Resumen: En este artículo hacemos un recorrido para diferenciar los propósitos y enfoques del quehacer de las escuelas de antropología noratlántica con las intenciones y deber ser de las que denominamos escuelas de antropologías del sur, que consideramos se encuentran en plena conformación de sus teorizaciones. El compromiso social, la reescritura de nuestra historia, la decolonización del pensamiento, la superación de la vergüenza cultural y la aplicabilidad social de nuestras investigaciones permiten construir otra lógica científica que procura superar los canales epistémicos de los países hegemónicos.
Palabras clave:antropología noratlánticaantropología noratlántica, Antropologías del Sur Antropologías del Sur, decolonización decolonización, diversidad diversidad, lógicas lógicas.
Abstract: This paper has the intention to differentiate between the propositions and focuses of North Atlantic Anthropology from those designated as Southern Anthropology, as laid out in their respective canons. The re-writing of history, the de-colonisation of thought, the overcoming of cultural shame and the development of methods to be applied to the Southern way of thinking are all aspects of a continuing commitment. The objective is the development of a new construct entailing the re-assessment of terms current in the discipline. By these means an epistemology is developing to further the insights obtained by the Southern paradigm, in the face of the conservative epistemology retained by those who adhere to the North Atlantic paradigm.
Keywords: North Atlantic anthropology, Southern Anthropology, decolonisation, diversity, logics.
Las Antropologías del Sur como principio para la decolonización del pensamiento*
Southern Anthropology as an initiation to the de-colonization of anthropological thought
Recepción: 20 Junio 2016
Aprobación: 26 Junio 2016
El Eje Temático I: Antropologías del Sur y Decolonización del Pensamiento, del Primer Congreso Internacional de Antropologías del Sur 2016, surgió del debate que generamos los antropólogos y las antropólogas del país en las Jornadas Nacionales preparatorias para el Congreso Internacional de Antropologías del Sur, realizadas el 5, 6 y 7 de octubre del año 2015, evento en el cual estuvimos presentes alrededor de 70 investigadores e investigadoras de la antropología y disciplinas afines, todos de diferentes estados del país.
Durante esos tres días, en mesas de trabajo, reestructuramos la metodología de este evento para conformar nueve ejes temáticos, las nueve vértebras de la columna que movió este Congreso Internacional. Allí, en el calor del debate, logramos fundar la Red de Antropologías del Sur, que estamos tratando de ampliar con el Congreso hacia América Latina, el Caribe y, si nos acompañan los y las colegas de este continente, también nos extenderemos hacia África.
En este artículo queremos plantear cómo con la propuesta de esta escuela en construcción podríamos repensarnos sobre la forma en que estamos haciendo Antropología o Antropologías en los distintos países de América Latina, y así preguntarnos:
¿Seguimos reproduciendo modelos metodológicos de las escuelas de Antropología del Noratlántico?
¿En la práctica continuamos usando el paradigma reduccionista y determinista de la simplificación para interpretar nuestras sociedades?
¿Seguimos trabajando aislados entre disciplinas en América Latina?
¿Cómo observamos, tratamos y estudiamos a las comunidades donde trabajamos?
¿Persiste o no la importancia del principio de alteridad, de “otredad” cuando hacemos trabajo de campo en nuestras comunidades?
¿Para qué hacemos Antropología en nuestros países?
Intentaremos esbozar los cambios que ha vivido nuestra disciplina científica, los principios que guiaron los estudios antropológicos en el Norte para estudiar las “otras” sociedades, incluyendo los principios éticos, y cómo los antropólogos y las antropólogas del Sur que se formaron en sus países y que estudiaron sus postgrados en el Norte trabajaron y trabajan ahora en sus propias sociedades, esbozando características que nos podrían diferenciar en el cómo y en el por qué hacemos antropología en esta región, bautizada por Francisco de Miranda y Jose Martí “Nuestra América”.
Este auto-reconocimiento, que podría ser llamado catarsis social para sanarnos y actuar, abreacción simbólica (emulando la noción planteada por Lévi-Strauss de hacer consciente las causas del problema por medio de mecanismos y prácticas simbólicas) u otra denominación que le demos, bien podría ayudarnos a re-pensarnos para reconocer nuestra identidad y comenzar a hacer nuestra propia teoría de las Antropologías del Sur.
El término “Antropología” ha venido evolucionando desde un uso muy amplio hasta, en ciertos casos, un uso muy preciso y más especializado. Es, en su primera significación, “la ciencia del hombre”, o “ciencia del ser humano”, designando la investigación fundamental en ciencias humanas, y ha tomado el puesto que anteriormente tenía la filosofía (por ejemplo, con los etnólogos franceses Lévi-Strauss y Edgar Morin). En su segundo significado, se llama “antropología social”, o “antropología cultural”, según las escuelas, y corresponde a lo que en la Europa continental se ha designado durante mucho tiempo –y hoy todavía– por “etnología”.
A pesar de que nadie en la antigüedad se identificó como “antropólogo” o como “etnógrafo”, la antropología y la etnografía estuvieron presentes en el pasado griego, por ejemplo, con Homero y Hesíodo, entre otros, obras en las que se consiguen definiciones del hombre como “comedor de pan”, agricultor, sacrificador de animales, buscador de matrimonio y destinado a la muerte… Heródoto, sobre todo, describe para los griegos de su época una representación del mundo con sus distintos universos culturales, y establece una primera división de sociedades: para él los Bárbaros vivían bajo la dirección de un rey, mientras que los griegos vivían en ciudades en las cuales tenían vida intelectual, hacían las leyes y las obedecían.
El término “anthropología” empieza a aparecer en Europa en latín, al empezar el siglo XVI: Anthropologia de dominis dignitate, natura et proprietatitus, aparecido en 1501, de Magnus Hundt, o Capella con su Anthropología, de 1533; en ambas obras se hacía un estudio físico y moral del ser humano.
La diferencia hasta entonces era un hecho y, a partir de ese momento, va a empezar a ser un problema que hay que investigar.
Los pioneros de la Antropología como disciplina científica occidental, estuvieron influenciados por las teorías del evolucionismo biológico del siglo XIX al pensar que las etapas evolutivas podían ser aplicadas al estudio de las sociedades, las cuales, según estos pioneros, también pasaban por etapas hasta llegar al último escalafón, el de la “civilización”… la civilización occidental, que tenía propiedad privada, practicaba la religión monoteísta, tenía familias monogámicas…
La Antropología, que se inició y se realizó durante muchos años como una disciplina esencialmente occidental en su concepción, procedió sobre todo a la reducción del “Otro” (llamado “salvaje”, “bárbaro”, “pre-lógico”) a las normativas categoriales y sintácticas del “Nosotros” (un Nosotros Occidental), como para justificar el poder y la superioridad del Occidente frente a “las otras culturas”. Esto implicó que las investigaciones antropológicas se centraran en estudiar sociedades distintas a las occidentales, en su mayoría pueblos ubicados en el Sur del planeta: África, Oceanía, América Latina, Asia, etcétera.
Hablamos acá, como intuirán, de la teoría evolucionista sociocultural unilineal. Esta teoría nació en los países anglosajones de fines del siglo XIX y se conectó con el enfoque filosófico-positivista francés acerca de la historia de las sociedades humanas, teoría que tanto daño hizo a todos los pueblos del mundo, y ayudó a desarrollar aún más en los pueblos colonizados la vergüenza cultural y los graves problemas de identidad al presentarles un modelo de la sociedad humana en el cual sus sociedades eran inferiores a la sociedad europea-estadounidense. En la más baja etapa estarían las sociedades llamadas “salvajes” o “bárbaras”, y en la etapa más alta la “civilización” occidental.
Ha sido tan fuertemente arraigada esta teoría evolucionista, respaldada por una lógica científica, que influenció tardíamente a un antropólogo aparentemente tan consciente de la relatividad de la misma como lo fue Bronislaw Malinowski al principio de su vida profesional, quien logró derrumbar con el trabajo de campo las teorías de sus maestros evolucionistas socioculturales, pero quien creó al final de su vida, y a pesar de sus convicciones anteriores, el primer modelo de desarrollo (que se le pedía para resolver los problemas de conflicto que se habían generado en las colonias inglesas de África). Este modelo lo podemos considerar hoy como el primer compromiso sociopolítico del antropólogo, compromiso con su propia sociedad occidental. Dicho modelo fue publicado en su libro The Dynamics of Culture Change (Malinowski, 1945), y que iba a ser re-interpretado, y ampliado posteriormente por el economista norteamericano Rostow y el sociólogo argentino Gino Germani, constituyéndose en la desgracia para numerosas sociedades, especialmente en África y en Latinoamérica a partir de las décadas de 1960 y 1970.
En su libro Las Américas y la Civilización (1992), el antropólogo brasileño Darcy Ribeiro llama esta tendencia de los estudios socioantropológicos para explicar las diferencias sociales en América Latina, emulando el modelo malinowskiano, el “esquema conceptual” del estudio del “cambio cultural” o de la “dinámica cultural”, caracterizándolo de la siguiente manera: son estudios que permiten explicar el “proceso natural” de transición entre formaciones arcaicas de sociedades “tradicionales” a formaciones modernas de sociedades con modalidad industrial, llamadas progresistas, y esto se logra pasando de economías de base agroartesanal a economías de base industrial y capitalista. El fin último: lograr el “progreso”.
Según Ribeiro, esos estudios se prestan “para el esfuerzo de adoctrinamiento que las naciones avanzadas cumplen en relación con las atrasadas para inducirlas a una actitud de resignación ante la pobreza o su equivalente, la creencia en las posibilidades de una superación espontánea del atraso” (Ribeiro, 1992: 12), lo que conllevaría a la preservación del status quo de un sistema socio-político-económico. De acuerdo con Ribeiro, las naciones llamadas “subdesarrolladas” no serían réplicas de etapas anteriores de las “desarrolladas”, sino contrapartes necesarias para la perpetuación del sistema que componen.
Por esta experiencia de Malinowski en África y la posterior aplicación de su modelo en América Latina, la antropología ha tenido que aprender poco a poco a desconfiar de sí misma, porque, como toda ciencia que tiene un método muy efectivo para la investigación, es utilizable también por los gobiernos dominantes en el mundo para someter e incluso destruir otras sociedades.
Según Morin (2005), el problema fundamental de la cultura occidental sería el de la lógica, que necesita de forma permanente validar el pensamiento científico-tecnológico y su superioridad sobre “otras” formas de pensamiento. Y si bien la antropología en sus comienzos ha venido confirmando la superioridad de la lógica característica de dicha cultura, ha ido en sentido contrario al “revalidar” aquellas “otras” formas de pensamiento, no sólo como formas “pasadas” sino como actuales, incluso dentro de la misma cultura occidental. Desde el punto de vista occidental es un logro, ya que ha permitido “avanzar” algo en la comprensión del potencial de la diversidad del Homo llamado “Sapiens”, incluyendo así mismo su diversidad lógica.
Ahora, el problema de la lógica o de la comprensión de los “sistemas lógicos” ha sido una preocupación de la antropología europea, sobre todo la francesa, mientras que la antropología norteamericana ha sido más relativista, pragmática, psicologista.
En una sociedad como la nuestra, con grandes contradicciones debido a largos procesos colonizadores, ¿cómo los antropólogos de América Latina estudiamos y procuramos explicar los distintos sistemas lógicos en constante confrontación?, ¿para qué nos serviría estudiar estas lógicas?
En el disco Caño Ceje pueblo jivi (2005), editado por el Centro Nacional del Disco, del Ministerio del Poder Popular para la Cultura, leemos sobre las matanzas de iguanitos, cuibas y de otros grupos guahibos, todos jivi, pueblo arawak de los llanos venezolanos y colombianos. Este exterminio lo emprendieron la empresa colombiana petrolera Troco, los ganaderos y el Ejército nacional de Colombia, actividad generalizada durante el siglo XIX y primera mitad del siglo XX.
En Venezuela, los que han conocido los Llanos saben que los llaneros tenían hasta hace muy poco tiempo como deporte la “caza de indios”, a quienes llamaban “irracionales”, utilizando sin saberlo una característica creada por los teóricos evolucionistas de la cultura para referirse a las primeras etapas de la evolución humana –según estos teóricos–. Así, podemos leer en este disco:
“Matanzas de cuibas-guahibo en la Rubiera, 27 de diciembre de 1967”, es decir, hace apenas 49 años… sobre esta matanza el Cuaderno número 2, expediente de la Rubiera, Juzgado Segundo Superior Ibagué, relata que hubo 16 muertos entre hombres, mujeres y niños, y los acusados fueron absueltos por sus declaraciones: “no sabían que matar indios fuera malo’, se lee, ‘uno de ellos alegó que había matado a más de 40 indios y que nunca había pasado nada, el otro que matar indios era como matar monos ya que ‘se parecían bastante’, si bien la declaración más escandalosa fue que ‘existía un tráfico de pieles, tanto de animales como de indígenas, para el cual existían varios compradores’ y se recordaba el caso de un presidente de la República (de Colombia) que se dedicaba al sacrificio de indios y en la sala de su casa tenía como ‘adorno’ pieles de indígenas” (2005: 12 y 13).
¿En qué se sustenta la lógica de la cacería de indígenas jivi, exterminio llamado “cuiviar” o “guahibiar”?, ¿qué ideología sostuvo esa “limpieza” étnica para que, además de los dueños de hatos, haciendas y de la empresa petrolera, se unieran campesinos contratados como peones o llaneros para que asesinaran a otros seres humanos con quienes compartían la misma condición de excluidos?
Para intentar comprender este extremo de la alienación cultural, de la cual formamos parte como antropólogos y antropólogas formadas en una disciplina científica esencialmente occidental, necesitamos conocer cómo surge ese modelo que hace que unas personas se sientan y crean superiores y actúen como tales frente a otro grupo de personas que consideran inferiores y que las hacen actuar y sentir así.
La situación colonial, la divulgación de una historia de Venezuela y América Latina muy poco documentada y orientada a mostrar a nuestros países como una región conquistada por los “civilizadores” españoles y portugueses, sin los cuales no tendría sentido, y el traspaso de la visión medieval española y portuguesa a nuestro continente para valorar las costumbres de nuestros pueblos originarios, tildados de salvajes, idólatras, ignorantes, todo esto ayudó a la construcción de un imaginario colectivo, autodestructivo, aunado a la construcción de la vergüenza cultural resultante, constituyendo así un muro de ignorancia y de auto-incomprensión acerca de las propias raíces, acerca de la historia íntima y verdadera, para adoptar una historia impuesta por los colonizadores, muro contra el cual han tenido que luchar permanente, y durante décadas, los antropólogos y antropólogas latinoamericanas.
Las “crónicas” escritas por los españoles acerca de “las Indias Occidentales”, dentro de su propia cosmovisión repleta de errores de todo tipo, de mitos y estereotipos europeos, muestran una visión de América a partir de su imaginario medieval de animales fantásticos inexistentes en la realidad (dragones y otros), pero cuya idea se vio reforzada por los animales desconocidos encontrados en nuestro continente (serpientes de un tamaño gigantesco, animales mezcla de rinoceronte y elefante, aves que hablan, perros mudos, árboles que se comen a otros, plantas caníbales, etc.) y a partir de hechos de conquista que parecen más bien una historia de locos…
La herencia de todo esto ha creado ese imaginario colectivo negativo, culpable de graves problemas identitarios, colectivos e individuales, que ha dado a sus habitantes la impresión de vivir en un país desconocido, rodeado de gente peligrosa y bárbara…
El hecho que hasta recientemente se cazara en las sabanas de Apure a los indígenas como si fuesen animales, muestra que hemos vivido en un país que no se ha conocido a sí mismo… La gente no conoce la historia de sus regiones, no sabe que tienen indígenas en sus estados. Estamos en un país cuya historia se construyó con base en cuentos de cronistas ignorantes o incapaces de comprender lo que veían.
Los discursos de la joven república venezolana (del siglo XIX) contenían muchas contradicciones y, en seguida, cuando aparecieron en Europa las ideas positivistas a mediados del mismo siglo, los y las intelectuales venezolanos/as las adoptaron inmediatamente, y acríticamente, así como iban a adoptar acríticamente también todos los discursos ideológicos posteriores, los científicos incluidos, por la admiración incondicional que se tenía hacia Europa, debido a esa gran vergüenza cultural heredada de la colonia, que iba a ser tan difícil de erradicar entre nosotros, y que nos hizo invisibilizar a indígenas y afrovenezolanos/as. La consigna positivista de Augusto Comte “Orden, Paz y Progreso”, dominó la segunda mitad del siglo XIX, y todo el siglo XX hasta el presente.
¿Cómo, entonces, los antropólogos y antropólogas desde el Sur hemos venido estudiando a nuestras sociedades bajo el paraguas de ese discurso evolucionista y positivista, tan arraigado incluso en la misma ciencia?, nos preguntamos.
El debate sobre las Antropologías del Sur se inicia oficialmente en 1993, con una primera reunión de trabajo en el Congreso Mundial de Etnología y Antropología. El simposio sobre Antropologías del Sur fue dirigido por el antropólogo mexicano de la Universidad de Yucatán, Esteban Krotz, quien ha planteado:
Al abrirse los estudios sobre antropología en las zonas Sur del planeta, ya las comunidades que estudiamos en el Sur no son “Otras”, sino que los investigadores y las investigadoras forman parte de esas realidades que estudian, lo que nos distingue de la antropología “clásica”. Esto traduce que puede haber una interacción con los autores y autoras, situación facilitada, claro está, por la existencia de un idioma nacional oficial.
Ha habido un silenciamiento de la antropología del Sur al presentarse la antropología noratlántica como dueña de la antropología verdadera y, por lo tanto, se presenta la antropología del Sur, llamada despectivamente antropología “de la periferia” (incluso nosotros/as mismos/as la denominamos así), como imitadora en un proceso de difusión permanente de la antropología noratlántica. En el Norte se valora esta disciplina por la generación de conocimientos (y el control sobre los mismos).
Según Krotz (1993, 1994, 1999, 2006), las Antropologías del Sur serían el reconocimiento de la diversidad en el seno mismo de la disciplina.
¿Qué implicaciones metodológicas podría tener que los antropólogos del Sur estudiemos comunidades del Sur, reconociéndonos como antropólogos del Sur? Porque se puede dar el caso de antropólogos y antropólogas del Sur estudiando las comunidades como antropólogos y antropólogas del Norte.
Un antropólogo o una antropóloga latinoamericano/a se abre a “su” realidad”, que él o ella vuelve a reencontrar desde lo más profundo de su ser. Esto le permite romper con los esquemas hechos, los viejos prejuicios históricos, que lo/a habían alienado, haciéndole pensarse a sí mismo como fuera y alejado/a de esa realidad. Ese proceso de abreacción, de despertar de la consciencia individual, al mismo tiempo que a la consciencia colectiva de la sociedad a la cual pertenece, lo/a lleva paralelamente a un despertar de la consciencia de la especie humana… Con su obra ya Frantz Fanon, originario de la isla de Martinica donde nació y se crió, mostraba con sus estudios etnopsiquiátricos la importancia de despertar a la consciencia individual dentro de una consciencia colectiva alienada al describir en su libro Piel Negra, Máscaras Blancas (Fanon, 1966) cómo él mismo sufrió el problema de la personalidad del colonizado y cómo procuró detectar el “síndrome” cuyos efectos le hicieron sentir en ese tipo de personalidad: “un sentimiento de culpa que no se reconoce como tal y del cual no se siente uno responsable; de ahí un desplazamiento de la identidad, una ambigüedad permanente, cuyas consecuencias serían la pasividad, la indolencia, la conformidad con el estado de cosas, la irresponsabilidad histórica y política”.
Además de ese proceso de auto-reconocimiento, hablamos además de la necesidad, a partir de ese mismo proceso, de construir o reconstruir nuestra historia, de trabajar con enfoques multi, pluri y transdisciplinarios, y de redimensionar la ética de la investigación antropológica producto del compromiso social. Para los antropólogos y las antropólogas del Norte no fue una exigencia el compromiso social, porque investigaron generalmente fuera de su sociedad, algunos/as incluso fueron utilizados/as por los gobiernos para hacer daños a otras sociedades, para conquistar a Vietnam, por ejemplo, o para estudiar las estrategias militares de Japón con el fin de combatirlos, o para llevarse muchas plantas del Sur (el “oro verde”, como las llama Santiago Castro-Gómez) para las trasnacionales farmacéuticas.
Para nosotros/as, antropólogos y antropólogas del Sur, el compromiso social es una exigencia ética profesional al mismo tiempo que una exigencia social e histórica. Los problemas que confrontamos en nuestra región no se reducen a problemas metodológicos de descripción e interpretación, como sí preocuparon a los antropólogos y antropólogas norteamericanos/as, sobre todo los/as postmodernos/as; nosotros y nosotras tenemos nuestros propios problemas cognoscitivos sociales e histórico-culturales que atender.
Los antropólogos y las antropólogas en el Sur, formados y formadas en pregrado en sus países, han hecho la mayoría de sus postgrados en el Norte, porque no había esta posibilidad en el Sur. Cuando ellos y ellas regresaron a sus países utilizaron las corrientes antropológicas más afines a ellos y ellas, pero nos preguntamos: ¿qué tan creativos/as han sido reestructurando las metodologías noratlánticas? Hay posturas metodológicas y teóricas que compartimos como investigadores e investigadoras, porque no cambian de validez… En el Sur nos apoyamos en el Norte para trabajar, porque consideramos que allá es mejor la antropología, hasta que uno se da cuenta que hay una alienación cultural al creer que no somos capaces de hacer antropología con las realidades que nos corresponde.
Con la propuesta de la escuela en construcción de Antropologías del Sur procuramos descubrir qué es lo que tenemos en común con los países del Sur a la hora de hacer antropología. Contamos con muchas escuelas y departamentos para formar antropólogos y antropólogas en el nivel universitario, enseñando las distintas ramas heredadas de la escuela norteamericana, como explicamos, pero estas escuelas en América Latina no son diferentes, no han construido sus propias teorías. No hemos hecho todavía nuestra teoría de las Antropologías del Sur.
Proponemos reflexionar sobre las Antropologías del Sur y ver las diferencias… en Europa y en Estados Unidos la noción de “otredad”, de “alteridad” es vital, mientras que para nosotros y nosotras, los antropólogos y las antropólogas del Sur, al estudiar nuestros propios pueblos el principio de la “otredad” no tiene tal importante y no se aplica igual, sino que cobra mayor fuerza el principio del compromiso social, ya que compartimos como pueblos un mismo proceso histórico, donde estudiar a los y las demás es estudiarse a uno mismo y una misma: cómo estamos investigando y haciendo antropología, por que la forma de relacionarnos con nuestros informantes no es la misma, como dijimos… Al hacer trabajo de campo en Europa era vital formarse muy bien para hacer preguntas, es decir, cómo preguntar para sacarle datos al o a la informante, quien además era un/a desconocido/a y hablaba otra lengua, y por eso era importante aprender su lengua, vivir con la comunidad estudiada hasta lograr el llamado “rapport”.
El antropólogo y la antropóloga formado/a en el noratlántico debía aprender manuales de preguntas para cuando hacía etnografía, preguntas sobre la familia, el parentesco, las jefaturas, la economía, el trabajo, los ritos…, creyendo que con eso se llegaba a una respuesta y pronto se comprendió que con eso no se llegaba a una respuesta. En América Latina el antropólogo y la antropóloga no contesta esas preguntas, eso quedó para la sociología que usa todavía cuestionarios.
El “rapport” o empatía con el otro o la otra tampoco es un inconveniente, porque vivimos en nuestras comunidades y estamos haciendo etnografía urbana en las zonas de donde somos y, si hacemos trabajo de campo en zonas rurales y somos de la ciudad, nuestras generaciones de familiares son conocidas allá seguramente. La empatía, entonces, se convertiría en lo que nuestras comunidades llaman “ser gente”.
Sobre este punto, acotamos que los etnólogos y etnólogas europeos/as, especialmente los/as franceses/as, tienen la virtud de teorizar. Morin (2005), por ejemplo, habla de dos tipos de comprensión: la intelectual u objetiva, que pasa por la inteligibilidad, por la explicación (más de la lógica aristotélica), y la comprensión humana intersubjetiva, que sobrepasa la explicación lógica occidental y comporta un conocimiento sujeto-sujeto, entonces “comprender incluye necesariamente un proceso de empatía, de identificación y de proyección…” y, en este tipo de comprensión, la persona necesita apertura, simpatía, generosidad.
Cuando hacemos antropología en el Sur, nosotros y nosotras, antropólogos y antropólogas del Sur, debemos ir como científicos más allá de la comprensión intelectual, pensar que no sólo vamos a las comunidades para sustraer información, teorizar y publicar, sino asumiendo una comprensión intersubjetiva, una comprensión que conlleve una actitud distinta para tener consciencia de que los resultados de nuestras investigaciones pueden lesionar o beneficiar a los/as nuestros/as y, por lo tanto, a nosotros/as, que con nuestros estudios podemos ayudar a tomar consciencia de la alienación cultural para vencer la “vergüenza cultural”, para afianzar procesos identitarios, para superar la condición de colonizados… en pocas palabras, una antropología para subvertir el modelo socio-político-económico, una antropología para emanciparnos, una antropología como puente para decolonizar…
Nuestro propósito para investigar iría más allá de los papers, más allá de acumular puntos para ser clasificados y clasificadas, o iría más allá de jugar las reglas de los centros hegemónicos de la ciencia. Las antropologías en el Sur tienen un fin político para propiciar el cambio histórico, reconstruyendo nuestros propios modelos socioculturales, despertando la consciencia social. Cuando “descubrimos” indígenas en nuestros estados, a pocos minutos de los hogares donde vivimos, o cuando comprendemos nuestros cuerpos a partir de estudiar la historia de los y las afrodescendientes, estamos despertando “algo” dentro de nosotros y nosotras, dentro de la comunidad donde convivimos. Quizás ese proceso de auto-reconocernos, de entender para qué y para quiénes hacemos antropología en el Sur, de divulgar nuestra ciencia de acuerdo con nuestros formas de comunicación y no con la lógica cientificista y tecnológica del Norte, tal vez ese despertar nos haga ser conscientes de nuestro papel como científicos y científicas sociales para independizarnos.
Todavía no hemos teorizado, porque estamos en plan de observarnos, cómo hacemos nuestro trabajo, cómo entramos en contacto con las comunidades, cómo analizamos las realidades… estamos en plan de construir las Antropologías del Sur teóricamente y eso nos llevará a explicar bien cómo hacemos la metodología. Las Antropologías del Sur no existen como teoría, son una hipótesis que tenemos sobre nosotros mismos y nosotras mismas por nuestras observaciones, apenas estamos comenzando…
Nuestros estudios han de ser transdisciplinarios, porque necesitamos otros tipos de información que nos dan la geología, la geografía, la medicina, la psiquiatría, la botánica, la bioantropología, informaciones retroactivas para los estudiosos y estudiosas de esas disciplinas, lo que ha producido nuevos conocimientos, gracias a los enfoques y metodologías propios a la etnología o a la arqueología, de modo que han nacido nuevas disciplinas como la etnolingüística, la etnobotánica, la etnomedicina, la etnopsiquiatría, la etnoeducación, la etnociencia, entre otras, que complementan los estudios realizados por los antropólogos y las antropólogas.
La complejidad de todos estos enfoques y métodos dirigidos a un mismo objeto de estudio y análisis permite confrontar estos enfoques y sus resultados entre sí, y llegar poco a poco a una mejor y más profunda comprensión de nuestra naturaleza humana y nuestras formas socioculturales, a través del tiempo. Esta metodología, bautizada etnohistórica, la practicamos en la Maestría en Etnología y el Doctorado en Antropología de la Universidad de Los Andes (ULA) en Mérida, Venezuela, y nos permite acercarnos a la realidad tan compleja y contradictoria que es la nuestra. Una metodología compleja, que contempla la utilización y confrontación de varios métodos, no sólo el etnográfico y el etnológico, el histórico y el arqueológico, sino también todos los otros que son capaces de aportarnos algo nuevo en esta búsqueda del conocimiento hacia nosotros mismos, o de contradecirnos para obligarnos a reflexionar nuevamente.
Al trabajar bajo esta metodología del paradigma de la complejidad y reconocer que existe la escuela en construcción de Antropologías del Sur, no sólo asumimos que no seguimos el paradigma reduccionista y determinista de la simplificación (de los modelos a priori), sino que también nos identificamos con nuestras sociedades y comprendemos por qué nos sentimos sacudidos con los resultados de nuestras investigaciones y por qué también nuestros amigos, amigas, familiares, vecinos, vecinas, coterráneos y coterráneas se sacuden al comprenderse a sí mismos, al comprender la cultura en la cual se criaron.
Para ser aplicadas en las sociedades que estudiamos y formamos parte, las Antropologías del Sur deberían contribuir a la Patria con proyectos enfocados en la intervención social, diseñados con pertinencia y aplicabilidad en la sociedad estudiada, en un proceso de co-creación de las lógicas entre las comunidades y la academia para transformar la nueva forma de hacer conocimiento.
Es importante desprendernos del afán de la legitimación desde nuestra tierra de gracia, pues queremos ser aprobados/as por el centro de poder de Europa y ahora Norte América, tener modelos políticos como ellos/as, estudiar en sus universidades, publicar en sus ediciones, aunque estos modelos no se adapten a nuestras realidades. Nos hemos sido educados/as para entender que existe la diversidad en el mundo, que no hay culturas superiores o inferiores.
A nuestra tierra Abya-Yala le es imprescindible ser territorializada nuevamente, es decir, re-territorializada por nosotros y nosotras, sin atisbos de terceros y terceras, darnos el permiso de mirarnos holísticamente y observar con ojos de estudio e investigación esa “Otredad” que hemos considerado centro, dejar de sentirnos periferia y actuar en consecuencia, lo cual significa ser un escritor o una escritora propio/a, hacer una nueva universalidad, un mundo global desde el Sur, como sujeto y sujeta, un autogenerarse, construir una teoría descolonizadora, enunciando desde este espacio cargado con nuestros pensamientos que tienen una historia sin pre ni post, solo devenir cíclico en espiral.
El trabajo de los investigadores y las investigadoras del Sur es mirar con ojos propios, escribir con el lugar de enunciación situado en nuestro país de origen, analizar con epistemes que respondan a la realidad observada, construir en colectivo espacios para el debate abierto, crear formas y maneras que sirvan a nuestras sociedades para entender nuestro diverso, complejo y dinámico presente. Nos corresponde como vemos un trabajo duro, pero no imposible. El proceso para las Antropologías del Sur se inicia desde el preciso instante en que se escoge a quienes se va a investigar, pues en esta tierra los otros y las otras no son una otredad distinta y diferente, separada tal como le correspondía a los investigadores e investigadoras del Norte; la realidad en este territorio es la cercanía, esa otredad es uno/a mismo/a, pues pertenecemos a un sociedad multiétnica y pluricultural.
Se tiene el deber individual y colectivo de la producción intelectual que trascienda las formas de divulgación de la ciencia hegemónica, por ejemplo, generando escritos, documentos, folletos, artículos, libros infantiles… en fin, modos de divulgación que lleguen a la población general y a las autoridades, para que, desde la crítica en un inicio y luego con las sugerencias y aportes necesarios, avanzar hacia la construcción colectiva de la transformación en los temas que investigamos.
Cuando un investigador o una investigadora decide hacer investigación de aplicabilidad social es consciente que las teorías se validan en la práctica misma, en el devenir cotidiano. Cualquier tipo investigación es valiosa, pues cumple con el objetivo de crear conocimiento, pero las investigaciones que deciden tener entre sus objetivos superiores la transformación de la realidad abordada, generando procesos de cambio para mejorar la práctica y a su vez crear conocimiento, dicha investigación está subordinada a ese objetivo transformador, propiciando un cambio social, porque es la metamorfosis de la realidad su concepción, donde lo fundamental es la conciencia de las personas en el proceso liberador.
Es responsabilidad nuestra emprender proyectos cónsonos con la realidad del país donde vivimos, pues el proceder ha sido de investigadores e investigadoras realizando trabajos interesantes e importantes, pero que solo persiguen el ego intelectual y no dan respuestas a la comprensión profunda de lo que nos circunda. Si nos enfocamos en la realidad de nuestros países del Sur con la sensibilidad e intuición necesaria, lograremos sintonizarnos con los contextos actuales e históricos para realizar trabajos de investigación que hagan aportes sustentables en las naciones. Al trabajar en temas interesantes pero no fundamentales, en temas importantes pero no urgentes, nuestras disciplinas se vuelven desraizadas, sin entender cuál es la sintonía del país y, por ende, como científicos sociales no contribuimos en la comprensión de la realidad de forma holística, como un hecho social total, emulando a Marcel Mauss (1979).
Los investigadores y las investigadoras del Sur somos todos y todas los y las que decidimos ser co-creadores/as desde la interpretación de la realidad en la que vivimos y formamos parte, en dar respuesta estando en sintonía con el dinámico y complejo presente. Haciendo planteamientos desde nuestras investigaciones a riesgo de equivocarnos, entendiendo que el proceso de la especie humana es por ensayo y error. Permitámonos sin miedos y con ellos, el intento sostenido de metodologías que nos revelen a nosotros y nunca más que nos encubran.