Artículos Académicos

Clifford Geertz, a escena: Un trickster de la filosofía para la antropología

Clifford Geertz, on stage: A trickster of philosophy for anthropology

Héctor Adrián Reyes García
Escuela Nacional de Antropología e Historia, México

Clifford Geertz, a escena: Un trickster de la filosofía para la antropología

Antrópica revista de ciencias sociales y humanidades, vol. 6, núm. 12, pp. 195-204, 2020

Universidad Autónoma de Yucatán

Recepción: 07 Agosto 2019

Aprobación: 28 Mayo 2020

Resumen: Clifford Geertz deambuló por la filosofía, enriqueció el intelecto con la literatura y enar- deció las bases de una “nueva antropología”. En el intento dramatizó su escritura y se encaminó a otras formas de hacer etnografía. En sus propuestas vivenciamos expresio- nes, acciones e intencionalidades creativas. Las siguientes notas se inspiran en “Géneros confusos: la refiguración del pensamiento social”, un artículo de la década de los 80. Geertz asegura que los científicos sociales han cambiado su rumbo, presentan una vida social dramatizada con actores, escenas y representaciones. Suena interesante pensar a Geertz como el protagonista de una obra de teatro, como un actor que simula su propia imagen. Se hace un recuento de su vida intelectual, se dice que es un trickster (un creador lúdico, un protagonista de la acción) que deambula entre la antropología y la filosofía para significar un modo de vida en el que se juega con el público y el autor de un guion que en cada acto se va representando. Se busca enaltecer una dramatización literaria que subsiste en las interpretaciones geertzianas.

Palabras clave: Clifford Geertz, trickster, drama social, antropología, filosofía.

Abstract: AbstractClifford Geertz wandered through philosophy, enriched the intellect with literature and inflamed the foundations of a “new anthropology.” In the attempt dramatized his writing, he directed to other ways of doing ethnography. In his proposals we experience expres- sions, actions and creative intentions. The following notes are inspired by “Confusing genres: the refiguration of social thought”, an article from the 80’s. Geertz says that social scientists have changed their course, have a dramatized social life with actors, scenes and performances. It sounds interesting to think of Geertz as the protagonist of a play, as an actor who simulates his own image. He recounts his intellectual life, he is said to be a trickster (a playful creator, a protagonist of the action) that wanders between anthropology and philosophy, to mean a way of life in which he plays with the public and the author of a script that in each act is represented. It seeks to exalt a literary dra- matization that subsists in geertzian interpretations.

Keywords: Clifford Geertz, trickster, social drama, anthropology, philosophy.

Clifford Geertz, a escena:Un trickster de la filosofía para la antropología

Un texto preliminar se presentó en el Coloquio “Reinterpretando a Clifford Geertz”, evento organizado por los integrantes del Seminario Descripción Densa y Nueva Hermenéutica, en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), el 7 de diciembre de 2018.Escribo un par de líneas, después de un rato las leo y la eficacia de mi escritura no es la que espero. Pienso en un par de ideas, intento insertarlas en la redacción y no descanso hasta lograr redactar las expresiones que deseo. Juego con mis ideas, mi escritura, mis pensamientos; escenifico lo que quiero decir, sin pensar en la interpretación que le pueda dar quien esté atento a esto. ¿Cuántas veces hemos leído sobre la riña de gallos en Bali y hemos llegado a la escena de 1958, en la que la euforia de los balineses los llevó a gritar?:– ¡Pulisi!, ¡Pulisi! Aterrados salen del sitio que albergaba la pelea de ga- llos, todos corren, Clifford Geertz y su esposa hacen lo mismo hasta que logran entrar por la misma cavidad en la que se ocultó uno de ellos, el resto de la historia la conocemos: llegan a la casa de ese hombre, simulan tomar una taza de té para aparentar ante un grupo de policías el desconocimiento de lo acontecido.Según recuerdo, este es el relato con el que Geertz inicia el capítulo final de La interpretación de las culturas. Si el lector recurre al texto descubrirá que mi narración concretiza el detalle porque enuncié lo que, desde mi punto de vista es relevante. Lo mismo haría el lector. Según su intención imaginaría escenas y personajes distantes. De este modo, tanto el autor como el lector harían interpre- taciones soportadas por otras interpretaciones, una de tantas que podemos hacer cada vez que leemos ese o cualquier texto.¿Qué es lo que hace que un texto trascienda fronteras, qué sea leído, ima- ginado y difundido? La perspicacia del diálogo entre el autor y el lector, la mane- ra de relatar lo acontecido o en otras palabras, la carga de ficción que resguarda un manuscrito, la habilidad para transportarnos a las identidades de lo escrito. Se hace una labor artesanal en la que se selecciona información, se construyen datos–incluso se ajustan a lo necesitado– para delimitar instrumentos que interpreten el discurso de lo humano. En este sentido, el discurso y la interpretación –parecen ser– la tarea fundamental de la antropología. ¿Por qué Clifford Geertz se empeña en hacer de esto una realidad? Quizá la respuesta la encontremos en su pasado, por lo que suena interesante apoderarse de una buena dosis de imaginación para mirar a Geertz en escena, como el protagonista que deambula con sus antagóni- cos para recrear una ilusa dramatización.¡Aclaro! El lector encontrará un símil con el teatro brechtiano. Soy neófito en el tema, no hay que esperar “formalidades”. Lo que sigue semeja una narrativa teatral creada con la imaginación del autor y el manejo de fuentes bibliográficashemerográficas. Se presenta a Clifford Geertz como el protagonista de un mo- nólogo, que al interactuar con el público hilvana la influencia intelectual de sus antecesores con los constructos teóricos que desarrolló a lo largo de su vida. Se oferta al lector un estilo de escritura performativa, dividida en actos –para ser exacto cuatro–, cada uno sintetiza los modos de vida que en la práctica experi- mentó Clifford Geertz.1

Primer acto. Descubriendo lo extraño

Conociendo el tema, delimitemos el guion, juguemos a dibujar la puesta en es- cena, siempre y cuando tomemos en serio las acciones que los personajes trans- forman para ponerlas en representación (Gadamer, 2003: 143-154). Los nodos se encuentran listos, el público ansioso atiende la apertura del telón, el escenario simula una planicie accidentada, al centro un hombre experimentado que se pre- senta como norteamericano, nativo de San Francisco California, dice llamarse Clifford James Geertz.

El vestuario se ajusta a su corporalidad –propio para la ocasión–, el sujeto se presenta como antropólogo, pero sin ningún titubeo asegura que en el correr de sus venas coagula el gusto por la literatura y la filosofía. Con la cabeza inclinada intercambia miradas con los espectadores. Cabellera cana hilada a una prolonga- da barba, la que a pesar de los cuidados no logra disimular un rostro ajado, longe- vo, propio para las encrucijadas que empieza a recordar. Camina sin alejarse del centro, va de aquí a allá; parece que teje líneas, una sobre otra; en ellas se enreda, pero siempre llega al punto cero porque es la red que el mismo significó.

Por el momento es el único personaje, pero en la búsqueda del recuerdo aparecen unos cuantos. Geertz inicia una especie de monólogo asegurando que su actuación busca demostrar que “todo depende del momento exacto” (Geertz, 2002: 22). Nos dice que salió bien librado de la Segunda Guerra Mundial como integrante de la Marina estadounidense tenía que arribar a los rezagos que la guerra dejaba en el viejo mundo. La bomba atómica hizo que no fuera necesaria la ayuda de su grupo. A los 20 años tuvo contacto con la educación superior. Un profesor le aseguró que podría ser escritor, Geertz se preguntaba: ¿Qué tipo de empresa ofertará una vacante para un escritor? Buscando respuestas se refugió en el periodismo, después, siempre dejando de lado la respuesta a aquélla pregunta, se relegó en la formalidad de la filosofía. El tiempo siguió su curso, Geertz en escena se pone pensativo, quizá se dio cuenta de que esa pregunta siempre lo siguió y que hasta hoy en día a muchos nos ha seguido. Inmediatamente extiende los brazos, recita con fuerza:

1 Agradezco al equipo editorial de la revista Antrópica por sus sugerentes comentarios y reco- mendaciones. En especial, por las propuestas asociadas a Bertolt Brecht y la dramaturgia de la vida cotidiana de Irving Goffman.

George Geiger fue mi profesor de filosofía y a quien le debo haber escu- chado una “cosa” llamada antropología, él me decía: “no estudies filosofía; ha caído en manos de tomistas y técnicos. Dedícate a la antropología” (2002: 26).– ¿Antropología? Me pregunté, jamás había estudiado algo relacionado con esa disciplina, pero aquella inesperada recomendación de Geiger me hizo caminar por la “vida en vivo” o por un campo mucho “más empírico”.

Segundo acto. Emparentando fronteras

Geertz sigue sitiando el escenario para decir a sus espectadores que a raíz de la recomendación llegó a Harvard, al Departamento de Relaciones Sociales, en donde la antropología se encontraba unida con la psicología y sociología (una especie de prototipo multidisciplinar). Geertz marcaba las disyuntivas entre fi- losofía y antropología, así como sus parentelas entre tiempos y sujetos conexos. Buscando recordar la algarabía de la gente, quizá el contacto corporal que tenía con los marruecos cada vez que hacía trabajo de campo, Geertz se animó a bajar del templete para mirar de frente a su audiencia y asegurar que sobre este tema ha hablado en extenso: – En 1991 concedí una entrevista a Gary A. Olson, pla- tiqué de toda mi carrera profesional, según recuerdo Olson la llamó “Clifford Geertz: sobre etnografía y construcción social” (Ferrara, 2006); otros detalles los presenté en unos manuscritos que publiqué en el año 2000, una especie de libro biográfico, un tanto informal, que titulé Reflexiones antropológicas sobre temas filosóficos.Mientras enunciaba los datos vuelve a subir al templete. Decidido, se colocó al lado derecho del sitio; una vez más mira a su público y se dispone a hablar de lo que para él es el decir y el hacer de la filosofía: – El trabajo del filó- sofo consiste en “examinar el alcance y la estructura de la experiencia humana y su sentido” (Geertz, 2002: 13), es interesante que en la filosofía hay interés en la “variedad del mundo”, pero desde un modo conceptual y en un mundo en donde uno no encuentra rumbo, en un transitar desconcertado que encamina a muchas direcciones aunque en ninguna se encuentra el fin, “la ambición de conectar todo con todo” (Geertz, 2002: 11) no concluye con el análisis conceptual. En ese mo- mento Geertz pasa al lado opuesto del escenario, es insistente: – No basta con conocer lo más profundo de las cosas, para mí falta algo más: lo empírico, pre- senciar el vivir del mundo. Y eso lo encontré en las esferas de la antropología, cuyo oficio consiste en “desentrañar las singularidades de los modos de vida de otros pueblos” (Geertz, 2002: 13) o, de manera más concisa, su vocación deriva del acceso al discurso de las diversidades y sus mundos.El empalme de estas áreas del saber me vitaliza con el correr de los años. Desde el momento en el que llegué a Harvard me sumé a equipos de trabajo que me pusieron en contacto con aquella empírea, fui de Java a Marruecos y de ahí

a Bali y así regresé una y otra vez. Pero mi formación en literatura y filosofía me hizo ver que había ambigüedad en una categoría, en la que abría la “vía de acceso a los misterios del campo” (Geertz, 2002: 32): la noción de cultura. Tuve “la suerte”, es notario el guiño que Geertz le hace a su público, en este momento; de leer y sugerir modificaciones a un catálogo de 171 definiciones de cultura que elaboraron Clyde Kluckhohn y Alfred Kroeber. A pesar de que mis comentarios no sirvieron de mucho, aquella revisión me dejó la necesidad de delimitar el concepto cultura, darle una aplicación, un sentido y un uso específico. Me resultó difícil. Sin embargo, el día de hoy les puede decir: ¡Escuchen! A grandes rasgos, la cultura se refiere a un sistema de símbolos desde los cuales los seres humanos damos significado a nuestra experiencia. Idea que logré al conectar las propues- tas de Giambattista Vico, Max Weber y Talcott Parsons, de quien no me emocio- naron sus propuestas, pero fue a quien debo mi conocimiento sobre el Verstehen o el punto de vista del otro de Max Weber (Geertz, 2006: 214-215). De hecho, les tengo que confesar que mi visión sobre el quehacer etnográfico empezó a cam- biar en mi estancia en la Universidad de Chicago, pues, al seguir coqueteando con la filosofía revisé a Johann Gottfried Herder y Wilhelm Dilthey, sujetos con los que emparento mis ideas sobre la captación del sentido o el significado de las acciones sociales desde un contexto sociocultural (Lindholm, 2007: 254).

Como pueden esperar, fui influido por las formas de vida, por deambular el terreno o por sumarme a las cadenas de la interpretación de la interpretación… abandoné la filosofía. ¡Aclaro!, gritó Geertz, la abandoné profesionalmente, aun- que mi oficio filosófico siempre ha estado presente. Me explico: si estoy en esta puesta en escena, contándoles parte de lo que he sido, siendo un personaje que representa lo que ustedes quieren escuchar, les propongo que tomemos en serio el juego, que me den licencia para abandonar por unos segundos a este Clifford Geertz y ponerme una especie de máscara que haga honor a este teatro y muestre a un Geertz de “géneros confusos” con careta y vestuario llamativo, propios de un trickster, un prototipo protagónico, en el verdadero sentido antropológico de la palabra. Sí, estoy dispuesto a actuar como el trickster de la filosofía para la antropología. – Es curioso, utilizo una categoría con la que trabajó el antropó- logo que puso “el mundo en un texto”, aquel que en uno de sus libros enunció un “punto de vista literario”, por cierto “el más hermoso de sus textos”: Tristes Trópicos, el autor: Claude Lévi-Strauss. A quien dediqué una buena parte en El antropólogo como autor (1989). Lo saben, nunca fui seducido por el estructura- lismo, pero sería un descuido no tener presente que al hablar de los mitos, Lévi- Strauss saca a flote la figura del trickster.

Tercer acto. El trickster

Sin perder el punto de vista del espectador, Geertz decía, desde el primer segundo que llegué a este estrado: – He intentado romper la cuarta pared, incluirlos en mis ideas y relatos; atender sus reacciones, sus gestos, murmullos y comentarios, he ajustado lo que digo en función de mis necesidades. He transformado el discurso como lo he hecho en mis estudios sociales, trato de explotar nuevas figuras que he guardado en mi caja de herramientas filosófico-literarias. Por lo que sumado a mis colegas, los de la última fase del siglo XX, les sigo “hablando de actores, es- cenas, tramas, representaciones y personajes” (Geertz, 1994: 44). Trato de pasar de un simple discurso a la “acción como discurso”, busco transmitir mi “fijación del [y de lo] significado” (Geertz, 1994: 44).Con esa fijación les pido que me vean como trickster. Sí, como un perso- naje que juega a ser bufón en un rito, un creador lúdico en el que gira cualquier acción. Mírenme como un actor que representa a un antropólogo desdoblado, ambiguo, mediador y creador de mundos. Un embaucador que quebranta sus propias reglas, que hace uso del habla, de la ilusión y el engaño. Soy un trickster porque a la antropología llegué como la figura que creaba y destruía mundos, buscaba interpretaciones nuevas que no hallaba en filosofía. Me he movido en la frontera de lo amorfo y de las formas, quizá porque nunca he podido contener aquello que muchos llaman gustos y pasiones.Ejemplos les tengo muchos, les enuncio uno. En mi transitar por la filo- sofía corrían por mi cabeza variedad de ideas, pero no era capaz de expresarlas con claridad. Así, encontré la luz con uno de mis maestros, alguien que al cono- cer su historia de vida jamás me hubiera reconocido como su discípulo: Ludwig Wittgenstein. Sus propuestas, las de sus últimos años, traducían mis impulsos, enunciaban lo que yo no era capaz de decir. Dos años después de su muerte apa- reció Investigaciones filosóficas en 1953, me dediqué a leer y después interpreté.¡Me encantaron sus ataques al lenguaje individual o privado! Escúchenlo todos, Wittgenstein hablaba de un lenguaje que pasaba por la cabeza para ser expresado en público, lo miraba como un conjunto de prácticas que podían ser observadas. Mi lectura me llevó a otro dato, a las circunstancias sociales que presuponemos cuando buscamos comprender la particularidad del mundo; me enamoré de lo que llamó “juego del lenguaje” y “formas de vida”, creo que muy a la usanza de la filosofía, a partir de aquí, terminé siendo una especie de segundo, tercer o último Clifford Geertz.Wittgenstein era un filósofo que criticaba la filosofía, buscaba descubrir “cómo en medio del intercambio de palabras la gente […] traba una voz distinta y abigarrada” (Geertz, 2002: 15); tal propuesta solo se lograría, si dábamos una “¡vuelta al terreno áspero!”, si andábamos por el mundo detectando la fricción;

esto despertó mi consciencia, como buen trickster logré quebrantar mis reglas, me apoderé del terreno y empecé a ir de un lugar a otro, así aterricé al trabajo de campo, tratando de empalmar mis raíces filosóficas con los caminos itinerantes que al interactuar con la gente, me evidenciaba el decir y el hacer de la antropo- logía.

El tiempo sigue su curso, Geertz abusa del recuerdo para entretener al público, lo glorioso es que nunca pierde su personaje. El escenario queda por segundos en silencio –todo queda en pausa–; acto seguido, insiste: – ¡Les tengo el segundo ejemplo! Una propuesta que me define como el defensor de las ideas filosóficas que experimenté en la antropología. Suministrando una base empírica llegó a mis manos una noción de la filosofía: “juego profundo” de Jeremy Ben- tham. Para él, en el juego se arriesga tanto que es irracional dar todo por ello. Un comportamiento de este tipo es inmoral por lo que la sociedad debe prohibirlo. La enunciación me parece apasionante, por eso la desarrollé en mis investiga- ciones, en las traducciones de las riñas de gallos en Bali, pero alejándome de las cuestiones moralistas y económicas como a las que refería Bentham (Geertz, 2006: 355-363).

Este momento es perfecto, imaginen un par de gallos, Geertz se pone en cuclillas para representar la escena, uno del lado izquierdo otro del lado derecho, los dos se atacan, compiten en medio de gritos, chiflidos y alaridos provenientes de hombres que se enredan en un sistema de apuestas. Se pierden en una trama que dimensiona dos esferas: la nuclear y la secundaria. La primera está equilibra- da, la comandan los dueños de los gallos, mediados por una especie de árbitro; la segunda se da entre los asistentes, las apuestas son menores, por consiguiente hay mayores desigualdades. Espero detecten lo que represento: quienes rivalizan no son los gallos, son los hombres; los gallos solo son una especie de penes andan- tes que simbólicamente ponen en juego el prestigio social. He aquí los usos del “juego profundo”, las riñas no dañan físicamente a sus promotores y partícipes, el riesgo es simbólico, pues, lo que se exhibe es el desmoronamiento del estatus social. Otra vez, el drama de la filosofía me ha permitido incrustar en la antropo- logía un ejemplo de lucha por la igualdad y del nivel de estatus que en esa lucha adquieren los contendientes.Para sintetizar aquellas ilustraciones, basta decir que hice lo que en cada uno de estos actos he hecho: represento medios de expresión. Interpreto haciendo uso de la acción y la voz, una suerte de hechos con tintes dramáticos, metafóricos y contextuales. Busco no perder la focalización de la experiencia, enuncio lo que ocurre y las cosas y actos que surgen más allá de lo que mi vista detecta, expreso formas de creación, un símbolo con sus sonidos, conceptos y correspondencias, trato de ser el neófito de la poética aristotélica.

Al ser una especie de creador en cuya representación se apodera la figura del trickster, tengo que proveer de ideas y una vez más el refugio filosófico me lo refleja: la “descripción densa” o forma de acción que aprendí del filósofo Gilbert Ryle. A grandes rasgos, le puedo guiñar el ojo a alguno de ustedes, pero de acuer- do con nuestras acciones, a los contextos y las interpretaciones, los significados pueden ser distintos según sean nuestros actos. En este momento puedo bajar del escenario, expresar alguna acción y después preguntarles su interpretación. Haría un ejercicio analítico en el que desentrañe “estructuras de significación” (Geertz, 2006: 21-22). De Ryle transportó a la antropología la idea de que la etnografía consiste en realizar descripciones densas, hay que decirlo, una creación del antro- pólogo que elegantemente exhibe interpretaciones de las interpretaciones.Como toda forma de arte –regreso a las primeras escenas–, soy un tric- kster que hace interpretaciones de segundo, tercer o hasta de cuarto grado cada vez que intento leer, razonar y criticar propuestas de la filosofía para recordarles a mis lectores y escuchas de la antropología, que un científico social o un creador cultural debe enardecer “los márgenes e intersticios de los cuales se derivan las categorizaciones y los valores culturales” (Geist, 2003: 146). Por eso el individuo que les habla, se apropia del papel del trickster porque camina en las líneas de la filosofía para insertarlas en la antropología, encarna estéticas del descubrimiento de las diversidades de las culturas. Me halaga ser un trickster porque más que mediador, he buscado ser un signo que instiga e incita a uno o a muchos pensa- mientos.

Cuarto acto. Lo que a todos nos espera

Llego al final de mi actuación, me despojo de la voz, la creación y el disfraz. Solo imagino el cierre de mi destino. Estoy seguro de que en este encuentro de interpretaciones muchos de mis sucesores criticarán lo que digo. Me daré por bien servido si en un futuro me tachan de creador de conceptos sustanciosos, de obsesivo alegórico o carismático literario; si así soy recordado es porque mis propuestas generaron impacto y en estos juegos no cualquiera, modestia aparte, lo logra hacer. Con dosis de imaginación, hago uso de mis dotes de actor, me transporto al momento exacto en el que tú lector, revisas estas notas. Aunque intento abrir los ojos no puedo, solo logro percibir algunos sonidos; sé que hay alguien que habla, pero no entiendo lo que dice; intento moverme, pero parezco petrificado; solo por unos instantes escucho que fui operado y que en el acto, el artefacto que por 80 años me enardeció, no resistió.Sé que para muchos soy exagerado, pero a pesar de mi muerte, me veo re- presentado en mis escritos, en la figura de un antropólogo que se coloca en medio de otro público, todos participes de uno o muchos actos discursivos. Espero que escuchen lo que digo, en la voz de un intento de actor que juega a imaginarme

para relatarles lo que cree que digo. ¿Ingenuo? No lo sé, sólo es su interpretación porque tanto él como yo tenemos la convicción que “al etnógrafo, [etnólogo o antropólogo] no se le cree por la precisión y extensión de sus descripciones, sino por su solidez como autor” (Sánchez en Reyes, 2016). ֍

HTML generado a partir de XML-JATS por