DOSSIER
Producir conocimiento sobre “migrantes vulnerables”: retos éticos, políticos y epistemológicos
Produzir conhecimento sobre “migrantes vulneráveis”: compromisso e desafios ético-políticos
Producing knowledge on “vulnerable migrants”: engagement and ethical-political challenges
Producir conocimiento sobre “migrantes vulnerables”: retos éticos, políticos y epistemológicos
Revista Tramas y Redes, núm. 5, pp. 159-174, 2023
Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales
Recepción: 25 Septiembre 2023
Aprobación: 07 Noviembre 2023
Resumen: El artículo analiza los retos que surgen en la producción de conocimiento sobre migrantes en situaciones de vulnerabilidad. Sostengo que esta producción ha sido limitada por procesos de despolitización que naturalizan la vulnerabilidad que afecta a ciertos grupos y comunidades y omiten de la investigación y del análisis temas complejos y estructuras de desigualdad y poder. Planteo que las investigaciones colaborativas y comprometidas políticamente son alternativas para estudiar con una ética de respeto y reflexividad y desde las experiencias, voces, perspectivas e intereses de lxs mismxs migrantes, para así superar miradas victimistas y criminalistas. Me baso en estudios colaborativos con mujeres migrantes en actividades sexuales comerciales e investigaciones sobre tráfico y trata de personas.
Palabras clave: migraciones, vulnerabilidad, ética, política, investigación militante.
Resumo: Este artigo analisa os desafios que surgem na produção de conhecimento sobre migrantes em condições de vulnerabilidade. Defendo que esta produção tem sido limitada por processos de despolitização que naturalizam a vulnerabilidade que afecta certos grupos e comunidades e omitem da investigação e análise questões complexas e estruturas de desigualdade e poder. Proponho que a investigação colaborativa e politicamente empenhada é uma alternativa para estudar com uma ética de respeito e reflexividade e a partir das experiências, vozes, perspectivas e interesses dos próprios migrantes, de modo a ir além da vitimização e da criminalização. Baseio-me em estudos colaborativos com mulheres migrantes no trabalho sexual e na investigação sobre tráfico e contrabando de seres humanos.
Palavras-chave: migrações, vulnerabilidade, investigação militante, ética, politização.
Abstract: The article analyzes the challenges that arise in the production of knowledge on migrants facing conditions of vulnerability. I argue that this production has been limited by depoliticization processes that naturalize the vulnerability that affects certain groups and communities and omit from research and analysis complex issues and structures of inequality and power. I contend that collaborative and politically engaged research is an alternative to study with an ethics of respect and reflexivity and from the perspective, voices, interests, and experiences of migrants, to overcome victimist and criminalistic approaches. I draw on collaborative studies with migrant women in commercial sexual activities, and research on human trafficking and smuggling.
Keywords: migration, vulnerability, militant research, ethics, politization.
Desde que empecé a estudiar las experiencias de mujeres migrantes en mercados sexuales, hace más de 15 años, he batallado con una serie de dudas y dilemas éticos, epistemológicos y políticos. Inicié con mi tesis doctoral, con un proyecto que claramente reconocía el carácter posicionado e intersubjetivo de la investigación social, profundamente marcado por relaciones de poder, especialmente al estudiar sujetos estigmatizados. Por esto, propuse abrir espacios discursivos y estudiar desde cerca, acompañando a migrantes colombianas y peruanas en sus actividades cotidianas en la provincia ecuatoriana y fronteriza de El Oro, cuya economía extractivista exportadora se ha sostenido históricamente en el trabajo móvil y precarizado. Asimismo, desde un inicio, tomé posición dentro de los debates feministas con respecto a las mujeres en actividades sexuales comerciales y adopté conceptos que surgieron desde las mismas protagonistas que, en el caso de El Oro, llevan más de tres décadas organizadas contra la violencia y por el respeto a sus derechos como “trabajadoras sexuales”. De esta manera me empeñé por reconocer la actoría, estrategias, autopercepciones y definiciones de las mismas migrantes.
No obstante, mi entrada al “campo” y mi interacción con las migrantes sujetos de mi estudio, sus narrativas y ambivalentes experiencias me exigieron ajustes metodológicos y conceptuales y extendieron el periodo de estudio y estancia en El Oro. Además, me llevaron a profundas dudas sobre el papel de la academia frente a la injusticia social y situaciones fuertemente marcadas por el poder y las violencias, lo que me exigió un “compromiso extracadémico” (Galán, 2012), pero, a la vez, me confrontó con tensiones y dilemas pues constantemente cruzaba las fronteras entre investigación y activismo en ese y otros proyectos en los que después me involucré (Ruiz, 2022).
Más aún, mis repetidos viajes a El Oro me mostraron cómo poco a poco se hipervisibilizaba el “problema” de las migrantes en actividades sexuales comerciales a través de campañas, programas y proyectos, locales, nacionales e internacionales, que encuadraron estas heterogéneas experiencias como trata (sexual) de mujeres, violencia fronteriza y delincuencia transnacional organizada. Surgieron, entonces, nuevas dudas y retos cuando yo misma participé en proyectos de investigación y formación sobre trata de personas, lo que me demandó historizar y complejizar el análisis para evitar reproducir nociones heteronormadas sobre género, sexualidad y el vínculo entre migración, sexualidad y fronteras.
El objetivo del artículo es examinar los retos éticos, epistemológicos y políticos que surgen en el estudio de las migraciones, donde la producción de conocimiento no solo está fuertemente imbricada con el control y disciplinamiento de la movilidad transfronteriza. Esta producción implica también, y en primer lugar, la construcción de un objeto “problema” social a partir de la visibilización de algunos sujetos, temas y relaciones y la invisibilización de otros. Esto puede empezar desde fuera de la academia (medios de comunicación, think-tanks), aunque la academia y lxs académicxs tienen un rol central, pues son parte de un complejo entramado de relaciones, “cómplices y conflictivas al mismo tiempo” entre ciencia, política, administración pública, y los grupos subalternizados que son objeto de intervención institucional (Queirolo, 2014) y a la vez protagonistas de diversas luchas (Varela, 2015).
Sostengo que en un contexto marcado por la retórica de la “crisis” (migratoria, humanitaria, de seguridad) y llamados a “ordenar las migraciones”, la producción de conocimiento sobre la movilidad humana es altamente valorada y puede desdibujar las líneas que separan el conocimiento científico, técnico y operativo. De hecho, la producción de estadísticas, mapas, encuestas, diagnósticos, informes y “recomendaciones expertas” mueve fondos nacionales e internacionales y estimula alianzas entre académicxs, gobiernos, organismos internacionales y organizaciones sociales y crea una especie de moda en torno a la información que se produce y circula bajo el título de “migraciones” (migration knowledge hype, según De Genova, Mezzadra y Pickles, 2014). América Latina y el Caribe entran con fuerza en esta “moda” con la llamada “crisis migratoria venezolana” y la creación de la Plataforma Regional R4V que refleja el esfuerzo por “producir, compartir y circular información relevante” para “manejar” mejor esta “crisis”. Mi punto central es que en medio de esta avalancha de información algunos temas y problemas se destacan y aparecen como urgentes, pero al mismo tiempo se naturalizan y vuelven “verdades” incuestionables, especialmente cuando se abordan desde categorías legales, con “conocimiento experto” y el lenguaje de los derechos humanos. Por ejemplo, los temas y discursos sobre: migraciones riesgosas, tráfico ilícito de migrantes, trata de personas, migrantes vulnerables.
Garelli y Tazzioli (2013 a y b) argumentan, críticamente, que al tiempo que la producción de conocimiento sobre migraciones se convirtió en una disciplina reconocida como campo de estudio científico, también se dio un “disciplinamiento” de este campo. Esto ha sucedido porque se estudia a lxs migrantes desde categorías y posiciones fijas e imaginarios dominantes de cohesión, integración y las dicotomías de legalidad e ilegalidad, víctima (feminizada) y criminal (masculinizado), todo lo cual refuerza la gobernanza migratoria sustentada en la producción de conocimiento e incluso convierte a la producción de conocimiento sobre las migraciones en objeto de gubernamentalidad. En línea con estas y otrxs académicxs y activistas que reflexionan sobre las relaciones de poder en el estudio de las migraciones y los impactos que la información que (re)producimos tiene en la vida de lxs migrantes, argumento que las investigaciones colaborativas y comprometidas políticamente son alternativas para interrumpir marcos, discursos y prácticas dominantes y para contrarrestar la despolitización de las migraciones y los estudios migratorios. La despolitización se produce cuando se omite de la investigación y el análisis temas complejos, condiciones estructurales, relaciones de desigualdad y poder y agendas políticas, como sucede en investigaciones “científicamente” distantes y en la producción-circulación de “datos técnicos” desde el campo humanitario (Domenech, Basualdo y Pereira, 2023). Las investigaciones sensibles a las relaciones de poder y comprometidas con la transformación social, o también llamadas activistas y militantes, exigen examinar la labor que hacemos como investigadorxs y las jerarquías y desigualdades dentro y fuera de la academia (Grappi, 2013; Mezzadra en Garelli y Tazzioli, 2013c; Paris Pombo, 2015; Stephen, 2015; Proyecto Inmovilidades Nodo México, 2020).
Las reflexiones que presento se basan en las investigaciones colaborativas y activistas en las que he participado, así como en discusiones críticas que otrxs autorxs han hecho sobre sus investigaciones con personas en contextos de inequidad y violencia. El artículo está organizado de la siguiente manera: primero, analizo la ética del trabajo académico sobre “temas sensibles” y “migrantes vulnerables”, más allá de lo que plantean los protocolos de ética de la investigación. Propongo una ética situada y participativa que escape de la violencia epistémica que silencia las voces de grupos subalternizados e impone categorías rígidas y conceptos desconectados de las experiencias e intereses de los sujetos de estudio. En la segunda parte reflexiono sobre las políticas del conocimiento en torno a las migraciones y los procesos de despolitización y repolitización al respecto. Aquí resalto el potencial que tienen las investigaciones colaborativas y militantes pues abren espacio para la reflexión colectiva y pueden ofrecer nuevos marcos de análisis. Finalmente, a partir de un estudio comunitario en el que participé en la frontera entre Ecuador y Perú, sobre tráfico, trata y otras formas de explotación en el contexto de la pandemia del COVID-19, reflexiono sobre los aportes, tensiones y dificultades de investigaciones colaborativas.
Ética situada y comprometida
Estudios y publicaciones sobre las migraciones internacionales repetidamente mencionan “temas sensibles” y difíciles de investigar debido a su carácter “ilegal” o “clandestino”, los contextos de violencia en los que se desarrollan y el involucramiento de “migrantes vulnerables”, lo cual confronta a lxs investigadorxs con peligros, dificultades y dilemas. El tráfico de migrantes, la trata de personas y las migrantes en mercados sexuales –procesos que suelen confundirse entre sí– son parte de estos temas sensibles que se investigan, en buena medida, desde fuentes secundarias, por las razones antes expuestas. Además, porque las entidades financiadoras siguen dudando que a través de metodologías cualitativas se pueda obtener “evidencia contundente”. Así explican van Liempt y Bilger (2012), quienes han estudiado el tráfico de migrantes hacia Europa o lo que también definen como “migración asistida”. Para estas autoras, la noción de “temas sensibles” revela asuntos sobre lo que se considera pertinente de investigar en una sociedad y las dificultades para controlar el proceso de investigación, como el acceso a los sujetos de estudio y la construcción de relaciones de confianza que permitan recoger información rigurosa y con estándares éticos.
Los comités, protocolos y códigos de ética, que son relativamente recientes en las Ciencias Sociales, especialmente en regiones como América Latina, brindan lineamientos que guían el proceso de investigación y buscan proteger a las “poblaciones vulnerables” que se estudia. No obstante, estos lineamientos todavía están influenciados por las ciencias médicas que las preceden e inspiran y pueden convertirse en protocolos formales y burocráticos, con directrices muy generales y estandarizadas sobre consentimiento informado, confidencialidad, privacidad y valoración de “beneficio” versus “daño”. O pueden incluir principios amplios (garantizar la “dignidad”, “autonomía”, “seguridad” de los sujetos de estudio) pero difíciles de llevar a la práctica si no hay un proceso serio de reflexividad con respecto a las relaciones de desigualdad y poder entre investigadorxs y sujetos de investigación, los valores morales y creencias que guían estas relaciones, y el contexto económico y político en el que surge el problema y se desarrolla la investigación. Tomar en cuenta estas estructuras de poder es particularmente importante al investigar dinámicas ilegalizadas y que involucran a sujetos estigmatizados, cuyas experiencias de vida y seguridad dependen de estar alertas y desconfiar. Por tanto, aquí el reto es construir relaciones de confianza en medio de un contexto de desconfianza (van Liempt y Bilger, 2012) y, paso a paso y durante todo el proceso de la investigación, obtener el consentimiento y motivación de colaboración de parte de los sujetos de estudio (Tijoux, Ambiado y Veloso, 2023). La experiencia que tuve durante mi primera investigación con migrantes en actividades sexuales comerciales ilustra bien esta dificultad.
Después de cuatro meses de iniciado el trabajo de campo y creyendo haber superado la etapa más difícil de mi investigación, recibí una llamada de “Caridad”, una mujer peruana que en ese entonces (2008) trabajaba en un burdel de una ciudad fronteriza de Ecuador. Quería conversar sobre “un asunto” conmigo y me pidió que fuera a su casa. La llamada me alegró pues consideré que reflejaba el vínculo de cercanía y confianza que había entablado con ella, después de varias conversaciones y encuentros dentro y fuera de su lugar de trabajo. Tanto Caridad como el resto de mis interlocutoras fueron contactadas a través de organizaciones de trabajadoras sexuales, con quienes colaboré en varias actividades. Visitábamos centros de salud, prostíbulos y bares, entregando preservativos y folletos sobre salud sexual. Más adelante también colaboré con una red local de organizaciones sociales que trabajaban en la protección de los derechos de poblaciones migrantes y entregué información sobre procesos de regularización que pedían mis interlocutoras, la gran mayoría irregularizadas por políticas migratorias selectivas y restrictivas. Las organizaciones de trabajadoras sexuales y las de migrantes no tenían espacios de encuentro en ese entonces. Yo me movía entre ambas y así, como “aliada” antes que como “investigadora” o “académica”, entablé relaciones de cercanía y reciprocidad con migrantes que estaban marcadas por el triple estigma de “putas”, “extranjeras” e “ilegales” y eran señaladas y vigiladas por actores estatales y no estatales.
Tomándose la cabeza entre sus manos, Caridad me dijo con tono afligido: “ay discúlpame, es que te mentí bien feo, es que todavía no te tenía confianza”. Su confesión me obligó a repensar las dificultades, retos y posibilidades de investigar temas complejos con rigurosidad, compromiso y respeto. Comprendí lo indispensable que es contar con tiempo y paciencia para construir relaciones de confianza y entender mejor cómo se produce la vulnerabilidad y cómo se vive y responde a este tipo de situaciones. La confesión de Caridad me mostró que las “migrantes vulnerables” no son pasivas y toman posición frente a las investigaciones y lxs investigadorxs, a veces de manera explícita y consciente y otras más sutilmente, por ejemplo, cuando construyen determinadas narrativas, mencionando cierta información y ocultando otra, para preservar su seguridad y construir determinadas representaciones de sí mismxs. Este episodio también me enseñó a estar más alerta para no caer en lo que De Génova (2002, citado en Ruiz, 2022) llama “pornografía antropológica” que es una manera de “construir objetos antropológicos” y “mostrar solo por mostrar”, lo cual puede convertirse en una especie de vigilancia, cómplice o directamente al servicio del control estatal.
Usar un nombre ficticio o anonimizar un relato no basta para proteger la seguridad y dignidad de sujetos criminalizados y victimizados al mismo tiempo. Tampoco basta un papel firmado con el consentimiento informado, pues, como críticamente dicen Tijoux, Ambiado y Veloso, 2023, este puede ser un instrumento que sirve más para proteger a lxs investigadorxs de posibles acusaciones de “mala práctica” o para obtener consentimiento para “extraer” información a los sujetos de estudio. Las personas que deciden participar en un estudio y compartir información sensible probablemente no conocen bien el alcance de la investigación y no saben con exactitud las consecuencias de difundir cierta información, algo que tampoco conocen con certeza ni controlan lxs investigadorxs. Por ello es indispensable reflexividad y responsabilidad con respecto a cómo y qué tipo de información se recoge, cómo se analiza y escribe y qué se difunde y qué no.
Todo esto es parte de una ética situada (Tijoux, Ambiado y Veloso, 2023), comprometida con el cuidado de personas en situaciones de vulnerabilidad, y de la vigilancia epistémica que se requiere en cada paso y momento de la investigación para no reproducir ideas, visiones y prácticas que buscamos cuestionar. Así, López Fernández (2017) reflexiona sobre su propio proceso investigativo con una organización de mujeres migrantes y muestra cómo la falta de vigilancia y, consecuentemente, la imposición de categorías científicas y conceptos abstractos y desconectados de la realidad e intereses de los sujetos de estudio, llevó a que una investigación que empezó con migrantes terminó convirtiéndose en un texto sobre migrantes. Un texto con el cual las migrantes no se identifican, dice la autora, quien reconoce que en el momento del análisis y la escritura dejó en segundo plano el matiz político reivindicativo que sus interlocutoras querían destacar, a partir de la historia de su organización, y puso demasiado énfasis en su condición de “empleadas del hogar”.
Otrxs académicxs y activistas consideran que para evitar la violencia simbólica y epistémica que ocurre cuando se imponen categorías rígidas y se silencian las voces, saberes, preocupaciones e intereses de grupos subalternizados, es indispensable una ética participativa y colaborativa (Paris Pombo, 2015). Esta pone de relieve la actoría social y política de lxs migrantes y su capacidad de reflexionar y actuar para cambiar una realidad injusta y violenta.
Políticas del conocimiento e investigación militante
Como mencioné en la introducción de este artículo, la retórica de la “crisis” y los “riesgos” que enfrentan lxs “migrantes vulnerables”, especialmente mujeres y niñxs, ha movido importantes recursos para la investigación y formación en materia migratoria. En este sentido, la “crisis” es una “herramienta de conocimiento y producción de experticia”, según Rigo (2018), quien cuestiona: quiénes son definidas como personas “expertas” y por qué se deja de lado la experticia que han adquirido las mujeres migrantes a través de sus viajes, los abusos que han vivido, los cuidado que han aprendido a tomar y las estrategias que despliegan para seguir con sus proyectos migratorios, en medio de restricciones y violentos controles estatales. La autora recuerda que la noción de crisis no es una descripción objetiva de un contexto, sino más bien un poderoso dispositivo narrativo que, al ser invocado, produce una serie de significados que estructuran la comprensión social y discursos mediáticos sobre las migraciones y lxs migrantes, y guían también el “conocimiento experto” que se pone a circular, omitiendo cierta información y produciendo “ignorancia estratégica” (Scheel y Ustek-Spilda, 2019, citado en Domenech, Basualdo y Pereira, 2023).
En otras palabras, el dispositivo de la “crisis” implica una producción selectiva de datos y también de los problemas, urgentes o no prioritarios de investigar y analizar. Entre los primeros está la trata sexual que afecta a “mujeres inocentes” y es perpetrada por redes criminales grandes y organizadas, aunque sobre esto último no hay datos claros ni evidencia contundente (Anderson y Andrijasevic, 2008). En cambio, entre los temas y problemas que han sido relegados de las agendas de investigación sobre migrantes en situaciones de vulnerabilidad está el trabajo, las abusivas relaciones laborales que afectan a migrantes y mujeres y las políticas laborales desreguladas y flexibles que sostienen este problema.
Las “crisis” y “emergencias” llevan a la producción de análisis cada vez más rápidos (rapid assesment reports) que sirven para identificar necesidades puntuales y planificar intervenciones humanitarias igualmente puntuales. Aunque los estudios académicos requieren protocolos de rigurosidad científica, el productivismo marcado por la neoliberación de la academia (Proyecto Inmovilidades Nodo México, 2020; Paris Pombo, 2015; Grappi, 2013) también ha recortado los tiempos y recursos para la investigación que se hace desde universidades y centros de investigación. A esto hay que sumar el hecho de que algunas universidades e investigadorxs dependen de consultorías financiadas por organismos internacionales, lo cual repercute en la posibilidad de realizar estudios más independientes, pacientes, comprometidos, colaborativos y con enfoques críticos. De ahí que Garelli y Tazzioli (2013b) se refieran al “disciplinamiento” y “secuestro” del campo de estudios de las migraciones y, como consecuencia, la reproducción de marcos y prácticas dominantes que simplifican una realidad compleja, ambivalente y rápidamente cambiante. Sin embargo, las autoras también analizan las potencialidades que tiene la investigación militante para interrumpir el conocimiento hegemónico y reconocen el rol que ha tenido América Latina en este tipo de investigaciones.
La Investigación Acción Participativa (IAP), que nace en la década de 1970 inspirada en los principios de la educación popular y liberadora de Paulo Freire, propone una ciencia comprometida políticamente con los grupos oprimidos y con la transformación social, y toma distancia de las reglas del juego científico “universales” y su repercusión en la colonialidad del saber y el poder.1 El cuestionamiento al observador distante, aparentemente neutral, y a las jerarquías entre sujeto y objeto de investigación han sido centrales en esta y otras propuestas de investigación participativa y comprometida que se extendieron más allá de la IAP y abrieron diálogos a través del Sur y el Norte. Por ejemplo, investigaciones “comprometidas con la comunidad” y otras que son definidas como militantes para destacar los vínculos con movimientos y luchas sociales, así como el carácter político de la producción de conocimiento (Colectivo Situaciones, 2003).
Un aspecto central de las investigaciones militantes es que, a diferencia de otros modelos más tradicionales, el involucramiento con lxs sujetos de estudio y la inserción en la comunidad que se estudia es de más largo alcance y va más allá de un proyecto puntual. De esta manera se busca rebasar las relaciones funcionales que son comunes en investigaciones distantes, análisis rápidos y “expertos”, e incluso en estudios donde lxs investigadorxs observan de cerca. Garelli y Tazzioli (2013b) advierten que las distancias entre investigadorxs y sujetos de investigación son construidas socialmente y no se borran con el simple de hecho de “estar ahí”, en el lugar de los acontecimientos, o lo que definen como el “espectáculo de proximidad” en los estudios migratorios. Es necesario pensamiento crítico y un proceso más comprometido para construir proximidad a través de las distancias, dicen las autoras.
Quienes defienden el potencial de la investigación militante en el campo de los estudios migratorios no tienen una sola y única postura. Unxs resaltan la importancia de que, junto al compromiso político y extra-académico, se mantengan “límites claros” con las comunidades de estudio y “no se tome partido” en sus luchas para no perder el sentido crítico (Paris Pombo, 2015). Otrxs, en cambio, consideran que frente a un régimen de violencia no se puede ser neutral sino que necesariamente hay que implicarse y esto exige negociar estas implicaciones y revisar constantemente el proceso de producción de conocimiento, como señala el académico y activista Sandro Mezzadra (entrevista en Garelli y Tazzioli, 2013c). Siguiendo a este autor, quiero resaltar otros aportes de la investigación militante.
Mezzadra sostiene que las investigaciones militantes requieren pasar de la empatía y la solidaridad a una “postura más radical” que busca dos tipos de apertura. Por un lado, una apertura “hacia abajo”, hacia los grupos que han sido excluidos de la producción de conocimiento y sus luchas para cambiar su situación de opresión y vulnerabilidad. Esto pone en cuestión la noción de la víctima pasiva que requiere que otrxs hablen y expliquen por ella, que la orienten y defiendan sus derechos, entendidos desde visiones liberales, formales y morales del acceso individual, legal y “normal” al trabajo y la ciudadanía. Por otro lado, una apertura hacia la producción de nuevos conceptos y la innovación teórica que es necesaria para analizar críticamente y desde las turbulencias que provocan las migraciones. Con esto, Mezzadra propone tomar las migraciones y las fronteras como lentes analíticas para mirar una serie de transformaciones espaciales y sociales que cuestionan rígidas dicotomías y conectan los problemas y luchas de las poblaciones migrantes con otras poblaciones, problemáticas y luchas sociales más amplias. Por ejemplo, las luchas por el acceso a trabajo y vivienda digna, que puede tejer alianzas entre diversos grupos en condiciones de vulnerabilidad.
Reflexiones sobre un proceso de investigación colaborativa
Entre 2021 y 2022 participé en un proyecto de investigación colaborativa para indagar los impactos de la pandemia del COVID-19 en las dinámicas del tráfico de migrantes y la trata de personas en la frontera entre Ecuador y Perú. El estudio fue parte de un proyecto más amplio para prevenir estas dos problemáticas, bajo la coordinación de una ONG ecuatoriana que lleva 25 años realizando diagnósticos y otros proyectos comunitarios sobre explotación sexual, trata de personas y trabajo sexual en la frontera sur de Ecuador. Durante todo el proceso de investigación participaron dos organizaciones de base, de migrantes y trabajadoras sexuales, asentadas en la provincia ecuatoriana de El Oro, y dos investigadoras con formación formal en metodologías de la investigación social y ligadas a espacios académicos. El financiamiento provino de un organismo internacional.2
El proyecto surgió en medio del discurso estatal y mediático sobre el incremento del “flujo ilegal de migrantes por pasos no autorizados” o “trochas”, con ayuda de “mafias” dedicadas a la trata y el tráfico de migrantes en la frontera Ecuador-Perú. Esta frontera estuvo cerrada por dos años (marzo 2020-abril 2022), debido a la pandemia, y en los primeros meses de 2021 se militarizó, lo que desató denuncias por parte de defensorxs de derechos humanos que alertaron sobre la “criminalización de las migraciones” y la “crisis humanitaria”. Para la entidad financiadora, la migración de población venezolana y la trata y el tráfico eran el centro de atención pues sus proyectos se enmarcan en estos temas. En cambio, para las organizaciones locales, la preocupación se centraba en las gravísimas condiciones de precariedad material que se vivía en ese momento (“hambre”) debido a la imposibilidad de trabajar y acceder a recursos por las restricciones a la movilidad y a una serie actividades “no esenciales”, y la manera en que estas restricciones expandieron las “actividades clandestinas”, y esto, a su vez, las extorsiones y otros abusos, más allá de la trata y el tráfico.
Las reflexiones que presento en esta sección no representan el sentir de todas las organizaciones y personas que participamos en el estudio. Se basan en reflexiones que surgieron en espacios colectivos de discusión y otras más personales. Me interesa destacar: a) la flexibilidad de un proceso de investigación colaborativa, que no sigue pasos o metodologías estrictas e implica constantes ajustes; b) intercambio de saberes, a través de talleres, y análisis colectivo; c) desdibujamiento de las divisiones entre quienes son investigadorxs y quienes son sujetos de estudio, especialmente cuando se produce información “entre pares”, lo cual no significa que las desigualdades que existen, incluso entre grupos vulnerables (por temas de nacionalidad, género, estatus migratorio, etc.) desaparecen; d) fuertes retos para articular y compatibilizar los intereses y expectativas de actores muy diversos y con desiguales recursos; e) el desafío de investigar desde las comunidades y sus preocupaciones e intereses y simultáneamente entender que estas comunidades no son homogéneas y están atravesada por relaciones multiescalares (locales, nacionales, transnacionales) y múltiples movilidades (Stephen, 2015).
Las negociaciones con la entidad financiadora tomaron cerca de 10 meses, mientras que el periodo formal de la investigación fue de cinco meses. No obstante, los tiempos “reales” de la investigación fueron bastante más largos e incluyeron actividades anteriores y posteriores al periodo formal del proyecto, por lo cual muchas actividades no contaron con financiamiento y dependieron del compromiso político de organizaciones e individuos participantes. Así, algunos meses antes del inicio formal de la investigación realizamos entrevistas exploratorias y conversaciones grupales para ajustar los objetivos y preguntas de investigación. Estas primeras indagaciones ya nos alertaron de que había que abrir el marco de análisis. El proyecto quedó finalmente enfocado en analizar las dinámicas del tráfico, la trata y otras formas de explotación a través de una investigación mixta, cuantitativa (encuesta telefónica entre migrantes) y cualitativa (entrevistas, observación participante) que se centró en dos ciudades de El Oro (Machala, Huaquillas). Investigar con pobladores locales y organizaciones de base que conocen bien las dinámicas de los cruces fronterizos informales y los trabajos “clandestinos” en la frontera, facilitó el acceso a “personas clave” que brindaron información novedosa, incluyendo los “trocheros” que en muchos casos son parte de la misma comunidad y personas empobrecidas y sin acceso a trabajo formal, tal como lxs migrantes.
En medio de los ajustes del proyecto, discutimos mucho si el estudio debía enfocarse exclusivamente en población migrante, y si debía ser únicamente de origen venezolano o incorporar a peruanxs y colombianxs para reconocer procesos de migración más antiguos en la provincia; o si se debía abrir el foco a una población más amplia, independientemente de nacionalidades, para centrarse más bien en las condiciones de vulnerabilidad que afectan a territorios y poblaciones fronterizas que son abandonadas socialmente por el Estado y simultáneamente vigiladas y controladas. Finalmente, se decidió por la última opción, que llama a repensar divisiones dicotómicas, como “migrantes” y “población local” y otras que, desde el nacionalismo metodológico, impiden establecer conexiones analíticas y políticas (De Genova, 2013).
Construir una encuesta de manera colaborativa fue complejo y largo, pero muy enriquecedor. Cada pregunta y término fue cuidadosamente pensado pues teníamos presente que lidiábamos con temas altamente mediatizados, marcados por visiones criminalistas y moralistas, y a la vez poco entendidos. De hecho, las entrevistas y diálogos exploratorios mostraron que las nociones de “trata” y “tráfico” no son de uso común y, a pesar de numerosas campañas sobre estos temas, aún resultan confusas. Así, una mujer de origen venezolano e integrante de una organización de trabajadoras sexuales, narró sus experiencias de cruce a través de “trochas”: primero a inicios de 2019, de manera autónoma y sin pagos a “trocheros” pues Ecuador todavía no imponía visa de ingreso a personas venezolanas, aunque había cierres fronterizos esporádicos; luego, con el requisito de visa y una frontera cerrada por la pandemia, cruzó con asistencia y pagando a los “trocheros”. Contó también sus estrategias de trabajo y autocuidado en “locales clandestinos”. Cuando finalmente se preguntó sobre el “tráfico de migrantes” y si se conocía al respecto, ella respondió sin dudar que no conocía. Sobre la trata de personas mostró confusión: “¿trata, mmmm, o sea, cómo nos tratan (en el sentido de trato personal) a las extranjeras?”. Estas confusiones dejan entrever que las categorías legales, técnicas y administrativas no son muy útiles para la investigación social. Es indispensable indagar con lenguajes más cotidianos y accesibles y adoptar marcos y categorías más amplias.
Por ejemplo, en la encuesta, indagamos sobre experiencias de violencia de manera general (intrafamiliar, en la calle y espacios de trabajo, en los cruces fronterizos informales, directa o indirecta), ofertas de trabajo engañosas, experiencias de trabajo forzado y explotado. Estas nociones más amplias pueden ser problemáticas si pretendemos encontrar y mostrar una realidad claramente diferenciada y ordenada. Lo que el estudio reveló fueron líneas grises entre tráfico y otros cruces fronterizos informales pero más autónomos, entre la trata y otras formas de explotación, así como complejas intersecciones entre actividades lícitas e ilícitas, y un continuum de violencias: no solo criminal y sexual, también otras más indirectas, simbólicas y estructurales, basadas en entrecruzadas jerarquías de género, origen nacional, entre otras (Ruiz, Yumbla, Manzo et. al., 2023).
A pesar de que la encuesta fue cuidadosamente pensada y revisada, no pudimos evitar reproducir ideas que se dan por sentado y luego sorprendernos con las respuestas que no habíamos contemplado. Así, por ejemplo, una sección de preguntas se refería a las estrategias de las personas migrantes cuando no tienen fuentes de trabajo ni ingreso. ¿Qué hacen en esos casos? Asumimos que piden ayuda a familiares, amigxs, ONGs locales, organismos humanitarios y organizaciones de base, así que las opciones de respuesta iban en este sentido. Sin embargo, un porcentaje alto seleccionó la opción “otros”, y en los comentarios (que fueron centrales para brindar información más cualitativa e incluso abrir diálogos telefónicos entre migrantes) mencionaron una idea que se repitió mucho y de diversas maneras: “no pido ayuda”. Al indagar en las entrevistas, encontramos que lxs migrantes, y principalmente mujeres, construyen redes de autoapoyo y “comunidades de cuidado” (Ruiz, 2023) pues no cuentan con una infraestructura formal de protección ya que la protección pública se recorta y privatizan y esto produce situaciones de vulnerabilidad. No obstante, lxs migrantes no solo querían destacar las condiciones de precariedad material, discriminación y exclusión en las que viven y les convierten en “pobres” y dependientes de la ayuda humanitaria. También querían destacar que son personas autónomas y valientes que: luchan de manera individual y colectiva, se esfuerzan e incluso se arriesgan para acceder a recursos y mejorar sus condiciones de vida, entendiendo el riesgo como parte de su agencia y, por ende, de manera distinta a discursos dominantes, victimistas y criminalistas.
Un aspecto pendiente en el proyecto que he analizado fue conseguir que la escritura sea también parte del trabajo colectivo. Por temas de habilidades, desigualdades y tiempos, la escritura recayó en una sola persona, y aunque se revisaron y comentaron los borradores y presentaciones para la difusión, quizás se perdió la plurivocalidad que requiere la investigación colaborativa y participativa.
Conclusiones
Si des-politizar significa oscurecer, re-politizar significa revelar y revivir el carácter político de la política, que es plural y conflictivo, dice Cuttita (2018, énfasis en el original). En la misma línea, análisis críticos sobre el hipervibilizado tema de la trata de personas y su rol en estructurar el conocimiento y las políticas (generizadas) frente a migrantes consideradas vulnerables, sostienen que politizar un debate que es cada vez más despolitizado requiere pasar de discursos sobre víctimas inocentes y malvados criminales (relaciones individuales, diádicas, que reproducen estereotipos y dicotomías de género) para tomar en cuenta y analizar los sistemas de desigualdad y procesos económicos y políticos que producen y sostienen las violencias contra migrantes, mujeres y otros sujetos feminizados y extranjerizados (Anderson y Andrijasevic, 2008).
En este artículo he planteado la importancia que tienen las investigaciones comprometidas políticamente y sensibles a las relaciones de poder en la sociedad y la academia. Este tipo de investigaciones cuestionan la neutralidad de la ciencia y el “conocimiento experto”, las divisiones entre sujeto y objeto de investigación, y reconocen la importancia de producir conocimiento con “otras” voces, visiones y perspectivas que pueden ofrecer saberes contrahegemónicos y apuntar a algo más radical que la solidaridad o la ayuda humanitaria: transformar relaciones desiguales, injustas y violentas. Por tanto, una investigación colaborativa y militante pone de relieve la actoría y luchas migrantes y la posibilidad de cambio a través de la reflexión y la acción. Además, desde estas investigaciones reflexivas y autoreflexivas, se plantean algunas preguntas incómodas pero indispensables: ¿cómo estamos produciendo conocimiento sobre migraciones y “migrantes vulnerables”? ¿Qué voces y saberes importan y se destacan en esa producción, cuáles quedan en segundo plano o son ignorados?¿Cuáles son los temas considerados prioritarios para investigar, cuáles son dejados de lado? ¿A quién le sirve el conocimiento que estamos produciendo?
Referencias
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Notas