provocarnos el efecto contrario. La alegría y el dolor ajeno nos afectan sentimentalmente. La simpatía de la que habla Smith (a la que en el lenguaje moderno cabría designar quizá con el término de “empatía”) nos permite coparticipar de los sentimientos ajenos y es un acto que requiere del concurso de la imaginación dado que no podemos conocer a detalle el interior sentimental de las otras personas, por más cercanas que sean a nosotros3.

De particular interés es que en Teoría de los Sentimientos Morales aparece ya la figura que guía la conducta de los comerciantes y hombres de negocios en aras de un bienestar cada vez mayor de la comunidad:

“Los ricos escogen del montón sólo lo más preciado y agradable. Consumen poco más que el pobre, y a pesar de su egoísmo y rapacidad natural, y aunque solo procuran su propia conveniencia, y lo único que se proponen con el trabajo de esos miles de hombres a los que dan empleo es la satisfacción de sus vanos e insaciables deseos, dividen con el pobre el producto de todos sus progresos. Son conducidos por una mano invisible que los hace distribuir las cosas necesarias de la vida casi de la misma manera que había sido distribuidas si la tierra hubiera estado repartida en partes iguales entre todos sus habitantes; y, así, sin saberlo, promueven el interés de la sociedad y proporcionan medios para la multiplicación de la especie” (citado por Franco, 1958: xxvi).

Inexplicables son los designios providenciales. A cambio de no haber repartido igualitariamente la posesión de la Tierra a los miembros de su creación predilecta es a través de los actos de los ricos que logra un bienestar colectivo. Es esa voluntad la que en La Riqueza de las Naciones se encargará de conducir armónicamente al mercado y al sistema económico.

3. Economía política presmithiana: mercantilistas, fisiócratas y preclásicos

¿En dónde se encontraba el pensamiento económico antes de la publicación de La Riqueza de las Naciones? No se trata de remontar hasta sus lejanos antecedentes judíos y griegos, sino a los tiempos del capitalismo comercial: ¿cómo había evolucionado aquel desde la Revolución de los Precios del siglo XVI hasta la época en la que despunta la Revolución Industrial, en los inicios de la segunda mitad del siglo XVIII? ¿Qué aspectos de la realidad del naciente capitalismo habían sido estudiados por los mercantilistas, los fisiócratas y los precursores de la que se conocerá más tarde como “escuela clásica”?

A fin de empezar a mostrar esta evolución, se enlistan en orden cronológico los títulos de las 10 principales obras de economía previas a La Riqueza de las Naciones. Ocho de estos 10 textos serán considerados en el resto de este apartado.

Cuadro 1

Fuente: elaboración propia

Durante el período que cubre la tabla el capitalismo comercial se había desarrollado íntimamente asociado al poder militar de los Estados Absolutistas de España, Holanda, Francia, Inglaterra; era un capitalismo predominantemente comercial que en los tiempos de Smith se encontraba en los inicios de su tránsito hacia el capitalismo industrial en Inglaterra y Escocia. Es en la segunda mitad del siglo XVIII, “alrededor de 1660” -algunos autores ponen el acento en la década de los cincuenta, otros en la de los sesenta- que se presentan un conjunto diverso de innovaciones en la maquinaria utilizada en los ramos textil y del hierro (Ashton, 2006: 72 y ss; Derry y Williams, 1983: 405-415). En cuanto a la máquina de vapor, todavía hasta 1760 la de Newcome sólo tenía una utilidad limitada al bombeo del agua y la máquina de Watt se utilizó por vez primera en la industria textil en 1785 (Ashton, 2006: 85-90; Derry y Williams: ibid). Ashton ubica el inicio de la Revolución Industrial en Escocia a fines de 1760, cuando se introdujo un nuevo tipo de horno para la producción de hierro (2006: 80). En este sentido histórico es que La Riqueza de las Naciones no se puede considerar como una obra que sea “producto” o expresión de la Revolución Industrial. Por el contrario, en un sentido intelectual y cultural amplio, hay quienes consideran que ella contribuyó al advenimiento de la era industrial pues “los juicios en ella contenidos fueron fuentes en las cuales hombres que no frecuentaban los libros, acuñaron principios para trazar sus negocios y para gobernar” (Ashton, 2006: 30-31).

El pensamiento económico de los siglos XVI, XVII y los primeros tres cuartos del XVIII, se había distanciado paulatinamente del principio de autoridad de la Iglesia, así como del escolasticismo dogmático de la Edad Media. Había adquirido un espacio propio dentro del discurso de la filosofía de la razón, llamada a comprender el mundo con la independencia del criterio racional y la capacidad analítica de la mente. Incluso la nueva disciplina había obtenido un nombre propio, Economía Política, asignado por el francés Montchrestien en 1615, uno de los primeros autores en abordar el tema del interés personal y la libertad de comercio. Aparte del nombre, la nueva disciplina había construido también un objeto de estudio delineado por la noción de un sistema económico, con partes interconectadas y con procesos determinados por leyes -regularidades- correspondientes al “orden natural”. Entender ese orden y la interrelación de sus partes era comprender y aceptar las fuerzas que gobernaban la economía y el progreso de las naciones.

La escolástica medieval, cuya obra más representativa fue la Summa Theológica de Tomas de Aquino, había puesto su atención, en lo que a la economía se refiere, en la regulación del comercio y del crédito, los precios y el interés; se había consagrado a la búsqueda del “intereses piadosos” y del “precio justo”, definidos a partir de una mezcla de criterios económicos y morales. El eje de sus reflexiones había sido la preocupación por la pobreza de las personas, tanto desde la perspectiva de la justicia caritativa-distributiva, como desde la justicia conmutativa, la cual debería prevalecer en el intercambio de productos a fin de que ganara el vendedor, el comprador y la comunidad. De esa preocupación por los pobres es que la escolástica establece una distinción entre los productos necesarios y los propios de un consumo superfluo (Pierenkemper, 2012: 40-41). Tomás de Aquino también hacía uso del término de mercado cuando señalaba cuatro reglas para el correcto funcionamiento del comercio: i) el mercado se encargará; ii) sólo cobro lo que el mercado admite; iii) no hay que interferir en el mercado, y iv) todos tenemos derecho a un precio justo de mercado (citado por Galbraith, 2011: 44).

En los 250 años que anteceden a la publicación de La Riqueza de las Naciones, el pensamiento económico adquirió un espacio y un rango de importancia crecientes dentro de la teoría social; lo hacía a medida que en el mundo feudal se abría paso el comercio local y el comercio internacional, se centralizaba el poder político, militar y financiero de los estados nacionales, y se formaban y delimitaban los primeros mercados internos y los mercados coloniales. Los nuevos fenómenos y procesos del comercio de ultramar, junto con los ocurridos en el sector monetario y financiero, fueron en los hechos las primeras “porciones” visibles del nuevo sistema económico que emergía en el noroeste europeo.

La Revolución de los Precios del siglo XVI, producto de la llegada masiva de plata y oro a Europa proveniente de América, dio lugar a las primeras teorías sobre la inflación, primero en la mitad del siglo XVI por parte de un autor de la Escuela de Salamanca, Martín Alpizcueta, en 1552, y posteriormente, por Jean Bodino, en 1568, filósofo de la Soberanía del Estado a quien los economistas le reconocen la paternidad de la teoría cuantitativa del dinero.

También la “corriente mercantilista” había dado lugar a las primeras teorías de corte metalista sobre la balanza comercial y la de capitales, a la vez que Thomas Mun, 1630, había exaltado la figura del comerciante rompiendo totalmente con los atavismos cristianos y aristotélicos sobre la compra y venta de productos y el préstamo de dinero; los análisis de Hume, del francés fisiócrata Turgot y en especial del franco-irlandés Richard Cantillon habían significado un avance teórico clave al cuestionar los enfoques metalistas de la riqueza y postular las bases de la teoría del equilibrio de la Balanza de Pagos. Cantillon (1950: 82-104 y 127-140) había formulado la ecuación cuantitativa del dinero incorporando el factor de la velocidad del circulante, había señalado la diferencia entre el efecto real y nominal de los cambios en la oferta monetaria y había concebido a la economía como un sistema circular, sembrando con esto la semilla de lo que sería el “modelo” fisiócrata de la Tableau Économique. William Petty, también crítico del metalismo, había estudiado los temas de las finanzas públicas y en su dispersa obra aborda los temas de la riqueza, el trabajo, la división del trabajo la teoría del valor trabajo, la renta de la tierra, el capital, el interés y, al igual que Cantillon, la cuestión de la velocidad de circulación del dinero. En su Aritmética Política, 1690, Petty va ser pionero en el uso de los datos y cifras a fin de analizar la economía de una nación y comprobar la veracidad de las diferentes teorías. Es precursor en el uso de lo que hoy llamamos la estadística, en el sentido de “cifras o datos del estado”, y recomienda que los gobiernos se apliquen en su recopilación. Su estudio sobre la división del trabajo en la manufactura de relojes, inspirará sin duda a Smith, aunque éste no lo mencione, en su famoso ejemplo de la división del trabajo en la producción de alfileres. Su teoría del trabajo como medida del valor de cambio de las mercancías también será retomada por Smith ((Boncoeuer y Thouément, 2017: 67; Landreth y collander, 2006: 49; Brue y Grant, 2009: 21; Torres, 1975: 59; Söllner, 2015: 13). Un autor clave en esta rápida revisión es Pierre Le Pesant de Boisguillebert, quien, en su libro De la Naturaleza de las Riquezas, del Dinero y de los Tributos, 1707, publicado casi 60 años antes que el de Smith, argumentó sobre los méritos de la división del trabajo y la competencia en el intercambio de productos, explicando cómo el mercado permitía regular, limitar, el egoísmo de compradores y vendedores (Daniel, 2017: 45-46).

En el marco de la centralización política y económica de los estados absolutistas y de su intensa competencia marítima, comercial y militar, el tema de las finanzas del monarca, además de las políticas comerciales, motivó también la reflexión de los primeros economistas políticos. A partir de los intereses del comercio y del poder político centralizado, se establece el propósito de análisis a la vez que objetivo práctico a alcanzar de la nueva disciplina: la riqueza del Estado-Nación. Esa visión de la riqueza, por supuesto, correspondía al “Espíritu de la Época” (ZeitGeist) absolutista-comercial. La riqueza es el oro y la plata del poder soberano y se sustenta en la pobreza de la mayoría, pues así la nación consume menos, importa menos y exporta más. Esta visión será luego la opuesta al enfoque de Smith para quien la riqueza de la nación es una consecuencia de la riqueza de los particulares. Pero al vincular entre sí al comercio exterior, a las políticas proteccionistas, a la entrada y salida de metales preciosos y a partir de esa ruta explicar lo que constituye la riqueza de una nación, los mercantilistas establecieron una primera noción del sistema económico, aunque ésta fuera “sesgada” y parcial, circunscrita a los ámbitos de lo comercial, lo externo y lo monetario y financiero. Además de ser los primeros en secularizar el pensamiento económico analizaron las distintas variables de la economía y el comercio internacional como un sistema con interrelaciones entre sus partes. En este sentido a ellos les correspondería ser considerados los iniciadores o fundadores de la (macro) economía, si es que, como sostiene Schumpeter, “el primer descubrimiento de toda ciencia es el descubrimiento de sí misma” (1954 :114).

Los fisiócratas franceses se encargarán de modificar positivamente, pero aún de manera limitada, el objeto de estudio de la economía política. Mantendrán el interés estatal en el centro de sus objetivos, en este caso la monarquía francesa, pero lo harán desde una lógica muy diferente a la de sus predecesores. En primer término, desde el lado de la agricultura, a la que consideran la única fuente creadora de la riqueza; en segundo lugar, desde la perspectiva de la libertad económica individual. Francois Quesnay, cabeza y representante más importante de la escuela fisiócrata francesa, es quien acuña (o al menos hace famosa) la frase “laissez faire, laissez passer, qui il monde vas lui meme” (“Dejar hacer, dejar pasar, que el mundo camina por sí mismo”) que resume de manera concentrada al espíritu liberal de la época. En tercer término, la escuela fisiócrata construye una más clara noción del sistema económico, integrado por tres sectores-clases sociales: agricultores arrendatarios, manufactureros y terratenientes. Una representación esquemática y elemental de la economía, pero que muestra los vínculos o nexos entre la creación de la riqueza, la generación del excedente, la distribución del producto social, la circulación del dinero, los adelantos de capital, el consumo productivo e improductivo. Teniendo como antecedente los trabajos de Boisguillebert, (Boncoeuer y Theuémont, 2017: 80), el Tableau Économique, publicado en 1758, y considerado en ese momento como el equivalente social de las leyes de la gravitación de los planetas de Newton, prefigura un primer modelo macro de flujo circular, tal y como el que hoy día se representa un sistema integrado por empresas, gobierno y familias. De hecho, ha sido considerado como el antecedente de los esquemas marxistas de reproducción, del modelo walrasiano de equilibrio general, del modelo de Insumo-Producto de Leontief y hasta de la visión macro de Keynes (Meek: 1975: 87-89).

En su viaje por Francia, Smith conoció a Quesnay y lo visitó frecuentemente en sus apartamentos de París y Versalles (Rae, 1895: 160). Coincidieron en sus creencias económicas respaldadas en fundamentos liberales, así como en su crítica al llamado “sistema mercantil”. Pero en torno al tema de la creación de la riqueza la postura de Smith es por supuesto mucho más amplia ya que no se encuentra circunscrita al ámbito de las actividades agrícolas; Smith no tiene como referente a las necesidades de reforma de la campiña francesa sino el avance de las manufacturas y las industrias en Inglaterra, el sur de Gales y en su natal Escocia. Dupont de Neumours, quien conoció a Smith en esas visitas a las residencias de Quesnay, se refirió al filósofo escocés como un “discípulo” del economista francés (Rae, 1895: 161); sin duda Smith encontró inspiradora la idea de un sistema económico en el cual se expresaba el Orden Natural que predicaba el deísmo ilustrado, con regularidades (“leyes naturales”) que identificar y comprender. (Daniel, 2017: 57; Boncoeuer y Theuémont, 2017: 86); pero de ahí a considerarlo como un discípulo del famoso médico real es sin duda una exageración.

Smith tenía pensado dedicar La Riqueza de las Naciones a Francois Quesnay, pero el líder de los fisiócratas murió en diciembre de 1774 y no existió una dedicatoria in memoriam. La opinión de Smith sobre el mercantilismo y la fisiocracia se expone en el cuarto Libro de La Riqueza de las Naciones, pero mientras que la exposición crítica del “sistema mercantil” ocupa ocho capítulos de dicho libro (poco más de 290 páginas), la “de los sistemas agrícolas” solo uno (21 páginas) dado que es solamente un “sistema teórico”. Smith se expresa en los siguientes términos de los fisiócratas y de Quesnay:

“Desconocemos si existe alguna nación que haya adoptado un sistema que considere el producto de la tierra como el único origen y fuente exclusiva de toda la renta o riqueza del país; antes bien, creemos que ello existe pura y simplemente en las especulaciones de unos pocos franceses de gran ingenio y doctrina” (Smith, 1958: 591).

Smith celebra que la fisiocracia sea partidaria del liberalismo, pero señala que su “error capital” es considerar como “improductivas e infecundas” las actividades de “artesanos, fabricantes y mercaderes”; a continuación, desde una perspectiva liberal, procede a analizar y criticar la teoría y las políticas agrícolas en demérito de las que favorecen a la industria (ibid: 601 y ss.). Es posible, sin embargo, encontrar similitudes de Smith con Quesnay en el tratamiento de la renta de la tierra, las cuales, en opinión de Ronald Meek, obedecen más bien al estado general del pensamiento económico, incluso en Inglaterra, el cual tenía ante sí una realidad con aún un amplio predominio de las actividades agrícolas sobre las manufactureras y que, por tal razón, no se desprendía del atavismo de que la naturaleza es la única creadora de riqueza; de ahí la inclinación no solo francesa a derivar todos los ingresos de las clases sociales exclusivamente de la tierra (Meek, 1975: 177-192), de ahí el por qué en la economía política, e incluso hoy día en el lenguaje de los economistas, se denomine con el término de renta al ingreso.

De quien, ahora en el campo de la economía, si se puede afirmar que Adam Smith fue un auténtico discípulo es de Francis Hutcheson, autor que pasa desapercibido en la historia del pensamiento económico pero que, de acuerdo con Rae (1895: 9-11) es fundamental para la formación del pensamiento económico de Smith. Tanto en Hutcheson como en Hume se encuentran antecedentes de la crítica de Smith al mercantilismo y más importante aún es que en Hutcheson están ya presentes los planteamientos que seguirá Smith sobre el valor de cambio y el valor de uso, así como en su teoría del valor trabajo. De este profesor recibió también Smith sus primeras lecciones sobre la tolerancia política y religiosa y sobre la importancia de la libertad del individuo para dedicarse a la profesión o actividad económica de su gusto o interés sin más impedimentos legales que el respeto a los derechos de los demás. Las lecciones de su antiguo maestro fueron retomadas por Smith en sus conferencias sobre la libertad de comercio impartidas en 1749 en el Glasgow College. Su contenido se conoce como Lecturas de Edimburgo, y al decir de propio Smith es un resumen de lo leído por él sobre economía política hasta ese momento. De esas conferencias surgirá la Teoría de los Sentimientos Morales y, de la última parte de ésta, La Riqueza de las Naciones.

4. El mercado y la mano invisible

Expuestas ya las fuentes filosóficas que inspiran el pensamiento económico de Smith, así como los temas principales abordados por la economía política a lo largo de casi tres siglos, cabe responder la pregunta acerca de en dónde se encuentra la gran aportación de La Riqueza de las Naciones al pensamiento económico. La filosofía de la razón ya estaba presente tiempo atrás en la economía política, desde su ruptura con el escolasticismo; también previamente los planteamientos del liberalismo político se habían extendido al pensamiento económico con la ideas de propiedad privada y libertad personal; el deísmo ilustrado, asimismo, había dejado ya su impronta con la idea de orden y leyes providenciales. ¿En dónde se encuentra la originalidad de Smith en este campo?

Nuestra respuesta es que ella se ubica en llevar la filosofía moral a la economía política y fusionarla en el centro mismo del sistema económico. ¿Y en el campo de la economía? Se ha visto que los temas de la generación de la riqueza, de la distribución, del dinero, del comercio exterior, de la política fiscal, del valor y los precios, etcétera, ya habían sido tratados por la economía política, lo mismo que se había construido la noción de un sistema económico, como se expuso en el apartado previo. En este apartado mostraremos cómo la verdadera aportación de Smith radica en su visión holista de un orden económico que tiene como basamento las leyes del mercado. Con raíces en estas leyes se levanta una vasta estructura que abarca el todo macroeconómico y que, incluso, en su visión armónica de largo plazo, se extiende hasta la dinámica cíclica de reproducción de la población perteneciente a la clase de los trabajadores.

La Riqueza de las Naciones se compone de cinco libros. El primero está dedicado a los temas de la producción, los precios, la distribución; el segundo a los de la acumulación de capital, el trabajo productivo e improductivo, así como del capital de préstamo y del interés; el tercer libro (el más breve) revisa históricamente la evolución de la prosperidad en Europa luego de la caída del imperio romano de Occidente, y el papel jugado por el comercio entre las ciudades en esa prosperidad. El cuarto libro es el relativo a la exposición y crítica de los “sistemas” de economía política, el mercantil y el “agrícola” (fisiócrata), mencionados en el apartado anterior; el libro quinto aborda los temas de los egresos e ingresos públicos, la deuda, los impuestos. El recorrido lleva de la producción y el mercado a la política fiscal, destacando la acumulación de capital en el centro del circuito recorrido. La parte relativa a los ingresos y egresos del Estado es, de hecho, la menos consistente y en opinión de Schumpeter se trata de una compilación de recetas fiscales (1954: 187), bajo la forma de un gran estudio que se propone abarcar el “todo económico” de una manera amplia y con apoyo de información histórica.

La Riqueza de las Naciones, es la obra más importante de todo el siglo XVIII escrita por un solo autor, si se hace a un lado, por supuesto, a La Enciclopedia, obra colectiva publicada a lo largo de poco más de dos décadas (1750-1771). La Riqueza de las Naciones fue un éxito editorial y el contenido de sus principios liberales dio luz a toda una era en la que, al decir de André Maurois, la economía política enseño “que las relaciones entre los hombres no son lazos morales ni deberes, sino que están regidas por leyes tan precisas y tan inevitables como la gravedad de los cuerpos o el movimiento de los astros” (1948: 49).

El método de exposición seguido por Smith mezcla cuestiones teóricas con hechos históricos, haciendo uso de una abundante descripción de costumbres y legislaciones antiguas y de su época; de su país y del mundo; también se entrelazan argumentos abstractos con detalladas observaciones sobre el funcionamiento de instituciones, lo mismo que de códigos legislativos y reglamentos comerciales de todo tipo. El contenido refleja la erudición de Smith, su amplia visión intelectual, la vastedad de sus conocimientos históricos y el conocimiento de la historia y la sociedad inglesa (Heilbroner, 1972: 72-73); en diversos temas, sin embargo, abundan no solo los rodeos argumentativos sino las digresiones e incluso llega a haber algunos capítulos que parecen estar inconexos, como si hubieran sido añadidos arbitrariamente al cuerpo del texto (Schumpeter, 1954: 185). Su método se puede describir como un collage inductivo y deductivo, con fundamentos teóricos, históricos e institucionales que brindan un enfoque holista del sistema económico. Este todo económico se estructura a partir de las “leyes naturales”: a) de la división del trabajo; b) del intercambio y del mercado (tanto en su dimensión nacional como internacional); c) de la distribución del producto social entre las clases sociales, y; d) de la acumulación y de la población (Heilbroner, 1972: 86 y ss).

No existe aquí el espacio suficiente para abordar este conjunto de temas que por vez primera engloban al sistema que es el objeto de estudio del fundador de la economía política clásica. Para los propósitos de este ensayo basta centrarse en los temas de la división del trabajo y el mercado, en los que la argumentación de Smith es la siguiente: La división del trabajo es la principal causa del aumento de la productividad debido a tres factores (mejoramiento de la destreza, ahorro de tiempo y mejoras en la maquinaria por parte de sus operarios). La división del trabajo es la causa del aumento de las riquezas y que ellas puedan estar al alcance de la mayoría de la población; la división del trabajo da lugar “a esa opulencia universal que se derrama hasta las clases inferiores del pueblo” (1958: 14).

Se indicó ya en el apartado anterior que este planteamiento sobre el “derrame de la opulencia” es una idea presente en su Teoría de los Sentimientos Morales, aunque aún no se fundamenta en la división del trabajo, sino que lo hace recaer en el comportamiento egoísta de los ricos, medio a través de la cual opera la mano invisible. En el libro primero de La Riqueza de las Naciones la división del trabajo está motivada por intereses egoístas de los individuos y por la tendencia humana a intercambiar, lo que se considera un rasgo o característica natural que es exclusiva del ser humano. La división del trabajo se explica por los instintos y no por la “sabiduría humana”, dice Smith, recordándonos a Hume, incurriendo en el error de no distinguir entre la división del trabajo que es mediada por el mercado, no coordinada conscientemente, y la división del trabajo que se establece en las empresas por razones sociotécnicas en los procesos laborales. Si en Smith, a diferencia de Hume, la razón tenía un espacio en la moral, al parecer ella no tendría ninguno en los procesos de trabajo.

En relación con el egoísmo que es el fundamento del mercado citamos a continuación las famosas frases del segundo y extenso párrafo del capítulo II, las cuales contienen la esencia de la teoría de Smith al respecto:

“No es la benevolencia del carnicero, del cervecero, o del panadero la que nos procura el alimento, sino la consideración de su propio interés. No invocamos sus sentimientos humanitarios sino su egoísmo; ni les hablamos de nuestras necesidades, sino de sus ventajas” ; y, renglones más abajo: “De la misma manera que recibimos la mayor parte de los servicios mutuos que necesitamos, por convenio, trueque o compra es esa misma inclinación a la permuta la causa originaria de la división del trabajo” (1958: 17)4.

Desde su inicio y a lo largo de toda la Riqueza de las Naciones existirá una línea de continuidad: la armonía optimista de la visión del mercado es también la virtuosa armonía de la acumulación del capital; es la fluida armonía presente en el incremento continuo del producto y la riqueza de la sociedad. En el capítulo II del tercer libro, al discutir la conveniencia de imponer restricciones a la importación de “ciertas mercancías”, la idea se incorpora al tema del incremento de la riqueza o ingreso nacional en conjunción con las decisiones individuales de invertir:

“…el ingreso anual de la sociedad es precisamente al valor en cambio del total producto a anual de sus actividades económicas (…) como cualquier individuo pone todo su empeño en emplear su capital en sostener la industria doméstica, y dirigirla a la consecución del producto que rinde más valor, resulta que cada uno de ellos colabora de una manera necesaria en la obtención del ingreso anual máximo para la sociedad. Ninguno se propone, por lo general, promover el interés público, ni sabe hasta qué punto lo promueve. Cuando prefiere la actividad económica de su país a la extranjera, únicamente considera su seguridad, y cuando dirige la primera de tal forma que su producto represente el mayor valor posible, solo piensa en su ganancia propia: pero en este como en otros muchos casos, es conducido por una mano invisible a promover un fin que no entraba en sus convicciones. Más no implica mal alguno para la sociedad que tal fin no entre a formar parte de sus propósitos, pues al perseguir su propio interés, promueve el de la sociedad de una manera más efectiva que si esto entrara en sus designios” (Smith,1958: 402).

Previamente, en su teoría de la acumulación -libro segundo- Smith ha dado ya reiteradas muestras de esa concepción armónica de reproducción del sistema, en la que se establece un circuito virtuoso de división del trabajo-aumento de la productividad-incremento de las ganancias-aumento de la inversión-mayor producción. En este proceso se inscriben incluso las ingenuas leyes “cíclicas” de su teoría de la población, en las que el comportamiento al alza de los salarios va elevando el crecimiento del número de trabajadores, pero esa alza termina por reducir ganancias-reducir inversión-reducir empleo y salarios y de ese modo hace disminuir la procreación de las familias obreras con lo cual su demanda comienza a superar a la oferta de trabajadores (Smith, 1958: 78).

A continuación, un esquema del circulo virtuoso de la acumulación de acuerdo con Smith:


Figura 1
Fuente:Toledo (2019:59)

Regresando al mercado: existe un orden económico que regula el egoísmo de los individuos mediante las fuerzas de la oferta y la demanda de productos; él se establece al margen de cualquier autoridad, pues lo hace espontáneamente y al tanteo, a partir y en torno de las señales fluctuantes de los precios. Las leyes de la oferta y demanda son las que ecualizan los egoísmos, estructuran al mercado y cohesionan económicamente a la sociedad. ¿Cuáles son estas leyes? Básicamente está la ley del intercambio de mercancías de acuerdo a sus valores definidos en términos de la cantidad de trabajo incorporado, el “precio natural”5; en segundo término encontramos la ley de la interacción de la oferta y la demanda que hace “gravitar” (término tomado de la física newtoniana) los “precios de mercado” de los productos en torno a los “precios naturales”; en tercer lugar que mediante el mecanismo de los precios se ajusta a la baja o a la alza la producción, las ganancias y las decisiones de inversión de capital. El mercado y no las decisiones del estado es el medio más adecuado para lograr la más eficiente asignación de recursos. En resumen: cuando la oferta excede a la demanda de un bien el precio de mercado es menor al precio natural, mientras que cuando la demanda exceda a la oferta estará por arriba de él; cuando oferta y demanda coinciden el precio de mercado convergerá con el precio natural del bien. De este modo la actividad económica necesaria para producir un bien se adapta a su demanda, aunque la oferta del mismo varíe constantemente (Smith, 1958: 55-57).

5. La mano invisible: crítica marxista y continuidad neoliberal

A casi doscientos cincuenta años de la aparición de La Riqueza de las Naciones el mercado -una forma de organización social de la producción diferente a las surgidas de la tradición y de la autoridad (Heilbroner, : cap. I)- es una realidad económica mundial. Además de haberse extendido a toda la actividad productora de “bienes y servicios” y de permear las actividades económicas en casi todo el planeta, ha demostrado no funcionar de manera armónica sino que conoce, recurrentemente, del estallido de crisis, un fenómeno que aún no tenía lugar en la temprana época del capitalismo en la que escribió Smith; hoy día el mercado se encuentra regulado, intervenido, acotado, ya sea por órganos, instancias y legislaciones estatales de todo tipo, como también por otras instancias sociales como los sindicatos y las organizaciones ambientales. Sin duda que la visión smithiana del mercado ha sido superada por el capitalismo por lo menos desde hace más de un siglo. A la vez y lo que quizá es aún más importante: esta economía basada en el mercado mostró, en el siglo pasado, superioridad frente al sistema económico alternativo basado en la planificación centralizada. Esto nos lleva a la siguiente doble cuestión: De una parte ¿cuál ha sido la principal crítica teórica a la visión liberal del mercado? De otra, ¿cuál ha sido el más reciente desarrollo analítico del liberalismo sobre el mercado? Consideraremos brevemente la visión crítica marxista sobre el mercado, y la postulada por el neoliberalismo de Hayek, en una clara línea de continuidad con la de Smith.

La crítica marxista de la economía política cuestiona la existencia misma del mercado desde la perspectiva de la filosofía de la alienación. Filósofo contra filósofo en la arena de la economía. Para Marx, el mercado, como la mercancía misma, es un hecho histórico, no algo “natural”; su existencia se explica por específicas relaciones sociales que hacen que los productos del trabajo humano adopten la forma de mercancías, es decir objetos hechos para el intercambio, no para el autoconsumo de una familia ni para el pago de un tributo a un rey, a un aliado o a un tirano. En la economía de mercado el trabajo de los “productores privados independientes” se reconoce socialmente a través de la esfera del mercado y de los precios. Se trata de una validación del trabajo social que no se “hace consciente” y se establece a espaldas de la voluntad de los hombres; en otras palabras: no es planeada por la sociedad con antelación a la producción; no es ex ante, sino a posteriori ya que dicha validación se hace con posterioridad a la producción, en el intercambio de los productos conforme la cantidad de trabajo abstracto social que costó elaborarlo. Aquí brota, de acuerdo con la figura utilizada por Marx, el “fetichismo” de las mercancías; de aquí surgen los velos que ocultan la esencia de las relaciones mercantiles; de aquí brotan las categorías aparenciales de las relaciones dinerarias y capitalistas que recubren a la sociedad moderna.

Esta crítica de Marx a la “cosificación” de las relaciones sociales, argumenta a favor de una asignación consciente de los recursos productivos de la sociedad, de una planificada división del trabajo que abarque no solamente a la que ocurre al interior de las empresas sino en todas las ramas y actividades de la vida económica. La superación de tal cosificación implicaría traspasar el velo social del mercado, del dinero y del capital (Marx, 1975: T. I ; Rubin, 1979). Esto supondría que los seres humanos dejarían de estar o ser dominados por fuerzas económicas de su propia creación, como sería el caso extremo de las crisis capitalistas, sino que, al contrario, ejercería su dominio pleno y racional sobre ellas.

De acuerdo a la experiencia del siglo XX esta visión sobrestimó la capacidad para suplir el mercado por formas “no alienadas” de organización social de la producción en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), Europa Oriental y China, países que en 1917, 1945 y 1949, respectivamente, emprendieron la construcción de un sistema económico y una social orientados por los planteamientos del “socialismo científico” de Marx. En las décadas de los años treinta y cuarenta tendría lugar, ante lo que había sido el avance industrial de la URSS bajo los primeros planes quinquenales lo que se llamó el “Debate de los Sistemas”. ¿Cuál de los dos era superior? ¿El capitalismo o el socialismo? ¿Cuál sería derrotado y cuál vencedor? Durante ese debate, en una clara línea de continuidad con el liberalismo clásico, Friedrich von Hayek, 1944, desarrolló una teoría sobre el mercado en línea de continuidad con la de Smith, retomando ideas formuladas en el siglo XIX, primero por Gustav Schmoller, autor de la Escuela Histórica Alemana que cuestionó el liberalismo económico (Toledo: 2019 83-104), y especialmente por Carl Menger, marginalista de primera generación, crítico radical de la Escuela Histórica Alemana y fundador de la Escuela Austríaca. La teoría de Hayek compagina con la de mercado de Smith, aunque no tenga sus mismos fundamentos filosóficos.

Schmoller y Menger hicieron una analogía entre las instituciones sociales y los organismos biológicos; atendiendo observaciones hechas siglos antes por Platón y Aristóteles indicaron que el origen de las instituciones o estructuras sociales puede ser voluntario e involuntario; es decir que algunas pueden surgir espontáneamente -a las que Menger denomina orgánicas- o bien surgir de manera deliberada, a partir de acuerdos con un propósito definido -a las que este mismo autor llama pragmáticas. “Un gran número de estructuras sociales no son resultado de un proceso natural (…) son resultado de actividades humanas con un propósito (Menger, 1985: 132; Chavance, 2018: 61-65). Entre las estructuras orgánicas se encuentran la moneda, el mercado, las comunidades, el lenguaje y el estado. Menger se pregunta, de una manera que evoca a Smith ¿cómo es que “las instituciones que sirven al bien común y son particularmente importantes para su desarrollo existen en la ausencia de una voluntad común destinada a establecerlas?” (Menger, 1985: 133).

Hayek recuperó esta distinción de los orígenes de las instituciones -a las que llamó “Órdenes” (Ordnungen)- pero enfatizó sobre las diferencias entre los “órdenes” simples y los de carácter complejo. La familia, por ejemplo, es un orden espontáneo simple, mientras que la sociedad es uno espontáneo y complejo. Aquella, por numerosa que sea, podrá tener alguien encargado de concentrar los ingresos y planificar los egresos de todos sus miembros distribuyendo el pre-supuesto familiar equitativamente, de acuerdo incluso al principio comunista “de cada uno, según su capacidad; a cada uno, según su necesidad”. Pero una regulación distributiva de este tipo no es algo que se pueda aplicar a organismos sociales complejos como el mercado. En los “órdenes” extensos y complejos lo que funciona mejor es la organización basada en las interacciones libres de los individuos y no la organización establecida a partir de una autoridad centralizada que toma decisiones a costa de las decisiones autónomas de los demás (Hayek, 1944). Este es, en esencia, uno de los fundamentos económicos de la Sociedad Mont Pelérin de la cual surgirá, en 1947, el neoliberalismo (Anderson, 1995: 7; Escalante, 2015: 12).

6. Conclusiones

El artículo se propuso llevar a cabo una exploración en torno a las fuentes filosóficas que nutren el pensamiento de Adam Smith y ubicar su influencia en la visión del mercado, resumida en la metáfora de la mano invisible, y por tanto en la visión del sistema económico. A partir de lo anterior el artículo tuvo como objetivo paralelo retomar las principales líneas del debate que ha existido en torno a la trascendencia histórica alcanzada por La Riqueza de las Naciones, considerada la obra fundacional de la economía.

En un primer apartado se consideraron: a) el liberalismo político representado en la obra de Locke; b) el sentimentalismo moral, en la obra de Hume, y; c) el deísmo del siglo de la Ilustración. En el primer caso se destacaron los conceptos del iusnaturalismo y de los derechos naturales a la propiedad, la vida y la libertad que consustanciales al liberalismo político; en el segundo caso se presentó un cuadro general de la filosofía moral de Hume y el debate en torno a los sentimientos humanos, particularmente el egoísmo, y su relación con los juicios morales; en el tercer lugar se expuso el significado para el pensamiento científico del deísmo del Siglo de las Luces y, particularmente su idea de un orden providencial cuyas leyes constitutivas había que descubrir para alcanzar la felicidad humana.

En este primer apartado se destacan las ideas de libertad individual, de egoísmo y de la existencia de un orden natural como categorías clave que estructurarán a los conceptos de mercado, acumulación de capital y riqueza.

En un segundo apartado se hizo una exposición general de la evolución de la economía política entre la XVI, aproximadamente, hasta la década de los años sesenta del siglo XVIII, con antelación a la primera edición de la Riqueza de las Naciones; se indicó que esta última debe ser considerada como una obra que antecede al impacto de la revolución industrial sobre el capitalismo. Se explicó en este apartado el proceso de secularización y de ruptura con el escolasticismo de la Edad Media; se mencionaron los campos de análisis de los más principales autores de la corriente mercantilista, de la escuela fisiócrata y de los pre-clásicos. Se indicó que además del dinero, los precios y el comercio, los temas ligados al llamado sector externo y a la riqueza metálica del estado-nación estuvieron entre los primeros en ser abordados por la economía política. En este apartado se consideró, en particular, la relación entre los planteamientos de Francois Quesnay y Adam Smith, reconociendo sus similitudes, pero destacando sus trascendentales diferencias; particularmente se rechazó la versión de considerar a Smith como un discípulo de Quesnay. Se destacó de nuevo en este apartado la influencia clave de Hutcheson en los conceptos de valor de uso y valor de cambio, ofrecidos por Smith en la Teoría de los Sentimientos Morales y en La Riqueza de las Naciones, así como en su teoría del “valor trabajo incorporado”.

En el tercer apartado se analizaron los conocidos pasajes de la división del trabajo, el mercado y la mano invisible y sus nexos con las vertientes filosóficas del pensamiento de Smith. Se enfatizó que en ellos se halla una fructífera convergencia de los conceptos de libertad individual, egoísmo y orden natural. Tal confluencia teórica se centra en la noción de mercado, elemento clave del orden económico natural que Smith reconstruye teóricamente: ahí se encuentran los fundamentos del enfoque analítico que da forma al contenido general de La Riqueza de las Naciones.

El núcleo de las aportaciones de Smith al pensamiento económico está en haber sustentado teóricamente a la economía de mercado a partir de la conjunción del liberalismo político, la filosofía moral y la filosofía de la razón y, a partir de ahí, explicar las distintas partes y el movimiento general del sistema económico como un todo. En el mercado se plasman las tesis sobre el egoísmo y la propensión al intercambio de productos en el ser humano; es ahí donde Smith incorpora, como punto de partida de toda su exposición, la filosofía deísta y moral en la economía política; también hace algo similar con los principios del liberalismo. Si bien los autores de la corriente mercantilista abordaron antes que nadie los temas del capitalismo comercial y las finanzas estatales, y si bien los fisiócratas contemplaron los diversos temas involucrados en la reproducción del organismo económico, es a la obra de Adam Smith a quien corresponde la “paternidad” del liberalismo económico y también en ese sentido de la economía, aunque ésta, paradójicamente haya nacido con autores previos.

En un cuarto apartado se esbozaron como ejemplos, respectivamente, de crítica y de continuidad del planteamiento liberal clásico de mercado, tanto los elementos esenciales de la crítica marxista que parten de la filosofía de la alienación, como los planteamientos neoliberales surgidos de la teoría de las organizaciones u órdenes sociales espontáneos y complejos.

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Notas

2 Agradezco al Dr. Roberto Gutiérrez, Jefe del Departamento de Economía de la UAM-Iztapalapa, la invitación a colaborar en este número de Denarius con un artículo sobre Adam Smith. Igualmente, expreso mi agradecimiento al estudiante Ricardo Gámez García, alumno de Ciencia Política de esta misma unidad, por haberme invitado a ser su co-asesor en la elaboración del Trabajo Terminal de Licenciatura (Gámez, 2021). Ambas invitaciones me han dado la oportunidad de profundizar en lo planteado en el capítulo IV de Una Historia Mínima del Pensamiento Económico (Toledo, 2019).
3 En el lenguaje moderno habría que hablar del funcionamiento de las “neuronas espejo” al referirse a dicha capacidad empática, la cual, entre otras funciones cognitivas como el aprendizaje, permiten “ponernos en el lugar del otro”, es decir hacernos a la idea de que en algún grado compartimos sus sentimientos y emociones.
4 Al considerar las ventajas de la división del trabajo con ejemplos de la elaboración de productos tales como chamarras de lana, clavos, tijeras y ropa de los obreros, los que involucran una gran cantidad de profesiones y una cadena productiva que rebasa el espacio de una sola manufactura o fábrica, Smith no establece una distinción con la división del trabajo al interior de una manufactura; ésta última, por supuesto, no se encuentra mediada por el intercambio, sino que va a ser definida por razones técnicas y organizacionales. Esa distinción tampoco se establece cuando considera que la extensión o tamaño del mercado, entendido genéricamentecomo número de habitantes, favorece a la división del trabajo.
5 Existe en Smith otra versión sobre lo que es el valor: la teoría del trabajo “comandado”, la cual definió como equivalente o similar a la del trabajo incorporado, pero que David Ricardo (1976) y Marx (1974) desecharon por errónea. También existe su versión de los precios a partir de los costos de los factores de producción y que lleva la teoría de los tres componentes de los precios a la teoría de la distribución del producto social en ganancias, salarios y renta.
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