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Keynes, el actual
Keynes, the current one
Keynes, el actual
Denarius. Revista de Economía y Administración, vol. 2, núm. 41, pp. 95-110, 2021
Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa, Departamento de Economía
Recepción: 07 Septiembre 2021
Aprobación: 29 Septiembre 2021
Resumen: El presente artículo pretende estudiar la relación convergente entre las elaboraciones keynesianas, post keynesianas y heterodoxas, así como las diferencias entre el pensamiento keynesiano y post keynesiano respecto a otras versiones heterodoxas. La actualidad de Keynes opera en la lógica del epígrafe tomado de Skidelsky, en su Essential Keynes, de 2015: “Las ideas de Keynes vivirán tanto tiempo como el mundo requiera de ellas”; la globalización y sus tropiezos, la pavorosa pandemia, aún en curso, y la lenta, incierta y errática recuperación, son los elementos que vuelven a invocar y a convocar a Keynes y al aparato teórico y metodológico con el que construyo su teoría monetaria de la producción. Así, vuelve a nosotros no por la nostalgia de sus seguidores, fundamentalistas y no tanto, sino por la recurrente complicación que construye un capitalismo dejado a la imposibilidad de la autorregulación.
Palabras clave: Ortodoxia, heterodoxia, keynesianismo, post keynesianismo.
Abstract: This article emphasizes the study of the convergent relationship between Keynesian, post-Keynesian and heterodox elaborations, all taken into consideration with respect to other heterodox versions. The actuality of Keynes operates in the logic of the epigraph taken from Skidelsky, in his Essencial Keynes, of 2015: “Keynes’s ideas will live as long as the world requires of them”; globalization and its setbacks, the terrifying pandemic, still ongoing, and slowly, uncertain and erratic recovery, are the elements that once again invoke and summon Keynes and the theoretical and methodological apparatus with which he built his monetary economy of production. Thus, it returns to us not because of the nostalgia of his followers, fundamentalists and not so much, but because of the recurring complication that builds a capitalism left to the impossibility of self-regulation.
Keywords: Orthodoxy, heterodoxy, Keynesianism, post-Keynesianism.
“Keynes´s ideas will live so long
as the world has need of them”
Fuente: (Skidelsky, 2015; p. xv).
1. Presentación
Con insospechada frecuencia se presenta el acto reflejo por el que un autor es convocado ante casi cualquier problema, en el espacioso ámbito de las ciencias y las circunstancias humanas; esta nostalgia se agranda cuando dicho autor, además de teorías, propuso políticas que funcionaron con aceptable eficacia, frente a alternativas profundamente autoritarias, por decirlo con indulgencia. Posiblemente, el mérito radica en un cierto grado de ambigüedad en su obra, que permite que cualquiera que la consulte no regrese nunca con las manos vacías e incluso crea haber encontrado justamente lo que fue a buscar; es posible que la misma obra sea objeto de lecturas altamente diferenciadas y que, en posiciones antagónicas, diversos lectores crean haber reclutado al autor para su particular causa. Con la teoría monetaria de la producción, metamorfo- seada y finalmente publicada como Teoría General de la Ocupación, el Interes y el Dinero, de John Maynard Keynes, estoy persuadido que pasaron -y pasan- ambas cosas.
Casi desde la aparición de Teoría General, evocar a un Keynes intervencionista, armado de argumentos y aficiones colectivistas, construye una suerte de lugar común que tiende a ignorar la amplitud y, sobre todo, la profundidad de la ambigüedad keynesiana. Esta ignorancia se apoya en el olvido recurrente de las preocupaciones de Keynes, enderezadas en el propósito de salvar -justo en el momento estelar de las grandes ofertas, fascistas y socialistas, para colectivizar mucho más que la organización económica mundial- al individualismo, a la democracia, al liberalismo y al capitalismo, primero británicos y, después, internacionales. La viabilidad de tal propósito, en los años de la Gran Depresión, descansó en la declaración textual de Keynes: “El Estado debe hacer lo que los demás no hacen”.
Para criticar a la propuesta neoclásica de reducir los salarios nominales y, así, incrementar la ocupación, para describir las complicaciones que, al quererse aplicar a la realidad, enfrentaría la Teoría Cuantitativa de la Moneda o para desvanecer la sugerencia de aumentar la oferta monetaria para reducir las tasas de interés de manera perdurable, cualquier analista de la teoría keynesiana encontrará sólidas razones despojadas de la menor ambigedad; si, por el contrario, compara la oferta inicial de ese texto con las conclusiones ofrecidas en el último de sus capítulos, encontrará que la heterodoxia tiende a devenir conformismo puro y... blando. En el primer párrafo del primer capítulo de la Teoría General de la Ocupación, el Interés y el Dinero, John Maynard Keynes anuncia: “Sostendré que los postulados de la teoría clásica sólo son aplicables a un caso especial, y no en general, porque las condiciones que supone son un caso extremo de todas las condiciones posibles de equilibrio. Más aún, las características del caso especial supuesto por la teoría clásica no son las de la sociedad económica en que hoy vivimos, razón por la que sus enseñanzas engañan y son desastrosas si intentamos aplicarlas a los hechos reales”. Mucho más adelante, en el mismo texto (Cap. 24), el conformismo toma su sitio: “Pero si nuestros controles centrales logran establecer un volumen global de producción correspondiente a la ocupación plena, tan aproximadamente como sea posible, la teoría clásica vuelve a cobrar fuerza de aquí en adelante [...] no hay objeción que oponer a la teoría clásica por lo que respecta al grado de conciliación entre las ventajas públicas y privadas, en condiciones de competencia perfecta e imperfecta, respectivamente. De este modo, fuera de la necesidad de controles centrales para lograr el ajuste entre la propensión a consumir y el aliciente para invertir no hay más razón para socializar la vida económica que la que existía antes” (Keynes, 1958: 17 y 363. Los subrayados son míos, FNU).
Existe también, cuándo no, la descalificación de la misma obra probablemente en respuesta al final que la adorna (“Pero, tarde o temprano, son las ideas las que presentan peligros, tanto para mal como para bien”, Keynes, 1956: 367). Comenzaré por lo juicios adversos:
“En 2005, la revista de derechas Human Events seleccionó la Teoría general como uno de los diez libros más perniciosos de los siglos XIX y XX, en compañía de obras como Mi lucha y El capital” (Krugman 2012: 106). John K. Galbraith, escribió: “Durante mucho tiempo, Keynes había despertado los recelos de sus colegas por la claridad de su estilo y de sus ideas, circunstancias que a menudo no se daban juntas. En la Teoría General… desmintió esa fama académica. Es una obra profundamente oscura, mal escrita y publicada prematuramente” (Galbraith, 1983: 257). Para Joseph Schumpeter, “El keynesianismo es una semilla que no puede ser trasplantada a suelo extraño: cuando así se hace, muere, y antes de morir se vuelve venenosa” (Schumpeter 1983: 373). Axel Leijonhufvud afirma que “como economista teórico Keynes no estuvo exento de errores ni de inconsistencias lógicas y, fallos aparte, tuvo ciertas costumbres irritantes en el análisis y la presentación, que no han sido en absoluto útiles para los estudiantes posteriores. Estos hechos no se pueden negar”. Según Athanasios Asimakopulos, “La Teoría General no es un libro de fácil lectura, en parte porque la naturaleza inherentemente compleja de la materia no permite un tratamiento sencillo, y en parte porque Keynes no se tomó (o no tuvo) el tiempo necesario para trabajar todo de manera consistente”. Oliver Blanchard, por su parte, sostiene en su popular libro de texto que “Cuando se publicó la Teoría General de Keynes, en 1936, casi todo el mundo coincidió en que era un libro fundamental pero, al mismo tiempo, casi impenetrable…(tal vez el lector desee echarle un vistazo para convencerse por sí mismo)”. Mark Blaug es aún más categórico: “La Teoría General es simplemente un libro poco claro y mal escrito”. Seymour Harris, en la introducción de la renombrada Guía de Hansen, escribió que “La exposición ofreció dificultades, pues muchas ideas no habían sido pensadas claramente; hubo algunas confusiones y aun errores; no era muy clara la relación entre La Teoría General y la doctrina aceptada, y Keynes, como muchos innovadores, particularmente los que no están empapados en el tema, se inclinó por exagerar la novedad de su enfoque y desarrolló” (Kicillof 2007: 18).
Entre quienes han intentado el reclutamiento para sus filas, sea en la gran corriente convencional o en la más delgada de la heterodoxia, la contabilidad comienza con Jacob Viner (1936: 147-167); continúa con John Hicks, en 1937 a través de Keynes y los clásicos (Hicks, 1989: 101-114), y llega a Robert Skidelsky (1999, 268 pp.) En el lado opuesto, destacan Joan Robinson (1976, 348 pp.), y muy recientemente, Zachary D. Carter (2020: 145-175), E. J. Barnes (2020. 375 pp.), y James Crotty (2021, 397 pp.) Este último libro tiene un título sugerente: Keynes Against Capitalism. His Economic Case For Liberal Socialism.
En el transcurso de muy pocos años, el interés por revivir y explorar el legado de Keynes se manifiesta a plenitud. En 2015, Skidelsky publica, comenta y prologa una selección de trabajos esenciales de Keynes, como se titula el texto, The Essential Keynes; en 2016, Peter de Haan publica From Keynes to Piketty. The Century that Shook Up Economics; durante 2019, se publicó un libro monumental, The Elgar Companion To John Maynard Keynes, editado por Robert Dimand y Harald Hagemann; en 2021, Justyn Walsh ha puesto en las librerías Investing With Keynes y, en este mismo año, Stephen A. Marglin ha publicado Raising Keynes. A Twenty-First-Century General Theory.
Es curioso que la biografía de Carter y la novela de Barnes destaquen una ética keynesiana orientada a la búsqueda de un socialismo liberal, con menos insistencia que el libro de Crotty, pero en la misma dirección. El fracaso del socialismo autoritario y la dificultad de conciliar el afecto por el hombre común con el reconocimiento del brillo individual, fueron ambos previstos por Keynes en textos tan luminosos como Liberalismo y Laborismo (1926), aunque la doctrina marxista no lo conmovió en lo más mínimo. Más sorprendente resulta, quizá, que del mismo tronco keynesiano brotaran ramas tan distintas como Roy Harrod y Joan Robinson, lo que para el primero -y en labios de la segunda- consistió en engrosar las filas del keynesianismo bastardo, mientras ella se definió como “… la primera gota que cayó en la tinaja con la etiqueta keynesianos de izquierda. Además, en la actualidad constituyo una proporción importante del contenido de la tinaja, ya que buena parte del resto se ha ido evaporando” (Robinson, 1976: 348).
En este artículo, me propongo arrojar un poco de luz sobre las razones por las que los apuros cíclicos del capitalismo, desde la Gran Depresión hasta la pandemia en curso, reiteradamente llevan a buena parte de la porción pensante de la sufrida especie a buscar algo en la vida y obra del extraordinario intelectual. Los supuestos (realistas), en los que descansa el aparato teórico keynesiano y desde los que proyecta la práctica (política económica), son las razones que mejor explican su notable utilidad.
2. En el camino hacia la economía monetaria de la producción
En el proceso de elaboración intelectual que habría de conducir a la Teoría General…, Keynes muestra una preocupación creciente respecto a la incomprensión que puedan recibir los propósitos que le animaban. Con antelación, en el prefacio a sus Ensayos de Persuasión, esa preocupación también había tomado su sitio: “He aquí coleccionado algo así como los graznidos de un cuervo o los cantos de una rana a lo largo de doce años; graznidos o cantos de una Casandra que nunca pudo influir en el curso de los acontecimientos a lo largo del tiempo. El volumen podía haberse titulado “Ensayos de profecía y persuasión”, porque la profecía, por desgracia, ha tenido más éxito que la persuasión. Así, el autor de estos ensayos, por toda esta especie de graznidos, todavía espera y cree que no está lejos el día en que el problema económico ocupará el lugar secundario que le corresponde y en que la arena del corazón y de la cabeza será ocupada, o reocupada, por nuestros problemas reales: los problemas de la vida y de las relaciones humanas, de la creación, del comportamiento y de la religión” (Keynes, 1988: 9). Buena parte de las críticas citadas líneas arriba, demuestran que la preocupación tenía buenas razones para existir. La vieja forma de pensar supuso, en el mejor de los casos y cuando la lógica y/o la utilidad del enfoque keynesiano mostraba algún valor, que la novedad se podría incorporar al viejo aparato sin ser capaz de sustituirlo; en el peor, se afirmó que en la propuesta de Keynes lo nuevo no era bueno y lo bueno no era nuevo.
Frente a la evolución posterior de la teoría económica convencional, no deja de llamar la atención que el padre de la macroeconomía se preocupara por no ser comprendido. Una parte significativa, muy probablemente mayoritaria, de los manuales de economía parece haber sido escrita con el propósito de resultar perfectamente ininteligible.
Los componentes fundamentales de la teoría keynesiana, en los que también descansa buena parte de las elaboraciones postkeynesianas, son los siguientes:
Trabajo y dinero son los protagonistas fundamentales de una economía monetaria de la producción, por cuanto el horizonte tecnológico se asume como dado y porque la oferta monetaria no solo afecta al nivel de precios, sino a los precios relativos de forma adversa al de la fuerza de trabajo. No hay neutralidad del dinero y sí una tendencia a la reducción de la ocupación resultante de la inversión productiva.
El principio de Demanda Efectiva domina el panorama económico, por cuanto la respuesta productiva se desarrolla frente a la existencia y variaciones de la demanda. Este principio, parciamente inspirado en la demanda de bienes de consumo sobre la que insistió Malthus, es el sustituto keynesiano de la muy longeva (y errada) Ley de Say y, simultáneamente, alude a la demanda agregada de bienes de consumo, intermedios y de inversión y al punto de encuentro con el precio de la oferta total, sin pleno empleo. Toda demanda genera su propia oferta, diría la economía del crecimiento dirigido por la demanda.
“Sin la incertidumbre, Keynes es algo así como Hamlet sin el príncipe” (Minsky, 1987: 67). La trayectoria cíclica que recorre el sistema económico y la persistente incertidumbre, complican el alcance de las previsiones, en agravio de la inversión. “Por conocimiento incierto no pretendo simplemente distinguir lo que se da por cierto de lo que es sólo probable […] El sentido en el que estoy utilizando el término es aquel en el cual la perspectiva de una guerra europea es incierta, o el precio del cobre o el tipo de interés de aquí a 20 años, o la obsolescencia de los inventos, o la situación de los poseedores de riqueza privada en el sistema social de 1970. En estas cuestiones no existe ninguna base científica sobre la que pueda formarse ninguna probabilidad calculable. Sencillamente no lo sabemos” (Keynes, 2015 [1937]: 265). Pocas cosas, en la aportación keynesiana, pueden igualar en importancia a la noción de incertidumbre fundamental; la ignorancia de esa noción es parte, solo parte, de las razones del carácter cíclico de la trayectoria capitalista.
La Temporalidad y el contexto histórico de los procesos económicos son requisitos para su comprensión y análisis. El carácter ahistórico de la teoría convencional, es una variable determinante de su ineficacia explicativa.
¿Es la distribución un asunto propio de la macroeconomía? La respuesta negativa, Paretiana, a esta cuestión ha acorralado a la teoría convencional en los supuestos irreales que la esterilizan para entender y mejorar al mundo que “analiza”.
En 1933, Keynes escribe un pequeño texto, A Monetary Theory of Production (Keynes, 2015: 174-176), en el que sostiene que la razón principal por la que el problema de las crisis no se resuelve es por la ausencia de una teoría monetaria de la producción. Una economía en la que el dinero juega un papel importante en sus propios motivos y decisiones y es, en corto, uno de los factores operativos en la situación, en la que el curso de los eventos no puede predecirse, tanto en el largo como en el corto periodos, sin conocimiento del medio ambiente del dinero entre el primer y el último estado, adquiriendo la condición de vínculo entre el hoy y el mañana. Y es a esto a lo que se refiere cuando habla de una economía monetaria.
El término, altamente diferenciado del de una economía de intercambio, en la que el dinero es un medio de pago y tiene un carácter neutral, se vuelve más importante cuando se incorpora a la discusión sobre la tasa de interés y a la relación entre el volumen de empleo y el monto de las ventas. Si el rendimiento probable de los bienes de inversión se coloca por encima de las tasas de interés, durante toda su vida útil, la mayor cercanía a una situación de pleno empleo y la certeza de estabilidad en el flujo de los ingresos, provocará una disminución de la preferencia por la liquidez y de la presión al alza, primero, sobre la tasa de interés y, después, sobre el nivel de precios.
En esta explicación sobre el comportamiento de los precios, se tiene un primer acercamiento al fenómeno de la inflación no monetaria, estructural, que resulta de la inelasticidad de la oferta, de la ineficiencia productiva y es una de las mayores complicaciones que enfrenta la teoría cuantitativa de la moneda al pretender aplicarla a la realidad. Las consecuencias económicas de la llamada tercera ola de la pandemia, al calor de la recuperación de la demanda efectiva de bienes de consumo cuya producción descansa en cadenas globales de suministros, que sufren embotellamientos por originarse en países con insuficiente vacunación, es un buen argumento en contra de la vieja afirmación friedmanita “La inflación es, siempre y en cualquier momento, un fenómeno monetario”.
La comprensión de la propuesta keynesiana y post keynesiana, que se adscribe al pensamiento heterodoxo, se aclara en sus diferencias con el pensamiento neoclásico, adscrito al nuevo consenso macroeconómico:

Si el objetivo de la economía es explicar su trabajo en el mundo real, sus supuestos habrán de ser realistas, basados en hechos y en el contexto histórico en que estos se verifican, de manera distinta y muy alejada de los cálculos de posiciones de equilibrio y de predicciones sin respeto por la observación de hechos y fechas.
Considerar a los individuos como miembros de clases sociales, en el contexto de su medio ambiente, cultura, género, instituciones e historia corresponde a la elección de un método mucho más realista que el del individualismo y el atomicismo, que caracterizan al pensamiento ortodoxo. El agente representativo es un maximizador de la utilidad y de los beneficios, aplicando los microfundamentos de la macroeconomía, que vive -en caso de existir- fuera de la sociedad.
Respecto a la racionalidad, la heterodoxia reconoce las severas limitaciones en la habilidad individual para adquirir y procesar información, particularmente por la presencia de una irreductible o fundamental incertidumbre. En la ortodoxia, el agente optimizador dispone de un conocimiento cuasi ilimitado acerca de los estados presente y futuro de la economía y con esa información perfecta construye expectativas racionales.
Para la heterodoxia, la producción, la ocupación y el crecimiento constituyen el núcleo económico. Keynes puso particular atención a la utilización de los recursos, porque las economías monetarias de la producción usualmente operan por debajo del pleno empleo. En este contexto, los precios son considerados como precios de (re)producción; de otro lado, para la ortodoxia, el núcleo económico está en el intercambio, la asignación y la escasez. Así, la economía se refiere a la asignación eficiente y a los recursos escasos y los precios usurpan el reflejo de la escasez, mientras el punto de arranque del análisis económico es el intercambio; la producción y el crecimiento son solo extensiones de esta perspectiva básica.
El libre mercado es un mito que siempre ha requerido de acuerdos institucionales para su funcionamiento, además de ser fuente de inestabilidad, ineficiencia y desigualdad inaceptable. Al partir del supuesto de una competencia cercana a la perfección, el libre mercado cobija el surgimiento de oligo y monopolios. La regulación de los mercados y la gestión estatal de la demanda efectiva, son requeridos para el funcionamiento adecuado de la economía. En el otro extremo, la ortodoxia supone la más eficiente asignación y el funcionamiento en pleno empleo de la actividad económica, con mercados autorregulados y estables, mientras la intervención estatal genera ineficiencias y sólo es concebible en presencia de externalidad o de abusos monopólicos (ibid).
El contraste entre la ortodoxia y la heterodoxia en macroeconomía, otorga mucho mayor eficacia explicativa a la segunda, a la luz del realismo de los supuestos, del contexto histórico de los hechos, y del peso extraordinario de la incertidumbre. Simultáneamente, el examen de la liquidez, tanto por la presión que su preferencia aplica sobre la tasa de interés, en momentos de mayor inestabilidad y de más densa incertidumbre, como por el papel que desempeña en las hojas de balance de las empresas, ilustra claramente la no neutralidad del dinero (Kregel, 2015: 117-132).
3. Legado y actualidad de Keynes
“Aquellos de nosotros que, en parte, estamos en desacuerdo con su análisis, a pesar de todo hemos sido afectados por él en nuestro pensamiento; y es muy difícil recordar exactamente qué era lo que antes pensábamos. No poco de lo que ahora creemos que siempre hemos sabido, acaso en realidad se lo debamos a él” (Pigou, 1950: 22, citado en Harrod, 1958: 534).

Durante 1975, Eichner y Kregel iniciaron los intentos por identificar las coincidencias entre las líneas post keynesianas y aquellos elementos que las distinguían de la ortodoxia y de otras líneas de la heterodoxia. Encontraron cinco presuposiciones que satisfacen esos requisitos:
El foco en la economía monetaria de la producción, en la que el dinero no es neutral en el corto y en el largo plazos;
La dominancia del principio de la demanda efectiva en el corto y en el largo plazos;
La importancia de la noción de incertidumbre fundamental;
La insistencia en que los procesos económicos toman su sitio en un tiempo histórico e irreversible y dependen de un prolongado curso de acción, y
La importancia de los temas de distribución y del conflicto de distribución de los productos económicos (Eichner & Kregel, 1975).
Mientras, para la macroeconomía ortodoxa, el mercado laboral ocupa el primer lugar en la jerarquía de los mercados, para la macroeconomía post keynesiana, la jerarquía adecuada es la que coloca en primer sitio al mercado de dinero, crédito y finanzas, seguido del mercado de bienes y servicios, lo que coloca en el fondo al mercado laboral. Ello es así por la determinación que el primero hará de la estructura de la tasa de interés que será exógena para el proceso de generación del ingreso en el mercado de bienes y servicios, aunque los volúmenes de dinero y crédito serán endógenos. Los cambios en las tasas de interés relevantes tendrán efectos en costos y distribución que impactarán a la demanda efectiva en el mercado de bienes y servicios, con inversión o demanda externa convertida en la fuerza que conduce, se determinarán los niveles de producción, ingreso y empleo.
Estas consideraciones permiten obtener una consistente política, como alternativa al nuevo consenso macroeconómico:

El duradero oráculo de la inflación, con el que el pensamiento ortodoxo reproduce y trasmite sus temores, está presente en cada propuesta de política del nuevo consenso, bajo los supuestos que le perciben como un fenómeno exclusivamente monetario y controlable con la gestión de la tasa de interés. La inflación que ahora repunta no tiene un origen monetario y sólo se mitigará con la desaparición de los embotellamientos que sufren las cadenas globales de suministros.
Los alcances de la política fiscal en la actividad económica y en la distribución del ingreso son de mucho mayor impacto en la estabilización de la economía productiva en el corto y en el largo plazos, mediante la recaudación y el gasto público. Y la relevancia de los límites de la deuda pública depende de la coordinación institucional, doméstica e internacional, y del destino necesariamente productivo del endeudamiento.
La repetición de la demanda neoclásica al mercado laboral para la flexibilización de los salarios reales ignora que son los nominales los que se pactan entre empleadores y empleados; y la demanda relativa a la flexibilización de los nominales ignora la ilusión del dinero. En general, esta demanda -en caso de ser satisfecha- no alcanzaría el propósito declarado de un pleno empleo practicable, como lo demuestra la super flexibilización que cobija la subcontratación ni la determinación a largo plazo de la NAIRU es posible por la diversidad de áreas de la actividad económica. Es muy probable que la pauperización de los salarios, al lado del papel protagónico del crédito en el financiamiento del consumo, ya estén detonando un problema de insolvencia que alumbre la próxima crisis de subconsumo.
4. A manera de conclusión
La disponibilidad de teorías y políticas que puedan ser de utilidad para enfrentar los tropiezos económicos a los que el capitalismo se dirige con creciente frecuencia, no ofrece alternativas académicas despojadas de consideraciones políticas, eventualmente éticas y permanentemente servidoras de intereses y beneficiarios. Como afirma Ha-Joon Chang, “La economía es un argumento político. No es, y nunca podrá ser, una ciencia. En la economía no existen verdades objetivas que puedan ser establecidas independientemente de los juicios políticos y a menudo morales. Por lo tanto, ante un argumento económico, debemos plantearnos la vieja pregunta cui bono? (¿quién se beneficia?), formulada por el estadista y orador romano Marco Tulio Cicerón” (Chang, 2015; página 405).
El recorrido por las aportaciones keynesianas, a partir de la ruptura con un pasado cuantitativista, que se recuperan con fidelidad en el espectro de la heterodoxia post keynesiana, reanima la búsqueda de comprensión y eventual solución a las recurrentes crisis del capitalismo y, palabras mayores, a la eventualidad de su temporalidad cumplida. En lo inmediato, nos remite a la trayectoria cíclica del sistema, al ambiente incierto en el que deben tomarse decisiones y a la necesidad de tener la mente abierta ante la aparición de cisnes negros que, con las oleadas de la pandemia, hoy parecieran volar en bandada.
Las crisis han jubilado, al menos temporalmente, a ideas y paradigmas económicos, con la inquietante excepción de la Gran Recesión (2007), cuya gestión, incompleta y deforme, aún impacta a la economía mundial por su herencia de austeridad y anemia gubernamentales que, al combinarse con el contagioso virus, han producido la desgracia perfecta. Un inquietante movimiento pendular, de un extremo a otro, dificulta el encuentro con una ecuanimidad necesaria para escuchar los diversos argumentos y adoptar teorías y políticas plausibles. Pareciera que a diferencia de lo escrito en 1936, “hoy los intereses creados, más para mal que para bien, son más peligrosos que las ideas”.
Después de la Gran Depresión, Keynes sustituyó al mainstream; después de la estanflación, el mainstream sustituyó a Keynes; al iniciarse, continuar y concluir la Gran Recesión, el maistream se vistió de austeridad expansiva y, con ese ropaje y el apoyo de la OCDE, se resiste a abandonar el escenario.
La reanimación del debate, la reconocida vulnerabilidad de la especie, la incertidumbre fundamental y el abultado déficit social que sigue engrosando el modo de producción capitalista, son los hechos que deben inspirar la imaginación sobre un futuro mejor.
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