Jacqueline Clarac de Briceño y los cien (+1) primeros números del Boletín Antropológico
JACQUELINE CLARAC DE BRICEÑO AND THE FIRST HUNDRED (+1) NUMBERS OF THE ANTHROPOLOGICAL BULLETIN
Jacqueline Clarac de Briceño y los cien (+1) primeros números del Boletín Antropológico
Boletín Antropológico, vol. 38, núm. 100, pp. 518-555, 2020
Universidad de los Andes

Recepción: 30 Mayo 2020
Aprobación: 25 Junio 2020
Resumen: Cercano a cumplir cuatro décadas y superar el centenar de entregas continuas y sostenidas, es oportuno intentar la reconstrucción de la trayectoria del Boletín Antropológico. En procura de este objetivo se estableció el contexto histórico nacional, regional y local en el que se ha desplegado temporalmente la revista, el estado de la investigación antropológica y arqueológica y las posibilidades de difundir esta en Mérida y Venezuela, a fin de analizar e interpretar su trayectoria y fijar los retos que habrá de enfrentar su continuidad, no solo por la significación que ha llegado a alcanzar, sino también porque representa uno de los esfuerzos que mejor retratan la potencia intelectual, capacidad de trabajo, poder de convocatoria y persistencia creadora de su fundadora: Jacqueline Clarac de Briceño.
Palabras clave: Jacqueline Clarac de Briceño, Museo Arqueológico, Boletín Antropológico, Mérida, Venezuela.
Abstract: Close to turning four decades and exceeding one hundred continuous and sustained deliveries, it is appropriate to attempt to reconstruct the trajectory of the Anthropological Bulletin. In pursuit of this objective, the national, regional and local historical context in which the journal has been temporarily deployed, the status of anthropological and archaeological research and the possibilities of disseminating it in Mérida and Venezuela were established, in order to analyze and interpret its trajectory and set the challenges that its continuity will have to face, not only because of the significance it has reached, but also because it represents one of the efforts that best portrays the intellectual power, work capacity, convening power and creative persistence of its founder: Jacqueline Clarac de Briceño.
Keywords: Clarac de Briceño, Archaeological Museum, Anthropological Bulletin, Merida-Venezuela.
1 INTRODUCCIÓN
Ningún árbol es esclavo del espacio. (Elizabeth Schön [1921-2007]. 2003. La Granja Bella de la Casa. Caracas: Eclepsidra, p. 10).
Cercano a las cuatro décadas de existencia y cien entregas del Boletín Antropológico, revista adscrita al Museo Arqueológico de la Universidad de Los Andes, el conocimiento de esa trayectoria hace necesario establecer el contexto global, nacional, regional y local en el que fue creado y se desplegó temporalmente, así como también el estado de la investigación antropológica en Mérida y Venezuela durante ese tiempo. Este contexto permitirá el análisis e interpretación no solo de su trayectoria, sino asimismo la significación que en ella tuvo Jacqueline Clarac de Briceño, su fundadora.
2 ENFOQUE TEÓRICO Y PROCEDIMIENTOS METODOLÓGICOS
Para alcanzar el objetivo indicado se ha recurrido a la Antropología Histórica, pero en lugar de darle un enfoque antropológico a la mirada del tiempo, se ha hecho a la inversa: un enfoque temporal a las miradas antropológicas contenidas en sus cien (+1) entregas editoriales. Ese enfoque demanda, mediante los procedimientos metodológicos y las técnicas de la Etnografía del Pasado, la ubicación, revisión, extracción y organización de los datos que, tanto por escrito —en la imprenta y en los medios digitales— como en la memoria de testigos y protagonistas, han recogido desde 1982 (año del primer número) el devenir próximo a las cuatro décadas del Boletín Antropológico. Así, recortes de prensa, páginas de revistas, fotografías, anotaciones conservadas, registros electrónicos, conversaciones estructuradas o no, artículos y conferencias en relación con la publicación, extractos de libros… constituyeron el variopinto material sobre cuya base se elaboró este trabajo. Sin olvidar algún inciso testimonial de quien suscribe este artículo, accidental o justificadamente presente en algunos de los momentos que han girado en torno al Boletín Antropológico.
3 VENEZUELA EN LA DÉCADA DE LOS OCHENTA DEL SIGLO PASADO
Tanto el análisis histórico como el de los procedimientos de la Hermenéutica ponen el énfasis en la contextualización como requisito para fijar algunos niveles de comprensibilidad y explicabilidad en la noche en la que titilan algunos de los datos disponibles.
Bajo esa premisa se acude al registro de ciertos hechos que, tanto para los intereses del momento como para los que guían su rememoración, le dieron los rasgos característicos a la década de los ochenta del pasado siglo XX, contexto epocal en el que surgió y dio sus pasos iniciales el Boletín Antropológico en la Universidad de los Andes y Mérida, la ciudad que ya no, como sentenció Mariano Picón Salas, la habita sino que la aloja…
Sin embargo lo que devuelve la mirada dirigida a los años ochenta del Novecientos no parece dar la impresión de que fuese un contexto precisamente adecuado para que surgiera una publicación que buscaba dar a conocer y divulgar las investigaciones etnológicas y arqueológicas que hacían los profesores, tesistas y estudiantes que se congregaban alrededor del Museo Arqueológico de la Universidad de Los Andes, de entonces reciente refundación. En efecto, aquella década que se inauguró con la invasión de Irán por Irak en Oriente Medio, la Matanza que en Europa (Bolonia) resultó de un atentado terrorista, el asesinato del Obispo Oscar Arnulfo Romero en Centroamérica y la tragedia del Grupo Madera en el Orinoco y que culminó con el retiro de las tropas soviéticas de Afganisthán, la Matanza de la Plaza de Tian’anmen en Asia, la caída del Muro de Berlín en Europa, el fin del régimen tiránico de Stroessner en Paraguay y el Caracazo con sus tres centenares de muertos y tres millares de desaparecidos en Venezuela no parece ser el contexto más propicio para la difusión museográfica y editorial de la investigación producida por las ciencias antropológicas en los Andes venezolanos.
Las guerras y los conflictos políticos (la guerra Irán-Irak se prolongó de 1980 a 1988, en 1982 se dio la Guerra de las Malvinas entre el Reino Unido y Argentina, en 1983 Estados Unidos invadió la isla de Grenada y la Guerra Fría proveniente de las décadas anteriores transitó toda la de los ochenta) marcaron aquellos años y más aún la amenaza nuclear (en 1986 ocurrió la explosión de la planta nuclear de Chernobyl en Ukrania). También lo hicieron las enfermedades (en 1983 fue identificado el virus del VIH-SIDA), las hambrunas (la sequía y el hambre azotaron Etiopía en 1984 y 1985 provocando la muerte de centenares de miles de sus pobladores) y los desastres naturales (en 1985 se produjo un terremoto en México y la tragedia de Armero en Colombia, a la vez que se descubrió el agujero de la capa de ozono). Pero tan terribles acontecimientos tampoco parecen constituir elementos propiciatorios para dar cabida a una nueva publicación de Ciencias Sociales y Humanísticas.
Tampoco lo indican las noticias positivas como la incorporación de Grecia (en 1981) y España y Portugal (en 1983) a la Comunidad Económica Europea ni la conversión de esta en Unión Europea mediante el Acta aprobada en 1987, tampoco el retorno de la democracia en Argentina (1983), Brasil (1984), Chile (a raíz de la derrota electoral del régimen de Pinochet en 1988) y Paraguay (1989) ni el desarrollo industrial alcanzado por Corea del Sur, Taiwan, Singapur y Hong Kong o el inicio de la comercialización de los primeros PC (1981) y el desarrollo de Internet a partir del desarrollo por el Departamento de Defensa estadounidense del protocolo TCP/IP que creó la red Arpa Internet.
Aun revisando más de cerca y en la cronología venezolana los sucesos de aquella década que se inició con una tasa inflacionarias de 21%, fue escenario de las masacres de Cantaura (1981), Yumare (1986) y El Amparo (1988), de la tragedia de Tacoa (1982), el descubrimiento de 27 casos de VIH-SIDA con 19 fallecimientos (1982) y el Caracazo (1989), sin olvidar el Viernes Negro (1983) y el incendio de la refinería de Amuay (1985), deja de ser oscuro el contexto causal. Rememorar otros hechos de repercusión nacional tampoco confieren mayor claridad: se produjeron tres procesos electorales tras los cuales se sucedieron en la presidencia del país Luis Herrera Campíns, Jaime Lusinchi y Carlos Andrés Pérez, se llevaron a cabo el noveno y décimo Censos de Población y Vivienda en 1981 y 1990 respectivamente, arrancando la década con 14.993.000 hombres y mujeres y culminándola con 18.106.265 habitantes. Adicionalmente fueron trasladadas al Panteón Nacional las cenizas de un grupo importante de civiles y del mundo de la ciencia y la cultura (Lisandro Alvarado, Luis Razetti, Andrés Eloy Blanco, Arístides Rojas, Rafael María Baralt y Teresa de la Parra), creadores postergados recibieron premios nacionales (Alirio Díaz, Antonio Lauro, Antonio Estévez, Eduardo Serrano e Inocente Carreño en música; Ana Enriqueta Terán, Arturo Uslar Pietri, Oswaldo Trejo, Luz Machado, Rafael Cadenas, Isaac J. Pardo y Pascual Venegas Filardo en Literatura; Jesús Soto, Héctor Poleo y Miguel von Dangel en Artes Plásticas y Juan David García Bacca en Humanidades), en exhibición de la cultura oficial se materializaron actos y obras significativas (declaración del Teatro Baralt de Maracaibo como Monumento Nacional en 1981, inauguración del Museo de Barquisimeto en la antigua sede del Hospital de la Caridad en 1981 también, del Museo de los Niños en Caracas en 1982, del Teatro Teresa Carreño y la nueva sede del Ateneo de Caracas en 1983 y del Museo Carlos Cruz Diez en 1989 e igualmente la creación de la Compañía Nacional de Teatro en 1984 y de la sede del CELARG y la Orquesta Filarmónica Nacional un año después). Asimismo hubo obras para amplios públicos: última etapa del Complejo siderúrgico del Guri (1980), inicio del Foro Libertador (1981), inauguración de la Plaza Caracas (1983), entrada en servicio del Hospital Domingo Luciani de Petare (1987) e inicios de la construcción de la represa Macagua en el río Caroní (1988). Se promulgaron medidas legislativas con importante significación socio-política-cultural como los inicios de las emisiones televisivas a color (1980), la prohibición de publicidad de licores y tabaco por televisión (1982 y 1983), la aplicación de un Bono alimenticio para la población escolar (1982), la creación de la COPRE (1984), la entrada en funcionamiento de teléfonos públicos con tarjetas magnéticas (1987), las leyes del Poder Municipal y de elección y remoción de gobernadores (1988), la aprobación masiva de licencias para la emisión radial en Frecuencia Modulada el mismo año y la realización de las primeras elecciones regionales de gobernadores y alcaldes (con 70% de abstención) al año siguiente. E incluso puede añadirse impacto y trascendencia a los años ochenta de Venezuela con el estreno de Caballo Viejo de Simón Díaz y los conciertos de Police y Queen aquel en 1980 y estos en 1981. Aún más: hubo actos y hechos relacionados con la ciencia, la tecnología y las universidades que pudieran hacer sospechar la influencia buscada (fundación de la Universidad Nacional Experimental de Guayana en 1892, creación de la UPEL en 1983, nacimiento del primer niño venezolano por fecundación in vitro en 1986, implantación del primer marcapasos fabricado en Venezuela también en 1986, desarrollo en el IVIC de un prototipo de tren electromagnético en 1988 y la creación de la Universidad Fermín Toro con sede en Cabudare, estado Lara, en 1989…) Pero tampoco entre todo lo referido en este largo párrafo y el Boletín Antropológico, puede encontrarse una relación causa-efecto directa.
Ni siquiera aumentando la aproximación espacial a los Andes venezolanos se logra vislumbrar el vínculo contextual favorecedor: en 1982 inició sus transmisiones la televisora Andina de Mérida, en 1983 fue inaugurado el monumento a la Virgen de la Paz en las proximidades de Trujillo en el estado homónimo, en 1985 el Papa Juan Pablo II celebró una misa al aire libre en terrenos de la ULA (núcleo La Hechicera) y el Centro de Investigaciones de Astronomía (CIDA) fue inaugurado oficialmente en la Aldea Llano del Hato, en 1986 Juan Félix Sánchez, nativo de San Rafael (Municipio Rangel) obtuvo el Premio Nacional de Cultura Popular y en 1988 el de Artes Plásticas. Este último año los profesores de las universidades protagonizaron un paro de actividades desde el mes de enero el cual se prolongó hasta mayo.
La ciudad de Mérida, contaba con tres periódicos impresos de circulación estadal: El Vigilante, Frontera y Correo de los Andes, los cuales replicaron los sucesos y hechos referidos para el orbe planetario, Venezuela, la región andina y la entidad merideña (Ruiz y Carrero, 2012). Durante la década contó con nueve gobernadores, siendo sólo dos de ellos profesores universitarios (Ramón Vicente Casanova en 1987 y Jesús Rondón Nucete a partir de 1990 como primer mandatario regional por voto popular y no por designación presidencial). También se reportaron constantes quejas por el descontrol de los precios de los productos de primera necesidad, acaparamiento de los mismos, reducción de la producción agrícola y pecuaria por el aumento de los productos agroquímicos y los implementos técnicos de trabajo y la desatención crediticia. Asimismo llegó a señalar la prensa los planes de saneamiento del río Albarregas y la factibilidad del Monorriel. Un estudio destacó el alto porcentaje (71%) de hogares que en el estado tenían a mujeres como cabeza exclusiva de familia. Sin embargo lo más relevante de aquellos diez años en la ciudad capital merideña fue que, aun siendo ella escenario de reiterados actos de protesta estudiantil con diversas justificaciones (en torno al costo del pasaje en el transporte público principalmente) y en algunos casos con víctimas fatales entre los protestantes al ser enfrentados por los cuerpos policiales, en 1987 se dio el de mayor envergadura por el asesinato el 13 de marzo de un estudiante que celebraba con sus compañeros de promoción la culminación de sus estudios en Ingeniería, pues ante la negativa del entonces gobernador, Carlos Consalvi Bottaro, de que la policía actuara contra las protestas y saqueos que se desataron en la ciudad, el gobierno nacional ordenó su toma por unidades del ejército. También es difícil señalar conexión entre los recientes hechos destacados en las páginas de la prensa local y la creación del Boletín Antropológico.
Aún podría intentarse buscar la conexión demandada entre lo que ocurría en el país y el surgimiento del Boletín Antropológico a finales de 1982 en Mérida y la Universidad de los Andes, indagando acerca de los sucesos más cercanos a las temáticas asociadas tradicionalmente a los estudios antropológicos en Venezuela: lo indio (Clarac, 1993) asociado a la arqueología y su exposición museística, la cultura popular-campesina (también aludida como folclor), lo mágico-religioso y los vínculos cultura-ecología. Así pueden encontrarse muestras de cine etnográfico como Iniciación de un Chamán de Manuel de Pedro (1980) y Juan Félix Sánchez de Calagero Salvo (1981), también en el género ficción, en el cual sin tener a los aborígenes centro temático se los aludió y representó estereotipadamente (Rodríguez V., 2016) en películas como: Caballo Salvaje de Joaquín Cortés (1981), Orinoko Nuevo Mundo de Diego Risquez (1984), Ya-koo de Franco Rubartelli (1985), Cubagua de Michael New (1987) y Amerika Terra Incógnita de Diego Rísquez (1988) y asimismo que la empresa petrolera estatal Lagoven, a través de una colección denominada ‘Cuadernos’, destinó algunas de sus entregas a tales tópicos: Los Pobladores Palafíticos del Lago de Maracaibo (1980), Los Garceros del Llano (1981), Los Petroglifos de Caicara y Artesanía y Folklore de Venezuela (1982), Fauna llanera (1983), Esclavos Negros, Cimarroneras y Cumbes de Barlovento (1984), Recursos y Territorios en la Venezuela Posible (1985), La Poesía de los Pueblos con Sed y El Cultivo del Mar, Ríos, y Lagos de Venezuela (1986), El Cuatro Venezolano (1987), La Gran Sabana, Panorámica de una Región (1989) y África en Venezuela. Incógnitas del Nuevo Mundo (1990). Trascendieron a la prensa eventos museísticos (Meneses y Gordones, 2007) como la muestra “Quiboreña” en el Museo Arqueológico de Quíbor (1981), la inauguración del Museo del Táchira (1982) y la reinauguración del Museo Arqueológico de la ULA. con la denominación “Gonzalo Rincón Gutiérrez” en su nueva sede del Edificio del Rectorado (1986) e igualmente la firma por el gobierno venezolano (27 de junio de 1989) de la Convención de la Organización Internacional del Trabajo sobre pueblos indígenas y tribales, mediante el cual se ampliaban los derechos reconocidos a esas comunidades y la realización del Primer Congreso Indio Venezolano (31 de agosto de 1989) en Los Teques, al final del cual se decidió la creación del Consejo Nacional Indio. También en la década de los ochenta hubo escándalos relacionados con los indígenas que trascendieron a las páginas de la prensa y los noticieros de televisión como lo fueron la presencia de la Iglesia protestante Nuevas Tribus en el Amazonas venezolano (Luzardo, 1981 y Mosonyi y otros, 1981) y el del enfrentamiento entre hacendados y la etnia Piaroa también en el Amazonas (Stefano, 1984 y Domínguez, 2013).
El resultado de la búsqueda, nuevamente, arroja más sombras que luces en relación con los vínculos de contexto demandados.
4 LOS ESTUDIOS ANTROPOLÓGICOS Y SU DIVULGACIÓN
Tal vez sea el enfoque el que requiera ser modificado en su perspectiva para encontrar la conexión entre la institución, la ciudad, el país, el entorno global y la revista. Puede ensayarse entonces el establecimiento de los conectores a la inversa: el Boletín Antropológico de la Universidad de Los Andes no constituyó un eco de los sucesos que acontecieron en su entorno más cercano o lejano, sino que ellos encontraron ese eco en sus páginas. De esto constituyeron ejemplo, en aquella década de los ochenta, por ejemplo, la difusión que se dio a la destrucción de un posible yacimiento arqueológico en el sector de La Pedregosa, próximo a la ciudad de Mérida (Clarac, 1998, 1989a, 1989b, 1989c y 1989) y —por supuesto— a las actividades de investigación, docencia y difusión impulsadas por el Museo Arqueológico “Gonzalo Rincón Gutiérrez” y su Centro de investigaciones.
De lo anterior podría derivarse que la conexión más evidente de la revista con su contexto, radicaba en la necesidad de este por ser dado a conocer, mediante su análisis e interpretación en perspectiva científica antropológica. Señalado esto podría explorarse otra dirección desde la cual encontrar el sentido de la creación del Boletín Antropológico en 1982. Tal exploración se plantea hacerla en relación con los estudios antropológicos en Venezuela, la región andina y la Universidad de Los Andes, es decir: fue parte de la continuidad temporal de un proceso y no resultado del mismo y en este se insertó Jacqueline Clarac de Briceño quien, con sus iniciativas, ejemplo, propuestas, capacidad de convocatoria, voluntad de trabajo, entusiasmo, logro de apoyos y reconocimiento social, institucional, científico y académico logró hacer desembocar ese proceso en la creación y prosecución de la revista. Con todo ello se potenciaron las investigaciones de las ciencias antropológicas, su divulgación, institucionalización académica y significabilidad científica.
Ello representó una tarea titánica encarnada en el Boletín Antropológico en un país donde las iniciativas editoriales relacionadas con la ciencia y la investigación tienen escasa continuidad y perdurabilidad, mientras sufren todas las carencias y ausencia de respaldo.
4.1 En Venezuela
En consonancia con la fijación de su otredad tradicional en el indígena y lo indio, lo cual marcó durante mucho tiempo el carácter de la práctica antropológica venezolana y haciendo con ello, como señala Jacqueline Clarac de Briceño, del indio un objeto “…sin estatus a causa de la vergüenza étnica históricamente fomentada…” (Clarac, 1993: 22), pueden remontarse los orígenes protoantropológicos en Venezuela y Latinoamérica a las Crónicas de Indias y su construcción de los aborígenes como un otro con el cual diferenciarse. Estos tuvieron continuidad, tras la disolución de los vínculos de dominio colonial con España, en los historiadores, los escritores costumbristas, los etnógrafos y recolectores de restos indios pioneros y fotógrafos de la prensa ilustrada del siglo XIX y primeras décadas del XX, quienes relegaron al pasado o a la geografía lejana el componente indígena para después difuminarlo, junto con los otros componentes étnicos, en la noción del mestizaje (Rodríguez L., 2020).
El período de los pioneros habría estado comprendido entre las tres últimas décadas del siglo XIX y las dos primeras del XX), con los nombres de Adolfo Ernst (“Anthropological remarkes on the population of Venezuela”, 1870; “La América prehistórica”, 1885; “Apuntes para el estudio de la etnografía precolombina de la Cordillera de Mérida”, 1891 y “La afinidad etnográfica de los guajiros”, 1892), Arístides Rojas (Estudios Indígenas. Contribuciones a la Historia Antigua de Venezuela, 1877), Gaspar Marcano (Apuntes Antropológicos para el General Guzmán Blanco, 1885 y Etnographie Précolombienne du Venezuela. Vallées d’Aragua et de Caracas, 1889), Elìas Toro (Antropología General y de Venezuela Precolombina, 1906), Samuel Darío Maldonado (Defensa de la Antropología General y de Venezuela: Errores del Dr. José Gil Fortoul, 1906), José Ignacio Lares (Etnografía del Estado Mérida, 1907), Bartolomé Tavera Acosta (En el sur [Dialectos indígenas de Venezuela], 1907), Lisandro Alvarado (“Etnografía patria. Notas e ideas” [primera y segunda partes], 1907 y Glosario de Voces indígenas de Venezuela, 1921), Tulio Febres Cordero (Historia de Los Andes [capítulos 4 y 5: Los aborígenes], 1908), Martín Matos Arévalo (Algo sobre Etnografía del Territorio Amazonas de Venezuela, 1908), Julio César Salas (“Sobre la necesidad de adaptar la legislación de Venezuela al medio etnológico”, 1910 y Etnografía Americana. Los Indios Caribes [Estudio sobre el origen del mito de la antropofagia], 1920), Koch-Grünberg, (Von Roraima zum Orinoko, 1917-1923), Luis Ramón Oramas (Rocas con Grabados Indígenas entre Tácata, San Casimiro y Guiripa, 1911 y Etnografía Venezolana, Inmigraciones Precolombinas, 1920) y Alfredo Jahn (Los Aborígenes del Occidente de Venezuela, 1927) que resaltaron en él.
Además de las carencias que pudieran señalárseles a los pioneros, contra ellos actuaron también las ideas predominantes en su época, tales como las del evolucionismo, el Positivismo y el racismo, lo cual, por un lado, pudo haberlos hecho proceder de manera sistemática en sus indagaciones y la estructuración de sus interpretaciones de los datos, pero los alejaron del rigor científico. El carácter científico de las prácticas en las investigaciones etnográficas, etnológicas y arqueológicas en Venezuela se habrían iniciado con la fundación en 1943 del Grupo Caracas, por parte de intelectuales de marcada “…vocación indigenista…” El mismo estuvo compuesto por Tulio López Ramírez, Gilberto Antolínez, Luis Oramas y Walter Dupouy, estaba adscrito a la Sociedad Interamericana de Geografía e impulsó publicaciones sobre descripciones etnográficas acerca de comunidades indígenas venezolanas, procurando darle respaldo teórico y metodológico a sus trabajos, con lo cual se profesionalizaron las actividades etnográfica y etnológica que alcanzaron sistematicidad en la recopilación de los datos demográficos, la descripción de las prácticas mágico-religiosas, la comparación entre grupos, la recopilación de leyendas y mitos, las descripciones de detalles de las viviendas y su edificación, así como también en el establecimiento del status jurídico de los aborígenes (Margolies y Suárez, 1988: 10). A la modernización de los estudios antropológicos venezolanos se sumó la labor de algunos miembros de las órdenes religiosas misionales, de cuya actividad resultó la recopilación de un conjunto de datos sobre literatura oral que permitieron alcanzar importantes sistematizaciones orientadas por la búsqueda de reconstrucciones históricas, comparaciones culturales y ordenación de informaciones y descripciones hasta entonces dispersas. En tal sentido destacaron los trabajos (publicados años después de la recolección de sus datos) de Fray Basilio María del Barral, Fray Cesáreo de Armellada y Fray Ángel Turrado Moreno (Margolies y Suárez, 1988). Durante los años treinta y cuarenta del siglo pasado se produjo la llegada a Venezuela de investigadores patrocinados por gobiernos estadounidenses y respaldados por los de Gómez, López Contreras y Medina Angarita de Venezuela, tales como Wendel Bennet, Alfred Kidder II, Vicenzo Petrullo, Cornelius Osgood y George Howard, quienes procuraron “…darle respuesta desde su perspectiva a los procesos histórico-culturales de nuestro pueblo … en el contexto de la importancia estratégica dada a nuestro país como proveedor de petróleo…” (Meneses y Gordones, 2008: 31).
La edición (1948-1950) del Handbook of South American Indians significó la sistematización sintética de buena parte de la información de las fuentes histórico-etnográficas sobre Venezuela y la clasificación de sus grupos aborígenes por sus rasgos culturales. Hubo asimismo presencia de estudiantes de postgrado de universidades estadounidenses financiados por sus centros de investigación para la elaboración de sus Tesis e Informes, actividades que contribuyeron a que el trabajo de campo se normalizara como fundamento de la investigación etnográfica y etnológica (Margolies y Suárez, 1988).
Lo que más fortaleció los estudios antropológicos fue su institucionalización mediante la creación y consolidación de entidades académicas y de investigación. En 1947 se creó la Comisión Indigenista del Ministerio de Justicia, el Departamento de Antropología y una cátedra de Antropología General en la Facultad de Filosofía y Letras de la U.C.V. En 1949 Miguel Acosta Saignes propuso el uso de la categoría área cultural para estructurar la distribución espacial de las comunidades indígenas anteriores al arribo de los europeos a Venezuela; Johannes Wilbert, quien fue contratado como antropólogo profesional en la Comisión de Antropología de la Sociedad de Ciencias Naturales de La Salle, impulsó en 1954 los primeros trabajos sistemáticos entre los Warao e intervino en la creación del Instituto Caribe de Antropología y Sociología en 1961 y de la revista Antropológica y José María Cruxent participó en importantes expediciones por la geografía venezolana (Salas de Carbonel, 2012), contribuyó con la sistematización de las investigaciones arqueológicas y con la creación del Departamento de Antropología del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas en 1960. En 1952 El Departamento de Antropología de la UCV fue ampliado agregándosele a su denominación “…y Sociología”, del mismo se derivó dos años después la Escuela de Sociología y Antropología, la cual se dividió en dos escuelas en 1984 (Meneses, 2019). A partir de 1960 egresaron las primeras promociones orientadas a la Antropología y la Arqueología distribuyéndose por los distintos estados del país e influyendo en la fundación de instituciones, centros de investigación y exposición regionales, tales como el Instituto de Antropología e Historia de los estados Aragua y Carabobo, el Museo de Antropología del Estado Aragua, el Museo Arqueológico del Estado Carabobo, el Centro Antropológico y Paleontológico del Estado Lara, el Museo Arqueológico de Quíbor, el Museo de Cerámica Histórica y Loza Popular del Centro de Investigaciones Antropológicas, Arqueológicas y Paleontológicas de la UNEFM del Estado Falcón, el Departamento de Antropología de la Dirección de Cultura del Estado Sucre, el Programa de Arqueología de Rescate de CORPOZULIA, entre otras (Meneses y Gordones, 2007). A partir de 1968, relata Jacqueline Clarac de Briceño (1993) como testigo presencial, se redujo considerablemente el trabajo de campo en sus prácticas académicas, pasando a preponderar la atención sobre los aspectos metodológicos, considerados como condición previa para la investigación.
En 1968 fue creada la Sociedad Venezolana de Antropología Aplicada, en 1971 se dio la Declaración de Barbados y en 1972 fue creada la Federación Indígena de Venezuela, instancias respecto de las cuales los antropólogos venezolanos propusieron que debían superar la recolección y análisis de datos porque esta práctica implicaba considerar a los grupos tribales como entes pasivos y meros objetos de estudio, favoreciendo las políticas de asimilación por parte de los gobiernos y la sociedad nacional criolla, propusieron entonces cambiarla por una investigación propositiva que aportara respuestas, salidas y medidas prácticas y factibles a la situación de aculturación y afectación ecológica y de la propiedad de sus entornos geo-culturales tradicionales y surgieron propuestas acerca de la adquisición de conciencia de sus derechos entre los indígenas, tales como los de la participación y el fomento del liderazgo político, siendo ellos mismos los actores de su propia promoción, dotación de tierras, financiamiento, autogestión y educación bilingüe. Con la suspensión decretada en 1975 por el Ministerio de Justicia de las autorizaciones para visitar las comunidades indígenas, se redujo considerablemente el trabajo de campo en las áreas territoriales en las que se encontraban y la atención se amplió a otras temáticas (Margolies y Suárez, 1988).
4.2 En Mérida y la Universidad De Los Andes
A ese proceso de institucionalización de los estudios antropológicos venezolanos no estuvieron ajenos los estados andinos, los cuales constituyeron desde temprano territorios de indagación arqueológica y etnográfica, como corroboran los estudios de Adolfo Ernst para fundamentar sus “Apuntes para el estudio de la etnografía precolombina de la Cordillera de Mérida” y las publicaciones de Monseñor Jáuregui (Apuntes Estadísticos del Estado Guzmán de 1877) y José Ignacio Lares (Etnografía del Estado Mérida de 1883). Asimismo la inclusión de la cordillera de Mérida en las exploraciones antropológicas auspiciadas por los gobiernos de Guzmán Blanco y Rojas Paul en 1887-1889 aportaron datos arqueológicos y antropométricos de cráneos provenientes de Mucuchíes y material cerámico y Alfredo Jahn supo aprovechar sus labores como ingeniero en el trazado de la carretera trasandina para recopilar los datos que le permitieron estructurar su libro Aborígenes del Occidente de Venezuela (1927). Herbert Spiden —del Museo Americano de Historia Natural de Nueva York— incluyó a los estados Trujillo y Mérida en sus visitas a sitios arqueológico a comienzos del siglo XX y en los años treinta del mismo el estadounidense Cornelius Osgood, en ocasión de una ampliación de la carretera trasandina, realizó una excavación arqueológica sistemática en las cercanías de Tabay y Mérida, en Carache (Estado Trujillo) realizó excavaciones Alfred Kidder II, quien también analizó piezas provenientes de Mérida. Para finales de los años cuarenta José María Cruxent practicó excavaciones en Mucuchíes (Chipepe, Mocao Bajo) y con los datos obtenidos por él y otros investigadores, junto con Irving Rouse establecieron los estilos Chipepe y Tabay en la obra Arqueología Cronológica de Venezuela (1961) de la autoría de ambos. En la década de los sesenta Iraida Vargas y Erika Wagner hicieron excavaciones arqueológicas, en Chiguará y Tabay la primera y en Mucuchíes (Mocao Alto y La Era Nueva) la segunda (Meneses, 1997).
En los años setenta fueron Jorge Armand y Jacqueline Clarac de Briceño quienes impulsaron investigaciones arqueológicas y etnológicas (las enfermedades y sus terapéuticas [Clarac, 1972 y Suárez y Dipolo, 1973] y la cultura campesina [Clarac, 1976]) desde la Universidad de Los Andes, en cuya Facultad de Humanidades y Educación fue creado por Jorge Armand el Museo Arqueológico en 1972, con adscripción al Departamento de Antropología y Sociología, en 1975 obtuvo una sede independiente y en 1986 fue reconocido por el Consejo Universitario como dependencia universitaria adscrita al Vicerrectorado Académico con la denominación “Gonzalo Rincón Gutiérrez”, asignándosele sede propia en el Edificio del Rectorado y pasó a ser, con financiamiento del CDCHT, el centro sobre el que giraron las indagaciones antropológicas en las zonas andina y merideña a partir de entonces. Pero desde mucho antes la Universidad de Los Andes era parte de ese proceso, pues a ella estuvieron vinculados algunos de los pioneros (José Ignacio Lares, Tulio Febres Cordero y Julio César Salas fueron profesores en ella, los dos primeros de Historia Universal y el tercero de Sociología, por ejemplo) y venía siendo un ambiente académico y administrativo propicio con la creación de cátedras (las de Historia precolombina y Antropología en la década de los sesenta del siglo pasado), programas de postgrado (Maestría en Etnología, mención Etnohistoria en 1986 y el Doctorado en Antropología en 2006) y entes de investigación (el Grupo de Investigaciones en Antropología y Lingüística [GRIAL], el Centro de Investigaciones del Museo Arqueológico, el Centro de Investigaciones Etnológicas [CIET] y el Instituto de Investigaciones Bioantropológicas y Arqueológicas) y publicaciones: en 1950 los Talleres Gráficos Universitarios materializaron la tercera edición de Etnografía del Estado Mérida de Lares y en 1956 la postergada primera edición de Etnografía de Venezuela [Estados Mérida, Trujillo y Táchira] de Julio César Salas, La Agricultura y el Desarrollo de Comunidades Agrícolas Estables entre los Grupos Aborígenes Prehispánicos del Norte de Sur América (1965) de Mario Sanoja Obediente, El Mensaje de la Confitera, Batatuy. Una Aldea de los Albores de la Era Cristiana (de 1975 ambas obras) y La Maneta (1985) de Jorge Armand, Pueblos Indígenas de Venezuela en la Actualidad (1989) de Belkys Rojas y por supuesto, desde 1982, el Boletín Antropológico, que ocupa el centro de este artículo. Para esta revista —por lo apuntado— es coherente que hayan sido Mérida y la Universidad de Los Andes los ámbitos propiciatorios en los que fue creada (Rodríguez L., 1999 y “Boletín Informativo”, 2001).
5 JACQUELINE CLARAC DE BRICEÑOY EL BOLETÍN ANTROPOLÓGICO
El Boletín Antropológico no “apareció” caprichosamente, sino que fue consecuencia de un proceso continuo —pero no por ello librado de accidentes, obstáculos, interrupciones y retrocesos— de investigación e institucionalización resaltado en el apartado previo y en el cual se han evidenciado dos de los tres soportes que lo posibilitaron: Mérida y la Universidad de los Andes. El tercero tiene nombre propio: Jacqueline Clarac de Briceño.
Esta antropóloga venezolana de origen franco-caribeño, se graduó en 1967 en la Universidad Central de Venezuela e ingresó a la misma en 1968, como profesora, por concurso de oposición. En 1971 solicitó y obtuvo trasladó para la U.L.A., laborando en las facultades de Medicina (aquí fundó la cátedra de Antropología) y Humanidades y Educación, donde condujo las cátedras de Antropología I y II de la Escuela de Historia hasta 1992. Desde su arribo a los Andes venezolanos supo orientar su vocación antropológica a la investigación (testimoniada en sus publicaciones en libros y revistas), la difusión de los resultados alcanzados en esa labor y la formación de investigadores entre sus estudiantes y para favorecer esas tareas impulsó la creación de espacios académicos, científicos y de extensión en la Universidad, la ciudad y la región mediante su esfuerzo incansable y atrayendo apoyos personales e institucionales (Rangel y Rodríguez L., 2016).
Corroboran esas actividades varias instituciones universitarias: el Museo Arqueológico “Gonzalo Rincón Gutiérrez” (fue su Directora de 1986 a 1995 y Presidenta de su Junta Directiva de 1995 a 2002), fundó (1993) y coordinó el Grupo de Investigaciones Antropológicas y Lingüísticas (GRIAL), fundó (1995) y fue la Directora del Centro de Investigaciones Etnológicas (CIET), creó y fue Coordinadora de los programas de postgrado en la Maestría en Etnología mención Etnohistoria y el Doctorado en Antropología. Esas labores le han merecido el reconocimiento de la Universidad de Los Andes a través de los programas de Estímulo a la Investigación (PEI) y CONADES, así como también la Orden Bicentenaria en su Primera Clase (Rangel y Rodríguez L., 2016) y selección como una de sus Íconos (http://www.saber. ula.ve/iconos/clarac/index.html). Más recientemente impulsó la creación de la Red de Antropologías del Sur con reconocimiento legal en Venezuela, Colombia y Argentina (2015), el Grupo de Investigación sobre Socioantropologías del Sur (GISS) reconocido por el CDCHTA-ULA (2017) y la revista In-SUR-Gentes en la que forma parte de su Comité Editorial (2019).
Regional y nacionalmente se ha desempeñado como Presidenta de la Junta de Protección y Conservación del Patrimonio Histórico y Artístico de la Nación para el Estado Mérida (19881992), miembro de la Junta Directiva del Museo Antropológico “Julio César Salas” de Lagunillas, Municipio Sucre del Estado Mérida (1992-2000), asesora del Museo Arqueológico de Timotes (1993), miembro de la Junta Directiva del Patronato Cultural de Mérida (1996-1998) y Asesora del Programa de Demarcación Territorial de la región andina y la Comisión de la Asamblea Nacional para el Proyecto de Constitución del Estado Mérida (1999), la Comisión Mixta designada por la Asamblea Nacional para analizar los proyectos de Ley de la Cultura (2002) y la Comisión para la redacción de las leyes de Tierras y de Educación Intercultural en 2002 y 2003 (Rangel y Rodríguez L., 2016). Recientemente mereció el Premio Nacional de Humanidades 2016-2018.
5.1 Creación
Intentando ampliar un poco más el contexto en el que fue posible la creación del Boletín Antropológico, podría señalarse que si bien durante la década de los cincuenta del siglo pasado, durante la cual Venezuela estuvo gobernada por militares, la Universidad de Los Andes no estuvo ayuna de publicaciones salidas de su propio seno tanto en libros como en revistas (Guillén, 1996 y Rodríguez L., 1999), en relación con las revistas su “…aparición firme…” se dio con el período democrático inaugurado en 1958 (Guillén, 1996: 112), fortaleciéndose las creadas antes (Ciencia e Ingeniería, Revista Forestal Venezolana y Revista Geográfica Venezolana) y surgiendo nuevas (Anuario de Derecho, Derecho y Reforma Agraria, Pittieria, Humanidades y Actual). La década de los setenta —a pesar de haber sido “…el período de máximos recursos en el país…” habría sido “…muy pobre en la publicación de nuevas revistas…” acaso porque fue también un período de masificación en el cual la “…investigación-publicación sucumbió ante las exigencias docentes…” (Guillén, 1996: 114 y 112), pero durante los siguientes quince años (1980-1995) surgieron nuevas revistas incorporándose a las tareas editoriales facultades distintas a las que habían tenido impulso al respecto (Ciencias Forestales y Derecho): Economía, Boletín Antropológico, De Arquitectura, MedULA, Voz y Escritura, Filosofía, Educfis. Revista Especializada de Educación Física, Trasiego, Provincia, Fermentum. Revista Venezolana de Sociología y Antropología, Agroalimentaria, Presente y Pasado. Revista de Historia, Acción Pedagógica, Cifra Nueva, Contexto… No todas han sobrevivido hasta estos días del siglo XXI.
En Venezuela, en los años anteriores a la década de los ochenta del siglo XX, para difundir los temas arqueológicos, etnográficos, etnológicos y antropológicos los autores solían recurrir a revistas nacionales de temática general (Revista Nacional de Cultura, Cultura Venezolana, Archivos Venezolanos de Folklore…) o especializada (Boletín Indigenista Venezolano, Archivos Venezolanos de Folklore, Acta Científica Venezolana, Antropológica, AVA, GENS, Revista de Antropología Lingüística…), las cuales confrontaban el problema de la continuidad (Clarac, 1996).
Todo aquel conjunto de circunstancias favorecedoras u obstaculizadoras presentes pudieron ser aprovechadas o esquivadas por la decidida acción emprendedora de Jacqueline Clarac de Briceño. Ella estuvo a favor de las iniciativas para alcanzar que, en los espacios del Departamento de Antropología y Sociología de la Facultad de Humanidades y Educación cuando esta se ubicaba en la merideña Avenida ‘Universidad’, empezara a funcionar el Museo Arqueológico con la exposición “Principio y fin” (1972), acompañó a Jorge Armand en la propuesta de crearlo institucionalmente, lo cual se logró en 1975 como dependencia de aquel Departamento. También estuvo a su lado en la búsqueda de una sede propia, lo cual se alcanzó aquel año gracias al impacto (un libro de Armand y una exposición en la Galería ‘La Otra banda’ de la U.L.A.) que tuvo el hallazgo de los ‘Petroglifos de Batatuy’ en el Estado Barinas, mediante el alquiler de una casa (la núm. 3-38 de la calle 25 ‘Ayacucho’, entre las avenidas 3 y 4 del centro de la ciudad), sucediéndose como directores Armand, José Ventura Reinosa y Adrián Lucena Goyo y exposiciones como las de “Homenaje a las culturas no-occidentales” (1975), los “Yu’pa” por los antropólogos franceses Alex y Nelly Lhermillier (diciembre de 1982), de fotografías sobre los “Páramos venezolanos” (octubre de 1985) y bautizos de libros. (Rodríguez L., 1985, 1986a y 1986b).
Para potenciar las posibilidades que podían abrirse tras el logro de aquel espacio, en cuanto a conseguir recursos, personal y conciencia sobre el valor de la investigación en el cumplimiento de la misión de la Universidad en la producción de conocimiento, Jacqueline Clarac de Briceño comprendió que hacía falta instituir un centro de investigaciones y crear un medio para difundir resultados y actividades. En sus propias palabras: el primero por constituir “…la mejor manera de asegurar la incorporación de la generación de relevo a través de los jóvenes investigadores y tesistas, quienes aseguran la continuidad de los trabajos…” y el segundo porque por su intermedio los investigadores noveles “…aprenden la necesidad de publicar … [y] de difundir los resultados … a los estudiantes universitarios y de bachillerato como a la población en general, mostrando la línea o las líneas de investigación que se han seguido…” Sin olvidar que “Un país tiene el derecho de saber lo que hacen sus científicos…” (Clarac, 1996: 92).
Recurrió Clarac de Briceño a sumar a sus propios esfuerzos y recursos las instancias universitarias a las que les correspondía apoyar esas propuestas que contribuían a solidificar la labor de investigación en ciencias humanas de la U.L.A.: el Consejo de Desarrollo Científico, Humanístico y Tecnológico, en el que ella y Armand habían ganado reconocimiento como responsables de varios proyectos de investigación, el Consejo de Publicaciones y los Talleres Gráficos Universitarios. El primero para alcanzar aval académico en las actividades de prospección y etnografía de profesores, empleados y estudiantes congregados en el Museo y apoyo financiero a la iniciativa editorial y el segundo y los últimos para materializar en tinta sobre papel tal proyecto.
Así, el 22 de junio de 1983, en esa sede del Museo, aún carente de reconocimiento en la estructura universitaria, se bautizaron los dos primeros números de la revista (septiembre-octubre y noviembre-diciembre de 1982) a la que se designó como Boletín Antropológico. Se contó con la presencia del Vicerrector Académico (Jesús Alfonso Osuna Ceballos) y el Decano de la Facultad de Humanidades y Educación (Mario Bossetti Fumagalli) como autoridades universitarias, los integrantes del equipo editor fundador (Clarac de Briceño como Coordinadora y Armand, Lucena y Alex Lhermillier como colaboradores-miembros del Museo), los primeros suscriptores de la revista (Manuel Alfonso Chuecos, Luisa Palánques de Ortiz y Raymonde Clarac), alumnos y exalumnos de la Escuela de Historia (Clarac, 1996). En esa ocasión Osuna Ceballos, en su intervención por el bautizo de la revista, culminó la misma aludiendo a la limitada continuidad de las publicaciones periódicas venezolanas, con unas palabras que fueron premonitorias: “Ojalá que no sólo se lleguen a celebrar los treinta números de esta revista…” lo cual se cumplió “…sino también sus treinta años de existencia…” meta igualmente superada.
Como portada se optó por un dibujo que representaba una “…hacha de piedra en forma de águila…”, pieza única que forma parte del patrimonio arqueológico de Mérida resguardado por el Museo de la Universidad de Los Andes. Ese motivo se mantuvo hasta el núm. 18 (enero-abril, 1990), aun cuando solía aparecer combinado con otras piezas y fotografías tomadas en prospecciones etnográficas y arqueológicas. A partir del núm. 32 (septiembre-diciembre, 1994), primero en versión impresa y desde el núm. 81 (enero-junio, 2011) sólo en versión digital, las fotografías a color y en lugar central y preponderante le dieron rasgo y carácter a sus portadas (Clarac y Mejías, 2015).
En los primeros números se declararon los propósitos, fines y alcances que se pretendían con la revista, así como también de los motivos que habían motivado a su creación:
…en un país donde circula poco la información entre los investigadores, el deseo de informar acerca de las actividades de nuestro Centro de Investigaciones y de su Museo, así como de las investigaciones de nuestros otros colegas acerca de Venezuela.
Aunque constituido básicamente por artículos de antropólogos, se abre a la publicación de trabajos de otros científicos sociales.

Se observan en la fotografía a Esteban Emilio Mosonyi (UCV), Domingo Ruiz (ULA), Jacqueline Clarac, Adrián Lucena y el Vicerrector Académico Jesús Alfonso Osuna Ceballos.

En el número inicial sus seis artículos fueron de la autoría del nombrado equipo editor fundador (dos de Clarac, dos de Armand, uno de Lucena Goyo y otro suscrito por Alex Lhermillier con su esposa Nelly de Lhermillier también antropóloga), ya en el segundo se agregaron los nombres de Michel Perrín y José F. Uliyuu Machado, Oswaldo Romero García, María Morales de Romero y Gerald Clarac y en el tercero los de Esteban Emilio Mosonyi, Edda O. Samudio y José E. Torres, lo cual anunciaba que su ofrecida apertura a otras ciencias sociales era necesaria y había tenido respuesta.
5.2 Prosecución y consolidación
Finalizando 1985 se daba la paradoja de que el Museo carecía de reconocimiento institucional pero contaba con un local para sus actividades, un Centro de investigaciones y una revista y todo prácticamente recaía sobre las espaldas de Jacqueline Clarac de Briceño, pues Jorge Armand se retiró de la U.L.A. aquel año, Adrián Lucena “…se dedicó a otras cosas…” y Alex Lhermillier, al cual no le renovaron el contrato en la Universidad, había retornado a Francia un año antes (Clarac, 1996: 93), sobre todo el Boletín Antropológico, pues ella, formalmente oficializada como su Directora desde el núm. 3 (septiembre-octubre, 1983), tuvo que tipear a máquina los primeros números, “…pues no teníamos secretaria, ni podíamos pagar una…” (Clarac, 1996: 90) y le correspondió, durante mucho tiempo, ser quien “…solicita las colaboraciones … corrige las pruebas, está pendiente de los detalles de impresión, supervisa la distribución, participa en las ventas y se encarga de establecer los contactos para alcanzar a cubrir los costos de edición…” (Rodríguez L., 1989: A-2).
Precisamente en el último mes de 1985 coincidieron ciertas circunstancias determinantes (la Facultad de Derecho se mudó de su sede en el Edifico del Rectorado a la nueva de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas en terrenos de la antigua Hacienda “La Liria” entre las avenidas ‘Las Américas’ y ‘Los Próceres’, la Universidad había adquirido mediante compra un conjunto de piezas arqueológicas rescatadas, adquiridas y coleccionadas en el Estado Trujillo por Pío Rondón las cuales estaban en cajas y necesitaban ser ubicadas en un espacio acorde a su valor patrimonial y el Museo no podía albergarlas por lo reducido de su espacio y porque ya era depositaria —en condiciones difíciles— de otras colecciones como la proveniente de La India y con más de 800.000 años de antigüedad, donada por Jorge Armand; del Estado Falcón donada por José María Cruxent, del Estado Lara producto de los trabajos realizados en esa entidad federal por Mario Sanoja y del Estado Mérida donada por Emilio Menotti Spósito y de otros coleccionistas privados). En tal coyuntura Jacqueline Clarac le planteó al Rector Pedro Rincón Gutiérrez y al Vicerrector Académico Julián Aguirre Pé que se propusiera al Consejo Universitario la ubicación, en la parte baja de la que hasta entonces había sido sede de Derecho, el Museo Arqueológico, el cual llevaría el nombre de Gonzalo Rincón Gutiérrez, como reconocimiento a su pionera promoción de la investigación y la docencia en temas con enfoque antropológico y arqueológico en las cátedras de Historia de América I (o “Precolombina”) e Historia de Venezuela I (o “Prehispánica”) a su cargo y quien, con colaboración de estudiantes hizo prospección, excavación y recolección en yacimientos arqueológicos de Mérida, gestionó la contratación de José Ventura Reinosa (de la primera promoción de Licenciados en Humanidades de la sección Historia en 1959), del arqueólogo mexicano Carlos Margain y de Mario Sanoja para dictar Antropología, a la vez que facilitó la donación de la referida colección de piezas arqueológicas de Menotti-Spósito. El Consejo Universitario hizo la consulta correspondiente a la Oficina de Planificación de la U.L.A. (PLANDES) y apoyó la propuesta, dando autorización a la mudanza del Museo de la calle 25 a su nueva sede (cruce de la calle 23 con la Avenida 3 “Independencia”) en el edifico ocupado por el Rectorado, el Vicerrectorado Académico, la Facultad de Odontología y el Teatro “César Rengifo”. La misma se produjo en los días previos al asueto de fin de año (Rodríguez L., 1987).
Al año siguiente el Museo Arqueológico “Gonzalo Rincón Gutiérrez” alcanzó personalidad jurídica como parte de la Universidad de Los Andes, fue adscrito al Vicerrectorado Académico y Jacqueline Clarac de Briceño fue designada como su Directora. Desde esa instancia ella supo hacer del Museo no sólo un espacio de exhibición que permanecía abierto al público merideño y los turistas, a estos sobre todo en las fechas de asueto cuando la Universidad suspendía sus actividades regulares, sino también académico pues allí se impartían clases, se dictaban seminarios, se organizaban conferencias y charlas, se hacían visitas guiadas para grupos de estudiantes de escuelas y liceos… y de investigación (su Centro de Investigaciones buscó, a través de proyectos presentados ante el CDCHT principalmente, recursos para realizar indagaciones arqueológicas y antropológicas en los estados andinos, sobre la base de cuyos resultados fue posible ir equipando sus espacios y dotando de personal idóneo las actividades de los laboratorios, la clasificación de los materiales rescatados, la investigación y docencia de postgrado y la asesoría de las comunidades para la creación de museos y conciencia sobre el Patrimonio cultural andino y venezolano (Rodríguez L., 1987).
En favor de todo ello fue un puntal muy importante la creación, a partir de sus propios libros, las donaciones que obtuvo, las tesis de pregrado y postgrado de las que había sido Tutora y los libros y revistas que desde distintas partes del país y el mundo ingresaban a la U.L.A. por canje con el Boletín Antropológico, de una Biblioteca Especializada para los estudios antropológicos en sus diversas áreas, soporte fundamental para alcanzar las autorizaciones de los programas de Postgrado de la Maestría en Etnología y el Doctorado en Antropología (Clarac y Mejías, 2015). Jacqueline Clarac de Briceño y Annel Mejías Guiza expusieron, en un evento organizado en 2014 por la Biblioteca Nacional / Biblioteca Tulio Febres Cordero de Mérida y el Grupo de Investigaciones sobre Historia de las Ideas en América Latina (GRHIAL) de la Universidad de Los Andes sobre las revistas periódicas venezolanas y de la U.L.A., que el Boletín Antropológico varió la cantidad de números con los que circuló anualmente: inicialmente lo hizo con dos números al año, después se estabilizó en tres, hasta que a partir del núm. 81 (enero-junio, 2011) la regularidad se estableció en dos apariciones anuales. Previamente y desde el núm. 73 (mayo-agosto, 2008) había pasado a ser una revista impresa y digital y de acceso libre en el portal institucional de la Universidad de Los Andes SABER ULA. Asimismo, en ese evento, ellas señalaron también que desde sus inicios la revista fue arbitrada y posteriormente alcanzó la indización de CLASE (Citas Latinoamericanas en Ciencias Sociales), LATINDEX, REVENCYT / Registro de Publicaciones Científicas y Tecnológicas Venezolanas, Igualmente expusieron que desde el núm. 63 (enero-abril, 2005) y hasta su última aparición está incluida en el repositorio digital de Redalyc / Red de Revistas Científicas de América Latina y el Caribe, España y Portugal (Clarac y Mejías, 2015), mientras que en el de SABER-ULA se han ido incorporando paulatinamente los números que sólo habían tenido circulación impresa, en la perspectiva de alcanzar la colección completa. La última indización lograda por la revista ha sido el de Emerging Sources Citation Index y ha pasado a formar parte de Open Academic Journal Index
Como ha sido usual para las revistas científicas venezolanas, el financiamiento, tanto en papel como en formato digital, ha sido siempre uno de los mayores problemas que ha debido encarar la revista. En su devenir ha llegado a contar con diversos y variados aportes de instancias universitarias, públicas y privadas, como por ejemplo: CDCHTA-ULA, FUNDAULA, Dirección de Cultura y Deportes Dirección de Turismo de la Gobernación del Estado Mérida, FUNDACITE, CONICIT (en apenas un número), CONAC, Comisión de Cultura de la Cámara de Diputados del antiguo Congreso Nacional (una sola vez), LatilAuto, la Joyería Elías, los insuficientes ingresos propios por venta de la revista, los limitados recursos del Museo Arqueológico, la Maestría en Etnología, el Doctorado en Antropología y los aportes de la propia Jacqueline Clarac de Briceño y algunos de los colaboradores de la publicación. De esto último constituyó un botón de muestra el núm. 10 (enero-julio de 1986): “…dedicado al problema de la tenencia de la tierra en Venezuela … resultado de un simposio … organizado sobre esta temática en Mérida en 1985, después del escándalo que produjo a nivel nacional el problema de la tierra de los Piaroas…” En esa entrega de la revista fueron publicadas las ponencias presentadas en el evento, gracias a que su edición “… fue financiada por varios de los antropólogos que participaron” (Clarac, 1996: 94). En los últimos números como entes financieros son señalados el CDCHTA-ULA y FUNDACITE-Mérida
En su devenir el Boletín Antropológico ha publicado resultados de trabajos de investigación del Grupo de Investigaciones Antropológica y Lingüísticas (GRIAL), del Museo Arqueológico “Gonzalo Rincón Gutiérrez”, del Centro de Investigaciones Etnológicas (CIET), de investigadores en las diversas ramas de la Antropología pertenecientes a distintas universidades e institutos de investigación de Venezuela y de otros países, así como también de artículos extractados de trabajos de grado y tesis de estudiantes de la Maestría en Etnología y del Doctorado en Antropología. Han destacado en esas publicaciones los trabajos relacionados con Antropología socio-cultural, Arqueología y Patrimonio, Bioantropología, historiografía y Antropología Lingüística (Clarac y Mejías, 2015).
5.3 Presencia (Artículos y reseñas de Jacqueline Clarac de Briceño en el Boletín Antropológico)
En consonancia con el propósito fundacional de crear la revista para dar a conocer por su intermedio el trabajo del Centro de Investigaciones y el Museo, Jacqueline Clarac de Briceño compartió gran parte de los resultados de las investigaciones que realizaba en sus páginas, publicando artículos y comentando libros, a la par de los que también con su nombre aparecían en otras publicaciones periódicas y obras (Rangel y Rodríguez, 2019). Testimonio de ello es el siguiente listado de 47 artículos y 11 reseñas en el Boletín Atropológico, prescindiendo de las notas que elaboró —sin su nombre— para la sección “Boletín Informativo.”
5.3.1Artículos
1982. “Algunas consideraciones acerca de la metodología etnohistórica. Su aplicación a la Cordillera de los Andes, Venezuela”. Núm. 1: 7-14.
1982. “El horror a la policromía en la Cordillera de Mérida”. Núm. 1: 33-36.
1982. “El dualismo en las representaciones simbólicas del campesino merideño”. Núm. 2: 13-16.
1982. “Re-estructuración en la Cordillera de Mérida en relación al capitalismo y al urbanismo emergente”. Núm. 2: 43-49.
1983. “Influencia indígena americana en la mitología afroamericana”. Núm. 3: 29-38.
1983. “Comentarios antropológicos acerca de: ‘El lenguaje como variable instrumental y mediadora del rendimiento académico’”. Núm. 3: 67-71.
1983. “Una religión en formación en una sociedad petrolera”. Núm. 4: 28-35.
1984. “Aproximación a una etnomedicina en la Cordillera de Mérida”. Núm. 5: 5-18.
1984. “Los disfraces de San Isidro (ensayo de análisis antropo-histórico de un discurso)”. Núm. 6: 37-51. En co-autoría con Arsenio J. Ramírez Rosales.
1984. “El Mensaje del culto a los Muertos en Mérida”. Núm. 7: 13-27.
1985. “Medicina popular y sistemas de salud en Venezuela”. Núm. 8: 35-45.
1986. “Introducción al problema del uso y tenencia de la tierra en relación a los grupos indígenas, o de origen indígena”. Núm. 10: 7-14.
1986. “Representaciones en sistemas de salud coexistentes, Cordillera andina”. Núm. 11: 13-27.
1987. “Censo de población indígena del Municipio Autónomo Lagunillas, Mérida, 1987”. Núm. 12: 5-16. En co-autoría con Francisca Rangel.
1987. “Comunidades afrovenezolanas del Sur del Lago de Maracaibo (Análisis etnohistórico y antropológico social)”. Núm. 12: 37-54.
1987. “Identidad étnica y arqueología de rescate, Cordillera de los Andes, Venezuela”. Núm. 13: 35-42.
1987. “El problema de la tierra indígena: una constante en la historia de la Cordillera de Mérida y en la de Venezuela”. Núm. 13: 57-64.
1988. “La Pedregosa Alta – Itinerario de una destrucción”. Núm. 14: 85-91.
1988. “El culto a las piedras en la Cordillera de Mérida”. Núm. 15: 5-18. En co-autoría con Francisca Rangel.
1988. “El problema del significado en distintos sistemas simbólicos”. Núm. 15: 91-98.
1989. “Historia del sitio arquitectónico de la Pedregosa Alta desde su descubrimiento”. Núm. Especial: 5-17.
1989. “Análisis antropológico del ‘Informe’ elaborado por Catalina Torres a petición del Gobernador Orlando Gutiérrez y distribuido por este en Venezuela”. Núm. Especial: 38-52.
1989. “El contexto arqueológico y etnohistórico del sitio arquitectónico de la Pedregosa Alta”. Núm. Especial: 111-135.
1989. “Consideraciones etnográficas y etnológicas en torno al sitio la Pedregosa Alta”. Núm. Especial: 136-144.
1990. “Los Arawak en la Cordillera de Mérida. Dinámica de su encuentro prehispánico con el grupo anterior según información etnográfica”. Núm. 18: 39-42.
1990. “La enfermedad: lugar entre dos polos donde actúa la cultura”. Núm. 19: 13-17.
1990. “Nuevo acercamiento al ‘trance’”. Núm. 19: 57-71. 1990. “Simbología de los dibujos de María Lionza”. Núm. 19: 97-106.
1990. “Etnohistoria de San Antonio de Mucuño”. Núm. 20: 18-35.
1990. “El ‘Patrimonio Cultural’ ”. Núm. 20: 80-85.
1991. “Reflexiones etnológicas acerca de la placa alada de la arqueología venezolana”. Núm. 21: 21-31.
1991. “Estructuras antropológicas de una paranoia colectiva”. Núm. 23: 7-32.
1992. “Espacio y mito en América”. Núm. 24: 20-33.
1992. “Patrimonio e ideología”. Núm. 25: 7-18.
1992. “El Síndrome de Chediak-Higashi en Pregonero, Venezuela. Informe Antropológico”. Núm. 25: 38-53. En co-autoría con Francisca Rangel.
1993. “La mutación epistemológica de fines del siglo XX y la crisis de la legitimidad de la antropología del norte: hacia una Antropología del sur en el siglo XXI”. Núm. 27: 17-40.
1993. “La construcción de la Antropología en Venezuela”. Núm. 28: 39-52.
1994. “La Antropología venezolana y la crisis de la Antropología”. Núm. 30: 33-55.
1995. “Representación del cuerpo humano en la Cordillera de Mérida, su relación con la representación del espacio físico de la Cordillera y el espacio cósmico”. Núm. 34: 61-66.
1997. “El animal fabuloso y el animal mítico en la Cordillera de Mérida y Colombia”. Núm. 39: 36-69.
1998. “Obstáculos académicos y políticos de la construcción de la Antropología en Venezuela”. Núm. 43: 94-115.
1999. “Los grupo étnicos andinos venezolanos en la visión de Julio César Salas y los investigadores contemporáneos”. Núm. 47: 35-62.
2000 “Adolescentes, cuerpo, iniciación, nuevo milenio”. Núm. 49: 53-74.
2001. “Análisis de las actitudes de políticos criollos e indígenas en Venezuela (De los años 60 hasta el 2001)”. Núm. 53: 335-372.
2004. “Salud mental y globalización, necesidad de una nueva Etnopsiquiatría”. Núm. 61: 159-185.
2005. “El ‘Mito total’: razones de su vigencia entre los indígenas y campesinos de Mérida, Venezuela”. Núm. 63: 67-74.
2010. “Miguel Acosta Saignes desde la visión de una antropóloga actual”. Núm. 78: 44-60.
5.3.2. Reseñas
1995. “¿Ciencias sociales y humanas en el lecho de Procusto? Consecuencias de la evaluación académica institucional” en Boletín de la Academia de la Investigación Científica. México, núm. 26, sept.-oct. 1995! (Esteban Krotz). Núm. 35: 74-77.
1999. Hacia la Antropología del Siglo XXI (Varios autores). Núm. 45: 92-105.
2000. Palabras para Promover la Salud entre los Pueblos Amerindios de Venezuela (J. Chiappino y C. Alès). Núm. 49: 9799.
2000. Sustentos, Aflicciones y Postrimerías de los Indios de América (M. Gutiérrez Estevez). Nún. 49: 99-101.
2000. Del Microscopio a la Maraca. Relación entre Chamanismo y Medicina Convencional en el Territorio Amazonas De Venezuela. (Jean Chiappino). Núm. 50: 99-110.
2003. La Otredad Cultural entre Utopía y Ciencia. Un Estudio sobre el Origen, Desarrollo y la Reorientación de la Antropología (Esteban Krotz). Núm. 58: 209-222.
2003. Historia Universal de la Destrucción de Libros. De las Tablillas Sumerias a la Guerra de Irak (Fernando Báez). Núm. 59: 351-354.
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6 ANOTACIÓN FINAL
Por acuerdo con el Vicerrectorado Académico de la U.L.A. y para poder dedicarse a los programas de postgrado en Etnología y Antropología y a la creación del Instituto de Investigaciones Bioantropológicas y Arqueológicas, Jacqueline Clarac de Briceño se había retirado de la Dirección del Museo Arqueológico y pasado a presidir su Junta Directiva. Al estar adscrito el Boletín Antropológico al Museo y nutrirse sus números de las investigaciones desarrolladas por los cursantes de la Maestría y el Doctorado para elaborar sus trabajos de grado y tesis, siguió al frente de la Dirección de la revista. El cese de ese vínculo institucional con la misma no fue voluntario ni inmediato, sino una de las consecuencias de la terminación del que la unía al Doctorado en Antropología como su Coordinadora: por decisión del Consejo de Facultad de Odontología en 2016, luego de que el Consejo Universitario aprobara la creación del mencionado Instituto con adscripción a esa Facultad y al que quedaron afiliados el Museo y los referidos programas de postgrado, se designaron nuevos equipos directivos sin incluirla.
Los que no compartíamos aquella decisión legal y somos deudores del Magisterio académico, científico y humano de Jacqueline Clarac de Briceño, podíamos y debíamos habernos pronunciado de forma contundente, siquiera contra las formas y el momento escogidos pues —cuando menos— significaba un irrespeto a su trayectoria, reconocida por la propia Universidad de Los Andes, pero seguramente para su fundada decepción, mantuvimos un imperdonable silencio.
Transcurrido un tiempo, el Museo Arqueológico “Gonzalo Rincón Gutiérrez” para 2018 y 2019 suprimió el cargo directivo unipersonal en la página identificatoria del Boletín Antropológico e incluyó a Jacqueline Clarac de Briceño, lo que supondría su consulta y consentimiento, en el Comité Editorial junto a nombres conocidos y nuevos en la revista, además de que se introdujeron cambios y ampliaciones en relación con quienes figuraban en el arbitraje y la asesoría, pasando a ser reunidos en un Comité de Arbitraje y un Comité Asesor. A comienzos del núm. 99 (enero-junio, 2020) ella pasó a ser designada Editora Honoraria de la revista.
De cualquier manera, a esta altura de los tiempos, el recorrido de su obra científica, académica, divulgativa e institucional es garantía de que los méritos de Jacqueline Clarac de Briceño no sufrirán merma ninguna porque, precisamente, su obra está viva y activa para sostenerlo merecidamente. Difícil la han de tener quienes han aceptado el difícil desafío de suplirla al frente de las responsabilidades académicas e institucionales que tuvo, pues la prosecución de las mismas redundará en la consolidación de su obra, mientras una decaída de su continuidad y rendimiento no recaerán sobre su nombre sino en el de quienes no supieron proseguirlas ni sostenerlas.
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