RESEÑAS

De Diego, José Luis (2021). Los escritores y sus representaciones: formación, campo literario, escritura, lector, crítica, canon, mercado editorial, libros Buenos Aires: Eudeba.

Iván Suasnábar
Universidad Nacional de La Plata/CONICET, Argentina

De Diego, José Luis (2021). Los escritores y sus representaciones: formación, campo literario, escritura, lector, crítica, canon, mercado editorial, libros Buenos Aires: Eudeba.

Revista Tramas y Redes, núm. 1, pp. 197-201, 2021

Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales

De Diego José Luis. Los escritores y sus representaciones: formación, campo literario, escritura, lector, crítica, canon, mercado editorial, libros. 2021. Buenos Aires. Eudeba. 240pp.

Recepción: 22 Noviembre 2021

Aprobación: 29 Noviembre 2021

En 1982, en años de la dictadura militar argentina, el Centro Editor de América Latina –fundado en 1966 por Boris Spivacow, luego de su experiencia como editor general de Eudeba, entre 1958 y 1966– dio a conocer una Encuesta a la literatura argentina contemporánea, compuesta por dos cuestionarios dirigidos a escritores y críticos literarios, de nueve y cinco preguntas respectivamente. Publicada por entregas en la segunda versión de la célebre colección Capítulo. Historia de la literatura argentina –dirigida por Susana Zanetti, entre 1979 y 1982–, las preguntas fueron ideadas por Carlos Altamirano y Beatriz Sarlo; dos críticos que, para comienzos de los años 80, contaban con una notable experiencia en el mundo de la edición y de las publicaciones periódicas.

Fuente de consulta permanente por parte de investigadores en el campo de los estudios literarios, la Encuesta no había sido, sin embargo, objeto de un estudio pormenorizado. Esto explica la relevancia de un libro como Los escritores y sus representaciones: formación, campo literario, escritura, lector, crítica, canon, mercado editorial, libros de José Luis de Diego, dado que viene a completar con creces esta vacancia. Doctor en Letras por la Universidad Nacional de La Plata, profesor, investigador y figura destacada en el campo de los estudios sobre el libro y la edición en Argentina, De Diego organiza su recorrido por la Encuesta a partir de una decisión tan sencilla como trascendente: respetar el orden de las preguntas que figuran en el cuestionario. Así, el libro se compone de nueve secciones, en donde se desagregan y agrupan las respuestas en función de algunos ejes centrales relativos a los modos de autorrepresentación de los escritores y de sus prácticas literarias en el espacio público.

El primer apartado refiere a los comienzos literarios. La autoedición, la participación en certámenes, el respaldo de figuras tutelares, el contacto con revistas y la llegada a editoriales que ya ocupaban un lugar reconocido en el mundo artístico son algunos de los tópicos que recorta De Diego en un recorrido en donde resaltan, sobre todo, las dificultades que atraviesan los escritores recién iniciados para dar a conocer sus obras. Al respecto, el autor consigna algunos testimonios que hacen foco en las estrategias de autoedición, mientras que otros enfatizan el rol de algunas editoriales comerciales a la hora de procurar el prestigio de sus libros a través de concursos. Asimismo, De Diego destaca la importancia de los suplementos literarios como espacios de consagración para los escritores noveles, al tiempo que recorta relatos de aprendizaje en donde pueden observarse diversas formas de padrinazgo: desde el editor que “descubre” un talento al maestro que predica con su ejemplo o el compañero experimentado al que se admira como un guía o referente.

El segundo grupo de preguntas concierne al “clima intelectual” de los primeros años en la vida de los escritores, a la existencia o no de apoyos a su inclinación artística y al contacto con grupos y amistades literarias. El origen social, la condición económica y la presencia de bibliotecas familiares son algunos de los tópicos que se reiteran en estos testimonios. Excepciones aparte, De Diego señala que la mayoría de los escritores se reconoce como de clase media –urbana o rural– y que, a la hora de referirse a la educación formal, el juicio sobre la escuela es mayormente negativo, puesto que suele asociársela al tedio y la repetición. Asimismo, un dato curioso es la frecuente denegación, por parte de los escritores, de los modos asociativos de su actividad (revistas, grupos, movimientos); un aspecto en donde es posible cotejar, como bien señala De Diego, la evidente distancia entre las autorrepresentaciones y las prácticas literarias realmente existentes.

El tercer apartado refiere al modo de trabajo de los escritores: si hacen planes o esquemas; cómo y cuánto corrigen; si alguien lee sus textos antes de que ingresen en proceso de publicación. Tal como indicael autor, todas estas dimensiones aluden a un tema central: la profesionalización de los escritores y el régimen de producción que les impone las reglas del mercado editorial. Por otra parte, resulta interesante el modo en que se detecta la pervivencia –ciertamente residual– del concepto de “inspiración” que persiste, aunque metaforizado, en varios testimonios. Asimismo, se hace hincapié en las sucesivas etapas de corrección de un texto: de la escritura en cuadernos a la versión mecanografiada y de allí a galeras. Un recorrido que, como bien recuerda De Diego, conlleva prácticas diferenciadas ligadas a la mutación de los formatos de escritura.

La cuarta pregunta interroga a los escritores sobre las constantes temáticas de su obra, aunque, como indica De Diego, se observa una cierta reticencia a la hora de explayarse sobre el tema, e incluso ciertos cuestionamientos a los supuestos implícitos de la pregunta. De allí que varios escritores no hagan énfasis en los “temas”, sino en el modo en que estos son tratados en sus obras; otros, por su parte, eligen la perspectiva formalista para escapar de la encerrona del contenidismo, introduciendo una discusión sobre técnicas y procedimientos. Por último, De Diego destaca cómo la presencia de la dictadura militar redunda, para varios encuestados, en una pregunta por los modos de narración: cómo transforma dicha experiencia en un relato, parece ser la pregunta de la hora. Un interrogante que, para comienzos de los años 80, como bien señala De Diego, se había erigido en una suerte de principio constructivo para buena parte de la literatura del periodo.

El quinto apartado de la Encuesta alude a un aspecto central de la actividad literaria: la pregunta por el lector ideal. Al respecto, De Diego extrae múltiples configuraciones a partir de los distintos testimonios: desde aquellos escritores que buscan consolidar lectores ya existentes, hasta quienes apuestan por la construcción de nuevos públicos. En el medio, una amplia gama de lectores ideales e imaginados que el autor consigna, entre otros, bajo motes tales como el lector empático –dispuesto a aceptar el pacto de identificación que exige la trama–; el lector cómplice –que surge de una apelación textual para que colabore en la construcción de sentidos–; el lector cliente –visto como ideal porque paga por el libro, sosteniendo así la actividad misma de los escritores– y, en el límite, el lector extrañado, aquel que es construido por una lengua literaria imprevista y enrarecida.

El sexto apartado es, quizás, uno de los más interesantes, dado que alude a la relación de los escritores con la crítica, en sus diversos modos de circulación y formatos. Así, De Diego consigna que la mayoría de los testimonios rezumen desconfianza respecto de la crítica: cuando es positiva, porque es sospechada de favoritismo y oportunismo; cuando no lo es, porque se la acusa de incompetencia y falta de ecuanimidad. Como sea, el desencuentro entre escritores y críticos literarios es ciertamente notable; de allí que el gran mérito del autor sea desplegar y desmenuzar cada uno de estos malentendidos, a fin de dar cuenta de las tensiones que atraviesan el campo literario a comienzos de los años 80, prestando atención al modo en que los escritores se figuran las siempre complejas relaciones entre producción literaria, consagración crítica y éxito editorial.

La séptima pregunta indaga sobre las relaciones que los escritores establecen entre su propia obra y otros autores, tanto argentinos como extranjeros. Y si bien este es el interrogante con menos respuestas de todo el cuestionario, aun así De Diego rastrea algunas constantes: en primer lugar, el peso de la narrativa moderna europea y norteamericana de la primera mitad del siglo XX en la configuración de un “canon personal”–presencia que se explica, como bien señala el autor, por la temprana circulación y traducción en Argentina de varias de estas obras y autores–; en segundo lugar, la notable presencia de los escritores del boom y de la “nueva narrativa latinoamericana”; por último, la presencia inevitable de Borges como figura central del sistema literario, la reconsideración crítica de Roberto Arlt –su valoraciónen los años 60 y 70 era prácticamente inexistente, tal como recuerda De Diego– y, sobre todo, el declive de la figura de Cortázar, cuya presencia en los estudios literarios no haría sino decaer a partir de los años 80.

El octavo conjunto de preguntas refiere a una dimensión ciertamente general: las “cualidades” de un escritor. Como indica el autor, el interrogante es tan amplio que habilita distintos abordajes: desde aquellos en donde se enfatizan las cualidades políticas de los escritores –en tanto “intelectuales comprometidos”– hacia otros en donde lo que se observa es un corrimiento hacia el componte ético –en sintonía con los valores emergentes de la transición democrática– y de allí a un tercer grupo que hace hincapié en la defensa de cualidades estéticas, en tanto el valor de un escritor estaría siempre ligado a la potencialidad de su escritura. Por otra parte, ante la pregunta respecto de cuáles serían los escritores que representan “modelos” de esas cualidades, vuelve a observarse algo semejante a lo que ocurría en el apartado anterior, sobre todo en el plano local: Borges como figura central del campo literario y, dato curioso, la presencia de Ricardo Piglia como el escritor emergente de los años 80 más citado por sus pares.

El noveno y último apartado refiere, por su parte, al modo en que los escritores se ganan la vida y al tipo de actividades que realizan o han tenido que realizar para sostener su economía. Tal como señala De Diego, en estos relatos se advierten distintos avatares de los procesos de profesionalización de la escritura, así como la dificultad, para la mayor parte de los escritores, de poder vivir, efectivamente, de sus derechos de autor. Así, son varios los encuestados que puntualizan no vivir de la literatura, sino de la escritura; es decir, de los múltiples oficios en donde esta se practica de alguna manera (docencia, periodismo, traducción); un puñado recudido, por su parte, reconoce vivir, al menos en parte, de sus libros, mientras que otros, ante la dificultad de poder hacerlo, sostienen que mejor así, para evitar que la actividad literaria se contamine con las exigencias del mercado. Por otra parte, varios testimonios dan cuenta de las enormes dificultades que tienen que afrontar las escritoras para subsistir económicamente y poder dedicarse de lleno a la literatura.

Finalmente, el libro incluye un anexo en donde se consigna, en orden cronológico, un listado exhaustivo de libros de narrativa, de poesía y de teatro publicados entre 1940 y 1990; un apartado que no hace sino expandir aún más el mapa de autores, publicaciones y sellos editoriales trazado en las páginas precedentes a partir del trabajo con la Encuesta. Insumo imprescindible para críticos, profesores e investigadores, El escritor y sus representaciones de José Luis De Diego es un libro fundamental para cualquier lector interesado en la literatura argentina de la segunda mitad del siglo XX. Un abordaje lúcido, sistemático y ameno sobre un capítulo fundamental de nuestra historia literaria.

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