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DEL NACIONALISMO AL CAMBIO PARADIGMÁTICO EN LA POLÍTICA ACTUAL. UNA REVISIÓN HISTÓRICA DE LA ARQUEOLOGÍA

FROM NATIONALISM TO PARADIGMATIC CHANGE IN CURRENT POLITICS: A HISTORICAL REVIEW OF ARCHAEOLOGY

Mijaely Antonieta Castañón Suárez 3.4.
Instituto Nacional de Antropología e Historia, México

DEL NACIONALISMO AL CAMBIO PARADIGMÁTICO EN LA POLÍTICA ACTUAL. UNA REVISIÓN HISTÓRICA DE LA ARQUEOLOGÍA

Boletín Antropológico, vol. 37, núm. 97, pp. 169-198, 2019

Universidad de los Andes

Recepción: 19 Mayo 2018

Aprobación: 26 Junio 2018

Resumen: La consolidación de la arqueología moderna como ciencia, está estrechamente vinculada al surgimiento y auge del nacionalismo. La arqueología funcionó como una herramienta que apoyó el discurso político de los Estados-Nación y la identidad nacional a finales del siglo XVIII; se consolidó en el siglo XIX y continuó con fuerza hasta la primera mitad del siglo XX como política pública. Durante estos tres siglos el nacionalismo presentó particularidades en cada región del mundo según el contexto social y político de cada época. A partir de la década de los ochenta del siglo XX, con las políticas neoliberales y el debilitamiento de los Estados, el nacionalismo entró en crisis, y junto a ello la arqueología oficial, reflejado en recortes presupuestales y menor apoyo por parte del estado. Este trabajo presenta un panorama histórico de este proceso así y reflexiones sobre el rol de la arqueología actualmente.

Palabras clave: Arqueología, nacionalismo, siglo XIX, siglo XX.

Abstract: The consolidation of modern archeology as science is closely related to the rise and rise of nationalism. Archeology functioned as a tool that supported the political discourse of Nation-States and national identity at the end of the 18th century; It was consolidated in the 19th century and continued with force until the first half of the 20th century as public policy. During these three centuries, nationalism presented particularities in each region of the world according to the social and political context of each epoch. From the eighties of the twentieth century, neoliberal policies and the weakening of States, nationalism in crisis, and along with it the official archeology, the reflections in budget cuts and less support from the state. This work presents a historical overview of this process, as well as reflections on the role of archeology today.

Keywords: archaeology, nationalism, 19th century, 20th century.

1.INTRODUCCIÓN

La arqueología al igual que la gran mayoría de las ciencias sociales, no está desvinculada de una carga política o ideológica (Díaz Andreu, 2007: 4). La historia de la arqueología es la historia de las interpretaciones que se han dado sobre los objetos arqueológicos por lo cual los cambios en las dirección de las discusiones y los intereses particulares que se han manifestado en la antigüedad han estado determinados por las ideologías y doctrinas filosóficas dominantes en cada época (Bernal, 1992: 7-20).

Si bien es cierto que desde la antigüedad el ser humano ha mostrado un interés innato por los objetos antiguos, por conocer su origen y el de sus ancestros, la arqueología como “disciplina científica” nació en la coyuntura de la formación de los Estados-Nacionales, fue empleada como una herramienta científica que daba sustento ideológico a la política nacionalista desde la segunda mitad del siglo XVIII hasta la primera mitad del siglo XX; durante estos tres siglos el nacionalismo presentó particularidades en cada región del mundo según el contexto social y político de cada época.

En este trabajo se realizará una revisión histórica del desarrollo de la arqueología y su estrecha relación con la política nacionalista desde la perspectiva de la “nueva historia de la arqueología”, la cual adopta como postura el externalismo “filosofía que estipula que el conocimiento científico está determinado por el contexto político, social y económico en que se genera” (Moro, 2012: 178). Como punto de partida, se retomarán las propuestas de Erik Hobsbawm (1998), Ernest Gellner (2001) y Benedict Anderson (1993), y en cuanto a la concepción y transformación histórica del Nacionalismo y su imaginario, sobre el cual se realizara el análisis del desarrollo de la arqueología en general, aunque se dará más énfasis en el caso concreto de México.

2.MARCO CONCEPTUAL

Antes de avanzar hay que aclarar las diferencias entre nación, estado nación y nacionalismo. Gellner señala que el nacionalismo estaba superditado a dos términos que en un inicio no estaban bien definidos: Estado y Nación (Gellner, 2001: 15). El Estado-Nación es la convergencia de estos dos conceptos, con estado se refiriere a un gobierno centralizado con un órgano legislativo que lo rige y un agente que mantiene el orden social (cuerpo judicial; íbidem).

El concepto nación es más difícil de definir, la mejor definición clásica que se tiene de nación es la de Stalin:

Nación es una comunidad humana estable, históricamente formada y surgida sobre la base de la comunidad de idioma, de territorio, de vida económica y de psicología, manifestada ésta en la comunidad de cultura (Stalin 1913: 6).

Para Anderson la nación es “una comunidad política imaginada como inherentemente limitada y soberana” (Anderson, 1993: 25), en el sentido de que en la mente de sus miembros esta la idea de unidad.

Ahora bien, el nacionalismo es una doctrina política organizada y un movimiento que apunta a la autodeterminación política de una nación (Díaz-Andreu, 2007: 5). Hobsbawm y Gellner sugieren que primero surge el nacionalismo y después las naciones. Con nacionalismo se refieren al proceso de construcción de la idea de nación, un imaginario social que se construye con el objetivo de establecer vínculos entre individuos a partir de la invención de una nueva identidad (la identidad nacional) casi utópica, la cual se elaboraron a partir de un listado de características que se supone deberían compartir todos sus integrantes, como una historia común, tradiciones y elementos culturales comunes entre los individuos que conforman la misma comunidad (imaginada), que de no estar presentes a simple vista se buscan o se inventan; esta identidad intenta o puede llegar a sustituir identidades culturales “reales” con la finalidad de generar unidad y cohesión social dentro de territorios definidos artificialmente y evitar la segregación de sus habitantes y división territorial (Gellner, 2001; Hobsbawn 1993).

Hobsbawn, divide el desarrollo del nacionalismo en seis etapas centrándose en Europa:

  1. 1. De las revoluciones al liberalismo (de 1789 a 1880).
  2. 2. El periodo de transformación (de 1880 a 1918).
  3. 3. El Apogeo del Nacionalismo (de 1918 a 1950).
  4. 4. Período de la descolonización (de 1950 a 1989),es de influencia marxista y surgen los movimientos supranacionalistas.
  5. 5. La crisis del Nacionalismo (empieza en 1988 y continúa hasta la actualidad).

A partir de esta división se hará un análisis el desarrollo de la arqueología y empleo en el discurso político de cada época.

3. ARQUEOLOGÍA Y POLÍTICA

3.1. Las revoluciones liberales (1789-1830)

El nacionalismo es un fenómeno político y cultural que se dio a nivel mundial; su origen está vinculado al nacimiento de los Estados-Nacionales, que sustituyeron a los grandes imperios monárquicos. Para Hobsbawn la primera etapa en la historia de las naciones y el nacionalismo abarca los años de 1789 a 1880 (“de las revoluciones al liberalismo”), este periodo los subdivide en dos: el de 1789 a 1830 y el de 1830 a 1880 (Hobsbawn, 1998). El nacionalismo surgió en Europa en la segunda mitad del siglo XVIII y se extendió rápidamente hacia las regiones a donde ejercía influencia (América). Tiene sus orígenes en los primeros movimientos antimonárquicos concretados con la Revolución francesa, recibieron una fuerte influencia de la Ilustración (Díaz-Andreu, 2007), que colocaba a la razón y al individuo como ejes sobre los cuales se podía construir una mejor forma social y lograr su libertad (Guerra, 1992:23), al mismo tiempo, en mayor medida, tuvo influencia del Romanticismo, corriente antagónica: mientras que de la Ilustración “…inscribe la nación dentro de una perspectiva artificialista según la cual se funda un vínculo contractual. La segunda (el Romanticismo), en cambio, concibe a las naciones como entidades objetivas, independientes de la voluntad de sus miembros” (Palti, 2006:29) Sin embargo, es hasta el mandato de Napoleón I cuando el nacionalismo toma fuerza y más forma debido al descontento causado por las imposiciones del Primer Imperio francés sobre los pueblos invadidos (Hobsbawm, 1998; Well, 1961), con lo que se refuerza el pensamiento romántico. En América, la formación de los nuevos estados nacionales y el nacionalismo se constituyeron de manera paralela a Europa, según algunos autores incluso poco antes (Anderson, 1993: 81) pero con un matiz diferente (en muchas ocasiones en oposición), con particularidades causadas por las diferencias sociales, políticas e históricas de cada región (Anderson, 1993; Branding, 2003, 2004; Bernal 1992).

A partir de este momento se empiezan a vislumbrar las dos connotaciones que se dieron en la retórica nacionalista y que se consolidan mejor después de 1830 y que influyeron directamente en la interpretación del pasado. Por un lado está la visión que mantenía vigentes algunos de los principios de la Ilustración, que veía en el pasado:

Además, de manera similar al período anterior, se enfatizaron las ideas de progreso. El pasado tuvo que ser investigado y las lecciones aprendidas de él. Durante esta era, la creencia del papel esencial de la Razón como la base sobre la cual los individuos podían construir la mejor forma de sociedad, y así lograr la libertad, estaba íntimamente conectada con la nación. De este modo, en los primeros años del nacionalismo, surgió una retórica que reforzó el prestigio asignado a los clásicos en los siglos precedentes. La novedad fue, que su alusión fue en términos de una palabra clave acuñada recientemente: la civilización. Las naciones tenían que demostrar que estaban civilizadas para ser consideradas como tales, y una de las formas de demostrar esto era emulando las hazañas de grandes civilizaciones pasadas. Roma, Grecia y Egipto no solo fueron considerados como modelos, sino como la génesis de la cultura europea ̶─ liderada por Francia ̶─ caracterizada por la arquitectura monumental que dejaron atrás. (Díaz-Andreu, 2007: 77).1

[...] En nombre de la razón, el nacionalismo temprano también buscó racionalizar la maquinaria del estado. El crecimiento de la importancia de las grandes civilizaciones antiguas en el marco del estado moderno condujo a la institucionalización de la arqueología. Las colecciones privadas fueron compradas por el estado con un propósito didáctico (op. cit.: 78).2

La Ilustración llegó a España en el reinado de Carlos III (1759-1788), quien influido por esta corriente, vio en el estudio del pasado una forma de legitimar el origen de su poder (Bernal, 1992: 68). Durante su corto reinado en Nápoles dirigió excavaciones en Pompeya y al ser nombrado rey de España y todas sus provincias, ordenó las primeras exploraciones en Palenque en 1785 y 1786 a cargo de Antonio de Bernasconi y Antonio de Río (Bernal 1972, 1992, Díaz 2009, Romero 2010); y también durante su gobierno, en 1774, el virrey Antonio de María de Bucareli y Ursúa, fundó la Colección de la Real y Pontificia Universidad de México con la colección de documentos y piezas prehispánicas de Boturini y otros documentos (Bernal, 1972, 1992; Béjar, 1991).

En México los rasgos incipientes del nacionalismo se dan muy ligados a los estudios arqueológicos y etnohistóricos; comienzan poco antes del inicio del movimiento de Independencia pero no eran de carácter independentista, más bien fueron una reacción a las opiniones que los ilustrados europeos, principalmente los franceses, tenían sobre los pueblos americanos precolombinos, a los que tachaban de ignorantes y salvajes (Bernal, 1992: 62-89). Los ilustrados mexicanos realizaron las primeras exploraciones científicas y los primeros estudios más formales sobre las antigüedades mesoamericanas; en el centro de México se enfocaron al análisis documental (Bernal, 1992). Contemporáneos a ellos, entre 1803 y 1804 el barón Alexander von Humboldt, recorrió Nueva España y al final del viaje lleva una gran colección de objetos a Berlín, en Europa divulga su admiración y reconoce la grandeza de los pueblos precolombinos. Durante el gobierno de Carlos IV (1788-1808), el mismo monarca envió a Dupaix en busca de vestigios arqueológicos, quien realizó recorridos por todos los sitios hasta entonces identificados entre 1805 y 1808, junto con Castañeda, quien hace todas las ilustraciones de los sitios (Bernal 1992). El interés que tuvieron Carlos III (1759-1788) y Carlos IV (1788-1808), por fomentar las exploraciones arqueológicas, más allá del gusto personal, era demostrar que las culturas antiguas eran dignas de ser admiradas y reconocidas por su gran cultura, así como recordar las viejas glorias indígenas, ya que el pasado glorioso daba sustento ideológico, aunque nunca imagino que este discurso seria retomado por los criollos para reclamar la independencia años más tarde (Bernal, 1992; Branding, 2004; Matos, 1979; Díaz-Andreu, 2007).

3.2. Del romanticismo al imperialismo temprano (1825-1880)

Un nuevo periodo en la historia del nacionalismo deviene con la consolidación de las independencias de América Latina y Grecia, así como la consolidación de las naciones europeas modernas, lo cual estuvo muy influido por el romanticismo. Durante el periodo que abarcó de 1825 a 1880, Europa vivió una reestructuración política y geográfica, se conformaron o reconfiguran nuevas naciones; Alemania, Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos se perfilaron como nuevas potencias imperialistas (Well, 1961; Pirenne, 1972). Inició la Era Victoriana (1837-1900), el gobierno de Napoleón III (1848-1870) y en este periodo Estados Unidos amplia en gran medida su territorio (Núñez y Zermeño, 1998:269). Casi toda América Latina llevaba pocos años de haber logrado su independencia (a excepción de Cuba y la República Dominicana) y nuevamente estaba en la mira de las nuevas potencias europeas: Francia, Gran Bretaña y España (que pretendía recuperar sus antiguos territorios). Hubo varias invasiones europeas. México enfrentó la primera y la segunda intervenciones francesas, así como la intervención y la guerra con Estados Unidos, durante la cual perdió gran parte de su territorio (Pirenne, 1972). Estados Unidos ya se vislumbraba como un nuevo país imperialista y pretendía posicionarse como líder económico y proector de América Latina, contra a la “amenaza Europea” bajo la Doctrina Monroe (Díaz Andreu, 2007; Velasco, 1998:387-388).

A partir de 1830 hubo varios teóricos que plantearon los criterios para que las naciones en formación o consolidación fueran consideradas como tales. Dichos teóricos se dividieron en dos corrientes, los que defendían como principio la soberanía nacional, cuya base nacional estaba constituida por la raza, la lengua y las costumbres comunes (en la que destaca Gruseppe Mazzini): y los que tenían como principio la autonomía interna, la tendencia a la expansión territorial y el dominio sobre otros pueblos (en la que destaca John Stuarth Mill) (Hobsbawm, 1998). Mazzini escribió su postura desde la perspectiva de un pueblo que estuvo bajo el dominio de Napoleón I, mientras que Mill, un inglés del siglo XIX, escribió desde la postura del utilitarista. De manera simplista podríamos decir que uno fue el nacionalismo de los oprimidos que querían emanciparse y el otro el nacionalismo de los opresores. Ambas posturas fueron retomadas o readaptadas a lo largo del siglo XIX e inicios del XX.

De 1789 a 1830, el pueblo fue el principio básico que defendían los movimientos nacionalistas, luego se añadieron las ideas de soberanía y de un territorio delimitado por fronteras. Hacia el periodo de 1830 a 1880 se incorporaron los criterios de una lengua única o nacional (siguiendo la postura de Mazzini). En los países de imperialismo incipiente se retomaron los postulados de John Stuart Mill, quien agregó a la lista de características necesarias para una nación el potencial de expansión territorial, una economía estable y el reconocimiento por parte de otras naciones (poderosas). Esto influyó para que las naciones latinoamericanas recién independizadas de España buscaran el reconocimiento de otros países europeos, con el afán de que no fueran absorbidas por otras naciones.

De esta manera los criterios empleados para definir una nación en el siglo XIX fueron: (1) poseer un territorio extenso y rico en recursos, que además, (2) tuviera una población numerosa, (3) una economía estable, (4) que tuviera asociación histórica con un pueblo y espacio, con la existencia de una antigua élite cultural y un pasado glorioso. Esto último generó un mayor énfasis en el estudio de las antigüedades nacionales con financiamiento del gobierno y llevaron a la conformación de la arqueología como “ciencia” durante la segunda mitad del siglo XIX. Asimismo, sirvió como base para el siguiente punto, (5) una unificación nacional, por lo que se necesitaba la creación de una identidad nacional, que como dice Gellener (2001) fue el resultado de una identidad impuesta sobre identidades reales, que planteaba la unificación de la lengua, la historia y la consolidación de un mismo pueblo a partir del criterio étnico (raza). Finalmente el criterio (6), que tuviera capacidad de conquista; esta idea dio pie al Neocolonialismo en África y Asia por parte de Europa y la Doctrina Monroe desde Estados Unidos en América Latina (Anderson1993; Gellner, 2001; Hobsbawm, 1998).

La independencia de los territorios americanos se había logrado en gran medida por la desestabilización política que sufrió España y Portugal, sobre todo, a partir de las invasiones Napoleónicas cambió el panorama político y trajo importantes ventajas para Gran Bretaña y Francia, que se establecieron como las potencias imperiales más poderosas con territorios de ultramar durante medio siglo (Díaz-Andreu, 2007; Guerra, 1992: 149-169). En América Latina, especialmente en México, Guatemala y Perú, el nacionalismo tuvo un desarrollo particular: el “Nacionalismo Criollo”, que se había empezado a manifestar poco antes de los movimientos de independencia, se consolidó con ella y le dio sustento ideológico a las nuevas naciones (Branding, 2003, 2004; Bernald 1992). Se caracterizó por la reapropiación e idealización del pasado precolombino, el que se concibió como la época dorada que la invasión española vino a destruir para imponer un periodo de opresión contra los antiguos americanos (aunque no por ello se le daba reconocimiento la población indígena de ese tiempo) (ibidem). Se reivindicó y mitificó a los antiguos héroes: Manco Capac en Perú, Moctezuma y Cuahutemoc en México; incluyeron en sus discursos nacionalistas alusiones a su pasado glorioso, con el que podían justificar su derecho de exigir independencia política (Anderson, 1993; Bernal, 1992; Branding, 2003; Díaz-Andreu, 2007; Matos, 1979).

En México, los estudios del pasado prehispánico continuaron en los años posteriores a la Independencia y estuvieron divididos en dos ejes; por un lado estuvieron los realizados por eruditos mexicanos y por el otro los estudios de los viajeros extranjeros (Bernal, 1992). Muchos de los últimos estuvieron financiados por el gobierno francés y algunos cuantos con financiamiento de instituciones norteamericanas, lo que refleja el interés de las potencias imperialistas por conocer el pasado de sus colonias o áreas que pretendían colonizar, bajo el discurso de la superioridad e inferioridad de las culturas (Díaz-Andreu, 2007).

Los estudiosos mexicanos que se preocuparon por el pasado prehispánico durante este periodo estuvieron más enfocados en la recopilación de textos históricos antiguos; la mayoría de ellos eran políticos de la época: Carlos Ma. Bustamante, José Fernando Ramírez, con excepción de Joaquín García Izcabalceta. Estos eruditos continuaron con la tradición de los ilustrados mexicanos que buscan engrandecer a México a partir de rescatar el pasado glorioso prehispánico (Bernal, 1992: 90-118).

Fueron varios los estudiosos y viajeros europeos que visitaron México años antes de la intervención francesa, entre ellos destacan Frederic Henri de Saussure, Charles Etiene Brasseur y Desiréde Charnay entre otros, quienes realizaron estudios geográficos, lingüísticos, arquitectónicos y arqueológicos. Ya durante la intervención francesa en México, Napoleón III creó la Comission Scientifique du Mexique, siguiendo los pasos de Napoleón I en Egipto. En este periodo, la investigación arqueológica recibió gran apoyo y financiamiento del gobierno francés. En México y Guatemala sobresalen los estudios antiguos de Charles Etienne y Brasseur de Bourbourg (Schávelson, s/f).

Daniel Schávelson se refirió al Imperio de Maximiliano de Austria como un periodo “que permite estudiar la historia de la arqueología durante una etapa políticamente bélica e imposición de nuevos modelos culturales, a través de una línea en la cual los resultados podrían ser considerados no solo positivos, sino de gran importancia para el crecimiento de la ciencia en México” (Op. cit.: 321).

Durante el Imperio, Maximiliano de Habsburgo, interesado en las antigüedades, al ver que el museo de la Universidad había cerrado sus puertas al público en 1861, decidió crear uno nuevo; ordenó restaurar y acondicionar la Antigua casa Moneda y en 1865 trasladó allá la colección del Museo. En 1866 se inauguró como el Museo Público de Historia Natural, Arqueología e Historia, bajo la dirección de Domingo Billimeck (Bernal, 1990; Bejar, 1991; García-Bárcena, et al., 1999; Solís, 2004). A partir de esta época el término antigüedades fue sustituido por el de arqueología (Rico, 2011); bajo el interés de mejorar las condiciones de las comunidades indígenas y los estudios de antropología mexicana se establecieron la arqueología como ciencia en México (Bernal, 1990; 1992) y se da el inicio de un fuerte desarrollo de esta disciplina en México (Schávelzon, 1994). Solís, describe el periodo de 1866 a 1884 como “la primera etapa de esplendor del Museo” (Solís, 2014), ya que fue una etapa muy prospera para el Museo y en general para la arqueología mexicana, las investigaciones y el trabajo museográfico estuvieron encabezados por aficionados, muchos de ellos abogados, historiadores y uno que otro de otra profesión; también hubo un reordenamiento de las colecciones.

De acuerdo con el contexto histórico del nacionalismo que hemos venido haciendo y sus características para este periodo, es lógico entender por qué la obra de Desiré de Charnay fue utilizada “para dar una justificación racial a la superioridad europea y, obviamente a la dominación imperialista” (Schávelson, 1994:324). Violet-le-Duc fue otro viajero y arquitecto célebre que aprovechó la información recabada durante sus viajes para establecer un modelo histórico racial de la evolución de la arquitectura (íbidem). Sin embargo, hay que destacar que a pesar de los intereses imperialistas para los que fueron empleados estos estudios, en cuanto al desarrollo de la arqueología en México fue un periodo muy fructífero; surgió el movimiento denominado “americanismo”, que fue un parteaguas en cuanto el desarrollo de esta ciencia (Op.Cit. 334).

3.3. La era del imperialismo (1880-1918)

La segunda fase de la historia del nacionalismo abarca de 1880 a 1918; Hobsbawn la denomina como un “periodo de transformación”, producto del expansionismo europeo. Corresponde a la era del Imperialismo. En este periodo las ideas que fomentaban la expansión territorial se concretaron; las naciones que en el periodo anterior se perfilaban como potencias imperialistas: Gran Bretaña, Francia, Prusia o Alemania y por detrás de ellos Estados Unidos y Japón, se consolidaron como imperios trasatlánticos; establecieron colonias en África, Asia, y Oceanía (imperio formal) (Díaz-Andrew, 2007; Hobsbawn, 1998). Estas cinco naciones también tuvieron fuerte influencia ideológica y económica sobre América Latina, el sur y el este de Europa, territorios que no llegan a colonizar; sin embargo, por la influencia que ejercieron Díaz-Andreu le llama el “imperialismo informal” (Díaz-Andrew, 2007).

Este periodo estuvo dominado por el Positivismo, corriente filosófica que tenía como base el conocimiento científico, la búsqueda de leyes generales y universales (Alcina, 1989: 19-23). En cuanto al estudio de las sociedades y de la antigüedad, tenía una fuerte influencia el evolucionismo social o darwinismo social, cuyo defensor, Herbert Spencer, había retomado las ideas del evolucionismo social que ya existían antes de la publicación de la obra de Darwin, las cuales justificaban la existencia de razas inferiores y superiores y las adaptó a la sociedad la teoría de Darwin sobre la selección natural, para darle un respaldo científico a esta idea (Alcina, 1989; Jonhson, 2000:169-181).

A finales del siglo XIX y a inicios del XX, el nuevo orden político mundial impulsó a los eruditos a recurrir a los estudios del pasado para buscar indicios que dieran una justificación ideológica del nuevo orden, así las nuevas potencias legitimarían su poder político, económico y su intervención en otras regiones del mundo al hacerse pasar como las herederas directas de los antiguos imperios (Grecia y Roma) (Díaz Andreu, 2007). Adoptaron el positivismo como bandera que tenía ciertos tintes evolucionistas, se consideraba que la sociedad había pasado de los simples a lo complejo y que la cúspide de la evolución social era la Modernidad, guiada por la ciencia y encabezada por la raza caucásica (ibídem). Se argumentó que el progreso de la sociedad no era el mismo en todos los sitios del mundo, que los países imperialistas lo llevarían a todas las regiones del mundo a través de las “misiones civilizadoras” (íbidem).

Bajo este contexto, se dio a la arqueología el mismo papel que tenía en el periodo anterior, como una herramienta que legitimaba el poderío de las nuevas naciones imperialistas y justificaba su presencia en otras latitudes. El discurso de la investigación arqueológica fue empleado con fines políticos de dos maneras. Una, en aquellos países en donde había evidencias de un pasado glorioso (lo cual implicaba la presencia de restos arqueológicos monumentales), las potencias se asumían como misioneros para llevar la modernidad y con ello recuperar la gloria antigua de esas naciones. Dos, si no existía un pasado glorioso, entonces, esas mismas potencias se sentían obligadas a rescatar de la barbarie a esos pueblos y conducirlos hacia la modernidad; esto fue lo que ocurrió en Argentina, Paraguay, Chile y Brasil entre otros (ibídem). Hay que subrayar que en todos los casos, los indígenas modernos fueron considerados como seres que representaban un nivel evolutivo inferior y que debían ser eliminados, algunos mediante masacres y otros a través de la aculturación. En el caso de México, durante el Porfiriato se gestó el indigenismo como política de aculturación de los indígenas, la cual perduró hasta los años cincuenta del siglo XX (Korsbaek y Samano-Rentería, 2007:200; Stavenhagen, s/f).3

Los países que constituían el imperialismo informal (América Latina, el sur y este de Europa), tomaron a los países imperialistas como modelos a seguir en lo económico, lo político, lo cultural y lo intelectual. La investigación arqueológica de los países centrales tuvo mayor crédito y más recursos; asimismo, se institucionalizó mediante la creación de escuelas, instituciones de investigación y la conformación de museos. En algunos casos los países imperialistas fundaron escuelas o centros de investigación para la formación académica en sus colonias o áreas de influencia (Díaz Andreu, 2007).

A partir de la década de 1880, se despertó un fuerte interés por las antigüedades prehispánicas y llegan a México muchos exploradores y aventureros en busca de piezas arqueológicas, por lo cual frente a la inminente pérdida de los bienes arqueológicos se vio en la necesidad de proteger el patrimonio arqueológico; en 1885 se estableció la inspección de Monumentos Arqueológicos (Rico, 2011). Se consolidó la arqueología de campo. A partir de la década de 1880, el Museo se fortalece, inicia la investigación análisis más formal de los objetos arqueológicos, se comienzan a publicar los Anales del Museo Nacional, a donde se daban a conocer los últimos hallazgos e investigaciones.

En México el movimiento revolucionario no frenó el desarrollo de la arqueología. De 1911 a 1920 se abrió la Escuela Internacional de Arqueología y Etnografía, que no era un centro de formación académica pero sí uno de investigación arqueológica y etnológica, en el que participaron representantes de las universidades de Francia, Alemania y Estados Unidos, en colaboración con el gobierno de México. Esta institución introdujo una metodología sistemática para los estudios arqueológicos; se incorporaron las clasificaciones y el método estratigráfico, característico de la corriente del particularismo histórico. Hasta antes de la consolidación de la Escuela Internacional, el evolucionismo no había permeado tanto entre los intelectuales mexicanos; sin embargo, a partir de ese momento fue aceptado mediante los estudios de cambio cultural. Se introdujo el sistema de edades en la cronología así como la clasificación tipológica de los artefactos como punto de partida para las interpretaciones sobre los procesos de desarrollo social. También destacaron las interpretaciones difusionistas (Bernal, 1992).

3.4. El período entre guerras y la segunda guerra mundial

El tercer periodo según Hobsbawm fue el que abarcó los años 1918 a 1950, que enmarca como el “Apogeo del Nacionalismo”. El fin de la Primera Guerra Mundial aceleró el capitalismo administrado por el Estado, se promovió la “economía nacional” y se redujo el comercio internacional. Surgió el protonacionalismo popular, que es el proceso en el que se construye un imaginario colectivo (comunidades imaginarias) que busca generar unidad social a partir de unificación de los elementos culturales o de su invención. La lengua y la etnicidad, fueron elementos centrales. La consecuencia de querer unificar sociedades multiétnicas fue el racismo que en los casos extremos causó la expulsión de minorías y el etnocidio (físico o cultural) (Hobsbawm, 1998; 1999; Bogdan, 1995).

En México se dio un proceso muy semejante. El indigenismo, que inició desde el Porfiriato como política cultural, perduró hasta finales de los años setenta. Ésta fue la política que buscó conformar la unidad cultural nacional a partir de la “mestización” del indio mediante la educación pública, pues se le consideraba “como un lastre para el país y un obstáculo para la modernización y progreso” (Stavenhagen, s/f).

A principios del siglo XX en México la arqueología se consolidó como ciencia; la llamada “arqueología mexicana”, tuvo desde su fundación una fuerte carga nacionalista, que con el pasar de los años se fue consolidando aún más (Matos, 1979). La base de la investigación continuó en el Particularismo Histórico, que se articulaba bien a los intereses nacionalistas, enfatizaba a las construcciones monumentales y los grandes hallazgos; estaba enfocado en la elaboración de secuencias culturales, y tenía algunas influencias evolucionistas (Gómez, 2007).

Durante este periodo los estudios arqueológicos recibieron fuerte influencia del pensamiento evolucionista de Morgan, quien inició sus estudios etnográficos entre los Iroqueses en la década de 1840, trabajo que publicó hasta 1877. En 1857 publicó que la grandeza del imperio azteca era un mito inventado por los españoles y que Prescott lo había puesto de moda. Con base en sus estudios entre los iroqueses, aseguró que a la llegada de los españoles los aztecas debieron haber permanecido en estadios culturales inferiores, y desacreditó los estudios en torno a la grandeza de esa sociedad. La influencia de sus ideas llegó a México en la década de 1880, cuando generó fuertes discusiones en torno a la superioridad o inferioridad de los indígenas americanos, lo que adquirió un matiz político. Éste se desarrolló entre los liberales o indigenistas, quienes defendían la grandeza de los pueblos prehispánicos, y los conservadores o hispanistas, quienes defendieron el papel de la conquista como una medida que había ayudado a impulsar el progreso en estos pueblos (Bernal, 1992).

Esta discusión no duró mucho debido a la influencia del positivismo, a pesar de que en su discurso había matices fuertemente evolucionistas, y se concentró en la “cientificidad” del dato arqueológico. En este periodo surgió la arqueología como disciplina científica en el marco del positivismo y se establecieron las bases del método científico: el registro minucioso, la elaboración de dibujos y planos, el método comparativo y la clasificación de artefactos. Cabe decir que estas técnicas se siguen empleando hoy en día. En cuanto a la investigación se formaron centros de estudio y sociedades científicas.

A partir de la formación y cierre de la Escuela Internacional de Arqueología y Etnografía, se manifestó la necesidad de formar arqueólogos que ayudaran a estudiar el pasado prehispánico. Se inició en algunas universidades y centros de estudio mediante algunas cátedras, pero fue hasta 1939 cuando se fundó la Escuela Nacional de Antropología. Hay que señalar sin embargo que desde la actuación de Leopoldo Bartres a finales del siglo XIX4 y hasta nuestros días, el gobierno mexicano ha financiado las exploraciones arqueológicas y ello ha llevado a establecer y fortalecer la protección de las evidencias arqueológicos mediante la elaboración de leyes.

3.5. La arqueología en la Posguerra

El cuarto periodo del nacionalismo empezó poco después del fin de la segunda Guerra Mundial en 1950 y terminó en 1989. Con el fin de la guerra, quedó demostrada la intolerancia por parte del nacionalismo hacia las minorías y empezaron los primeros cuestionamientos hacia este. El año de 1968 fue un parteaguas, un quiebre ideológico, estuvo marcado por los movimientos estudiantiles a nivel internacional que trajeron consigo fuertes transformaciones a nivel ideológico y cultural, a pesar de no haber culminado con la transformación política esperada (Hobsbawm, 1998, 1999: 300-304). Los intelectuales de esa época y los que surgieron a partir de los movimientos de 1968, cuestionaron el orden establecido. Este periodo tuvo una fuerte influencia marxista, aunque también se sembraron las semillas de otras corrientes (posmodernismo) y movimientos (feminismo, liberación sexual, ecologismo, pacifismo, teología de la liberación, etc.) que se desarrollarían mejor en los años posteriores.

Durante los años 70’s y 80’s, el nacionalismo sufrió una gran trasformación, esta vez fue empleado como ideología para lograr la emancipación del denominado Tercer Mundo. La descolonización de África y Asia trajo el cuestionamiento al sistema imperialista y produjo planteamientos teóricos importantes que le dieron un nuevo sentido al nacionalismo; de la Revolución Rusa se tomó la idea del derecho a la autodeterminación lo que influyó en los movimientos supranacionalistas, que buscaban la liberación de los pueblos que se habían convertido en naciones a partir de la unidad impuesta por la conquista y la administración colonial. Estas eran unidades pluriculturales y pluriétnicas cuyo único marco de referencia era la opresión colonial y las fronteras impuestas (Hobsbawm, 1998: 146-172).

Durante la posguerra surgió la corriente de la Nueva Arqueología. Esta corriente proveyó a la disciplina de una gran cantidad de herramientas técnicas utilizadas en otras ciencias y que fueron producto de los avances tecnológicos producidos durante la Primera y Segunda Guerra Mundial; lo que resultó un apoyo muy importante para mejorar la investigación (Bernal, 1992:10). En la Nueva Arqueología se cuestionó la investigación que seguía al particularismo histórico; se cuestionó el énfasis al monumentalismo y su impacto en la política nacionalista; se enfocó en estudiar procesos y analizar el contexto; sin embargo, cayó en el academicismo y en la burocratización académica, y se desvinculó de la sociedad (Gómez, 2007), un problema que continúa hoy día.

3.6. La crisis del nacionalismo: la posmodernidad

El último periodo corresponde a la “Crisis del Nacionalismo”, empezó con el fin de la guerra sucia y con la caída del Muro de Berlín en 1989 y continúa hasta la actualidad. Está vinculado con la hegemonía de la política económica internacional (neoliberalismo) que ha restringido el poder de los Estados-Nacionales y a nivel cultural, tecnológico, ideológico y también demarcado nos enfrentamos a la globalización (Hobsbawm, 1998: 175-202). Sin embargo, como hemos visto en los últimos años, el desarrollo acelerado de las tecnologías de la comunicación y la resistencia a la imposición de una cultura globalizada, ha producido cambios importantes como la reivindicación de la multiculturalidad como oposición a la cultura globalizada (“the american way of life”).

Después de la década de los ochenta del siglo XX, con el ascenso de la política económica neoliberal, la estructura de los estados nacionales se debilitó al perder el poder político y económico. Estamos viviendo el momento del quiebre paradigmático del nacionalismo, por un lado porque ya no es favorable para la política económica actual, y por otro, a nivel ideológico, salen a la luz las contradicciones existentes entre el imaginario que se había creado en torno a la identidad nacional y a las identidades étnicas y culturales “no oficiales”. Como se ha mostrado en diferentes episodios de la historia moderna, el nacionalismo ha traído muchas consecuencias, como la pérdida de lenguas e identidades locales. Como señalan Anderson y Hosbwand, por imponer identidades artificiales se han destruido las verdaderas identidades. El nacionalismo en su forma conservadora y extremista ha llevado a la discriminación y a la segregación social, hasta llegar al racismo y al etnocidio, ya cultural, ya físico, con innumerables ejemplos del exterminio de minorías étnicas en todo el mundo.

Desde finales de los ochenta e inicios de los noventa surgió la defensa de la multiculturalidad y los derechos indígenas. En México el levantamiento indígena de 1994 fue un referéndum a nivel mundial (Stavenhagen, s/f: 35-38).

En este periodo, a nivel académico surgen los estudios pos-coloniales, que argumentan que muchas de las naciones actuales de África Asia y América estaban conformadas por pueblos heterogéneos que se habían convertido en naciones a partir de la unidad impuesta por la conquista y la administración colonial. Se produjo una transformación en la retórica nacionalista y se le dio importancia a la pluriculturalidad, lo que fue retomado en los últimos años en el discurso de los movimientos indígenas, que buscan ser reconocidos como autonomías y respeto a la pluriculturalidad. En este contexto la arqueología social latinoamericana surgió como una propuesta renovadora. Con influencia de los estudios poscoloniales, esta corriente buscó interpretar los procesos históricos de las sociedades que precedieron a la colonización europea del continente con base en la información arqueológica (Bate, 1989: 5).

Actualmente la arqueología está atravesando una fuerte crisis a nivel mundial, justo porque siempre había sido empleada como una herramienta que daba apoyo material al nacionalismo, al igual que la historia oficial. Sin embargo, cuando el nacionalismo y los estados nacionales dejan de ser el eje de la política y la economía mundial, la arqueología “oficial” o “nacional” perdió peso, se volvió el sustento ideológico de un estado laxo, y si a esto se le suma que las investigaciones arqueológicas únicamente quedan restringidas en la academia sin trascender a lo social, se perdió el apoyo de la sociedad a la que originalmente iba dirigido el discurso.

Frente a este mundo de cambios es necesario reflexionar sobre el papel de la nuestra disciplina, cuáles son los retos y qué papel debe tomar frente a nuevas necesidades sociales. El nacionalismo como un paradigma del siglo XIX y XX se está derrumbando, y si los arqueólogos no hacen una reflexión autocrítica y buscan la manera de readaptarse a los cambios sociales actuales, revisando las nuevas necesidades y demandas de la sociedad actual, corre riesgo de desaparecer.

4. POLÍTICA Y ARQUEOLOGÍA EN MÉXICO, CONSIDERACIONES FINALES.

El nacimiento y desarrollo de la arqueología moderna como disciplina científica, se dio a la par del surgimiento y auge del Nacionalismo, ya que funcionó como una herramienta más en el discurso político durante la construcción del Estado Nación y de la identidad nacional. El nacionalismo surge en las últimas décadas del siglo XVIII, se consolidó en el siglo XIX (con tintes racistas) y continuó con fuerza hasta la primera mitad del siglo XX como política pública.

En el México posrevolucionario y hasta los años 60’s-70’s el papel de la arqueología fue muy importante en la conformación y fortalecimiento de la unidad social a través del imaginaria colectivo, se veía el pasado indígena como el pasado que dio origen al pueblo mexicano, se recataba su grandeza, poder y ciencia, como si hubiese sido una sola unidad, un solo pueblo, no se reconoce la diversidad de los pueblos ni los conflictos que había entre ellos, es más ni siquiera eran temas de interés en la investigación, se concentró en los mexicas o aztecas y se mostró como un pueblo poderoso ancestro de “todos” los mexicanos, a otros pueblos no se les tomo tanta importancia por parte de la política estatal, pues contradecir el principio de unidad nacional. Es interesante observar la falta de atención que se mostró en el estudio de las culturas mayas por parte del estado mexicano hasta ese momento, no se les daba mucho énfasis en la historia nacional oficial, si había ya muchos estudiosos de la región, pero la gran mayoría financiados por instituciones extranjeras, pues históricamente los pueblos mayas siempre habían sido pueblos rebeldes. Los pueblos del norte de México, a pesar de no presentar la misma raíz cultural e histórica de los pueblos del centro de México, para evitar la disgregación y fortalecer la unidad nacional, por lo tanto estos pueblos fueron incorporados al relato histórico-cultural nacional, en este sentido la corriente difusionista de la arqueología fue muy útil para buscar los eslabones que pudieran unir los cabos sueltos entre la historia de los pueblos de toda la nación mexicana.

Bajo este contexto, el concepto de Mesoamérica, acuñado por Paul Kirchhoff en los años 40’s fue muy bien recibido, pues ya había un punto de referencia de una unidad territorial continua, existente desde tiempos muy remotos hasta nuestros días. Este concepto (con enfoque del Particularismo histórico y un tanto evolucionista), a pesar de que el mismo autor advirtió que era una primera propuesta y llamó a que otros autores lo revisaran y criticaran (Kirchhoff 1960), fue tomado como dogma, ampliado con propuestas de otros autores. La idea de unidad cultural, política y económica fue fortalecida por estudios difusionistas, entre los que destacan muchos de los trabajos de Piña Chan.

El concepto de Mesoamérica pronto adquirió un doble sentido: académico y político, ámbitos que se aliaban para lograr sus intereses; como bien señala Ignacio Rodríguez Gracia:

“Por el lado político, el concepto gustó a un Estado constituido por sucesivos gobiernos emanados de la Revolución mexicana, que para su consolidación requería, entre otras, la bandera de las reivindicaciones campesinas. El campesino, en su mayoría indígena, requería de una revalorización económica, social e histórica; en el aspecto social el Estado volteó hacia el indigenismo antropológico y le hizo caso mientras no atentara contra el statu quo económico, que ni de broma ha pensado en incluir a los indígenas en el reparto de la riqueza.” […] “así, el maridaje entre el Estado y la academia se consumó: el Estado se beneficiaba de los productos antropológicos basados en Mesoamérica y el México antiguo, y la academia se beneficiaba del apoyo económico y político para realizar sus investigaciones. (Rodríguez, 2000: 53).

Con la adopción de los nuevos avances científicos y tecnológicos en la arqueología mexicana (a partir de los 70’s), se amplió la visión del pasado prehispánico, la ciencia ayudo a entender aspectos del pasado que antes eran imposibles conocer, ayudó a fortalecer hipótesis y en muchas ocasiones las desmintió, sin embargo el paradigma de Mesoamérica no fue cuestionado, sino hasta mediados de los 80’s cuando reciben las primeras críticas (López y López 2001: 62, Nalda 1990); sin embargo, el concepto Mesoamérica cómo marco de referencia continuó, incluso hasta la actualidad.

Los cuestionamientos hacia el concepto Mesoamérica no llegan a la sociedad, pues al Estado Mexicano no le resultaría conveniente, pues este asume como “el depositario y la culminación de un ininterrumpido desarrollo social” (Rodríguez 2000: 50) mesoamericano, dándole así sustento ideológico, financiando los proyectos de investigación, afablemente hasta la década de los 90’s, con objetivo de fortalecer la idea de un estado fuerte con un continuum histórico.

A partir de la década de los ochenta hay un quiebre paradigmático del Nacionalismo como política y como ideología. Por un lado, el concepto de Nación se desestabiliza, pierde fuerza; la idea de independencia, soberanía e identidad nacional se vuelven borrosas pues las naciones se vuelve cada vez más dependiente a los intereses de los grandes bloques económicos, la regulación económica internacional, y los países en vías de desarrollo están bajo la presión las grandes potencias para modificar su normatividad y dirigir sus políticas internas. Por otro lado, a nivel cultural y tecnológico, el nacionalismo se ven afectado por el fenómeno de la globalización. Fenómeno contrario a este, pero también en oposición al nacionalismo que había impuesto la política del Indigenismo posrevolucionario, son los movimientos que buscan la reivindicación de la diversidad cultural Los movimientos indígenas y la demanda por autonomía, que ya se vislumbraban desde los años 70’s pero que dan el gran salto con el levantamiento del EZLN en 1994 (Stavenhagen s/f: 36-37), cuestionaron el concepto de Estado Nacional como unidad política-administrativa y cultural, demostraron que no existe una unidad social y cultural al interior del país y sacaron a la luz el estado de marginación de las comunidades indígenas.

Como se había establecido un pacto entre el Estado y la arqueología mexicana de índole nacionalista, cuando se da el cuestionamiento a la existencia un estado unificado y la unidad cultural nacional, arrastro consigo el declive de la arqueología, una crisis ontológica, la desvalorización de la misma disciplina, pues dejó de ser útil para el discurso político por el cual fue fundada e impulsada. A esto se suma que en los últimos años se ha desvinculado de la sociedad para concentrarse en el excesivo academicismo, la falta de difusión, la burocratización y comercialización del conocimiento, ha provocado que todos los sectores de la sociedad pierdan el interés por la arqueología y que más allá del aspecto turístico, no se le vea una mayor relevancia, lo cual se refleja entre otras cosas, en el recorte de recursos que padecen las instituciones dedicadas a la investigación y protección de los restos arqueológicos y la constante preocupación de que en un futuro cercano estas tareas sean asignadas a un sector privado. Esto es un fenómeno que afecta a la arqueología a nivel mundial, lo cual es un reflejo del debilitamiento de la estructura del Estado frente a la política neoliberal ya que la arqueología había sido favorecida por los intereses nacionalistas.

Frente a esto hace falta una reflexión profunda y un replanteamiento sobre el quehacer de la disciplina arqueológica en la sociedad actual, frente al nuevo panorama mundial y sobre todo en respuesta a las necesidades de las comunidades, como se dijo al inicio el ser humano tiene un interés innato en conocer su pasado, el cual como ya se ha señalado ha sido empleado para diferentes razones políticas, ahora ¿qué puede hacer la arqueología mexicana, cuando la idea de un estado centralista, histórico y homogéneo ha sido cuestionado?

Antes de responder creo que hay que dejar claro, que desde que se empezó a cuestionar el concepto de Mesoamérica en los 80’s, por parte de la misma academia, hubo una ruptura con la visión estatal de la arqueología, al cuestionar la existencia de la unidad cultural y después de ello, los consecuentes cuestionamientos sobre los grandes dogmas en la arqueología Mexicana y que hoy en día siguen: que si la cultura olmeca fue la cultura madre, si los teotihuacanos fueron un Estado que influyo sobre toda Mesoamérica, que si realmente existió un imperio Azteca, que los mayas no eran un pueblo teocrático y que ahora se sabe que eran muchos pueblos enemigos entre sí, etcétera.

La arqueología estatal había divorciado el valor social que daban las comunidades a los mismos objetos arqueológicos, se trató de desvincular las comunidades indígenas actuales del pasado prehispánico, haciendo ver que este último correspondía al pasado nacional, al de los mexicanos (los mestizos), pero no al de los indígenas que por el contrario trataba de incorporar al sistema y desaparecerlos (Stavenhagen s/f), cuando en realidad no existía, en muchas comunidades el pasado vive con el presente, ante esto hay que hacer una arqueología más antropológica, pero no en el sentido de las interpretaciones o de su empleo en los marcos teóricos, sino en que devolvemos a las comunidades. Creo que siempre va haber una división entre lo académico de lo social o de las políticas, como investigadores siempre vamos a buscar las interpretaciones científicas y objetivas y, eso es válido, pero además de ello, debe haber un compromiso social, que implica devolver a las comunidades que visitamos conocimiento para fortalecerlas, a través de la difusión del conocimiento de su pasado, para que conozcan cuales son su orígenes y su historia, pero no una historia totalizante y nacionalista, sino la historia local de cada comunidad o región, para que se reapropien de su misma historia, fortalezca su identidad y de mayor cohesión social, lo que les permitirá que tengan más herramientas para defenderse y a la vez con ello se fortalecería la protección del patrimonio arqueológico, pues había m interés en cuidarlo, respetarlo y protegerlo.

El estrecho vínculo entre arqueología y política siempre ha estado y posiblemente siempre seguirá, independientemente si estemos o no conscientes de ello, si nos gusta o no, pues hasta ahora este ha sido el motor que permite la existencia de la arqueología misma, lo importante ahora es hacer conciencia que los estudios arqueológicos van o tienen que ir más allá del mundo académico, para que esta disciplina continúe, pues si no tiene trascendencia social, la existencia de la disciplina resulta insostenible.

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Notas

1. Traducción propia.
2. Traducción propia.

Notas de autor

3. Nota del Autora: El período conocido como el Porfiriato en la Historia de México, se refiere a los años que abarcó la presidencia de Porfirio Díaz; uno entre los años 1877 al 1880, y el segundo y más largo entre 1884 y 1911, cuyo fin se debió al movimiento de Revolución que llevó a Díaz al exilio en Francia.
4. Nota del autora: Leopoldo Batres fue el arqueólogo mexicano responsable de la restauración de la zona arqueológica de Teotihuacán para las festividades del primer Centenario de la Independencia de México, hacia 1884-1888, como personal del Museo Nacional de México.
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