Resumen: El objetivo de este artículo es resaltar y analizar los aportes del pensamiento geopolítico latinoamericano. En primer lugar, se mostrará que hay algo que puede ser llamado pensamiento geopolítico latinoamericano, con raíces muy profundas que llegan al período colonial. Este se enlaza, muy temprano, con la nueva dimensión llamada geopolítica, con respecto al análisis de la relación entre Estado, nación, territorio y sistema internacional. Como se mostrará en el artículo, surgen variedades de pensamiento geopolítico en distintos países de la región, así como en diferentes dimensiones de análisis. En segundo lugar, nos enfocaremos en demostrar que, más allá de las diferencias, hay dos elementos comunes por resaltar en el pensamiento geopolítico de la región. Por un lado la dimensión del “desarrollo”, y, por otro, la “integración regional”. Dos elementos que pueden ser vistos tanto por separado como en conjunto, siendo la “geopolítica de la integración” la contribución más importante desde América Latina.
Palabras clave: geopolítica, integración, América Latina, desarrollo, regionalismo.
Resumo: O objetivo deste artigo é destacar e analisar as contribuições do pensamento geopolítico latino-americano. Em primeiro lugar, será mostrado que há algo que se pode chamar de pensamento geopolítico latino-americano, com raízes muito profundas que remontam-se ao período colonial. Isso está vinculado, desde muito cedo, à nova dimensão denominada geopolítica, no que ela diz respeito à análise da relação entre Estado, nação, território e sistema internacional. Como será mostrado no artigo, variedades de pensamento geopolítico surgem em diferentes países da região, bem como em diferentes dimensões de análise. Em segundo lugar, nos concentraremos em mostrar que, para além das diferenças, há dois elementos comuns a destacar no pensamento geopolítico da região. Por um lado, a dimensão do “desenvolvimento” e, por outro, a “integração regional”. Dois elementos que podem ser vistos isoladamente e em conjunto, sendo a “geopolítica da integração” a contribuição mais importante da América Latina.
Palavras-chave: geopolítica, integração, América Latina, desenvolvimento, regionalismo.
Abstract: The objective of this article is to highlight and analyze contributions of Latin American geopolitical thought. In the first place, it will be shown that there is something that can be called Latin American geopolitical thought, with very deep roots reaching the colonial period. This thought is linked, very early, with the new dimension, called geopolitics, with respect to the analysis of the relationship between state, nation, territory and international system. As will be shown in the article, varieties of geopolitical thought emerge in different countries of the region, as well as in different dimensions of analysis. Secondly, we will focus on how, beyond the differences, there are two common elements to highlight in geopolitical thought in the region. On the one hand, the dimension of “development”, and on the other, that of “regional integration”. Two elements that can be considered separately, as well as as a whole, being the “geopolitics of integration” the most important contribution from Latin America.
Keywords: geopolitics, integration, Latin America, development, regionalism.
DOSSIER
Geopolítica de la integración: una perspectiva latinoamericana
Geopolítica da integração, uma perspectiva latino-americana
Geopolitics of integration, a Latin American perspective
Recepción: 08 Octubre 2021
Aprobación: 02 Diciembre 2021
América Latina tiene una larga trayectoria en lo que respecta al pensamiento geopolítico. El objetivo de este texto es mostrar que la región no solo ha sido receptora, sino que aporta interpretaciones y contribuciones propias con respecto al pensamiento geopolítico. Un objetivo central de este estudio es mostrar una de las más importantes de dichas contribuciones: la geopolítica de la integración. No se trata solo de una frase dentro de la cual se agrupan un conjunto de iniciativas regionalistas. Como se intentará demostrar aquí, la geopolítica de la integración es una síntesis de distintas corrientes de pensamiento, estudio y acción. Es una perspectiva geopolítica particular, desde la periferia.
En lo que respecta a la construcción de la geopolítica de la integración, se analizarán corrientes regionalistas que han promocionado la idea del “desarrollo” desde lo económico, lo político y lo social. Aquí nos encontramos con una confluencia de ideas relacionadas a la búsqueda de autonomía en el sistema mundial, en conexión con el pensamiento geopolítico. También se analizará la influencia de ideas desde lo cultural, identitario y filosófico, dado su gran impacto en el pensamiento. Todo esto, en conjunto, confluye en el pensamiento geopolítico latinoamericano que, más allá de diversidades, produce un enfoque particular en relación con la proyección de la dimensión territorial del Estado, en la búsqueda de autonomía y desarrollo. Es importante remarcar que este estudio no es un análisis de la geopolítica latinoamericana en general, sino sobre una de sus propuestas más destacadas: la geopolítica de la integración.
La formulación de la geopolítica de la integración se considerará también como producto de la conexión de la geopolítica con un acervo integracionista latinoamericano. Algo que hay que ver en términos de procesos históricos, con antecedentes en el período colonial. En esto confluyen también las visiones nacionales y subregionales, entre las que hay diferencias, pero también elementos comunes que, hacia mediados del siglo XX, desembocan en la geopolítica de la integración. Si bien hoy en día se habla comúnmente de un “retorno de la geopolítica”, en el caso latinoamericano, diríamos que esta no “retorna”. Simplemente nunca se fue, e incluso se ha desarrollado. La geopolítica de la integración es un ejemplo de ello.
En la primera sección analizaremos con mayor detenimiento los puntos de partida, a nivel teórico, de la integración regional y su conexión con la geopolítica. La prioridad aquí será examinar los textos geopolíticos donde se da mayor relevancia al regionalismo, como proyecto ideológico que se conecta con las propuestas y políticas de integración regional. A continuación, se considerarán los antecedentes históricos del continente con respecto a la integración y al regionalismo, pasando después a las contribuciones de lo que se denomina una “escuela geopolítica latinoamericana”. Finalmente, se presentarán las expresiones más actuales de la geopolítica de la integración, viendo continuidades, así como algunos desafíos y dilemas contemporáneos.
Comencemos con un breve esbozo sobre la conexión entre regionalismo y geopolítica, con el fin de ubicar el aporte latinoamericano. Como bien se sabe, el concepto “geopolítica” toma fuerza a comienzos del siglo XX, después de ser concebido en 1899 por el politólogo sueco Rudolf Kjellén. Si bien el concepto “región” tiene antecedentes muy anteriores al de geopolítica, es también a comienzos del siglo XX que comienza a cobrar un interés más académico. Esto es en gran medida motivado por el desarrollo demográfico y de urbanización de las sociedades industriales, que demandaba nuevas formas de planificación por parte de los Estados. Se planteaba así que las regiones no eran autodeterminadas o dadas por naturaleza, sino, más bien, conceptos intelectualmente creados por medio de la selección de determinados criterios. En otras palabras, la concepción de una región tiene objetivos políticos, en muchos casos ligados a estructuras económicas. No hay que perder de vista el papel de la cultura, que tiene una gran relevancia al momento de buscar sentimientos comunes en la población que habita el territorio identificado como región. El objetivo es promover un grado de conciencia conjunta, a modo de evitar divisiones y confrontaciones (James y Jones, 1954). Los Estados mismos están generalmente compuestos por distintas regiones o son producto de una fusión de estas. Hay una constante remodelación de los Estados en la que se observan continuas fluctuaciones entre dimensiones nacionales y “macrorregionales” a través de las cuales se buscan formas de adaptación entre territorio y población. De esta forma, la región puede ser vista como un “fenómeno psicosomático” de la comunidad que ocupa un territorio, intentado la consolidación de una “unidad geopolítica soberana” (Gottmann 1973, p. 15). En esta búsqueda de consolidación, la “región” se transforma en “regionalización” cuando nos referimos a los procesos de integración social y económica, que a su vez pasan a ser “regionalismo” cuando se transforman en un “proyecto ideológico” para la construcción de un “orden regional” (Farrel, Björn y Luc Van, 2005, pp. 8-9).
El concepto “región” aparece poco o nada en los textos clásicos de la geopolítica. Esto no quiere decir que no existiera, lo mismo que el de “integración”. Encontraremos esto de forma implícita en la visión de Friedrich Ratzel sobre la tendencia hacia una creciente especialización de las civilizaciones, de la mano de la constante “expansión de horizontes geográficos” de la sociedad humana (Ratzel, 1969). El objetivo central de Kjellén era desarrollar una teoría del Estado, de la cual la geopolítica era una de sus dimensiones, la “conciencia territorial” del Estado (Björk y Lunden, 2021). Esto estaba fuertemente ligado a otra dimensión, la economía política, entendida como un camino para compensar las debilidades que el Estado pudiera tener con respecto a Estados más poderosos dentro de un sistema. Desde el punto de vista de Estados periféricos, el planteo de Kjellén puede ser visto como una suerte de preámbulo a la idea del “desarrollo”. Según este, en la fase moderna (comienzos del siglo XX) de lo que llamaba el “sistema planetario”, resultaba imprescindible que los Estados con estructura de producción agraria iniciaran un proceso de industrialización para superar la dependencia de productos primarios. Pero la industrialización requiere de control de recursos y mercados (cadenas de valor y consumidores), lo que deriva en un planteo cercano a la idea de “integración”, por medio de lo que el autor denominaba “bloques” de Estados”. De ahí que se puede calificar a la “integración regional” como “geopolítica de los débiles” (Tunander, 2008).
En lo que respecta a la geopolítica clásica hay (posteriormente a Kjellén) un gran interés, por parte del alemán Karl Hausofer, en estudiar la fusión de “pequeños Estados” en panregiones (Dorpalen 1966, p. 143). En tiempos más recientes el geopolítico estadounidense Samuel Bernard Cohen (2003) analiza el papel de lo que denomina “regiones geopolíticas”, pero esto no está relacionado con el tema de integración regional.
La conformación del espacio panamericano en 1889 es una importante fuente de inspiración para el análisis de conformación de bloques regionales y continentales, tanto en Europa como en otras partes del mundo. Veremos a continuación que, en lo que respecta a integración, hay desde temprano modelos e iniciativas que provienen del continente americano.
La geopolítica de la integración tiene varios preámbulos en el período colonial y de independencia. El proceso de integración entre España y Portugal, que derivó en la Unión Ibérica conformada por ambos países entre 1580 y 1640, constituye uno de los antecedentes para la formulación de un Estado común con pretensión continental en tierra americana. Si bien esta integración fracasa, los intentos de encuentro se continuaron. Por ejemplo, a través del Tratado de Madrid, en el que el diplomático portugués (nacido en Santos, actualmente Brasil) Alexandre de Gusmão (1695-1753), ocupó un papel trascendental. La creación de los Estados Unidos de América (EE. UU.) en 1776 representa un preámbulo más moderno de integración regional, cuyo crecimiento posterior fue una mezcla de integración e imperialismo.
En la América ibérica postcolonial, uno de los primeros intentos de unificación fue monárquico. Se dio en el Río de la Plata y buscaba la unión entre Brasil y las Provincias Unidas, que en ese momento estaban bajo el liderazgo de Buenos Aires. El movimiento político lusohispano conocido como “carlotismo” pretendió instaurar un reino de alcances continentales regido por la princesa Joaquina Carlota de Brasil (De Carvalho, 1959, p. 54), aunque finalmente no prosperó. El tiempo del monarquismo en los países hispanohablantes había pasado. El impulso integracionista, con perfil más moderno y republicano, fue retomado por Simón Bolívar que, en 1826, intentó conformar una federación con los nuevos Estados americanos, excluyendo al Imperio de Brasil y a EE. UU. La iniciativa de Bolívar fracasó, pero dejó plantada la semilla de una reunificación de las antiguas provincias del Imperio español en un nuevo formato común.
Los intentos de acercamiento entre los Estados de la región hispanoamericana, y de lo que más tarde se denominará “latinoamericana”, van a continuar durante el siglo XIX (Rivarola Puntigliano y Briceño Ruiz, 2013). Pero es a mediados del siglo XX que la integración hará un decidido paso adelante y se llevará a niveles superiores. La creación de la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALAC) en 1961 es un claro ejemplo de esto, en el que también se tiene que tomar en cuenta el papel clave que ocupó la Comisión Económica para América Latina de las Naciones Unidas (CEPAL), creada en 1948. De la mano de la CEPAL y sus técnicos se cristalizan una serie de ideas y proyecciones en lo que se denominó “estructuralismo latinoamericano” (Rodríguez, 2006). Hacia comienzos de los años sesenta, esto se transformará en ideología nacional y regional, a través del llamado “desarrollismo” (Sikkink, 1991). En la base de este movimiento estaba la voluntad de superar la posición periférica y subordinada en el sistema económico y político internacional. Sus tres elementos centrales eran la industrialización, la integración regional y un papel más protagónico del Estado.
La visión global y sistémica ocupaba un papel central. En este sentido, el economista argentino Raúl Prebisch fue uno de los primeros en plantear desde América Latina los problemas para el desarrollo periférico en una dimensión global. Prebisch hace un diagnóstico de las causas del subdesarrollo donde analiza las razones de lo que llama el “atraso inicial” de la periferia, que es incorporada al sistema económico mundial por medio del “desarrollo hacia afuera”. Por esta vía, se introducen nuevas tecnologías en sectores enclaves que coexisten con sectores atrasados, creando sistemas nacionales con estructuras de producción heterogéneas (Rodríguez 2006, pp. 55-64). Desde esta perspectiva, el sistema mundial debía ser visto en forma unificada dado que la situación de la periferia, como proveedora de materias primas, está relacionada con la predominancia de las economías industrializadas del centro. El camino para romper el cerco periférico pasaba, según Prebisch, por una intervención activa del Estado. También se proponía la programación (planificación), dentro de la cual habría políticas de substitución de importaciones e integración regional (Dosman, 2008), dos elementos centrales para promover la industrialización.
Aunque los técnicos de CEPAL no hablaban de geopolítica ni contemplaban una dimensión nacional(ista), el aspecto territorial ocupaba un papel relevante. Tal papel se manifestaba en la relevancia dada a la integración regional, vista como necesaria para compensar la insuficiencia de los países periféricos en lo que refiere al control de recursos naturales, ampliación de mercado doméstico y proyectos de infraestructura y producción de gran volumen. Una limitación de CEPAL, por su mandato técnico-económico, era que no realizaba una propuesta clara sobre política exterior y geopolítica. Se evitaba ir más allá de lo económico o “técnico”, en conexión con elementos culturales ligados a un nacionalismo regional. Esta conexión se desarrolla desde otros ámbitos, como por ejemplo la geopolítica.
Un primer paso en lo que respecta a una visión relacionada con las nuevas corrientes de pensamiento geopolítico a comienzos del siglo XX fue el estudio del español Carlos Badía Malagrida (1946 [1919]), que proponía una perspectiva explícitamente ratzeliana y directamente relacionada con una propuesta integracionista. Badía Malagrida marca, de cierta forma, la línea posterior con respecto a la geopolítica de la integración, conectando sus análisis y propuestas con una perspectiva territorial e histórica de la región; por ejemplo, la reconexión con la búsqueda bolivariana de formar una confederación de Estados hispanoamericanos. Aunque en el trabajo no se hablaba a América Latina, ya se anunciaba esta dimensión, dado que la propuesta de Badía Malagrida incluía a Brasil (república, como el resto de los países hispanohablantes, desde 1889).
En Brasil se toma nota de este estudio (Meira Mattos, 2007, p. 14), y es también desde este país que se da un puntapié inicial al desarrollo de la geopolítica en la región latinoamericana. El primer acercamiento lo propone un breve artículo de Everardo Backheuser (1952 [1925]) que después fue desarrollado en un libro de texto sobre geopolítica (Backheuser, 1948). Asimismo, el estudio de la dimensión territorial toma un gran impulso en el trabajo de Mario Travassos (1947 [1935]), quien apuntaba a centrar atención en la proyección continental (sudamericana) de Brasil. Aunque, como se dijo anteriormente, la dimensión continental sudamericana no era novedad en Brasil, los aportes de Backheuser y Travassos le brindaron una racionalidad de carácter geográfico y geopolítico. En esta etapa inicial de planteos geopolíticos (primera mitad del siglo XX) desde Brasil, se expande este tipo de análisis, aunque todavía no se incluye directamente el tema de la integración regional. Lo que sí se percibe es una profunda geopolitización en las visiones y estrategias del aparato del Estado brasileño y de sectores importantes del mundo político. Las ideas de Travassos y un conjunto de geopolíticos posteriores jugaron, por ejemplo, un papel clave en la iniciativa de trasladar la capital de Brasil de Río de Janeiro a la nueva ciudad de Brasilia, en 1960 (Tambs, 1970, p. 73). El “continentalismo” y la “industrialización” eran dos temas centrales en esto. Por un lado, con respecto a la consolidación del Estado en el control del gran espacio territorial y sus recursos humanos y naturales. Por otro, con respecto a la promoción de iniciativas para procurar mayor valor agregado y tecnología a la producción nacional, a modo de mejorar la posición del país en el comercio internacional.
El concepto “geopolítica” propiamente dicho demora algo más en aparecer en la América hispanoparlante. Es posible que el primer antecedente sea a través del geógrafo cubano (residente en México) Jorge A. Vivó Escoto (Vivó Escoto, 1943; Cuéllar Laureano, 2012). Inspirado en Ratzel y Kjellén, Vivó Escoto presentó un análisis geopolítico de lo que llamaba “el gran Caribe” (incluyendo a México) y su dimensión geopolítica global y regional. De ahí nace un llamado a la creación de un Estado latinoamericano bajo la forma de una confederación, retomando el planteo original de Bolívar y la posterior propuesta de Badía Malagrida, pero esta vez ya hablando claramente de la región latinoamericana. Más tarde, un geopolítico argentino, Jorge E. Atencio, desarrolla esta línea de pensamiento y su dimensión regionalista, tomando como ejemplo el federalismo estadounidense, la zollverein alemana y la idea de una mitteleuropa, en una propuesta de unidad latinoamericana y panamericana (Atencio 1965, pp. 96-102). Esto estaba ligado al planteo sobre el desarrollo, que a mediados del siglo XX ya había ganado gran fuerza entre los intelectuales latinoamericanos.
Durante este período se produce una gran sinergia de pensamiento latinoamericano con respecto a visiones regionales de conjunto. En Brasil esto se consolida durante las presidencias posteriores a Vargas, con una fuerte influencia sobre pensamiento estratégico y políticas públicas en Argentina. Esto se verá claramente en el influyente liderazgo de Juan Domingo Perón (1946-1955 y 1973-1974), quien pasa a ser uno de los mayores voceros hispanoparlantes de una geopolítica de integración regional. Es con Perón que se formula la visión geopolítica de crear un Estado Continental Sudamericano dentro del espacio nacional latinoamericano. Perón enuncia una clara formulación geopolítica sobre la integración regional, conectada con la dimensión económica, en la que plantea que:
la unidad comienza por la unión y esta por la unificación de un núcleo básico de aglutinación. El futuro mediato e inmediato, en un mundo altamente influenciado por el factor económico, impone la contemplación preferencial de este factor. Ninguna nación o grupo de naciones puede enfrentar la tarea que un tal destino impone sin unidad económica (Perón, 1951, p. 115).
El regionalismo latinoamericanista se nutre también de otras vertientes. Desde el ámbito filosófico y cultural, este está representado por nombres como el del brasileño Paulo Freire, el del peruano Gustavo Gutiérrez, así como el del mexicano Leopoldo Zea (Devés Valdés, 1997, p. 13). Es importante mencionar también los aportes que provienen de la literatura, por ejemplo los desarrollos sobre la transculturación llevados adelante por el cubano Fernando Ortiz ([1940] 1995) y su conexión posterior al regionalismo promovido por el uruguayo Ángel Rama (1981). No hay duda de que los elementos populares y culturales tienen conexión e influencia sobre el pensamiento geopolítico en América Latina. El trabajo de Rodolfo Kusch sobre geocultura americana (1976) es un ejemplo de acercamiento. Otra ramificación de la conexión cultural proviene de la Iglesia Católica, desde donde surge en 1858 la primera entidad con el nombre de “América Latina”, el Pontificio Colegio Pío Latino Americano. Es desde el espacio católico que surgirá, en 1955, una importante entidad desde la que emana un fuerte impulso latinoamericanista, la Conferencia Episcopal Latinoamericana (CELAM). Así, el regionalismo adquiere promoción y se nutre de la elaboración de nuevos conceptos, como la “casa común latinoamericana”, “Patria Grande”, o “el hogar” de un pueblo unido (Rivarola Puntigliano, 2019).
Se produce en este período una renovada “imaginación” del espacio regional, resultante de una convergencia de ideas sobre desarrollo, autonomía, antiimperialismo y, en algunos casos, cristianismo y socialismo. El llamado a la Patria Grande es parte de este nacionalismo regional que funciona como plataforma conceptual de estas sinergias. Una de sus primeras fuentes fue el pensador y promotor argentino de la integración regional Manuel Ugarte. A principios del siglo XX, Ugarte imaginó una “patria socialista” (Barrios, 2007, p. 70) y abogó por la inclusión popular (el pueblo), el humanismo católico, el antiimperialismo y, por supuesto, la integración. Este nacionalismo regional latinoamericano era un poderoso ideal que unía mundos dispares, como el de loscristianos con el de los marxistas. La influencia del mexicano José Vasconcelos y el peruano Víctor Haya en los movimientos políticos de la región, por ejemplo, impulsó la “conciencia psico-territorial” nacionalista en la “geopolítica de la integración” latinoamericana. No hay espacio para profundizar en esto, pero valga también mencionar el papel del dominicano Juan Bosch y el llamado “grupo minorista” en la articulación de una visión geopolítica del Caribe (Beruff, 1967, p. 125) y la conexión con la geopolítica latinoamericana. Otro aporte relevante en este sentido viene de Vivó Escoto.
Más allá de intelectuales o corrientes de pensamiento, para comprender la evolución con respecto a la geopolítica de la integración hay que ver la acción (política) operada desde los Estados en el contexto internacional. La temática antiimperialista es una constante a lo largo de nuestra historia: la lucha emancipadora contra los imperios ibéricos, la invasión y despojo de México por parte de EU.UU., con las consabidas pérdidas territoriales, y las intervenciones de potencias europeas así lo demuestran. El siglo XX nace con la confrontación entre Colombia y EE. UU., y resulta en la creación de Panamá y la construcción del canal, lo cual tendrá implicaciones geopolíticas para todo el continente. Esto se da en el marco del corolario Roosevelt a la Doctrina Monroe, por medio de la cual EE. UU. se atribuía el papel de potencia continental hegemónica. Las constantes violaciones a la soberanía de los Estados latinoamericanos y las grandes crisis económicas de comienzos del siglo –en el marco de las cuales se desarrollará el pensamiento cepalino– dejaron su marca en importantes sectores del mundo político e intelectual de nuestro continente. Surgen así, desde mediados del siglo XX, nuevos gobiernos con posiciones positivas ante la integración y el desarrollo. Mencionemos especialmente los gobiernos de los chilenos Carlos Ibáñez del Campo (1927-1937 y 1952-1958) y Eduardo Frei (1964-1970), Jacobo Arbenz en Guatemala (1951-1954), Juscelino Kubitschek (1956-1961) y João Goulart (1961-1964) en Brasil, Arturo Frondizi (1958-1962) en Argentina, Juan Velasco Alvarado (1968–1975) en Perú o Carlos Andrés Pérez (1974-1979 y 1989-1993) en Venezuela. En el caso de los líderes brasileros, se mantuvo la línea iniciada por Vargas de acercamiento y cooperación con Argentina y los vecinos, lo que se evidenció en la práctica en la acción decidida de Brasil en apoyo a la CEPAL o la creación del LAFTA (Furtado, 1985, p. 116; Rosenthal, 2004). En otros casos, como el de Carlos Andrés Pérez, la orientación integracionista se plasmó en escritos sobre geopolítica de la integración (Pérez, 1982).
Había opiniones comunes entre el estructuralismo (cepalino) y la geopolítica sobre la necesidad de una proyección global y (al menos en los estructuralistas) de una integración regional, si se buscaba superar una posición subordinada y periférica. Pero la dimensión geopolítica del movimiento regionalista iba más allá de las estructuras (globales) económicas. Desde lo político y geopolítico (en muchos sentidos ligados al desarrollismo), se agregaba la dimensión nacional, que no existía en el planteo estructuralista. Un interesante ejemplo, quizás excepcional, de la ligazón entre lo “técnico-economicista” y la dimensión (macro)nacional proviene inesperadamente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), creado en 1959. Bajo la presidencia del desarrollista chileno Felipe Herrera, el BID se promovía como el “banco del desarrollo” y “de la integración”. Para Herrera la industrialización como la salida al subdesarrollo debía enmarcarse en una propuesta (aunque no usara estos conceptos) geopolítica e integracionista, que tuviera como eje la creación de un “estado continental latinoamericano” y de un “pueblo continental” (Herrera, 1964, p. 36). De esta forma, se conectaban propuestas sobre la industrialización (usada como sinónimo de desarrollo) a la perspectiva geopolítica, por la cual Estados subordinados deben buscar expansión por medio de la unión. Vale decir, en el camino de una “geopolítica de los débiles”, a modo de consolidar una posición autónoma en el sistema global.
La influencia de la perspectiva geopolítica y la desarrollista en la integración regional no puede separarse de las propuestas en torno a la autonomía, promovidas por políticos y pensadores como ser el exministro de Relaciones de Argentina (en 1973), Juan Carlos Puig, o el fundador del influyente Instituto Brasileiro de Economia, Sociologia e Política (IBESP), Helio Jaguaribe. La autonomía se relaciona con el establecimiento de alianzas como forma de lograr una integración solidaria ligada a una visión estratégica común (Briceño Ruiz y Simonoff, 2015). Desde la perspectiva de Puig, hay diferentes dimensiones de autonomía y el objetivo es la “autonomía secesionista”. Vale decir, cuando el país periférico corta el cordón umbilical que lo unía a la metrópoli. Según Puig, si no se logra suficiente viabilidad, o no se maneja hábilmente, el país caerá inevitablemente en una nueva dependencia. Un camino hacia la viabilidad es la integración (Puig, 1980).
Puig era crítico a la perspectiva economicista de CEPAL y argumentaba que la integración tenía que ser vista comprendiendo y analizando el papel de las grandes potencias. En este sentido, abogaba por perspectivas estratégicas que buscaran la conformación de un Estado regional para fortalecer políticas en busca de autonomía (Puig, 1987, p. 54). La integración proporcionaría suficiente “masa crítica” a modo de poder superar limitaciones impuestas por potencias de centro, por ejemplo, para llevar adelante un proceso de industrialización (Simonoff y Lorenzini 2019, pp. 98-99). La dimensión autonómica se puede ver también en iniciativas desarrolladas por el derecho internacional, como fueron la Cláusula Calvo y la Doctrina Drago. Ambos casos fueron reacciones a las ambiciones hegemónicas de Estados Unidos a través del Corolario Roosevelt. El objetivo por parte de los latinoamericanos apuntaba “a establecer la igualdad jurídica de los Estados y codificar el principio de no intervención dentro del derecho internacional como una cobertura contra las incursiones extranjera” (Williams 2012, p. 123). Como señalara Atencio (1965, p. 178), la esencia de estas respuestas estaba en “el amor a la libertad, el respeto a la soberanía, el rechazo a la agresión, así como el espíritu de concordia y solidaridad”.
El conjunto de las vertientes de pensamiento y acción mencionadas anteriormente va insertando el tema de la integración regional en el trabajo de geopolíticos influyentes. Un ejemplo es el del argentino Juan E. Guglialmelli, quien argumentaba que el fortalecimiento de la economía nacional, la autonomía y el potencial de defensa no eran posibles sin una “vertebración continental”. Es decir, en el tramado de relaciones más estrechas con Brasil y en unión con Chile (Guglialmelli, 1979, p. 70). Con la creación del Instituto Argentino de Estudios Geopolíticos en 1975 y la publicación de su revista Geopolítica se produce, al menos en los primeros años, una perspectiva en defensa de proyectos de integración regional (Deciancio, 2017, p. 195). Entre 1976 y 2002, esta línea es continuada por la revista uruguaya Geosur (Fornillo, 2016, p. 138).
Paradójicamente, es durante los años 1980 y 1990, después del auge del desarrollismo, que se publican los textos en los que más claramente se expresa la geopolítica de la integración latinoamericana. Hay que mencionar al argentino Florentino Diaz Loza, quien hacía foco en la dimensión nacionalista del regionalismo, por medio del concepto “Patria Grande” (Diaz Loza, 1987, p. 286). Otro texto clave desde lo geopolítico es el del también argentino José Felipe Marini. Después de las primeras elaboraciones de Carlos Andrés Pérez, Marini se refiere a una geopolítica de la integración latinoamericana, con perspectiva histórica (Marini, 1987). Marini, además, lo fundamenta sus aportes desde una clara perspectiva geopolítica, con inspiración en la geopolítica clásica. Desde el ámbito más estrictamente geopolítico, se pueden señalar las contribuciones del canciller peruano Edgardo Mercado Jarrin (1992), enfocadas en la integración subregional andina, y las del uruguayo Bernardo Quagliotti de Bellis (1983, 157-8), promotor del “regionalismo nacionalista”. Con el regreso de la democracia en casi toda la región, desde mediados de la década de 1980, estos estudios se alinean a un renovado empuje regionalista, en el marco de lo que se ha llamado una “geopolítica de la cooperación” (Fornillo, 2016, p.142).
La ola regionalista de los años noventa tuvo como elemento destacado la creación del Mercado Común del Sur (Mercosur) en 1991, así como una reactivación de otros proyectos subregionales en la región andina, Centroamérica y el Caribe. Esto se dio en el mismo período en que surgió un impulso regionalista continental desde EE. UU., a través de la Iniciativa de las Américas del presidente George H. W. Bush (1989-1993). Otras dos iniciativas regionales por parte de EE. UU. fueron la creación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y la iniciación de un proceso tendiente a conformar un Área de Libre Comercio Americana (ALCA). El Mercosur funciona en gran medida como respuesta y oposición desde el Sur americano a estas iniciativas de libre comercio, presentando un modelo diferente. Intenta, con grandes dificultades, ser una unión aduanera, poniendo en el centro al sector industrial y la agenda del desarrollo. Es importante no perder de vista que había también otras vertientes integracionistas como por ejemplo la Cumbre de los Pueblos (1998), en la que se propuso “un proyecto de espacio continental de sentido democrático, que reco[ja] la diversidad étnica, social-popular y regional americana, que aport[e] elementos de discusión con las pretendidas alternativas gubernamentales y partidarias al neoliberalismo” (Coronado, 1999, p. 141).
Más allá de las visiones neoliberales dominantes durante los años noventa, se retoman en este período elementos regionalistas, desarrollistas e identitarios que preceden al giro político que tendrá lugar a comienzos del siglo XXI. Hay una tendencia a dejar fuera el aporte brasilero, el pensamiento regionalista y su vertiente geopolítica. Un ejemplo del aporte desde Brasil es el trabajo de Darcy Ribeiro (1995) que cuestiona la visión de este país como “isla continental”. Ribeiro ve a “Brasil como un problema” cuando se lo percibe siguiendo el modelo “isla” y propone el camino de la Patria Grande latinoamericana como forma de lograr una posición autónoma en el sistema global (Ribeiro, 2012). Agreguemos la contribución del sociólogo brasileño Octavio Ianni (1988), quien trabajó el tema de la quinta frontera latinoamericana. Es decir, la imaginación de un ámbito nacional correspondiente a un área de influencia para la consolidación futura, más allá de los límites actuales de los Estados. Si sumamos esto al acervo geopolítico en torno a la proyección continental de Brasil, no sorprenderá su liderazgo, que no solo tiene que ver con su tamaño.
Pero no se trata solo de Brasil, dado que hay un resurgimiento de la iniciativa del proyecto común argentino-brasileño. El proceso de integración que desemboca en el Mercosur tenía como objetivo político y estratégico constituir el núcleo de un futuro mercado común, como base de una proyección continental sobre el ámbito geográfico sudamericano. La estrategia era empezar por establecer una unión aduanera con Argentina que sería extendida a otros países sudamericanos. Eso era, y es, un objetivo difícil. De ahí que, al igual que el caso de ALAC, se busque integración por donde sea posible, por ejemplo, en la propuesta de un área de libre comercio sudamericana. Si bien tampoco se logra concretar esto, hay iniciativas para la creación de un espacio de integración sudamericano. Es en este sentido que hay que contemplar la iniciativa del presidente Fernando Henrique Cardoso (1995-1999 y 1999-2003) y su convocatoria a una Reunión de Cúpula de los jefes de Estado de América del Sur, realizada en Brasilia en el año 2000.
Surgidas en el siglo XXI, la institucionalización de Sudamérica y la reafirmación de su identidad como región son partes de un proceso hacia su consolidación como unidad geopolítica. Si bien desde el gobierno brasileño esto carece de la dimensión nacional que tiene la geopolítica de la integración, esta está subyacente en el horizonte de conformar una comunidad sudamericana. El planteo estratégico lo formula claramente Cardoso cuando afirma que el ALCA no constituye una opción: “nuestro destino es el Mercosur” (Moniz Bandeira, 2003, p. 584). El gran impacto de la crisis argentina del 2001 crea las condiciones para un nuevo recambio político en la región, con gobiernos proclives a la geopolítica de la integración, lo cual abre un espacio para nuevos avances integracionistas. Los dos más relevantes son la creación de la Unión de Naciones del Sur (UNASUR) en el 2008 y la Comunidad de América Latina y el Caribe (CELAC) en el 2011. El caso del CELAC resulta innovador en el sentido de unificar América Latina y el Caribe en una institución intergubernamental.
Se destaca aquí la creciente perspectiva regional nacionalista en el trabajo del uruguayo Alberto Methol Ferré desde el que, en términos intelectuales, la geopolítica de la integración adquiere su dimensión más avanzada. En sintonía con propuestas mencionadas anteriormente, Methol Ferré propone una mirada continentalista de América del Sur como unidad geopolítica, dentro de una dimensión nacional latinoamericana (Methol Ferré, 2013). Inspirado en Ratzel, y con una fuerte perspectiva histórica, vincula las tradiciones intelectuales lusohispanas sobre el Estado y la nación con las perspectivas latinoamericanas modernas, como el desarrollismo, al igual que planteos regionalistas provenientes de la CELAM. En la década de 2010, el plano intelectual de la geopolítica de la integración se combina con la fuerza política a través de influyentes líderes políticos (algunos presidentes) y sociales como Cristina Fernández de Kirchner (2007-2015), el Papa Francisco I (2013), José Mujica (2010-2015), Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2010), Hugo Chávez (2002-2013) o el exvicepresidente boliviano Álvaro García Linera (2006-2019). Este último resalta al Estado Plurinacional de Bolivia como un modelo para la construcción democrática de la unidad latinoamericana bajo la forma de un Estado Continental Plurinacional (García Linera, 2013). En esta línea encontraremos también a Mujica y Francisco I, ambos en estrecho contacto con Methol Ferré.
Estas posiciones se enfrentan a un fuerte revés a finales de la década de 2010, sobre todo en lo que respecta a la dimensión sudamericana, dado el cambio de gobierno en Brasil bajo la presidencia de Jair Bolsonaro (2019), quien promueve la retracción en su país de las entidades de integración regional. No hay espacio aquí para ver los motivos de esto, baste señalar que los procesos de integración latinoamericana tienen constantes vaivenes. Si bien la geopolítica latinoamericana no siempre será un vector directriz en políticas de Estado, sin duda se mantendrá como un elemento a tomar en cuenta. No solo por las fuerzas internas detrás de la resiliencia de la integración, sino por las estructuras del sistema internacional que empujan hacia este camino.
El punto de partida de este artículo fue argumentar que el pensamiento y la acción geopolítica tienen una larga trayectoria en América Latina desde principios del siglo XX. En segundo lugar, se argumentó que, a diferencia de otras regiones, la geopolítica nunca dejó de desarrollarse en la región latinoamericana. Incluso se puede decir que a mediados del siglo XX surge una escuela geopolítica latinoamericana. Hay, por supuesto, expresiones propias de distintos países, así como diferentes orientaciones de pensamiento y áreas de prioridad. El punto central de este trabajo es mostrar que uno de los elementos geopolíticos comunes está relacionado con la búsqueda de unión entre los países de la región, lo que actualmente se conoce como “integración regional”. De allí surge la geopolítica de la integración, producto de la síntesis de distintas vertientes de pensamiento y acción integracionista. Una de ellas es la economía política, en la que el desarrollo es un elemento central. Otra es la dimensión política, en la que se destaca la búsqueda de autonomía. Hay que sumar aquí los planteos de corte filosófico y cultural en los que se fundamenta un “ser” latinoamericano, con profundas raíces históricas y culturales.
Todo esto se conecta con la geopolítica, desde donde se proyectan las dimensiones integracionistas territoriales. El continentalismo americano, sudamericano o latinoamericano es un ejemplo de cómo la geopolítica se conecta con dimensiones culturales (nacionales) regionalistas, como por ejemplo la de Patria Grande. También hay conexión con lo geopolítico desde la dimensión económica, algo que en América Latina se da en gran medida a través del concepto de “desarrollo”. Sumado al concepto de “autonomía”, aplicado a la inserción internacional de la región, estas distintas dimensiones convergen en lo que se denomina la “geopolítica de la integración”. Como se ha explicado en este texto, esta vertiente geopolítica está afianzada en un acervo histórico de búsquedas de integración que se desarrollaron en la región. Pero no se trata solo de elaboraciones pretéritas, sino que existe una continuidad hasta tiempos actuales, en los que vemos aportes desde nuevas vertientes de pensamiento relacionadas con temas de medioambiente, género o etnicidad. Un ejemplo de esto es la noción “plurinacional” aplicada al ámbito regional. También surgen nuevas dimensiones territoriales a las cuales los aspectos nacionales deben adaptarse, por ejemplo, la inclusión del Caribe en los sistemas de integración latinoamericanos. Lo mismo en lo que respecta al proceso de formación de Sudamérica como unidad geopolítica.
La geopolítica, en general, ha tenido un sesgo realista que enfoca su atención en “conflictos” protagonizados por las grandes potencias o los imperios. Esta no fue la perspectiva de Ratzel y Kjellén, sus creadores; tampoco la de muchas de las interpretaciones surgidas en América Latina, que consideran a la geopolítica como disciplina relacionada con el desarrollo económico y las ideas nacionales para la búsqueda de autonomía y soberanía en el sistema internacional. En conjunto, se construye una visión geopolítica que funciona como herramienta para la superación de una posición periférica. Es aquí que encontramos el aporte latinoamericano en lo que respecta a la geopolítica de la integración.