Comunidad

Pandemia y museos ¿Llegó el momento de la transformación?

Pandemics and Museums Has the Moment of Transformation Arrived?

Fabiola Hernández Olvera
Museo del Palacio de Bellas Artes, Mexico

Pandemia y museos ¿Llegó el momento de la transformación?

NIERIKA. Revista de Arte Ibero, núm. 19, pp. 173-178, 2021

Departamento de Arte de la Universidad Iberoamericana

Recepción: 24 Septiembre 2020

Aprobación: 06 Octubre 2020

El 31 de diciembre de 2019 la Comisión Municipal de Salud de Wuhan (provincia de Hubei, China) notificaba un cúmulo de casos de neumonía en la ciudad; posteriormente se determinó que eran causados por un nuevo tipo de coronavirus. A partir de ese momento la vida tal y como la conocíamos dio un vuelco. El mundo comenzó a cambiar drástica y velozmente, los gobiernos ordenaron el cierre inmediato de fronteras, industrias, comercios, escuelas, espacios culturales y de entretenimiento. Se restringió la libre circulación y millones de personas fueron obligadas al confinamiento en sus hogares. Con ello, las dinámicas y relaciones del día a día se trastocaron radicalmente. El hogar se convirtió en el espacio donde la escuela, el trabajo y el esparcimiento se encontraron, pero también convergieron la ansiedad, el miedo y la incertidumbre.

En medio de la crisis sanitaria, la industria cultural y artística decidió producir y compartir recursos y contenidos como películas, conciertos, representaciones teatrales y dancísticas, exposiciones de arte, libros electrónicos, entre otros, con el propósito de acompañar y paliar la monotonía, la desazón y el tedio generados por la cuarentena. En este contexto, los museos alrededor del mundo sufrieron un golpe sin precedentes. Obligados a cerrar las puertas, las estructuras que creíamos sólidas se empezaron a tambalear; las pérdidas económicas se contaban por millones en un sector ya de por sí precarizado desde hace años; cientos de trabajadores del sector nos vimos obligados a transformar radicalmente las dinámicas de trabajo, aun y cuando la gran mayoría no estábamos preparados ni tecnológica ni metodológicamente para ello. En medio de la crisis la pregunta central fue cómo subsistir.

En nuestro país, al igual que en el resto del mundo, la clausura de los espacios nos orilló a volcarnos precipitadamente al mundo digital. Muy pocos museos contaban entonces con incipientes estrategias y recursos digitales (un ejemplo de ello es el Museo del Palacio de Bellas Artes y los micrositios de sus exposiciones temporales), por lo que la mayoría tuvieron que acelerar la producción y difusión de contenidos; incluso la propia Secretaría de Cultura apresuró su incursión en el ámbito virtual mediante el desarrollo de la plataforma “Contigo en la distancia”, proyecto que consiste en “una estrategia digital en la que se ofrece una amplia selección de material cultural, que incluye archivos sonoros, entrevistas, galerías fotográficas, videos, libros, recorridos y otros recursos, con el objetivo de que las personas puedan ejercer su derecho a la cultura desde el hogar”. Sin importar la experiencia o falta de ella, la mayor parte de las propuestas se redujeron a exposiciones virtuales, recorridos guiados, podcasts, conferencias, cursos y talleres en línea. Ciertamente algunas de las estrategias han resultado atractivas y miles de personas han accedido a los recursos y participado activamente en las dinámicas; sin embargo, como espectadora, pero también como parte del engranaje del sector museístico, considero oportuno preguntar: ¿las instituciones reflexionaron y se cuestionaron sobre lo que implica la producción y difusión descontrolada de contenidos o éstos simplemente se generaron a partir de la desesperación por seguir presentes y no perder visitantes/espectadores? Si partimos de la base de que los recintos están obligados a reportar elevados números en sus conteos de visitantes tenemos la respuesta. Es muy probable que el único cambio que se experimentó haya sido el del espacio: migramos del físico al virtual; ahora sólo interesa la cantidad de likes, de compartidos o reproducciones, cuando hasta hace unos meses lo habitual y deseable era tener una inmensa fila de asistentes esperando su turno para abarrotar una exposición o actividad. Seguimos reproduciendo los mismos esquemas, las mismas estrategias, nos seguimos aferrando al único modo que conocemos de hacer las cosas. Es justo en el bombardeo de estas estrategias digitales donde está nuestra principal falla, pues seguimos centrándonos en el museo y no en los públicos, concentrando nuestros esfuerzos en generar indicadores cuantitativos y no cualitativos; poco o casi nada nos importa el impacto social de lo que estamos generando. Simplemente había que seguir presentes.

A pesar de lo negativo que pueda parecer lo anterior, la crisis también tuvo su lado positivo. Por primera vez se formaron lazos de colaboración más estrechos entre las instituciones a nivel mundial; la vinculación fue más allá de la renta de exposiciones o el préstamo de obras de arte, logramos tender puentes y a través de decenas de conferencias y conversatorios compartimos la incertidumbre, el desaliento, pero también se habló de que es momento de un cambio radical. Además, organismos como el icom, la unesco, Ibermuseos o la UNAM, generaron estudios y análisis que nos han permitido conocer de manera más profunda las afectaciones reales que tendrá el sector, así como posibles estrategias que se habrán de implementar para tratar de subsanar algunas de estas problemáticas.

Finalmente, y creo que éste fue el mayor beneficio que nos trajo la crisis, el sector reconoció que hemos fallado como institución. Desde hace años hemos volcado nuestros esfuerzos en ser sitios espectaculares, con exposiciones estelares que desborden las salas, obsesionados con la mediación mediante la tecnología (mientras los departamentos de educación y su personal son desatendidos y desfavorecidos), llevando a cabo intentos fallidos de acciones y estrategias de inclusión que muchas veces no están vinculadas realmente a una comunidad y menos a sus necesidades. Nos hemos convertido en espacios desenraizados de nuestra propia personalidad y de la de nuestros entornos, la prueba de esto es que aún muchos nos miran con ojos extrañados; nos evitan porque creen que somos templos del saber donde reinan el silencio y la contemplación, y donde es necesario el conocimiento previo. Hemos incrementado el número de visitantes, pero aún estamos lejos de universalizar y democratizar al museo. Pretendemos interesarnos en nuestras comunidades; sin embargo, nuestros proyectos siguen siendo de “arriba-abajo”. Los intentos de vinculación comunitaria se quedan en el plano discursivo o en el teórico, pero pregonamos nuestra preocupación por la participación comunitaria, pues con ello justificamos, en parte, nuestra existencia.

Gracias a la pandemia nos dimos cuenta de que el momento de la reconstrucción y la transformación llegó. Debemos revalorar y replantear nuestra misión y objetivos; es urgente que reflexionemos sobre la idea del museo como espacio para la participación social, un espacio que trabaje para eliminar la desigualdad en el acceso a sus instalaciones y servicios, que reconecte con el público y su comunidad, que aporte y sea relevante, que motive a la reflexión. Es tiempo de generar una participación comunitaria significativa que involucre más que la simple participación física: debemos fomentar la generación de ideas, los aportes para la toma de decisiones y la responsabilidad compartida. Es convertir al museo en una herramienta para que las comunidades lo adapten a sus prácticas, necesidades y beneficios.

Estoy consciente de lo utópica que parece esta trasformación, sé que aún somos instituciones que se resisten a ser verdaderamente dinámicas, abiertas y flexibles; probablemente aún no estamos preparados para ceder el poder a las comunidades, aún somos soberbios y no aceptamos críticas, tenemos miedo de trastocar la estructura tradicional sobre la que hemos cimentado años de trabajo, una estructura que define nuestra existencia. Sin embargo, el cambio ya está aquí. Nuestro futuro está en los pequeños museos: en esos museos de barrio que poco a poco se han fusionado con sus comunidades y se han convertido en espacios fundamentales, significativos, donde se experimentan nuevas formas de ciudadanía cultural que promueven y apoyan las relaciones sociales y la inclusión. Museos construidos a partir de las experiencias compartidas y que han dejado de ser un templo de musas para convertirse en foros de diálogo y creatividad, abiertos a las necesidades de las comunidades, que han sido escuchadas, comprendidas, y que han encontrado en el museo un espacio para hacerse oír. Es momento de voltear a ver al Museo de la Memoria de Medellín, al Ferrowhite de Bahía Blanca, al Museo de la Solidaridad Salvador Allende, al Museo de la Ciudad “Wladimir Mikielievich” o al Queens Museum, por mencionar algunos, pues en las manos de estas instituciones, de sus incansables y sensibles colaboradores, pero, sobre todo, en las manos de sus comunidades, está nuestro destino, un destino que aún puede ser brillante.

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