Resumen: La Guerra Civil Española se presenta como un proceso histórico con una importantísima repercusión internacional en el siglo XX. En Argentina, a la relevancia política, social y cultural que significó aquel conflicto bélico, se sumaron las expectativas que tenían del mismo la comunidad de inmigrantes españoles y sus descendientes. Éstas se combinaron con las distintas opiniones políticas de los receptores que se encolumnaron en la defensa de algunos de los bandos en pugna. Hacia fines de la década de 1930 se vivió una febril actividad en pos de la guerra en España de la que la ciudad de Rosario, por ejemplo, fue un claro escenario. Desde encuentros políticos, sindicales, intelectuales y culturales, hasta la conformación de entidades ligadas a la solidaridad internacional, se llevaron a cabo una serie de prácticas y representaciones que disputaron el escenario público y construyeron un imaginario antifascista.
Palabras clave: Guerra Civil Española, Argentina, antifascismo, prácticas, representaciones.
Abstract: The Spanish Civil War is presented as a historical process with a very important international repercussion in the 20th century. In Argentina, in addition to the political, social and cultural relevance of that war, there were the expectations of the Spanish immigrant community and their descendants. These were combined with the different political opinions of the recipients who were aligned in the defense of some of the warring sides. Towards the end of the 1930s there was a feverish activity in pursuit of the war in Spain of which the city of Rosario, for example, was a clear scenario. From political, trade union, intellectual and cultural meetings, to the formation of entities linked to international solidarity, a series of practices and representations took place that disputed the public scene and built an anti-fascist imaginary.
Keywords: Spanish Civil War, Argentina, antifascism, practices, representations.
Artículos de Investigación
Prácticas y representaciones sobre la Guerra Civil Española en Rosario, Argentina
Practices and representations of the Spanish Civil War in Rosario, Argentina

Recepción: 29 Abril 2025
Aprobación: 17 Junio 2025
Durante la década de 1930, en el entonces Territorio Nacional del Chaco se produjeron una serie de transformaciones socioeconómicas que posicionaron a esta jurisdicción como una de las más prósperas de Argentina, lo cual ocurrió en un breve lapso temporal. Dichas transformaciones habían comenzado a manifestarse desde el decenio anterior como consecuencia de algunos factores coincidentes por ejemplo, la decidida acción del Estado impulsando obras de infraestructura y, también, políticas de poblamiento intensivo en un espacio que hasta el momento se hallaba sólo parcialmente colonizado y subexplotado.
Este artículo parte de un interrogante: ¿es posible pensar un imaginario antifascista en términos locales durante los años treinta? Para nosotros esta pregunta tiene una respuesta afirmativa, pero estamos convencidos que, en tanto disparador no deja de interpelar una época y apuntala la construcción de una problemática que aquí intentaremos explicar.
Para ello nos proponemos indagar un conjunto de prácticas y representaciones de diversos actores en torno al impacto que tuvo la Guerra Civil Española (1936 – 1939) en el escenario político, social y cultural de la ciudad de Rosario, Provincia de Santa Fe, y su región. La periodización se basa en los años en que transcurrió la contienda bélica en la península. Para ello, vamos a partir de una narrativa que nos permita ubicar al antifascismo como problema durante este contexto internacional y local, para luego abordar el impacto de la Guerra.
Consideramos que los imaginarios son esquemas socialmente construidos que permiten percibir, explicar e intervenir en lo que se considera como realidad, serían la estructura argumentativa de un edificio social a través de sus percepciones y significaciones (Randazzo, 2012, p. 80). De esta manera, decimos que los imaginarios son configuradores y estructuradores de lo real, pues, como afirma Carretero Pasín (2005), determinan y crean una percepción de lo que es aceptado como tal. En ese sentido, los mismos poseen una doble faceta que es contradictoria, ya que trabajan tanto en el mantenimiento como en el cuestionamiento del orden social. “Lo social no sólo se construye y legitima a través de ellos, sino que también es a través de ellos que se deslegitima y transforma la realidad social” (Randazzo, 2012, p. 89). De esta manera, los imaginarios nos plantean un escenario de disputa en relación a las representaciones de lo real.
Creemos necesario aclarar que, al trabajar sobre un conjunto de experiencias provenientes de diferentes actores sociales como los intelectuales, los artistas, las redes de solidaridad internacional, la dirigencia sindical y la militancia política, etc., nos vamos a permitir anclar este artículo en la perspectiva de una historia sociocultural para analizar los discursos y las formas de intervención de estos en el escenario público. Sostenemos que dichas prácticas nos permitirán pensar un contraste con las políticas de orden y de control que llevaron adelante los gobiernos conservadores en Santa Fe (Piazzesi, 2009) e investigar una serie de conflictos que se generaron en torno a las expresiones del antifascismo con otros sectores, tanto políticos como ideológicos, provenientes de las derechas locales.
Las dimensiones internacionales que cobró la Guerra Civil Española pusieron al descubierto una serie de tensiones políticas e ideológicas que se habían condensado durante el periodo de entreguerras. Para el amplio abanico del campo republicano español, la defensa de una arquitectura política como la República, cuasi imposible en la idiosincrasia de una España monárquica y católica (Casanova, 2013), se convertiría en un salto al vacío para su defensa por parte de personas de cualquier parte del mundo que se sintieran convocadas a luchar contra un fenómeno leído bajos los términos de un problema internacional. De este modo, podemos afirmar que la Guerra Civil en aquel país, prefiguró lo que iba a ser la estrategia de la Segunda Guerra Mundial, la singular alianza de los frentes nacionales donde participaban desde conservadores patriotas hasta revolucionarios sociales contra el enemigo fascista (Traverso, 2009).
Hablamos de salto al vacío porque de ella dependería el mundo venidero y sobre todo porque para muchos de sus contemporáneos, ya no era posible frenar al fascismo con las armas de la modernidad, tal como lo afirmaba Walter Benjamin. En esa sintonía, tanto la reacción del pueblo español, como la de los intelectuales, no dejaba de ser una táctica defensiva frente al avance de los gobiernos autoritarios (Hobsbawm, 2000).
En este sentido, proponemos pensar al antifascismo como la construcción de un fenómeno o movimiento social, político, ideológico y cultural que se expresó y trató de disputar con sus herramientas en campos diferentes (Pasolini, 2013). Aunque su movilización fue heterogénea y transitoria, consiguió unir a un extraordinario espectro de fuerzas. En tanto fenómeno político, el antifascismo planteaba la búsqueda de una tradición que se cimentara en los valores y aspiraciones construidos por la Ilustración, ahora amenazados. Entre ellos, el ideal de progreso fundamentado en la razón y en la ciencia, y el de civilización basado en la educación, los gobiernos populares y el rechazo por las desigualdades, entre otros (Hobsbawm, 2012, p. 180)
Traducido al castellano como “Historia del siglo XX”, el famoso libro de Eric Hobsbawm tiene como título original The age of extremes, “la era de los extremos”. No vamos a cuestionar aquí la validez de las grandes hipótesis del libro, sólo vamos a remarcar que, efectivamente, el siglo XX estuvo marcado por grandes conflictos y enfrentamientos, algunos de los cuales dividieron profundamente a la sociedad. Pero no en todos los casos lo hicieron de la misma manera y, en verdad, muchas de esas “brechas” tomaron características particulares en virtud de las condiciones y luchas políticas y sociales de su contexto específico. A medida que avanzaba la década de 1930 se hacía cada vez más patente que no se ponía en juego solo el equilibrio de poder entre naciones Estado:
había de interpretarse no tanto como un enfrentamiento entre estados, sino como una guerra civil ideológica internacional…Y en esa guerra civil el enfrentamiento fundamental no era el de del capitalismo con la revolución social comunista, sino el de diferentes familias ideológicas: por un lado los herederos de la Ilustración del siglo XVIII y de las grandes revoluciones; por el otro, sus oponentes” la fronteras no se daba entre capitalismo y comunismo, sino entre el progreso y la reacción. (Hobsbawm, 2012, p. 149)
Sumando a esta interpretación en torno al problema del antifascismo, Enzo Traverso (2009) entiende que los estudios historiográficos sobre este tema, han sufrido un desplazamiento en cuanto a la mirada con la que se abordaba la violencia política en dicho contexto. En su mayoría han sido explicaciones que pusieron el acento en las experiencias traumáticas de las víctimas, que, si bien contribuyeron a ubicar las connotaciones políticas de los fenómenos, las mismas abrevaban en una impugnación sobre la violencia en las que se homologaban sin distinción, la condena a todos los regímenes totalitarios. Para no igualar las interpretaciones que el ideal de totalitarismos nos empuja a ver con la misma lente, tanto al bolchevismo como el jacobinismo y ambos con la violencia nazi, Traverso sostiene que repensar la tradición del antifascismo implica ubicar la violencia política de la época sin una condena moral y ética. En este sentido, se nos aparece como un movimiento defensivo, plural, amplio y de un fuerte arraigo tanto social como intelectual. Así es que ha sido pensado como el lugar de la radicalidad y la politización de los intelectuales. Lugar en el que sin dudas el materialismo histórico jugó un papel trascendental, pero no único.
Los enfrentamientos que atraviesa Europa entre 1918 y 1923 no derivan ya del conflicto entre naciones, sino de una dialéctica que opone revolución y contrarrevolución, y en la cual los nacionalismos son absorbidos y redefinidos. Los métodos y las prácticas de la guerra de trincheras se transfieren a la sociedad civil, brutalizando el lenguaje…la ‘nacionalización’ de las masas toma rasgos de un movimiento chauvinista, populista, agresivo, antidemocrático, moderno y reaccionario. (Traverso, 2009, p. 59)
La Guerra en España constituyó una batalla más de esta larga guerra civil europea. Se inscribió en el contexto de tensiones que ya existían a escala continental. A lo que el franquismo le agregó una interpretación religiosa, basada en una profesión de fe en el patriotismo y en la hispanidad, ubicando a los republicanos como parte del mal, como parte del comunismo (Casanova, 2013; Moradiellos, 2016).
Particularmente es
una guerra entre modernidad y conservadurismo, en la cual se enfrentan los partidarios de la España tradicional, católica y agraria, contra los de la España moderna, encarnada por la República… una guerra nacional, que opone la tradición imperial castellana a las autonomías regionales… una guerra de clases, del proletariado urbano y del campesinado contra el capital y la gran propiedad… una guerra política entre fascismo y democracia… una guerra civil dentro de la guerra civil, ya que la revolución y la contrarrevolución se oponen dentro del campo republicano (Traverso, 2009, p. 61)
Dicho esto, no cabe duda de que el abordaje de la oposición fascismo/antifascismo fue un eje en el cual se reflejaron las disputas políticas en el marco del período de entreguerras, encontrando su mayor grado de contradicción en el desarrollo de la Guerra Civil Española (1936-1939) y de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). De esta manera, los años treinta del siglo XX se nos presentan, pues, como un escenario en disputa alrededor de este binomio. Al respecto, las políticas del antifascismo configurarían un esquema internacional de redes de socialización y acción directa en diversos aspectos. Pero estos no serían estáticos sino más bien, dinámicos, sufriendo constantemente las presiones de las realidades locales y las idas y vueltas de la política internacional, sumado a los posicionamientos políticos resultantes de los conflictos bélicos. Un ejemplo de ello fueron las políticas de los Partidos Comunistas que, de manera homogénea, estuvieron marcadas por el marco de alianzas construidas por la URSS. Aunque este no fue el único caso, de la misma manera, podemos pensar el lugar del liberalismo, en torno a las oscilaciones de las Repúblicas occidentales en el marco de la Guerra Civil Española. En definitiva, ante una consideración global del antifascismo, este marco variable de las alianzas, fue marcando la conformación de una agenda compleja y tensionada del antifascismo en cada país (Bisso, 2005).
En este trabajo, nos interesa remarcar que la era del antifascismo marcó la consagración del intelectual entendido como un actor comprometido que lograba ubicarse en el punto culmine de un proceso de politización que, en muchos casos, podía manifestarse en su radicalidad ideológica sosteniendo la defensa de la cultura en tanto aspiración militante. Dicha movilización antifascista estuvo marcada por varios hitos, pero sin dudas el congreso de Intelectuales en París en 1935 y en Valencia en 1937, fueron los más significativos. Sin embargo, las redes y los circuitos transnacionales de estos actores, operaron bajo un repertorio que ya se había construido en la década anterior. La Guerra Civil Española marcó una suerte de apogeo para este proceso, en el que la defensa a la república fue homologada con la defensa por la cultura y el cientificismo propio de la ilustración europea frente a la barbarie fascista. En ese contexto, podemos explicar de qué manera, numerosos escritores, artistas, periodistas e intelectuales, se enrolaron como voluntarios en las Brigadas Internacionales o formaron parte de la ayuda en sus retaguardias. Aunque la Guerra fuera también la causa para defender al fascismo, tomó una dimensión simbólica que fue decisiva y trazó una frontera que polarizó el campo intelectual.
La Guerra Civil Europea se manifiesta mediante la militarización de la política y produce una metamorfosis profunda en el mundo de la cultura: el pasaje del clérigo al combatiente. La noción de intelectual se enriquece con una significación desconocida en la época del caso Dreyfus, porque los atributos que definen su estatuto ya no son solamente la pluma y la voz, sino también, aunque más no sea simbólicamente, las armas. (Traverso, 2009, p. 62)
Los ecos de esta impronta también se hicieron sentir en una pluma de trinchera que caracterizó la atmósfera cultural de la época (Alle, 2019; Miranda, 2016). Aquella estética del combatiente es reflejo de la radicalidad de muchos poetas y escritores. Una politización de la violencia antifascista. En ese sentido, nuestro acento puesto en las dimensiones transnacionales de la Guerra Civil española, se debe tanto a que en la misma se condensó aquel proceso de politización antifascista de los intelectuales en el que se combinaba radicalidad con actitud defensiva, como un momento de unidad de diversas tradiciones políticas e ideológicas. Fue un conflicto político que enfrentó valores, ideologías y visiones de mundo, hasta concepciones sobre la cultura. Lo que explica el antifascismo, según Traverso (2009, p. 251), es la capacidad de imponerse como un ethos. Es indudable que el fenómeno antifascista no presenta un perfil único. Pero todas sus vertientes reivindican la herencia del iluminismo.
Fascismo y antifascismo se enfrentan movilizando cada uno sus propios valores, sus mitos fundadores, sus conmemoraciones, sus banderas, sus canciones, sus liturgias. Frente a la religión política fascista de la fuerza, de la guerra y de la raza, el antifascismo defiende la religión civil de la humanidad, de la democracia y del socialismo. (Traverso, 2009, p. 253)
En Latinoamérica, el antifascismo tuvo otras peculiaridades, principalmente porque no hubo gobiernos o regímenes de tales características. En ese sentido, las traducciones discursivas de los movimientos antifascistas y de las redes intelectuales transnacionales, se implementaron desde otro enfoque. La resistencia de estos actores se desarrolló a partir de lo que Bisso denomina una apelación al antifascismo en tanto discurso ideológico o “herramienta de operación política a través de la cual se intenta, por parte de los diferentes grupos que se ven identificados con ella, ubicar al enemigo circunstancial en una posición de “disparo” segura, al identificarlo con la desacreditada figura de fascista” (Bisso, 2001, p. 22).
El mismo se inscribe en un lenguaje que permite apelar a una tradición histórica y definir un enemigo en la actualidad, representado por el fenómeno fascista, al que se lo prefiguraba de manera negativa. Aquella plasticidad de tal concepto, hizo pensar a los Frentes Populares como una forma de hostigar a las dictaduras o regímenes fraudulentos nacionales, más que para resistir el avance real del fascismo (Bisso, 2001, p. 5).
Ahora bien, el proceso de internacionalización de una guerra que se constituyó en una contienda también en términos ideológicos, llevó a los intelectuales y a los dirigentes democráticos en Latinoamérica, a buscar en el antifascismo una concepción universal donde se conjugara el ideal republicano y la defensa de la democracia por encima de las identidades políticas y partidarias (Schneider, 1978, p. 60). Eso lo permitió el impacto de la Guerra Civil Española.
Los latinoamericanos vieron esta guerra “a través de un prisma con sus propios problemas internos, que desde numerosos aspectos se asemejaban a los problemas a los que se enfrentaba España en los años treinta” (Rein, 1995, p. 31) y, por tanto, la suerte de España parecía atada a la de ellos. De allí que los sucesos españoles hicieran mella entre la población local que sentía la situación española unida a la historia latinoamericana (Bisso, 2001; Oliveira et al., 2022).
Las tensiones ideológicas que formaron parte de este contexto tuvieron la peculiaridad de poner en diálogo el clima internacional con el dinamismo de los actores locales que pudieron desplegar sus voces en diferentes ámbitos. En ese sentido, uno de los puntos más ricos de los estudios historiográficos sobre las dimensiones internacionales de la Guerra Civil Española, es la presentación de los diversos espacios políticos y sociales que se sienten interpelados a movilizarse (De Cristóforis, 2021; Oliveira et al., 2022). Una guerra que pudo poner en juego una serie de valores y aspectos ideológicos que se disputaron en espacios menores. Por ello, es que la proliferación de nuevos trabajos historiográficos, microanalíticos, tienen la capacidad de descubrir circuitos intelectuales e imaginarios que las historias nacionales no registran.
El cambio del enfoque nos permite hallar una forma distinta de analizar experiencias organizativas y puntos de conexión entre el campo cultural con las culturas políticas de las izquierdas y el antifascismo.
La polarización ideológica y sus réplicas a lo largo de la Guerra Civil Española fueron una constante que se extienden más allá de 1939 y prosiguen en el marco de la Segunda Guerra Mundial (Casanova, 2014, 2020; Hobsbawm, 2000; Moradiellos, 2012; Traverso, 2009). En función de este artículo, pensamos el derrotero de las entidades pro-republicanas en consonancia con los hechos políticos nacionales. Por ello es que vamos a analizarlas en sus desempeños hasta 1943, en el marco de la clausura institucional que supone el golpe de Estado en Argentina.
Siguiendo a Silvia Montenegro (2002), el impacto de la Guerra en España en esta retaguardia significó la emergencia de actores que “fueron capaces de construir un movimiento de masas en la Argentina” (p. 5). Y más allá de que quienes apoyaron al bando nacional recogieron apoyos políticos y recibieron también ayuda material “no tuvieron éxito -y probablemente no se lo propusieron- en hacer de sus postulados valores universales y, a partir de ellos, organizar y movilizar en las calles a cientos de miles de militantes y simpatizantes” (Montenegro, 2002, p. 5).
Como afirman numerosos autores, el gobierno argentino adhirió al principio de no intervención durante todo el conflicto (Campione, 2018; Quijada, 1991). Sin embargo, amplios sectores de la sociedad tomaron partido por algunos de los bandos en pugna, aunque sin dudas el lado republicano, a pesar de su heterogeneidad social, ideológica y política, encontró en la solidaridad, en la defensa de la República, de la cultura y los principios democráticos, un conjunto de valores que expresaron un sentido y dieron cohesión discursiva para afirmar una identificación con esta causa. Como sostiene Andrés Bisso (2005), estos vínculos se sostuvieron a partir de una apelación antifascista como elemento transversal. Nuestra hipótesis, es que dicha cohesión se mantuvo no solamente por un principio de afirmación discursiva, sino que el mismo engendró una serie de prácticas que combinó espacios de encuentros, de confrontación política y ensayó novedosas formas de militancia en varios terrenos.
La evidencia en este aspecto es abrumadora, desde los niveles de participación en los actos públicos convocados por ambos sectores […] los condicionamientos que la extensión del sentimiento pro-republicano impuso a la política oficial del gobierno hacia el conflicto español. (Quijada, 1991, p. 17)
En Argentina, además de la centralidad que tuvo la embajada española como ámbito oficial, más de un millar de comités de solidaridad se pusieron en marcha a partir del comienzo mismo de la guerra. Según señalamos, fue un movimiento heterogéneo en el cual participaron diversos sectores sociales y políticos que le imprimieron matices y dinámicas propias.
Campañas de apoyo y de recolección de recursos, organización de comités de ayuda que se extendieron por casi todo el país, movilizaciones recurrentes en las ciudades, y una menos pública operación de envío de voluntarios fueron sostenidas por los partidarios de la República. Al comienzo de la guerra algunos rosarinos participaron como voluntarios en la conformación de las brigadas internacionales (Boragina et al., 2008).
En este marco de movilización ascendente, las izquierdas y los sectores liberales encontraron un espacio para desplegar una acción militante que las circunstancias de la política les negaba. De allí que lo que denominamos antifascismo no se define sólo desde una lógica cultural o intelectual, sino que a partir de los procesos políticos que se fueron dando en esa década, se convirtieron en un marco de acción cuyo anclaje social fue muy importante, aunque no logró traducirse en términos electorales porque la lógica política de los gobiernos autoritarios era vetar todo tipo de articulación frentista, además de la imposibilidad de un acuerdo unitario entre los diversos actores de la política: “El desafío consistía en justificar cada acto realizado como un aporte más en esa lucha que –en el nivel mundial– se planteaba contra el totalitarismo y a favor de la libertad y la democracia” (Bisso, 2005). Fue un frente social que se constituyó por lo bajo, en torno a la solidaridad internacional, en el que participaron –hemos dicho– diversos actores como sindicatos, centros sociales, partidos políticos, asociaciones regionales, intelectuales, bibliotecas y, junto a ello, un amplio abanico social (Campione, 2018).
La construcción local del antifascismo fue adquiriendo caracteres particulares a lo largo de los años treinta. Proponemos pensar este periodo, denominado década infame, no solamente como un período signado en el oscurantismo de gobiernos fraudulentos o como una etapa de transición en el régimen político. Por el contrario, decimos que esta fue una década que tuvo sus particularidades entre las que se destaca el diálogo entre los aspectos internacionales en las esferas locales (Fernández, 2007, 2017). De allí la importancia de estudiar las formas en que son traducidas las perplejidades de un mundo en vilo en espacios regionales a partir del análisis de prácticas, discursos y formas de organización institucional como las redes por fuera del Estado y de los partidos. Ubicando la centralidad del análisis en los nuevos modos de expresar y apelar a las ideas políticas. En dicho sentido, la renovada producción historiográfica sobre el tema nos ayuda como modelo teórico a seguir.
Los vínculos entre diversos espacios de sociabilidad asumidos como ámbitos de convocatoria y de encuentros en tornos a la Guerra Civil Española, nos permiten vislumbrar una trama construida a partir de diversas identidades que ensayaron un imaginario antifascista en el escenario público. Estas conexiones se sostuvieron en una serie de prácticas colectivas en las que se disputó un sentido, no solo relacionado a la guerra en sí misma sino en relación directa a otros actores locales y espacios de sociabilidad que dieron una disputa por esas representaciones.
A través de notas en la prensa, de actos y solicitas públicas, en la circulación de volantes y afiches, en conferencias públicas y abiertas, en espacios más recreativos o festivos como los picnics, en la puesta en circulación de libros y de folletos, a través de obras de arte o de proyecciones cinematográficas, en piezas de conjuntos artísticos musicales o teatrales, entre otros formatos culturales, el antifascismo fue cobrando un sentido y una voz de denuncia sobre distintas temáticas internacionales y locales.
Sus argumentos podían ser traducidos tanto desde una mirada que juzgaba algunas medidas de los gobiernos locales, como así también, una mirada intelectual sobre el problema en la que se instaba la defensa de todo un bagaje cultural y científico. Eran elementos que muchas de las agrupaciones del antifascismo veían en riesgo frente a un posible oscurantismo ‘medieval’.
El primer comunicado de AIAPE[1] en la revista Unidad de 1935, dejaba en claro cuáles eran los principios que se ponían en juego con el avance del fascismo en el mundo, asumiendo que la finalidad de estos agrupamientos, era generar una convocatoria para la acción de los intelectuales bajo dos elementos rectores de la ápoca, la unidad y el compromiso:
Proclamamos, ante todo, la necesidad de la unidad de acción de todos los intelectuales y su agrupación alrededor de una bandera, la de la defensa de la cultura frente al peligro máximo que amenaza al mundo: el fascismo. El fascismo no es sólo la expresión absoluta de la dictadura de una clase […] es, también, enemigo de la inteligencia. […] Un paréntesis medieval de retroceso se ha abierto. (Declaración de Principios, 1936, p. 1)
La defensa de la cultura requería la acción y el compromiso político de todos los intelectuales. Desde la segunda mitad de los años treinta, la situación en Europa era determinante para estos posicionamientos que se traducían en un nuevo tipo de activismo cultural que aquí ya hemos analizado. La Guerra Civil Española agudizó estos planteos y la diputa en términos ideológicos comenzaba a ser acompañada por las primeras experiencias de organización y de asociaciones que plantearon un compromiso intelectual a partir de una nueva sensibilidad social, el antifascismo (Pasolini, 2005) Nosotros nos preguntamos: ¿De qué manera se reflejaban aquellas tensiones en la esfera pública local?
Para 1938 la “situación española”, tal como era titulada por la prensa local, era un tema transversal para el campo de la cultura. Su impacto sacudió la comunidad de artistas e intelectuales que generacionalmente se vieron convocados a retratar el contexto. Luego de los bombardeos a Guernica por parte de la fuerza área Nazi, el pintor Antonio Berni realizó un cuadro al que tituló: Medianoche en el Mundo, de 1938. En el mismo se expresaba la melancolía de un mundo desgarrado por las consecuencias del nazi fascismo y la guerra. Pero, además, el aspecto que aquí queremos destacar es el escenario donde se representaba dicho desgarramiento.
La escena está graficada, como muchas de sus obras, en el barrio Refinería. (Figura 1). La misma trataba de unificar aquellas postales proletarias de los márgenes rosarinos con la catástrofe de la guerra. Medianoche se representa “en un escenario reconocible de la ciudad de Rosario: el paso bajo nivel próximo a la estación Rosario Norte conocido como Pasaje Escalada, por donde se accede al barrio Refinería” (Fantoni, 2014, p. 297). En el itinerario urbano de Berni aparecían recurrentemente la zona de puerto y la franja ferroviaria de la ciudad marginada. En su trabajo sobre Berni, Guillermo Fantoni (2014) recoge las interpretaciones de dicha obra y establece que la misma está basada en el modelo de La lamentación sobre el cuerpo de Cristo, de Giotto, en donde Berni se centró para dejar plasmada la escena posterior a la masacre.

Esta perspectiva sobre el arte se vinculaba a las experiencias de Berni en Europa durante la década del veinte y la influencia del surrealismo. Tras su arribo a Rosario, en 1931, incorporó el realismo como criterio para retratar la situación por la que atravesaban los sectores populares. En este sentido, el impacto de las vanguardias resultó determinante para la vinculación entre la cultura popular con las ideas de izquierda (Wechsler, 2006).
Una de las características de Berni fue el retrato de aquellos márgenes ocultos de la ciudad proletaria. La significación de barrios rosarinos como Pichincha, Talleres, Arroyito y Refinería en el imaginario de la ciudad obrera resultó muy importante para el mundo cultural y en particular para las expresiones del Nuevo Realismo.
Además del arte, en la disputa simbólica por una esfera social atravesada por el antifascismo, los circuitos del mercado editorial jugaron un rol preponderante. Como hemos visto, la consolidación de un campo cultural requería el consumo de un público lector, de allí que el kiosco de revista y las puertas de los diarios locales fueran espacios centrales para pensar en dicha esfera pública.
Por aquel entonces, las noticias sobre la Guerra Civil Española eran esperadas y seguidas atentamente por el público en la puerta del diario La Tribuna (Armida y Fernández, 2000). La portada de este diario, entre 1936 y 1939, tuvo como tema principal, noticias e imágenes sobre España. A 20 años del inicio de la Guerra, el Ateneo “Luis Bello”[2] editó un folleto en el que se narraban los motivos que impulsaron a los republicanos españoles a emprender una batalla en la arena intelectual.
Corría el año 1936, el pueblo español se desangraba luchando por la libertad que pretendía quitársele y a la vez por la libertad del mundo que comenzaba a ser avasallado por el totalitarismo nazi-fascista. En ese entonces, nuestras fibras más íntimas vibraban esperando las noticias que nos diesen un poco de esperanza, alguna muestra de que no nos veríamos obligados a arriar nuestra gloriosa bandera de la libertad y la cultura de nuestra patria, pero lejos de ello, innumerables veces nos encontramos frente a las pizarras de los periódicos con el comentario producto del desconocimiento […] oíamos expresiones en las que se nos admiraba como valientes pero que se nos despreciaba como cultos; poco o nada se sabía de nuestras universidades, de nuestros hombres de ciencia y de nuestros maestros […] era el resultado del régimen monárquico que había dado las espaldas al mundo en lo científico. (Centro Español de Unión Republicana, 1956, s/n)
La cita indicaba un imaginario social que se relacionaba al desconocimiento que la sociedad rosarina tenía sobre el desarrollo intelectual de la España Republicana. De hecho, aquel aspecto invisibilizado de España, entendían, era producto del antiguo régimen y, por lo tanto, uno de los argumentos que los había impulsado a construir el Ateneo. Visibilizar, mostrar, dar una disputa en esa arena para cambiar la imagen de una España ‘atrasada’ intelectualmente. Por otra parte, la frase “innumerables veces nos encontramos frente a las pizarras de los periódicos”, nos muestra el lugar de los diarios de principal tirada, pero también las recepciones y los ecos de una guerra seguida a diario.
Sumado al lugar que tenía la prensa, aquella inserción en el ambiente cultural se componía de una intensa circulación de libros, revistas y folletines, en tanto lecturas consumidas por un público amplio. En particular eran crónicas de viajes, conferencias tipeadas, retratos de la guerra, ensayos analíticos, que fueron construyendo un imaginario colectivo sobre las dimensiones transnacionales que cobrara la contienda. A estos, se le sumaban diversos tipos y estilos de narrativas literarias, las cuales habían comenzado a esbozar, no solo noticias de la guerra sino narración de hechos heroicos y las primeras interpretaciones o balances sobre la situación en España. Estos libros y escritos se amplificaban a través de los circuitos intelectuales y de las redes antifascistas.
La guerra en tanto tópico fue también apuntada en una serie de ensayos y crónicas narradas en primera persona. Uno de los primeros en rodar fue el libro de Pablo Suero (Figura 2), España levanta el puño, con prólogo de Enrique González Tuñón y el arte de tapa, un puño apretado, realizado por Julio Vanzo. Los diseños de las tapas, en su mayoría expresaban un estilo de arte realista, típico de la cartelería y afiches que circulaban en torno a la Guerra. Una iconografía asimilada por el bando republicano, particularmente por las Brigadas Internacionales con el fin de exaltar la convocatoria para participar. Pertenecían a editoriales pocos conocidas, por lo general, eran de tirada local y se apoyaban en las redes antifascistas. En el ambiente cultural y literario local, muchos de estos libros fueron reseñados en las revistas literarias como el Boletín de Cultura Intelectual y Paraná.

Por su parte, la revista Nueva España del CEUR, publicaba presentaciones de libros o conferencias que trataban experiencias personales durante la Guerra en España o temáticas relativas (Piacenza, 1938, p. 15) También se narraban fragmentos y experiencias personales sobre la guerra. Uno de los escritores más destacados fue el General Vicente Rojo, militar republicano exiliado en Argentina. En 1939 publicó el ensayo ¡Alerta los pueblos! un estudio político-militar del final de la guerra en España, editado por Aniceto López en Buenos Aires. El libro estaba dedicado a Marcelo T. de Alvear. El CEUR también publicaba folletines con discursos, principalmente de Ossorio y Gallardo o de Manuel Azaña.
Mucho se ha hablado de la resistencia de Madrid, pero quien lo haya hecho con la claridad que Eduardo de Guzmán lo hace, son muy pocos, por eso creemos de interés para nuestros lectores, este capítulo de la extraordinaria obra Milicias Confederales. (Madrid. Pueblo de Héroes, 1936, p. 29)
Aquellos circuitos de este mercado editorial se componían de autores nacionales, locales y extranjeros. Es difícil poder medir la magnitud y el alcance que estas lecturas tuvieron en Rosario. Con esto no queremos sobredimensionar los alcances de este público lector y de los escritores. Al respecto, reiteramos que las condiciones del campo cultural estuvieron atravesadas por una disputa en términos ideológicos con sectores ligados a las derechas nacionalistas y católicas que también jugaron su rol en este contexto (Martín, 1997).
Durante todo el periodo el diario local La Verdad, del Círculo Católico, se hizo de las repercusiones, aggiornándose a una traducción local en la que relacionaba las tensiones internacionales y el ‘peligro’ del comunismo en Argentina (Martín, 2016). Desde estos espacios se señalaba la influencia de las ‘malas lecturas’ en los jóvenes y se denunciaban los actos por la República Española como mecanismo de presionar al gobierno provincial y disputarle al antifascismo la ‘calle’.
Los actos públicos en relación con España fueron eventos verdaderamente significativos, como los 14 de abril día de la II República o el 12 de octubre, celebrando el día de la ‘Raza’. En este contexto, las mismas se transformaban en manifestaciones de apoyo a la República y eran organizadas por las asociaciones de ayuda, los centros regionales, el CEUR, organizaciones gremiales, culturales, estudiantiles y políticas. En ocasiones las propiciaba la Embajada de la República Española para otorgar un mayor grado de legitimidad.
Los espacios de mayor convocatoria fueron el Cine Nacional, el Teatro Colón y el Cine Real de Rosario. El 14 de abril de 1937, el Centro Republicano convocó a un acto homenaje a la República española (Merayo, 2023). La crónica del diario La Capital hacía una descripción sobre los ánimos populares en torno a los sucesos españoles y el imaginario constituido al respecto:
Fue la de anoche una asamblea en la que el entusiasmo era tan grande como la multitud que se apiñó en todos los rincones de la espaciosa sala y en los alrededores de la misma… tanto el local como el proscenio y las calles adyacentes del teatro, ofrecían un espectáculo imponente. El escenario fue adornado con banderas argentinas y españolas y grandes retratos del general Miaja, de la Pasionaria, de Largo Caballero y de otros personajes. (Homenaje a la República Española, 1937, s.p.)
Esta narración deja entrever los elementos que componían la construcción de aquel imaginario en la época. Además del evidente repudio al fascismo, se reflejaba una amplia participación de hombres y mujeres luciendo el gorro miliciano. Desde los palcos, las delegaciones de las entidades se hicieron reconocer por los respectivos carteles que las identificaban. El escenario estuvo ocupado por la delegación de Buenos Aires, los organizadores del acto y numerosas entidades obreras, estudiantiles y comités de ayuda. La crónica del periódico agregaba: “Cuando el telón fue levantado, el público, con el puño en alto, prorrumpió en entusiastas vítores a la República Española, al gobierno de Valencia y el general Miaja, después de lo cual cantó el Himno Nacional, el Himno de Riego y la Marsellesa” (Homenaje a la República Española, 1937, s.p.).
La descripción narraba el clima de época, que tal como hemos anticipado, los gobiernos conservadores no iban a tolerar por mucho tiempo. El ministro de Gobierno provincial, Severo Gómez, fundamentaba las prohibiciones de las actividades en torno a la situación española en el argumento del anticomunismo. El motivo fue un acto de similares características a este, pero en la Sociedad Rural de Rosario y organizado por la Junta Central Pro-Socorro y Reconstrucción de España, en el que quedaba también reflejado el aspecto iconográfico:
los actos públicos […] con la aparente finalidad de recolectar fondos con destino a las milicias que luchan en España en defensa del gobierno de Valencia, han tomado en los últimos tiempos un cariz netamente extremista por militar en la entidad y sus filiales elementos conocidos por su ideología comunista. (Se prohibieron los actos relacionados con la Guerra Civil Española, 1937, p. 3)
Este texto en el que se describen los símbolos que portaba el público presente, fue el fundamento que utilizó el ministro para la sanción del decreto que prohibió todo tipo de manifestación relacionada a España. En el mismo se impugnaba a la identidad comunista señalando su peligrosidad.
Además de grandes actos, la prensa local deja constancia de manifestaciones de diversos tipos (Figura 3) y un sinnúmero de eventos en espacios más reducidos. Eran por lo general encuentros que tenían una connotación menos formal, como bailes, obras de teatros, conciertos de gran variedad artística, pero muy entusiastas en un clima festivo, popular, barrial y antifascista.
Así, la participación que provocaron los sucesos internacionales hizo del espacio común un ámbito de disputa permanente acosado por el gobierno que intentaba frenar la movilización que ello causaba:
La reacción que se ha entronizado en Santa Fe teme a las reuniones populares, aunque ellas sean de simpatía a una causa extranjera. Y tanto les teme, que cuando se organiza uno de estos actos, la policía previene a los organizadores que los oradores no deben tocar para nada la política local. (Santa Fe, 1937, s.p.)
Un antecedente había sido la suspensión del principal acto del 1º de mayo de 1937 (La suspensión del principal de los actos organizados restó brillo a la conmemoración del Primero de Mayo, 1937; La vanguardia, 1937). Este y otros tipos de intervenciones públicas permeadas por el internacionalismo, la solidaridad y la disputa ideológica que la Guerra Civil Española ponía en juego quedaban bajo la mira del gobierno conservador en Santa Fe. Desde fines del siglo XIX, las conmemoraciones y manifestaciones por el día internacional de los trabajadores, mantenían una presencia hegemónica por parte de las izquierdas, aunque también los Círculos de Obreros Católicos sostenían una presencia notable (Ceruti, 2002; Martín, 2016) y desde 1935 algunos sindicatos que integraban la CGT, especialmente aquellos que eran dirigidos por comunistas, socialistas o anarquistas pertenecientes a la FORA, incorporaba al antifascismo como parte de la plataforma en los reclamos obreros (Menotti y Merayo, 2016).
Entre 1936 y 1939 los actos del 1º de mayo en Rosario tuvieron a la situación española entre sus principales temas de una problemática del movimiento obrero nacional e internacional. En 1937, el sindicato de Empleados de Comercio se solidarizó con los republicanos españoles (Ceruti, 2002). La convocatoria se realizó bajo el lema: Por España de pie.
Por España que es antorcha del mundo y cementerio del fascismo internacional, por España que es ejemplo único en la historia contemporánea de estoicismo, firmeza, voluntad y heroicidad por España, que con la sangre de España en que florecerán la ansia vieja y siempre joven de hijos está la libertad con que soñamos los desheredados de la tierra. (Ceruti, 2002, p. 53)
En 1937 el día de los trabajadores fue un acto en el que, además de la situación internacional, las protestas se hicieron eco de los presos sociales en Argentina, por las libertades democráticas, por el Frente Popular y la demanda de unidad de los trabajadores. Hablaron Pedro Bochs, de la Unión Obrera Local; Pedroni de la Federación de la Construcción; José Brailovsy de la Federación Universitaria del Litoral, Juan Lazarte, Rodríguez Araya de la UCR. Además, participaron la Unión Ferroviaria, el Partido Demócrata Progresista (PDP), el Partido Socialista (PS), el PC a través de Florindo Moretti, que habló de la detención de Rodolfo Ghioldi en Brasil junto a Luis Prestes y también estuvo Oscar Juanto del comité Pro-presos de Bragado (Ceruti, 2002).
Para el 1º de mayo del siguiente año, los sindicatos realizaron un afiche con el siguiente epígrafe: “Por España libre de fascismo, contra el intervencionismo embustero. Boicot internacional a los productos de los países fascistas y de la España franquista debemos clamar desde todas las tribunas este 1 de mayo” (Ceruti, 2002, p.53). En ese año, el Comité Pro 1º de Mayo realizó el acto central en las intersecciones de las calles Urquiza y Sargento Cabral (Actos por el 1ª de Mayo, 1938). Pedro Cistio, del Centro Obrero Socialista, decía lo siguiente en relación con los obreros españoles:
En medio del desorden capitalista, que tiene amenazado a la humanidad con otra gran tragedia, que se inició en España, el proletariado universal celebra otro 1º de mayo y entona un canto de paz y esperanza, confiando en su fuerza. La reducción de la semana de labor a 48 hs semanales, es lo menos que puede pedirse, las vacaciones anuales pagas. (Ceruti, 2002, p. 50)
Al igual que el año anterior, esta celebración traslucía la convocatoria a los actores sociales y políticos que en ese entonces adscribían a una perspectiva antifascista, a los que se sumaba la participación de la Junta Central Pro Socorro y Reconstrucción de España (Merayo, 2020).
En diversas memorias militantes, el periodo comprendido por la Guerra ha perdurado en el imaginario colectivo como un momento que podía enlazar tres ejes importantes para interpretar el lugar de las izquierdas, nos referimos a la convocatoria a la acción, los comités de solidaridad y la perspectiva internacionalista. Lo que sigue, es un fragmento de las memorias de un obrero del frigorífico Swift de Villa Diego, que el historiador Paulo Menotti (2021, p. 60) recupera en su trabajo sobre las historias de militancias en este espacio industrial al sur de la ciudad:
La lucha solidaria con la República Española contra el fascismo tuvo su base en la gran cantidad de familias españolas que vivían en la zona. Recuerdo a las hermanas Huerta, la familia Biacalanti y otras que ofrecían sus casas para realizar fiestas a beneficio de la solidaridad con la República en contra de la agresión fascista y franquista. Se organizaban vermouths danzantes y otras formas de ayuda como la recolección de papel plateado de los atados de cigarrillos. Hacíamos unas pelotas de ese material que junto a ropa, pasamontañas, medias y tricotas que tejían en sus casas muchas familias, se enviaban a España. Villa Diego, en proporción a sus habitantes, era la zona del país donde se realizaba el mayor trabajo de solidaridad. (Santiago Simón, obrero comunista, citado en Menotti, 2021, p. 61)
La solidaridad internacional implicaba diversos tipos de actividades. Rina Bertaccini, militante del PCA, una de las fundadoras del Mopassol[3], celebró sus 7 años en 1939 con una carta dirigida al Comité pro-huérfanos y refugiados españoles más el envío de sus ahorros para los niños de España. Así lo anunciaba el diario La Tribuna:
Me es grato enviarle cinco pesos que yo recolecté con mi alcancía para que usted tenga la bondad de enviarles a mis pobres hermanitos españoles. Hoy cumplo 7 años y quiero celebrar mi día ayudando a esos pobrecitos niños que no tienen la dicha de ser tan felices como yo. Ojalá que muchos de los niños argentinos ayuden a los niños de España. Saludos cariñosamente. Rina Bertaccini. (Envío de una carta, 1939, s.p.)
Siguiendo el camino de las memorias, Amor Hernández fue también una militante del PC rosarino y en su autobiografía, así narraba este momento de ayuda a la República Española en la localidad de Ibarlucea:
Mi vieja estaba en la dirección del movimiento de solidaridad en Ibarlucea y mi viejo en Rosario. salíamos con el charré y una yegüita trotadora para recorrer todas las chacras del campo de Sánchez [...] así hicimos la campaña del cereal por España. [...] había un talonario por triplicado en donde se anotaba el nombre del donante […]cargamos un camión Internacional en Ibarlucea. Mi principal tarea en la ayuda a la República Española fue esa, además de colaborar con los festivales. (Hernández, 2015, p. 61)
En el trabajo de archivo, pudimos encontrar algunas referencias a aquellos ‘festejos’. En determinadas actividades con fines recaudatorios se utilizaban consignas convocantes que apelaran a la sensibilidad y apoyo, por ejemplo: Almuerzo del Miliciano.
Avanzado el desarrollo de la guerra, en septiembre de 1938, las actividades por España se orientaron hacia el pedido de paz. Las entidades de ayuda a la República convocaron a un acto central que denominaron: “Por la Paz”. Para estos sectores, el pedido de cese del fuego, se aggiornaba a ese momento de derrota de los republicanos en la Guerra Civil Española, pero rápidamente volvería a desactivarse con la Segunda Guerra Mundial.
Como muestra de un acto unitario, el 27 de noviembre de 1938 el CEUR, la JCPSRE, la AIAPE, algunos sindicatos y partidos políticos, organizaron un funeral cívico por los caídos en defensa de la República Española, en el Cine Nacional, con la presencia del embajador de España en Argentina, Ángel Ossorio y Gallardo. Además del acto homenaje, en un contexto de extrema debilidad del frente republicano en la guerra, la movilización puso al descubierto el entramado de entidades adherentes a la República Española.
A finales de 1938, la Federación de Organismo de Ayuda a la República Española (FOARE) cerraba la Campaña del Cereal con un acto masivo en el Luna Park de Buenos Aires. Esta convocatoria atrajo la atención de toda la sociedad, incluso la local. El espacio elegido en Rosario para seguir el desarrollo de aquel acontecimiento fue la Casa de la Cultura de AIAPE. En línea directa fueron escuchadas por altoparlantes las palabras del ministro español Indalecio Prieto. La movilización social desbordó el espacio físico y se debieron ocupar las calles en las inmediaciones de la Casa, aquello desafiaba la voluntad prescriptiva del gobierno provincial.
A medida que el final de la guerra se acercaba, las noticias sobre los hechos españoles y la acción humanitaria fueron una constante en los diarios locales. Notas a la Liga de las Naciones, a los gobiernos de Inglaterra y Francia, actividades intelectuales, pic-nics en lugares aledaños de las afueras de la ciudad, la campaña por los niños, refugiados, la campaña de invierno, y su contraparte, la permanente actividad de la Junta de Ofensiva Nacional Sindicalista (JONS) y de la Falange Tradicionalista Legionarios Franquistas, entre otras, eran las publicaciones más asiduas (Ferreyra, 2024). En marzo de 1939, la Junta Nacionalista de España en Rosario realizó numerosos eventos para ‘celebrar’ la paz. Sin embargo, así como el inicio de la Guerra Civil Española se dio en un álgido contexto de movilización local, el fin de la contienda, culminó con un acto antifascista de trascendencia internacional. La cita fue en el Cine Real: “Pro Unión de las Democracias de América” organizado por AIAPE, la Liga por los Derechos del Hombre, el Comité contra el racismo y el Antisemitismo de la Argentina, la JPSRE y el CEUR (Merayo, 2024).
Una vez finalizada la guerra y a raíz de una consulta de la Junta Vecinal del Cereal de Caseros a la Jefatura de Policía para realizar un acto público por las víctimas, quedó claro el rechazo por parte del Ministerio de Gobierno. El gobierno provincial volvía a remarcar la suspensión de todo acto relacionado con la situación española:
Por la resolución se hace saber a los organizadores del acto que están prohibidas todas las reuniones públicas que tengan directa o indirectamente fines propagandísticos…que puedan exacerbar los ánimos de los españoles residentes…los organizadores deberán tener en cuenta la política de prescindencia que supone la actitud adoptada por el gobierno. (Sucesos españoles, 1939, s.p.)
Luego de la Guerra en España, la policía rosarina profundizó su actitud represiva hacia este tipo de manifestaciones. Como hemos dicho más arriba, la ayuda a los republicanos se orientó a los exiliados y refugiados en los campos de concentración al sur de Francia. En ese marco, la Junta Central Pro Socorro y Reconstrucción de España, pasó a llamarse Junta Pro Socorro a Refugiados Españoles. En diciembre de 1939, incautaron una serie de panfletos firmados por el Partido Comunista de la Provincia de Santa Fe, titulados: ¡De pie! ¡Por España! Es el gran deber de la hora de todos los verdaderos demócratas, de todos los sinceros antifascistas. Al pueblo de la Provincia de Santa Fe. Los mismos fueron encontrados en poder de Juan Francisco Camiña (Policía de Rosario, 1939). Era un militante comunista, secretario del Sindicato Metalúrgico y miembro de dicha Junta. Tras haber participado de un acto en solidaridad con los exiliados españoles, fue acusado de promover estas ideas ‘comunistas’ y luego encarcelado por repartir esos volantes. De hecho, el motivo era por intentar incidir en la esfera pública local desde una mirada antifascista. Esta era la mirada acusatoria de la policía:
Después de haber usado la palabra en el acto que realizara la Junta Pro Socorro Refugiados Españoles, al llegar a la altura de la calle Córdoba y la de Pichincha, fue detenido por un empleado de la División Investigaciones, ignorando cuál era la causa. Preguntado cuáles son sus actuales medios de vida, como si pertenece y desempeña cargo en algún gremio o entidad. Dijo que trabajó hasta el mes pasado en los talleres de la Casa Chaina y cía. Fue suspendido por escasez de trabajo hasta la fecha. Que desde el mes de agosto del pasado año actúa como secretario del Sindicato de Obreros Metalúrgicos, presidente de la filial referida de la Junta Pro Socorro y Reconstrucción de España. Preguntado si profesa ideas comunistas, anarquistas o de otra índole, dijo que solo es sindicalista, no profesando ideología alguna, simpatizando con el gobierno republicano español. Preguntado para que diga que conceptos tiene de los gobiernos constituidos y sus instituciones, dijo que es respetuoso del actual gobierno de la nación. (Policía de Rosario, 1939)
Como muchas otras ciudades de la Argentina, Rosario tuvo una retaguardia inquieta que supo tomar la solidaridad como bandera y lo expresó disputando el escenario político a través de actos sociales, en la circulación ilegalizada de panfletos, volantes o afiches, en muestras de artísticas, en una prensa local que permanentemente estuvo en relación a los cables de información internacionales para una comunidad española local que desesperadamente se acercaba a las pizarras de los diarios. Para ello fue importante el uso de la imagen y la fotografía de una guerra que era discutida socialmente.
Diferentes sectores se abroquelaron para constituir un imaginario antifascista que politizó sus prácticas. Es por ello que las representaciones públicas dadas en narrativas diversas, en conferencias o a través de mítines obreros, se hicieron eco de una situación internacional para plantar posición en el plano ideológico local y defender una forma de interpretar y ver el mundo. Todos estos aspectos se proyectaron durante la Segunda Guerra Mundial, pero previamente se consolidaron en la complejidad que traían aparejados los años ‘30 en Rosario.
Esta presencia del antifascismo en el escenario político, social y cultural de una urbe argentina y su región, pone al descubierto la conflictividad de estos sectores con las derechas locales, nacionalistas y católicos integristas, pero también con el gobierno conservador antipersonalista de Santa Fe (UCR – SF). Tomando a Mercedes López Cantera (2023), podemos decir que la política de control llevada a cabo en los gobiernos provinciales de Manuel Iriondo (1937 – 1941) como de su sucesor, Joaquín Argonz (1941 – 1943) basó su perspectiva anticomunista como piedra angular para perseguir, controlar y censurar a los actos que se vinculaban al antifascismo y la situación internacional.
Dicha perspectiva anticomunista, vio al antifascismo como máscara o fantasmagoría desde donde operaban grupos de izquierdas anarquistas y comunistas principalmente. Esta cosmovisión se sostuvo a través de leyes y decretos que avalaron las prácticas represivas por parte de la Policía y habilitó a otros actores, provenientes de sectores de las derechas, a dar una disputa por el control de la opinión y la escena pública.
Si bien la guerra en España no había sido el único suceso de escala internacional con eco en lo local, podemos decir que por su duración y por el contexto de disputa en el que sucedió, supuso una interpelación a todo este conjunto heteróclito de actores sociales. Sus repercusiones y con ello los discursos en pugna la colocaron como un puente de conexión entre los debates intelectuales y las disputas políticas. El antifascismo de los años treinta permeó la cultura política de las izquierdas en Argentina y para ello, la Guerra fue un escenario trascendental.
Las formas en las que se dieron las prácticas y representaciones de la Guerra, nos hablan de que ser antifascista en esta época significó impulsar nuevos espacios de encuentros en tanto innovación política. Estas experiencias indican una novedosa sensibilidad para un mundo en transición. Las escenas de disputa y de conflictos aquí descritas nos hablan de un cambio en las formas de expresión de las antinomias que anteriormente dividían la escena política entre izquierdas y derechas. El grado de complejidad que conlleva esta década, hizo necesario modificar los argumentos y reconstruir las maneras de incidir públicamente.
La perspectiva de lo anti como mecanismo de defensa y de resistencia frente a un porvenir difícil de desentrañar, atravesó a los actores sociales y los impulsó hacia nuevas maneras de convocar y agruparse para dar una batalla política con otras reglas y por otros medios. Diputar imaginarios, defender el espacio público, militar contra la censura, movilizarse por la solidaridad, etc. De allí que los conflictos que se generaron en torno al antifascismo, en los treinta, fue una novedad para muchos que pudo confluir con tradiciones, principalmente provenientes del movimiento obrero, que ya tenía sus trayectorias y experticia en torno a las persecuciones y la represión.
La acción frente a una amenaza mundial, tal como estos sectores leían al fascismo, requería de la acción de gran parte de la sociedad y principalmente de los intelectuales para defender la cultura. Entendiendo por cultura un amplio espectro que incluía las más diversas tradiciones de arte, pensamientos y literarias.
En el plano local, estas miradas transformaban las prácticas culturales de asociaciones como AIAPE o el CEUR en acciones políticas dentro del campo cultural. El impacto de la Guerra Civil Española se dio en un contexto de tensión ideológica y la transformó en una temática de trascendencia internacional. Es por ello por lo que la misma no sólo interpeló a la comunidad española de determinado lugar de la Argentina o América Latina, sino que fue un tópico catalizador para que diferentes espacios y sectores de la sociedad se movilizaran. Esa movilización puso en juego un conjunto de valores y aspectos ideológicos como en pocos momentos de la historia, en la que algunos actores del campo de la cultura, ‘salieron’ a disputar el espacio común de lo público. Tal disputa se trasluce en las experiencias asociativas y de organización que, entre 1935 y 1943, se constituyeron en tribunas o trincheras socioculturales desde la cual disputaron y defendieron sus formas de concebir el mundo.
Cómo citar este artículo: Merayo, S. N. (junio de 2025 – diciembre de 2025). Prácticas y representaciones sobre la Guerra Civil Española en Rosario, Argentina. Antigua Matanza. Revista de Historia Regional, 9(1), 126-167. https://doi.org/10.54789/am.v9i1.5
redalyc-journal-id: 7239
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