Reseña
Sobre Mijaíl Lifschitz. El arte y la ideología
About Mijaíl Lifschitz. El arte y la ideología
Al hablar de estética marxista el lector mexicano sin duda se remitirá a la obra de Adolfo Sánchez Vázquez, y tal vez vendrán a su memoria otros nombres como el de Bolívar Echeverría y Walter Benjamín, Bertolt Brecht o Georg Lukács. No obstante, es menos probable que entre las primeras referencias se tenga a Mijaíl Lifschitz, un autor menos conocido, pero de gran relevancia en la historia de la estética marxista y la crítica e historia del arte, así como amigo y compañero de cubículo del famoso filósofo húngaro Georg Lukács en el instituto Marx-Engels-Lenin.
Pese a lo extensa y polémica que es la obra de Mijaíl Lifschitz, el lector en lengua española ha tenido acceso a una parte muy reducida de ésta, acaso el texto más conocido sea La filosofía del arte de Karl Marx, que fue editado por dos sellos en México en el mismo año. Por una parte, la editorial Era publicó la traducción de la edición hecha por Malena Barro e incluyó como apéndice el texto “Con motivo del cincuentenario de la muerte de Karl Marx”;1 por otro lado, Siglo XXI publicó la traducción que del idioma inglés hizo Stella Mastrángelo.2 Esta última editorial también publicó Literatura y marxismo. Una controversia,3 que tiene la gracia de retratar el carácter polémico del autor al recuperar parte de los debates en torno a la literatura que tuvo con los “sociólogos vulgares”. Sumado a estos textos, se publicaron dos artículos de Lifschitz en la antología de Adolfo Sánchez Vázquez Estética y marxismo;4 uno fue el prólogo que hizo a la compilación de Marx y Engels sobre arte y literatura,5 mientras que “La fenomenología de la lata de conservas” estuvo dedicado a criticar el pop art tomando, por ejemplo, la obra “Latas de sopa Campbell” de Andy Warhol.
A diferencia de los textos antes referidos que responden a las polémicas en las que el autor participó en la década de los treinta en contra de las tendencias de la “sociología vulgar” y el marxismo dogmático, el compendio hecho por Víctor Antonio Carrión titulado El arte y la ideología nos aproxima a los debates en el campo del arte que predominaron en la Unión Soviética durante la década de los sesenta. Al mostrarnos el pensamiento de Lifschitz 30 años después, este libro nos permite apreciar el paradójico destino de este autor, quien por el cambio del contexto político y no de su pensamiento, pasó de ser cuestionado por falta de ortodoxia en sus primeros debates, a ser acusado de excesivo dogmatismo.
En El arte y la ideología se recoge la esencia de la polémica desatada por los trabajos de Lifschitz durante el periodo del deshielo, cuyo objetivo era cuestionar el eclecticismo teórico que consideraba había florecido en los años sesenta y que derivó en la renuncia a los principios del marxismo-leninismo por parte de artistas, escritores y filósofos soviéticos; cuyo síntoma más palpable fue la apertura a la estética del modernismo, fenómeno que para Lifschitz es producto de la situación de descomposición de la sociedad burguesa. Así pues, el tema central del libro es la caracterización y crítica de la estética del modernismo como expresión ideológica del mundo burgués.
El primer apartado lo integran una nueva traducción del artículo ya referido, “Fenomenología de una lata de conservas”, cuya relevancia como estudio de caso justifica su inclusión; además de que se entiende como un estudio de caso de la polémica antimodernista. También incluye el artículo “Fascismo y arte contemporáneo”, que es importante porque permite al autor exponer con mayor claridad la falta de correspondencia mecánica entre el modernismo y la ideología reaccionaria de los artistas. El último texto del primer apartado es “El ethos de trabajo del artista”.
En el artículo sobre el fascismo explica que el hecho de que bajo este sistema se vedara la tendencia modernista en el arte, no significa que ésta dejara de ser una expresión de la ideología burguesa o que debiera ser valorada como un arte progresivo o revolucionario. A su vez, el autor da ejemplos de obras filosóficas, literarias y artísticas que empataban con aspectos ideológicos del gobierno nazi, pero que no obstante eran de opositores al régimen o autores de posiciones progresistas. También se da cuenta de la contraparte: casos de artistas que buscaban colaborar con la revolución, con el antifascismo o colocarse en posiciones progresistas, pero cuyas obras, al insertarse en el modernismo, contribuyen a alimentar aspectos de la ideología burguesa en la medida en que se alejaban del realismo. En resumen, este texto es de relevancia debido a que, tomando ejemplos de productos culturales, demuestra que éstos no pueden ser explicados cabalmente si se atiende a una comprensión mecánica entre la ideología y la realidad concreta del artista. Además, documenta cómo en el campo del arte se expresó de forma temprana la campaña para equiparar al comunismo con el fascismo con base en el llamado “totalitarismo”.
Por su parte, el artículo “El ethos de trabajo del artista” presenta una aproximación marxista a la categoría de ethos, en gran medida diferente al abordaje que de ésta hace Bolívar Echeverría. El centro de la propuesta es que “el camino al comunismo avanza a través de elevar el ethos del trabajo”,6 lo que implica la labor consciente, de calidad, con responsabilidad interna del trabajador, aspectos que cualifican el trabajo. Lifschitz afirmó que en el campo del arte hay un impedimento para elevar el ethos, y es que el modernismo tiende a desaparecer el trabajo del arte, ya que lo principal pasa a ser la afirmación de la subjetividad del artista, esto en detrimento de la maestría de los procesos y trabajos de creación, por lo que la salida es reafirmar el ethos del trabajo del arte clásico. En el mismo texto se presentan críticas a la influencia negativa que, según el autor, ejerció la corriente de la “nueva izquierda” en el proceso de desacreditar la maestría en el proceso de creación artística a favor del subjetivismo; uno de los autores a quien dirige su crítica es a Sartre.
La segunda parte del libro está conformada por los artículos “El modernismo en el arte”, “El modernismo como fenómeno de la ideología burguesa” y “¿Por qué no soy un modernista?”. Este último antecede en su publicación original a los otros dos, y de hecho es referido por ambos, además de por casi todos los demás artículos del compendio, por lo que se puede considerar el artículo central del libro El arte y la ideología. En cada uno de estos artículos se plantean características del modernismo, sus fundamentos materiales e ideológicos y la repercusión en la Unión Soviética y otros países. El abordaje se hace de forma crítica, pero antidogmática, lo que permite situar la posición de Lifschitz como el punto intermedio entre el liberalismo político, anarquizante ideológico que deriva en el modernismo y las posiciones reaccionarias de corte fascista.
Otra cuestión que se aborda en este apartado es la de cómo hacer frente al modernismo desde el marxismo, donde critica dos extremos: el que da apertura y termina por renunciar a los principios teóricos del marxismo, y el dogmático izquierdista que termina por alejar de las posiciones socialistas a los artistas que, sin tener posiciones reaccionarias, están en el campo del modernismo: “una cosa es el extravío de la gente de arte y de los otros representantes generales de la intelectualidad vacilante y otra completamente diferente son los teóricos pretenciosos, listos a reconciliar la cosmovisión marxista con la filosofía burguesa”.7

Respecto de la caracterización del modernismo, el elemento central que se le atribuye es que “[el] artista se interna en el primer piso de la conciencia, se encierra en él y recoge la escalera”;8 en otras palabras, la idea de que en el arte “lo que se hace no es nada importante. Lo importante es el gesto del artista, su pose, su reputación, su firma…”,9 aspecto con el que se afirma un pleno subjetivismo que deriva en la otra característica: el modernismo se liga a la teoría estética “con el movimiento general del pensamiento social burgués de la época de su ocaso, que manifiesta en primer lugar el rompimiento destructivo de las tradiciones clásicas”,10 lo que no quiere decir que todos los modernistas se alejen de dicha tradición, sino que tienden a renunciar a ella dada la afirmación de la subjetividad como elemento central.
Pese a que del modernismo Lifschitz asevera que implica la ruptura con los elementos clásicos del arte, no es esquemático y se pregunta si todo el arte modernista se caracteriza por tener aspectos en la representación que deformen la realidad. La respuesta es que no, de hecho hay artistas de esta corriente que buscan la preservación de formas reales, lo cual puede caer en posiciones del hiperrealismo. Con esto demostró la falsedad de las críticas vulgares sobre el realismo como propuesta estética que buscaba ser reflejo de la realidad, rechazando todo abstraccionismo, pues el realismo es también representación, según Lifschitz.
No obstante, la arremetida contra el modernismo no impide al autor reconocer las expresiones estéticas que pueden aparecer en algunas obras de esta corriente, pero se encarga de señalar que la tendencia general implica un divorcio de estas obras de arte con las masas de la sociedad; de hecho se resalta el cándido criterio del espectador común que, según Lifschitz, tiende al rechazo del modernismo. De igual forma, la crítica a éste no le impide ver que en última instancia la evasión de la realidad en las tendencias del arte occidental no es la creación de una mente perversa y reaccionaria, sino que el fenómeno debe ser comprendido como síntoma de la sociedad en el capitalismo.
El tercer apartado del libro incluye el artículo “¡Cuidado con la humanidad!”, respuesta polémica a los críticos que desde el campo socialista discrepaban con “¿Por qué no soy un modernista?”. También, bajo el título de “En defensa de la tribu de los insolentes”, se incluye un material de alto valor, fragmentos de la correspondencia de Lifschitz con Gueorgui Fridlender y Vladimir Dóstal, a propósito del artículo “¿Por qué no soy un modernista?”. De igual forma, con el nombre de “Sobre la situación del marxismo y la lucha de clases”, se inserta la correspondencia con Lukács.
Las epístolas de Lifschitz con Gueorgui Fridlender y Vladimir Dóstal presentan aclaraciones complementarias al artículo “¿Por qué no soy un modernista?” y a los demás artículos surgidos de la polémica que éste generó. Se citan nombres de teóricos de la estética marxista que malentendieron o decidieron exagerar las afirmaciones de Lifschitz; también se hace referencia a otras de sus obras y su repercusión en la urss, así como al diálogo que sostuvo con filósofos como Evald Iliénkov. Una cuestión relevante es que se expresan reflexiones sobre el modernismo enfocadas desde la política soviética, aspecto que no se manifiesta con fuerza en los artículos destinados a su publicación.
Por su parte, la correspondencia entre Lifschitz y Lukács refleja que ambos mantuvieron como elemento central de sus concepciones estéticas la teoría del reflejo, lo que les llevó a tener preocupación por el constante corrimiento de artistas y filósofos a posiciones divergentes. También permite conocer que eran críticos de aquellos que, buscando una apertura teórica, se alejaron de tesis centrales de la filosofía materialista y terminaron en posiciones disidentes del marxismo; los ejemplos que refieren son el de Ernst Fischer y Roger Garaudy.
Vistos en conjunto, los textos que integran El arte y la ideología tienen la virtud de mostrar la posición dialéctica y antimecanicista del pensamiento de Lifschitz, quien consideró un error intentar explicar las expresiones modernistas como producto de sectores reaccionarios que de forma consciente buscan empujar al arte a un campo distante del realismo socialista; pues el modernismo, sin dejar de ser una expresión ideológica de la sociedad capitalista, no implica que los artistas insertos en él tengan una filiación ideológica proburguesa o anticomunista. De hecho, el autor argumenta que existen obras modernistas cuyos autores no tienen una afiliación ideológica de carácter reaccionario, y a la par refiere que las obras de los más recalcitrantes ideólogos del modernismo no dejan de ser, en parte, reflejo de la realidad social y, en este sentido, cuentan con destellos de realismo. Es decir, el autor llama a no buscar explicaciones reduccionistas para un problema complejo como el arte modernista.
No obstante que los textos de Lifschitz incluidos en el libro son de gran valor, su organización es deficiente y la división del libro en tres partes (I. Política y economía del arte, II. El modernismo y la ideología burguesa, y III. Arte y lucha de ideas) está insuficientemente justificada. Esto se debe, en parte, a que el artículo “¿Por qué no soy un modernista?” se encuentra al final del capítulo segundo; sin embargo, es el texto central de la antología, ya que establece postulados teóricos que permiten un enlace interdependiente con los demás textos. En otras palabras, probablemente lo más adecuado hubiera sido poner en primer lugar el artículo central al que los tres apartados hacen referencia.
El libro también cuenta con un estudio introductorio que trata los aspectos filosóficos que subyacen al debate sobre el modernismo y los cambios en la situación político-ideológica a raíz del gobierno de Nikita Jruschov y la posterior deriva del triunfo de la contrarrevolución que implicó la desaparición de la urss. Sumado a esto, al final del libro se incluyen dos apéndices, uno es el breve pero conciso artículo “La posición partidista del teórico”, en el que los filósofos Evald Iliénkov y Alexéi Novoxatiko hacen un balance de la obra de Lifschitz; el otro es un estudio sobre la vida y obra de Lifschitz, y autoría es de quien hizo la selección y traducción de los textos que componen el estudio.
El último texto referido es de gran utilidad para comprender el desarrollo intelectual de Lifschitz, sus influencias, su relación personal y compatibilidad teórica con George Lúkacs, así como su posición en los debates de la década de los treinta, cuarenta, cincuenta y sesenta del siglo pasado. Además, sitúa los debates en el contexto político soviético, ofrece datos de los participantes, las formas y los medios en que se dieron los debates. Esto permite echar un vistazo a la complejidad del debate sobre la estética en la urss, que hasta ahora ha sido presentado de forma reduccionista e insuficiente, centrándose en el realismo socialista y queriendo acentuar un rechazo por el mismo, cuestión que ni Lifschitz ni Lúkacs compartieron aun cuando denunciaron excesos y dogmatismo en su abordaje.
Tanto por la información proporcionada sobre Lifschitz, así como por la serie de artículos que contiene como muestra de un debate al interior de la Unión Soviética que hasta ahora es poco conocido, El arte y la ideología es un libro que difunde un importante material, el cual sin duda resulta central para adentrarnos en las aristas de la estética marxista de corte ortodoxo y, sobre todo, porque llama a repensar el arte actual desde una perspectiva polémica. Este libro debería ser considerado de consulta obligada para los interesados en la estética marxista y el pensamiento crítico.
