Recensión

Si quisiéramos suscribir la obra de Yara Altez dentro de algunas de las sub-disciplinas de la antropología podríamos enmarcarla perfectamente en una antropología filosófica. Aunque más concretamente la autora lo definiría en su obra como una “epistemología de la antropología” o una “antropología de la antropología” lo que implicaría un esfuerzo de autorreflexión sobre la disciplina en torno a la producción de conocimiento teórico y aproximación al hombre, la sociedad y la cultura. En resumidas cuentas, una antropología mirándose-preguntándose a sí misma.
Tal ejercicio reflexivo, señala la autora, se ha mantenido ausente en la antropología venezolana. Sin embargo, aunque no se encuentran referenciados en el libro, valdría la pena no pasar desapercibido los esfuerzos de los antropólogos Mario Sanoja (Perspectiva de la antropología en Venezuela: El caso particular de la arqueología, 1990), Iraida Vargas (Introducción al estudio de las ideas antropológicas, 1995), Rodrigo Navarrete (La mirada penetrante: Reflexiones y prácticas del discurso antropológico, 1995), Emanuele Amodio (Introducción a la antropología venezolana,1995) y otros, en relación a la construcción del conocimiento antropológico en Venezuela. Si bien tales planteamientos pudiesen tener una tendencia a historiar sobre el desarrollo de la antropología con énfasis en la arqueología en Venezuela, las mis- mas no escapan de esa “antropología de la antropología” aunque todas no tengan ese sustrato filosófico-epistemológico que para la autora representa un elemento de gran importancia.
Esta obra se encuentra compuesta de 4 partes que incluyen 18 capítulos. En principio, una introducción que contextualiza al lector acerca de los planteamientos centrales de la investigación y la metodología de trabajo. La cual si nos remitimos a la bibliografía notamos ha sido producto de una revisión exhaustiva de obras clásicas de la antropología así como también de obras sobre filosofía, sobre todo de la filosofía alemana que ha colocado énfasis en la hermenéutica. Destacan entre ellas las obras de Heidegger, Habermas, Wilhelm Dilthey y otros. Las citas extraídas de estas obras han sido ordenadas y comparadas, aunque valdría decir, confrontadas, para identificar en ellas rastros hermenéuticos dentro del conocimiento antropológico lo cual conllevaría a poder hablar efectivamente de una “estructura hermenéutica del conocimiento antropológico” basado en buena medida en los postulados del filósofo alemán Hans Georg Gadamer y su pro- puesta de “estructura de la comprensión” como epicentro de su obra “Verdad y método”
La primera parte de la obra se encuentra enfocada en dilucidar un perfil de la antropología como ciencia. Desde el capítulo I al V se expone el surgimiento de la antropología y sus principales corrientes teóricas. Se hace entonces una especie de historia del pensamiento antropológico desde una “perspectiva internalista” que según la autora es una historia interna de la disciplina que no busca mucho profundizar en aspectos de tipo contextuales, en el sentido de cómo emergen estos modelos teóricos, metodológicos y explicativos en el marco de determinados escenarios políticos, sociales y económicos. Si bien es importante no prescindir de estos elementos que pudiesen hacer más entendible como estos modelos responden a necesidades del momento donde emergen, con esto la autora abre la posibilidad de que posteriores ejercicios reflexivos de tal naturaleza puedan integrar estos aspectos tan relevantes.
Se parte entonces desde los postulados evolucionistas pasando por la fundación de las primeras escuelas y corrientes del pensamiento antropológico como respuesta a estos primeros planteamientos llegando incluso más adelante a las antropologías más contemporáneas vinculadas al posmodernismo. Todo este recuento denota un proceso progresivo de institucionalización de la antropología. Sin embargo lo que interesa rescatar en el fondo para la autora es cómo la antropología ha estado presa por la cultura que le ha dado origen, la modernidad.
En esta dirección la segunda parte del libro en sus capítulos VI, VII, VIII y IX dedicado a la modernidad, la antropología y el positivismo la autora plantea una crítica al modelo empírico- analítico e inductivo como base epistemológica de los primeros antropólogos del siglo XX que han pretendido reproducir o trasladar el modelo de las ciencias naturales a las ciencias sociales y humanísticas con una fe vehemente a la rigurosidad del cientificismo positivista con su manto de objetividad cuyo fin es atribuirse así misma todos los logros materiales y de “progreso” de la humanidad a través de la razón.
Son entonces eje fundamentales de los capítulos previamente señalados el significado de la modernidad como matriz epistémica, el afianzamiento de la modernidad en las ciencias sociales a través de la filosofía positivista, el modelo empírico-analítico y la inducción en antropología. Un señalamiento importante que hace la autora en estos capítulos es que la antropología en su afán de pretenderse una disciplina cientificista “renueva el placer de lo exótico” pero sigue operando bajo la lógica metodológica de una disciplina hermenéutica.
En medio de estos planteamientos también la autora advierte sobre las contradicciones metodológicas que pudiesen generarse dentro de la antropología al permanecer al margen de las discusiones filosóficas-epistemológicas. De igual forma, convoca a repensar el cientificismo o en todo caso abandonarlo y por último se hace unas preguntas que valdrían la pena destacar: ¿Qué sentido tendría seguir efectuando trabajos de campo en la misma tónica que los inaugurara a principios del siglo XX? ¿Por qué no haber avanzado hacia metodologías hipotético-deductivas? ¿Por qué no entregarse a la filosofía hermenéutica?
Frente a las pretensiones cientificistas, el monismo metodológico del positivismo, el dualismo cartesiano de la relación sujeto-objeto de investigación y la preeminencia del modelo cien- tífico-natural, la autora, en la tercera parte del libro, del capítulo X al XIII resalta los debates filosóficos dados a mediados y finales del siglo XIX por la fenomenología, el existencialismo, el historicismo y la hermenéutica que venían a desmontar los conceptos y categorías que se promulgaban durante la Ilustración que no terminaban de atender a las demandas de libertad, progreso y del conocimiento del hombre, la sociedad y la cultura a través de la ciencia. Se da pie a todo un cuestionamiento que va abrir paso a las ciencias del espíritu, entre ellas la historia, la filosofía, el arte, la psicología y las ciencias jurídicas.
Estos capítulos prestarían entonces más atención al debate en torno al sujeto-objeto de investigación que para las ciencias del espíritu tal dicotomía quedaría disuelta. A partir de allí la autora empezaría a aterrizar con más especificidad en el tema de la hermenéutica, vista no sólo como una alternativa epistemológica de estatus metodológico sino también con estatus existencial.
Siendo así, el proceso de comprensión del hombre, la sociedad y la cultura objeto de interés para la antropología, sería un ejercicio vivencial y de auto-interpretación desde la perspectiva antes señalada. A través del concepto Gadameriano de “Estructura de comprensión” expone como podemos aproximarnos de manera dialógica a la realidad cognitiva tanto del investigador como del informante ya que ambos se encuentran circunscritos en una sociedad que les imprime una cultura y tradición donde se crea-produce todo lo humano en medio de procesos históricos que definen nuestra existencia. Por lo cual cualquier ejercicio re- flexivo e investigativo de tal naturaleza significa la reproducción de la vida misma.
Finalmente, siguiendo esta misma línea la autora en la cuarta parte del libro en los capítulos XIV, XV, XVI, XVII, VIII nos habla del lugar de enunciación del antropólogo, de la validez de la subjetividad en el proceso de construcción del conocimiento antropológico y de cómo a pesar de que una condición de la antropología más tradicional y moderna es depurarse de todo prejuicio y de todo elemento proveniente de nuestra matriz cultural, se puede encontrar en los prejuicios y en la pre-comprensión de la cultura potencialidades.
Para sostener este argumento se ahonda en las categorías de la “pre-comprensión de la cultura”, “tradición” e “historia efectual”. Se comprende entonces la sociedad y la cultura desde la historia misma que somos, hacemos, vivimos y desde donde opera la cultura para configurar nuestra existencia en donde se acumulan saberes que pueden ser denominados como pre-científicos o pre-teóricos que para la autora representan una ventaja epistemológica frente al cientificismo de los científicos naturales permitiendo al científico de lo social actuar tal como es en sociedad.
Aclara que al poner en boga los prejuicios en medio del proceso de comprensión deben identificarse elementos nocivos en los mismos señalándolos como “pre-comprensión sospechosa”. De esta forma la autora expresa como el investigador al asumir esta perspectiva se convierte entonces en sujeto-objeto de su propia ciencia. Al establecer entonces una relación con su informante en donde comprende la cultura ajena desde su propia tradición se genera un circulo hermenéutico a través del cual nos aproximamos a la forma en que conocemos.
Destacamos y sugerimos la lectura de los planteamientos de Yara Altez, en principio para quienes se adentran al mundo de la antropología pero también para quienes van tejiendo conocimiento antropológico en la actualidad con miras a renovar los enfoques y aceptar este desafío que coloca la autora en su obra de no mantener al margen a la antropología de las discusiones de la filosofía de la ciencia, desafío que pasa por establecer rupturas con la estructura lógica de la ciencia más tradicional. Es allí donde se concentra la relevancia de la obra y pudiésemos destacar su carácter innovador al ser esta una temática en la que abonar e ir abriendo caminos a futuro.
REFERENCIA BIBLIOGRÁFICA
ALTÉZ, Yara. 2013. La estructura hermenéutica del conocimiento antropológico. Colección Monografías N°110, Consejo de Desarrollo Científico y Humanístico, Universidad Central de Venezuela, Caracas. 300 p.