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¿Estamos viviendo una nueva batalla cultural en la Argentina? Conceptos y algunas disquisiciones sobre una posible respuesta
Are we living a new cultural battle in Argentina? Concepts and some disquisitions on a possible answer.
Antigua Matanza, vol. 9, núm. 1, pp. 1-10, 2025
Universidad Nacional de La Matanza

Editorial


Recepción: 28 Abril 2025

Aprobación: 03 Junio 2025

DOI: https://doi.org/10.54789/am.v9i1.1

Escribimos estas reflexiones en un año en el cual nuestra nación registró un importantísimo suceso como nuevo hito del devenir histórico, la desaparición física de quien fuera el más importante argentino según su trascendencia mundial: el Papa Francisco. Falleció Jorge Mario Bergoglio, y con él concluyó una etapa de verdadero cambio y progreso en la Iglesia Católica que debió llenarnos de orgullo y asombro a todos los habitantes de este suelo, porque es muy difícil que un hecho similar, la presencia de un sumo pontífice latinoamericano en el sillón papal, vuelva a producirse. Pero los argentinos, en conjunto, no celebramos su estadía en Roma ejerciendo tan alta función, ni disfrutamos de su sabiduría en forma colectiva porque estábamos inmersos entre otros condicionantes, en una nueva batalla cultural.

Se denomina batalla cultural a un cierto proceso dentro de una guerra por la hegemonía cultural de una sociedad que incluye su legado a la posteridad. Se trata de un combate de ideas, que no es nuevo, pero hoy se da con gran virulencia alentado por la rápida y fácil comunicación a través de las redes sociales y con un evidente desprecio por todo tipo de recato en las expresiones que se comparten masivamente. Hecho que parece ser una característica epocal, por lo menos entre los argentinos nacidos en este milenio y avalado o ignorado por todos.

El concepto remite a debates y / o disputas en torno a valores, ideologías, identidades y símbolos que ostenta la sociedad en donde se produce y que atraviesa distintos aspectos, como la economía, la política y las formas de practicarla, el cuidado de la salud, la educación, el objeto de la ciencia, los medios de comunicación, el arte, la religión, etc. En fin, abarca todas las aristas de la convivencia en general. Su aparición y desarrollo refleja claramente un importante conflicto ideológico y pone en evidencia la polarización y las divisiones existentes dentro de la sociedad donde se libra. No es algo nuevo y cabe preguntarse si nos hallamos en nuestro país, actualmente, en medio de una de estas batallas. La respuesta no resulta fácil, aunque así se proclame desde ciertos sectores.

Para intentar esbozar respuestas, a nuestro juicio, se precisa en forma ineludible, hacer referencia a la idea de cultura histórica, para poder comenzar a entender en qué nos hallamos inmersos quienes compartimos el día a día de esta sociedad a lo largo y lo ancho de nuestro país.

Hablamos de cultura cuando nos referimos a ella como el conjunto de los símbolos, signos y manifestaciones varias y medios que permiten la comunicación entre los miembros de una sociedad. No debe olvidarse, sin embargo, al hablar de cultura que nosotros somos observadores y herederos también del pasado en común ya ocurrido, pero estamos situados en el presente. Y es por eso que nos pareció pertinente tomar de uno de los creadores de Annales, un párrafo que consideramos puede guiarnos en el menester de encontrar explicaciones. Dijo Marc Bloch (2002) “La incomprensión del presente nace fatalmente de la ignorancia del pasado. Pero no es, quizás, menos vano esforzarse por comprender el pasado si no se sabe nada del presente” (p. 32).

Si consideramos las ideas de Antonio Gramsci (2023), vemos que ubica a la cultura en el contexto de la lucha de clases, considerándola como un arma dentro de esta, donde se la utiliza para expresar, transmitir y, si se puede, imponer la ideología de un determinado grupo social.

A esto se puede, y a nuestro juicio, se debe, agregar la concepción de Michel Foucault (1985) que sostiene que la cultura es un proceso que se produce a través de la relación entre el poder y la sociedad. Recordemos que este autor cuando habla de poder lo sitúa dentro de una trama de carácter microscópico y que no considera solo el poder político, ni el institucional, ni el que pertenece a una clase privilegiada, sino que sostiene que se produce un conjunto de pequeños poderes y en diversas instituciones, con diferentes rangos de importancia. Aparecen, entonces, en esta concepción, imbricadas en la sociedad, múltiples relaciones de autoridad situadas en distintos estamentos y con diversas jerarquías, que se apoyan y se manifiestan, a veces, en formas imperceptibles.

Entonces cuando hacemos referencia a la cultura histórica. nos referimos en primer término a la cultura, que está compuesta por una serie de signos, símbolos y tradiciones, de los cuales muchos los hemos recibido como legado, pero que son visualizados desde el presente, e incluso algunos nos han sido impuestos por diferentes medios y usando distintos niveles de poder o desde distintas instituciones. Es lógico entender que muchas veces las diferentes manifestaciones de esta cultura entran en colisión y representan diversas visiones del mundo, algunas desde perspectivas clasistas.

Si a la idea de cultura agregamos la adjetivación histórica es porque deseamos observar la trayectoria cultural de esa sociedad a través del tiempo. Y esta se ve reflejada en los protagonistas que se recuerdan, las fechas, los hechos, los símbolos, los monumentos, etc. que se eligen para sostener esa recreación, que a su vez, está profundamente relacionada con los procesos identitarios propios de esa sociedad.

Retornando al tema central que nos ocupa, la batalla cultural se da cuando se trata de cambiar o desconocer algunos contenidos que se hallan inscriptos en esa cultura que nos identifica y con la que nos identificamos a su vez. A veces el inicio de esta tiene estrecha relación con el deseo de suplantar o reemplazar rasgos que se consideran identitarios, porque se pertenece a algún sector a quien no agrada o convienen los mismos, ya sea por una simple cuestión ideológica o por haber tenido algún tipo de participación o vínculo con algún pasado que no resulta heroico sino vergonzante. Para dar esa batalla se puede recurrir a variados instrumentos, hacer desaparecer sus símbolos[2], desaparecer fuentes que remitan a ellos y permitan ahondar su estudio o, por ejemplo, a trabajar con la memoria social o a la simple utilización de la historia, debidamente manipulada.

Sin ninguna pretensión de agotar el tema, podemos reconocer algunas batallas culturales libradas en nuestro país. A saber: federales versus unitarios, europeización versus identidad nacional representada en ese momento por las tradiciones indígena, gaucha y criolla, la cosmopolitización, que implicaba modernidad y progreso versus la vida rural asociada al gaucho y a las tradiciones heredadas de la colonia, el peronismo con su lucha de clases entre trabajadores y patrones y con la intervención del sindicalismo versus las élites tradicionales, conocidas como oligarquía, la proscripción versus la resistencia y la lucha armada, la dictadura militar y la represión cultural versus la voluntad de las mayorías populares, la post dictadura, sus defensores y sus secuelas versus los movimientos de identidad, los enfrentamientos en torno a los debates sobre el aborto, las cuestiones de género y el cuidado del medio ambiente, y en lo que podemos considerar la era digital, se produce el cuestionamiento sobre los medios de comunicación y las redes sociales, su dominio y utilización.

Debe aclararse que algunas de ellas no están zanjadas totalmente y a veces sus nudos temáticos vuelven a aparecer con mayor o menor virulencia.

En la hora actual de nuestro país se ha visto en forma reiterada, que se han realizado alusiones o menciones directas en discursos oficiales sobre determinados hechos o protagonistas en fechas patrias, que ofenden a un sector de nuestra ciudadanía que soportó en carne propia los horrores de la última dictadura cívico militar y que intentan confundir al resto de la población sobre aquello que se conmemora. Suele suceder que al mencionarse a la última dictadura o el desembarco en Malvinas se tergiversan hechos, se miente o se omiten conceptos sobre ellos, que asombran, cuando no entristecen o enojan. En cuanto a la dictadura se alude a que no se recuerda la “historia completa” de esos años porque no se citan a las víctimas de las organizaciones guerrilleras y esto se afirma a pesar de la existencia de una variada historiografía sobre esos hechos. En esa falaz argumentación se aleja a la fecha que se rememora de lo acaecido aquel 24 de marzo de 1976 donde lo central e importante es recordar que las Fuerzas Armadas desconocieron lo expresado en nuestra Ley fundamental (que dejó de regir), tomaron por la fuerza el poder político y disolvieron el Congreso Nacional, cuando solo faltaban meses para el recambio por medio de elecciones del gobierno constitucional en ejercicio. Los horrores de lo actuado por la dictadura a partir de esa fecha constituyen un abigarrado conjunto de atrocidades y son consecuencia de ese acto ilegal perpetrado aquel día 24. Debe destacarse, además, que anteriormente nunca se habían vivido hechos cargados de tanta deshumanización y saña como los que se dieron a partir de esa fecha y hasta 1982, a pesar de que todo el siglo XX se vio jaqueado por ese tipo de accionar protagonizado por parte de las Fuerzas Armadas[3]. Creemos preciso recordar que estas reciben de la Nación Argentina, armas para defender a sus habitantes de los peligros que pudieran aquejarlos, pero estas jamás deben usarse para reprimirlos o suprimirlos directamente como ocurrió, siguiéndose un plan que impuso, además, un orden económico que empobreció a nuestro país, beneficiando a muy pocos. La cifra de “desaparecidos”[4] en aquellos días sigue siendo un tema recurrente porque no se posee un listado que se pueda dar por definitivo. Existen tres cifras que circulan y estas son: la que obtuvo la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP)[5], que asciende a 8961 (Informe Nunca Más) y que debe considerarse una cifra abierta, la ofrecida a partir de una serie de documentos desclasificados por el Departamento de Defensa de los Estados Unidos en el 2006 y que dan a conocer que los propios militares argentinos estimaban unas 22 mil víctimas entre asesinatos y desapariciones efectuadas entre los años 1975 y mediados de 1978,y por último, la más utilizada por los Organismos de Derechos Humanos de 30.000 personas que surge, según explica Ludmila Da Silva Catela[6], “no es un dato estadístico, es una consigna y un lugar de memoria. Un número redondo que se constituyó para dar cuenta y significar el accionar clandestino y terrorista del Estado. Un número para referenciar el horror” (Equipo de Chequeado, 2025).

En relación con Malvinas, al rememorarse los 43 años del desembarco en las Islas para recuperarlas, el primer mandatario actual expresó que esperaba que algún día los “kelpers eligieran ser argentinos”, cuando por haber nacido en ese territorio argentino ya lo son. Además, invocó a la idea de “autodeterminación” de los pueblos lo que implicaría abandonar la política exterior que tradicionalmente ha desarrollado nuestro país sobre esta cuestión soberana. Ese accionar fue interpretado por la Confederación de Veteranos de Guerra de nuestro país como una traición a la patria y como tal denunciado ante la justicia. Para los miembros de este colectivo, ese proceder constituyó un acto de desprecio a quienes ofrendaron su vida en los 74 días de lucha en 1982 y una ofensa para los que descansan en ese suelo en el cementerio de Darwin.

Como vemos se dan luchas por la memoria y se pretende una nueva construcción histórica, instalando otras ideas sobre lo acaecido en torno a la última dictadura cívico militar, sus horrores y a la guerra a la que llevaron a nuestro país en aquellos aciagos días.

El periodista Fernando Borroni (2025) en una charla reciente realizada en el partido de Morón, el 11 de abril de este año, afirmó “Deshistoriar es desclasar”. Coincidimos con él, si se permite cambiar la historia y contarla de otra manera, si se desdibuja a sus protagonistas, o se reemplazan por otros, si se desaparecen testimonios del horror vivido, sabiendo que, en algunos casos, como los que hemos tratado en este editorial, hay demasiado dolor, demasiada tristeza, demasiadas pérdidas, para permitirnos el olvido, para desconocer de dónde venimos cada uno de nosotros, para enterrar nuestros sueños pero sobre todo porque si se falta a la verdad histórica o se la tergiversa y se ataca a nuestra identidad, nos quedamos con una sociedad construida sobre la mentira, donde no podemos reconocernos, ni encontrar nuestro lugar, ni valorar nuestras luchas reconociendo y reclamando el ejercicio de los derechos adquiridos y eso no es lo que muchos de nosotros deseamos para esta patria, que con sus soles y sus tinieblas, es la nuestra y por la que estamos dispuestos a dar todas las batallas necesarias para que continúe siéndolo. Para nosotros y nuestros descendientes.

Necesitamos se revitalice la idea de buscar como logro compartido y meta anhelada el “bien común”. Y recordamos aquí las palabras de Francisco. Dice en Laudato si´:

El bien común presupone el respeto a la persona humana en cuanto tal, con derechos básicos e inalienables ordenados a su desarrollo integral. También reclama el bienestar social y el desarrollo de los diversos grupos intermedios, aplicando el principio de la subsidiariedad. Entre ellos destaca especialmente la familia, como la célula básica de la sociedad. Finalmente, el bien común requiere la paz social, es decir, la estabilidad y seguridad de un cierto orden, que no se produce sin una atención particular a la justicia distributiva, cuya violación siempre genera violencia[7]. Toda la sociedad – y en ella, de manera especial el Estado– tiene la obligación de defender y promover el bien común. (Santo Padre Francisco, 2015, capítulo IV, sección 157)

Pensando y compartiendo plenamente las ideas del Santo Padre, creemos que aquí y ahora es indispensable asumir el compromiso de ir construyendo cada día, y desde nuestras posibilidades, ese país con el que soñamos, sustentado por la idea de “bien común” para todos y cada uno de los que habitamos este suelo. Sabemos y podemos hacerlo. Solo hay que decidirse, ponerse manos a la obra y asumir que, si vamos a participar de algún modo en la batalla cultural que algunos pregonan e impulsan, debemos tener bien claro qué defendemos, por qué lo hacemos y en nombre de quiénes.

Referencias

Bloch, M. (2002). Introducción a la Historia. Fondo de Cultura Económica.

Equipo de Chequeado. (2025, 8 de abril). La cifra de los desaparecidos durante la última dictadura militar: cuál es el origen de los datos disponibles. Chequeado.https://chequeado.com/el-explicador/la-cifra-de-los-desaparecidos-durante-la-ultima-dictadura-militar-cual-es-el-origen-de-los-datos-disponibles

Foucault, M. (1985). La verdad y las formas jurídicas. Gedisa.

Gramsci, A. (2023). Antología. Para la reforma moral e intelectual. Los libros de la Catarata.

Santo Padre Francisco. (2015, 24 de mayo). Carta Encíclica Laudato Si’ del Santo Padre Francisco sobre el cuidado de la casa común. La Santa Sede. https://www.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20150524_enciclica-laudato-si.html

Notas

2 En este año 2025 se cerraron la Secretaría de Derechos Humanos, el Centro Cultural Haroldo Conti, que funcionaba en la ex ESMA, y el Archivo de la Memoria y secuestraron una serie de documentos como por ejemplo, el Archivo de la CONADEP y despidieron a personal vinculados con estos organismos. La información es escasamente difundida o directamente no aparece en los medios masivos.
3 Durante el siglo XX hubo seis golpes militares en Argentina en las siguientes fechas: 06/09/1930 (Cae H. Irigoyen), 04/06/1943 (derrocan a R. A. Castillo), 16/09/1955 (derrocan a J. D. Perón), 28/03/1962 (cae Arturo Frondizi), 08/06/1966 (derrocan a A. H. Illia) y el 02/03/1976 (cae Isabel Martínez de Perón).
4 En una mañana de 1979 y tras una referencia hecha por el Papa Juan Pablo II, acerca de la violación de los derechos humanos en nuestro país, el periodista José Ignacio López, de la agencia Noticias Argentinas le preguntó a Videla sobre los desparecidos y este contestó: “Son una incógnita (…) pero mientras sea un desaparecido no puede tener ningún tratamiento especial, es una incógnita, es un desaparecido, no tienen entidad, no está ni vivo ni muerto, está desaparecido”.
5 CONADEP: Organismo creado por el presidente Raúl Alfonsín para investigar lo actuado por la dictadura y que publicó el informe “Nunca Más”.
6 Antropóloga e investigadora principal del CONICET en el Instituto de Antropología de la ciudad de Córdoba, Argentina.
7 El resaltado en negrita es nuestro.

Notas de autor

1 Es cientista social y ha cursado estudios de posgrado en el país y el exterior en Historia y Educación. Ha escrito más de treinta libros, algunos de ellos en coautoría. Se ha especializado en Educación Superior e Historia Regional. En este último campo su objeto de estudio fue el partido de La Matanza, recorriendo desde sus inicios hasta la actualidad. Fue consejera por el claustro docente en el departamento de Ciencias Económicas de la UNLaM, Titular de la Cátedra de Historia Económica y Social Contemporánea. Impulsó la creación de la Junta de Estudios Históricos de La Matanza, la carrera Licenciatura en Historia y el Espacio Malvinas UNLaM. Ha dirigido y formado investigadores en la disciplina histórica y actualmente sigue colaborando como Directora General de la Revista Antigua Matanza.

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Cómo citar este artículo: Agostino, H. N. (junio de 2025 – diciembre de 2025). ¿Estamos viviendo una nueva batalla cultural en la Argentina? Conceptos y algunas disquisiciones sobre una posible respuesta. Antigua Matanza. Revista de Historia Regional, 9(1), 1-10. https://doi.org/10.54789/am.v9i1.1

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redalyc-journal-id: 7239

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