Documento Histórico
Sobre la HISTORIA PRIMITIVA DE LA FIEBRE AMARILLA
Letter on the primitive history of the yellow fever
Sobre la HISTORIA PRIMITIVA DE LA FIEBRE AMARILLA
Antrópica revista de ciencias sociales y humanidades, vol. 6, núm. 11, pp. 191-213, 2020
Universidad Autónoma de Yucatán
Recepción: 04 Mayo 2019
Aprobación: 27 Diciembre 2019
Resumen: En el presente artículo reproducimos algunas de las cartas que intercambiaron Carlos Finlay y Crescencio Carrillo y Ancona en el año de 1892, en las que este último brin- da datos históricos y documentales respecto el origen de la fiebre amarilla en América prehispánica. Mediante un software de reconocimiento de voz se procedió a transcribir las cartas, convirtiéndolas en un nuevo formato digital. El contenido del documento ori- ginal permite comprobar que la información brindada por Carrillo y Ancona refuerza la hipótesis de Finlay acerca del carácter endémico de esta enfermedad y de su persistencia en el continente americano desde tiempos remotos. Una idea que contradice aquella otra que sostiene que dicha pestilencia había sido traída por los españoles tras su llegada a este continente.
Palabras clave: Carlos Finlay, Cuba, Crescencio Carrillo y Ancona, Yucatán, Fiebre amarilla.
Abstract: In this paper we reproduce some of the letters exchanged by Carlos Finlay and Crescen- cio Carrillo and Ancona in the year 1892 and where the latter provides historical and do- cumentary data regarding the origin of yellow fever in pre-Hispanic America. Through voice recognition software, the letters were transcribed, converting them to a new digital format. The content of the original document allows us to verify that the information provided by Carrillo and Ancona reinforces Finlay’s hypothesis regarding the endemic nature of this disease and its persistence in the American continent since ancient times. An idea that contradicts that other that maintains that this pestilence had been brought by the Spaniards after their arrival in this continent.
Keywords: Carlos Finlay, Cuba, Crescencio Carrillo y Ancona, Yucatán, Yelow fever.
Introducción
En el transcurso del año de 1892, Crescencio Carrillo y Ancona y Carlos J. Fin- lay mantuvieron un intercambio epistolar de gran relevancia con miras a indagar acerca del origen de la fiebre amarilla en el continente americano. Los docu- mentos históricos hasta hoy disponibles permiten suponer que fueron ocho las misivas compartidas entre ambos eruditos. La carta que desencadena la comu- nicación fue enviada el 12 de marzo de 1892 por Carlos Finlay para solicitar a Crescencio Carrillo y Ancona información sobre el posible origen de la fiebre amarilla en América. A la vez, adjunto a esta, obsequia una copia de su trabajo titulado “Apuntes sobre la historia primitiva de la fiebre amarilla”. Crescencio Carrillo y Ancona responde a esta solicitud con una carta enviada el 6 de abril de 1892, pero además de agradecer la mención a su “Estudio filológico sobre el nombre de América y el de Yucatán” hace gala de sus conocimientos sobre la his- toriografía mexicana y la cultura maya, brindando datos de enorme valía respecto a algunos casos de fiebre amarilla en Yucatán durante la época prehispánica y la colonial en México. Esta información confirma la hipótesis defendida por Finlay: de que dicha enfermedad es endémica del continente. Las cartas restantes pue- den consultarse en las compilaciones de Rodríguez Expósito (1965) y de Mario Humberto Ruz (2012).
En este trabajo reproduciremos la carta del 6 de abril de 1892 y la res- puesta de Carlos Finlay, las cuales fueron publicadas, a posteriori, por Crescencio Carrillo y Ancona en una imprenta de la ciudad de Mérida, Yucatán en el año de 1892. Estos documentos constituyen un material relevante para el público profa- no y para los estudiosos en el tema de la cultura maya o las ciencias de la salud, ya sean estos médicos, biólogos, entomólogos, antropólogos e historiadores. En su versión original, las cartas pueden ser consultadas en la Biblioteca Digital de Louisiana (LDL) y en formato físico en las Obras completas de Carlos J. Finlay, Tomo VI, editado por la Academia de Ciencias de Cuba (1965).
Eruditos de su tiempo
Ambos personajes constituyeron figuran relevantes de su época. Uno llegó a ser obispo de Yucatán: Crescencio Carrillo y Ancona, quien destacó en el campo de la teología, literatura, historia y arqueología. El otro, científico: Carlos J. Finlay, importante médico y el primer investigador en señalar que el mosquito era el vector mediante el cual se transmitía la fiebre amarilla.
Como señala Mario Ruz, existe una abundante bibliografía sobre la obra de Crescencio Carrillo y Ancona, siendo “una figura señera de la historia e his- toriografía yucateca que no requiere presentación” (Ruz, 2012:7). Pese a ello, no estará de más brindar algunos datos sobre su vida y obra académica. Crescencio
Carrillo y Ancona nació en Izamal (Yucatán) en abril de 1837 y se desempeñó como obispo de Yucatán desde 1887 hasta el año de su muerte en 1897. Fundó la Univer- sidad Católica de Mérida y fue miembro de la Sociedad Mexicana de Geografía y estadísticas, de la “American Ethnology Society” y de la “American Philosophi- cal” de Filadelfia, así como también de otras corporaciones científicas nacionales y extranjeras. Fue un connotado mayista y se le reconoce como continuador de la obra establecida por el Obispo Diego de Landa y R. P. Fr. Diego López Cogolludo. Entre sus obras destacadas vale mencionar: “Historia antigua de Yucatán” (1881), “La isla de Arenas” (1886), “Estudio filológico sobre el nombre de América y el de Yucatán” (1890), “El Obispado de Yucatán. Historia de su fundación y de sus obispos, desde el siglo XVI hasta el XIX, seguida de las Constituciones sinodales de la Diócesis y otros documentos relativos, 2 v. (1895), entre otras obras.
Por su parte, Carlos Juan Finlay nació en Camagüey en 1833 y murió en La Habana en 1915. Su padre, Eduardo, era de origen escocés y su madre, Isabel de Barrés, francesa. Carlos Finlay fue un científico abnegado, víctima de las circunstancias y de su tiempo. Nació en la época colonial cuando la Capitanía General de Cuba pertenecía al Imperio Español (hasta 1895); creció en medio del conflicto que culminó con la invasión y ocupación de la isla por los Estados Unidos (1898) y murió en el seno de la nueva República de Cuba (1902). A su vez, realizó sus primeros estudios en la isla de Cuba, la preparatoria en Francia y los superiores en Estados Unidos. En 1855 se tituló de doctor en medicina en la Jefferson Medical College en Filadelfia. Tras recibirse de doctor en 1855 regresó a su país, pero sufrió el rechazo de los académicos cubanos. Pese a ello, buscó trabajar en Cuba; sin embargo, le fue negado este permiso, pues tuvo dificultades para revalidar su título en la Universidad de La Habana. En la primera instancia que lo hizo, y tras un ataque de corea que le impidió hablar, el tribunal descartó su solicitud (Rodríguez Espósito, 1965: 28-29).
Por entonces, el tribunal de médicos cubanos era muy exigente con quie- nes pretendían revalidar títulos de procedencia extranjera, en particular de los Es- tados Unidos, país que consideraban poco riguroso en los estudios y disciplinas médicas, comparados con los estrictos programas establecidos en la Península y sus colonias (Rodríguez Espósito, 1965: 27).
En 1857 logró revalidar su título profesional con especialidad en oftalmo- logía, desde entonces, se dedicó a trabajar y a investigar. En 1867 una grave epi- demia de cólera afectó a Cuba y muchos enfermos fueron atendidos por Carlos Finlay, quien tras estudiar unos casos supuso que el agua estancada de la Zanja Real era la causa de dicho padecimiento (Neghme, 1962: 7). El método aplicado de la observación sistemática de los padecimientos fue el inicio de su ejercicio profesional que lo impulsó a realizar nuevos experimentos. En base con lo antes dicho, Finlay recomendó a las autoridades aplicar medidas sanitarias entre la
población, las cuales fueron efectivas para detener la epidemia. Gracias a estos casos de estudio, inició su prolífica labor científica. En 1863 presentó un estudio sobre “Bocio exoftálmico”; luego, otro sobre un caso de “Hernia inguinoescrotal oblicua” y en 1865 expuso ante la Academia de Ciencias una memoria titulada “Etiología de la fiebre amarilla”. Más tarde, en 1872, escribió un nuevo trabajo ti- tulado “Alcalinidad atmosférica observada en La Habana”, en el que planteó una nueva hipótesis respecto a la fiebre amarilla: enunció que dicha enfermedad se transmitía por medio de la atmósfera. En 1879 se integró al grupo de la Comisión Médica Americana con el que aprendió nuevas técnicas de investigación cientí- fica sobre la fiebre amarilla y comenzó a desarrollar nuevas hipótesis respecto la enfermedad. En 1881 y 1882 realizó estudios sobre la filariasis en el hombre y los animales, emprendió estudios sobre la triquinosis, el Neri-beri y otras dolencias humanas (Rodríguez Expósito, 1965: 31-35). En febrero de 1881 asistió como representante de la colonia española a la Conferencia Sanitaria Internacional rea- lizada en Washington y presentó públicamente los resultados de sus estudios, investigaciones y experimentos respecto a la fiebre amarilla. Los resultados al- canzados indicaban que la enfermedad era transmitida por un agente externo: un vector; no obstante, nunca mencionó al mosquito, solamente insinuó la idea. La exposición de Finlay fue recibida con indiferencia, frialdad y escepticismo, hasta el grado de ser sujeto de escarnio (Gómez Dantés, 2015).
Mi opinión personal –dice Finlay– es que tres condiciones son, en efecto, necesarias para que la fiebre amarilla en un periodo determinado se propague: 1) la existencia previa de una caso de fiebre amarilla en un periodo determinado de la enfermedad; 2) la presencia de un sujeto apto para contraer la enfermedad; 3) la presencia de un agente cuya existencia sea completamente independiente de la enfermedad y del enfermo, pero necesaria para transmitir la enfermedad del individuo enfermo al hombre sano […] (Ro- dríguez Expósito, 1965: 36).
En aquella conferencia Carlos Finlay no alcanzó a decir con claridad que el mos- quito era el agente “intermediario” o transmisor, solo planteó sutilmente la idea. Los delegados presentes prestaron poca atención a esta afirmación, la conside- raron como una de las tantas hipótesis que se lanzaban por aquella época. Al regresar a La Habana, Carlos Finlay dijo: “No nombré el mosquito en aquella ocasión, reservándome hacerlo después que yo hubiese realizado un experimento total que tenía proyectado”.
En agosto de 1881, después de haber realizado las pruebas científicas perti- nentes, publicó el trabajo final titulado “El mosquito hipotéticamente considerado como agente de transmisión de la fiebre amarilla”. Esta investigación la presentó ante numerosos científicos cubanos en la Academia de Ciencias de La Habana. La recepción no fue la esperada, ya que durante su disertación “permanecieron en silencio en son de desaprobación y descreimiento”. Por entonces “la teoría finlaista no interesaba; no era siquiera discutida y mucho menos objeto de controversias con partidarios en pro y en contra” (Rodríguez Expósito, 1965: 39-42).
Sin embargo, a pesar del tibio recibimiento de los académicos cubanos, el descubrimiento de Carlos Finlay fue difundido en todo el mundo. En México (donde la fiebre amarilla había provocado miles de muertos, en especial en la región sur del país) la noticia cobró relevancia y fue reproducida por los diarios locales:
Dice el Scientific American, que el Sr. Dr. Carlos J. Finlay, de la Habana, sostiene que la fiebre amarilla puede trasmitirse de una persona á otra por medio de los mosquitos; que habiendo observado con un microscopio la trompa de un mosquito que acababa de picar a un paciente de fiebre amarilla, vió filamentos de naturaleza particular que cree que son indudablemente los gérmenes que trasmite al picar á otra persona sana: que se ha observado además, que cuando hay grandes epidemias, abundan los mosquitos que se reproducen en las mismas condiciones de temperatura de dicha fiebre (La Voz de México, 1884: 3).
Pese a todo, Carlos Finlay continuó sus investigaciones y en enero y febrero de 1884, en la Sociedad de Estudios Clínicos, presentó en dos sesiones el trabajo titula- do “Fiebre amarilla experimental comparada con la natural en sus formas benignas”. El mismo año en la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Ha- bana, en la sesión del 23 de noviembre de 1884, ofreció una conferencia que tituló “Apuntes sobre la historia primitiva de la fiebre amarilla”, la cual dio motivo al intercambio epistolar que años después mantuvo con Crescencio Carrillo y Ancona.
En aquella disertación (y en el trabajo publicado en 1884) Finlay sostie- ne que la fiebre amarilla puede haber existido en el continente americano desde tiempos remotos, aún antes de la llegada de los españoles. Basándose en la in- formación hallada en las crónicas de numerosos historiadores (Bernal Día del Castillo, Fray Bartolomé de las Casas, los diarios de Colón, entre otros) Finlay hace un recuento histórico de las incursiones de los primeros españoles que lle- garon con Colón en sus viajes y de las siguientes expediciones emprendidas por el Comendador de Lares (1502), Alonso de Hojeda y Diego Nicuesa (1509) y Vasco Nuñez de Balboa (1513) en las que las enfermedades diezmaron a los soldados. Por aquellos tiempos se creía que la enfermedad era provocada por la falta o por el tipo de alimento obtenido y que allí residía la causa de dichos ma- les. Los síntomas que presentaban los soldados enfermos (fiebres altas, vómitos, dolores corporales y muerte) indujo a suponer que se trataba de alguna afección provocada por los mosquitos, sea paludismo o fiebre amarilla. Las sospechas se incrementaron al confirmar que solo los españoles sufrían dichos males, pero no los nativos, quienes probablemente estaban aclimatados (inmunizados) a esas enfermedades. Llegando de este modo a la conclusión de que “la fiebre amarilla es indígena de la América” (Rodríguez Expósito, 1965: 351).
Durante 21 años el descubrimiento de Finlay acerca de “que el mosqui- to era el agente transmisor de la fiebre amarilla” “durmió sobre la mesa de la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de Cuba” sin que a colega
alguno le interesase examinarlo con detenimiento (Coronado, 1902: 3). En 1902 tras el fracaso de los científicos de Estados Unidos para erradicar la fiebre amari- lla de Santiago de Cuba, a iniciativa de Finlay, se creó “La Comisión Cubana de la Fiebre Amarilla” que, siguiendo las indicaciones de Finlay de atacar a los mos- quitos y aislar a los enfermos, en solo siete meses hizo desaparecer de Cuba esta enfermedad (1901) (Gómez Dantés, 2015: 469). Tras estas acciones su nombre recobró importancia entre el círculo de científicos locales e internacionales. El reconocimiento póstumo de su obra ha motivado a considerarlo como un bene- factor de la humanidad al ser llamado por algunos “el Pasteur cubano” e incluso a extrañarse de por qué no se le otorgó en su tiempo el Premio Nobel de medicina (Coronado, 1902; Llanos, 2004; Restrepo y Vélez, 2014).
Comentarios finales
Es importante señalar que el trabajo que obsequió Carlos Finlay al obispo Cres- cencio Carrillo y Ancona había sido presentado en una conferencia dictada en la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana en la sesión del 23 de noviembre de 1884 en la que exponía su tesis sobre el posible camino que dicha enfermedad había seguido en nuestro continente, desde el inicio de la conquista hasta mediados del siglo XVIII. El argumento que defendía Carlos Finlay fue el siguiente:
Antes del descubrimiento de la América por los españoles la fiebre amarilla era endémica en las costas del mar del Norte de la Nueva España (Veracruz en particular) y en Tierra-fir- me (Daríen, Nombre de Dios); perpetuándose, sin duda, en esos lugares en virtud de las comunicaciones con las tierras altas y frías, de donde vendría gente apta para reproducir, en toda su fuerza, el primitivo agente morbígeno (Rodríguez Expósito, 1965: 364).
Es decir, que según el punto de vista de Finlay, la fiebre amarilla o “pestilencia” (como históricamente se la conoce) que tantas muertes había ocasionado entre “los individuos en aptitud” (los españoles”), e incluso entre los nativos, no prove- nía de otros continentes, ni de África, ni de Europa, sino que era propia de Améri- ca. Y que la misma había estado presente antes de la llegada de los españoles, que había sido difundida del continente a las islas del Caribe por los propios indígenas que incursionaban en “tierra firme” para proveerse de la “hierba ponzoñosa” que utilizaban para untar la punta de sus flechas con una sustancia que contenía esta hierba que, al entrar en contacto, provocaba la muerte de sus enemigos. Una vez contagiados de la pestilencia estos indios la transmitirían en sus lugares de ori- gen, provocando terribles epidemias que desbastaban sus pueblos. Después de la conquista y del sometimiento por medio de la fuerza de la mayoría de los pueblos de la zona, los difusores de la enfermedad fueron los propios españoles. A través de ellos la fiebre amarilla comenzó a circular por toda la región del Caribe y gran parte del continente americano y a tantos lugares como los españoles pudieron llegar. Frente a este panorama de contagio, la isla de Cuba había quedado libre
de dichos focos infecciosos debido –según la opinión de Finlay “a la benignidad de su clima” –. Pero, en 1649 la “pestilencia” fue introducida en la isla y, en los años venideros, provocó epidemias que llegaron a mermar la tercera parte de sus habitantes (Rodríguez Expósito, 1965: 364).
En el presente artículo histórico transcribimos las cartas intercambiadas en un nuevo formato digital. Intencionalmente, decidimos conservar la grafía, signos gráficos, giros lingüísticos y las alocuciones presentes en el texto original, evitando corregir y modificar el estilo de la época. Obramos así suponiendo que ello no afectará la lectura ni la comprensión del texto, aún cuando hayan transcu- rrido 128 años desde su redacción original. ֍
Referencias:
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GÓMEZ DANTÉS (2015). “Dr. Carlos J. Finlay (1833-1915): a 100 años de su muerte”. En: Salud pública México. Vol. 57, Núm. 5. Cuernavaca sep./ oct. 2015. Recuperado de http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=s- ci_arttext&pid=S0036-36342015000500018
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