ARTÍCULOS
Sentimientos disidentes: notas para una gramática emocional por venir
Sentimentos disidentes. Notas para uma gramática emocional por vir
Dissident feelings. Notes for a future emotional grammar
Sentimientos disidentes: notas para una gramática emocional por venir
Revista Tramas y Redes, núm. 5, pp. 229-248, 2023
Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales
Recepción: 24 Enero 2023
Aprobación: 02 Agosto 2023
Resumen: En el marco de las exploraciones teóricas del giro afectivo, este trabajo contribuye a examinar las gramáticas emocionales sexo-disidentes que resisten la organización binaria de los afectos y placeres. Con ánimo de reconstruir una sensibilidad homoerótica en la que se expresen formas de vida sexoafectiva que suelen ser invisibilizadas en las reivindicaciones asimilacionistas del colectivo LGBTQ+, este artículo explicita los términos en que es posible reconstruir una gramática emocional disidente en el marco de ciertas representaciones narrativas homoeróticas. Atendiendo a algunos textos líricos y narrativos sobre relaciones intergeneracionales del escritor argentino Osvaldo Bossi, se examinan los modos en que dichos textos conmueven y desplazan las gramáticas emocionales heterocentradas y configuran así la temporalidad específica en la que se despliega una gramática emocional disidente.
Palabras clave: giro afectivo, disidencia sexual, gramática emocional, homoerotismo, emociones.
Resumo: No marco das explorações teóricas da virada afetiva, este trabalho ajuda a examinar as gramáticas emocionais da dissidência sexual que resistem à organização binária dos afetos e dos prazeres. Com a intenção de reconstruir uma sensibilidade homoerótica na qual se expressam formas de vida afetivo-sexual que costumam ser invisibilizadas nas reivindicações assimilacionistas do coletivo LGBTQ+, este artigo explicita os termos em que é possível reconstruir uma gramática emocional dissidente no seio do enquadramento de certas representações narrativas homoeróticas. A partir de alguns textos líricos e narrativos sobre relações intergeracionais do escritor argentino Osvaldo Bossi, examinam-se os modos como esses textos movimentam e deslocam gramáticas emocionais heterocêntricas, configurando assim a temporalidade específica em que se desenrola uma gramática emocional dissidente.
Palavras-chave: virada afetiva, dissidência sexual, gramática emocional, homoerotismo, emoções.
Abstract: Within the framework of the theoretical explorations of the affective turn, this paper helps to examine the sex-dissident emotional grammars that resist the binary organization of affects and pleasures. In order to reconstruct a homoerotic sensibility in which sexual-affective forms of life are expressed that are usually made invisible in the assimilationist claims of the LGBTQ+ collective, this article explains the terms in which it is possible to reconstruct a dissident emotional grammar within the framework of certain homoerotic narrative representations. Considering some lyrical and narrative texts on intergenerational homoerotic relationships by the Argentine writer Osvaldo Bossi, we examine the ways in which these texts move and displace heterocentric emotional grammars and thus configure the specific temporality in which a dissident emotional grammar unfolds.
Keywords: affective turn, sex dissidence, emotional grammar, homoeroticism, emotions.
En América Latina y el Caribe, como en otros lugares del mundo, las relaciones sexo-genéricas se edifican sobre una matriz de inteligibilidad restrictiva y violenta que pondera ciertos cuerpos, identidades y emociones como posibles y deseables y que descarta o invisibiliza a aquellos otros que transgreden las regulaciones de dicha matriz. En ese marco no solo se establece la frontera binaria y excluyente que ordena a los cuerpos sexuados (macho-hembra) y a las identidades generizadas (varón-mujer); también se presume una organización de los afectos y emociones que jerarquiza los deseos y placeres heterosexuales, monogámicos y reproductivos por sobre todos aquellos que no se adecuan a tales patrones del campo sexual (Núñez Noriega, 2016). Entretejidas a otras marcas de opresión (raza, clase, capacidad corporal, edad, entre otras), las regulaciones sexo-genéricas hegemónicas naturalizan una serie de desigualdades vinculadas al acceso a bienes básicos como la salud, la educación, el trabajo y la seguridad, pero también circunscriben los límites narrativos de lo que puede ser una vida vivible. Es decir, dicho patrones normativos convalidan un orden sexual que legitima material y simbólicamente ciertas experiencias de violencia y discriminación y, al mismo tiempo, empobrecen la posible configuración imaginativa de otras formas de vida: no sólo en relación con diversas maneras de habitar corporalidades o de interpretar identificaciones, sino también en lo que atañe a la expresión de otras vinculaciones afectivas que desafíen el contrato sexual cisheterocentrado.
En el marco de las exploraciones teóricas del giro afectivo, mi trabajo reciente ha intentado comprender y examinar aquellas gramáticas emocionales sexo-disidentes que resisten la organización binaria de los afectos y placeres. Es decir, en otras publicaciones he buscado reconstruir una sensibilidad homoerótica que permita exhibir aquellas formas de vida sexoafectiva que suelen quedar invisibilizadas bajo la reivindicación asimilacionista que supone la ampliación de derechos o la inclusión de minorías (Mattio, 2019; 2020; 2021). En momentos en que el liderazgo pragmático y hegemónico de los activismos gay-lésbicos –no solo en el norte global, sino también entre nosotrxs– ha puesto como meta (y como techo) de nuestras gramáticas emocionales el conyugalismo y la temporalidad heterolineal (Muñoz, 2020), se hace preciso examinar aquellas experiencias sexoafectivas disidentes en las que las regulaciones hegemónicas fallan o son resistidas. Hay que atender, sugiero, al modo diferencial en que tales normas retacean el reconocimiento a quienes no se asimilan a la matriz hetero/homonormativa: habría que reparar en las formas de homofobia que se reiteran en ciertas representaciones consideradas negativas por alejarse del contrato matrimonial (Love, 2007; 2015) y así contribuir a la conformación y análisis de un “archivo de sentimientos” homoerótico (Cvetkovich, 2018) en el que se puedan examinar las gramáticas emocionales que hoy se nos imponen y que a muchos gays y maricas convierten en “parias emocionales” (Ahmed, 2019). En efecto, es preciso detenerse en aquellas representaciones narrativas o audiovisuales homoeróticas en las que se cuestionan los guiones afectivos hegemónicos y se alteran así las gramáticas emocionales hetero/homonormativas.
En esta oportunidad, me gustaría explicitar el modo en que es posible reconocer o reconstruir una gramática emocional disidente en el marco de ciertas representaciones narrativas homoeróticas. Para ello me propongo, en las primeras secciones, especificar qué entiendo por “gramática emocional” respecto de otras consideraciones acerca del vínculo entre textos y emociones tales como las de Cvetkovich (2018) o Ahmed (2015). En segundo lugar, y atendiendo a alguna piezas líricas y narrativas del escritor argentino Osvaldo Bossi, examino los modos en que se conmueven y desplazan las gramáticas emocionales heterocentradas, por ejemplo, al tematizar estéticamente la relaciones homoeróticas intergeneracionales. Para finalizar, me detendré en algunas afirmaciones de Muñoz (2020) a los fines de subrayar la temporalidad específica en la que se compone una gramática emocional disidente.
Textos y emociones (I): el archivo de sentimientos
Tal como han señalado diversas autoras (Macón, 2013; Pons Rabasa, 2019; Solana, 2020; López, 2021), el giro afectivo anglosajón reúne una serie de exploraciones teóricas que, a los fines de corregir los excesos del giro lingüístico en la teoría feminista, reingresa a través de los afectos la ineludible materialidad del cuerpo. Pese a ello, el trabajo de algunxs de sus referentes se ha detenido expresamente en el vínculo que es posible establecer entre discurso y emociones. Como introducción a mi trabajo, me gustaría revisar brevemente en qué términos algunas perspectivas más “textualistas” del giro afectivo han dado cuenta del vínculo entre emociones y textos, o mejor, de qué maneras han entendido la presencia de las emociones en los textos. Ann Cvetkovich y Sara Ahmed ofrecen dos formas diferentes de abordar “la emocionalidad de los textos” que me interesa recuperar y de las que tomo relativa distancia.
En Un archivo de sentimientos, Ann Cvetkovich se detiene en un conjunto de experiencias afectivas sexo-disidentes mayormente traumáticas que, por fuera del reconocimiento institucional o estatal, han sido capaces de constituir una experiencia cultural colectiva y han servido de base para la creación de culturas públicas vigorosas y resistentes. Su noción idiosincrásica de “trauma”1 nos invita a reparar en aquellas experiencias colectivas que arrebatan tales episodios del control de los expertos médicos y crean, a partir del trauma, respuestas creativas que superan a las habituales soluciones terapéuticas y políticas. En ese contexto, su consideración de ciertos episodios (personales/colectivos) dolorosos –la violencia sexual, la enfermedad, el duelo, la discriminación, etc.– no se detiene en aquellas respuestas que suponen una inhibición a la acción, sino más bien en aquellas formas transformadoras y placenteras de lidiar con aquello que nos daña. Con ese propósito, la autora reúne toda una serie de producciones culturales alternativas que por fuera de la cultura mainstream y heterocentrada, funcionan como “archivos de sentimientos”, i.e., “como depositarios de sentimientos y emociones, que están codificados no solo en el contenido de los textos, sino en las prácticas que rodean a su producción y su recepción” (Cvetkovich, 2018, p. 22). Su apelación, entonces, a la noción de trauma desafía aquello que se entiende por “archivo”: en el caso de las culturas gays y lesbianas está compuesto por materiales efímeros (recuerdos personales, cartas, diarios), sujetos a formas de privacidad e invisibilidad, elegidas o forzadas, de las que es preciso recuperarlos si se quiere poner de manifiesto la capacidad que tienen ciertas expresiones culturales para crear formas de vida o contrapúblicos.2
Para Cvetkovich, atender específicamente al trauma permite abrir una puerta de entrada a un conjunto de emociones –amor, rabia, placer, pena, vergüenza– que afectan la configuración de “lo público”. En otras palabras, su trabajo “no sólo se centra en los textos como representaciones o narrativas del trauma, sino que también se interesa en cómo la producción cultural que surge alrededor del trauma activa nuevas prácticas y públicos” (2018, p. 27). Con lo cual, es claro que su consideración teórica del trauma no reduce la vida afectiva o emocional a una instancia priva(tiza)da, sino que la concibe como una base para la formación de culturas públicas. En particular, el archivo del trauma lésbico que Cvetkovich construye y analiza le permite advertir el modo como se disocian ciertos afectos de nuestra concepción de ciudadanía; ciertas expresiones afectivas quedan por fuera de las prácticas institucionales que brindan reconocimiento político. Señala Cvetkovich:
Mi investigación de la vida afectiva de las culturas lesbianas está motivada en particular por mi insatisfacción con las respuestas a la homofobia que toman la forma de reivindicación de la igualdad de derechos, el matrimonio homosexual, las parejas de hecho [...] e incluso la legislación social sobre delitos de odio; tales propuestas políticas suponen una ciudadanía LGTB cuya realización afectiva reside en la asimilación, la inclusión y la normalidad (2018, p. 28).
El archivo del trauma que interesa a Cvetkovich aloja aquellas vidas afectivas que desafían los relatos típicos de satisfacción doméstica, aquellas estructuras de sentimientos que llegan a configurar culturas sexoafectivas alternativas.
Textos y emociones (II): las economías afectivas
En La política cultural de las emocionesSara Ahmed adopta otra perspectiva acerca de “la emocionalidad de los textos”. Reserva las páginas finales de la introducción para justificar por qué le interesan ciertos textos en el marco de su consideración de “la socialidad de las emociones”. Respecto de esa lectura minuciosa de los textos –trátese de los que proporciona la cultura o de los que provee el trabajo de campo–, Ahmed cree que nuestras investigaciones sobre emociones habrán de abordar los diversos modos en que funcionan las emociones, tanto en la esfera pública como en la vida cotidiana, y eso involucra examinar toda una serie de materiales de diverso origen (discursos políticos, información gubernamental, datos periodísticos, etc.) en los que se nombran o actúan ciertas emociones: “Tenemos que evitar pensar que las emociones están ‘en’ los materiales que reunimos […], sino pensar más en lo que ‘hacen’ los materiales, cómo trabajan a través de las emociones para generar efectos” (2015, p. 39). Justamente, concentrarnos no en lo que son las emociones sino en lo que hacen supone para Ahmed proponer “un análisis de las economías afectivas, en el que los sentimientos no residen en los sujetos ni en los objetos, sino que son producidos como efectos de la circulación” (2015, p. 31).3 A distancia de las perspectivas expresivas (dentro-fuera) o deterministas (fuera-dentro) de las emociones, la autora entiende que las emociones circulan, que “son performativas [...] e incluyen actos de habla [...] que dependen de historias pasadas, a la vez que generan efectos” (2015, p. 40). Es decir, se ha de considerar cómo se “pega” una emoción a un determinado objeto (y no a otros), operación que involucra la circulación de ciertas palabras que refieren la emoción. En esa circulación, las emociones no están en lo individual ni en lo social; permiten más bien que lo social y lo individual sean delimitados como objetos.
Mi análisis demostrará cómo las emociones [que las narraciones pegan a ciertos objetos] crean las superficies y límites que permiten que todo tipo de objetos sean delineados. Los objetos de la emoción adoptan formas como efectos de la circulación (2015, p. 35).
Ahora bien, que esas emociones circulen en los textos y configuren narrativas, no presupone que las emociones sean algo que esté “en” los textos, sino más bien como el efecto de nombrar las emociones, lo que usualmente supone atribuir a X el causar tal emoción: “Las diferentes palabras que refieren a la emoción hacen cosas diferentes, precisamente porque incluyen orientaciones específicas hacia los objetos que se identifican como su causa” (2015, p. 41). Pegar a ciertos objetos emociones como el asco, el amor o el miedo genera respecto del objeto diversas orientaciones de acercamiento o de rechazo, y tales operaciones siempre se hacen con palabras, suponen la circulación performativa de los relatos que se tejen con tales términos. Con lo cual, el archivo que Ahmed reúne también está lleno de palabras, aunque no en los términos de Cvetkovich:
Los sentimientos no están “en” mi archivo de la misma manera. Más bien, rastreo cómo circulan y generan efectos las palabras que nombran sentimientos y objetos de sentimientos: cómo se mueven, se pegan, se deslizan. Nosotros nos movemos, pegamos y deslizamos con ellas (2018, p. 40).
De tal suerte, los textos que Ahmed selecciona muestran tanto la dimensión pública de las emociones como la condición emotiva que caracteriza a cualquier audiencia, incluso a aquellas que se organizan en torno a valores presuntamente más racionales.
Textos y emociones (III): las gramáticas emocionales
Mi interés por ciertas narrativas homosexuales o maricas no se vincula en principio con las inquietudes que Cvetkovich y Ahmed traducen bajo la forma del archivo. Aunque me interesa contribuir a la configuración y análisis de un archivo homoerótico local o a la explicitación de las economías afectivas que supone, mi interés específico es el de rastrear en ciertos materiales culturales la gramática emocional que regula cierta responsividad afectiva disidente. Es decir, me interesa recurrir a ciertos textos a los fines de exhibir los términos en que disputan las gramáticas emocionales hegemónicas. En otras palabras, entiendo que visibilizar los hilvanes normativos que soportan los contratos emocionales que suscribimos alcanza críticamente otra dimensión de los apegos afectivos que nos subjetivan –aquella en la que se define más o menos expresamente qué habremos de sentir y cómo debemos hacerlo–.
¿A qué me refiero con “gramáticas emocionales”? Con ese término aludo a aquellas estructuras normativas –plurales, heterogéneas, en conflicto– que regulan los guiones afectivos socialmente disponibles a los que se sujeta nuestra responsividad emocional. En un registro que podríamos llamar “wittgensteniano”,4 asumo que la actuación de determinados guiones afectivos siempre conlleva seguir ciertas reglas: normativas no escritas, pero nítidamente presentes en el tejido social, que operan con efectividad en el ejercicio de nuestra agencia emocional. Si la actuación emocional como el ejercicio lingüístico es una actividad reglamentada, es la descripción de aquella actuación la que revela el repertorio de reglas que la gobiernan. Tales regulaciones no tienen un carácter necesario, sino que derivan más bien de convenciones sociales que se van sedimentando por repetición en la vida social de una comunidad y que son aprendidas por socialización.5 No desconozco que sentir furia, miedo o asco, por ejemplo, suponga ciertos “resortes” psicológicos o corporales; la cuestión que aquí me interesa subrayar es que la responsividad emocional está sujeta a convenciones sociales que indican modos reconocibles de actuar o expresar la furia, el miedo o la repugnancia. Más aún, tales convenciones que circulan en los discursos sociales pegan esas emociones a ciertos objetos y no a otros, determinando frente a qué objetos, cabe o no sentir furia, miedo o asco. Tales gramáticas establecen con mayor o menor flexibilidad en qué situaciones y bajo qué circunstancias es viable expresar tal o cual emoción.
Así como la agencia lingüística recibe su inteligibilidad de los usos reglados de los términos que derivan de las formas de vida que comparta una comunidad de habla, nuestra agencia emocional también resulta reconocible a otrxs a partir de los usos reglados que hacemos de las emociones en el marco de determinadas formas de vida. Sentir una emoción, como hablar un lenguaje, podríamos decir, es parte de una forma de vida. Un ritual funerario, una negociación inmobiliaria, una sesión sadomasoquista o una celebración matrimonial requieren que quienes participan exhiban una gama más o menos acotada de emociones posibles. El sentir tal o cual emoción, como el hacer uso del lenguaje es una forma de comportamiento humano; es decir, involucra una clara dimensión normativa –i.e., está sujeto a una gramática– y reviste un inocultable carácter social –i.e., es solidaria de ciertas formas de vida–. Así como aprender a hablar un lenguaje común exige sujetarse a una serie de patrones de conducta –el acuerdo en el lenguaje supone el acuerdo en las formas de vida–, el sentir en los términos en que siente la comunidad, el tener un comportamiento emocional que sea más o menos reconocible para una determinada comunidad, requiere sujetarse a patrones emocionales mayormente compartidos.
Si el reglamento que gobierna el sentir está contenido en la gramática emocional, el conjunto de reglas que tal gramática describe regula entonces qué emociones son deseables o adecuadas, cuáles resultan permisibles y cuáles no y bajo qué circunstancias, y respecto de qué objetos. En esas regulaciones que circulan discursivamente y que gobiernan la responsividad emocional, se expresa una violencia normativa que remite a convenciones hegemónicas que configuran una sensibilidad mayoritaria –por ejemplo, las emociones permisibles en el marco del contrato cisheterosexual–. Tales gramáticas no solo delimitan la sujeción obediente a la norma, también demarcan su desvío; es decir, al tiempo que establecen un repertorio de emociones reconocibles y esperables, trazan una línea de frontera respecto de aquellas formas de sentir que se apartan de los patrones emocionales establecidos. En efecto, las convenciones hegemónicas acerca del sentir se traducen entonces en reglas que en su repetición performativa no sólo fijan y reproducen el statu quo; están sujetas a ser desplazadas en algún sentido, muchas veces imprevisto para el mismo agente que siente.
Desplazar la gramática emocional: las relaciones intergeneracionales en Osvaldo Bossi
Uno de los lugares privilegiados en los que se prueban esos desplazamientos que corroen las gramáticas emocionales de la matriz cisheteronormativa puede verificarse en ciertos materiales de la cultura que, queriéndolo o no, proponen o disponen otro modo de interpretar –i.e., de concebir y de actuar– los patrones emocionales disponibles. En efecto, en la línea de trabajo que propone Gabriel Giorgi, entiendo que la imaginación estética que se expresa en algunos artefactos culturales revela cierta potencia de contestación cultural:
la de ser un laboratorio de los modos de ver, de percibir, de afectar los cuerpos donde se elaboran otros regímenes de luz y de sensibilidad que hacen a otra comprensión de lo que es un cuerpo, lo que puede y, sobre todo, de lo que pasa entre cuerpos: de lo que se inventa entre ellos, el lazo común que surge en la inmanencia de su relación, el espacio común que se crea en los agenciamientos entre cuerpos (2014, p. 42).
En otras palabras, entiendo que la reelaboración experimental que acontece en ciertas piezas líricas o narrativas nos ofrece algunos motivos para repensar las certezas que justifican nuestros vínculos sexoafectivos y para reinterpretar otro posible repertorio de agenciamientos placenteros. Entre muchos sitios posibles, me detengo aquí en el trabajo del poeta y narrador argentino Osvaldo Bossi, quien a lo largo de su trayecto literario ha contribuido a conmover, quizás sin proponérselo, las gramáticas emocionales que regulan las relaciones homoeróticas contemporáneas. En lo que sigue me propongo analizar dos textos del autor: la novela Adoro, publicada en 2009, y sus más recientes 31 poemas a Robin, disponibles desde 2022.6 Me interesan particularmente aquellos pasajes de su obra en los que se redescriben las cláusulas emocionales bajo las que pueden desplegarse las relaciones homoeróticas intergeneracionales –v.g., aquellas que resultan asimétricas, porque hay una ostensible diferencia de edad o, en uno de los textos, porque se ven mediadas por el intercambio económico–. Me detengo en tales vínculos por el descrédito emocional que suelen recibir, tanto en el marco de las regulaciones heteronormativas, como de las homonormativas: en los términos de Gayle Rubin (1998), las relaciones entre varones que cruzan fronteras generacionales o suponen sexo comercial engrosan el campo de lo que las formas hegemónicas de estratificación sexual categorizan como “sexo malo”.7
En su nouvelle Adoro (2009), por ejemplo, Bossi opera una particular subversión de las regulaciones emocionales heterocentradas que gobiernan nuestra responsividad afectiva. Como en otros textos de su autoría,8 Bossi expresa en su narrativa otra gramática homoerótica que no solo desplaza la regulación de las emociones heterosexuales, sino también sus derivaciones homonormativas. En este caso, secuestra la ternura y la belleza usualmente reservada al amor romántico (heterosexual) para describir luminosamente el vínculo intergeneracional entre Cristian, un taxi-boy de 24 años “[t]an hermoso como un abismo”, y el narrador, Ovi, un hombre que “hasta los cuarenta, [vivió] en una crisálida” (2009, p. 11). En las páginas de Adoro se repone todo el tiempo, como en bucle, una experiencia de encuentro que siempre es gozosa y que en su reiteración redescribe una escena amatoria opaca pero feliz:
[Ovi n]o puede creer que exista tanta belleza, tanta magnificencia allí, a su lado.[…] Cada partecita de su cuerpo, el movimiento de sus pestañas, o el bombeo de su respiración lo conmueven.[…] [Cristian l]e pide, casi en un susurro, que hagan lo que vinieron a hacer. Que todo su cuerpo, por esas dos horas, es suyo. Soy todo tuyo, le dice.[…] “¿En serio?” En serio, le dice, mientras lo empuja, delicadamente, hacia adelante. El otro se deja llevar. Sobre la piel cálida del muchacho apoya sus labios, sus mejillas. Los ojos cerrados, el corazón detenido… Lo toca, todo su hermoso cuerpo, como si tocara este mundo por primera vez (2009, p. 21; cursivas en el original)
Al esperarlo en el hall de la estación de trenes, al contemplarlo desnudo en un hotel alojamiento, o a la salida del turno, cuando el vínculo entre ellos se modifica ostensiblemente, Ovi reconoce los resortes emocionales de un vínculo efímero, pero eterno a la vez, que se traduce, por ejemplo, en los términos místicos que Juan de la Cruz atribuye a su noche oscura. Un amor que no es posesión, que asume más bien que “[p]ara venir a poseer lo que no posees/has de ir por donde no posees./Para venir a lo que no eres/has de ir por donde no eres” (Bossi, 2009, p. 48). En efecto, la traducción del vínculo que Bossi propone en los términos de La subida al Monte Carmelo da una pista de lo que se pone en juego: más que aspiración de apropiación hay un vínculo de adoración, una relación unitiva como la que el alma del místico tiene con su dios, una referencia que no solo remite a la lírica del Siglo de Oro Español, sino que por elevación nos dirige al Cantar de los Cantares bíblico.9
En ese cuerpo joven que se desnuda rápidamente, que pide una Pepsi, que se excita bajo su mano, que le envía un mensaje de texto a cualquier hora pidiendo ayuda, en ese idiosincrásico vínculo de adoración se recrea involuntariamente la gramática del contrato amoroso. Es decir, se repite y resignifica una configuración afectiva que, destinada al contrato heterosexual, se reescenifica de otra forma entre Ovi y el muchacho. En el cuerpo de ese extraño que coge con otros tipos por dinero, Ovi encuentra la ocasión para el ejercicio de una ternura radical, para la aplicación aberrante y precisa de una gramática del cuidado: Cristian es un niño de hojalata como Astroboy que, cuando se queda sin batería, recurre a Ovi para empujar su mejilla contra su pecho y quedarse allí, como un náufrago en medio de una tormenta (Bossi, 2009, p. 59). Pero ese muchacho también es un hombre sensual e implacable que, como Kato –el enigmático secretario del Avispón Verde–, puede desarmar al narrador entre sus brazos a fuerza de cosquillas: “si Kato me besa, ahora (ahora mismo) cualquier intento de fuga que yo emprenda será, definitivamente, el comienzo de mi desintegración” (Bossi, 2009, p. 67).
Ese joven puede ser todas las cosas bellas de este mundo: desnudo frente al espejo, mientras se afeita, tararea una anodina canción de Axel.
Una vocecita dulce y afectada arrastra con morosidad la letra y se agiganta, entre pausa y pausa, preparando el inconfundible estribillo. […] Debo haber escuchado cien veces, mil veces esta canción. En el colectivo y en los programas de radio. Pero nunca, nunca hasta ese momento, me di cuenta de lo hermosa, lo increíblemente hermosa que era… (Bossi, 2009, pp. 52-53)
En ese mundo en el que “[e]l tiempo, mágicamente, se rompe o se detiene, o retrocede en forma vertiginosa” (Bossi, 2009, p. 41), en la reiteración extraviada de una comedia amorosa escrita para otros cuerpos, para otras circunstancias, para otrxs actorxs, Bossi reescribe la gramática emocional que gobierna el tiempo del amor. Entiendo que esa operación narrativa sobre la afectividad es disidente porque repone el amor, el placer o el cuidado en vínculos desacreditados (por la asimetría intergeneracional o por la mediación económica) que usualmente ameritan desenlaces sórdidos o infelices. Lejos de eso, su lirismo plebeyo aproxima con motivos populares (la televisión o el cómic) o sublimes (la mística española) otra gramática de los afectos que revisa y conmueve la norma heterolineal que sujeta nuestra responsividad sexoafectiva.
En 31 poemas a Robin (2022a), Bossi vuelve sobre el vínculo entre Batman y el joven Maravilla.10 Como sugiere Martín Villagarcía –a cargo del hermoso texto de la contratapa–,
[e]n estos 31 poemas dedicados al joven maravilla, el poeta, guarecido bajo el manto del caballero oscuro, transmuta en palabras la magia inminente y transformadora del amor: ya no como un bien al que aferrarse, sino como un puro presente. Y aquí es Robin el que enseña a Batman una nueva pedagogía de los afectos: la del desapego (en Bossi, 2022a).
En efecto, la gramática emocional que Bossi propone en este poemario quizá se pueda cifrar en estos dos tópicos que, íntimamente relacionados, desarticulan la lógica conyugalista heterocentrada. Por una parte, el vínculo entre los amantes se limita a un puro presente, en el que no cabe apropiación alguna. La riqueza de Batman está justamente en la delicia de la espera, en el tiempo que media hasta la llegada del muchacho a un café del Once. Se reitera, como en Adoro, cierta mística de lo unitivo en la que se desvanece cualquier temor a la ausencia: “No hace falta que venga cada noche/a comer, ni que durmamos juntos/en la misma cama. Siempre duerme conmigo,/haga frío o calor, sea de noche o de día” (Bossi, 2022a, p. 15). Hay un lazo siempre presente que los confunde y los vincula de manera insondable: cada soneto de Shakespeare que Batman lee en su casa enciende el corazón del joven maravilla mientras juega al fútbol con sus amigos; cada pase o gambeta que Robin hace, Batman la experimenta a la distancia: “Prodigio del amor y pesadilla. Siendo yo mismo,/ya no soy el mismo” (Bossi, 2022a, p. 15). En el presente que los amantes comparten, cualquier sombra se disipa: la que deja su cuerpo cuando se separan, la que interponen quienes objetan el vínculo entre ellos; todo obstáculo se desvanece en ese encuentro de los cuerpos: “Ninguna sombra en la delicia de tu cuello/cuando se tensa o se curva como un cisne./Si hasta la sombra de tu barba el luz./Como ese río que pasa y no pasa nunca,/yo te miro y te toco” (Bossi, 2022a, p. 25). En ese presente Batman constata un goce que nunca se termina: “No quiero que esto se acabe nunca,/le dije a Robin, en medio de la noche/festiva, como si fuera posible algún/reclamo” (Bossi, 2022a, p. 31). El muchacho se desnuda, le guiña un ojo, le sonríe; su voz guarra e infantil lo sustrae de la red del tiempo: “Me sacó o me metió, no/logro precisarlo. Más gemía y más me entraba,/más me sacaba. No sé cómo explicarlo. Era/el amor compartido. Era el acabose” (Bossi, 2022a, p. 31). Es la delicia que Batman siente cuando recorre absorto la singularidad del sexo del muchacho (Bossi, 2022a, p. 17) o cuando repite su nombre y el mundo se ilumina alrededor: “Robin, Robin, Robin, Robin,/Robin, Robin, Robin… Digo todas la noches/y todas las mañanas al despertar, y nunca/me arrepiento” (Bossi, 2022a, p. 55). En ese presente Batman disfruta todo lo efímero que no se puede retener: “Parece que esta vez/va a quedarse, pero no. Se va./No hay forma de retenerlo. Efímero/como todo lo hermoso, así es tu pie” (Bossi, 2022a, p. 11). Nada de ese presente puede ser enjaulado, ni ser apropiado como un tesoro. Ni siquiera el poema puede contener esa intimidad; muy por el contrario, como apunta Cárcano (2018), el poema es el lugar en el que se expresa el deseo como falta: “Vives, precisamente/porque vives lejos de mí. Ni siquiera/me animo a decir que te guardo en este poema. No, en este poema menos/que en ninguna otra parte. Este poema,/que es el lugar donde no estás” (Bossi, 2022a, p. 49). Ese vínculo amoroso se hace posible en el presente silencioso que comparten: “El silencio de tus hombros, y el silencio/de tu boca al despertar, la comitiva/que va de tus rodillas a la planta/de tus pies, sin pronunciar una palabra” (Bossi, 2022a, p. 67). Ese amor se presentifica cuando todo se calla e insiste incluso cuando los amantes se ausentan: “Podrías irte de campamento con tus amigos,/tomar mucha cerveza, reírte hasta reventar,/y eso no perturbaría en nada la estela/silenciosa que va desde tu cuerpo hasta el mío” (Bossi, 2022a, p. 67).
Por otra parte, como apunta Villagarcía, Robin enseña al caballero de la noche una pedagogía sentimental del desapego. En el decimoquinto poema, Batman aclara con resolución: “Yo no quiero casarme, Robin./No me interesa el churrasquito a punto/a las nueve en punto” (Bossi, 2022a, p. 35). A nuestro superhéroe no lo cautivan las promesas de la vida conyugal: Robin podría casarse con un chico o una chica; cualquier cosa que elija está bien. Pues, cuando advenga la noche más oscura, Batman ahí estará: “Compartiendo el pan y los fideos/con manteca, saltando los molinetes/de Constitución, escuchando una cumbia/de Los Palmeras, suavecita, hasta espantar/a la malaria. Juntos, aunque no estemos/juntos” (Bossi, 2022a, p. 35). Eso no supone que ese vínculo amoroso no esté atravesado por cierta dependencia o inquietud: cuando duerme a su lado, Batman ya no puede dormir, cualquier cosa lo desvela: “Por eso me alejo. Me tomo un tren,/no soy insistente con las llamadas/telefónicas. No quiero convertirme en una madre” (p. 19). Se trata de evitar la posesividad cruel y egoísta que el amor materno trae consigo: “…yo solo quiero que Robin viva./Que viva, incluso, lejos de mí” (Bossi, 2022a, p. 19). Actuar ese desapego supone descalzar el vínculo de las relaciones de parentesco tradicionales; comporta imaginar otras vinculaciones ajenas al drama familiar que conocemos:
A veces sueño que alguien cruza la noche
friolenta y me prepara un rico guisito
de verduras y de fideos en la cocina. ¿Serás vos?
Yo corto la cebolla. Ponemos un disco
de Caetano Veloso, que a mí tanto me gusta.
Y el tiempo pasa, tranquilo, como un rumor,
y nadie es el padre de nadie, por primera vez (Bossi, 2022a, p. 57).
Esa gramática del desapego supone acallar la “luz mala del corazón” (Bossi, 2022a, p. 23) que insiste en revelar la ausencia, en construir “día y noche/esta jaula de amor en donde canto, como un pajarito,/tu ausencia” (Bossi, 2022a, p. 23) –advierte el encapuchado–. Esa desafección es la del veterano de guerra que sabe en carne propia de otros fracasos amorosos; que se prepara para la caída, para la ausencia, para el desgarro que seguirá a la partida del muchacho. Al fin de cuentas, Batman atravesará resignado y tranquilo eso que “tenía que pasar”; comprobará que todo sigue igual, que algo de la gozosa experiencia del amor quedará consigo: “Hay un brillo que baja de tus ojos hasta tus labios/y es solo para mí. Parece poco, pero si lo miramos/con atención, es una aurora adentro de otra aurora./¿No es maravilloso?” (Bossi, 2022a, p. 39).
Hacia una gramática emocional disidente
¿Qué es, finalmente, una gramática emocional disidente? ¿A dónde puede ser reconocida? Si concebimos como “disidente” un marco normativo alternativo que trasgreda, voluntaria o involuntariamente, las regulaciones emocionales que gobiernan nuestra responsividad sexoafectiva hetero/homonormada,11 habrá que repensar dónde ubicarlo y reconocerlo como tal. Como ocurre con la temporalidad queer a la que alude Muñoz (2020), es posible que una gramática de tales características siempre esté “entonces” y “allí”. Quizá quepa ubicarla en otra temporalidad por venir, ajena al presente colonizado por el matrimonialismo gay; la realización específica de una sensibilidad disidente siempre es algo que queda por recuperar, dramatizar y sentir.12 En la reiteración performativa de los guiones que heredamos queda siempre abierta la potencialidad de producir otras estructuras de sentimiento que desafíen las dificultades del presente –sus jerarquías, asimetrías y opresiones–, interpretando una emocionalidad “aún-no-consciente” que desestabilice y recomponga el repertorio emocional recibido. Nunca se despliega en “el aquí y el ahora” de manera plena, aunque destelle en los resquicios de un pasado que todavía nos alumbra y atraviesa.
En efecto, esa otra gramática emocional se elabora de manera fecunda en el terreno que abren ciertos materiales literarios o audiovisuales que contienen la huella de otra futuridad posible.13 El trabajo literario de Bossi, entre tantos otros materiales que componen el archivo marica por construir, “nos permite sentir que este mundo no es suficiente, que de hecho hay algo que falta” (Muñoz, 2020, p. 30). Frente al atolladero afectivo del presente, la obra de Bossi nos permite “imaginar y sentir un entonces y un allí”, hace posible “soñar y actuar placeres nuevos y mejores, otras formas de estar en el mundo y, básicamente, nuevos mundos” (Muñoz, 2020, pp. 29-30). Tuerce sin violencia las regulaciones gramaticales que ponen al amor en el territorio de la estabilidad heterosexual, monogámica y reproductiva, para trazar “estructuras no elementales de parentesco, estructuras flexibles y de diverso grado de formalización” (López Seone, 2020, p. 22) en las que lo erótico se conjuga de muchas otras formas. Como le gustaría a Muñoz, en Adoro o en los 31 poemas a Robin se reinventa –contra cierta romantización de la negatividad– una ternura siempre novedosa y plebeya que se solaza en el amor de los muchachos. Los textos de Bossi aquí seleccionados expresan una gramática emocional homoerótica que, aunque reitera algunos rasgos de los guiones disponibles en el marco de la “comedia inevitable” de la heterosexualidad (Butler, 2001, p. 242), los reproduce y reinterpreta en el contexto de otras vinculaciones sexoafectivas –por caso, las intergeneracionales, las mediadas por intercambio económico–. Es decir, los textos de Bossi exhiben una dinámica performativa que apela a formas de sentir en circulación (v.g., los patrones sentimentales que gobiernan el amor heterosexual) para deshacerlas o rehacerlas de modos que desafían las gramáticas emocionales hegemónicas. Al tiempo que se actúan emociones convencionales –típicas del amor romántico o del contrato nupcial–, tales guiones emocionales se desplazan y resitúan: no sólo porque son actuadas por actorxs no previstxs, sino porque se tensionan con otras formas desapegadas y efímeras de ejercitar el amor. Bossi ofrece así un indicio luminoso de lo que una gramática emocional disidente por venir podría trastocar. Queda para un trabajo colectivo por realizar el reconstruir una sensibilidad disidente –plural, variable e indeterminada– que secuestre nuestra vida sexoafectiva de la temporalidad hetero-lineal y despliegue así otra gramática de los afectos y placeres que haga posible la justicia erótica que nos debemos.
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Notas