
Recepción: 13 Octubre 2020
Aprobación: 21 Octubre 2020
Resumen: Desde el advenimiento de los Museos en el siglo XVIII, como espacios públicos que representaban, a partir de las colecciones que preservaban, los elementos y narrativas de la identidad de los Estados-Nacionales, los Museos nuestros americanos servirán también de como espacios para la construcción de una nueva identidad y el fortalecimiento de los nacientes Estados. En el presente artículo hacemos un recorrido desde los inicios de los Museos en Venezuela, su vinculación con el desarrollo de la arqueología y la protección de las colecciones arqueológicas, las cuales hoy en día, por la situación política, económica y social que vivimos que desconoce la importancia de las instituciones museísticas, se encuentran sumidas en una grave crisis que pone en peligro el patrimonio que resguardan dichas instituciones.
Palabras clave: Museo, arqueología, colecciones arqueológicas, patrimonio, crisis en Venezuela.
Abstract: Since the advent of Museums in the 18th century, as public spaces that represented, based on the collections they preserved, the elements and narratives of the identity of the Nation-States, our American Museums will also serve as spaces for the construction of a new identity and the strengthening of the nascent States. In this article we take a tour from the beginnings of Museums in Venezuela, their link with the development of archeology and the protection of archaeological collections, which today, due to the political, economic and social situation that we live in, is unknown the importance of museum institutions, are in a serious crisis that endangers the heritage that our museums protect.
Keywords: Museum, archeology, archaeological collections, heritage, crisis in Venezuela.
1 INTRODUCCIÓN
En Europa, a partir del siglo XVIII, los museos dejan de ser del uso privado, adquiriendo relevancia pública -como espacios para la representación de las identidades nacionalesal conservar y exhibir los bienes materiales que particularizaban las culturas de los pueblos y de los países de la cual formaban parte (Prats, 2004).
En el continente americano esta nueva realidad se hará presente a partir de la segunda mitad del siglo XIX con la creación de diversos museos: el Museo de Historia Natural en Bogotá, Gran Colombia (1824), promovido por decreto del Libertador Simón Bolívar, el American Museum of Natural History en Nueva York, Estado Unidos de América (1869), el Museo Nacional en Caracas, Venezuela (1874) y, el Museo de La Plata, Argentina (1888), entre otros (Lopes y Murriello, 2005; González, 2005; Rodríguez, 2010).
A finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, en nuestra América, los Museos de Historia Natural crecían y se diversificaban en un contexto donde se promovía el conocimiento de la historia para consolidar los Estados-Nación surgidos de la luchas emancipadoras contra el dominio político europeo. La recolección de objetos, su identificación y posterior exposición en espacios creados y consagrados para la ciencia, sirvieron para construir diversos metarrelatos de la historia de nuestros antepasados y su cultura como también del mundo animal y vegetal que existía en nuestros territorios, favoreciendo de esta manera los procesos de construcción de identidades nacionales que buscaban publicitar y afianzar los proyectos modernizadores impulsados por los gobiernos de ese entonces (López y Murriello, 2005; Meneses y Gordones, 2009b y Meneses, 2010).
En nuestro país la labor museística en sus inicios se centró en el Museo Nacional, fundado en Caracas en el año de 1874, dirigido en los primeros años por el Dr. Adolfo Ernst; la fundación del Gabinete de Historia Natural de la Universidad de Los Andes en el año de 1889, durante la gestión del Rector Caraciolo Parra y Olmedo y, el Museo, de la Diócesis de Mérida inaugurado por el Monseñor Antonio Ramón Silva García y, el Museo Boliviano, fundado por Christian Witzke, estos últimos abiertos al público en el año de 1911.
Incorporar a Venezuela a la modernidad representaba dejar atrás el país atrasado y dividido por las guerras encabezadas por los caudillos regionales e igualarnos en lo formal al modo de vida europeo, por lo tanto, era importante seguir legitimando el papel “civilizador del Europa”, y aunque las llamadas razas mezcladas o mixtas eran las mayorías, muchos de los intelectuales y políticos de la época denigraron e invisibilizaron a los/as mulatos/as (afrodescendientes) e indígenas que ocupaban el territorio venezolano, resaltando sin embargo los aportes de los blancos criollos para alcanzar la civilización, y centrando los estudio en la época prehispánica porque era considerada, en el contexto de la comprensión de nuestra historia patria, un estadio social y cultural libre de toda mezcla racial (Meneses y Gordones, 2009; Meneses, 2010)1.
En su gran mayoría, las publicaciones antropológicas ― arqueológicas― e históricas, producidas a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX en Venezuela, dan cuenta de una labor intelectual que justificó y apoyó las políticas modernistas impulsadas desde el gobierno de Antonio Guzmán Blanco en el siglo XIX hasta la política de consolidación del Estado-Nación del gobierno de Juan Vicente Gómez durante las primeras tres décadas del siglo XX. La filosofía positivista se convirtió en el pensamiento oficial del gobierno gomecista, debido a la incorporación en altas posiciones gubernamentales de diferentes intelectuales y científicos (Segnini, 1997; Meneses y Gordones, 2007, Meneses, 2010)2. Desde finales del siglo XIX y las primeras tres décadas del siglo XX, un grupo considerable de intelectuales, entre los que se encontraban Rafael Villavicencio, Adolfo Ernst, Gaspar Marcano, Lisandro Alvarado, Ignacio Lares, José Gil Fortoul, Tulio Febres Cordero, Mario Briceño Iragorry, Elías Toro, Julio César Salas, Pedro Manuel Arcaya, Amílcar Fonseca, Samuel Darío Maldonado, Luis Oramas y Alfredo Jahn, entre otros, produjeron textos descriptivos e interpretativos sobre historia, etnología, arqueología y etnografía que daban cuenta, entre otros aspectos, de los orígenes y la territorialidad de los pueblos originarios que ocuparon los territorios que hoy forman parte de Venezuela (Meneses, 2010).
Para el año de 1870, por iniciativa de Adolfo Ernst y el Dr. Carlos Aveledo, el Rector de la Universidad Central de Venezuela, con sede en Caracas, instala en la sede de la institución el Museo de Historia Natural, entidad que sería utilizada por Ernst en sus clases de ciencias naturales (Esteva y Subero, 1997). De igual manera, en el año de 1889, el Rector de la Universidad de Los Andes, el Dr. Caraciolo Parra y Olmedo, decreta la creación del Gabinete de Historia Natural (Parra, 1951)3. El Museo de la Universidad Central en Caracas serviría de punto de partida para que, entre los años de 1874 y 1875, el gobierno del Guzmán Blanco decretara la fundación del Museo Nacional,4 establecimiento que tuvo como primer director al mismo Adolfo Ernst y que se planteó como tarea fundamental el acopio de muestras etnográficas, arqueológicas y científicas que sirvieran de sustento a la historia patria y facilitar el estudio de los cursos de Historia Natural de la Universidad (González, 2005; Meneses y Gordones, 2009).
Con la fundación del Museo Nacional se abre en Venezuela una amplia discusión, liderada por Adolfo Ernst y Vicente Marcano, sobre la necesidad de frenar la fuga de las colecciones arqueológicas hacia el exterior (Meneses y Gordones, 2009b), ambos intelectuales debatían el destino de las colecciones arqueológicas que resultaron de las investigaciones de campo que realizó este último en el territorio venezolano. Comentaba Ernst en 1888, en una carta dirigida a su discípulo Lisandro Alvarado, la tristeza que sentía al comprobar que luego de la gran cantidad de dinero público gastado por el gobierno del General Guzmán Blanco en las investigaciones de Marcano para formar colecciones arqueológicas y etnográficas, todas fueron a enriquecer el Museo particular de Gaspar Marcano en París, sin que el Museo Nacional de Caracas haya recibido una sola pieza (Pérez, 1983). Esta discusión trajo como consecuencia considerar la organización de Museos de Antropología y Etnografía para mantener y proteger nuestras los acervos patrimoniales ligados a las ciencias antropológicas.
2 LA DIVERSIFICACIÓN DE MUSEOS EN VENEZUELA
A comienzos del siglo XX acudimos a la diversificación de los Museo en Venezuela. Para esta el mundo cultural venezolano se encontraba en condiciones lamentables, la Universidad Central no llegaba a 800 estudiantes, la Biblioteca Nacional tenía una colección de libros muy pequeña y solo las bibliotecas privadas como la de Alfredo Jahn, Pedro Manuel Arcaya, la del Monseñor Nicolás Eugenio Navarro5y la del Seminario Interdiocesano de Caracas con más de 11 mil volúmenes, se había convertido en referencia en la ciudad (Polanco, 1983).
En el ámbito de la actividad cultural también es de recordar que es en el período de Guzmán Blanco que surgen diversas sociedades de carácter cultural que imitaban los modelos europeos y que adquirieron importancia en la vida social como centros de reunión de los intelectuales del país, algunas de ellas aun en nuestros días siguen en pleno funcionamiento: La Academia de la Lengua, fundada en 1883 y la Academia Nacional de la Historia, fundada en el año de 1889, ambas con sede en el Palacio de Las Academias, mientras que en la ciudad de Mérida se creaba la para en el año de 1889, la Academia de la Jurisprudencia de Mérida (Picón, 1997; Polanco, 1983; Plaza, 1985).
El Museo Nacional que funcionaba en el Palacio de la Exposición, inaugurado en tiempos de Guzmán Blanco, se encontraba en franco deterioro, muchos de los bienes que formaban parte de la colección fueron sustraídos, perdiéndose el esfuerzo que había realizado la generación de Adolfo Ernst para aumentar la colección de dicha institución.6 La estructura en particular del Salón Bolívar mostraba un acentuado deterioro y era inseguro para sus colecciones, así lo comenta en el año de 1909 Samuel Darío Maldonado, uno de los pioneros de la antropología en Venezuela, que para ese entonces se desempeñaba como Ministro de Instrucción Pública: “...Un museo escondido o extraviado como ha estado el nuestro, en salones arruinados en que apenas penetra la luz á cortos espacios de tiempo, no es muy a propósito para atraer la atención y pasa casi desconocido...” (Maldonado en González, 2005).
En esta compleja realidad, en el mes de julio de 1908, asume Christian Witzke la dirección del Museo Nacional, recibiendo una institución y entregando a final de su gestión tres. En la gestión de Witzke se establecen: (1) el Museo Boliviano en el año de 1911, el Museo de Arqueología e Historia Natural y el Museo de Bellas Artes Bellas Artes en el año de 1917. Además de la labor al frente de los museo, entre los años de 1912 y 1914, Witzke publica de manera continua la primera revista especializada de los muesos venezolanos: Gaceta de Los Museos, donde se publican artículos relacionados con los museos e investigaciones antropológicas que venían adelantando nuestro pioneros de la antropología (Esteva y Subero, 1997; González, 2005; Galiardi, 2011).
Especial atención merece la inauguración del Museo Boliviano el 24 de junio de 1911, en el marco de la celebración del Centenario de la Declaración de la Independencia Nacional, institución que nace en una edificación nueva destinada para albergar solamente las colecciones relativas a la Historia Patria asociada a la gesta libertadora de Simón Bolívar que se estructuraron en el Antiguo Museo Nacional, quedándose las colecciones de Ciencias y Bellas Artes en el antiguo local del Museo Nacional.
Simultáneamente al proceso vivido en Caracas se realizan en las ciudades de Mérida, Barquisimeto y Maracay la apertura de museos relacionados con la Arqueología y la Historia Natural. Desde finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, se empieza a configurar en la ciudad de Mérida, otro polo museístico de la mano del Monseñor Antonio Ramón Silva García y el Rector de la Universidad de Los Andes el Dr. Caracciolo Parra y Olmedo. Para el año de 1889, el Rector de la Universidad, emite el Decreto de creación de un Gabinete de Historia Natural que según su artículo 3 podría pasar a la categoría de Museo (Parra, 1951) y en el año de 1909, el Monseñor Silva García decreta la creación del Museo Diocesano de Mérida, según consta en la pastoral publicada en el Boletín Diocesano de Mérida el 1 de septiembre de 1909 e inaugurándose dos años después en 1911.
De igual manera, las investigaciones arqueológicas y paleontológicas desarrolladas por el Hermano Nectario María con Lisandro Alvarado en los valles de Quíbor y Barquisimeto, estado Lara, estimularon la creación, por parte del Hno. Nectario, del Instituto La Salle de Barquisimeto en el año de 1913 y la posterior apertura en el año de 1922 del Museo de Historia Natural de Barquisimeto, institución que acobijó en su seno las colecciones arqueológicas y paleontológicas provenientes de las investigaciones antes mencionadas (Molina, 2014)7.
Para el año de 1930, como resultado de las investigaciones de campo que realizó el Dr. Rafael Requena en la cuenca del Lago de Valencia, se abrió en Maracay, estado Aragua, el Museo de Prehistoria que albergó las piezas arqueológicas colectadas en sus excavaciones arqueológicas y una donación realizada por Juan Vicente Gómez (Requena, 1932).
A partir de los años cuarenta el Museo de Arqueología e Historia Natural pasa llamarse el Museo Ciencias Naturales, institución que se va a ver fortalecida con las investigaciones arqueológicas desarrolladas en Venezuela por Walter Dupouy, Antonio Requena y José María Cruxent. La colección del Museo de Ciencias Naturales de Caracas, vio aumentar así su número de registros de manera importante (Cruxent y Rouse, 1982). De igual forma, con las investigaciones de campo realizadas por el Hermano Esteban Basilio en el Valle de Carora, estado Lara, hacia los años cincuenta del siglo XX, se amplió la colección arqueológica del Instituto La Salle de Barquisimeto, hoy en custodia del Museo de Barquisimeto en el estado Lara (Basilio 1959; Boulton, 1978). Situación similar se presentó en el devenir del tiempo con la fundación de la Escuela de Sociología y Antropología de la UCV y el Departamento de Antropología del IVIC donde, con el avance de las investigaciones realizadas en territorio venezolano por sus investigadores/as y estudiantes tesitas, se organizaron diversas colecciones arqueológicas importantes que muestran la complejidad histórica y social de las sociedades que nos antecedieron y que permitieron a mediados de los años 80 del siglo XX la apertura del Museo del Hombre de la UCV y Sala de Exposición Arqueológica del Departamento de Antropología del IVIC.
Esta dinámica lleva en la década de los sesenta hasta los noventa del siglo XX, a la creación de varios de nuestros museos y proyectos de investigación entre los que podemos mencionar se encuentran: el Museo de Valencia y Maracay; el Museo Arqueológico de Quíbor; el Museo Arqueológico Gonzalo Rincón Gutiérrez de la Universidad de Los Andes; el Museo del Táchira; el Programa de Arqueología de Rescate de CORPOZULIA-LUZ; el Museo de Carúpano, estado Sucre.
Las investigaciones arqueológicas realizadas por: José María Cruxent y su equipo en el estado Falcón; Reina Durán en el estado Táchira; Pedro Pablo Linárez en el Tocuyo, estado Lara; Luis Adonis Romero en el estado Sucre; Magdalena Antczak y Andrzej Antczak en las islas de Los Roques y los proyectos de arqueología de rescate impulsados por la Corporación Venezolana de Guayana (CVG), permitieron que se fundaran: el Museo de Cerámica Histórica y Loza Popular de la Universidad Nacional Experimental Francisco de Miranda, Coro, estado Falcón en el año de 1980; el Museo del Táchira con sede en San Cristóbal en el año de 1982; el Museo Arqueológico J.M. Cruxent en el año 1984, el Tocuyo, estado Lara; el Museo del Hombre Sucrense en Cumaná, estado Sucre en el año de 1990; el Paradero Arqueológico de Información y reflexión en la isla Dos Mosquises, Parque Nacional Archipiélago de Los Roques en el año 2002 y, el EcoMuseo del Caroní, Puerto Ordaz, estado Bolívar en el año 1998 respectivamente.
3 EL MUSEO ARQUEOLÓGICO GONZALO RINCÓN GUTIÉRREZ COMO MUSEO UNIVERSITARIO.
En la década de los setenta del siglo XX la Universidad de Los Andes, dirigida para ese entonces por el Rector Pedro Rincón Gutiérrez, hizo aportes importantes al movimiento museístico venezolano debido a que apoya abiertamente al Museo Arqueológico de la ULA en la ciudad de Mérida y en la ciudad de Trujillo, promueve la apertura en el año de 1976 del Museo de Arte Popular de Occidente Salvador Valero, hoy conocido como el Museo de Arte Popular Salvador Valero. Luego, a mediados de los ochenta, también en la gestión del profesor Pedro Rincón Gutiérrez, el Museo Arqueológico de la ULA se convierte por resolución del Consejo Universitario, en una Dependencia Universitaria, tomando el nombre de Gonzalo Rincón Gutiérrez en homenaje a este profesor universitario que se interesó y trabajó por el conocimiento de la historia de los pueblos originarios.
En el año de 1986, bajo la Dirección de Jacqueline Clarac, se funda oficialmente, como: El Museo Arqueológico de La Universidad de Los Andes “Gonzalo Rincón Gutiérrez”, con sede en el Edificio del Rectorado. Entre los antecedentes del Gonzalo Rincón Gutiérrez, tenemos la propuesta que en la década de los años 60 hiciera el arqueólogo Mario Sanoja Obediente para la creación del Museo de Historia Natural de Mérida la cual no llegó a concretarse al igual que la planteada en 1970 por el antropólogo Adrián Lucena Goyo quien llevaba a cabo trabajos arqueológicos en la necrópolis de Quíbor y quien propone la creación del Museo Universitario de Los Andes, propuesta que tampoco llega a consolidarse. Los trabajos arqueológicos que se están llevando a cabo por investigadores del Departamento de Sociología y Antropología de la Universidad y las muestras depositadas a raíz de las investigaciones realizadas por el arqueólogo Mario Sanoja Obediente y la arqueóloga Iraida Vargas Arena desde los años de 1962 a 1966 del siglo XX, bajo el Proyecto de Arqueología del Occidente de Venezuela en los estados Falcón, Zulia, Barina y Mérida, van a formar parte de las colecciones de la sala de exposición que en 1972 el antropólogo Jorge Armand monta en el Departamento de Antropología y Sociología de la Escuela de Historia de la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad de Los Andes y la cual llamó Museo Arqueológico. En el año de 1975 se logra mudar el Museo a una casa alquilada por la Universidad en pleno centro de la ciudad, en la calle 25, entre las avenidas 3 y 4, debido al gran interés que tuvo dicho espacio expositivo y a las investigaciones antropológicas y arqueológicas que se desarrollaban para la época. A partir de esta última fecha el Museo empezó a funcionar a través de dos áreas de investigación: Arqueología, coordinada por el Profesor Jorge Armand y Etnología coordinada por la Profesora Jacqueline Clarac de Briceño.
El Museo Arqueológico de la Universidad de Los Andes, se puede considerar un museo universitario8. Los museos universitarios tienden a dar, más que otros museos de carácter público, mayor atención a la investigación, no obstante, son un punto de unión importante entre los/as universitarios/as y el entorno comunitario. De igual manera, sobre los museos universitarios podríamos decir que cuentan hasta cierto punto con cierta estabilidad debido a que, entre otras cosas, su administración y gasto de funcionamiento, los proporciona la Universidad misma; sus edificios sede pertenecen a la Universidad y son mantenidos por ella y su personal es pagado por la institución universitaria que los acoge (Gary, 2001). Sin embargo, aunque parezca contradictorio con lo que hemos dicho anteriormente, en la Universidad venezolana del presente, a pesar del valor reconocido de la institución museística en el mundo contemporáneo, encontrar un espacio seguro para la acción museística es a menudo un trabajo muy difícil. La relación entre el museo, las colecciones y la institución universitaria venezolana es bastante problemática y si se quiere crítica debido a la falta de comprensión por una buena parte de las autoridades universitarias sobre lo estratégico y trascendental de una institución museística que efectivamente investiga y pone a la disposición de nuestras comunidades los resultados de los proyectos de investigación que realiza y que en fin de cuenta, en tanto dependencia universitaria que es, son los proyectos de la Universidad misma. Ahora bien, bajo la dirección de Jacqueline Clarac de Briceño, el Museo Arqueológico Gonzalo Rincón Gutiérrez de la Universidad de Los Andes, recibe de otras dependencias universitarias las colecciones que se estructuraron a partir de las investigaciones realizadas por Mario Sanoja e Iraida Vargas en los años sesenta del siglo XX (Sanoja,1969; Sanoja y Vargas, 1967), la de Emilio Menotti Spósito que había sido dada en guarda y custodia por la familia de este intelectual a la Universidad y la del coleccionista privado Pío Rondón que en años anteriores el Rectorado de la ULA la había adquirido. Todas estas colecciones adquieren un carácter público y empiezan a tener un uso social en tanto que empiezan a ser utilizadas en guiones museológicos que explicaban y explican la historia de los pueblos que ocuparon la Cordillera de Mérida en tiempos pretéritos.
También tenemos que resaltar aquí, la publicación con los auspicios del Consejo de Desarrollo Científico, Humanístico y Tecnológico de la Universidad de Los Andes (CDHT), bajo la coordinación de la antropóloga Jacqueline Clarac de Briceño y los antropólogos Jorge Armand, Adrián Lucena Goyo y Alex Lhermillier del Boletín Antropológico, que en este año llega a su número 100, convirtiéndose en la única revista antropológica indizada y arbitrada que se publica en la actualidad en nuestro país de manera continua.
4 LOS MUSEOS ARQUEOLÓGICOS Y LA CRISIS ECONÓMICA CONTEMPORÁNEA
Uno de los objetivos fundamentales de nuestros pioneros de la antropología, cuando se proponen la creación de los Museos a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX fue la preservación de nuestras colecciones arqueológicas y etnográficas que venían saliendo del país hacia Europa sin ningún control del Estado y que con el advenimiento de la arqueología del Buen Vecino (Meneses y Gordones, 2007, 2009), hacia los años treinta del siglo XX, se va a profundizar, ya que, en vez de irse para Europa terminan, por el nivel de dependencia de Venezuela con los Estados Unidos, en instituciones estadounidenses como el Museo Americano de Historia Natural, el Smithosonian Institution, el Museo de Arqueología y Etnología Americana de la Universidad de Harvard, la Universidad de Yale y la Universidad de California (Nomland, 1935; Bennett, 1934; Petrullo 1939; Kidder II, 1944 y Osgood y Howard,1943).
Una situación un tanto diferente se planteó con las colecciones arqueológicas estructuradas a partir de las investigaciones de campo desarrolladas por Luís Oramas y Rafael Requena en la cuenca del Lago de Valencia. La colección Oramas fue comprada por el Estado venezolano para enriquecer el acervo patrimonial del Museo de Ciencias (Díaz, 2006) y la colección de Requena desembocó en la Fundación del Museo de Prehistoria de Maracay, que según el propio Requena contaba con más de tres mil registros (Requena, 1932) y que luego en el año de 1949 fueron traspasadas cerca de dos mil piezas al Museo de Ciencias de Caracas (Díaz, 2006).
Conocemos por diversas publicaciones realizadas en los primeros años del siglo XX que Mario Briceño Iragorry, Tulio Febres Cordero, Julio César Salas, Emilio Menotti Spósito, Luís Oramas, Alfredo Jahn y Amílcar Fonseca (Kidder II, 1944; Fonseca, 2005), tenían en su haber colecciones de piezas arqueológicas. Hoy en día sabemos que las colecciones de Briceño Iragorry y Oramas encontraron destino en el Museo de Ciencias de Caracas. De igual forma, la colección de Menotti Spósito se encuentra en el Museo Arqueológico Gonzalo Rincón Gutiérrez de la Universidad de Los Andes y la colección de Tulio Febres Cordero se encuentra en guarda y custodia en la Biblioteca Tulio Febres Cordero de la ciudad de Mérida.
Esta realidad que llevó a la creación de nuestros Museos desde finales del siglo XIX y buena parte del siglo XX, se vio afectada por la falta de una política coherente hacia el la conservación del patrimonio arqueológico y museístico nacional y por la profunda crisis económica por la que atraviesa nuestro país en el presente.
En relación patrimonio arqueológico, ha prevalecido para los políticos de turno la concepción teórica que han hecho de nuestras colecciones arqueológicas un número indeterminado de “objetos-obras de arte”, vacíos de contenidos históricos y sociales. Como consecuencia contamos con una legislación que considera a lo arqueológico como una ciencia que estudia los restos de la cultura material —objetos— dejados por las sociedades que nos antecedieron, con muy poca o ninguna vinculación con el presente, situación que ha contribuido darle un tratamiento marginal al patrimonio arqueológico a la hora de definir las políticas y presupuestos por parte de los entes del Estado.
A esta realidad habría que agregarle en los actuales momentos la grave crisis económica, política y social que vivimos en Venezuela que ha tenido un gran impacto en las instituciones museísticas que dependen del presupuesto nacional y que debido al proceso hiperinflacionario que se desarrolla desde el año de 2015 hoy sus presupuestos se han transformado en presupuesto cero. Esta realidad ha traído como consecuencia que las instituciones museísticas venezolanas en general se hayan quedado sin personal especializado por los salarios devaluados,9 no puedan desarrollar nuevos proyectos museológicos e investigativos y no puedan hacerle mantenimiento a su infraestructura, situación, que coloca en grave riesgo la conservación de la colecciones patrimoniales que se encuentran bajo su custodia (Meneses, 2018; 2018a).
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Notas