ARCHIVOS
Tiempos de lucha: la UP, el CESO y el enfoque de la dependencia
En recuerdo de Theotônio dos Santos, Miguel Enríquez,
Nelson Gutiérrez y Caupolicán Rodríguez. Y para Julián.
Recordar los tiempos de Allende y de la Unidad Popular chilena también nos lleva a recordar al gran Schiller, aquel alemán que escribía eso de que “en mezquinos espacios el ánimo se apoca; se engrandece con solo aspirar a un alto fin” (1984). O bien ese “¡arrojad de vosotros el miedo terreno,/ huid de la vida angosta y sofocante/ hacia el reino de lo ideal!” (1994).
Y como suele suceder, en épocas de grandes luchas por cambios de gran calado, el trabajo intelectual necesario alcanza niveles de profundidad mayor. Eso fue lo que tuvo lugar, sobremanera en la economía y la política, en los tiempos de la Unidad Popular allendista. En lo que sigue, intentamos un breve esbozo de lo que fue lo medular de esos aportes.
Los que en tiempos de Allende éramos muy jóvenes tuvimos una suerte mayor: estudiar y asistir a clases con los más grandes economistas que ha producido el continente: Aníbal Pinto, Celso Furtado, Raúl Prebisch, Jorge Ahumada, Osvaldo Sunkel, Pedro Vuskovic, Carlos Matus, María C. Tavares, y tantos otros; todos ellos rutilantes miembros de la llamada “orden cepalina del desarrollo”; es decir, de esa corriente de pensamiento, auténticamente regional, que se ha denominado “estructuralismo cepalino”.1
¿Qué nos aportaban los cepalinos? Lo primero: abordar con ojos propios y no prestados las realidades de la región. Lo que pudiera parecer muy elemental, pero, a decir verdad, en la región casi no existían ejemplos de este mirar. La dependencia económica se correspondía con la importación indiscriminada de visiones (francesas, anglosajonas, etc.), ideológicamente condicionadas sobre nuestras realidades. Y cuando surge este mirar, emergen novedades de vasto alcance.
Segundo, manejar una visión estructuralista. Es decir, apuntar a los rasgos de base y más permanentes de la estructura económica y social: no perderse en las ramas.
Tercero, desplegar una aguda crítica a los centros imperiales y a los terratenientes localizados en la agricultura tradicional y semicapitalista (o semifeudal). En la articulación centro-periferia despliegan (Prebisch en trabajos clásicos) una sólida crítica a la división-especialización del trabajo internacional.2 Según esta, la periferia debe concentrarse en la producción de bienes primarios y el centro en bienes industriales. Con lo cual, una se especializa en sectores con gran capacidad de arrastre (la industria) y otros en sectores con baja capacidad (agricultura y minería tradicionales). Junto a ellos se examina, con gran originalidad, el problema de los términos de intercambio y su evolución, del todo desfavorable a la periferia. Es decir, CEPAL aborda el llamado “intercambio desigual” y el consiguiente traslado de excedentes desde la periferia a los países centrales. Y argumenta en favor de un drástico cambio en las pautas de especialización. En cuanto al segmento agrario tradicional, CEPAL asume una óptica que recuerda a Ricardo. Propone una fuerte reforma agraria que pueda eliminar el latifundio tradicional y empujar una agricultura de alta productividad, que –al menos en algún grado– se pueda parecer al farmer gringo.
Cuarto, enfatizar la necesidad de un sólido desarrollo industrial. En esto reside la clave de la transición desde el “desarrollo hacia afuera” (o “primario-exportador”) al “desarrollo hacia adentro”. La industrialización que se predica debe estar “inequívocamente encaminada a reducir la dependencia del exterior –que es la particularidad sobresaliente del crecimiento hacia afuera– y, por lo tanto, a dar autonomía al proceso de ampliación y cambios de la estructura productiva” (Pinto, 1991, p. 278).
Quinto, plantear la necesidad de una política económica activa y de una planificación del desarrollo que por lo menos se aplique a los sectores clave en términos directos (segmento estatal) o indirectos (privados). Se sostiene que el proceso de industrialización puede generar desajustes mayores: “De ahí surge la idea y la necesidad de programar globalmente el desarrollo, programación que se anticipó en la formulación de planes sectoriales, sobre todo en los campos de la energía, el transporte y algunas industrias básicas” (Pinto, 1991, p. 287). Para el caso, el punto a subrayar sería: se supone, con bastante razón, que las llamadas “libres fuerzas del mercado” o asignación espontánea (y privada) de los recursos no son capaces de impulsar un crecimiento sólido.
Valga una última observación: los diagnósticos y propuestas de CEPAL resultan bastante coherentes con los intereses objetivos de la burguesía industrial nacional, que trabaja para el mercado interno. Por lo menos, en su fase clásica. Algo que más adelante, autores como Dos Santos, someterán a una crítica muy incisiva. En este sentido, se puede sostener que el drama de la CEPAL clásica fue que se quedó sin el sustento clasista que le podía dar realidad material a su pensamiento. Más precisamente, cuando se trataba de dar un paso adicional en favor de una industrialización más pesada y con capacidad exportadora, esa “burguesía nacional” terminó engullida por el capital extranjero.
Del estructuralismo cepalino, hacia inicios de los setenta (o un poco antes), la discusión avanza hacia el enfoque de la dependencia. Este, en un grado importante, tuvo su cuna en el CESO de la Universidad de Chile3 y en el marco de la llegada de la Unidad Popular allendista al gobierno de Chile, en 1970.4
¿A qué se está aludiendo cuando se habla de la Teoría de la Dependencia? Si por teoría entendemos un conjunto de categorías, conceptos, leyes e hipótesis estructuradas como un todo sistemático, con zonas muy abstractas y generales (ligadas a lo esencial del todo), conectadas con otras más concretas y dispuestas a la verificación empírica, pareciera que el calificativo “teoría” resulta exagerado. Más precisa, pudiera ser la expresión “enfoque de la dependencia”. En este enfoque, se observa un rasgo que desde siempre nos ha llamado la atención: la curiosa coexistencia entre una sociología y una politología de clara raigambre marxista, con una teoría económica anclada en las contribuciones de la CEPAL clásica.
Buscando apuntar a lo medular, tenemos que los dependentistas localizan sus análisis en la fase monopólica e imperialista del desarrollo capitalista, pero lo hacen desde el ángulo del polo dependiente y subdesarrollado del sistema. Es decir, examinan la contraparte del poder imperial. Según Dos Santos:
La dependencia es una situación en la cual un cierto grupo de países tienen una economía condicionada por el desarrollo y expansión de otra economía a la cual la propia está sometida”. En este caso los países dominantes “pueden expandirse y autoimpulsarse, en tanto que otros países (los dependientes) sólo lo pueden hacer como reflejo de esa expansión […] la situación de dependencia conduce a una situación global de los países dependientes que los sitúa en retraso y bajo la explotación de los países dominantes. Los países dominantes disponen así de un predominio tecnológico, comercial, de capital y sociopolítico sobre los países dependientes (con predominio de algunos de esos aspectos en diversos momentos históricos) que les permite imponerles condiciones de explotación y extraerles parte de los excedentes producidos interiormente (1978, p. 305).
Nuestro autor agrega que un desarrollo efectivo obliga a romper con la dependencia y con las estructuras internas que determina, algo que debería conducir “al enfrentamiento con la estructura internacional” (Dos Santos, 1978, p. 309). La exigencia que se deduce es clara y complicada de satisfacer. Entender al subdesarrollo, obliga a entender muy bien la dinámica del polo desarrollado del sistema y los nexos articulados que establece con la periferia. En otras palabras, estudiar la dinámica de la economía mundial. Fácil de decirlo, difícil de hacerlo con seriedad.5
Respecto del enfoque de la dependencia, repitamos algunas hipótesis elementales y básicas: 1) la economía mundial capitalista se escinde entre un polo dominante o imperial y un polo dependiente y atrasado. 2) En uno y otro caso encontramos estructuras económicas y políticas que, siendo diferentes, están íntimamente conectadas. 3) El contacto entre esos polos estructurales se traduce en traslados de excedentes desde el polo subdesarrollado al desarrollado.
Para precisar el fenómeno del traslado de excedentes y su impacto, podemos recordar algunas relaciones contables básicas. En términos formales podemos inicialmente escribir:
(1) PEA = PEP + PET
(2) PET = PEA - PEP
Por lo tanto, PET > 0 si PEA > PEP.
PEA = producto excedente apropiado; PEP = producto excedente producido;
PET = producto excedente transferido.
El punto a subrayar es elemental: si las transferencias son favorables, el excedente apropiado será superior al producido. Y viceversa.
Luego, pasamos a distinguir el polo desarrollado (centro) y el polo subdesarrollado del sistema (periferia). Y escribimos:
(3) PEPd + PEPs = PEAd + PEAs
d= polo desarrollado (centro); s=polo subdesarrollado (periferia).
(4) PEAd - PEPd = PEPs - PEAs > 0
(5) PETd = - ( PEAs - PEPs ) = - PETs
En suma, el polo subdesarrollado transfiere parte de su excedente económico al polo desarrollado del sistema. Lo que el uno gana el otro lo pierde. Con lo cual, se entorpece el crecimiento de la periferia y se favorece el crecimiento del centro.6 Valga también apuntar: la parte de su excedente que la periferia remite al centro de seguro es muy superior a la parte que representa respecto del excedente producido en el centro. O sea, el impacto negativo en la periferia sería mayor que el impacto positivo en el centro.
Las relaciones de dependencia-dominación encuentran su expresión más cabal en el traslado de excedentes desde la periferia al centro del sistema. Pero esta succión, a su vez, está estrechamente ligada a la existencia de ciertas estructuras económicas vigentes en la periferia dependiente (la heterogeneidad es clave) y que se conjugan con otras vigentes en el polo imperial y desarrollado. Estos rasgos estructurales van cambiando de un período histórico a otro. No son estáticos y poseen su correspondiente historia. Con todo, hay aspectos que se reproducen. Apuntando a lo más esencial, tendríamos:
1) Para el polo subdesarrollado o periferia:
Un bajo nivel (relativo al existente en el polo desarrollado) de la productividad del trabajo y, como consecuencia, un bajo nivel del PIB por habitante. Lo cual, a su vez, viene determinado por los modos que asume la acumulación: cómo se produce el excedente, quiénes se apropian de él y cómo y dónde lo utilizan.
Una fuerte heterogeneidad estructural. Esta operaría en términos de: i) coexistencia del sector capitalista con sectores no capitalistas más atrasados; ii) fuerte heterogeneidad al interior del mismo sector capitalista. Existen segmentos capitalistas muy avanzados que coexisten con otros bastante atrasados; iii) “Monopolio por abajo” = en la periferia existen formas de producción atrasadas que no existen en el centro.
Dependencia estructural, que se traduce en transferencias de excedentes negativas para la periferia dependiente. En consecuencia, en la periferia el Producto Excedente producido resulta inferior al apropiado.
2) Para el polo desarrollado o dominante:
Alta productividad del trabajo y, en consecuencia, alto nivel del PIB por habitante. Y repitamos lo dicho en el punto 1, se trata aquí de una resultante de los modos de acumulación, de cómo se produce el excedente (con alta importancia de la plusvalía relativa y del progreso técnico), de quiénes se lo apropian (la burguesía industrial) y del cómo la utilizan (poco consumo, mucha inversión), febril búsqueda de innovaciones y mercados, un poco a la Schumpeter.
Homogeneidad estructural, que se expresa como: i) práctica inexistencia de sectores pre-capitalistas; ii) un sector capitalista bastante homogéneo; iii) “Monopolio por arriba” = en el polo imperial o dominante existen formas de producción avanzadas que no existen en la periferia.
Dominación estructural, que se manifiesta en transferencias de excedentes que son positivas y, como consecuencia, disponen de un excedente apropiado que es superior al excedente producido. Lo cual, para algunos autores (como Lenin) ayuda a financiar el soborno de la parte más estratégica de la clase obrera, generando así la llamada “aristocracia obrera”.
La dependencia, repitamos, también se expresa en la imposición de estructuras económicas y políticas que no favorecen un desarrollo dinámico. El fenómeno va más allá de lo económico y abarca a lo político e ideológico. En este último espacio, por ejemplo, desde el centro imperial se exportan a la periferia corpus ideológicos que favorecen al dominio imperial. Un ejemplo claro y reciente es el de la ideología neoliberal. Esta, en una de sus dimensiones básicas, proclama las bondades del libre comercio y del libre flujo de capitales. Y, lo que de facto se logra, es impulsar el dominio de las grandes corporaciones multinacionales. O sea, acentuar el peso no del “libre comercio” sino de las estructuras monopólicas. En el espacio político el fenómeno de la dependencia es también muy claro. Aquí, las grandes potencias imperiales –por ejemplo, el caso de EE. UU. respecto de América Latina– ejercen un poder de veto frente a los cambios que se pudieran tratar de impulsar en tal o cual país latinoamericano. Para el caso, la variedad instrumental llega a impresionar: se cortan préstamos, se busca y logra que el país “insubordinado” no pueda importar insumos claves para la producción en ramas estratégicas, se financian grupos de extrema derecha, se organizan sabotajes y atentados y, en el extremo, se derroca a los gobiernos rebeldes incluyendo invasiones militares.
En términos generales, pese al esfuerzo de Theotônio dos Santos y algunos de sus mejores discípulos (como Nildo Ouriques, de Florianópolis y director del IELA), el enfoque no ha logrado avanzar al estatus de un corpus teórico compacto y de orden mayor. Las circunstancias políticas (dictaduras, persecuciones y exilios, crisis y derrumbe del campo socialista, auge de la ideología neoliberal) para nada han ayudado. También, en el plano más estricto de la teoría económica necesaria, llama la atención la pobre comprensión (o simplemente el nulo manejo) de la teoría económica de Marx.7 Algunos insisten monotemáticamente en la noción de super-explotación, más emocional y mediática que conceptualmente rigurosa y, por simple ignorancia, dan y dan vueltas en torno a dicha noción.8
Valga agregar: en los tiempos de la “alta marea” del enfoque de la dependencia (década de los setenta del pasado siglo) se pensaba que, bajo el orden capitalista, ningún país periférico y dependiente podía salir del atraso. En consecuencia, la vía del desarrollo o “despegue” debería seguir un sendero de tipo socialista. En la actualidad, casos como los de India, y especialmente China, tienden a señalar que sí es posible escalar al desarrollo siguiendo una ruta capitalista. ¿Es la alta población el factor? ¿El despliegue de una política económica muy activa e intervencionista? ¿Una coacción “positiva”? No es del caso señalar aquí una respuesta. Pero sí subrayar que tal fenómeno debería ser estudiado con sumo cuidado.
El “dependentismo” dejó muchos cabos sueltos. Por ejemplo, el problema del intercambio desigual, el problema de la formación del valor y del plusvalor, el del impacto de las estructuras oligopólicas y, más en general, el problema clave: el de la acumulación capitalista, sus determinantes y su impacto. En realidad, esas tareas obligaban a un drástico ajuste en la perspectiva teórica: recuperar la teoría económica de Marx y, a través de su asimilación rigurosa (algo nada sencillo), ser capaz de desarrollarla para bien entender el caso latinoamericano.
Antes advertimos sobre la dualidad teórica del enfoque de la dependencia y cómo se apoyó en los trabajos económicos de la CEPAL clásica y no fue mucho más allá.9 Hacerlo, habría implicado una superación dialéctica (en el sentido de la Aufhebung hegeliana) que necesariamente debía avanzar a Marx y a su desarrollo en función de las realidades regionales y contemporáneas. Pero no lo hizo. De manera análoga, no logró desprenderse de su matriz clasista: la pequeña burguesía radicalizada y ultra. Hacerlo lo habría llevado a fundirse con el proletariado industrial, pero tampoco lo hizo. Fue más que tímida en el combate al reformismo-revisionista que ataba a la clase obrera. Repitió los errores de Rosa Luxemburgo con el reformismo de su época (Ebert, Kautski y otros) y, trágicamente, reprodujo su destino.
Valga agregar y subrayar: el enfoque de la dependencia se nutrió en muy alto grado del contexto político que se vivió en el Chile de Allende. Como suele suceder, la profundidad de la práctica política impulsaba y exigía la correspondiente profundidad de la práctica teórica. Y, muy claramente, el enfoque de la dependencia, en lo político, se situaba a la izquierda del estructuralismo cepalino.10 En todo caso, resulta importante agregar: si en el plano teórico nunca asimiló ni manejó a fondo la teoría de Marx (el sistema de categorías expuesta en El capital), en el plano político se acercó a las corrientes más radicales del Partido Socialista chileno y también al MIR de Miguel Enríquez. En este sentido, embonó bastante rápido con las vastas capas de la pequeña burguesía radicalizada, inclusive “ultra”, y muy influida por la revolución cubana y el foquismo guerrillero (inicialmente, en la versión más bien literaria del que luego se doctorara de católico y de renegado, Debray).
En el CESO tuvimos la suerte de departir con figuras relevantes.11Andrés Gunder Frank fue uno de ellos. Era arisco, hasta rijoso en el plano intelectual. Y como suele suceder, amable y querendón en el plano personal. Pocos como él en el ataque al capitalismo: lo veía en todos lados y lo sindicaba como causa de todos los males del subdesarrollo.12 En su opus magnum de 1987, de muy vasto impacto, explica con gran fuerza cómo “el subdesarrollo se desarrolla”. También, aparece una de sus insuficiencias: confundir la presencia de nexos circulatorios con la existencia de relaciones capitalistas de propiedad. La forma mercancía no es un atributo exclusivo del régimen capitalista. El modo feudal, por ejemplo, cuando predomina la renta feudal en dinero, supone nexos circulatorios, presencia de mercancías y de dinero. Lo mismo sucede con las formas circulatorias y con la pequeña producción mercantil simple. El problema del supuesto de Frank radica en que le impide ver el impacto de la heterogeneidad estructural entendida como coexistencia de diferentes regímenes de producción. Heterogeneidad que es típica de la periferia y que condiciona en altísimo grado los patrones de acumulación y el drenaje de excedentes en favor del centro. Frank enfatizó como nadie el aspecto del drenaje, pero no fue del todo acertado en averiguar sus causas. Como sea, de este muy querido profesor bien podríamos decir que nos “vacunó” en relación con posibles salidas de orden capitalista.
Ruy Mauro Marini fue otro grande. Cuando Ruy tomaba la palabra, producía un efecto de encantamiento. Un tanto parecido a Celso Furtado, tenía el estilo elegante de los buenos profesores franceses y cautivaba a todos los que lo escuchábamos. Tanto que perdíamos toda capacidad crítica. En más de una ocasión, luego de quedarnos con la boca abierta, al cabo de una semana nos dábamos cuenta de tal o cual paso o secuencia que no era lógica o que contradecía la evidencia empírica disponible. Con más insistencia que otros, Marini buscaba en El capital una base sólida para sus muy agudas intuiciones. Giró en torno al valor de la fuerza de trabajo, los problemas de la realización y los mercados externos.13 Y en los últimos años de su vida, pergeñó la importancia de la plusvalía extraordinaria. Tal vez por su formación, le faltó una estructura analítica más fuerte para cumplimentar sus intuiciones. En la dimensión política, su aporte fue mayor. Consejero de la dirección del MIR chileno, alertó sobre los peligros del reformismo y de la sedicente vía pacífica que aquél impulsaba.
Theotônio dos Santos es el otro grande. Para decirlo en buen chileno, fue algo así como “el papá de los pollitos”. Su texto clásico y más influyente fue el que escribió sobre el nuevo carácter de la dependencia (1970). Con él, destruía casi del todo las ilusiones sobre una burguesía industrial nacional y progresista. Un texto clave que sintetiza su visión de conjunto es el ya clásico Imperialismo y dependencia (1978).
Para muchos, su otra obra fundamental es una que no escribió, pero sí dirigió: el clásico texto de Caputo y Pizarro (1970) sobre la dependencia.14 Su obra, ya muy vasta, ha sido probablemente más equilibrada que la de Frank o Marini.15 Sobre el primero, siempre le recordó que la presencia de nexos mercantiles y de dinero no era equivalente a capitalismo. Y que durante la colonia y algo más (siglos XVIII y XIX) difícilmente se podía hablar de capitalismo (por lo menos de agricultura capitalista) en América Latina. También ha insistido en que la dependencia no era un “simple” drenaje de excedentes. Que era también la imposición de una estructura económica que determinaba ese drenaje y, a la vez, las dificultades para una acumulación y un crecimiento dinámicos. Sobre Marini, que sepamos, siempre ha sido muy cauto en el manejo de la categoría “sobreexplotación”. En verdad, no aparece en sus textos básicos. Los trabajos de Dos Santos sobre las corporaciones multinacionales y el progreso científico y técnico en las condiciones del capitalismo contemporáneo son igualmente muy relevantes. En ellos, hay mucho que aprender y desarrollar.
Cuando Dos Santos está en vena nos recuerda la “imaginación sociológica” de Wright Mills: empieza a analizar la situación política y económica atando cabos por aquí o por allá, cada vez con mayor velocidad. Muy pronto se transforma en un caudal que es un torrente amazónico: allí uno encuentra cientos o hasta miles de hipótesis luminosas, prometedoras hipótesis de trabajo. Si uno pusiera grabadora, tendríamos un proyecto académico que exigiría fundar una nueva y grande universidad.16
Theo es también una persona cálida que se maneja con un optimismo histórico inenarrable. Dicen sus amigos –¿medio en broma? – que cuando Pinochet tomaba el poder, él pronosticaba el triunfo del socialismo a escala mundial. Buen gourmet y cocinero excepcional (es minero, de Minas Gerais), canta casi como Chico Buarque y recita todo lo de Vinicius de Moraes. En verdad, es un personaje renacentista, tiene pinta de conde italiano y hasta ha compuesto una ópera sobre la vida del Che Guevara.
Haber asistido a clases y, en algún grado, dialogar con los grandes cepalinos, haber departido, discutido y soñado con los grandes dependentistas ha sido como un regalo incomensurable que nos ha dado la vida. Haber luchado, en la medida de nuestras fuerzas, por un mundo mejor, ha sido un regalo aún mayor. ¿Se puede pedir algo más?
Sí, pues fallamos en lo fundamental. No fuimos capaces de triunfar en la lucha por el socialismo, en dar ese nada sencillo paso que nos debía conducir hacia otra meta, aún más lejana y más prometedora: la del comunismo verdadero. Pero, bien o mal, hicimos el intento. Y creemos que valió la pena. Nunca el ser humano es más digno y más feliz que cuando lucha por un mundo mejor. Esta es una lucha irrenunciable y, como dijera Allende, más tarde o más temprano, otros tomarán las banderas y lograrán abrir las grandes alamedas de ese mundo que no solo es mejor. Es hoy, y con mayor razón mañana, ya del todo posible.
¿Tiene el ser humano el derecho a vivir como un real ser humano? ¿A buscar su felicidad? Tal es la gran pregunta y el gran desafío. También, el legado de esos tiempos que no se pueden olvidar.
José Valenzuela Feijóo: estudió Economía en la Universidad de Chile e hizo estudios de doctorado en la Universidad M. Lomonosov de Moscú. En Chile, trabajó en Cepal, en la Universidad de Concepción y en el CESO de la Universidad de Chile, junto a Theotônio dos Santos, André Gunder Frank, Roberto Pizarro y otros. Después del golpe militar de Pinochet, llegó a México (UNAM y UAM-I).