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Del trabajo vivo a la inteligencia artificial: contradicciones y consecuencias para el capitalismo contemporáneo
Do trabalho vivo à inteligência artificial: contradições e consequências para o capitalismo contemporâneo e as perspectivas históricas
Reflections on Living Work: Contradictions and Consequences of Contemporary Capitalism and Visions of History
Revista Tramas y Redes, núm. 5, pp. 325-342, 2023
Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales

ARTÍCULOS


Recepción: 25 Enero 2023

Aprobación: 23 Agosto 2023

DOI: https://doi.org/10.54871/cl4c500g

Resumen: A partir de las categorías fundamentales de la teoría del valor-trabajo de Marx, estudiamos la dinámica del desarrollo tecnológico en el capitalismo contemporáneo. Valiéndonos de estas herramientas teóricas exponemos las contradicciones que surgen dentro del modo de producción capitalista como consecuencia del surgimiento de la inteligencia artificial. Esto nos permite dilucidar las tendencias en el desarrollo de las fuerzas productivas en el presente, su consecuente alteración de los antagonismos de clase, y las posibilidades de transformación en el futuro. Finalmente, el resultante teórico nos permite plantear una crítica a ciertas cristalizaciones en el marxismo tradicional, y sostener la defensa del modelo de historia multilineal.

Palabras clave: trabajo vivo, desarrollo, inteligencia artificial, historia.

Resumo: A partir das categorias fundamentais da teoria do valor-trabalho de Marx, analisamos a dinâmica do desenvolvimento tecnológico no capitalismo contemporâneo. Utilizando essas ferramentas teóricas, apresentamos as contradições que emergem dentro do modo de produção capitalista como resultado do surgimento da inteligência artificial. Isso nos permite esclarecer as tendências no desenvolvimento das forças produtivas no presente, sua subsequente alteração dos antagonismos de classe e as possibilidades de transformação no futuro. Por fim, o resultado teórico nos permite formular uma crítica a certas cristalizações no marxismo tradicional e sustentar a defesa do modelo de história multilinear.

Palavras-chave: trabalho vivo, desenvolvimento, inteligência artificial, história multilinear.

Abstract: Based on the fundamental categories of Marx’s labor theory of value, we study the dynamics of technological development in contemporary capitalism. Utilizing these theoretical tools, we expose the contradictions that arise within the capitalist mode of production as a consequence of the emergence of artificial intelligence. This allows us to elucidate trends in the development of productive forces in the present, their subsequent alteration of class antagonisms, and the possibilities of transformation in the future. Finally, the theoretical outcome enables us to present a critique of certain crystallizations within traditional Marxism and to uphold the defense of the Multilinear history model.

Keywords: living labor, development, artificial intelligence, multilinear history.

Introducción

El desarrollo tecnológico contemporáneo desencadenó el surgimiento de modelos de inteligencia artificial que han generado controversia, e incluso despertaron la preocupación de algunos expertos (Future of Life Institute, 2023). No obstante, este avance, al parecer inevitable, merece ser estudiado con detenimiento. Desde el punto de vista de las relaciones sociales de producción que aquí estudiamos, nos surgen interrogantes sobre las consecuencias del desarrollo de esta tecnología para el orden socioeconómico capitalista. Es así que, utilizando la teoría objetiva del valor o teoría del valor-trabajo de Marx, podemos dilucidar la existencia de una serie de contradicciones latentes en el devenir del desenvolvimiento de las fuerzas productivas. La relevancia de estas contradicciones y las nuevas tendencias que puedan surgir en el marco del conflicto social constituyen algunas de las preguntas que nos impulsan a la reflexión.

Para llevar adelante esta tarea partimos de un profundo análisis, desde la perspectiva teórica marxista, acerca del surgimiento y la naturaleza del proceso de valorización del valor. Continuamos con una construcción de las características propias del trabajo humano, tomando los elementos más desarrollados por Marx –y los menos–, para establecer una diferencia clara entre el trabajo vivo y la naturaleza del trabajo desarrollado por la inteligencia artificial. Luego, haremos un análisis crítico de las contradicciones latentes en el marco del desarrollo de la sustitución de trabajo vivo por trabajo muerto. Exponemos, a continuación, algunas reflexiones sobre las consecuencias sociales y los nuevos antagonismos surgidos del desenvolvimiento de estas contradicciones. A modo de conclusión presentamos un análisis sobre la naturaleza imprevisible del futuro y la necesidad de romper las teleologías tradicionales en el pensamiento marxista para abrazar una perspectiva historiográfica multilineal.

Trabajo vivo y valor

La construcción teórica elaborada por Marx y Engels tiene como finalidad el estudio crítico del sistema capitalista cimentado en base a la tesis de que este es un sistema de explotación. No se trata de una apreciación ideológica o un análisis político; precisamente, de lo que se encargan los pensadores decimonónicos es de transformar en conocimiento académico una serie de ideas generales, basándose en estudios empíricos, con un desarrollo teórico riguroso y de carácter científico.

Hay explotación en el capitalismo porque los dueños del capital se apropian de una determinada cantidad de tiempo de trabajo, y esto es así porque el trabajo humano es el que produce el valor. Marx (2008a) lo explica claramente en El Capital, el valor es la materialización del tiempo de trabajo socialmente necesario para producir las mercancías, y esto se define a partir del intercambio.

Solo mediante la posibilidad de establecer una equivalencia entre las mercancías es que surge el intercambio.1 En esta relación social, los propietarios entran con un valor determinado y salen con la misma proporción de dicho valor (Marx, 2008a, pp. 183-184). La transacción se puede realizar solamente porque dichas mercancías tienen algo común, que es al mismo tiempo un elemento ajeno a las cualidades concretas de la mercancía. Ese algo común es el trabajo humano abstracto (Marx, 2008a, pp. 46-47). Esa es la naturaleza del intercambio en el marco de una economía de mercado.

Por supuesto que una mercancía puede tener otros elementos comunes, sean propiedades físicas o simbólicas (Marx, 2008a, pp. 43-51), pero todas ellas están relacionadas a su valor de uso y no a su valor de cambio. El desarrollo de esta dualidad le permite, al autor alemán, establecer la diferenciación entre el aspecto individual y el aspecto social de la relación de intercambio.

El intercambio es, así entendido, una relación social que determina la objetivación del valor. Dice Marx:

Es sólo en su intercambio donde los productos del trabajo adquieren una objetividad de valor, socialmente uniforme, separada de su objetividad de uso, sensorialmente diversa. Tal escisión del producto laboral en cosa útil y cosa de valor sólo se efectiviza, en la práctica, cuando el intercambio ya ha alcanzado la extensión y relevancia suficientes, como para que se produzcan cosas útiles destinadas al intercambio, con lo cual pues, ya en su producción misma se tiene en cuenta el carácter de valor de las cosas (2008a, pp. 89-90)

El valor es resultado de la objetivación de relaciones sociales específicas. Es un proceso que se da involuntariamente a los sujetos que participan en él, no es producto de un consenso explicito, pero está determinado por el carácter social de esa relación.2

Aquí vemos la causa de que la partícula elemental, la unidad irreductible del valor, sea el trabajo humano y no algo más abstracto y general, como el tiempo de producción, que involucraría el tiempo del trabajo de la maquinaria del capitalista o las bondades de la naturaleza. Es el trabajo humano la fuerza que determina el intercambio, como la gravedad atrae a los cuerpos celestes. Y sólo puede ser aquel, porque el valor es resultado de “[…] las relaciones entre los productores, en las cuales se hacen efectivas las determinaciones sociales de sus trabajos” y por lo tanto “revisten la forma de una relación social entre los productos del trabajo” (Marx, 2008a, pp. 88-89). Esta relación de intercambio entre productores no concibe otro mecanismo de equivalencia que el trabajo contenido en ellas, el único elemento social común a todas las mercancías.

Si el tiempo de trabajo es lo que define los valores de la mercancía, entonces el trabajador es quien produce el valor en una sociedad determinada por las fuerzas del mercado. Marx estableció esto a partir del análisis del intercambio de mercancías en el mercado. Pero, a la hora de analizar el trabajo en sí, va a destacar un aspecto que nos resulta particularmente interesante. Dice Marx (2008a):

Concebimos al trabajo bajo una forma en la cual pertenece exclusivamente al hombre […] lo que distingue ventajosamente al peor albañil de la mejor abeja es que el primero ha modelado la celdilla en su cabeza antes de construirla en la cera. Al consumarse el proceso de trabajo surge un resultado que antes del comienzo de aquél ya existía en la imaginación del obrero, o sea idealmente.

[…]Además de esforzar los órganos que trabajan, se requiere del obrero, durante todo el transcurso del trabajo, la voluntad orientada a un fin, la cual se manifiesta como atención (2008a, p. 216. Itálicas en el original).

Vemos en estas expresiones el signo distintivo del trabajo humano: la inteligencia. Es evidente que, con anterioridad al desarrollo de las relaciones de mercado, existe una característica única del trabajo humano que no se encuentra ni en los demás animales ni en las máquinas.

En este sentido Marx agrega: “En el proceso laboral, pues, la actividad del hombre, a través del medio de trabajo, efectúa una modificación del trabajo procurada de antemano” (2008a, p. 219). Comienza a vislumbrarse una distinción elemental entre el trabajo humano y los medios de trabajo, es decir las herramientas que utiliza el trabajador. Estas son solo un elemento necesario para alcanzar un fin, no tienen, por tanto, autonomía propia. Continúa Marx:

Una máquina que no presta servicios en el proceso de trabajo es inútil. Cae, además, bajo la fuerza destructiva del metabolismo natural. […] Corresponde al trabajo vivo apoderarse de esas cosas, despertarlas del mundo de los muertos, transformarlas de valores de uso potenciales en valores de uso efectivos y operantes. Lamidas por el fuego del trabajo, incorporadas a éste, animadas para que desempeñen en el proceso las funciones acordes con su concepto y su destino, esas cosas son consumidas, sin duda, pero con un objetivo, como elementos en la formación de nuevos valores de uso […] Su contacto con el trabajo vivo, es el único medio para conservar y realizar como valores de uso dichos productos del trabajo pretérito (2008a, p. 222. Itálicas en el original).

Lo que llama “trabajo pretérito”, trabajo que habita el mundo de los muertos, es conocido también como la categoría de “trabajo muerto”.3 Este es completamente dependiente del trabajo vivo. Las herramientas, las máquinas y –aunque no de la misma manera– la máquina automatizada,4 sólo entran en el proceso productivo cuando son consumidas por el trabajo vivo (Marx, 2008a, p. 222). El trabajo vivo le da su “concepto y destino”, lo incorpora en un objetivo previamente imaginado en el plano de las ideas. Esta diferencia cualitativa que es incipiente en estos párrafos del capital es determinante en el orden capitalista hasta la actualidad.

Categorías centrales de su pensamiento, trabajo vivo y trabajo muerto se encuentra complementariamente en el ámbito de la producción de mercancías. Pero Marx las diferencia claramente, y en esto es contundente. El trabajo muerto no puede crear valor, sólo puede transferirlo, sublimado por el desgaste de sus entrañas, mediante la utilización de las cualidades que le dan origen, a las mercancías de cuyo proceso productivo es parte. (Marx, 2008a, p. 248) A este planteo tenemos que agregar que, desde la perspectiva que tomamos en nuestro razonamiento, sólo el trabajo vivo puede crear valor porque este es resultado de una determinación, producto de interacciones sociales objetivantes que abarcan sólo la dimensión humana y no otros elementos de la producción.

Ahora bien, además de esta diferenciación que se da en el plano social, existe un elemento material, del orden de la esencia particular de las cosas, que diferencia claramente al trabajo vivo del trabajo muerto. El primero tiene la capacidad potencial de actuar con arreglo a fines (Marx, 2008a, p. 216); es un acto orientado desde la inteligencia para cumplir un objetivo predeterminado. Esto Marx lo reitera varias veces en El Capital, y para nosotros no es una diferencia menor. Lo que está destacando el autor es la cualidad única y distintiva del trabajo vivo, es decir, del trabajador. Un obrero es un ser vivo inteligente, y en función de eso es que desarrolla sus tareas. Una máquina no puede, hasta hoy, reproducir la inteligencia de ese trabajador. Por más elemental que sea su tarea, siempre y en todo lugar el trabajo humano se caracteriza por el uso de su inteligencia. Aún el obrero que está en una línea de producción tiene esta cualidad. Y eso le permite tomar decisiones, informar y resolver problemas inesperados, entre otras cosas que, por más elementales que parezcan, resultan imposibles para una máquina carente inteligencia.5

Consecuencias de la sustitución del trabajo vivo por el trabajo muerto

Marx explica que el proceso de desarrollo de las fuerzas productivas en una economía capitalista se basa en la sustitución de los trabajadores por trabajo muerto (2007b, p. 227). Esto se da ante la necesidad, por parte del capitalista, de aumentar lo que el autor denomina plusvalor relativo. En esta búsqueda, el capitalista promueve la investigación científico-tecnológica que se traduce en desarrollo de las fuerzas productivas (Marx, 2008b, p. 618).

Dice, sin embargo, Marx en los Grundrisse que “[…]El capital sólo emplea la máquina en la medida en que le permite al obrero trabajar para el capital durante una parte mayor de su tiempo, relacionarse con una mayor parte de su tiempo como con tiempo que no le pertenece, trabajar más prolongadamente para otro” (2007b, p. 224). Es decir que, para Marx las relaciones sociales dirigen el desarrollo de las fuerzas productivas, subordinando el avance científico y la búsqueda de nuevas tecnologías. Y, en el modo de producción capitalista, el factor determinante de la estructura social es la valoración del valor mediante el aumento de la expropiación de trabajo vivo. Por lo tanto, el desarrollo de las fuerzas productivas promoverá el aumento de la potencialidad del trabajo, pero no su remplazo, ya que éste es el generador de valor.

En este sentido, Ricardo Antunes (2005) continua el razonamiento iniciado por Marx, en una demoledora crítica a las tesis que suponen la existencia, en la actualidad, de una valorización del valor mediante el desarrollo científico6 y, por lo tanto, una marginación del trabajo abstracto en ese proceso. El autor brasilero plantea claramente que el desarrollo científico está subordinado a la lógica del capital:

Liberada por el capital para expandirse, pero estando en última instancia prisionera de la necesidad de subordinarse a los imperativos del proceso de creación de valores de cambio, la ciencia no puede convertirse en “principal fuerza productiva”, en ciencia y tecnología independientes, pues eso explotaría, haría saltar por los aires la base material del sistema de producción del capital, como alertó Marx en los Grundrisse (1974: 705-709). […] Imposibilitado este último de instaurar una forma social que produzca cosas útiles con base en el tiempo disponible, queda para la cientifización de la tecnología adecuarse al tiempo necesario para producir valores de cambio. La ausencia de independencia frente al capital y su ciclo reproductivo le impide romper esta lógica (Antunes, 2005, p. 112).

Subordinada, la ciencia no puede liberarse de la lógica capitalista que tiene como fin la producción de valores de cambio, y tampoco puede hacerlo de forma tal que sustituya al trabajo como generador de valor: “una cosa es tener la necesidad imperiosa de reducir la dimensión variable del capital y la consecuente necesidad de expandir su parte constante; y otra, muy diferente, es imaginar que eliminando el trabajo vivo el capital pueda continuar reproduciéndose” (Antunes, 2013, p. 110).

Este último punto nos resulta relevante. Vimos anteriormente que el trabajo vivo tiene un carácter dual. En principio, se diferencia del trabajo muerto como único generador de valor por el carácter social de las relaciones de producción, ya que, al establecerse bajo un orden humano, sólo este aspecto es determinante en la producción de valor. Pero, además, sostenemos, el trabajo vivo posee una diferencia cualitativa respecto del trabajo muerto, y es su capacidad potencial de establecer actos con arreglo a fines, o lo que es lo mismo, su inteligencia. Esta es una característica del orden material, excede a las relaciones sociales, es anterior a ella y condiciona la formación de la estructura del modo de producción.

El capital necesita del trabajo vivo para crear valor, como dice Marx, porque así está configurado el orden social basado en las relaciones de intercambio. Pero también necesita del trabajo vivo porque es este –o, mejor dicho, son los trabajadores que poseen la fuerza de trabajo– el único que puede realizar determinadas tareas, esencialísimas para producir mercancías.7 Sin dudas, las particularidades de la inteligencia humana fueron un determinante a la hora de dar forma al modo de producción capitalista. La relación trabajo-capital está condicionada por este aspecto.

Podemos observar de esta manera que los planteos de Antunes y Marx abordan sólo un aspecto del problema: el social. Dejan en claro que la desaparición del trabajo no es posible dentro de la lógica del desarrollo capitalista, y esto nos parce contundente. Como dijimos anteriormente, el capital busca aumentar la extracción de plusvalía relativa, y para eso busca potenciar el trabajo vivo mediante el remplazo de trabajadores por tecnología. No está eliminando el trabajo sino desplazándolo a otro lugar de cadena productiva.

Se puede ver claramente si se analiza un poco la historia del trabajo desde el principio de la revolución industrial hasta la actualidad.8 El desarrollo productivo consistió en desagregar las tareas que correspondían a la producción de una mercancía en tareas más simples para poder aumentar con eso la productividad del trabajo. Luego en una segunda etapa esas tareas comenzaron a ser mecanizadas, reemplazando trabajadores por máquinas, aumentando todavía más la productividad del trabajo. La nueva informatización, por más sorprendente que sea, no escapa de esa lógica (Antunes, 2005, p. 115).

Este movimiento, es bastante evidente y deja en claro las tesis de los autores antes mencionados. No se eliminó el trabajo abstracto, no es el objetivo del capital, sino que se aumentó su potencialidad productiva permitiendo que el trabajo abstracto produzca más en el mismo tiempo. Así podemos explicar por qué el valor de las mercancías disminuye al mismo tiempo que el valor acumulado por el capital aumenta.

Sin embargo, sostenemos, esta no es la única dimensión posible del análisis del proceso. Desde el punto de vista material, el proceso puede evidenciar algunas cosas que pasan desapercibidas. El movimiento del desarrollo que potencia al trabajo vivo, haciéndolo productivo, es el mismo que lo desplaza de las tareas más básicas y lo releva a tareas más complejas. Se disminuye el trabajo manual y el trabajador es reordenado en actividades que requieren mayor experticia intelectual, mientras que, la mano de obra excedente, producto de la potenciación del trabajo, es reciclada en nuevas actividades que reproducen relaciones laborales decimonónicas (Antunes, 2019).

Esto pasa porque la forma de potenciar el trabajo vivo es reducir la cantidad de trabajo necesario. Se disminuye así la cantidad necesaria de trabajadores de un ciclo productivo, reemplazándolos por máquinas, en un proceso que va de lo simple a lo complejo. Y esto es así por la naturaleza cualitativamente diferenciada del trabajo vivo. Lo que no puede reemplazar una máquina en el proceso productivo es la inteligencia humana.

Ahora bien, desde el punto de vista del desarrollo de la maquinaria vemos una tendencia clara: la creciente sofisticación del trabajo muerto llevó al surgimiento de la informática y la robótica. Antunes expone esta relación en su libro, Los sentidos del trabajo, y nos resulta elocuente esta cita de Lojkine que él resalta: “Fase suprema del maquinismo, la fábrica automática permanece inscripta en la revolución industrial, porque su principio sigue siendo siempre la sustitución de la mano humana. Pero, al mismo tiempo, esa hipermecanización lleva la objetivación de la ‘mano inteligente’” (Antunes, 2005, p. 114).

Como vemos, la necesidad de reemplazar trabajadores de tareas cada vez más complejas lleva al desarrollo de las fuerzas productivas en una dirección evidente: el surgimiento de la inteligencia artificial (IA]). Y, aunque en un análisis detallado de su desarrollo actual, podemos observar cuán lejos está de reemplazar al trabajo vivo (Bach, 2017), esto no significa que nuestras deducciones sean inconsistentes.

Se revela de esta manera una contradicción. Mientras que desde el punto de vista social está claro que la lógica del capital no busca reemplazar al trabajo vivo, puesto que su objetivo es valorizar el valor potenciando su capacidad productiva, si miramos desde el punto de vista material, parece que la tendencia del desarrollo de máquinas cada vez más complejas sólo puede desembocar en el surgimiento de la inteligencia artificial. El desarrollo científico, subordinado a la creación de valores de cambio (Antunes, 2005), no tiene por objetivo reemplazar o eliminar al trabajo abstracto del ciclo productivo y, sin embargo, la búsqueda de potenciar el trabajo humano, y el consecuente proceso de sofisticación creciente para aumentar su productividad no puede dar como resultado otra cosa que no sea el desarrollo de una IA potencialmente capaz de reemplazar al trabajador. El desarrollo de las fuerzas productivas que busca remplazar la “mano inteligente” de tareas cada vez más complejas acabará por crear una mano artificial.

¿No es acaso esta contradicción una manifestación más del desarrollo dialéctico del devenir histórico? No nos parece descabellado suponer que lo que estamos deduciendo, a partir del análisis de tendencias claramente visibles en nuestra actualidad, es el desarrollo germinal de una contradicción en el seno de las fuerzas productivas del capitalismo. Y si bien a partir de este punto nuestro análisis se vuelve inevitablemente especulativo, sin embargo, creemos que recorrer este camino del pensamiento es necesario para comprender mejor el desarrollo histórico contemporáneo.

Ahora bien, dijimos que el trabajo vivo es diferenciado por un aspecto social, su carácter humano, y por un aspecto material, su carácter inteligente. El trabajo muerto, es, por tanto, antagónico de aquel. Su característica principal, según Marx, es la de ser trabajo pretérito, trabajo realizado en el pasado, materializado en las mercancías (Marx, 2008a, p. 220).

Dijimos más arriba que desde el punto de vista de las relaciones sociales de producción, el trabajo muerto no puede agregar valor, sino solo transferirlo, Marx lo explica en El Capital (2008a, pp. 241-254). Sin embargo, las imposibilidades creativas del trabajo muerto no acaban allí. Si miramos el problema desde el punto de vista material, vemos que la carencia de la inteligencia suficiente como para actuar con autonomía propia, hace imposible que las máquinas puedan funcionar sin trabajadores. Un gran cementerio de mercancías dependiente del trabajo vivo, incapaz de crear nada por cuenta propia, gigantes artificiales que, sin operarios, se destruyen por el deterioro.9 Trabajo pretérito sólo capaz de participar del ciclo productivo cuando es despertado de entre los muertos por el trabajo vivo (Marx, 2008a, p. 222). Claro, eventualmente una máquina puede cumplir por sí sola una tarea específica, pero no puede, al menos hasta ahora, desarrollarse un circuito productivo con independencia del trabajo humano abstracto sea este material o inmaterial.10

Es así que llegamos a una conclusión. Si decimos que el trabajo muerto es trabajo pretérito y, además, dependiente del trabajo inteligente del ser humano, entonces, una hipotética inteligencia artificial no encaja en uno de los dos aspectos de esta definición. Hay una diferencia cualitativa con lo que consideramos trabajo muerto, y obviamente también con lo que consideramos trabajo vivo. Por lo tanto, para diferenciarla de aquellas, llamaremos a esta creación humana trabajo vivo artificial.11

Esta supuesta máquina, independiente en todo sentido del trabajo humano abstracto,12 podría crear riqueza transformando la naturaleza como hizo la humanidad desde el inicio de su existencia. Sin embargo, siguiendo el desarrollo teórico aquí expuesto, una máquina de estas características carecería de la capacidad de creaciónde valoren el marco de una economía basada en el intercambio.

Esto es así por varias razones. En principio el valor, como dijimos, no es un ente material, sino social. Es la objetivación del trabajo social, resultante de la interacción entre productores de mercancías. No es concebido como valor el producto de un ente no humano en el marco de una relación social determinada, al igual que, en la constante resultante del intercambio, no se reconoce como valor al producto espontáneo de la naturaleza, sino solo al trabajo humano realizado para apropiarse de ella.

Otra razón se evidencia en relación con lo antedicho, pero como un problema diferente, a partir de la cuestión del salario. Una máquina como la que suponemos en este trabajo existiría bajo el control absoluto de una determinada persona: su “dueño”. Esta máquina, por tanto, está completamente fuera de la relación mercantil que existe entre el trabajador y el dueño de los medios de producción, ya que no recibe un salario por su tiempo de funcionamiento, ni tampoco consume mercancías en el mercado. Su propia existencia es, por tanto, una ruptura con las relaciones de producción capitalistas, puesto que siendo un productor independiente –en el sentido de que entra en la producción de una manera completamente diferente al trabajo muerto– no es parte del ciclo de circulación, por lo tanto, de realización del valor.13

La contradicción que mencionábamos más arriba se profundiza a partir de estas reflexiones. Decíamos que el capital, en su búsqueda de valorización del valor, no tiene ninguna intención de eliminar el trabajo humano abstracto. Decíamos también que, a pesar de esto, el movimiento de complejización creciente del desarrollo técnico científico de las fuerzas productivas, que tiene como fin potenciar el trabajo humano, no puede sino derivar en el surgimiento de la inteligencia artificial. Y a esto tenemos que agregar que el desarrollo de la inteligencia artificial entra en contradicción directa con el desarrollo capitalista puesto que, teniendo la capacidad para crear riqueza, no puede crear valor. Queda expuesta de esta manera la contradicción que encontramos en el seno del desarrollo de las fuerzas productivas. Una tendencia que, insistimos, por más especulativa que sea, no parece nada descabellada en función de la dirección que toma el desarrollo tecnológico en la actualidad.

La propiedad o el control del trabajo vivo artificial

En este punto profundizaremos el razonamiento especulativo. No lo hacemos a fin de realizar futurología, lejos de eso están nuestras intenciones. Lo que buscamos es pensar las tendencias actuales del desarrollo social e histórico del capitalismo tratando de romper con supuestos teleológicos que resultan limitantes del pensamiento científico. Más adelante nos explayaremos sobre el tema. Primero hagamos una reflexión sobre las consecuencias sociales del hipotético surgimiento de esta fuerza de trabajo artificial.

Pérez Soto (2014) establece una diferencia que nos resulta importante para nuestra reflexión. En un interesante planteo sobre el poder burocrático,14 tanto del estado soviético como del capitalista, llega a una conclusión: la propiedad de los medios de producción es una cualidad jurídica que se da en determinado momento histórico, cuando la dominación de una clase está ya consolidada y esta puede desarrollar el régimen que necesita para consolidar su hegemonía. Sin embargo, tanto lógica como históricamente, existen con anterioridad al régimen de propiedad distintas formas de garantizarse el control sobre la división del trabajo y, en consecuencia, la apropiación del excedente. Él diferencia dos formas: el control y la posesión. La posesión refiere a una forma fáctica de apropiación previa a la existencia de las herramientas jurídicas que legitiman mediante el Estado, esa misma posesión transformándola en propiedad. Podríamos decir que es la forma inicial del dominio capitalista, previo a la existencia de los estados modernos (Pérez Soto, 2014, p. 227). El control, por otro lado, refiere la forma de apropiación del excedente económico que se da por aquellos sectores que, sin tener la propiedad de los medios de producción, poseen de alguna u otra forma un control de hecho sobre alguno de los sectores estratégicos necesarios para la reproducción capitalista. A este estrato social diferenciado Pérez Soto lo denomina “poder burocrático” (2014, pp. 95-117).

La burocracia, como la describe el mencionado autor, es una clase diversa, la componen los miembros de los distintos sectores estratégicos de la producción moderna. De estos, quienes más nos interesa tener en cuenta para nuestro análisis son los denominados tecnócratas.15 Originariamente trabajadores especializados, estos sectores adquieren una importancia creciente en la gestión especializada de los medios de producción. Dice Pérez Soto que, por su posición estratégica, sus conocimientos especializados y su experiencia, adquieren un nivel mayor o menor de control sobre la producción capitalista, queda claro cuando describe su desarrollo histórico:

Las funciones de propietarios privados y la de innovadores tecnológicos convergieron efectivamente durante los dos o tres primeros siglos del desarrollo de la burguesía, y luego coincidieron de hecho en ella como resultado de la reducción de la tarea de innovación a trabajo asalariado. Pero tanto la complejización de la gestión productiva, como la complejización del desarrollo tecnológico mismo, hacen que la burguesía pierda progresivamente el arbitrio, que le otorga en derecho la propiedad, sobre los momentos claves de la cadena de producción. Y de esta situación privilegiada surge la posibilidad para este sector de apropiarse de una parte del excedente socioeconómico (2014, p. 95).

Ahora bien, más arriba establecimos claramente la contradicción en el desarrollo de esta supuesta fuerza de trabajo artificial. Como dice Antunes (2005), el capital no tiene en su lógica la necesidad de reemplazar al trabajo humano abstracto. La burguesía, por lo tanto, no tiene interés –no hay un interés de clase– en desarrollar una tecnología con estas características. Este desarrollo, inevitable, aparece a contramano de las necesidades de la clase dominante. Su surgimiento es motivado por el afán de potenciar el trabajo humano, la sofisticación de la maquinaria lleva al desarrollo de la inteligencia artificial. El impulsor de esta es, en principio, el afán de lucro de la burguesía, quien tiene un interés en aumentar la plusvalía relativa (Marx, 2009). Sin embargo, este impulso es contradictorio con la valorización del valor. Por lo que, si bien suponemos que es probable el surgimiento de la IA por el empuje productivista de la burguesía, parece improbable pensar la consolidación de aquella, dentro del ciclo productivo, bajo el dominio de una clase que verá debilitada su raison d’être a medida que avanza este nuevo estadio del desarrollo.

Ahora bien, adentrándonos en nuestro análisis, en base a los planteos de Pérez Soto (2014), podemos observar que hay sectores de la sociedad que son potencialmente capaces de garantizarse el control de este medio de producción, aunque no sean los propietarios. Sectores que podríamos ubicar en la llamada la tecnocracia. Trabajadores que tienen la potencialidad para controlar, por su conocimiento especializado, su capacidad intelectual o su posición en la larga cadena de trabajo del desarrollo científico, una maquina tan revolucionaria como la IA.

De estas elucubraciones podemos deducir que el surgimiento de un supuesto trabajo vivo artificial es contradictorio con la propia existencia de la burguesía, atentando contra la naturaleza de su acumulación. Vemos también la potencialidad de ciertos sectores que se beneficiarían del control de un desarrollo de estas características. Existe de esta manera, la posibilidad de una ruptura en el interior de los sectores dominantes. Vislumbramos así una posible contradicción social en el seno del desarrollo histórico capitalista. No la clásica contradicción que tanto estudiamos entre trabajadores y empresarios, sino una entre burguesía y tecnocracia.

La historia multilineal y la imprevisibilidad del futuro

Todo el desarrollo hasta aquí construido es solo un razonamiento especulativo en base a ciertas tendencias palpables en el seno del capitalismo global actual. Nuestra motivación fundamental es en realidad la crítica al pensamiento teleológico tradicionalen el marxismo.

Las reflexiones antes expuestas dejan en evidencia una cosa: la naturaleza imprevisible del futuro. Es un error establecer como supuesto, ante cualquier análisis, un determinado devenir histórico inevitable. Si bien este elemento está en el propio Marx en determinados momentos de su desarrollo intelectual, el giro epistemológico llevado a cabo a en su madurez consolida, en efecto, un distanciamiento de esa forma teleológica de pensar el devenir histórico. El último periodo del pensador alemán está marcado por su anticolonialismo, su anti-eurocentrismo, su crítica a la idea occidental de progreso y la concepción del devenir histórico como un desarrollo multilineal.16 Esto último se puede observar claramente en su carta al diario ruso El Memorial de la Patria (Shanin, 1990, pp. 171-174).

La historia es un proceso contingente, resultado de múltiples condicionamientos sociales. No existe tal cosa como una historia universal “suprahistórica”. No existe un progreso inevitable de superación de etapas que nos llevará a la sociedad sin clases. En este sentido, Walter Benjamin, uno de los mayores críticos de este razonamiento, escribe: “La idea de un progreso humano en la historia es inseparable de la idea según la cual la historia procede recorriendo un tiempo homogéneo y vacío” (2009, p. 27). Ese tiempo homogéneo y vacío es la representación historista que Benjamin ve como un mero reacomodo de hechos históricos, un relato carente de método (2009, p. 29)

Ahora bien, si entendemos el pasado como sujeto a diversas posibilidades, ¿por qué entonces suponemos que la disyuntiva en el presente y hacia el futuro pasa por la dicotomía entre el posible surgimiento de una sociedad socialista o la continuidad, bajo un estado cada vez más decadente de la sociedad capitalista? No hay un único camino en el desarrollo histórico. Un sinfín de historias que pudieron haber sido son parte de un presente cuyo destino no está escrito, ya que “En realidad, no hay un instante que no traiga consigo su oportunidad revolucionaria […] como una oportunidad de una solución completamente nueva ante una tarea completamente nueva” (Benjamin, 2009, p. 30).

Y si bien es lógico que, por ejemplo, Marx (2012), en el contexto del siglo diecinueve cuando escribe el manifiesto comunista, vislumbre un futuro socialista próximo y a la clase obrera como la clase socialmente revolucionaria (Marx, 2012, p. 55) y también lo es que así lo vea Rosa Luxemburgo a principios del siglo XX en el marco de las guerras mundiales (2012, p. 71), lo cierto es que los clásicos no tenían ningún elemento para vislumbrar una alternativa a esa dicotomía. Es una conclusión valida en base a un análisis científico de las contradicciones sociales de ese momento histórico.

Sin embargo, tratamos de demostrar en este ensayo que esa realidad cambió. Hoy existen serios y muy palpables elementos que permiten vislumbrar posibilidades de superación de la etapa histórica actual, aunque sean insignificantes, de surgimiento de diversos e inconcebibles modos de producción y de escenarios imprevisibles que no estamos acostumbrados a tener en cuenta en nuestros análisis. Pero es esa imprevisibilidad del futuro la actitud científica correcta. La incertidumbre es la única realidad que tenemos respecto del devenir próximo, y el marxismo no es –y no debemos transformarlo en eso– una teoría general suprahistórica.17 No hay un desarrollo inevitable de etapas sucesivas, no tenemos el camino delimitado, solo podemos evaluar las tendencias sociales contando con las magníficas herramientas teóricas construidas por Marx y sus herederos.

Pero la revolución social, socialista, no es inevitable. Como dice Benjamin, “La sociedad sin clases no es la meta final del progreso en la historia, sino su interrupción, tantas veces fallida y por fin llevada a efecto” (2009, p.37). Las revoluciones se construyen, son un evento de ruptura antes que el devenir natural de la historia. Las revoluciones no acontecen, son fruto de la voluntad popular.

Referencias

Antunes, Ricardo (2005). Los sentidos del trabajo. Buenos Aires: Herramienta.

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Bach, Paula (2017). La conspiración de los robots. Ideas de Izquierda, 37, 13-15.

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Notas

1 Lo que supone el autor alemán es un mercado de competencia libre, donde las relaciones comerciales son constantes y están dadas por el desarrollo de la ley de oferta y demanda. Nótese que Marx desarrolla su teoría en el escenario propuesto por los economistas clásicos. Así lo explica David Harvey (2001).
2 Deja en claro, el autor alemán, hablando sobre la naturaleza del intercambio, que “[...] Lo que aquí adopta, para los hombres, la forma fantasmagórica de una relación entre cosas es solo la relación social determinada existente entre aquellos” (Marx, 2008a, pp. 88-89).
3 Esta denominación aparece en Los Grundrisse (Marx, 2007).
4 Marx diferencia la relación entre el trabajo vivo, las herramientas de mano y las máquinas convencionales, de la relación con la máquina automatizada, planteando que esta última se invierte. Es la máquina automatizada la que parece consumir al trabajo vivo, y este parece solo un apéndice de aquella. Sin embargo, esta diferencia en nada altera la relación econó-mica que trabajamos aquí. La relación entre trabajo muerto y trabajo vivo continúa, ahora bajo la forma de trabajo cooperativo, que se vuelve inevitable en el sistema de producción automatizada (Marx, 2008b, p. 470).
5 Paula Bach (2017) lo deja en claro en su estudio sobre el estado actual de la robotización en la producción.
6 Como venimos insistiendo en este trabajo, la esencia del valor reside en la naturaleza social de la relación de intercambio que la determina, que las fuerzas productivas se desarrollen bajo un cada vez mayor impulso del conocimiento científico, no alteran la naturaleza de esta relación. Sostenemos que hay que entender el avance del área de investigación y de-sarrollo en la esfera productiva como una nueva forma de mercancía y capital, en palabras de Vincent que “La producción material y la producción de servicios necesitan creciente-mente de innovaciones, volviéndose por eso cada vez más subordinadas a una producción creciente de conocimiento que se convierte en mercancía y capital” (1993, p. 121, citado en Antunes, 2005, p. 119).
7 Marx destaca que en el proceso de desarrollo de las fuerzas productivas el “trabajo inme-diato se ve reducido cuantitativamente a una proporción más exigua, y cualitativamente a un momento, sin duda, imprescindible” (2007b, p. 222; mis cursivas).
8 Marx (2008b) expone esta tendencia inmanente al desarrollo capitalista en el capítulo XIII de El Capital.
9 o nos referimos al trabajo inmediato solamente, sino también al trabajo intelectual de supervisión que se vuelve estratégico en este tipo de maquinaria.
10 Existe una discusión teórica sobre la creación o no de valor en el sector servicios o, más ampliamente, lo que se denomina, trabajo inmaterial. En principio, coincidimos con Antunes (2019) cuando plantea que el trabajo inmaterial, en tanto es parte del proceso de valorización del valor, por más que se encuentre en la esfera de la circulación, es productor de valor y plus valor. Sin embargo, entendemos de una forma diferente el problema. El valor, trabajo pretérito materializado en las mercancías que necesitan como condición de existen-cia ser poseedoras de un valor de uso, no depende de ninguna manera de la tangibilidad o no de estas. Las mercancías, en tanto materialización de una relación social son poseedoras de valor de uso y de valor de cambio, por lo tanto, tienen valor. En nada altera esta realidad que estas se puedan almacenar o no en un galpón, que las podamos ver o que las podamos pesar en una balanza comercial. De igual modo, un trabajo humano no se vuelve más pro-ductivo cuanto más acción manual o desgaste corporal requiera, su productividad depende de la cantidad de plusvalor producido. Cualquier producto de la actividad humana, que contenga un valor de uso, y esté orientado al intercambio, será poseedor de valor. Y esto es así, insistimos, porque el valor es la objetivación de una relación social y, por tanto, no está determinado por ninguna cualidad física o material de las mercancías, sino con el carácter social de su producción. Cualquier trabajador, orientado a producir para el intercambio, y que realice actividades orientadas a la creación de algún valor de uso, estará produciendo valor. Y podemos ver que en este sentido lo pensaba Marx (2008b) cuando escribió:

Si se nos permite ofrecer un ejemplo al margen de la esfera de la producción material, digamos que un maestro de escuela, por ejemplo, es un trabajador productivo cuando, además de cultivar las cabezas infantiles, se mata trabajando para enriquecer al empre-sario. Que este último haya invertido su capital en una fábrica de enseñanza en vez de hacerlo en una fábrica de embutidos, no altera en nada la relación.El concepto de tra-bajador productivo, por ende, en modo alguno implica meramente una relación entre actividad y efecto útil, entre trabajador y producto de trabajo, sino además una relación de producción específicamente social, que pone en el trabajador la impronta de medio directo de valorización del capital (2008b, p. 616; mis cursivas).

Para nada le importa a Marx si el empresario invirtió en una fábrica de salchichas o en una escuela, en nada cambia si el trabajador produce con sus manos una mercancía que se puede empaquetar o con sus palabras una que solo se percibe en su efecto. Lo determinante del asunto es su carácter “específicamente social”. Este punto nos resulta fundamental para nuestro razonamiento sobre el trabajo vivo.

11 No es nuestro trabajo definir lo que sería, y cuáles alcances tendría, una inteligencia artificial. Eso es tema de otro campo. Lo que nos interesan son las consecuencias sociales de su surgimiento. Por esto, solo definimos como “trabajo vivo artificial” a aquella maquina construida por el hombre, capaz de desarrollar las mismas tareas que un ser humano.
12 Independiente no solo del trabajo inmediato, no es solo una máquina automática. Es una máquina que no depende en ningún sentido del trabajo humano para poder producir.
13 En esto coincidimos con Antunes (2005).
14 En este libro, Pérez Soto plantea que el poder burocrático se transformó en hegemónico desde el inicio de la dominación del capital transnacional regulado (2014, p. 95). No coinci-dimos con esta tesis, ya que entendemos que nuestra sociedad continúa rigiéndose por la ley del valor y, por lo tanto, la burguesía sigue siendo el factor determinante de la dominación. Sin embargo, sus postulados acerca del surgimiento de un nuevo sector social que se conso-lida como dominante, es un aporte más que valioso.
15 Si bien Pérez Soto diferencia estos sectores de forma vaga, e incluso utiliza las diferentes denominaciones como sinónimos (2014 p. 228), en este trabajo cuando hablamos de tecno-cracia, nos referimos específicamente a el sector de trabajadores especializados, científicos, que poseen un conocimiento extremadamente complejo sobre sectores estratégicos de la producción. Estos tecnócratas resultan vitales para el desarrollo tecnológico.
16 Néstor Kohan (2020) explica claramente el giro epistemológico de Marx. Partiendo en su juventud desde la visión universalista unilineal heredada de Hegel, comienza una ruptu-ra a partir de “La ideología alemana” contra toda filosofía “suprahistórica”. En su madurez, a partir de las lecturas de los Grundrisse y los cuadernos de Kovalesky, se puede ver clara-mente un Marx defensor de una visión multilineal de la historia.
17 Queda más que claro, en la carta antes citada, que el mismo Marx luchaba contra lo que consideraba un error teórico: construir con su teoría una “teoría general suprahistórica”.


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