Comunidad
Recepción: 25 Febrero 2021
Aprobación: 12 Marzo 2021
La corrección política se presenta como un tópico fundamental para reflexionar sobre la función del arte. Hablar de arte y corrección política nos obliga a situar la atención en la vigencia del poder de la imagen, pero también en la manera como asumimos su carga simbólica en relación con nuestro presente. Este asunto remueve, como si se tratara de pesados sedimentos, la apreciación que tenemos sobre imágenes del pasado y nos hace pensar, a la luz de discusiones contemporáneas, en cómo esos antiguos símbolos deben -o no- dejar de representar lo de antaño.
Entre otras cuestiones, el tópico de la corrección política enfrenta posiciones respecto de la moralización del sistema artístico, de las instituciones y de los grupos hegemónicos que, a un tiempo, tienen que ser consecuentes con la conservación de lo que los legitima, pero también con la responsabilidad de la preservación de algo (muchas veces, incómodo) conocido como “legado”. Éste es un problema de hermenéutica histórica porque implica la reflexión crítica sobre el lugar de enunciación desde el cual se ataca o defiende una representación del pasado e incide ésta en la conformación del presente de una comunidad.
Hace varios años que asistimos a acciones de censura por parte de instituciones museales o gubernamentales respecto del arte exhibido en sus espacios.1 Lo que algunas prácticas artísticas contemporáneas promueven es objeto de reacciones, con frecuencia violentas, por parte de ciertos sectores de la sociedad y se opta por vetar exposiciones o artistas. Los ejemplos son tan numerosos que no podríamos hacer un recuento aquí; baste con mencionar la andanada de reacciones que desató la obra de Fabián Cháirez en la exposición Zapata después de Zapata, montada en el Museo del Palacio de Bellas Artes de noviembre de 2019 a febrero de 2020.2
Sacar de circulación lo que hoy no nos parece políticamente correcto podría verse como un atentado contra la libertad de expresión, pero también implica revisar los pilares argumentales que sostienen una visión hegemónica que apunta lo que es “adecuado”. ¿Sobre qué bases de autoridad? Para formular esta respuesta sería necesario observar el consumo y, sobre todo, el perfil de los consumidores altamente moralizados.
Hablemos brevemente sobre censura. El término aparece en diccionarios desde 1495 (Antonio de Nebrija, Nuevo Tesoro Lexicográfico de la Lengua Española), pero desde el siglo xviii, su acepción más difundida es la de juicio, examen que se realiza sobre alguna cosa.3 Los ejemplos se pueden remontar a épocas muy antiguas, pero tenemos casos muy recientes para reflexionar, tales como la censura de que fue objeto, el año pasado, la película Gone With the Wind (David O. Selznick y Victor Fleming, 1939) o la figura de Aunt Jemima en la caja de harina de hot cakes, puesto que ambas refuerzan estereotipos raciales.4 Nótese que las discusiones se hicieron más acres e intensas con motivo del asesinato de George Floyd en mayo de 2020 y de las protestas que se levantaron en el mundo y que se vincularon al movimiento Black Lives Matter, originado en 2013. Todo esto trajo a la mesa una problemática que va mucho más allá de lo artístico. Pero cabe aclarar que no se trató de un fenómeno exclusivamente estadounidense.
En octubre de 2013, Grupo Bimbo se vio impelido a cambiar la imagen del Negrito Bimbo por la del actual Nito. Había que considerar un factor: que el producto entrara en el mercado de la Unión Americana, durante el gobierno de Barack Obama.5 A esa luz, la decisión parecía obligada, pero ¿no será que este “blanqueamiento” del producto opera exactamente a la inversa? Es decir, la operación de blanqueamiento redunda en un acto de eliminación de eso que puede representar una afrenta para un grupo étnico pero también desvanece sus características, porque se consideran intrínsecamente problemáticas.
Varios consumidores en México se mostraron molestos y extrañados por la modificación, pues atentaba contra su visión tradicional y sus recuerdos de infancia vinculados al producto. No obstante, los consumidores más jóvenes no parecieron tener ningún problema con el cambio. Wesley Morris plantea que la actitud frente a las imágenes, antiguos símbolos de una visión hegemónica desde la supremacía blanca y occidental, los más jóvenes se han hipermoralizado y son quienes ponen el dedo en la llaga y denuncian, ya sea la indolencia o la abierta perversión de generaciones anteriores, que parecen encontrarse “a gusto” con el statu quo.6
Revisemos otros ejemplos en torno a la vulneración, alteración o franca destrucción de imágenes públicas, tales como esculturas o monumentos, de lo cual hemos tenido mucho, también, a últimas fechas, no sólo en América Latina. Aun cuando puede deberse a “simple” vandalismo, por lo general, el derribamiento de estas estructuras, o bien su mutilación o su intervención, obedece a múltiples factores. No es esa censura velada, en el sentido en el que lo reflexionamos antes con el ejemplo de Bimbo, sino un acto político de posicionamiento, de abierta militancia, sobre figuras que se consideran ofensivas por lo que representan, como en el caso de la escultura de Cristóbal Colón del Paseo de la Reforma en la Ciudad de México, que, ante un único anuncio en redes sociales que convocaba a derribarla, fue retirada por las autoridades de la Ciudad de México alegando que sería sometida a trabajos de restauración.7
Las piezas destruidas, derribadas, vulneradas o intervenidas se explican mejor con el término Doppelgänger, madurado, entre otros autores, por Román Gubern o Hans Belting,8 para reflexionar en el poder del vicariato de la imagen que está en lugar de algo, como un doble, que contiene también un poco de las propiedades del “original”; la pieza a destruir o intervenir contiene la energía de lo que un grupo repudia.9
Es indudable que todas estas manifestaciones abren muchas consideraciones, entre ellas las de cómo asimilamos nuestra propia historia, cómo enfrentamos día con día el lugar de su escritura y cómo nos posicionamos frente a un legado que, quizá durante mucho tiempo, se consideró como algo “dado” e inobjetable. “Todo encuentro con la tradición realizado con consciencia histórica experimenta por sí mismo la relación de tensión entre texto y presente. La tarea hermenéutica consiste en no ocultar esta tensión en una asimilación ingenua, sino en desarrollarla conscientemente”.10 Por eso es que no considero productivos los actos de censura que implican retirar imágenes “incómodas”, pues esa incomodidad es justamente producto de la tensión de la que habla Gadamer y es el mejor recordatorio del valor que en el pasado se les asignaron. Si ese valor hoy es lesivo para los intereses de algunos, debe discutirse, problematizarse, llevarse a la arena pública y argumentarse, pero no por sacar una imagen de circulación se va a restañar el tejido social, ni nos volveremos súbitamente incluyentes, ni se garantizarán los derechos de los grupos vulnerados. Las ideas no cambian de la noche a la mañana.
Los seres humanos siempre proyectamos significados sobre el mundo y en él se encuentran los monumentos y vestigios que nos deberían implicar, cotidianamente, una interpretación sobre lo que representan.11 Como plantea Wesley Morris: “El arte surge de algo y conlleva una parte de ese origen, ya sea de dónde salió o de quién. ¿Por qué no tener eso en mente cuando lo consumimos? Aunque es igual de importante que esas consideraciones no te consuman a ti.”12
Se destruye algo por muchas razones: por imposición a otro, por eliminar algo que se considere peligroso u ofensivo para el statu quo, pero ciertamente lo que se destruye simboliza eso contra lo que se reacciona.
En nuestro comportamiento respecto al pasado, que estamos confirmando constantemente, la actitud real no es la distancia ni la libertad respecto a lo trasmitido. Por el contrario, nos encontramos siempre en tradiciones, y éste nuestro estar dentro de ellas no es un comportamiento objetivador que pensara como extraño o ajeno lo que dice la tradición; ésta es siempre más bien algo propio, ejemplar o aborrecible, es un reconocerse en el que para nuestro juicio histórico posterior no se aprecia apenas conocimiento, sino un imperceptible ir transformándose al paso de la tradición.13
Por eso Lomnitz exhorta a la discusión amplia sobre lo que representan nuestros monumentos. Si decidimos que se queden, y que se queden en un espacio público, para el que fueron pensados, también es preciso reflexionar en torno a la idea de “estar”: el monumento se queda porque sigue siendo un vehículo de significación y, en esa medida, podrá suscitar reacciones que nunca son calculadas. Si un monumento se queda en el espacio público, tal vez debamos plantearnos que está ahí para ser intervenido temporalmente o modificado definitivamente y esto no va en demérito de su ontología: para eso es un monumento hoy.
La solución no es el destierro, la desaparición, la censura, pues ésas son actitudes tan violentas como los antiguos conceptos machistas o racistas planteados en las obras y en la publicidad de antaño. Por mi parte, pienso que es mejor tener un testimonio para ejercer la crítica, pero ésta siempre deberá darse dentro de los marcos históricos e historiográficos adecuados, sin desplazar categorías o arder en contra de instituciones que, a nuestros ojos, cometieron crímenes durante siglos. No todo el pasado fue mejor, pero tampoco lo es el presente desde una falsa consciencia de superioridad; nuestros valores son cambiantes, las luchas que reclaman derechos no se pudieron haber dado antes como ahora. Lo fundamental en todo esto es reflexionar en la vigencia de los principios dominantes, tener a mano los testigos de esos valores en discusión y acordar sobre los esquemas de representación de manera creativa. Eso, no obstante, no elimina la posibilidad de la alteración física del significante en calidad de denuncia.
Bibliografía
Belting, Hans. “El lugar de las imágenes. Un intento antropológico”. En Antropología de la imagen. Buenos Aires: Katz Conocimiento, 2007.
Gadamer, Hans Georg. Verdad y método. Salamanca: Ediciones Sígueme, 1999.
Gubern, Román. “La batalla de las imágenes”. En Del bisonte a la realidad virtual. La escena y el laberinto. Barcelona: Anargama, 1996.
Marin, Louis. “Poder, representación e imagen”. Prismas. Revista de Historia Intelectual, vol. 13, núm, 2 (julio-diciembre, 2009), pp. 135-153.
Baz, Sara. “El pedestal vacío”, El Semanario Online. 14 de octubre de 2020. Disponible en https://elsemanario.com/opinion/el-pedestal-vacio-sara-baz/.
Diccionario de Autoridades, sub voce “censura”. Disponible en http://ntlle.rae.es/ntlle/SrvltGUILoginNtlle.
“El Negrito desapareció porque era políticamente incorrecto”, Vice, disponible en “El Negrito desapareció porque era políticamente incorrecto”, Vice, disponible en https://www.vice.com/es/article/jpkk7y/el-negrito-desaparecio-por-que-era-politicamente-incorrecto (consultado el 16 de febrero de 2021).
Lomnitz, Claudio. “Quitar estatuas de su pedestal”, La Jornada,14 de octubre de 2020. Disponible en Disponible en https://www.jornada.com.mx/2020/10/14/opinion/016a1pol (consultado el 16 de febrero de 2021).
Morris, Wesley. “¿El arte y el entretenimiento deben ser políticamente correctos?”, The New York Times, 7 de octubre de 2018. Disponible en Disponible en https://www.nytimes.com/es/2018/10/07/espanol/cultura/arte-cultura-moral.html (consultado el 16 de febrero del 2021).
“¿Por qué Aunt Jemima y otras marcas son acusadas de racismo?”, France 24, 20/06/2020 “¿Por qué Aunt Jemima y otras marcas son acusadas de racismo?”, France 24, 20/06/2020 https://www.france24.com/es/20200620-por-qu%C3%A9-aunt-jemima-y-otras-marcas-son-acusadas-de-racismo (consultado el 16 de febrero de 2021).
Sánchez Seoane, Loreto. “La cultura, asediada por los límites de la moral”, El independiente, 14 de junio de 2020. Disponible en Disponible en https://www.elindependiente.com/tendencias/cultura/2020/06/14/la-cultura-asediada-por-los-limites-de-la-moral/ (consultado el 16 de febrero de 2021). https://www.nytimes.com/es/2018/10/07/espanol/cultura/arte-cultura-moral.html (consultado el 18 de febrero de 2021).
Notas