Resumen: El primer turismo costero en Uruguay se desarrolló en un marco sociopolítico particular en el entorno de 1900. Los balnearios montevideanos tuvieron diferentes orígenes y recorridos pero comparten algunos fenómenos que permiten interesantes cortes de análisis. Entre ellos, este texto escrutará la incidencia del turismo en el pensamiento arquitectónico y urbano a través de tres episodios temáticos que han sido tratados de manera disímil por la historiografía disciplinar: el espacio público costero, los hoteles y los chalets de veraneo. Los elementos referidos que subsisten hasta hoy son las trazas más duraderas y perdurables de las primeras interacciones entre arquitectura y turismo en el país y llegan a nosotros como un rico legado patrimonial.
Palabras clave: arquitectura, costa, historia, turismo, Uruguay.
Abstract: The first coastal tourism in Uruguay developed in a particular socio-political framework around 1900. The Montevideo seaside resorts had different origins and routes, but they share some phenomena that allow for interesting cuts of analysis. Among them, this text will scrutinize the incidence of tourism in architectural and urban thought through three thematic episodes that have been treated differently by disciplinary historiography: the coastal public space, hotels and summer chalets. The referred elements that subsist until today are the most durable and enduring traces of the first interactions between architecture and tourism in the country and come to us as a rich heritage legacy.
Keywords: architecture, coast, history, tourism, Uruguay..
Artículos
Castillos de arena. Chalets, hoteles y espacios de ocio en los balnearios de Montevideo (1890–1920)
Sand castles Chalets, hotels and leisure spaces in the seaside resorts of Montevideo (1890–1920)
Recepción: 31 Marzo 2022
Aprobación: 19 Mayo 2022
«Quebremos las pesadas cadenas que nos unen a la vida (no os asustéis! no es un suicidio)... a la vida social de nuestro Montevideo y corramos a las playas, a las bellísimas playas, resplandecientes de luz y de vida».
La Playa, (1), 1898:1.
Desde el punto de vista de quien lo experimenta, el turismo implica un viaje con retorno (Fernández Fúster, 1973:21), un conjunto de experiencias personales con inicio y fin (Ardila, 2015:144). Como contraparte, es también un fenómeno social que, como dice Medina (2005:14), influye en múltiples sectores de la comunidad ya que es fuente de ingresos y oportunidad de desarrollo. Como práctica humana (D'Eramo, 2020), el turismo tiene y ha tenido múltiples reflejos en fenómenos como la cultura, la arquitectura y la ciudad. En ese sentido, el turismo puede ser entendido simultáneamente como un producto cultural y un productor de cultura (Medina Lasansky et al., 2006:16), con una fuerte huella espacial asociada al movimiento voluntario de personas (Fabreau, 2014:30). En este marco de ideas, este texto de revisión intentará abordar la incidencia del turismo y sus movimientos en la cultura arquitectónica y el pensamiento urbano en Montevideo en el período de transición del siglo XIX al XX. Sin embargo, antes de entrar en el tema vale la pena realizar algunas consideraciones.
La mirada a los primeros fenómenos arquitectónicos asociados al turismo ha ido aumentando en los últimos años. Se han estudiado diversos eventos sucedidos en Europa y América alrededor de la temática. Estos trabajos puntualizan que la masificación del turismo a finales del siglo XIX estuvo asociada a la mejora en los niveles de vida y del sistema de transportes (Walton, 2012:417), en particular al transporte ferroviario, que invirtió en servicios de hospedaje y entretenimiento en las costas (Martínez Aguilar, 2017:409). En países como Inglaterra, Francia, México y España —entre otros— el impulso de los balnearios transformó espacios agrícolas e industriales en turísticos (Tatjer Mir, 2009:13). Se desarrollaron localidades costeras a lo largo y ancho del mundo occidental, con características propias de lo que Grao–Gil refiere como modelo ciudad balneario (2020:359). De la misma manera, crecieron rápidamente los servicios asociados como el transporte, los hoteles y los espacios de entretenimiento (Royo, 2012:263). La expansión de la moral burguesa (Férérol, 2018:2) y los nuevos modos de vida urbana promovieron su popularización como elementos deseados de la vida moderna.
En Uruguay el primer turismo balneario se desarrolló en un contexto sociopolítico particular entre el final del siglo XIX y los albores del siglo XX. Raúl Jacob ha catalogado el fenómeno de Montevideo ciudad balneario como el proceso que integró la tentativa batllista por diversificar el predominante modelo agroexportador mediante la modernización de la ciudad, que apostó al turismo como industria emergente (1988:97). Este proceso —acompañado por una sociedad joven, moderna y disciplinada (Barrán, 1989)— fue promovido tanto por las inversiones privadas como por la intervención del Estado (Da Cunha, 2003:3).
La costa como atractor para el tiempo libre comenzó a gestarse en Montevideo de manera paulatina luego de finalizada la Guerra Grande. Desde el último cuarto del siglo XIX proliferaron instalaciones balnearias en diversas áreas de la costa, las que luego consolidaron el crecimiento de la ciudad. Como sostiene Articardi, en «Montevideo la atracción por el baño de mar construye urbanidad» (2016:91), por lo que la revisión de los primeros balnearios capitalinos son una excusa para indagar en la inmanente pulsión entre la costa, la ciudad y su arquitectura.
«Este pequeño mundo va adquiriendo animación, tenemos nuestros días señalados para asistir a tal o cual punto, según los fallos de la moda, que es caprichosa y voluble. (...) Martes, Balneario, donde como ya se ha dicho, se organizan variados conciertos que llaman mucha concurrencia, Miércoles, Playa de Ramírez, Jueves, Pocitos, en todo su apogeo». La razón, 1897:237
La creencia en las propiedades terapéuticas del agua se puede rastrear desde la antigüedad. La Ilustración extendió la moda de los baños como fuente de salud y durante el siglo XIX se difundieron las terapias termales y marinas en el mundo occidental (Grao–Gil, 2020:359). El término balneario, inicialmente asociado a la preservación de la salud, fue incorporando en el cambio de siglo otras acepciones relativas al ocio, el deporte y la vida al aire libre (Cesio y Ponte, 2003:4).
La costa montevideana albergó baños esporádicos desde la colonia (Carmona, 1999:22), pero los baños terapéuticos llegaron en 1888 con el establecimiento de Gaudencio y Reus (Torres, 2007:98). A estos exclusivos baños techados en Ciudad Vieja le siguieron efímeras construcciones de madera sobre la orilla entre la península y Playa Ramírez (Da Cunha y Campodónico, 2012:331). Los primeros balnearios de la ciudad se desarrollaron en el marco de lo que se llamó el Montevideo de la expansión (Alvarez Lenzi et al.:1986). Una población creciente y joven en un ambiente liberal y próspero dio cabida a la ocupación de la costa, donde se manifestaron las nuevas pautas de ocio de la moderna sociedad.
El modelo urbano aspirado en estos balnearios —aplicado en diversas localidades costeras en Europa y América— se caracterizaba por incorporar largos bulevares con vegetación, sinuosos jardines y parques, paseos paralelos al mar, grandes restaurantes, casinos y cafeterías con terrazas que amenizaban las horas de ocio de los turistas (Grao–Gil, 2020:359). Las características ajardinadas fueron utilizadas como argumento en la promoción inmobiliaria de estas localidades (Balneario de Carrasco, s/f: 2). La importancia de los atributos paisajísticos que se descubren en las publicidades ilustran la reciprocidad del valor de los elementos urbanos y arquitectónicos con el desarrollo turístico.
El balneario de la Playa Ramírez fue inaugurado en 1871 por la compañía del Tranvía del Este, en la playa cercana al saladero Ramírez. Las primeras instalaciones eran de madera apoyadas directamente en la arena (Torres, 2007:91). En 1888 se autorizó la construcción de mejores infraestructuras (Junta de Montevideo, 1889:429). El atractivo del Parque Urbano, la cercanía a la ciudad y la facilidad del transporte lo convirtió en favorito entre los sectores populares y perjudicó su estatus entre los más acomodados.
La sociedad elegante se instaló entonces en el balneario del Pueblo de los Pocitos (La Playa ., 1898:10), un asentamiento habitado por canteros, lavanderas y pescadores que se transformó a partir de 1875 con la llegada del tranvía (Torres, 2007). Además, gracias a los encantos naturales, la instalación de diversos servicios y las facilidades fiscales, se convirtió en punto de atracción para turistas argentinos (Medina et al., 2009:15).
Hacia 1910 Pocitos estaba consolidado como balneario internacional, con edificios lujosos, fácil comunicación y servicios de primer nivel (Boronat, 1995:18). Ese año, a impulso de la Sociedad Tranviaria La Transatlántica, se creó el Parque para el balneario Capurro en otro punto de la costa, preferido por aquellos que veraneaban en sus quintas del Prado y Bella Vista (Torres, 2007:95).
En 1912 se inició la urbanización de Carrasco, lo cual, según Jacob, pretendía evitar el «hacinamiento y la confusión de clases que provocaban las playas Ramírez y Pocitos» (1988:115). La Sociedad Anónima promotora dispuso el trazado definitivo del balneario al paisajista Charles Thays, quien incorporó calles curvas por primera vez en la ciudad (Montañez, 2002:63). Así, en poco más de dos décadas, se conformaron y establecieron los primeros cuatro núcleos balnearios de la ciudad, muestra del rápido proceso de modernización de Montevideo (Carmona, 1999:26). En estos balnearios se desarrollan los tres episodios que conforman el análisis propuesto a continuación.
«Como todos los años, han vuelto los calores y los paseos de los alrededores de Montevideo, han vuelto a llenarse de gentes ávidas de fresco o de exhibición. Nuestra aristocracia burguesa gusta reunirse en los Pocitos, la hermosa playa».
Bohemia, 1909:11
En el escenario montevideano del novecientos y con el marco de referencia reseñado, se intentará abordar algunas relaciones entre el turismo balneario y la arquitectura a través de tres episodios temáticos. Estos cortes sincrónicos responden a diferentes aspectos del período estudiado que, sin embargo, han sido tratados de manera disímil por la historiografía disciplinar. Se presentan en orden escalar decreciente: trazados urbanos, edificios de hotelería y chalets particulares. Dado el alcance de este texto, los tratamientos y profundidad de los episodios son diferentes, mientras algunos son reflexiones a partir de lecturas y recopilación bibliográfica, otros son indagaciones iniciales que invitan a profundizaciones futuras.
1. PARQUE BALNEARIO, ESPACIO DE OCIO PÚBLICO
El primero de los episodios es el que ha sido más estudiado de los tres presentados. Los parques han sido abordados junto a los trazados urbanos e infraestructuras públicas de la ciudad. En el ámbito académico nacional los han tratado investigadores del Instituto de Historia de la Arquitectura de la Facultad de Arquitectura, como Ricardo Álvarez Lenzi, Liliana Carmona, María Julia Gómez, Margarita Montañez, Cecilia Ponte y Alicia Torres, así como trabajos de estudios urbanos más recientes realizados por Mercedes Medina, Eleonora Leitch y Martín Delgado, entre otros. Asimismo, se han ensayado en el marco de posgrados como los de Juan Articardi, Patricia Pérez Maeso y otros en curso. Si bien han sido analizados en abundancia, vale la pena recapitular, sintetizar y mencionar algunos aspectos destacados sobre los espacios de ocio de la costa en su dimensión de infraestructura para el turismo y sus consecuencias en el pensamiento de la ciudad.
El Parque Urbano —hoy Parque José E. Rodó— da inicio a este episodio. Su planificación comenzó en 1898 por la Junta Económico Administrativa de Montevideo. En 1901 se inauguró una primera etapa bajo la dirección de José Requena (director de Parques y Jardines) y Carlos Racine (jefe del Jardín Botánico). Para 1904 se habían realizado casi todas las obras delineadas por José Montero, ingeniero en jefe municipal, quien planteó un diseño inspirado en los parques urbanos pintoresquistas —con la incorporación de réplicas de ruinas y un pequeño castillo medieval—. La última etapa estuvo a cargo de Thays, con un proyecto académico de reformulación y ensanche sobre ejes de simetría y rond points que no llegó a concretarse en su totalidad (Ponte y Torres, 1996:58).
El segundo parque sobre la costa fue el de Capurro, inaugurado en 1910. Encargado por la compañía de tranvías que desarrollaba el balneario, fue diseñado por el ingeniero Julio Knab y el arquitecto Juan Veltroni, con la colaboración de Racine (Torres, 2007:96). Las trazas curvas, explanadas monumentales, el cuidado en la selección vegetal y la calidad artesanal en el equipamiento aúnan este proyecto con el del Parque Urbano —y también con el trazado de Carrasco—, productos del mismo pensamiento arquitectónico.
Un poco más tarde se sumó la rambla a los espacios diseñados para el ocio balneario. Aunque el impulso batllista para la construcción de la rambla no se debió únicamente a la apuesta al turismo, sí fue parte del pensamiento modernizador de inicio de siglo y, además, sirvió para coser los parques y jardines sobre la costa y conformar un verdadero sistema de espacios verdes públicos (Torres, 2007:99).
La construcción de la rambla costanera fue hecha en tramos discontinuos, siendo los primeros los frentistas a los balnearios Ramírez, Pocitos y Carrasco (Carmona, 1999:22). En 1917 Raúl Lerena Acevedo unificó el trazado desde la Rambla Sur hasta el arroyo Carrasco. El proyecto realizado en el marco del Ministerio de Obras Públicas tomó en consideración el paisaje natural y la topografía del borde marino con sus arcos de playa (Articardi, 2016:82). La rambla, producto del pensamiento modernizador de los círculos políticos y profesionales del país, es sin dudas el elemento urbano más significativo en la configuración de la costa montevideana y el legado tangible más representativo de nuestro patrimonio colectivo.
A los espacios de ocio construidos habría que agregar las múltiples propuestas de similar tenor a lo largo de toda la costa montevideana. Carmona (1999), Torres (2007) y Articardi (2016) han reseñado varios de estos emprendimientos que van desde trazados completos de balnearios ex novo a intervenciones puntuales sobre espacios públicos. Entre la variedad de ejemplos vale la pena detenerse en uno no realizado dado su parentesco compositivo con los ejemplos que se han reseñado. Se trata del planteo de Augusto Guidini para el trazado de Punta Gorda, una propuesta derivada del concurso para el trazado de avenidas (1912). En las láminas preservadas en el Museo de Historia Nacional se puede ver la impronta monumental y el carácter simbólico en la resolución del espacio sobre la rambla, recursos que —embebidos en el pensamiento de la ciudad jardín aplicado al desarrollo balneario— los recursos no descuidan una escala mayor, la escala pone el diseño arquitectónico en relación con la ciudad.
Los espacios de ocio público en los balnearios de Montevideo del novecientos se crearon al servicio del turismo pero fueron concebidos como infraestructuras modernizadoras. Los ejemplos reseñados son manifestaciones de los paradigmas de la sensibilidad civilizada que se imponía en el inicio de siglo (Barrán, 1989). Estos parques representan, por un lado, la democratización del ocio —antes reservado a las clases acomodadas— y, por el otro, son infraestructuras públicas en pos de una sociedad más ordenada, productiva y controlada: dispositivos urbanos civilizatorios de la ciudad moderna.
En términos de diseño, al estar liberados de preexistencias y determinismos, los parques y jardines balnearios fueron verdaderos laboratorios del espacio público (Batalla Farré, 2014:2). Sin embargo, estos parques en la costa de Montevideo —aun dentro de la exploración— poseen características similares que los aúnan en una comunicación cohesiva y coherente. Estos espacios inicialmente dedicados al ocio turístico fueron hechos bajo una concepción urbana que permitió que fueran convertidos en infraestructuras al servicio de toda la ciudad.
Al considerar el conjunto de la rambla y los parques balnearios realizados en las primeras décadas del siglo XX, encontramos un cuerpo de espacios públicos de soberbio diseño y fina ejecución. Seguramente, al reconocer su riqueza, los técnicos de las generaciones siguientes se encargaron de acrecentarlo hasta convertirlo en el legado que la sociedad uruguaya hace suyo hoy.
2. HOTEL BALNEARIO, MANIFESTACIONES TEMPRANAS DE UN NUEVO PROGRAMA
El segundo episodio remite al estudio de un tipo arquitectónico particular y sus manifestaciones en la costa montevideana. El hotel como programa edilicio específico y su evolución han comenzado a ser indagados en las últimas décadas a nivel internacional. Si bien es un campo aún en construcción, es claro que algunos ejemplos en Montevideo pertenecen a los jalones iniciales del devenir histórico de este programa arquitectónico. Además, en los casos analizados se visualiza —para el contexto montevideano— la materialización de algunos debates de la época en el quehacer disciplinar.
El análisis del hotel como fenómeno arquitectónico singular es relativamente reciente. Entre las primeras aproximaciones se encuentra el relato de Pevsner (1976), aunque vacila entre las distintas variantes del gran hotel europeo. Asimismo, las referencias que existen al posible origen del hotel turístico se limitan a unos pocos manuales o libros recopilatorios (Jiménez y Vargas, 2018). De modo reciente, se ha indagado en el estudio de casos de diversas localidades americanas y europeas que alimentan la investigación sobre este tipo particular (Perez y Navas, 2014).
Los autores coinciden en que el hotel constituye la pieza mínima necesaria para convertir un lugar geográfico en un destino turístico. Así fue entendido a fines del siglo XIX en Montevideo, donde se los instalaba como iniciadores de un potencial balneario o para consolidar uno emergente (Da Cunha, 2003:3).
La especificidad edilicia del hotel ya era manejada de manera intuitiva por la sociedad montevideana de la época: en una aguda caricatura sobre las Cámaras legislativas, Caras y Caretas define el tipo como: «el edificio más apropiado para la instalación de las Cámaras es el Hotel Balneario [ya que] sabrá ofrecer buena cabida para los infinitos miembros que han de constituirlas» (1890:154). Si bien la referencia podría aludir al Hotel Nacional en Ciudad Vieja o al Palace Hotel en Pocitos, los tres exponentes más relevantes de este tipo en Montevideo fueron el Hotel Pocitos, el Casino Parque Hotel y el Hotel Casino Carrasco, figuras principales de este episodio.
El primer Hotel Pocitos se construyó en 1882, una edificación mayormente de madera sobre la arena de la playa. El edificio sufrió de las inclemencias climáticas e incendios y fue reconstruido dos veces (Boronat, 1995:15). En sus dos versiones iniciales seguía la norma de las primeras casas de baños europeas: construcciones en madera sobre pilotes que parecen derivar de la tradición del muelle en una nueva transición tierra–mar (Grao–Gil, 2020:359). En 1912 fue reinaugurado por vez definitiva bajo el diseño de John Adams. Sus tres plantas albergaban ciento cincuenta habitaciones, salones, comedor y servicios. Hacia el mar se adentraba una terraza y muelle de madera (Torres, 2007:94).
El énfasis estaba puesto en los servicios de baños y en su rol social. Las instalaciones de baños y los espacios de relación se vinculaban directamente al mar, mientras que las habitaciones quedaban relegadas a una consideración secundaria, de dimensiones pequeñas y equipamiento elemental. Las crónicas de época refuerzan esta impresión al dar cuenta de la importancia social del hotel por sobre las comodidades que ofrecía[i]. Como es sabido, el hotel e instalaciones anexas fueron demolidos en 1935, por lo que nos llega solo su recuerdo en relatos, fotografías y en las trazas de los cimientos visibles en los días de marea baja.
A diferencia de Pocitos, los otros dos grandes hoteles de la costa no se instalaron sobre la playa, sino sobre la acera norte de la rambla. Asimismo, si los edificios en Pocitos pertenecen a la primera solución de alojamientos balnearios —estructura de madera que se adentra en el mar evocando los muelles—, en los otros dos balnearios se plantearon edificios extrovertidos de construcción tradicional. Este tipo de solución es manejada por Jiménez y Vargas (2018) como la siguiente etapa en la evolución de la tipología del hotel, influida por el pensamiento higienista. En estos edificios se buscaban las bondades del sol, el aire y el mar en todas las instalaciones, con plantas extrovertidas y funcionales, incorporando solariums, terrazas y amplios ventanales en las habitaciones (2018:151). Los autores sostienen que este planteo fue paulatinamente abandonando los criterios compositivos académicos, para convertirse en un tercer momento en la solución más frecuente de los hoteles balnearios de la primera mitad del siglo XX.
Los edificios en Ramírez y Carrasco son entonces dos ejemplos tempranos de la primera solución extrovertida de este tipo arquitectónico. El edificio del Parque Hotel se inauguró en 1909 con una capacidad de cien habitaciones, café, restaurante, casino y teatro de verano. La autoría del diseño no es clara (García, 2014:57), pero en su construcción participaron múltiples técnicos de gran actividad en plaza: West, Acosta y Lara, Guerra, Poblet y Ortuzar (Archivo CDM). Su aspecto formal ha sido caracterizado dentro del clasicismo francés por Ponte y Torres (1996:63), como manifestación del gusto cortesano hacia el barroco por Da Cunha (2003:9) y como expresión ecléctica de una sociedad que buscaba el puro efecto incorporando gestos art nouveau por García (2014:60). Más allá de la subjetividad inherente en todo análisis, resulta interesante el amplio abanico de referencias que recogen las apreciaciones sobre un mismo edificio, un calibre que evidencia un nudo historiográfico no resuelto, insinuado también en el tercer episodio.
El Hotel Carrasco —cuyo diseño fue otorgado por concurso a los arquitectos J. Munant y G. Mallet— vio dilatada su construcción por el estallido de la primera guerra mundial y fue inaugurado bajo gestión municipal en 1921 (Vilaboa, 2019). El edificio de composición académica se rige por dos ejes de simetría que coinciden con el trazado de Thays. El establecimiento incluía grandes salones, cafés, restaurantes, amplias habitaciones, terrazas y casino. La materialidad fue un aspecto muy cuidado y para su expresión formal se recurrió a la tradición clásica y barroca (IMM, 2008) para reafirmar el status, lujo y categoría de un hotel de primera línea (Anales, 1944).
Como se ha mencionado, estos dos hoteles son similares en cuanto a su planteo extrovertido, su posición urbana y la relación con el mar. Las diferencias entre ellos parecen más sutiles que con el de Pocitos. El Parque Hotel, que ha sido catalogado como ecléctico, incorpora algunos gestos propios de búsquedas expresivas antiacadémicas. Por otro lado, el porte del Hotel Carrasco refleja los deseos de los promotores a través de una expresión consolidada y validada que demuestre su estatus y categoría. Esta diferencia, que podría ser casual, se enmarca en ciertos cambios disciplinares tanto en Uruguay —Carré, la creación de la Facultad de Arquitectura, etc.—, como en el ámbito internacional —Loos, el noucentisme y el rápido rechazo académico a las manifestaciones modernistas, entre otros—, que promovieron el retorno a la seguridad de los valores beaux arts. Una mirada en mayor profundidad es necesaria para problematizar esta hipótesis.
El desarrollo del hotel como tipo arquitectónico específico podría ser la manifestación más clara en la relación entre turismo y arquitectura. En el caso montevideano, los tempranos ejemplos del incipiente programa fueron responsables de caracterizar, individualizar y dar estatus a los distintos balnearios. En cuanto a las infraestructuras resultantes, estos edificios son pequeñas joyas que, en el conjunto de la rambla y los espacios públicos antes mencionados, coronan el legado patrimonial de la ciudad.
3. EL CHALET BALNEARIO EN LA EXPERIMENTACIÓN FORMAL DE INICIOS DE SIGLO XX
El último episodio se presenta como una invitación para una reflexión futura. La proliferación de la vivienda en los balnearios se produjo luego de la llegada del tranvía, a través del fraccionamiento de lotes realizado por distintos desarrolladores inmobiliarios (Articardi, 2016). La paulatina ocupación del territorio fue sostenida entre la última década del siglo XIX y las dos primeras del XX. El chalet —tipo arquitectónico de residencia unifamiliar de recreo (Gilmet, 2001:78)— fue el protagonista en este proceso.
En los amplios loteos de los balnearios, los arquitectos, ingenieros y constructores tuvieron la oportunidad de experimentar diversos recursos expresivos. El resultado de esta exploración era comentado en una crónica de la época de la siguiente manera: «a lo largo de los caminos que conducen a Pocitos, y más particularmente en la Avenida del Brasil, se han construido en los más variados estilos arquitectónicos, centenares de chalets y residencias veraniegas» (Lloyd, 1912:439). Estos estilos variados no distaban mucho de ciertas formulaciones que se desarrollaban en Europa en esos mismos años. Algunos planteos de Guimard en las afueras de París (Borsi y Godoli, 1976), de Domenech y Gaudí en el balneario de Sitges (Tatjer, 2009) o de Sommaruga en la costa de Italia (Bairati y Riva, 1985), entre otros, podrían por su contemporaneidad considerarse en caminos paralelos, alimentados de la circulación de ideas en cartas, viajes y catálogos.
El análisis de los permisos de construcción solicitados en Montevideo —realizado por Mazzini et al. (2016)— permite corroborar la tendencia a la utilización de chalets y otras tipologías de vivienda extrovertida en las zonas costeras. Si bien el trabajo mencionado profundiza en las variantes tipológicas y en sus características funcionales, carece de una mirada sobre la expresión formal de estas viviendas, tanto en su materialidad como en su iconografía.
Los chalets balnearios pueden ser analizados en su aspecto formal como manifestación de la libertad creativa de sus diseñadores así como de las aspiraciones sociales de sus comitentes. Esas dimensiones se expresan fuertemente en las fachadas, donde la ornamentación y la diversidad material se convierten en medios de condición comunicadora (Beretta et al., 2021:263). Así lo entendía Horacio Acosta y Lara en Arquitectura cuando mencionaba los desafíos de uno de los programas privados más frecuentes de la práctica profesional nacional, la casa para la familia en las playas (1920).
La arquitectura realizada en Uruguay en el período 1890–1920 ha sido tildada por la historiografía como mera copia ecléctica de tendencias y modas provenientes de los centros culturales europeos. Si bien en los últimos años diversos investigadores han trabajado en pos de revisar y revertir estos conceptos, la opinión más extendida aún ve estas arquitecturas con el signo de las consideraciones de Arredondo, Artucio o Lucchini.[ii]
Desconociendo el valor simbólico y social de la ornamentación, la expresión formal de estas residencias no ha sido abordada todavía por la historiografía disciplinar. Sin embargo —a riesgo de caer en un análisis formalista— estos aspectos deberían ser considerados en las búsquedas paralelas antes mencionadas, coincidencias contemporáneas que llevan a pensar en procesos colectivos de vivas redes de circulación de las ideas, en vez de mera copia irreflexiva. Los técnicos radicados en Uruguay manejaban en el debate disciplinar las ideas de Morris sobre artesanía, la concepción de Semper de superficie y los alegatos de Owen Jones sobre ornamento y color, entre otros variados insumos teóricos. La hipótesis cobra fuerza al revisar la sintonía con los postulados de Wagner, Guimard y Domenech en las palabras de Acosta y Lara: «hoy ya no se imponen formas añejas a las nuevas necesidades, sino que, al contrario, las nuevas necesidades dictan la ley a la construcción, exigiéndole exterioridades y proporciones racionales» (1899).
El planteo —que por su alcance no es posible desarrollar en este trabajo— queda expuesto como posible indagación futura: la mirada al chalet balneario como campo de experimentación formal, en un periodo complejo atravesado por procesos de modernización, debates disciplinares y nuevos modos de relacionamiento y domesticidad. Será necesario analizar de manera integral los elementos arquitectónicos a través de sus particularidades materiales y simbólicas, evaluando las voluntades expresivas de sus hacedores.
El chalet, protagonista del auge balneario de la costa montevideana, es una pieza en riesgo de extinción. Los procesos de sustitución —avalados por el pensamiento arquitectónico preponderante que desvalorizó estas arquitecturas— han transformado sectores enteros de los otrora tejidos ajardinados. Sin intención de emitir juicio alguno sobre las construcciones que les sustituyeron, sería importante registrar y estudiar los ejemplares que subsisten como testimonios de una época en que las arquitecturas para el turismo costero —verdaderos ensayos proyectuales— conquistaron los arenales en nombre de la civilización.
Los tres episodios fueron presentados en el entendido de la importante dimensión simbólica que tiene el impacto del turismo en la construcción de la ciudad y su patrimonio (Campodónico y Pastorino, 2020:3). En Montevideo, este impacto se manifestó en los trazados de los balnearios, en el desarrollo de la rambla, en los espacios públicos costeros, en los edificios de hoteles y en los chalets de recreo construidos sobre la costa. Los elementos que subsisten hasta hoy conforman algunos de los rasgos más característicos y valorados de la ciudad.
La relación intrínseca entre Montevideo y su costa se refleja en las arquitecturas pensadas para el turismo, productos del triunfo de la urbanidad sobre la topografía. Las piezas reseñadas son algunas de las manifestaciones del pensamiento de los actores que operaron en el proceso de modernización de la ciudad a inicios del siglo XX. Este proceso ha legado infraestructuras que ordenan la ciudad, a la vez que democratizan el tiempo libre y la recreación en pos de una armoniosa vida en sociedad. Ha conquistado terrenos vírgenes y ha conseguido caracterizar diversos tramos de la ciudad a través de elementos urbanos y edilicios de gran calidad.
Si bien se ha reconocido la indudable importancia que tuvieron las arquitecturas balnearias del periodo en el proceso de consolidación de la ciudad, su valor simbólico y material ha sido soslayado en la construcción historiográfica de la arquitectura nacional, signando hasta el día de hoy nuestra mirada sobre ellas. Estas estructuras que testimonian los procesos históricos de la conformación del Uruguay moderno han sido incomprendidas y hasta despreciadas por más de cien años. Nuevas y desprejuiciadas miradas se hacen necesarias para su real comprensión y valoración.
«No solo ustedes han de concurrir a los Pocitos en noches de moda!» (Apolo, 1908:17)
«No se va allí para admirar las bellezas del mar, del cielo o del paisaje: no: se va allí porque se ha convenido» (Bohemia, 1909:11)