Historia del Boletín Antropológico
HISTORY OF THE ANTHROPOLOGICAL BULLETIN
Historia del Boletín Antropológico
Boletín Antropológico, vol. 38, núm. 100, pp. 506-515, 2020
Universidad de los Andes

Resumen: Este artículo es la historia del Boletín Antropológico (sus logros y sus escollos) contada por su principal protagonista, Profesora Jacqueline Clarac de Briceño. La autora resalta e insiste en que todo Centro de Investigación además de contar con líneas investigación, de asegurarse la generación de relevo a través de los jóvenes investigadores y tesistas para garantizar la continuidad del trabajo, tiene la necesidad de publicar para difundir los resultados de la investigación en el país, pues éste tiene el derecho de saber qué hacen sus científicos. Y una de las principales formas de hacerlo es a través de las publicaciones periódicas, la más idónea y rápida para socializar ese conocimiento.
Palabras clave: Boletín Antropológico, historia, Investigación, conocimiento, Venezuela, Museo.
Abstract: This article relates the story of the Anthropological Bulletin (taking into account its accomplishments and dificutties), written by Professor Jacqueline Clarac de Briceño. The author emphasizes that any Research Center has a main need: the publication of information to spread the results of any research in the country, complementary to the presence of lines of investigation and young researchers and scholarships who grant the continuity of the work, the most adequate and fast way to convert knowledge in a social fact.
Keywords: Anthropological Bulletin, history, Research, knowledge, Venezuela, Museum.
El Boletín Antropológico fue bautizado el 21 de junio de 1983 por el entonces vicerrector académico de la Universidad de los Andes, el Dr. J. J.Osuna, quien terminó el acto de bautizo con estas palabras: ¡Ojalá algún día veamos el No. 30 de esta revista!”.
Aquel día lanzamos los dos primeros números (que llevaban fechas de 1982 pero habían tenido dificultades para salir ese año) y, hoy, trece años después, tenemos el orgullo de decir que no dejó nunca de ser publicada nuestra revista, y que ha llegado ya al Nº 36, el cual está actualmente en la imprenta; corresponde este último número al primero de 1996. Los primeros números los tipié yo misma a máquina, pues no teníamos secretaria, ni podíamos pagar una; posteriormente, con el producto de la venta. empecé a buscar los servicios de una secretaria (una barata pues necesitábamos también el dinero de esas ventas para pagar el costo de la publicación). Hoy tenemos una secretaria en el Museo Arqueológico que se dedica entre otras cosas a la revista, para lo cual ha recibido un entrenamiento especial. De esto debemos agradecer al Dr. Genry Vargas, quien era vicerrector administrativo y entendió nuestra necesidad.
La mayoría de las veces fueron los Talleres Gráficos de la Universidad de los Andes que realizaron el trabajo de publicación, con mucha responsabilidad y una gran buena voluntad de parte del jefe de Taller el Sr. Luis Ramírez, quien se volvió un amigo sincero de la revista y del Museo; incluso, nos ha dado a menudo consejos acerca de la diagramación. Le estamos muy agradecidos. También a V. Krupi quien consideraba que constituía un orgullo para los Talleres la publicación de una revista antropológica, y siguió siempre con interés la progresiva extensión del radio de distribución de ésta.
No siempre podemos utilizar el servicio de los Talleres Gráficos, pues a veces les llegan muchas órdenes de trabajo desde el Rectorado, y al no poder atender en seguida nuestro Boletín, yo tengo que buscar otra imprenta que haga el trabajo, a fin de no retrasarlo demasiado. La intención primera había sido sacar cuatro números al año, es decir, tener una regularidad trimestral, pero fue imposible, por la dificultad de conseguir a tiempo el financiamiento y los artículos de los colaboradores. Posteriormente otra dificultad iba a constituir el tiempo que se pierde con el arbitraje, ya que no son todos los árbitros que contestan rápidamente. De modo que decidí finalmente sacar tres números al año, y así tenemos hoy 37 números que ya han sido publicados, 36 ordinarios, y uno especial; este último fue sacado en 1989, para dedicarlo al problema de la destrucción impune del sitio arqueológico de la Pedregosa Alta, y las características que tenía dicho sitio. Con éste hemos tenido dos números con una temática especial.
Los números ordinarios tratan de los resultados, parciales o definitivos, de investigaciones antropológicas realizadas en Venezuela, y particularmente en Mérida por mi grupo de trabajo, en las distintas subdisciplinas de nuestra ciencia: etnología, antropología social, arqueología, etnohistoria, etnolingüística, etnomedicina, etnopsiquiatría, bioantropología (incluyendo la antropología dental). Otros investigadores participan, de la Universidad de los Andes como de la Universidad Central de Venezuela, en antropología como en disciplinas afines: la lingüística, la historia, la sociología, la geografía, la geología, pues creo en la imperiosa necesidad del trabajo pluridisciplinario y en la confrontación de métodos y resultados, pero damos prioridad a los artículos antropológicos. Tenemos la satisfacción de ver cómo hoy la revista es reconocida, buscada, en el país como en el extranjero; recibimos ya artículos de investigadores de otros países, los primeros han sido de Francia. Los artículos de investigadores africanos no tratan de Venezuela, pero sí de poblaciones africanas del pasado o del presente, en regiones de donde salieron una parte de los antepasados de los venezolanos actuales. Uno de ellos es una hermosa descripción y análisis del “trabajo del luto” y del juicio a las viudas en relación a la muerte escrito por una investigadora de la UNESCO, quien vivió esto en su niñez, al morir su padre.
Hay varios detalles que se pueden comparar con ciertos rituales de la muerte entre nosotros, y que nos muestran el origen de los mismos.
A pesar de que aceptamos hoy artículos de investigadores extranjeros o de otras regiones de Venezuela, la revista no ha dejado de ser el órgano de difusión de nuestro Centro de Investigaciones (hoy Centro de Investigaciones Etnológicas, o CIET) y del Museo Arqueológico.
Hemos pasado a una nueva etapa en 1992, al lograr la indización de la revista. Al mismo tiempo pasó al programa informático de la Biblioteca Nacional, en lo que concierne a los artículos sobre los grupos indígenas; posteriormente entró también a la base de datos REVENCYT que creó FUNDACITE para las revistas venezolanas.
Recuerdo el día que la lanzamos por primera vez (año 1983, como dije más arriba). Fue en el pequeño museo que teníamos en la calle 25 de la ciudad de Mérida, museo creado por Jorge Armand, con el apoyo del entonces rector Dr. Pedro Rincón Gutiérrez, y que dependía, en principio, de la Facultad de Humanidades y Educación, pero para el cual nunca habíamos logrado, el Profesor Armand y yo, el reconocimiento de ésta; de modo que el Museo Arqueológico tuvo revista antes de tener existencia legal (la que se logró en 1986, cuando se le mudó al edificio del Rectorado, con la ayuda efectiva del Rector Pedro Rincón Gutiérrez y del Vicerrector Julián Aguirre Pe, y el reconocimiento del Consejo Universitario).
Al acto de presentación de la revista en 1983 asistieron, además del Vicerrector Osuna, numerosas personas de nuestra universidad y de la ciudad, entre las cuales el decano de Humanidades, profesor Mario Bosetti y, sobre todo, nuestros primeros suscriptores, habiendo sido el Dr. Manuel Alfonso Chuecos el primero de estos, seguido inmediatamente por el Dr. Alberto Noguera, la Dra. Luisa Palenque de Ortíz, y mi hermana Raymonde Clarac: Que ellos encuentren aquí mi agradecimiento, ya que creyeron en seguida en nosotros, nos dieron su apoyo y no han dejado desde entonces de recibir la revista, hasta hoy.
Nació el Boletín Antropológico porque siempre he pensado que un centro de investigaciones debe tener un órgano propio de difusión de sus trabajos, ya que es la mejor manera no sólo de asegurar la incorporación de la generación de relevo a través de los jóvenes investigadores y tesistas, quienes aseguran la continuidad de los trabajos y aprenden la necesidad de publicar, sino de difundir los resultados de tales trabajos a los estudiantes universitarios y de bachillerato como a la población en general, mostrando la línea o las líneas de investigación que se han seguido. Un país tiene el derecho de saber lo que hacen sus científicos, y una de las principales formas de hacérselo saber es mediante las publicaciones que se realizan en el mismo país, en la lengua de éste, como lo he manifestado en artículos anteriores. Uno no debe escribir solamente para ser leído por los especialistas, así no se constituye una tradición científica en ninguna parte del mundo.
Además del Boletín, tenemos otras publicaciones, entre las cuales figuran folletos divulgativos y libros para niños. El problema que tenemos con estos es que se agotan muy rápidamente, pues tienen una gran demanda, y no hay muchos subsidios para las publicaciones de este tipo.
Empezamos en 1982 con un Comité Director constituido por los profesores Jorge Armand, Adrián Lucena, Alex Lhermillier y mi persona; pero muy pronto se desintegró este comité, porque renunció Armand a trabajar en la Universidad ( 1985), Lhermillier, quien es francés tuvo que regresar a su país en 1984, porque el Departamento de Antropología y Sociología, del cual dependíamos entonces, no le renovó su contrato; y Adrián Lucena se dedicó a otras cosas. Seguí sola entonces en la dirección de la revista y del nuevo museo, con la ayuda de mis estudiantes (muchos de los cuales son hoy investigadores de mi equipo y profesores de la Universidad de Los Andes). Ellos tenían todavía poca experiencia en ese momento. y al principio no había personal ni en el museo, ni para ocuparse de la revista, así que tuve que hacer a la vez de directora. secretaria, tesorera, distribuidora, ocuparme del financiamiento -la parte más dolorosa-, porque había poco interés entonces en Venezuela e incluso en la Universidad para este tipo de cosas, y me daba mucho trabajo conseguir el dinero. En efecto, las ventas y suscripciones no daban suficientemente como para un autofinanciamiento; además, había que hacer conocer la revista y por consiguiente donarla a muchas instituciones, bibliotecas y personas, a nivel nacional como internacional; había sobre todo que despertar la confianza en ella, pues, como sabemos en nuestro país son muchos los que han intentado lanzar revistas, pero muchos también los que han abandonado, por todos los sacrificios que esto significa.
Es así como hemos tenido otras revistas de antropología en Venezuela, pero han desaparecido, aunque algunas duraron cierto tiempo, como por ejemplo Antropológica, la revista de la Sociedad de Ciencias de la Salle, que fue creada gracias a la iniciativa de su fundador, Johannes Wilbert, tomando la continuidad de la revista de Ciencias Naturales de la misma Sociedad, en la cual desde principios de nuestro siglo publicaron de vez en cuando un artículo algunos de nuestros predecesores en antropología, como Marcano, Requena, Cruxent, el mismo Wilbert, etc ... Erika Wagner y la Asociación de Arqueólogos de Venezuela crearon igualmente a revista AVA, en 1984, y en 1985 Iraida Vargas la revista GENS, de la Sociedad de Arqueología Venezolana; infelizmente, no pasaron tales revistas del Nº 5. Asimismo, sucedió con la revista de Antropología Lingüística creada por Víctor Rago y un grupito de antropólogos de la Universidad Central de Venezuela, entre los cuales se encontraban Esteban y Jorge Mosonyi. La desaparición de esas revistas especializadas en antropología hizo perder a las nuevas generaciones otras oportunidades para publicar en Venezuela, en su ciencia. Queda nuestro Boletín, así como la revista Fermentum (de Sociología y Antropología), que se publica igualmente en la Universidad de Los andes, bajo la iniciativa de Oscar Aguilera y Carmen Teresa García, y que ya ha cumplido felizmente cinco años.
Teníamos al principio en la portada el nombre de la Facultad de Humanidades, ya que nosotros pertenecíamos a dicha facultad; hasta que, un día, por tener dificultades con el financiamiento del Nº 6, fui a pedirle ayuda al Decano del momento, explicándole el significado de la revista -no sólo para el Museo Arqueológico sino también para la misma facultad, puesto que circulaba la revista ya por varias ciudades de Venezuela y llegaba a varios países. Me contestó aquel decano: “!Profesora, la Facultad no tiene ningún interés en esta revista!”. Por esta razón desapareció el nombre de la facultad en la portada a partir del Nº 6, en 1984, y fue en esa ocasión el Director de Cultura y Deportes (así se llamaba entonces este cargo) de la Gobernación de Mérida quien me dio la ayuda requerida, el profesor Douglas Rivero Prieto, quien es hoy todavía un amigo del Museo.
Otras veces fui financiada por mí, o por los colaboradores, como sucedió muy especialmente con el Nº 1 O, dedicado al problema de la tenencia indígena de la tierra en Venezuela. Fue ese número el resultado de un simposio que yo había organizado sobre esta temática en Mérida en 1985, después del escándalo que produjo a nivel nacional el problema de tierra de los Piaroas, Aquella publicación fue financiada por varios de los antropólogos que participaron en dicho simposio y cuyas ponencias fueron publicadas luego en nuestro Boletín.
Algunos comerciantes de la ciudad nos dieron unas pequeñas ayudas en ciertas ocasiones, como por ejemplo LatilAuto y la Joyería Elías. El Banco Andino, por lo contrario, se rehusó a colaborar a través de su presidente, a pesar de que éste decía ser amigo del Museo; me dijo una vez que él consideraba que tanto la revista como el museo ¡habían de vivir de la autogestión!. Me dijo eso porque yo le había informado que, en Colombia, el Banco de la República financiaba todas las revistas de antropología, para ver si podía obtener una pequeña ayuda -por lo menospara la nuestra! Yo me pregunto ¡qué museo y qué revista en el mundo se mantienen sólo sobre la base de la autogestión!.
Fundacite aportó una ayuda para dos de nuestros números, y Conicit para uno sólo; la experiencia con Conicit fue muy triste, porque hubo poca comprensión de arte de este organismo y la ayuda aportada por esta institución fue tan mínima que no quise perder mi tiempo luego pidiéndole para los números posteriores. Considero en efecto que un organismo corno éste hubiera debido hacer lo posible para fomentar en nuestro país las revistas científicas, si es verdad que su tarea es fomentar la investigación científica; en lugar de esto, ha fomentado las publicaciones en el exterior, como si se tratara para Venezuela de desarrollar la ciencia en los países del Norte, con una errónea interpretación así de la universidad científica. Si la ciencia es universal, puede hacerse y puede publicarse en cualquier parte del mundo, no puede haber monopolio en este sentido, como están tratando de hacer los EE. UU. en la actualidad, y como nosotros hemos acatado muy servilmente, como ya lo hice ver en artículos publicados anteriormente tanto en el Boletín como en otras revistas.
Las dos instituciones que han sido consecuentes con nosotros estos últimos años han sido el Consejo de Desarrollo Científico, Humanístico y Tecnológico de la Universidad de Los Andes (CDCHT y el CONAC); este último nos ha venido pagando a veces con mucho retraso, lo que nos dificulta las cosas a causa de la inflación) el pequeño subsidio que desde 1991 otorga cada año al Museo Arqueológico la Comisión de Cultura de la Cámara de Diputados, en el Congreso Nacional (si digo “pequeño”, es porque no es nada en relación con los enormes subsidios que reciben los grandes museos de arte de Caracas). Desde entonces el Boletín Antropológico se publica en parte por autofinanciamiento, en parte con la ayuda aportada por las dos instituciones nombradas. Para llegar a un autofinanciamiento completo tendríamos que aumentar mucho el precio de venta, lo que no conviene en un país que tiene ahora tantos problemas económicos, y donde estamos procurando formar una consciencia científica e histórica (en su sentido antropológico) en la población. Pero hemos ganado algo con el CDCHT, y es que se ha venido desarrollando poco a poco en esta institución la consciencia de la necesidad de la publicación en la universidad, de modo que es hoy más fácil conseguir su ayuda que hace unos años; hay todavía, sin embargo, mucha burocracia en este proceso. Los directores de otras revistas, por ejemplo Cristián Páez, Oscar Aguilera y Carmen Teresa García, se han unido a mí en varias ocasiones para procurar volver más racional la ayuda del CDCHT; la comisión de publicaciones de este organismo, así como el coordinador del mismo se han mostrado muy comprensivos con nuestros planteamientos; el problema en el CDCHT ahora es que a veces se queda sin dinero ... lo cual hace difícil el retiro de un nuevo número de la revista cuando está listo, a menos que se haya publicado en los Talleres Gráficos, pues como estos son de la misma universidad, saben esperar el pago.
Una vez le ofrecí a la Escuela de Antropología de la Universidad Central de Venezuela (la única del país) sacar la revista entre nuestras dos instituciones, con el fin de duplicar la producción, tener cuatro números en lugar de tres al año, y abrir así un espacio mayor a los colegas que desean publicar. Aceptaron con entusiasmo, se hizo el proyecto, en el cual se contemplaba que sacaríamos los números pares en la ULA, y la UCV los números impares; pero aparentemente encontraron muchas dificultades en Caracas para lograr esto, de modo que el Boletín Antropológico se sigue editando en la ULA, y ha mejorado desde muchos puntos de vista: Ya no tenemos que pagar fuera para la impresión, hemos doblado el tiraje, aunque hemos tenido que cambiar el formato desde el Nº 32, con el fin de abaratar los costos de producción y los de correo; es una revista arbitrada, indizada, está ya en varias bases de datos (como las de Fundacite y de la Biblioteca Nacional) e ingresará pronto a INTERNET. Circula en varios países americanos y europeos, ha sido citada incluso por japoneses en ciertos congresos, siempre recibimos por ella cartas de felicitaciones de todas partes, tenemos suscriptores fijos, recibimos en canje revistas y libros para la biblioteca del museo y de nuestro Centro de Investigaciones y, sobre todo, el financiamiento ya no me da tanto trabajo como antes, ya que se produce más fácilmente, especialmente de parte del CDCHT que reconoce ya el valor de esta revista y le da su apoyo. Por cierto, en unión a otros directores de revistas en la Universidad de Los Andes, hemos pedido a este organismo un financiamiento regular y automático para las revistas que se editan con regularidad y que cumplen con las normas de edición científica. En efecto, es una pérdida de tiempo tener que volver a pedir facturas proformas y financiamiento cada vez que va a salir un número. Causa mucho retraso en las publicaciones.
La revista ha mejorado también por otras razones fundamentales, y es que está internacionalizando su comité directivo y que, sobre todo, ya no depende exclusivamente de mi voluntad para mantenerse: Hay ahora un equipo de jóvenes investigadores de mi equipo que no sólo escriben en ella sino que ayudan en la lectura, las correcciones, la diagramación las fotos y el arte final, tales como Miguel Ángel Rodríguez Lorenzo, Lino Meneses, Antonio Niño; está la secretaria Oricia Soraya León a quien se debe la impresión y que le ha tomado cariño al Boletín, está el equipo que se ocupa de la distribución, especialmente Francisca Rangel quien tiene años ocupándose de las suscripciones y de la correspondencia respectiva, la secretaria Alba Salazar quien ayuda a Francisca en esta difícil tarea, y la administradora del Museo quien se encarga ahora de la parte propiamente administrativa (primero fue Paula Salas de Márquez, ahora Omaira Rojas).
A todos debe mucho el Boletín Antropológico, como deben también a los distintos coordinadores del CDCHT que le han brindado apoyo: Juan Puig, Walter Bishop y ahora Juan Silva, y a nuestros suscriptores, algunos de los cuales no han dejado de recibirlo desde que se lanzó por primera vez en el pequeño Museo de la calle 25.
Notas de autor