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De mujeres y gallinas: transiciones laborales de mujeres residentes en la Región Metropolitana de Buenos Aires

De mulheres e galinhas: transições laborais de mulheres residentes na Região Metropolitana de Buenos Aires

Of women and chicken: labor transitions of women residing in the Metropolitan Area of Buenos Aires

Sabrina A. Ferraris
Universidad de Buenos Aires, Argentina

De mujeres y gallinas: transiciones laborales de mujeres residentes en la Región Metropolitana de Buenos Aires

Sociedade e Cultura. Revista de Pesquisa e Debates em Ciências Sociais, vol. 22, núm. 1, pp. 5-25, 2019

UFG - Universidade Federal de Goiás

Recepción: 15 Septiembre 2018

Aprobación: 16 Noviembre 2018

Resumen: Este trabajo se propone analizar el ingreso al mercado de trabajo de mujeres de las generaciones 1940 a 1979, residentes en el Área Metropolitana de Buenos Aires. Para ello, partiendo de la perspectiva de Curso de Vida que enfatiza la importancia analítica del cruce entre el tiempo histórico y el tiempo biográfico, presentaremos algunas características del contexto socio-histórico y la estructura productiva. Luego, con datos cuantitativos analizaremos la participación femenina y la edad al primer empleo junto con sus diferenciales de acuerdo a grupos sociales y generaciones. Asimismo, en base a Historias de Vida presentaremos algunas vivencias de las mujeres nacidas en las décadas de 1940 y 1970, de diversos grupos sociales, sobre sus transiciones laborales. Finalmente, reflexionamos sobre las dificultades de inserción laboral femenina, referidas a contextos desfavorables con altos niveles de desempleo y pobreza, pero también a las provenientes de las desigualdades en la repartición de tareas en el hogar, y a la segregación laboral, por su condición de género.

Palabras clave: Generaciones, Mercado de trabajo, Desigualdades de género, Curso de Vida, Buenos Aires.

Resumo: O presente trabalho tem por objetivo analisar a entrada no mercado de trabalho de mulheres das gerações de 1940 a 1979, residentes na área metropolitana de Buenos Aires. Para isso, partindo da perspectiva do Curso de Vida que enfatiza a importância analítica do cruzamento entre o tempo histórico e o tempo biográfico, apresentaremos algumas características do contexto sócio-histórico e da estrutura produtiva. Em seguida, com dados quantitativos, analisaremos a participação feminina e a idade no primeiro emprego, juntamente com seus diferenciais, de acordo com grupos e gerações sociais. Além disso, com base em Histórias de Vida, apresentaremos algumas experiências de transição laboral de mulheres de diferentes grupos sociais nascidas nas décadas de 1940 e 1970.

Finalmente, refletimos sobre as dificuldades da inserção feminina no trabalho, referindo-se não apenas a contextos desfavoráveis ​​com altos níveis de desemprego e pobreza, mas também a desigualdades na distribuição de afazeres domésticos e à segregação laboral, devido à sua condição de gênero.

Palavras-chave: Gerações, Mercado de trabalho, Desigualdades de gênero, Curso de Vida, Buenos Aires.

Abstract: This work aims to analyze the entry into the labor market for women born between the years 1940 and 1979 living in the Metropolitan Area of Buenos Aires city. For this, building on the Life Course perspective, which emphasizes the analytical importance of crossing historical time and biographical time, we will present some characteristics of the socio-historical context and the productive structure. Then, with quantitative data, we will analyze women’s participation and age at the first job along with their differentials according to social groups and generations. Also, based on Life Stories we will present some labor transition experiences of women from different social groups born in the 1940s and in the 1970s. Finally, we discuss the difficulties of female labor insertion, referred to not only unfavorable contexts with high levels of unemployment and poverty, but also to inequalities in the distribution of household chores, and labor segregation, due to their gender condition.

Key words: Generations, Labor market, Gender inequalities, Life Course, Buenos Aires.

Presentación

El siguiente trabajo forma parte de una investigación más amplia dedicada a analizar las transiciones a la vida adulta de mujeres de las generaciones 1940 a 1979, residentes en la Región Metropolitana de Buenos Aires, en el entrecruzamiento del tiempo histórico y del tiempo biográfico. Aquí el eje será dar cuenta de una de las transiciones en particular, el ingreso por primera vez al mercado de trabajo. Para ello, partimos con una breve caracterización del tiempo histórico desde mediados del siglo XX hasta fines del mismo, con énfasis en la estructura productiva y las modificaciones en el empleo en el Gran Buenos Aires, así como también en el proceso de feminización laboral que se ha desarrollado durante esta etapa, acompañado esto último con el análisis de datos cuantitativos de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) para las rondas de 1974, 1980, 1985, 1990, 1995 y 2000.

A su vez, complementamos dicho análisis cuantitativo con datos retrospectivos de la Encuesta Situación Familiar (1999). Con ello, nos interesa analizar el calendario social -la edad- al primer empleo de algunas de las mujeres (las que han experimentado transiciones familiares), contrastando los cambios entre generaciones así como las diferencias por grupos sociales.

Finalmente, desde una perspectiva cualitativa de análisis, presentaremos algunos de los testimonios obtenidos en base a Historias de Vida, sobre las vivencias de las mujeres nacidas en las décadas de 1940 y 1970, de diversos grupos sociales, con el fin de ilustrar sus transiciones laborales, en particular haciendo foco en las dificultades que encontraron por su condición de género a la hora de insertarse al mercado de trabajo.

Sobre corpus conceptual y metodología

Este trabajo se enmarca en el desarrollo de la tesis doctoral sobre transiciones a la vida adulta de mujeres de las generaciones 1940 a 1979. El corpus conceptual que guía es, fundamentalmente, la perspectiva de “Curso de Vida”1, la cual viene a plantear que los cursos de vida son resultado de los cambios en las personas y las familias en el tiempo, así como la manera en que son influenciados por el contexto social e histórico. En términos teóricos, esta perspectiva de curso de vida ha dejado conceptos centrales que nos interesan recuperar, tales como el de generaciones y las transiciones. El primero refiere a que los cambios históricos, sociales y culturales afectan a los tiempos biográficos y familiares y, por ende, es importante incorporar en el análisis las distintas cohortes de nacimiento -las generaciones- al estudiar los cursos de vida (Elder, 1999). En consecuencia, este concepto adquiere un carácter fundamental, basado en el supuesto que los individuos nacidos en un momento determinado viven a través del tiempo circunstancias históricas que los unifican en una época singular. Por su parte, las transiciones refieren a distintos eventos que transitan las personas -distintos roles-, que están interrelacionados con los cambios en la familia como unidad colectiva, tales como el irse del hogar, casarse o bien unirse, establecerse como familia independiente, transformarse en padres/madres, etc. (Hareven, 1996). Esta perspectiva justamente viene a enfatizar que estas transiciones relacionadas con la edad se asumen como diversas, socialmente creadas y compartidas, modeladas por las circunstancias históricas y las tradiciones culturales.

En consecuencia, el evento a trabajar en este artículo será las transiciones laborales de las mujeres de las generaciones 1940 a 1979, sus características y sentidos.

Con respecto a las construcciones simbólicas referidas a la transición laboral de las mujeres, este trabajo también retoma algunos conceptos de la perspectiva de economía feminista2. Esta corriente de pensamiento enfatiza la necesidad de incorporar las relaciones de género3 como una variable relevante en la explicación del funcionamiento de la economía, así como de la diferente posición de los varones y las mujeres, en tanto agentes económicos y sujetos de las políticas económicas. Se propone dar cuenta de los determinantes de la menor y peor participación laboral de las mujeres, de la existencia de brechas de género en los salarios, de procesos de segregación de género horizontal (por rama de actividad) y vertical (por jerarquía de las ocupaciones), de concentración de las mujeres en diferentes espacios de precariedad laboral y desprotección social. Asimismo, nos interesa recuperar de esta perspectiva el concepto de economía del cuidado, el cual habilita, por un lado, a visibilizar el rol sistémico del trabajo de cuidado en la dinámica económica en el marco de sociedades capitalistas, y por otro, a dar cuenta de las implicancias que la manera en que se organiza el cuidado tiene para la vida económica de las mujeres. En efecto, la econo mía feminista se posiciona como un programa académico pero también político, en tanto busca reconocer, identificar, analizar y proponer cómo modificar la desigualdad de género como elemento necesario para lograr la equidad socioeconómica (Rodríguez Enríquez, 2015; Rodríguez Enríquez y Marzonetto, 2016).

Asimismo, se llevan adelante estrategias cuantitativas y cualitativas de análisis. Para las primeras, se utilizan la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) y la Encuesta de Situación Familiar 1999 (ESF). La EPH es una encuesta nacional llevada a cabo por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC), que permite conocer las características sociodemográficas y socioeconómicas de la población, representativa de diversas regiones del país. Utilizamos los datos para el Gran Buenos Aires4 de las rondas de 1974, 1980, 1985, 1990, 1995 y 2000, de las generaciones de mujeres aquí consideradas, con el fin de observar su participación en el mercado de trabajo a lo largo de dichos períodos.

Por su parte, la ESF fue llevada a cabo por la Cátedra de Demografía Social de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, dirigida por la Dra. Susana Torrado. La encuesta se realizó en 1999, a mujeres entre 20 y 59 años de edad residentes en el Área Metropolitana de Buenos Aires, que al momento de la entrevista estuvieran unidas y/o convivieran con un hijo/a, ya que el objetivo principal era analizar las trayectorias nupciales de dichas generaciones. La ESF es “pionera” en Argentina con respecto al relevamiento de datos de historias biográficas, con un total de 876 mujeres. Frente a la ausencia en Argentina de dicho tipo de información longitudinal cuantitativo en otras encuestas, y dado que cuenta con la dimensión laboral de las mujeres encuestadas de estas generaciones, es que decidimos incluir esta información. Con datos, pues, de la ESF, se realiza un análisis descriptivo sobre la edad de ingreso a mercado de trabajo de estas mujeres dando cuenta de los diferenciales por nivel educativo y generaciones.

Para la estrategia cualitativa de análisis, se utilizan los testimonios de 21 mujeres entrevistadas a partir de “Historias de Vida”. El uso de esta técnica se debió a que nos permite, entre otras cuestiones, el testimonio subjetivo de una mujer a la luz de su trayectoria vital, de sus experiencias, y de su visión. Pero al mismo tiempo es la plasmación de una vida que es parte de una época, de ciertas costumbres, instituciones y valores compartidos con el contexto del que la mujer forma parte.

Se consideraron mujeres residentes en la Región Metropolitana de Buenos Aires. Las entrevistas fueron de carácter semi-estructuradas buscando dar cuenta de los sentidos y significados de las transiciones de estas mujeres pertenecientes a dos generaciones diferentes (1940 y 1970), y con distintos niveles educativos (primaria; secundaria; superior). En simultáneo, la selección de estas dos décadas permite el “salto temporal de una generación”, en tanto las nacidas en la década de 1940 en su mayoría han sido madres en la década de 1970. Se realizaron durante los años 2013 y 2014, y consistieron en la mayoría de las veces en al menos dos encuentros, con el fin de poder desandar varias dimensiones de su vida sin restricciones de tiempo. Se las entrevistó en espacios donde pudiera fluir la conversación y la confianza (en sus casas, en sus trabajos, donde eligieran). La confección de la Guía de entrevista estuvo orientada a conocer: los motivos y dificultades (de sus diferentes entornos: familiares e históricos) que las llevaron a tomar determinadas decisiones sobre sus trayectorias educativas, laborales y familiares; sus opiniones y las de su entorno con respecto a sus decisiones en sus trayectorias vitales; sus opiniones con respecto a ciertos espacios considerados como “femeninos”: la relación entre la mujer y el trabajo remunerado, la distribución de tareas en el hogar y en el cuidado de los hijos; entre otras cuestiones.

Las entrevistas son muy ricas sobre la relación entre tiempo histórico, tiempo biográfico y familiar en lo que acontece a las trayectorias laborales, por lo que varios aspectos nos veremos obligados a abordarlos en futuros trabajos.

En suma, el diseño de investigación engloba estrategias de análisis cuantitativas y cualitativas, con el objetivo de complementar la información de ambas y obtener así un análisis acabado del fenómeno transiciones al mundo del trabajo de estas mujeres.

Sobre el tiempo histórico de las mujeres

Del romper con “quedarse en casa”: Fuerza laboral femenina, generaciones 1940-1979

Si tuviésemos que situar temporalmente al crecimiento de la participación de las mujeres en la fuerza de trabajo argentina, éste sería desde la segunda posguerra hasta la década de 1960 -y más aceleradamente después de la década de 1970. Podría decirse que el aumento de la feminización laboral durante estas décadas actuó como una contracorriente dentro del panorama de una fuerza de trabajo global decreciente, al que contribuyeron los hombres reduciendo sustancialmente su participación laboral vía los jóvenes (que prolongaron su escolaridad y retrasaron su ingreso al mundo de trabajo), y los mayores (que adelantaron su salida del mercado en pos de la jubilación y el retiro). A estos grupos se les añadieron, desde mediados de la década de 1970 y más rápidamente desde 1980, los hombres adultos jefes que redujeron su participación en el mercado laboral por efecto de las crisis (Wainerman y Geldstein, 1996).

Las principales responsables del crecimiento de la participación femenina en la fuerza de trabajo hasta la década de 1980 fueron fundamentalmente mujeres casadas y unidas, en su mayoría cónyuges del jefe de hogar y relativamente con mayor nivel educativo, de los sectores medios y altos de la sociedad. No sólo más mujeres concurrieron al mercado laboral sino que además permanecieron por más tiempo en él, y también más de ellas reingresaron a trabajar entre los 30 y los 40 años de edad (Wainerman y Geldstein, 1996).

Desde la demanda, el crecimiento de la participación económica de las mujeres de estos grupos sociales se debe prácticamente al sector terciario (comercio, servicios, etc.). Las trabajadoras avanzaron en el área de la educación y la salud, en los bancos y financieras y en puestos administrativos de las industrias manufactureras y en el servicio doméstico, mientras se retiraban de puestos más tradicionales (industria textil) que solían albergar a mujeres de menor educación de los estratos obreros (Wainerman y Geldstein, 1996; Torrado, 2003).

Por otra parte, hasta mediados de 1970 disminuyó considerablemente el empleo en el servicio doméstico, al tiempo que el sector menos estructurado del comercio minorista pasó a ser el principal albergue de las mujeres con baja educación. Estos cambios en la estructura del empleo femenino pueden interpretarse como un signo de modernidad y de más igualitaria integración de las mujeres al mercado laboral (Wainerman, 2007; Torrado, 2003).

Es de destacar que desde los cincuenta y hasta mediados de los setenta, la Argentina experimenta un crecimiento sostenido -con algunas fluctuaciones- de su economía, de la mano de la denominada Industrialización Sustitutiva de Importaciones, en estos años referida a la producción de bienes intermedios y de consumo durable. Entre 1964 y 1973 la industria tuvo un crecimiento continuo y con un dinamismo mayor que el resto de las actividades económicas, acompañado por un crecimiento de la ocupación, los salarios, la productividad y las exportaciones. La vinculación entre la producción industrial y el Estado era el eje central del proceso económico (Schorr, 2006).

Desde la instauración de la última dictadura militar, si bien continúa la pauta de participación femenina creciente y la especialización ocupacional de tareas no manuales (docentes, paramédicas, administrativas), esto se da en un contexto de gran deterioro salarial en los servicios sociales y la administración pública y con un creciente desempleo y subempleo, obligándolas a optar por trabajos informales y/o precarios (Torrado, 2003).

El programa de “ajuste” que, con ligeras modificaciones, se implementó bajo un esquema político basado en el autoritarismo, alcanzó algunos de sus objetivos estratégicos (quiebre definitivo del modelo sustitutivo y de la consiguiente dinámica económico-social, disciplinamiento de los sectores asalariados y nuevo nivel salarial, concentración creciente del capital, apertura de la economía en los sectores menos oligopolizados, etc.) a la vez que conllevó elevadísimos costos sociales (Azpiazu, 1991).

Entre 1980 y 1991 -en el AMBA- la proporción de mujeres trabajadoras, sobre el total de las de 14 años y más, creció de un 32% a un 37%, mientras que la de los hombres se mantuvo en un 74%. También en esta década la mano de obra femenina estuvo concentrada en el sector terciario, en paralelo con una importante desindustrialización. La feminización de la fuerza de trabajo continuó durante la década siguiente: las mujeres de 14 años y más del AMBA pasaron de una tasa de actividad del 37% en 1991 a una tasa del 47% en 2003. Las responsables continuaron siendo las casadas y unidas, en su mayoría cónyuges (Wainerman, 2007).

Ello se da en un contexto generalizado de disminución de los puestos de trabajo, con una gran desocupación, la menor capacidad de cambio de empleo, la baja de los salarios, junto a la mayor presión tributaria y el alza de los servicios públicos ahora privatizados, afectando de modo dramático la vida cotidiana de las familias. Entre 1980 y 2001, en el AMBA, entre los hogares formados por ambos cónyuges y sus hijos, el modelo de proveedor varón único decreció un 28%, desde 74,5% a 53,7%; mientras que el de dos proveedores aumentó 82%, desde 25,5% hasta 46,3%. Durante el mismo período, el tipo menos frecuente del modelo de proveedor único (esposo inactivo y mujer jefa) se multiplicó varias veces: de 0,4 a 6,0% (Wainerman, 2007).

Hacia fines de los años ochenta la transformación de este modelo se acelera, facilitado por la hiperinflación y la parálisis institucional que brindaron inigualables condiciones para la adopción de un nuevo paradigma productivo. Como señalan Vinocur y Halperin (2004), el deterioro que sufrieron los estratos más bajos de la sociedad, y la pauperización acelerada de los sectores medios, brindaron una amplia aceptación del neoliberalismo, al tiempo que los preceptos de la globalización se extendían en el mundo. La creciente desigualdad de la década de 1990 respondió a causas como un persistente deterioro de las remuneraciones y al desempleo, más que a eventos desafortunados que el mero paso del tiempo logra contrarrestar por sí solo (Beccaria y Groisman, 2009). Con el agregado de que son los sectores de bajos ingresos los que más padecieron el encarecimiento de los servicios privatizados (Cortés, Groisman y Hoszowki, 2004).

En consecuencia, la creciente participación de la mujer en las décadas 1980 y 1990 podría leerse en buena medida como resultado de la búsqueda por mantener el ingreso en sus hogares y evitar el desclasamiento (Wainerman y Geldstein, 1996).

La Tabla 1 muestra la participación en el mercado de trabajo de las mujeres de las generaciones consideradas en los años 1974, 1980, 1985, 1990, 1995 y 2000 para el Gran Buenos Aires, zona geográfica que nos atañe. En principio, puede observarse que para mediados de 1970, si bien con diferente peso, más de la mitad de las mujeres de todas las generaciones permanecen inactivas. Como era de esperar, las más jovencitas casi no participan en el mercado, pues se encuentran para esa fecha en edades escolares (las nacidas en los ‘60 tienen entre 5 y 14 años de edad). Para las nacidas en los ‘40 y los ‘50 la proporción que participa en el mercado laboral es superior al 40%, y las desempleadas son muy poquitas.

Tabla 1
Participación de las mujeres en el mercado de trabajo según Generaciones y Posición en el hogar (%). Gran Buenos Aires, años 1974, 1980, 1985, 1990, 1995 y 2000.
 TotalPosición en el Hogar Generaciones
1974MujeresJefasCónyugesOtras 1940/19491950/19591960/19691970/1979
Ocupada29,282,432,524,4 44,442,51,8-
Desocupada1,60,00,62,1 0,93,80,0-
Inactiva69,217,666,873,5 54,753,798,2-
Total100100100100 1001001000
1980         
Ocupada27,079,531,122,1 42,751,119,9-
Desocupada1,11,40,91,3 0,62,31,4-
Inactiva71,819,168,076,6 56,746,678,6-
Total100100100100 1001001000
1985         
Ocupada30,881,735,123,5 44,445,739,82,0
Desocupada1,62,71,11,9 1,41,53,40,4
Inactiva67,615,663,774,6 54,352,856,797,5
Total100100100100 100100100100
1990         
Ocupada39,679,840,931,4 50,548,850,615,1
Desocupada3,04,41,44,6 2,01,84,43,7
Inactiva57,415,757,764,0 47,549,545,081,2
Total100100100100 100100100100
1995         
Ocupada44,471,338,643,3 42,849,454,234,0
Desocupada11,513,19,214,7 10,410,29,714,7
Inactiva44,015,652,242,0 46,840,436,151,3
Total100100100100 100100100100
2000         
Ocupada51,272,640,659,4 47,352,850,653,0
Desocupada9,29,96,814,5 5,08,09,212,9
Inactiva39,517,552,626,1 47,639,240,234,1
Total100100100100 100100100100
Nota: excluye servicio doméstico como posición en el hogar.

A comienzos de la década siguiente (1980) vemos que, por un lado, las generaciones ‘40 han disminuido un poco su participación a favor de su inactividad, factor que podría estar asociado al hecho de estar ellas en “edades casaderas”. Por otro lado, tanto para las generaciones ‘50 y ‘60 se observa un aumento en la participación laboral, en contraposición con un descenso de la inactividad. Sin embargo, la proporción de las que entraron en el mercado de trabajo de las más jovencitas es alrededor de un 20%, probablemente porque todavía permanezcan estudiando (ya que ahora tienen entre 11 y 20 años de edad), sobre todo teniendo en cuenta la expansión en las últimas décadas de los niveles de educación, y en particular entre las mujeres.

Ya para mediados de 1980 alrededor de un 45% de las generaciones ‘40 y ‘50 participan del mercado de trabajo, y casi un 40% de las nacidas en los ‘60. Sin embargo, los niveles de inactividad son bien altos, particularmente entre las más jovencitas.

Al inicio de la década de 1990 vemos una importante proporción de mujeres ocupadas, con excepción de las más jóvenes. Como era de esperar, las generaciones ‘70 son las que más presentan la condición de inactivas, ya que probablemente se encuentren en el sistema escolar considerando que para 1990 tienen entre 11 y 20 años. Sin embargo, cabe señalar que en todas las generaciones la proporción de inactivas es alta.

Ahora bien, a mediados de la década se observa una disminución generalizada de este porcentaje de inactivas. Esto podría estar confirmando lo anteriormente señalado con respecto a que una buena parte del aumento de la oferta de empleo femenina pudo deberse a la búsqueda por mantener el ingreso en sus hogares y evitar el desclasamiento. Y en un contexto caracterizado por altos niveles de desempleo, subempleo y precariedad laboral tiene sentido que observemos que el principal beneficiario de este descenso de la inactividad de las mujeres sea el aumento en todas las generaciones de las desempleadas. También se puede vislumbrar para 1995 entre las más grandes una disminución de las ocupadas, probablemente en un mercado competitivo y de baja oferta de empleo, se premie a la juventud. Sin embargo, no deben ser “tan jóvenes” como para ser “inexpertas”, puesto que las nacidas en los ‘70 son las que presentan los más altos niveles de desempleo.

Siguiendo a Groisman y Marshall (2005), la evolución del desempleo entre 1992 y 2003 para el Gran Buenos Aires evidencia, justamente, que el aumento de la tasa de desempleo se concentró en tres momentos específicos: 1993, 1995 y 2002, a partir de cada uno de los cuales se estableció un nivel más elevado del mismo. La desocupación adquiere una relevancia no sólo socioeconómica, ya que el empleo significó en nuestro país, sobre todo a partir de la generalización del modelo de sustitución de importaciones, uno de los principales mecanismos de integración social (Filmus y Miranda, 1999).

A inicios del nuevo siglo encontramos que sigue habiendo una buena proporción de mujeres ocupadas. Sin embargo, cabe destacar la disminución del porcentaje en dicha condición de las nacidas en los‘60 en favor principalmente del aumento de la proporción de inactivas. Esto podría deberse a que para fines de siglo las mujeres de estas generaciones se encuentran en las llamadas “edades casaderas”. Quizás también pueda deberse al “desaliento” de la época con respecto a la obtención de un empleo (muchas veces oculto bajo la noción de inactividad).

Asimismo, si bien las nacidas en los ‘40 presentan un aumento de las ocupadas en concomitancia de un descenso de las desempleadas, el factor “desaliento” también podría estar explicando, en parte, el leve aumento de las inactivas, aunque vale recordar que para el 2000 estas mujeres se encuentran en edades muy cercanas a las jubilatorias.

Por último, quienes más han aumentado su participación en el mercado de trabajo para el 2000 son las más jóvenes. Sin embargo, son también ellas las que continúan teniendo los valores más altos de desempleo. Por ende, podría afirmarse que la juventud e inexperiencia siguen penalizando la obtención de un empleo.

Con respecto a las diferencias en la condición de actividad según la posición en el hogar de estas mujeres, vemos que el hecho de la jefatura en las últimas tres décadas del siglo XX marca preponderantemente la participación laboral. Por el contrario, el ser cónyuge las caracteriza principalmente como inactivas, aunque una buena proporción de ellas se presentan ocupadas. Esto último ocurre sobre todo a partir de los años 1990, factor que podría relacionarse con lo anteriormente señalado en tanto durante esta década de precariedad laboral y deterioro salarial salieron a trabajar para mantener los ingresos del hogar. También este hecho hace pie en que en esta etapa hayan aumentado las desempleadas en proporciones mayores a las décadas anteriores.

Finalmente, hasta 1990 las mujeres en “Otras posiciones” en el hogar se caracterizan por ser predominantemente inactivas, probablemente porque quienes se encuentran en esta posición de “dependientes”5 del hogar de origen sean las más jovencitas, en buena parte estudiantes. A partir de tal año aumenta de manera importante su participación laboral, factor que puede deberse tanto a que probablemente muchas de ellas hayan finalizado su escolaridad pero también puede relacionarse con la necesidad de que en un contexto de informalidad laboral y pobreza hayan salido a trabajar para aportar a sus hogares. Pero muchas de ellas se enfrentaron a un mercado laboral precario, lo que las arrojó a la condición de desempleadas (un 14.5%).

En suma, en un contexto como el que venimos caracterizando, y frente al generalizado aumento de la proporción de desocupadas a mediados de 1990 y a principio del nuevo siglo, podría afirmarse que las mujeres que salieron del hogar en esta década terminaron...

...engrosando las filas de desocupados y subocupados, en un mercado estragado por la precarización y flexibilización al que, por otra parte, un ejército de excluidas y excluidos pugna por entrar (Wainerman, 2007: 349).

Sobre el tiempo biográfico de las mujeres

Con respecto al tiempo biográfico, en la Tabla 2, con datos de la ESF, podemos contar con información de la edad de inicio a la vida laboral de algunas mujeres6 pertenecientes a las generaciones nacidas entre 1940 y 1979, residentes en el Área Metropolitana de Buenos Aires, según su máximo nivel educativo alcanzado. Para obtener una mayor cantidad de casos, las agrupamos en generaciones “1940-1959” y en “1960-1979”.

Tabla 2
Edad a la que comienzan a trabajar según el Máximo nivel educativo alcanzado y Generaciones (%). AMBA, 1999.
Edad a la que comienzan a trabajarGeneraciones
1940-1959 1960-1979
S I o -SC y+Total S I o -SC y+Total
Hasta los 12 años12,20,76,3 4,31,82,8
12 a 17 años63,331,447,0 79,226,748,2
18 a 23 años19,859,840,3 13,166,044,3
24 años y más4,27,05,6 1,95,03,7
sin dato0,61,00,8 1,60,50,9
Total100100100 100100100
Casos(222)(234)(456) (155)(223)(377)
SI o -: secundaria incompleta o menos; SC y +: secundaria completa y más.

Se observa, en primer lugar, un cambio entre generaciones: a grandes rasgos se observa un descenso de las que se iniciaron en el mercado de trabajo antes de los 12 años7, lo que es coherente con lo señalado respecto al incremento de la escolaridad en las últimas décadas, y redunda en un aumento para las generaciones 1960-1979 de las que empiezan a trabajar entre los 18 y los 23 años. Sin embargo, vemos que pareciera no descender entre generaciones la proporción que comienza a trabajar entre los 12 y los 17 años, y las principales responsables de ello son las mujeres que no alcanzaron a completar el nivel secundario.

Así, haciendo una lectura por nivel educativo, se puede afirmar que en los dos grupos de generaciones, las mujeres con menor educación entran más tempranamente al mercado laboral, principalmente entre los 12 y los 17 años. Por el contrario, las principales edades a las que comienzan a trabajar las mujeres que completan el secundario son entre los 18 y 23 años, incrementándose 6 puntos porcentuales entre generaciones (de casi un 60% de las generaciones 1940-1959 a un 66% de las 1960-1979). En efecto, este importante aumento hace que para el total entre generaciones el grupo de edades 18-23 años crezca de un 40,3% para las nacidas entre 1940-1959 a un 44,3% de las de 1960-1979, incluso compensando el descenso de las que no llegaron a completar el secundario que se inician laboralmente entre estas edades.

Asimismo, si bien en general son pocas las mujeres que se insertan laboralmente después de los 24 años, esta proporción es mucho menor entre las de secundaria incompleta o menos, y sobre todo entre las más jóvenes. Este factor puede asociarse al contexto ya caracterizado de 1990 que han padecido particularmente las mujeres de las últimas generaciones, por el que se pudieron ver obligadas a salir a trabajar más tempranamente.

En suma, podemos ver diferencias importantes con respecto a las transiciones laborales, puesto que el ingreso es más temprano para aquellas con niveles educativos más bajos. Y esto dificultaría sus posibilidades laborales actuales y futuras, ya que ingresar en el mercado de trabajo a edades tempranas con baja escolaridad, supone afrontar mayores riesgos en cuanto a la estabilidad y calidad de los empleos. Resulta significativo señalar que a pesar de la importante mejora de los niveles educativos de las mujeres en las últimas décadas, y de su mejor rendimiento en el sistema escolar, son las mujeres más jóvenes las que presentan los valores más altos en los niveles de desempleo e inestabilidad laboral, ingresando por primera vez al mercado de trabajo en un importante cuadro de informalidad y pobreza.

Transiciones laborales interpretadas: de trabajos, profesiones y gallinas...

A continuación nos proponemos presentar algunos testimonios de mujeres nacidas en las décadas 1940 y 1970, -que denominaremos “generación ‘40” y “generación ‘70” respectivamente-, acerca de sus vivencias y sentidos con respecto a sus transiciones laborales. Nuestro fin es ilustrar algunas de las temáticas que delineamos a la hora de analizar la entrada al mercado de trabajo de las mujeres de estas generaciones.

Comencemos, pues, por ver algunos ejes, iniciando con la generación ’40. El primero de ellos tiene que ver con los motivos por el que comienzan a trabajar estas mujeres, algunas señalan la necesidad en el hogar de origen, como es el caso de Diana (1940) que la madre la manda a trabajar a los 12 años proviniendo de una familia de 11 hermanos. Otras relatan que su ingreso al mercado de trabajo se debió también a la necesidad pero en el nuevo hogar conformado. Así, Irina (1940) nos cuenta que se fue a vivir “de agregado”8 a lo de su suegra, con sus cuñados, eran “muchos en la mesa” (bocas para alimentar), y si bien el marido no quería, tuvo que salir a trabajar. También están las que lo hacen por una realización personal, para tener su propio dinero, para salir de la casa. Estas razones, si bien entre las de mayor nivel educativo de la generación ‘40 también aparecen, son más recurrentes en las mujeres de la generación ‘70. Malena (1940) justifica su entrada al mercado tanto por la necesidad en la casa como el hecho de haber terminado de estudiar. Así, el terminar la escuela se convierte en un motivo suficiente para comenzar a trabajar: “o se estudiaba o se trabajaba”.

También el relato de Malena nos sirve para dar cuenta de la alta precariedad laboral juvenil -otro de los ejes que queremos ilustrar- al trabajar buena parte “en negro”, y cómo eso luego repercutió a la hora de jubilarse, es decir, la informalidad en sus primeros empleos terminó afectando a su curso de vida.

Diana (1940) comienza a trabajar como “cuidadora” de ancianos, y su historia nos sirve para recuperar que, sobre todo en la generación ‘40, se desenvuelven en trabajos “femeninos”. También otra labor “de mujeres” de esta generación tiene que ver con costura y modistas, rubro en el que la informalidad laboral era frecuente. Diana, Lola y otras de las entrevistadas de la generación ‘40 además nos cuentan que las mandaron a aprender -o bien ellas se interesaron- por otro trabajo común “femenino” como la peluquería. También era frecuente desempeñarse en la docencia, facilitado por el propio título habilitante que brindaba en su momento la escuela secundaria. Nos dice Inés (1940) sobre la docencia, las mujeres profesionales y el romper con la estructura de “quedarse en casa”:

“M: no, bien, yo tenía muchas ganas de empezar a trabajar, yo creo que en esa época ya la mujer empezó a trabajar... no bien, no era una jovencita que salía a trabajar, ya en esa época había mujeres de mi edad trabajando. Había muchas que no trabajaban, ¡muchas! Ahora, también vos fíjate que yo siempre hice docencia, que era lo común, que la mujer fuera a trabajar como docente. No se cómo sería en ese entonces la mujer profesional... la que tenía una profesión universitaria, fue medio romper con esa época, ¿eh? No, pero yo me sentí bien, yo tenía muchas ganas de trabajar, así que no...” (Inés, 1940).

Así también lo cuenta Alcira (1940), quien se compara con sus compañeras del secundario que a pesar de tener el título de maestra, y estar preparadas para ejercer, “esperaban para casarse”, y “no tenían proyectos”, mientras que ella sí ya que siguió una carrera universitaria.

Y otros de los trabajos en los que se desenvuelven las mujeres, que fueron ganando peso con el desarrollo en las últimas décadas del siglo XX de la rama servicios, tiene que ver con el secretariado, el trabajo administrativo y vendedoras, presentes en ambos grupos generacionales. No obstante lo hasta aquí señalado con respecto a la generación ‘40, algunas de las mujeres entrevistadas -sobre todo con nivel universitario- han logrado desenvolverse en profesiones y puestos de trabajo que antes eran sólo pensados para hombres.

Otro de los ejes que nos gustaría ilustrar para las generaciones tiene que ver con el apoyo/desaliento del entorno familiar a la hora de iniciarse en el mercado de trabajo siendo mujer, teniendo presente el principio de vidas entrelazadas9 de la perspectiva de curso de vida. Así lo retrata Malena (1940), que nos comparte que a su padre no le gustó mucho la idea de que su “hija mujer” comenzara a trabajar, sobre todo teniendo en cuenta que empezó antes que su “hijo varón”. Malena da cuenta de una mirada de época en la que algunas mujeres no encontraban apoyo por parte de los hombres de su familia (el padre, el marido) a la hora de ingresar y permanecer en el mundo laboral. Coincide con ella María Aldana (1940) cuando nos cuenta que frente a los celos de su marido tuvo que dejar de trabajar, y era algo común para esa época, en comparación con su hija -de la generación ’70- a quien le parece una tontería la decisión de su madre de “hacerle caso” a su pareja. Estos relatos nos permiten señalar que la mayoría de las entrevistadas de la generación ’40 suspendieron su trayectoria laboral o bien por el casarse, o bien por la maternidad. Así, Diana (1940) nos comparte sobre las dificultades de compaginar el trabajo y la casa al casarse, y su decisión de dejar de trabajar dado que al volver al hogar “debía encargarse de todo”, encima en “una época en que no había guarderías”.

No obstante, gracias a ciertas facilidades algunas logran compaginar trabajo y familia, al trabajar desde el domicilio. Lola (1940), por ejemplo, lo consigue ya que trabaja en el living de su casa, lavando guardapolvos de profesionales para un sanatorio. Cuenta que comienza a trabajar por necesidad ya estando casada, y si bien al principio a su marido no le gustó mucho la idea, ella le promete que “la comida iba a estar lista”, y él accede. Fiorella (1940) es otra de las que tampoco suspende su actividad laboral cuando tuvo su primer hijo porque siguió trabajando como monotributista desde su casa. Y reconoce que siempre se encargó de “tener todo listo”, “que no tuvieran piojos, con ropa interior limpia, sin dobladillo descocido”, sintiéndose parte de una generación “que ya no va a existir más” en cuanto a su nivel de exigencia para con la casa y el trabajo.

Y Alcira (1940) nos relata también sobre las dificultades de compaginar trabajo y familia “en una cultura que era un poquito diferente a la actual”, lo que tuvo que relegar profesionalmente, y lo que siente al compararse con las mujeres de la generación ‘70 en cuanto a la distribución de tareas en las parejas:

“M: Y yo te diré que en realidad hice lo que me permitieron las fuerzas en una cultura que era un poquito diferente a la actual. Por ejemplo, yo veo a mis hijos, yo tengo un nieto, y mi hijo es Dr. en matemática, el padre del nene, y su mujer es Dra. en química, y veo que ella puede... volar. Porque ahora los matrimonios... no hacen tanta diferenciación sexual... digamos, de tareas, ¿no? Mi marido fue un tipo que... divertido, buen compañero, ¡¡pero la casa!! ¡No sabía a qué escuela iban los chicos! (...) yo creo que a mí las alas, bueno, me las corté yo misma, o me las cortó la manera de vivir de aquella época. Pero criar 4 hijos y trabajar como yo trabajaba, más allá de si tenía capacidad para hacer otras cosas, bueno, no tenía la capacidad para manejar el entorno, por lo menos. El convenio era ese, a mí me tocaban estas cosas. ¡Ojo! (...) Nunca discutimos por un centavo. Pero bueno... qué se yo, la docencia universitaria me hubiese encantado, pero para eso hay que postularse, hay que concursar... Sueños siempre tenemos, ¿no? ¿Y por qué no hice docencia universitaria? Y bueno, porque vivo acá, los chicos se enferman, y cuando un hijo se enferma la que está en la cama sos vos... por más que el otro llegue y te diga “¡Ah, qué mujer brava!, ¡qué pedazo de mujer!”, pero nada, ¿está?” (Alcira, 1940).

En sintonía con esta metáfora de “alas cortadas” que siente Alcira por no haber podido desarrollarse profesionalmente, otras aves que “no vuelan” surgen en los testimonios de Lola y Fiorella de la generación ‘40, quienes retratan a la mujer de la época como “pollo o gallina”: siempre adentro, cuidando a los pollitos, en la casa y haciendo tareas del hogar. Fiorella (1940) dice al respecto, pensando en la crianza de sus hijas y en “abrir la puerta al gallinero”:

“M: (...) No podía tenerlas en casa como me tuvieron a mí, como gallinas, nosotras éramos gallinas: nos daban de comer, estabas bien cuidada, cerraban la puerta, y nada más” (Fiorella, 1940).

En el plano de las desigualdades de género, muchas de las mujeres de la generación ‘40 relatan que las jerarquías en sus trabajos estuvieron a cargo de hombres, y las dificultades para ascender laboralmente por ser mujeres. Y en cuanto esto, Fiorella (1940) cuenta su experiencia de ver escalar posiciones a compañeros más jóvenes (“de 20 años”) que ella misma capacitaba. El testimonio de Fiorella detalla que el criterio era que al ser “futuras amas de casa y madres”, podían suspender su trabajo de un momento a otro. De allí que a pesar de su experiencia y conocimiento, incluso el plus que tenían las mujeres por haber terminado el secundario (mientras según relata eran pocos los hombres en tal situación), ellas encontraban un techo en su ascenso laboral. Lo mismo cuenta Celia (1940) señalando que para su época en “donde más se avanzaba era en el secretariado”, mientras que ya para alrededor del 1997 nota algunos cambios en donde trabajaba porque “se empezaban a ver mujeres en puestos importantes”.

Estos relatos reflejan la existencia de dos fenómenos asociados a la inserción de las mujeres en el mercado de trabajo. Por un lado, la discriminación salarial, jóvenes con igual nivel de formación -o incluso mayor- son remuneradas de distinta manera en el mercado. Por otro, segregación ocupacional, que se expresa en la forma en que se asignan espacios laborales a hombres y mujeres según ciertos criterios no necesariamente asociados a la productividad (García de Fanelli, 1989). Como señala Gandini (2003) a pesar de que en términos educativos se encuentran en una mejor situación, eso no se plasma claramente en la forma en que se insertan en la estructura ocupacional en términos de calificación. Así, se encuentran con barreras invisibles que impiden su ascenso, situación que remite a la ya conocida expresión surgida en la década del 70' del "techo de cristal".

Por último, con respecto a la conjunción entre tiempo histórico y tiempo biográfico, que la mayoría de las entrevistadas de la generación ’40 no tuvieron grandes dificultades a la hora de conseguir sus primeros empleos: les “caen” sus oportunidades de empleo, en una época en que por el diario “conseguías trabajo a rolete”. Así, estos testimonios dan cuenta del contexto en el que salieron a trabajar las mujeres de la generación ‘40, una época con bajos niveles de desempleo, como hemos retratado anteriormente.

Con respecto a la generación ’70, una de las primeras coincidencias con respecto a la generación ’40 es que entre ellas también encontramos que buena parte se desenvuelve en “rubros femeninos” como el secretariado, el trabajo administrativo y de vendedoras, concomitante con el desarrollo de la rama servicios de las últimas décadas del siglo XX. No obstante, como hemos mencionado en la sección histórica, desde la instauración de la última dictadura militar, si bien continúa la pauta de participación femenina creciente y la especialización ocupacional de tareas no manuales (docentes, paramédicas, administrativas), esto se da en un contexto de gran deterioro salarial en los servicios sociales y la administración pública y con un creciente desempleo y subempleo, obligándolas a optar por trabajos informales y/o precarios (Torrado, 2003).

Dentro del marco de trabajos “femeninos” en el área de servicios, Angélica (1970) nos cuenta que hizo un curso para azafatas, y mientras ella “lo único que quería era volar”, lo que requerían ellos era “una modelo con avión y bandejita”. También Liliana (1970) nos relata sobre las diferencias por género en los puestos de trabajo, su primer empleo fue en un call center para una fábrica de productos de venta televisiva, en el que las mujeres eran las telefonistas mientras que los operarios eran todos hombres. En consonancia, el testimonio de Tatiana (1970) da cuenta, por un lado, que ha habido cambios en las últimas décadas con respecto a las barreras invisibles que impedían que las mujeres accedieran puestos jerárquicos, pero, por otro lado, también reconoce que ella lo ha vivido así en un área de profesiones femeninas, como es el área de salud y en Fonoaudiología. No obstante, también algunas mujeres -con niveles universitarios- han logrado desenvolverse en profesiones y puestos de trabajo que antes eran sólo pensados para hombres. Camila (1970), por ejemplo, nos cuenta que se ha formado en la carrera de comercio exterior y ha logrado acceder a un puesto de gran jerarquía dentro de su trabajo sin dificultades.

Otros relatos, como el de Muriel (1970), dan cuenta que las desigualdades por género en el trabajo se siguen manteniendo incluso en las últimas décadas, ya que en la empresa donde trabaja “no toman mujeres hace años... es una normativa de la empresa”. Y otras señalan que la segregación de oficio se mantiene, como cuenta Silvia (1970), ya que en la compañía donde trabaja está presente la idea de que las mujeres no pueden ocupar puestos técnicos. Asimismo, en este juego desigual de las relaciones entre hombres y mujeres, varias de ellas -como también relatan en la generación ’40- tuvieron que lidiar con el acoso sexual masculino en el trabajo.

Ahora bien, otro de los ejes que queremos ilustrar para esta generación ’70, que coincide con la generación ’40, tiene que ver con la precariedad laboral en los primeros empleos juveniles. No obstante, en el caso de la generación ’70 esta situación se agrava por el contexto de las décadas l980 y 1990, en las que se profundizan los niveles de malas condiciones laborales. En efecto, la precariedad laboral de los empleos juveniles, y su carácter de temporarios, es moneda frecuente en los relatos de la generación ’70. Agustina (1970) nos cuenta sobre las problemáticas de inserción laboral en esa década, aunado al hecho de no haber completado el secundario y ser madre, factores que según ella la desfavorecían aún más frente a las “grandes colas de gente”. Como han señalado otros investigadores (Filmus y Miranda, 1999), la desocupación durante esos años había crecido más entre aquellas de menor educación, siendo las mujeres de secundario incompleto el grupo más afectado. Así, se han incrementado las ventajas comparativas de quienes han transitado más años por el sistema educativo, y han aumentado los límites mínimos de años de escolaridad formal aun para puestos de trabajo escasamente calificados.

Otro de los ejes a recuperar tiene que ver con los motivos que las llevan a ingresar al mercado de trabajo. Si bien las cuestiones de necesidad se encuentran presentes, sobre todo frente a la situación contextual descripta, los referidos a la realización personal, para tener su propio dinero, para irse de la casa de los padres, o incluso para continuar estudiando, son más recurrentes en esta generación ’70.

En las de grupo social bajo encontramos algunos relatos que, o bien a la pareja no le gustaba que trabajara, o bien directamente no la dejó trabajar, cuestiones que repercutieron en sus calendarios laborales ya que reconocen que les hubiese gustado comenzar a trabajar antes. También estos impedimentos hicieron que varias de ellas suspendieron su trayectoria laboral en los años de crianza de los chicos. Agustina (1970), por ejemplo, nos cuenta que los hombres que la rodearon, su papá y su pareja, en distintos momentos de su vida la desalentaron con respecto a su trabajo, por eso suspendió varios años de trabajo cuando fue madre y los chicos eran pequeños. Su testimonio es interesante, además, ya que relata la inserción laboral en rubros “femeninos”: vendedora y servicio doméstico.

Un testimonio muy ilustrativo sobre la relación entre tiempo histórico, biográfico y familiar es el de Tatiana (1970): nos cuenta sobre la precariedad laboral en su primer empleo -trabajaba 8 horas “en negro”-, la situación familiar que la lleva a iniciarse laboralmente es que en su familia de origen estaban todos desempleados -su papá, principal sostén, queda sin empleo al cerrar la fábrica metalúrgica en 1990-, y le cuesta conseguir empleo con su título de Perito Mercantil -título de nivel escolar medio-, en un contexto de alto desempleo y poca oferta laboral.

Ahora bien, un último eje que nos interesa retomar para esta generación ’70 refiere a que también ellas -como las de la generación ’40- encuentran dificultades para combinar trabajo y familia, si bien entre las de mayor nivel educativo encontramos una repartición de tareas en el hogar con sus parejas relativamente igualitaria. No es el caso de Silvia (1970) que nos relata que en su casa termina trabajando el doble que en su trabajo, por lo que “a veces es preferible decir me voy al trabajo... ¡¡Porque trabajas más en tu casa!!”.

Por el contrario, Mirta (1970), del grupo de las de mayor nivel educativo, nos dice que ella es más bien la excepción con su pareja porque en la “familia tipo” suele suceder que la mujer es la que hace todo y “está en todo”: en la casa, en el trabajo y encima tienen que estar “como mujeres” para los maridos. Sin embargo, una diferencia importante para esta generación ’70 -con respecto a la ’40-, es que, con excepción de las de grupo social bajo, no suspendieron su labor cuando se convirtieron en madres. Silvia (1970) cuenta que continuó trabajando luego de casarse y ser madre, y que su pareja estuvo de acuerdo, ya que consideraron los dos que eso abría las posibilidades de conversación entre ellos, manejarse de otra manera y estar más arreglada, “no encasillarse”, y en palabras de la generación ’40: no estar “como gallina” encerrada en la casa.

El testimonio de Camila (1970) también da cuenta de la importancia de volver a trabajar luego de la maternidad, ello lo sintió como “un alivio” frente al “agotamiento” por estar en casa todo el día durante la licencia. También pasa por un proceso de culpa por el dejar a su primer hijo en la guardería, -de hecho varias mujeres entrevistadas se reconocen “culposas” frente al “abandono” de sus hijos por trabajar-, pero luego se da cuenta que sus hijos estaban bien atendidos allí. Muriel (1970) opina también sobre la importancia de la guardería en su vida para la crianza de su primer hijo, y es un factor recurrente en esta generación ’70 contar con este recurso, para las de sector medio y alto.

Para finalizar, presentamos el testimonio de Camila (1970), ya que a nuestro parecer refleja en buena medida el contraste entre generaciones, ya que su mamá -como en la mayoría de las nacidas en los ‘70- es de la generación ‘40:

“M: mirá yo siempre lo que digo es que siendo madre la jornada laboral tiene que ser menor, pero no dejar de trabajar. La mujer por ser madre no deja de ser profesional, y más si estudiaste, si te preparaste, porque si no terminás hablando del precio del tomate, de cómo subió la cuota del colegio y si a los chicos les hace falta zapatillas. Ese es el tema que se produce en tu mundo, y la mujer lo que tendría que tener es más libertad de decir trabajo menos horas, pero trabajo, en algo que me guste, en algo que me haga sentir... porque después los chicos crecen, se van, tu marido se desarrolló como profesional, y vos quedaste como ama de casa frustrada. Que es lo que le pasó a mi mamá, yo crecí con ese ejemplo de ella, y toda la vida me decía no dejes de estudiar, no dejes de trabajar, dios quiera que no te pase nunca, pero si con tu marido las cosas fallan, después de lo que me pasó a mí, desde ese lugar yo creo que sí, la mujer tiene que tener ese derecho de trabajar” (Camila, 1970).

A modo de cierre...

A lo largo del artículo hemos visto que las jóvenes de estas generaciones en su tránsito hacia el mundo del trabajo se han encontrado con los aprietos de afrontar la precariedad laboral (de la mano de salarios mal pagos, inestabilidad laboral y falta de protecciones sociales, entre otras), sobre todo cuando no se cuenta con las credenciales educativas que cada vez más exige el mercado laboral -incluso para puestos que no lo requieren. Esto se potencia en las generaciones ‘60 y ‘70, quienes en su mayoría transitaron sus primeros empleos en un contexto de altos niveles de desempleo y empobrecimiento generalizado de los sectores medios y bajos, históricamente desconocidos para nuestro país. A todo ello se le agregan dificultades provenientes de desigualdades en la repartición de roles y tareas en el seno del hogar, así como también de la segregación laboral y salarial por su condición de género. Y esto incluso se vio reflejado en varios de los testimonios de las más jóvenes que, si bien en comparación a sus antepasadas en menor medida, también se les ha exigido su “gallinazgo”. Así, esta organización social del cuidado aún imperante en estas generaciones reproduce desigualdades para el ingreso al mercado de trabajo de estas mujeres, así como de su mantenimiento en él y en las formas de organizar sus tiempos (y sus vidas). Esta organización también pone en evidencia estrategias y malabarismos frente a la ausencia de políticas públicas que pudieran facilitar/acompañar a las mujeres a la hora de ejercer su derecho laboral, como podrían ser el desarrollo de guarderías públicas, factor tan mencionado en los testimonios de las mujeres más jóvenes. En particular, porque el acceso a dicho recurso, al estar en manos del mercado, queda asequible sólo a determinados sectores socioeconómicos (en general, los medios y altos), profundizando así las desigualdades de las mujeres de los sectores populares a las que esta opción se encuentra limitada, sino inexistente. Finalmente, señalar que -como plantea Rodríguez Enríquez (2015)- cómo transitar hacia una organización social del cuidado menos desigual no es un asunto sólo de mujeres, ya que el cuidado es una necesidad, y una responsabilidad, de todas las personas por ser vulnerables e interdependientes.

Referencias

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Notas

1 Para más detalle sobre esta perspectiva teórica ver Blanco (2011).
2 Para más detalles sobre el desarrollo de esta perspectiva teórica en América Latina ver Esquivel (2012).
3 El género puede pensarse como una compleja red de prescripciones y proscripciones que la cultura va marcando acerca del comportamiento femenino y masculino (Furlong, 2006). Tanto la feminidad como la masculinidad son construcciones históricas que condensan la experiencia de muchas generaciones y que contienen esta compleja trama de significados y pautas para cada sexo.
4 El Gran Buenos Aires incluye Ciudad de Buenos Aires y Partidos del Gran Buenos Aires. Cabe aclarar que desde mayo de 1998, la EPH amplió el dominio geográfico del Gran Buenos Aires incorporando áreas urbanas de los Partidos de Pilar; General Rodríguez; Escobar; San Vicente; Presidente Perón, Cañuelas y Marcos Paz; incluidos en el aglomerado definido en 1991 por el Censo de Población. Sobre los partidos que incluye en cada ronda, y los cambios, ver INDEC (2005) ¿Qué es el Gran Buenos Aires?
5 Nos referiremos como “dependientes” a las mujeres que se encuentran en la categoría “Otras posiciones” en el hogar ya que incluye a todas las mujeres que declararon una relación con la jefatura del hogar que no es ni cónyuge ni de jefa. Así, podemos asumir una cierta “dependencia” que se relacione más bien con la familia de origen -diferente de la de conyugalidad-, sobre todo teniendo en cuenta que una buena proporción de las consideradas en este grupo se declaran hijas/hijastras del jefe/a.
6 Recordemos que la ESF relevó sólo mujeres que se encontraban unidas (de forma consensual o legal) y/o conviviendo con un hijo/a.
7 La legislación laboral vigente en estas décadas, en cuanto a la edad mínima de admisión en el empleo, se mantiene consistente con la normativa del convenio internacional, ya que el art. 189 Ley de Contrato de Trabajo N° 20.744 dispone: “Queda prohibido a los empleadores ocupar menores de catorce (14) años en cualquier tipo de actividad, persiga o no fines de lucro”. Con respecto a las leyes referidas al trabajo de mujeres y menores, se mantiene desde 1974 la ley 20.744, la cual contiene una serie de disposiciones en el Título VIII (arts. 187 a 195) que constituyen una regulación especial del trabajo de los menores que les otorgan protecciones adicionales con relación a los trabajadores en general, entre ellas la necesidad de que ellos completen el ciclo de educación básica obligatoria y que esta finalidad no sea perturbada o impedida por el desempeño de un trabajo. La primera parte del art. 187 L.C.T. dice: “Los menores de uno y otro sexo, mayores de catorce (14) años y menores de dieciocho (18), podrán celebrar toda clase de contratos de trabajo, en las condiciones previstas en los artículos 32 y siguientes de esta ley”. En este aspecto, al art. 32 L.C.T., que expresa textualmente: “Los menores desde los 18 años y la mujer casada, sin autorización del marido, pueden celebrar contrato de trabajo”, norma que coincide con el art. 128 Cód. Civil. El mismo art. 32 L.C.T. agrega: “los mayores de 14 años y menores de 18, que con conocimiento de sus padres o tutores viven independientemente de ellos, gozan de aquella misma capacidad”, es decir, que, en esas condiciones, son equiparados a los mayores de 18 en cuanto a la capacidad para celebrar contrato de trabajo. Por otra parte, los menores emancipados por matrimonio gozan de plena capacidad laboral (art. 35 L.C.T.) (Etala, s/f).
8 Los comentarios entrecomillados y en negrita son los testimonios textuales y expresiones de las propias entrevistadas, recuperados de sus relatos.
9 El principio de vidas entrelazadas afirma que las vidas humanas siempre se viven en interdependencia, o sea, en redes de relaciones compartidas, y que es precisamente en estas redes donde se expresan las influencias históricas, sociales y culturales (Blanco, 2011).
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