Artículo
Recepción: 07 Octubre 2020
Aprobación: 23 Febrero 2021
DOI: https://doi.org/10.5216/sec.v24.e66048
Resumen: La pandemia de COVID-19 ha significado una crisis importante para el Ecuador. Afectó gravemente a la situación económica de la población e implicó decisiones inmediatas en materia educativa, así como incertidumbre y expectativas negativas en lo laboral. Como experimento social involuntario, mostró los quiebres en tres tipos de conocimientos: el conocimiento práctico y cotidiano de la población, el conocimiento científico y sobre la ciencia, y el conocimiento emocional. La formación de estos conocimientos facilita a la difusión de información falsa, la incomprensión de la ciencia, y la confusión emocional. Para esto, el artículo se basa en una encuesta de alcance nacional a más de 2.000 hogares en el Ecuador, levantada entre mayo y julio de 2020. Estos datos permiten una revisión de los impactos sociales de la pandemia, incluyendo las estructuras pre-existentes que los hicieron posibles.
Palabras clave: Conocimiento, Emociones, Ciencia, Estado, Economía.
Resumo: A pandemia da COVID-19 significou uma grande crise para o Equador. Afetou gravemente a situação econômica da população e envolveu decisões imediatas em questões educacionais, bem como incerteza e expectativas negativas em questões trabalhistas. Como um experimento social involuntário, mostrou rupturas em três tipos de conhecimentos: o conhecimento prático e cotidiano da população, o conhecimento científico e sobre a ciência e o conhecimento emocional. A formação desses conhecimentos facilita a disseminação de informações falsas, a incompreensão da ciência e a confusão emocional. Para tanto, o artigo se baseia em uma pesquisa de âmbito nacional com mais de 2.000 domicílios no Equador, realizada entre maio e julho de 2020. Esses dados propiciam uma revisão dos impactos sociais da pandemia, inclusive das estruturas pré-existentes que os tornaram possíveis.
Palavras-chave: Conhecimento, Emoções, Ciência, Estado, Economia.
Abstract: The COVID-19 pandemic has meant a major crisis for Ecuador. It seriously affected the population’s economic situation and involved immediate decisions in educational issues, as well as uncertainty and negative expectations in labor issues. As an involuntary social experiment, it showed three types of knowledge breakdown: the population’s practical and everyday knowledge, scientific knowledge and knowledge about science, and emotional knowledge. Building these knowledge types makes things easier to spread false information, misunderstanding of science, and emotional confusion. To do this, the article is based on a nation-wide survey with over 2,000 households in Ecuador, carried out between May and July 2020. These data enable a review of the pandemic’s social impacts, including the pre-existing structures that made them possible.
Keywords: Knowledge, Emotions, Science, State, Economy.
Introducción
La crisis social causada por la COVID-19 significa por varias razones una ruptura fundamental de la sociedad y su funcionamiento. Las ciencias sociales aún no han sido capaces de renovar sus esquemas de interpretación para adaptarse a esta nueva realidad. Aún no lograron responder al hecho de que la COVID-19 representa un “breaching experiment” garfinkeliano natural (SCAMBLER, 2020)1 que muestra lógicas básicas del funcionamiento de la sociedad justamente a través de su ruptura. Según esta perspectiva, somos testigos de cómo se rompe el “entendimiento común como un acuerdo compartido sobre asuntos sustantivos” (GARFINKEL, 2001, p. 96). Eso hace posible investigar los “logros contingentes de prácticas comunes organizadas” (GARFINKEL, 2001, p. 99) –y, con eso, partes relevantes de la sociedad que aparecen naturalizadas.
El conocimiento juega un rol central en esto a través de varias dimensiones: en cuanto al conocimiento práctico, que orienta el hacer cotidiano y el día a día de los individuos, en cuanto al conocimiento científico, que lucha para adaptarse a la nueva realidad, buscando capturar una lógica de los comportamientos sociales, y en cuanto al conocimiento emocional, la vivencia subjetiva de percepción de un mundo natural (HUSSERL, 2015), impactado por el choque de la pandemia. Estas tres dimensiones de conocimiento se despliegan con la ruptura de la COVID-19, la definen parcialmente, y son influenciadas por la crisis social. El acercamiento al conocimiento parte de la sociología fenomenológica y corrientes afines. Esta base conceptual tiene la ventaja de no enfocarse en primer lugar en preguntar si el conocimiento es correcto o falso, sino en cómo se constituye como tal a nivel social. Eso permite profundizar en la constitución de las prácticas e instituciones sociales, incluyendo aquellas que se basan en información falsa según los estándares del conocimiento científico.
A pesar de ser un tema muy actual, ya existen algunos trabajos interesantes sobre la pandemia de COVID-19. Más allá del sorprendente número de refexiones filosóficas que acompañaron a la pandemia, por ejemplo Žižek (2020), salieron textos relevantes que insisten en la importancia de la perspectiva y del trabajo global en la sociología (PLEYERS, 2020) y la relevancia geopolítica de la pandemia (BRINGEL, 2020). De especial interés para nuestro trabajo son los estudios que ya a partir de una base de datos relevante emprenden refexiones sobre los impactos sociales (ABRAMS y SZEFLER, 2020) o que logran integrar esta nueva experiencia en un panorama teórico establecido (ARNOLD, PIGNUOLI y THUMALA, 2020).
Este texto se basa en una encuesta parcialmente aleatoria de alcance nacional con una muestra de 2.132 hogares de todas las provincias del Ecuador, aunque no es representativa a nivel nacional. En un contexto de movilización restringida, donde la recolección de información en campo no podía ejecutarse de forma tradicional, los desafíos metodológicos para levantar información no eran menores. Por ello, se consideraron distintas aproximaciones para el relevamiento de la información de tal forma de garantizar un levantamiento adecuado sin sesgos de muestras autoseleccionadas (TRIOLA y LOSSI, 2018).
Se optó por utilizar una aplicación a través de mensajes de celular vía WhatsApp, respetando las normas de uso de la misma. Para una parte de la muestra se utilizó un método de muestreo aleatorio estratificado con afjación proporcional, por tanto según la clasificación de Couper (2000) para esa parte de la muestra el método sería probabilístico con muestras basadas en listas.
El levantamiento de información de la encuesta utilizada permitió llegar a la conclusión que es indispensable establecer relaciones de confanza para que la encuesta tenga credibilidad y pueda ser llenada. En el contexto del confinamiento, en Ecuador aparecieron varias encuestas de distinta índole por lo que fue importante mantener información sobre el carácter académico del proceso estadístico a través de una página web del proyecto (www.covid19uce.com). Esto, así como el envío de mensajes oficiales, facilitó el relevamiento y mejoró la confanza y la tasa de respuesta entre los informantes del hogar entrevistados (KING y MALDONADO, 2020).
La crisis social, política, y económica producida por la COVID-19 y las medidas asociadas tuvieron un impacto fuerte en la sociedad ecuatoriana y lo siguen teniendo, dadas las perspectivas futuras económicas de reducción de la actividad económica que el propio Banco Central del Ecuador (2020) estima entre -7.3% y -9.6% como decrecimientos esperados en el año 2020 y que a nivel de América del Sur, la CEPAL (2020) estima un decrecimiento del 9.4% para la región. Un factor central en eso es el alto nivel de informalidad –que también imposibilita seguir a las medidas de restricción (ABRAMS y SZEFLER, 2020).
La información recabada en la encuesta muestra una afectación económica tanto en el ámbito remunerado como en el no remunerado. En la primera, en el 37% de todos los hogares al menos una persona en relación laboral asalariada sufrió un impacto económico por reducción de la jornada laboral, suspensión temporal de contratos o desempleo por la COVID-19. El principal impacto fue la reducción del tiempo de trabajo durante la pandemia. Mientras que, en el segundo ámbito de la economía del cuidado, la encuesta, indica que para el 44% de los hogares estas tareas se concentran en una sola persona, probablemente la mujer.
En el ámbito laboral, las expectativas no son alentadoras, ya que el 39% considera que la situación laboral luego de la pandemia empeorará, el 15% piensa que irá al desempleo, y el 6% se dedicará a tareas del hogar. El desglose se presenta en el Gráfico 1. Esto se podría agravar de mantener la aplicación de políticas de ajuste estructural (KING y SAMANIEGO, 2020). La incertidumbre en materia laboral es del 21%.

Las perspectivas futuras no eran alentadoras en la medida que la respuesta inicial del gobierno a la pandemia estuvo marcada por el caos en la ciudad de Guayaquil, donde no solo se produjo un mal manejo de los contagiados iniciales, sino que representó una crisis sanitaria y funeraria al punto que existieron cuerpos que no fueron identificados.
Sin embargo, es en términos educativos que el 38% de los hogares ya tomaron decisiones sobre la educación de algunos de sus miembros. La respuesta principal a la afectación fue que el 33% iba a esperar las clases presenciales, el 3% realizaría un retiro temporal, y el 2% realizaría un cambio de establecimiento. Mientras que el 9% tenía incertidumbre futura sobre la educación de sus hijos.
El presente artículo revisa cada tipo de conocimiento definido arriba de forma individual. Comienza con una revisión del conocimiento práctico y sus impactos. Después, profundiza en el conocimiento científico y las cuestiones epistemológicas. Y, finalmente, se enfoca en la relación entre conocimiento y emociones. Eso significa que no vamos a analizar sistemáticamente la política del gobierno y sus efectos sobre la crisis. Para aquello, recomendamos la página del Observatorio Social del Ecuador (https://www.covid19ecuador.org/).
Información, conocimiento y creencia
Ya desde hace algún tiempo, cambió el régimen de formación y legitimación de conocimiento en la sociedad. Los mecanismos establecidos se ven bajo ataque, otros mecanismos alternativos se establecen. Los mecanismos de explicitación en los mundos de vida de la gente llegan a su límite. La nueva experiencia de la COVID-19 estalla la “validez ‘hasta nuevo aviso’” (SCHÜTZ y LUCKMANN, 2003, p. 29) típica de cómo se procesan experiencias nuevas. Si seguimos la pista de Berger y Luckmann (2001), podemos detectar una renovada competencia entre instituciones que conlleva una competencia entre conocimientos. El conocimiento, así entendido, es el mecanismo socialmente formado para entender el mundo, “‘programa’ los canales en los que la externalización produce un mundo objetivo; objetiviza este mundo a través del lenguaje […]. Se internaliza de nuevo como verdad objetivamente válida en el curso de la socialización” (BERGER y LUCKMANN, 2001, p. 87). En breve, la verdad se define a partir del conocimiento que se determina por la institución a la cual pertenece. El factor clave para defender al conocimiento no es una verdad objetiva, comprobable en relación con el “mundo real”, sino la legitimación como mecanismo de integración institucional. Eso significa que no es de inmediata relevancia que un conocimiento sea correcto o falso a nivel objetivo, sino que es entendido como producto de un contexto social en el cual cumple un rol importante. Obviamente, eso aplica igualmente a los resultados del conocimiento –van a ser interpretados dependiendo del contexto particular, incluyendo resultados desastrosos.
Desde siempre hubo el “problema de proporcionar significados integradores que abarquen la sociedad y provean un contexto total de sentido objetivo para la experiencia social fragmentada y el conocimiento del individuo” (BERGER y LUCKMANN, 2001, p. 108). No obstante, todo indica que este problema se agravó en las últimas décadas, en parte por las estrategias de deslegitimación de ciertos mecanismos de producir conocimiento (KAPANTAI et al., 2021), especialmente a través de la desinformación (HWANG, 2020). Simplificando, se podría decir que parece que la ciencia y la educación son atacadas por la política y la religión. La sociedad de la “post-verdad”, donde las pequeñas narrativas reemplazan a las grandes, produce desorientación y desconexión y hace complicada la diseminación de reglas claras (SCAMBLER, 2020). La “post-verdad” se deja, por lo tanto, entender como una instancia donde se asume que el individuo existe más allá del lazo social y del mundo de las estructuras que lo definen y lo condicionan, donde la fuerza de la argumentación desaparece en beneficio del parecer, de la opinión o, simplemente, de la mirada moral (FOLLARI, 2017). De esta manera, las institucionalizaciones anticientíficas pueden imponerse más fácilmente, dado que las institucionalizaciones científicas se debilitan por su falta de visibilidad y su complejidad inherente. Eso se da en un contexto donde “la relación entre el conocimiento y su base social es dialéctica […] el conocimiento es un producto social y un factor de cambio social” (BERGER y LUCKMANN, 2001, p. 111-112). Por lo tanto, no se trata de una simple divergencia de ideas –se trata de la creciente legitimación de un conocimiento que produce una sociedad determinada.
Eso está vinculado a la persistente heteronomía y su producto inmediato: una población considerable de personas poco refexivas y con tendencias autoritarias. El capitalismo contemporáneo se define hoy, como hace 50 años, por “[l]a presión de lo general dominante sobre todo lo particular [que] tiende a desintegrar lo particular e individual así como su capacidad de resistencia” (ADORNO, 1998, p. 81). Eso produce una “[g]lorificación de la autoridad per se sin ninguna idea específica del objetivo para el que sirve esta autoridad” (HORKHEIMER, 2003, p. 160) –una proporción importante de la sociedad busca alguna autoridad, la que sea, para poder seguir su vida. Al mismo tiempo, tienen una profunda desconfianza de explicaciones abstractas y personas consideradas como élite (MUKHTAR, 2021, p. 115). Es ahí cuando explicaciones más simples, típicamente defendidas por personas en posiciones de poder político y apelando al “sentido común”, pueden vivir una coyuntura sorprendente.
Podríamos expresar de manera radical que la COVID-19 se topa con una sociedad marcada por la oposición de dos formas de conocimiento. Existe un conocimiento comprobado sistemáticamente, o conocimiento que salva. Es el conocimiento de las reglas básicas de higiene, distancia física, y el uso de mascarillas. Opuesto a este conocimiento podemos encontrar el conocimiento anticientífico, o conocimiento que condena. Eso es el conocimiento del poder curativo del cloro, el conocimiento sobre los efectos dañinos del 5G y sobre el rol de George Soros, Bill Gates, y demás conspiradores. El segundo tipo de conocimiento está explícitamente contrapuesto al primero –y se difunde mucho más que aquel. Esto reemplaza una reflexión constante y basada en estudios científicos con una seudo-reflexión que rechaza a ‘los medios’, ‘los poderosos’, lo siempre ya sabido. La oposición de estos dos conocimientos corresponde, por lo tanto, a una oposición entre una aceptación crítica del orden social vigente y su rechazo acrítico e irracional.

En el caso ecuatoriano, el conocimiento que condena predomina: la fuente de información más consumida (con 70%) es una de las menos confables (20,8% de los encuestados expresan no confarla) según la encuesta –los medios de comunicación de masa nacionales. Algo parecido ocurre con la fuente menos confable, el WhatsApp (30,3% de los encuestados desconfían), que con un consumo de 32% se ubica aún por delante de la fuente más confable, la Organización Mundial de la Salud (OMS) (con un 26,2% de encuestados que expresan confanza), que es consumida por 31% de la población encuestada. El WhatsApp, como red social, es en este caso la entrada más fácil para la desinformación (KAPANTAI et al., 2021). Eso significa que el conocimiento que salva tiene pocas posibilidades de contrarrestar al conocimiento que condena: un porcentaje importante de la población se informa por canales que son considerados como poco confables. Los resultados son claros, el conocimiento que salva no se difunde. Solo el 39% de hogares sabe por qué se instalaron las medidas de confinamiento. Por lo tanto, su constante irrespeto no se reduce a la necesidad de ganar dinero (AGUILERA, 2020) o, como las autoridades dicen, a una falta de respeto a la ley. Se trata más bien de un conocimiento que no es vinculado con el conocimiento tan ampliamente difundido: el conocimiento que condena. Por lo tanto, el conocimiento comprobado es considerado como conspiración, falso o engaño. Otro dato llamativo es él que solo el 23% de los hogares ha oído hablar del factor de reproducción (R0) del virus. Eso significa que carecen de la idea más básica para poder entender la difusión del virus o la necesidad de protegerse.
Corresponde con la teoría que los que expresan confiar en el gobierno tienen un conocimiento significativamente inferior de la razón de confinamiento. Entre ellos, solo un 28% sabe por qué no pueden salir normalmente. En la población que desconfía al gobierno, este número es mucho mayor, con 42%. Estos datos comprueban que una parte considerable de la población carece de capacidad de autorreflexión crítica. Simplemente hacen lo que les dicen, sin preguntarse por qué, sin, ni siquiera, informarse bien por qué.

Este panorama oscuro se rompe con la evidencia de la importancia de la educación formal. Resulta que los hogares que más conocen las razones del confinamiento son aquellos hogares encabezados por jefes de hogar con nivel educativo superior, así como aquellos que se informan a través de la OMS. A medida que el nivel educativo aumenta se encuentra un mejor conocimiento de la razón del confinamiento y los hogares buscan fuentes de información más confables. Quizá la educación no sea la cura, pero parece que, al menos en este caso concreto, puede funcionar como vacuna en contra del conocimiento que condena.
Conocimiento, ciencia, epistemología
Los individuos y sus mundos perceptivos son, fundamentalmente, fenómenos históricos. Esta es una afirmación de lugar común en que todos convergen, sin embargo, hay que realizar precisiones. La relación de los individuos con el mundo al que pertenecen está conectada por medio de una multitud de mediaciones. Estas mediaciones son el lenguaje, el campo instrumental y técnico, las tramas institucionales, y los múltiples sistemas simbólicos culturales que les dotan de un horizonte de sentido. Las sociedades fabrican la individualidad, las subjetividades compartidas y las corporeidades con el proceso de subjetivación capaces de garantizar la reproducción de su forma social (POLO BONILLA, 2020). Este proceso tiene como mecanismo la internalización de lo social como categorías de lo subjetivo. No hay subjetivación al margen de los procesos de racionalización técnica del mundo de la vida (MARTUCCELLI, 2007). La subjetivación genera en el individuo la sensación de naturalidad y de familiaridad con el mundo de la vida en la que vive. Al ser él mismo una construcción histórica, olvida la materialidad histórica en la que se sitúa, un campo de posibilidades estructurales potencialmente realizables.
El individuo adquiere conocimiento y reconocimiento en su relación con el mundo de modo constante. Es, por una parte, un conocimiento heredado (en forma de esquemas, habitus, rutinas, prácticas tradicionales, etc.) en permanente activación en la vida cotidiana como un lugar de despliegue de lo histórico naturalizado y convertido en actos, gestos o prácticas, es lo que podríamos denominar como el campo del reconocimiento; y, por otro lado, se crea un nuevo conocimiento con la investigación científica. El conocimiento no se produce solamente en el encuentro entre un cuerpo sensible y un campo de objetos, ambas dimensiones están cargadas de historicidad, sino en el campo de las prácticas. El individuo percibe e intuye con las categorías culturales, sociales, etc. adquiridas en el proceso de subjetivación que se han hecho cuerpo, gesto, desplazamiento prosémico, es decir, están corporizadas. Ningún conocimiento en el mundo humano puede reducirse solamente a su condición biológica, el individuocuerpo es una materialización de relaciones sociales, es un haz de relaciones históricas, es, por tanto, un ser que activa en la repetición la posibilidad de la diferencia. Podemos decir que, para producir conocimiento, es necesario que se realice un encuentro entre el individuo-cuerpo y los objetos en un espacio de relaciones sociales e históricas, encuentro ya de por sí mediado por la dimensión técnica, por el lenguaje, y por la memoria histórica (ECHEVERRÍA, 2010).
La praxis del conocimiento es, en primer lugar, una objetivación en la conciencia de la situación en la que se existe como ser social. Conocer, en este primer punto, es reconocer el mundo y las categorías con los cuales ese mundo ha sido construido. En este sentido, el conocimiento no es un refejo o una recepción pasiva, en la conciencia; es una composición social de un mundo subjetivo categorial y un orden de la experiencia. Otros han identificado el ejercicio del reconocimiento como el espacio del mito, de los imaginarios sociales, de las ideologías, de las categorías socioculturales y sociohistóricas. Por tanto, nuestras primeras representaciones de lo que nos acontece operan en este segmento constituido por un mundo de precomprensiones desde los cuales otorgamos sentido a nuestras prácticas y emociones.
Reconocer es activar las categorías interiorizadas en mundo de operaciones práctico materiales, es decir, en las prácticas y racionalidades que generan objetos, subjetividades, instituciones, relaciones éticas –mi relación con el otro es, en principio, una relación ética como sugiere Lévinas (2015). La idea de conocimiento como reconocimiento es de origen platónica que, sin embargo, para nosotros es útil en la medida en que nos permite comprender las respuestas inmediatas y mediatas a lo que nos sucede como individuos sociales y los significados históricos sociales de los lenguajes y las prácticas. No comprendemos de modo inmediato el acontecer fáctico, lo percibimos, lo sentimos, sin embargo, damos una respuesta inicialmente desde el reconocimiento. Es lo que podríamos llamar una respuesta desde la vivencia espontánea, en la que es necesario reconocer el carácter histórico de las categorías de comprensión y percepción desde la que se realiza una “interpretación”.
La “vivencia espontánea” de la pandemia está cargada de valoraciones religiosas. El temor y la ira van asociados a la incertidumbre (en lo laboral y lo educativo) como emociones y actitudes que se materializan en actualizar fronteras étnicas y sociales previas. Según nuestra encuesta, un 36% siente miedo y un 9%, ira. Un 21% tiene incertidumbre en lo laboral, un 9% en lo educativo. En este grupo resalta que la incertidumbre laboral predomina en aquellos hogares liderados por mujeres o personas de la tercera edad. El dar forma a una vivencia no está desligado de las inscripciones sociales y culturales de los individuos, las cuales se ven potenciadas y exacerbadas en momentos de crisis social. Ésta promueve un tiempo extraordinario, donde lo habitual por momentos ha perdido sus horizontes de significaciones. Lo habitual cotidiano se desdibuja. Se vive un reordenamiento de los vínculos entre familiares, amigos, espacios laborales; también se está constreñido a tomar decisiones que afectan los destinos previos a la pandemia, ya irremediablemente resquebrajados, como el trabajo, los lugares de estudio, o las relaciones afectivas. En los momentos extraordinarios, como lo es la vivencia en pandemia, los códigos, por medio de los cuales un mundo histórico dota de una forma determinada a su proceso de reproducción, entran en un proceso de re-configuración (ECHEVERRÍA, 2010). Los momentos extraordinarios son aquellos donde una comunidad política, un mundo civilizado, entra en peligro, vive una “zona límite”, por lo que se ve obligada a replantearse sus valores, creencias, y rutinas. Se ve obligada a inventarse otra normalidad (ECHEVERRÍA, 2010).
En esta perspectiva, conocer es elaborar el concepto de lo que acontece, como sus reglas, lógicas y condiciones de posibilidad. El conocimiento no se produce al margen del campo institucional (CERTEAU, 2010), pues los enunciados que genera la ciencia en su praxis no lo realizan al margen de las reglas que hacen posible la formación de objetos y producción de problemas. Se realiza al interior de un paradigma. Al respecto Kuhn (2004, p. 48) señala: “ninguna historia natural se puede interpretar en ausencia de al menos algún cuerpo implícito de creencias teóricas y metodológicas entrelazadas que hagan posible la selección, la evaluación y la crítica”. La ciencia, como se sabe, construye sus problemas como una rejilla de visibilidad e inteligibilidad. El espacio del reconocimiento, el mundo familiar en que vive sumergido el individuo, es aquello que la producción de la ciencia tiene que destruir para hacer posible la aparición del concepto que traduce la lógica de lo real. El reconocimiento opera como un obstáculo epistemológico (BACHELARD, 1978). Obstáculo que, a su vez, impone una mirada, una valoración en la comprensión de los objetos, los fenómenos, las percepciones sensibles. El obstáculo nos impone un modo de percibir los objetos. Desde esta perspectiva no debemos confundir el objeto, el fenómeno, con el concepto que construimos social e institucionalmente de él. Las diversas medidas tomadas para mantener la cuarentena, como medida de protección de los individuos por parte de los Estados, no pueden confundirse con la seguridad, menos aún con una cura; son acciones biopolíticas basadas en el discurso médico que diagrama lo social desde las nociones de prevención, cuidado, inmunización.
La información que circula debe ser valorada en los circuitos en los que se despliega. El reconocimiento, como una narrativa ya aceptada, naturalizada y legitimada, hace posible que los diversos enunciados no contrastados circulen activando una marcada inscripción religiosa. Recordamos que solamente el 39% de los encuestados saben por qué se instalaron las medidas de protección. La teleología pragmática de la salvación, propia de las religiones populares barrocas, emerge como un mecanismo interpretativo en ausencia de un conocimiento científico verificado y objetivo, para dar respuestas a las inquietudes existenciales de la población en un momento de quiebre de las rutinas de reconocimiento cotidianas. El temor y el miedo, como la ira y la tristeza, son propios de una sensibilidad barroca que hace suya la tragedia desde el juego y desde la festa de la salvación. En la praxis cotidiana se produce una mezcla, una yuxtaposición, de “programas de interpretación” que operan en ausencia del conocimiento científico.
Romper con la “comprensión inmediata”, con la “vivencia espontánea”, cuyas representaciones son correlativas al despliegue de los programas interpretativos, es tarea de una investigación refexiva que use las herramientas técnico-metodológicas capaces de garantizar una aproximación adecuada y oportuna de datos que nos permita una comprensión cualitativa de lo que se encuentra aconteciendo. El conocimiento en ningún momento, pese a las aspiraciones del realismo contemporáneo, es una imitación de lo real, sino un esfuerzo sistemático, litigioso (RANCIÈRE, 2012), polémico (pues tiene que enfrentar las resistencias de las creencias y de las autoridades tradicionales), por captar, traducir, las fuerzas que estructuran un campo de experiencias. La producción del conocimiento no escapa al litigio objetual.
La producción científica no es descripción sino explicación de los fenómenos por medio de teorías, de diagramas conceptuales. En general, en los distintos campos del conocimiento se opera con paradigmas, los que permiten dar un orden en la generación de comprensiones, de programas, o de racionalidad acerca de los fenómenos. La ciencia opera al interior de un campo institucional que, en rigor, es lo que permite y prohíbe investigar (CERTEAU, 2010). Lo que permite y prohíbe es una relación compleja entre lo epistémico y lo político. Sin embargo, en algunos casos, como en el declarado estado de excepción en el Ecuador, se establecen censuras por medio de prohibiciones sutiles, imponer un criterio de un campo como el único camino válido, como puede ser el caso de reducir la investigación de la COVID-19 a una mirada médica, biomédica o genética, ya que responde a una voluntad institucional y estatal, y limitar de este modo los estudios de los efectos sociales y económicos (SISA, MENA y TERAN, 2021; TUBAY, 2020) que se pueden realizar desde otros discursos científicos. Hay una censura de hecho cuando una investigación de corte sociológico debe pasar por un aval institucional médico.
En la ciencia necesitamos de un objeto-problema de investigación que nos conduzca en la producción de conocimientos. Trabajamos desde un espacio que produce visibilidad/inteligibilidad de lo fenoménico, que Kuhn (2004) identificó como paradigma (AGAMBEN, 2018). No partimos de una observación cotidiana o de las informaciones que nos pueden transmitir las instituciones, como por ejemplo los diversos noticieros nacionales (tanto estatales como privados) cuya tarea es informar desde los requerimientos de la política estatal, cuya credibilidad en nuestro país es reducida (un 20,8% expresa desconfanza), siendo, sin embargo, la vía de información más consumida por los hogares ecuatorianos, con un 70%. En una sociedad del espectáculo, los noticiarios forman parte de los consumos culturales y su “interpretación” se da desde los esquemas del reconocimiento. Los fenómenos poseen sus órdenes, y una tarea de la ciencia es hacerles inteligibles. No partimos de la propaganda que se afirma en las mitologías cotidianas de la salvación, o de la fuerza de las prácticas mágicas, como el dióxido de cloro, o, simplemente, de las respuestas étnico-religiosas, sino que partimos de problemas científicos construidos para resolver, o al menos para describir, trayectorias y problemáticas sociales.
Este panorama está relacionado con el alto porcentaje de personas que se pueden considerar como indiferentes políticos. Un 19% de los encuestados prefere no opinar sobre lo que hace el gobierno. Y un 7% de los hogares no cree que pueda influir de ninguna manera en la política. Este grupo se podría considerar como personas sin voz. Son los indiferentes y los sin voz que renunciaron a una relación crítica con su entorno social. Podemos esperar que, para ellos, las mitologías cotidianas cumplan una importante función de seguridad y de previsibilidad del futuro.
Romper con las mitologías cotidianas de la salud es una tarea urgente y necesaria de toda interrogación refexiva. Una de ellas, el consumo de dióxido de cloro, se soporta en la voluntad sedimentada de la salvación religiosa de los cuerpos. Las mitologías operan regularidades en las conductas y en las argumentaciones, distribuyen los espacios, y disciplinan los comportamientos. El enunciado oficial del gobierno ecuatoriano, “disciplina para volver” a la “nueva normalidad”, impone las pautas de comportamiento desde una mirada biomédica de lo social y de las fronteras de inmunización de lo social. La sociedad de la hiperaceleración requiere mitos, más necesitados cuando se encuentra en fase de “reposo”.
Las narrativas son importantes para regular y llevar a cabo una taxonomía de los comportamientos sociales. Las narrativas imponen argumentaciones, hacen ver lo que ocurre, pero de modo fundamental, dan sentido a lo que acontece. La narrativas del reconocimiento, o del sentido común, otorgan un sentido a la problemática de la COVID-19, un valor desde “el umbral de la conciencia empírica constituido” (MOREY, 1988) por el discurso de la salud de las últimas décadas. Las narrativas no son exteriores al mundo de las prácticas sociales, sino que forman parte de su estructura. Por esa razón, la manera en cómo contamos los efectos sociales y económicos de la COVID-19 se presenta como un campo de batalla por su verdad.
Las narrativas que acompañan las praxis cotidianas, como los mitos o la moral, no buscan el conocimiento de una ley objetiva, o de un principio activo, o de una condición de posibilidad, sino que traducen la repetición de las rutinas, de la iterabilidad cotidiana de las acciones que garantizan la continuidad de una forma de reproducción social. Estas narrativas se inscriben fundamentalmente en el campo del “cómo hacer” y del “cómo valorar”, es decir, en la pragmática de lo útil y de lo bueno visto de la moral y desde las lógicas pragmáticas de la reproducción de una forma de vida. Una conciencia empírica que opera afirmando actualizaciones, en cada una de sus acciones, de un pasado que se asienta en las mitologías de la salvación cuya sedimentación viene dada desde el siglo XVIII en Ecuador (ECHEVERRÍA, 2017) y cuyo síntoma fue el proyecto religioso que sostuvo la idea de una fuerza redentora que se opera en el terreno cotidiano, en la idea de que el milagro es un asunto cotidiano “[p]orque su pretensión aventurada (y en muchos casos hasta loca) de sustituir la acción ‘objetiva’ del capital con la acción ‘subjetiva’ del creyente sólo podía alcanzarse mediante un trabajo en el plano de lo imaginario, mediante la secularización –o incluso la popularización– de la mística, de la experiencia vertiginosa” (KURNITZKY y ECHEVERRÍA, 1993, p. 32). La importancia de la subjetividad religiosa está asociada a la posibilidad de una modernidad católica, que habría tenido dos momentos de lanzamiento: durante el largo siglo XVII con el programa de la compañía de Jesús (ECHEVERRÍA, 2006, p. 54-55) y en el momento republicado en los años de 1860 a 1875 con el programa de construcción de un Estado nacional. Sin embargo, la Iglesia Católica como institución social que regula comportamientos y subjetividades tendrá presencia significativa en momentos de crisis social y política, prolongando la idea, nacida en el siglo XVII en la pretensión jesuítica del milagro terrenal. En estas narrativas se resiste a la discursividad de la ciencia, especialmente cuando el orden de lo cotidiano se encuentra amenazado por un acontecimiento que nos llena de incertidumbre. Se refugia en las mitologías de la salvación. En ese sentido y desde esas mitologías se vuelve imperativa la defensa de los principios de valorización cotidianos, expresadas en esas narrativas, de lo social frente a una amenaza que aparece como externa, la peste, y de la intervención autoritaria de una declaratoria de estado de excepción, que vuelve cotidiana y temible la amenaza de la experiencia de la muerte. En este sentido, se encuentran dos lógicas de salvación cuyo terreno es lo cotidiano conducido desde un ánimo religioso.
Uno de los conceptos más frecuentados en las últimas décadas es el de incertidumbre que va asociado a la des-fundamentación. Comprendemos que, a pesar de los logros en el campo científico, no podemos tener una dominación técnica de lo natural de modo integro, pues siempre algunas de sus variables se escapan al campo de la ciencia y de la técnica. La incertidumbre forma parte de la experiencia de la inteligibilidad de la ciencia desde su formulación en el campo de la física (FOLLARI, 2000; POLO BONILLA, 2020). La des-fundamentación va asociada a la pérdida de las esencias, de los centros, y de reconocer que el conocimiento es objetivar las relaciones que se articulan en la producción de un fenómeno. No hay centros, hay articulaciones, “puntos nodales” (ARDITI, 1991). Una de las preocupaciones es como la COVID-19 se articula con los cuerpos, la muerte, la salud, y la política en la sociedad contemporánea. En definitiva, el desafío que se tiene es pensar la política y lo político en el que se despliega este acontecer pandémico. Es necesario para dar respuesta a esta articulación practicar una epistemología de la discontinuidad, es decir, pensar e investigar “en términos de no-fundamento, de no asunción de principios apodícticos” (FOLLARI, 2002, p. 111), sino comprendiendo que los paradigmas mutan por medio de la investigación.
Las evidencias cotidianas conforman una ontología, un mundo, un sistema de creencias que operan de modo espontáneo, que no se muestran sino en momentos de crisis social. La pandemia es una forma de crisis social, puesto que rompe toda articulación rutinaria de encuentro y de vínculo entre los sujetos, las instituciones, y el marco de creencias. Se vive un momento de des-rutinación. La pandemia vive en el tiempo extraordinario, puesto que re-estructura la vivencia postpandemia desde su propia inmanencia. Las evidencias son instituidas en algún momento y luego rutinizadas, convertidas en soporte de lo cotidiano, generalmente con el olvido del momento de su instauración como respuesta a una problemática. No son arbitrarias, sino suelos estructurales. No olvidemos que las evidencias, como dice Balibar, “son disposiciones del pensamiento incorporad[a]s a la percepción y a la intuición intelectual” (BALIBAR, 1995) y que se repiten en múltiples formas. La valoración salvadora y mesiánica del dióxido de cloro es un claro ejemplo. De ahí la importancia de la destrucción de las mitologías actuales que acompañan los discursos de la epidemia, como los de la salud. La época actual del individuo del rendimiento y de la sociedad de la transparencia (BYUNG-CHUL, 2013) está asociada a la vitalidad de las adicciones, incluso pueden estas tomar la forma de amenaza permanente a la vida. Si la segunda mitad del siglo pasado fue el temor a la guerra atómica, la vida contemporánea vive bajo la amenaza de pandemias cada vez más virulentas.
Conocimiento y emoción
Las relaciones que los seres humanos establecemos con el mundo de la vida social e histórica no se reducen solo a las actividades prácticas e institucionales, reguladas desde los diversos horizontes normativos o estructurales, sino que las relaciones están cargadas de vinculaciones emocionales. El ser humano habita de modo anímico el mundo, este le emociona, le espanta, le da placer, o le llena de terror. Las emociones estructuran la vida política, afectiva, y moral de un mundo (CAMPS, 2010). La emoción no es un dato meramente natural, biológico, sino que su modo de experimentarlo está ligado a las mutaciones históricas de las categorías perceptivas. En este sentido, toda trama social en la que los agentes participan activamente tiene una atmósfera emotiva valorativa. Las emociones son también fuente de conexión o desconexión entre los agentes sociales; como al mismo tiempo vehículos de inscripción en creencias, valoraciones, y deseos. El ser humano, como lo sostiene el psicoanálisis y otros saberes, es, ante todo, un ser del deseo (LORDON, 2018).
En este punto podemos recordar la propuesta filosófica de Baruj Spinoza y su noción de conatus. Spinoza sostuvo que los afectos, o “emociones del alma”, son parte constitutiva de lo humano, como lo es el lenguaje, la técnica, la razón. Sin embargo, los afectos varían con el mundo histórico y el ritmo de los acontecimientos. No podemos comprender el mundo al margen de los afectos y de su potencialidad, pues estos son fuerzas creadoras. Los afectos, como son la tristeza o la alegría, son modos de perseverar en el ser, es decir, la capacidad que cada uno posee para darse un destino desde una forma creadora (KAMINSKY, 1998). Deleuze (1984, p. 27-28) recuerda que Spinoza repetía que “no sabemos ni siquiera lo que puede un cuerpo” como un nuevo principio de comprensión del pensamiento y de las acciones humanas, que rompe con el dualismo cartesiano. Para nosotros, estas referencias son importantes, puesto que la pandemia es también, fundamentalmente, un modo de existencia histórico y afectivo.
Las emociones, por tanto, las corporeidades, son lugares de encuentro y entrecruzamientos de la dimensión histórica con el soporte biológico. Las emociones no son solo una respuesta biológica a las situaciones sociales, pues en el proceso de subjetivación los agentes han adquirido, por el mecanismo de la socialización e internalización, las categorías de la percepción y de lo sensible –por tanto, las referencias de los mundos imaginarios muchas veces se encuentran alejados del conocimiento–, sino, al contrario, que “solo” existen respuestas emocionales en un mundo de prácticas y de esquemas de comportamientos socio-históricos y culturales.
Las referencias “pragmáticas”, los habitus sociales, culturales, y corporales, que operaban en la “normalidad” con anterioridad a la aparición de la COVID-19 en el confinamiento, no se pueden activar en su despliegue pleno. Hay una suerte de pausa performática que no implica un regreso a la normalidad previa. Se vive una suerte de desconexión, desanclaje, entre los esquemas cognitivos y subjetivos propios de nuestra cotidianidad de la modernidad, con el peso de una pandemia que rompe con cualquier modo de rutina cotidiana y nos impone una asociada a la lógica administrada de la “sobrevivencia” desde mecanismos biopolíticos. “Lo que en el presente vemos con claridad es que la epidemia se está convirtiendo en el nuevo terreno de la política, el campo de batalla de una guerra civil mundial…” (AGAMBEN, 2018, p. 76). Hoy la vida, como ha mostrado Giorgio Agamben en varios de sus trabajos, forma parte de los cálculos del poder y de los juegos políticos.
Los esquemas prácticos, los comportamientos rutinizados se han visto des-ordenados, salidos de sus reglas habituales, y se encuentran, por ahora, sometidos a la lógica de la biopolítica donde predomina fundamentalmente un discurso médico que, incluso, puede, en algunos casos, determinar las lógicas y los métodos de la investigación social. Discurso que impone nuevas categorías como lo es el distanciamiento social, y con él, nuevas reglas de asociación y reconocimiento.
Las reglas del uso del tiempo cotidiano, de las rutinas cotidianas, se han interrumpido y han dado paso a un gobierno médico-político en el empleo del tiempo de la reproducción social. Punto importante para indicar un síntoma: la excepción se ha vuelto una regla cotidiana administrada desde el Estado y los medios. Sin embargo, la salud no puede ser reducida a una dimensión solamente física o psíquica. Resulta importante incluir la dimensión de la pérdida de un horizonte histórico, un mundo de expectativas que se quiebra, aunque sea de modo temporal pero que, sin embargo, lo redefine, para las existencias individuales y familiares. Este se va a convertir en un punto de retorno de modos sensibles de la religiosidad popular expresada en fórmulas lingüísticas cotidianas como “Dios proveerá”. En este sentido, el miedo se inscribe en un contenido religioso. Cuando el miedo, que es una emoción adaptativa, se vuelve excesivo, puede tener efectos a nivel individual y colectivo agravados por los problemas de información (MUKHTAR, 2021). En una cultura atravesada de cabo a rabo por la dimensión dramática de la subjetividad cristiana, la resignación es una respuesta esperable, sin embargo, esta tendrá una activación importante. El miedo ha sido, y es, un factor de gobierno, pero sobre todo sus alegorías que generan la oportunidad de regular comportamientos ligados al castigo, la disciplina, y la condena. La incertidumbre, ligada al desdibujamiento de las expectativas, se va convirtiendo en la sensibilidad social más importante. Pues, la posibilidad del individuo, y de los diversos grupos familiares y sociales, de hacerse cargo de sí mismos se ve debilitada: las expectativas al encontrarse en “pausa” multiplican la carga subjetiva en una situación de confinamiento.
Las emociones son modos de vivenciar que los individuos dan a situaciones sociales. En este sentido, las actividades pragmáticas de los días comunes se han interrumpido, esto es, se vive una suerte de desconexión, des-vinculación entre los esquemas cognitivos y subjetivos que operan en una cotidianidad “normal” ante el ritmo temporal extraordinario que rompe con cualquier modo de rutina cotidiana. Así, nos podemos preguntar por la forma en que se ha impuesto una lógica de la “sobrevivencia”. En este punto se encuentra la respuesta emocional de la ira, en un 9% de los hogares encuestados. Puesto que, al dejar de existir los referentes de los días comunes, normales, cotidianos, se ven lanzados a otra lógica a la cual debe aprenderse en cada momento. En el Gráfico 4 se presentan las emociones predominantes entre los encuestados.

Los esquemas prácticos, los comportamientos rutinizados, se han visto des-ordenados, salidos de sus reglas habituales, y se encuentran, por ahora, lo que se muestra en la sorpresa, un 9% importante, que tienen las personas ante una situación absolutamente inédita. Toda trama social en la que los participan activamente los agentes está cargada por una atmósfera emotiva, y, por tanto, valorativa. Las emociones son también fuente de conexión y de desconexión entre los agentes sociales; como al mismo tiempo vehículos de inscripción en creencias, valoraciones, y deseos. La sorpresa también puede ser valorada como un momento de perplejidad e incertidumbre ante la fuerza de la aparición de la pandemia de COVID-19.
No existe una actividad práctica en la esfera cotidiana sin sentimientos ni emociones. Al desarticularse la praxis cotidiana, su tempo de conexión entre las diversas prácticas, se produce un quiebre en los vínculos y en las relaciones sociales que abre un espacio a la incertidumbre. Se presenta así una pérdida de un horizonte histórico en la forma de pérdida de expectativas, que, aunque sea de modo temporal, para las existencias individuales y familiares. Los índices del miedo, un 36%, y de la tristeza, un 34%, van asociados a la situación de incertidumbre y de desajuste cognitivo. Estas emociones también aumentan la tendencia de creer en noticias falsas, desinformación, y teorías de conspiración (KAPANTAI et al., 2021).
Conclusiones
La pandemia de COVID-19 ha golpeado duro al Ecuador. Afectó gravemente a la situación económica y educativa de muchos y produjo inseguridad e incertidumbre en cuanto a las posibilidades de retornar a una normalidad. Todos están esperando qué va a pasar. Este contexto de incertidumbre es agravado por un manejo estatal ineficiente –medidas que se contradicen, datos incompletos, leyes que pretenden ayudar a superar la crisis, pero la agravan.
Aunque la pandemia y la crisis que está produciendo no eran previsibles, sí se toparon con una realidad social que predefinió algunas de sus formas elementales. La economía ecuatoriana ya era vulnerable por su alto nivel de informalidad, los avances en la educación dependen fuertemente de los ingresos y la seguridad económica de las familias. Menos obvios eran los problemas a nivel de los tres conocimientos que distinguimos en la introducción: conocimiento práctico, conocimiento científico, y conocimiento emocional. Cada uno de estos conocimientos prepara el camino a la crisis. La falta de institucionalización de la sociedad, el debilitamiento del conocimiento que salva, y sus instituciones y la constitución de un conocimiento que condena vinculado a la heteronomía dificulta la difusión y adecuada aplicación de información sobre la enfermedad. Eso agrava la situación económica y educativa por medidas tardías o innecesarias y el pánico generalizado –pero también afecta a la capacidad de la ciencia para producir información y las emociones de la población. La posición débil y los constantes ataques a la ciencia complican hasta la ayuda técnica que podría prestar en esta crisis –es más, debilita a la sociedad que se enfrenta a pandemias y riesgos difusos. El conocimiento emocional carece de claridad. Mientras que la tristeza y el miedo tienden a agravarse por su propia fuerza –por la tendencia a teorías de conspiración, por ejemplo–, la ira y el desprecio no tienen canales para convertirse en algo socialmente productivo.
Se podría decir que el breaching experiment garfinkeliano de la COVID-19 ofrece, al menos, una gran oportunidad para aprender y para adaptar a las instituciones a la nueva normalidad del peligro constante. No obstante, la grave afectación de los conocimientos necesarios para ello hace dudoso que haya realmente lecciones aprendidas en todo esto.
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Notas