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Piezas sueltas que no encajan: La afección de la subjetividad en la modernidad actual y en la pandemia
Peças soltas que não se encaixam. A condição da subjetividade na modernidade atual e a pandemia
Loose parts that don’t fit. The condition of subjectivity in current modernity and the pandemic
Revista Tramas y Redes, núm. 3, pp. 269-283, 2022
Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales

ARTÍCULOS


Recepción: 04 Febrero 2022

Aprobación: 15 Septiembre 2022

DOI: https://doi.org/10.54871/cl4c312a

Resumen: La pandemia (COVID-19) sumió al planeta en el encierro y el aislamiento con secuelas de depresión, insomnio, angustia y otros males anímicos en la población. Resulta evidente que las personas suelen acostumbrarse al sufrimiento, a pesar de ser una contradicción que distingue a la condición humana. Las personas se conforman con lo que se les aparece como inevitable y hacen de la queja una práctica cotidiana con la que disimular los enigmas que impone la existencia. Este artículo va de las quejas de los seres humanos a la posible formalización de un enigma cuya resolución requiere de elecciones y decisiones. Aunque los modos de vida sin poder frecuentar lazos y espacios sociales retornen a la presencialidad, la angustia se presentifica: ¿qué hago aquí?, ¿cuál es mi deseo y mi actitud ante el amor?, ¿qué camino me conviene tomar? y otras cruciales preguntas que serán abordadas en el presente artículo.

Palabras clave: COVID-19, condición humana, sufrimiento, enigmas, angustia.

Resumo: A pandemia causada por COVID-19 mergulhou grande parte do planeta em confinamento e isolamento com suas consequências de depressão, insônia, angústia e outros males emocionais na população. Mas como se fosse necessário provar a contradição que distingue a condição humana, mais uma vez é evidente que as pessoas tendem a se acostumar com o sofrimento, elas se conformam com o que lhes parece inevitável, a fim de fazer da denúncia uma prática cotidiana com a qual esconder os enigmas impostos pela existência. Este artigo trata, por um lado, das queixas dos seres humanos e do possível salto para se formalizar em um enigma cuja resolução exige escolhas e decisões. Por outro lado, além de mudar os modos de vida por não conseguir frequentar laços e espaços sociais, não significa que, antes do retorno ao face-a-face, a angústia não ocorra. É por isso que nos perguntamos: o que faço aqui?, qual é o meu desejo?, qual é a minha atitude de amar?, que caminho devo tomar? e outras questões cruciais de calibre e tenor semelhantes que serão abordadas neste artigo.

Palavras-chave: COVID-19, condição humana, sofrimento, enigmas, angústia.

Abstract: The pandemic plunged the planet into lockdown and isolation with consequences as depression, insomnia, anguish and other emotional illnesses. Apparently, people get used to suffering, even when it is contradictory to human nature. These symptoms appear as unpreventable, making complaint an everyday practice to hide the questions that life has set for us.This article goes from the complains of human beings to the formalization of a riddle which require choices and decisions. Even when we return to personal contact, the anguish is still present. What do I do here? Which is my desire and what is my attitude toward love? Which path should I take? and other key questions will be tackled in this article.

Keywords: COVID-19, human condition, suffering, enigmas, anguish.

De la queja al enigma

Desde la lógica, se define a los dilemas como una oposición entre dos proposiciones que en forma común se resuelven por el principio racional excluyente de contradicción: si una proposición es verdadera, entonces la otra es falsa. Sin embargo, los procedimientos de la lógica encontraron que hay algunos dilemas que no se pueden formalizar ni resolver por principios racionales. La lógica de contradicción efectúa una opción excluyente, “o bien o bien”, por la cual se corre el riesgo de salidas falsas, de una reversión de lo verdadero en falso. El problema de la formalización de los dilemas en relación con las salidas llevó a otra opción en la cual estos no se pueden plantear por el principio de contradicción, entonces son objeto de elecciones y decisiones.

Desde el punto de vista psicoanalítico, esta segunda opción (elección, decisión) es una pieza fundamental para la formalización y la construcción de “respuestas-salidas” de los dilemas que aquejan a los seres hablantes. Salir del principio de contradicción (“o bien o bien”), de las escasas dos opciones relacionales, es hacer lugar a la lógica del tiempo de las elecciones y las decisiones plurales, múltiples y heterogéneas, de las cuales los sujetos, tanto como los conjuntos sociales, son partícipes necesarios.

Cabe decir también que estos dilemas alojan la categoría de “real”, es decir nudo crítico, inaccesibles al cálculo y a las construcciones simbólicas que se dejan apresar por el sentido común. Este afecta a la subjetividad. Lo real –que es una de las tres perspectivas que compone la idea de “realidad” (imaginaria, simbólica o real)– tiene estatuto de obstáculo y hace a los principios que orientan las elecciones y decisiones en cualquier dilema de la vida humana, sea de la vida cotidiana subjetiva, social, privada o pública. Los dilemas guardan homología con la estructura de las subjetividades y, por ende, de los lazos sociales. En su configuración simbólica están atravesados por la lógica de la contingencia y por alguna de las formas de lo real que cada época impone: desde un genocidio a una pandemia. Esto requiere dilucidación para saber hacer algo con ello. En los procesos de decisión interviene la subjetividad de quienes están inmersos en el tránsito de la decisión, es decir, las razones que entran en juego en cada sujeto para configurar su posición y su decisión. Razón y saber se complementan y forman parte de la decisión final de cualquier sujeto. Pero esto mismo es particular, es decir, cada sujeto lo construirá a su manera y siempre será en forma parcial, nunca definitiva, objetiva y totalizante.

Asimismo, se resalta la importancia de que los procesos se orienten por la idea de “ser humano” y no queden sujetos a la racionalidad tecnocientífica, a la par que debe aclararse que los objetivos de los procesos de planificación y decisión públicas no siempre son la formulación del plan más seguro o perfecto en un campo de acción dado. Por el contrario, cada campo de acción necesita ser dilucidado y reinventado. En este sentido, las elecciones y las decisiones no se toman en situación de seguridad, de certezas, sino que están en el terreno de las probabilidades. Es decir, son decisiones que tienen las características del riesgo, la incertidumbre y la falta de garantías. Cuestión que hacemos extensiva a cualquier campo de acción y a cualquier proceso de elección y decisión de la vida humana. No sería posible pensar ese proceso sin elaboración de pensamiento crítico que exceda lo meramente calculable, y no hay proceso de elaboración de pensamiento crítico que nos parezca de utilidad sin que la racionalidad esté incluida.

En la especificidad del plano de las políticas públicas, este planteo establece un juicio crítico a la racionalidad tecnocientífica pura y reafirma la importancia de la formalización dilemática en consonancia con el respeto por la idea de “ser humano” para la invención de probables “respuestas-salidas”.

Entre el miedo y la acción: el deseo

Una de las paradigmáticas vías para salir del “dos excluyente” consiste en interrogar por el factor que agita al sujeto en cada encrucijada que la existencia le arroje en suerte. Tomemos por caso el tema de la pandemia por COVID-19. Si el sentido común da por supuesta la alternativa entre el miedo y la acción, el psicoanálisis plantea una vía superadora al apuntar al deseo que prevalece en situaciones de urgencia como la que estamos enfrentando. Si se tratara del miedo, las personas quizás reaccionaríamos de manera adecuada, tal como, por otra parte, realizan el resto de los seres vivos del planeta ante un peligro, es decir, se cuidan, huyen, se previenen o defienden.

En el caso del ser hablante, criatura habitada por fantasías que poco respetan la supervivencia o la felicidad entre sus prioridades, este miedo se transfigura. En efecto, desde el punto de vista psicoanalítico, lo que mueve a las personas no es el miedo, sino el deseo. Deseo que para los seres humanos es el motor de la vida, que se instala desde el nacimiento porque hay algo que falta y se quiere alcanzar; este pulsa para llegar al objetivo que a veces es posible y otras veces no.

En las peores situaciones –por más terroríficas que sean– lo que prima en la respuesta de un sujeto es un deseo cuya singularidad se hace efectiva según el cuerpo que encarne tal o cual circunstancia. Desde quien se encierra o refugia en un rincón, hasta el que grita con desesperación, pasando por el o la que decide enfrentar el peligro. Lo que determina la decisión de un sujeto es un deseo cuya impronta suele obedecer más al narcisismo que al acto por el cual se consiente a perder algo para preservar o ganar lo que está en juego. De allí que en esta hora conviene preguntarse qué deseos inconscientes priman en el estado anímico de las personas. Vale mencionar, como ejemplo, el deseo de que al otro le vaya peor aún en detrimento del propio beneficio, que es uno de los horrores que estamos padeciendo.

Las interpretaciones deprimentes

De hecho, por tratarse de una intervención inapropiada que incentiva al sujeto a gozar de su posición de víctima, todo agente psi debe cuidarse de patologizar el dolor. Lo que cuenta al momento de la tragedia, el desencanto o el desasosiego es la actitud, la respuesta que ofrece el sujeto. Más aún –y para tomar una palabra muy en boga en estos aciagos días–, la depresión es una respuesta necesaria ante el dolor; otra cosa bien distinta es quedarse instalado en ella. De manera que corresponde darnos por advertidos de la campaña de desánimo que algunos medios alientan, en este caso tomando recursos de la “ingeniería psi”.

Es sabido que la interpretación suele crear sentido, tal como sucede con algunas declaraciones (“periodismo del desánimo”, “campañas contra la salud pública”, entre otras), que nada aportan para atravesar esta dura encrucijada. Más que hablar de la depresión, se trata de lecturas deprimentes. Y no tanto por el valor de verdad o falsedad de los dichos, sino por lo sesgado de los argumentos. Sobre todo, destacamos la llamativa certidumbre acerca de los efectos que, en virtud de la magnitud del fenómeno al que asistimos, lejos estamos de poder abarcar. No parece una buena práctica psicoterapéutica encerrar la contingencia en estereotipos psicopatológicos, dimensión en la que por ejemplo una pandemia participa de manera eminente.

El sufrimiento forma parte de la experiencia humana y toda la cuestión está en qué hace un sujeto con eso. Demás está decir que las principales y más maravillosas obras humanas son fruto del dolor y la carencia. Todo depende del deseo presente al momento de tomar tal o cual rumbo de acción.

Según Freud, la pérdida, en cualquier sentido, del conductor, el no saber a qué atenerse sobre él, basta para que se produzca el estallido del pánico, aunque el peligro siga siendo el mismo (1975, p. 93). En otros términos, la ausencia de referencias claras y firmes paraliza el trabajo psíquico, inventa un Otro todopoderoso, enmudece los cuerpos y arroja a las personas al puro estado de objetos. Es todo lo que la oposición política busca de una manera tan vil como desembozada al incentivar los impulsos más primarios y narcisistas del sujeto: esos fantasmas de la realidad psíquica que priman –tal como señala Freud– sobre la efectiva amenaza suscitada por tal o cual situación.

La cuestión está en que la fascinación experimentada por Narciso ante la imagen devuelta por el espejo de las aguas, termina en la muerte. De hecho, el desprecio que buena parte de la humanidad destina a la salud del planeta que nos hospeda es un buen ejemplo de este insensato impulso autorreferido. De allí que, si de pandemia hablamos, el individualismo sea el más inútil e ineficaz recurso, en tanto exacerba las respuestas narcisistas. Sea para quien se enferma de insomnio en virtud de las fantasías de muerte que el virus le despierta, hasta los delirantes discursos que claman por la propiedad privada o la libertad, un deseo mortífero acicatea las ansiedades más primarias de las personas. A todo esto se agrega la especial repugnancia que el ser hablante experimenta por todo aquello englobado bajo la palabra “contagio”. De hecho, pocas cosas despiertan más rechazo por el semejante que la posibilidad de que el Otro nos modifique, y tanto más si lo que está en juegos son bichos, bacterias o virus, todos resabios de los más arcaicos fantasmas infantiles.

Esto explica la segregación y el aislamiento que condena a toda persona cuya piel, creencia o cultura encarnan una diferencia respecto del grupo dominante. Para más datos, recordar las metáforas biológicas utilizadas por el terrorismo de Estado y, antes, por el nazismo. No por nada, la ultra derecha xenófoba y racista ha resurgido a lo largo y ancho del orbe.

Desde ya, la política es la convocada a la hora de proveer las palabras capaces de tramitar esta opción que se mece entre la peligrosa tontería narcisista y el acto por el cual un sujeto acepta ceder algo de su satisfacción inmediata, única vía eficaz para hacer de esta dura experiencia la oportunidad de un encuentro con el Otro. Desde este punto de vista, las medidas de prevención que la autoridad ha dispuesto desde el inicio de esta cruel pandemia constituyen el marco necesario para comprender que, por oposición al individualismo y la meritocracia, nuestra salud depende del semejante. En esta nueva etapa, no nos descuidemos. El río puede fluir sin nuestra imagen y la tierra respirar sin nuestra presencia: elijamos vivir.

La angustia ante el retorno de la presencialidad

Lo cierto es que en muchísimos casos la pandemia instituyó una suerte de intervalo en que los interrogantes más acuciantes de la existencia, de alguna u otra manera, se vieron eximidos de ser respondidos. Es decir, había que cuidarse y punto. La consigna era no arriesgar. De manera subrepticia nos vimos exceptuados de salir a buscar nuestro horizonte, nuestro sentido de la vida. La pandemia cubrió todo el monitor, no se hablaba de otra cosa. ¿Para qué preocuparme porque no consigo pareja si no está permitido el contacto? Y de la misma forma: ¿para qué preguntarme qué hago con este partenaire que no me convence si hoy por hoy tengo poca chance de conseguir algo mejor?

En resumidas cuentas: ¿para qué preocuparme sobre qué voy a hacer con mi vida si el ahora solo me exige sobrevivir? De esta forma, estuvimos eximidos de responsabilidad frente a nuestra existencia, lo cual de ninguna manera supuso quedar exceptuados de resentimiento o frustración por el encierro, aunque sí ampararnos en nuestra condición de damnificados y aún más, punto clave y decisivo de nuestra condición de seres hablantes que vale destacar: gozar ante el sufrimiento.

Por un tiempo, fuimos tan solo víctimas de este bicho malo que nos permitió justificar una suerte de abstención ante los interrogantes más urgentes. En este punto, apagar la cámara del Zoom constituye una buena metáfora de la actitud restrictiva y reservada a la que nos vimos obligados sin que tal imposición supusiera no gozar del sufrimiento.

Por algo, un aviso de la televisión belga retrata la angustia de los adultos en su vuelta al trabajo presencial. Lo divertido es que el video muestra a los niños llevando de la mano a sus padres en su “primer día” de trabajo (Página 12, 28 de septiembre de 2021). “Síndrome de la cueva” llamó un psiquiatra a este padecimiento, cuyo origen no es otro que el rasgo conservador y narcisista de la pulsión que Freud supo detectar.

Desde ya, la fobia social cuadra perfectamente en este panorama que estamos trazando, pero lejos está de cubrir el campo de la experiencia humana ante la pandemia. De una u otra manera todxs hemos transitado una suerte de alivio malsano ante la suspensión de los deberes más elementales que impone nuestra condición de seres de relación, dotados con un cuerpo que exige y al mismo tiempo teme el contacto. Vale mencionar que muchas ciudades metropolitanas se han negado a acompañar las medidas de cuidado propuestas por las autoridades sanitarias de la Nación.

Pero el horizonte ha despuntado: vacunaciones masivas, descenso de los contagios y la letalidad, la ocupación de camas de terapia intensiva, retorno de los chicos y chicas a la escuela como así también de muchos adultos a sus trabajos; y junto con la alegría de haberse vacunado nuevamente, asoman los síntomas resultantes del retorno efectivo de aquellos interrogantes congelados por obra y desgracia del Sars-Cov-2.

El consultorio es testigo de la angustia por esta presencialidad en ciernes: “no sé si voy a poder” es la frase que resume como pocas las ansiedades y angustias que sobrevienen ante las diversas variantes del encuentro de los cuerpos. Sean cuestiones de trabajo o cuestiones de familia (“Me hacen ir a la oficina y otra vez a ver este tipo que no lo aguanto”; “otra vez a discutir qué hacemos con las vacaciones (o en las fiestas!)”; “¿ir a la facultad? …con lo que bien que estaba con la camarita”), testimonian este oscuro costado de la “nueva normalidad”, cualquiera sea la forma y la manera en que esta finalmente adopte. Ni que hablar de las quejas por el tiempo insumido en transporte, reuniones presenciales o, incluso, el riesgo que supone todo encuentro con un nuevo partenaire a cambio del engañoso confort que presta la masturbación.

En este punto, la intervención de proponer el retorno a las sesiones presenciales por parte del analista puede constituir, según los casos, un efectivo recurso para cortar una inercia tan inconducente como nefasta.

Cuerpos y movimiento: ¡alto! está usted “detenido”

La hora impone extraer algún aprendizaje de la durísima experiencia causada por este virus que hoy insinúa, por lo menos, aminorar el daño hasta ahora infligido. Vale preguntarse si nuestros cuerpos son los mismos que poseíamos antes de la pandemia. Con probabilidad, la distancia respecto del semejante, las horas de encierro, la prolongada postura sedente, la protección del tapabocas ante la mirada del Otro, la influencia de las “tecnociencias” (el mundo digital), cierta estereotipia en los gestos, y la repetición de circuitos de movimientos limitados, nos han influido lo suficiente como para experimentar cierta alarma ante el desafío que sugiere el encuentro de los cuerpos en otros ámbitos diferentes al hogareño.

Algunos definen al cuerpo como la manera de estar en el mundo, sin embargo, nuestra experiencia indica que la mayoría de las veces solo somos felices allí donde no estamos. Sutil manera en que la fantasía introduce la división subjetiva. Fácil de comprobar en estos días de cuarentena en que la lectura, las manualidades o las películas permiten trascender las cuatro paredes del hogar. Nuestra subjetividad habita en Otra Escena, aquella que los sueños velan con los guiones argumentales portadores de nuestros más íntimos deseos. Sigmund Freud confió su tarea analítica al desciframiento del sentido de los sueños; sin embargo, bien pronto se topó con un punto irreductible a la interpretación al cual distinguió con una metáfora corporal: el ombligo del sueño, ese lugar que se traga las palabras que me dirían quién soy en el mismo momento y lugar en que estoy. ¿No coincide acaso nuestro despertar con una fuga de ideas de las que quedan tan solo algunos restos, testigos de ese saber perdido? Pareciera ser entonces que nuestro ser se sostiene en una alteridad que nos divide y nos separa del cuerpo, ese tropiezo lógico que nos invitaría a agregar una conjunción adversativa al cogito cartesiano: pienso, luego soy, mas... no estoy, es decir estoy..., pero en falta. Exquisita distinción esta, que solo habita la riqueza de algunas pocas lenguas. Y es que precisamente ese mas viene a incorporar la ausencia por donde retorna la inmensa multiplicidad de lo propiamente humano: el vacío que convoca el exceso.

¿No hemos experimentado acaso una siniestra sensación al ver nuestra imagen en un video, o escuchar nuestra voz en un audio del WhastApp? Solo existe un cuerpo como imaginario, estoy pero solo en falta, es decir, re-presentado en un semblante que por ser sintomático, nunca nos conforma. Estaríamos considerando así al padecer sintomático como aquello que se inventa en el lugar de un desencuentro, allí donde algo de mí ha faltado a la cita. Toda la cuestión estriba en el destino que esa formación de compromiso (el síntoma) toma en nuestra subjetividad.

Lo cierto es que el tiempo es escaso y la vida nos alberga solo si aceptamos el riesgo que le da sentido y efectivo disfrute a nuestra existencia. Es aquí donde se insinúa un cruce por demás decisivo para nuestro análisis: nos referimos a la articulación entre cuerpo y tiempo, el cual arroja la decisiva pregunta por la cuestión del movimiento, no solo el efectivo desplazamiento motriz, sino en lo que hace a su faz subjetiva. Al respecto, basta recalar en la organización témporo-espacial que el mundo digital impone con su contraste entre el vértigo de la “comunicación” digital y la pasmosa quietud de los cuerpos frente a los artefactos del ciberespacio.

De esta manera se hace por demás oportuno traer una instancia clínica de eminente relevancia en el corpus teórico freudiano: la inhibición, ese “asunto de cuerpo” tal como lo aborda Lacan (1974) durante el dictado de su seminario “RSI. Real, simbólico, imaginario” y al que le dedica un pormenorizado abordaje durante el curso sobre la Angustia, cuando señala “que si Fulano tiene el calambre del escritor es porque erotiza la función de su mano” (2006, pp. 341-342). Es decir: es el interés psíquico alojado en el cuerpo el que produce la inhibición. De allí que, tras destacar: “De lo que se trata es de la detención del movimiento” y se pregunta si significa esto que la palabra “inhibición” deba sugerirnos tan sólo detención (Lacan, 2006, p. 18).

Meses después llega esta sorprendente conclusión: “Qué es la inhibición sino la introducción en una función –en su artículo, Freud tomó como ejemplo la función motriz, pero puede ser cualquiera–, la introducción, ¿de qué? De un deseo distinto de aquel que la función satisface naturalmente” (Lacan, 2006, p. 341).

Entonces: lejos de remitirse a una detención en el desplazamiento motriz, la inhibición bien puede producir escándalos en la vía pública o encerrar al sujeto entre las cuatro paredes de su casa. Al respecto, basta recordar tanto las delirantes marchas anticuarentena de hace algunos meses como la actual renuencia al encuentro de los cuerpos en la oficina, la universidad o el transporte. Ahora bien: ¿cuál es ese deseo distinto al que Lacan hace referencia? Y ¿cuál es la escritura que –por articular la singularidad subjetiva con el Otro–, traza las coordenadas donde la actual subjetividad determina la oscura satisfacción que agita los cuerpos?

Inhibición generalizada

Por lo pronto, el marco de análisis se amplía si consideramos el mandato superyoico que el neoliberalismo despliega desde hace décadas. “Bastaría el ascenso al cenit social del objeto llamado por mí a minúscula, por el efecto de angustia que provoca” (Lacan, 2012, p. 436), conjeturaba Lacan al entrever una subjetividad en que el consumo –por haber reemplazado a los Ideales– deteriora la capacidad deseante de las personas. No por nada “no sé qué quiero, pero lo quiero ya” cantaba el artista de la banda argentina Sumo, Luca Prodan, al describir con el genio propio el padecimiento de quienes, lejos de disponer su esfuerzo en pos de algún logro o anhelo, se someten a la perentoria exigencia que el mercado impone bajo la gozosa ilusión de libertad sin responsabilidades.

Consumidores consumidos rezaría esta inquietante paradoja hoy resultante en un cúmulo de Unos disgregados, a no ser por el odio que los amontona, tal como las marchas anticuarentena mostraron durante buena parte de la pandemia. Signo inequívoco de una pavorosa inhibición resultante de la “falta de la falta” que conjeturaba Lacan al entrever una subjetividad dominada por el empuje al consumo, factor determinante del deterioro de la capacidad deseante de las personas. “No sé qué quiero” constituye el deseo humano y cuyo desenlace –efectivamente– no es otro que la angustia.

Tal como ya apuntamos, la inhibición no se reduce a la caricatura de quien se acurruca en algún rincón de la casa o no se atreve a hablar: el inhibido –sobre todo en el caso de lxs jóvenes– puede provocar todo tipo de escándalos, agresiones, y disparates con tal de hacer notar la desesperación que les habita. En definitiva, lo que en psicoanálisis se denomina acting, es decir: una mostración inconsciente destinada a lanzar un llamado al Otro.

Si –tal como Lacan señala– la inhibición es “siempre asunto de cuerpo”, toda nuestra pregunta es cuál es el destino de esa garra en el pecho (la angustia) sobre estos “cuerpos anti” que –por oposición a los anti cuerpos– parecen no registrar el peligro en ciernes. A manera de ejemplo, tomemos el caso de aquellos jóvenes seducidos por el discurso libertario que, lejos de refugiarse en su privacidad, reproducen las falacias del líder e incluso amplían las mismas al calor de un resentimiento que quizás los adultos no han sabido o no atinan a disuadir (para no hablar de aquellos que lo incentivan al solo efecto de satisfacer sus nefastos intereses). Los otros son peligrosos, amenazantes. Mujeres, negros, judíos, políticos, los diferentes, los extraños…

Esos otros, objetos monstruosos, se construyen en relaciones entre lo personal y lo social, con cadenas asociativas, redes, imágenes, palabras, significados falsos que parecen verdaderos, juicios de atribución, hasta la propagación del odio en lo social en forma “casi” generalizada.

En un artículo publicado en el suplemento de Las 12 bajo el título “¿Qué ven los jóvenes en el político argentino con discurso libertario Milei?”, Camila Alfie señala una pista para resolver dicho interrogante con el caso de los denominados Incels (cébiles involuntarios): “varones jóvenes, blancos y heterosexuales que culpan a las mujeres de todos sus males y ven en el avance del feminismo un capricho de pibas que ‘los privan’ de relacionarse sexualmente con ellas” (27 de septiembre de 2021). Flagrante ejemplo de inhibición e impotencia, si los hay.

En definitiva –“sed de sometimiento” (Freud, 1997, p. 121) mediante– estos jóvenes que dicen estar “dispuestos a dejarlo todo por cambiar el mundo” constituyen una muestra del aislamiento impuesto por las exigencias del mercado, el cual, a su vez, les hace creer en el discurso libertario. Un paso más, ¿cuál es el destino de los cuerpos cuando la angustia se queda sin palabras con que dialogar? Estas son las “piezas sueltas que no encajan”.

Como decíamos, el paisaje de la angustia en la experiencia humana cambia según las épocas y los lugares. Esa garra que aprieta el pecho toma siempre elementos del discurso circulante, significantes, gestos, colores y aromas que constituyen la trama fantasmática por donde una comunidad arrastra su devenir. Esa errancia, cuya traza dibuja discontinuidades, quiebres, alteraciones y cesuras a las que los hablantes solemos denominar con el sencillo nombre de “crisis”.

Ahora bien, pareciera que hoy la experiencia humana transita carriles muy distintos de los que acabamos de describir. El empobrecimiento simbólico que distingue a nuestra época hace que la angustia no encuentre vías de tramitación por medio de la palabra. Para atestiguar el punto, allí están la denominada “pos verdad” –ese vicio por el cual se puede decir cualquier cosa sin que la misma acarree la menor consecuencia para su emisor.

El fenómeno del law fare por el cual la administración de justicia se degrada según el apetito de algunos poderosos; y para completar el cuadro: las fake news que el poder mediático pone a circular con el fin de que las personas actúen según sus explotadores indican. Nos interesa destacar cuál es el destino de los cuerpos cuando la angustia se queda sin palabras con que dialogar.

Jacques Lacan escribió “La agresividad en psicoanálisis” en 1948, entre el horror de la Segunda Guerra Mundial y el optimismo que le sucedió. Allí Lacan bascula, vacila, entre dos dimensiones de la agresividad. Una, a la que llama narcisista; y otra, para la cual, a medida que el texto progresa, queda simplemente el título de agresividad. La primera da cuenta del encono, violencia, agresión, que tiene el reconocimiento del Otro como premisa principal para conformar el propio cuerpo. Es decir, la misma que ilustramos con el modo tradicional de la guerra.

Por el contrario, la agresividad a secas remite a un estadio lógicamente anterior de la constitución subjetiva: el del cuerpo fragmentado. Nuestra subjetividad no viene dada desde el nacimiento, y se requiere un largo y delicado proceso para conformar ese cuerpo que tan naturalmente portamos.

Pareciera ser que este principio de siglo nos encuentra en el pasaje de aquel narcisismo, que todavía conserva visos de humanidad, a la agresividad propia del cuerpo fragmentado, donde la satisfacción de los cuerpos se maneja por muy diferentes vías. Es la agresividad en su punto más desnudo y radical, allí donde la tragedia no cesa de no escribirse.

Dispositivos de atención

Desborde. Contención. Con-tensión. Entre lo simbólico y lo real (imposible asimilación a lo simbólico): el síntoma. En las relaciones de los seres hablantes con la cultura y los lazos sociales, el ser hablante se satisface (goza) en modos sintomáticos, es decir, modos particulares-singulares suscitados en los entreveros de la función del amor entre el goce y el deseo. Esta cuestión es abordada por Jacques Alain Miller que considera que “el síntoma es el partenaire del sujeto” (2008, s/p).

En este sentido, concebimos el “síntoma” como un compuesto, premisa que conduce a los analistas a leer lo real del goce (satisfacción pulsional) en el síntoma –ya sea particular o social– con la hipótesis del inconsciente como clave de lectura para orientar el cómo saber vivir con lo real del síntoma.

En esta perspectiva, el síntoma es una conceptualización que permite la operación de transformar una creencia en saber. Esta operación requiere del consentimiento de quienes consultan, de la creencia en el síntoma por parte de quienes padecen. Transformación que se evidencia cuando algo de lo que les ocurre se vive como molesto, enigmático y que, por lo tanto, conduce a la pregunta.

El pasaje al saber cobra protagonismo: abandona el estado de creencia para dar lugar al saber, toma valor a la experiencia y lo diferencia de lo que hace gozar sin saber. En esta experiencia se da lugar a la palabra, la contingencia, las parcialidades y los vacíos que hacen a la vida. Ahora bien, es preciso distinguir este abordaje del síntoma, de aquello que se despliega como “prácticas de goces”, sin formalización ni preguntas sobre su cruel imperativo.

Entonces, ¿cómo se trata la angustia? En la tensión propia del dispositivo analítico, la angustia podrá ser tramitada en dos vías: una, la del deseo del Otro; otra, la de lo real pulsional que escapa al significante. Es decir, la angustia no se puede contener, sino que hay que atenderla, “hacerla trabajar”, más precisamente, poner la atención en la con-tensión en relación con el desborde.

Conclusión

En este artículo nos propusimos abordar las piezas sueltas que la fragilidad de los lazos deja caer en su relación con identidades subjetivas. Desde nuestra perspectiva, en estas configuraciones que se caracterizan por la acción –marchas anticuarentena, cacerolazos, campañas antivacunas, rechazos al pase sanitario– no hay un llamado al Otro.

La angustia se traduce en un “pasaje al acto” masivo. En las “prácticas de goce” se excluye la relación con el Otro. Ocurre que el drama actual de la pandemia pone de manifiesto la condición estructural que distingue a la experiencia del ser hablante: el Otro carece de respuestas y, frente a esto, hoy se suscita la agresividad del cuerpo social fragmentado. Se trata de una deriva insensata de la cual sacan provecho algunos pocos. Vayan como ejemplo las decisiones de políticas locales en oposición a las medidas de prevención sanitaria decretadas por el poder ejecutivo.

Muchos podrían concluir que se trata de un discurso en sintonía con lo propio del sujeto psicótico. Pero no es el caso. Se trata de un especial tipo de locura cuya emergencia no coincide con el cuadro mórbido de la esquizofrenia o la paranoia, sino con una específica posición subjetiva afín a “la ley del corazón” que Hegel supo acuñar y que Jacques Lacan ilustra en su texto Acerca de la causalidad psíquica:

[…] el loco quiere imponer la ley de su corazón a lo que se le presenta como el desorden del mundo, empresa ‘insensata’ […] por el hecho de que el sujeto no reconoce en el desorden del mundo la manifestación misma de su ser actual […]. Su ser se halla, por tanto, encerrado en un círculo, salvo en el momento de romperlo mediante alguna violencia en la que, al asestar su golpe contra lo que se le presenta como el desorden, se golpea a sí mismo por vía de rebote social (Lacan, 1998, p. 162).

De esta forma, el encierro al que la infatuación del Yo lleva al sujeto (que no es el de la cuarentena), no tiene otra salida que la violencia, sea vía la exhortación a beber un líquido contraindicado o por el desenfreno propio de la horda. Como muestra, están las marchas anticuarentena compuestas por personas con discursos inconexos, sin sentido e imposibles de articularse entre sí, pero cuya nota común es la exacerbación narcisista que solo el odio logra reunir. Un embrollo del cual toma provecho el poder económico que hoy rige a las naciones. No por nada el lema que convocó a los dueños de la Argentina durante el 54° Coloquio de Idea rezaba: “Soy Yo y es ahora”.

Nos convoca una temática en torno al sujeto, la política y la libertad que intenta trazar algunas de las coordenadas por las cuales transita la práctica psicoanalítica en la actualidad. Por lo pronto, “Libertad” es una palabra muy cara a la reflexión sobre la experiencia vital humana por lo que su evocación resulta inseparable de todo abordaje subjetivo. De hecho, como pocas otras, la mención de esta palabra adquiere múltiples resonancias según las perspectivas y los campos teóricos que se trate.

El psicoanálisis introdujo un severo golpe a la ilusión de autonomía que hacía del Yo y la conciencia el nudo de la experiencia del sujeto, de la misma forma que desalojar a la Tierra del centro del universo constituyó un golpe mortal al cerrado mundo de la sociedad feudal. Hoy, sin embargo, tenemos a grupos de odiadores seriales que aquí y allá logran concitar el interés de no pocos con sus delirantes propuestas. No por nada, hay quienes hablan de “tecnofeudalismo” para designar un estado de cosas en el cual el poder de las corporaciones mediáticas prima por sobre el poder de los Estados. En realidad, no es necesario ir muy lejos para tomar nota de este vasallaje, basta recalar en el sometimiento y la dependencia que experimentamos con nuestro smartphone –manejado según las pautas que imponen máquinas, diseños, y algoritmos inaccesibles a nuestro alcance–, para desechar toda ilusión de autonomía.

¿Qué hacer para no tentarnos por esta oscura tendencia narcisista que nos habita? Por empezar, dejar en claro que, en cualquier caso, no hay libertad sin responsabilidad. Ese límite que impone el respeto al Otro nos permite apropiarnos de nuestras decisiones sin la necesidad de recurrir a la violencia para salir del encierro al que nos condena la infatuación del Yo. Como muestra, allí está el individualismo al que la locura generalizada del neoliberalismo nos pretende llevar sin que importen cuántas muertes quedan en el camino.

En el apartado “De la queja al enigma” pudimos corroborar que los dilemas tienen homología con la estructura de las subjetividades y los lazos sociales. También nos acercamos a la configuración simbólica atravesados por la lógica de la contingencia y por alguna forma de lo real que cada época impone: la modalidad de la salida de la queja. Hemos tomado en cuenta la importancia de la idea de “ser humano”, ubicando al deseo entre el miedo y la acción para la invención de las probables “respuestas-salidas”.

Así, haciendo uso del contexto pandémico por el COVID-19, decimos que la emergencia del virus sobre la faz de la tierra ha provocado un drástico cambio en los hábitos y modos de vida de las personas: desde el tapabocas que acompaña como segunda piel, hasta el uso de la vía remota como modo imprescindible de comunicación, una larga serie de alteraciones se impone en la experiencia cotidiana del ser hablante. Lejos estamos de abarcar las consecuencias de este fenómeno que, globalización mediante, ha hecho de una peste el rasgo común del planeta entero.

Referencias

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Página 12 (28 de septiembre de 2021). Un divertido video de la televisión belga retrata la angustia de los adultos al volver a la oficina. https://www.pagina12.com.ar/371308-un-divertido-video-de-la-television-belga-retrata-la-angusti



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