Resumen: La etnoeducación afroecuatoriana surge como un proyecto educativo que busca rescatar la historia y la identidad de la población afrodescendiente, desafiando la narrativa oficial que ha invisibilizado su legado. Inspirada en la lucha de líderes como Juan García, esta iniciativa promueve el conocimiento de las raíces africanas más allá de la esclavitud, fortaleciendo el sentido de pertenencia y fomentando la interculturalidad. Su implementación en Ecuador ha sido parcial, enfrentando barreras como la falta de políticas públicas efectivas y la limitada capacitación docente. Aunque el marco legal respalda su inclusión en el currículo, persisten desafíos en su aplicación práctica. La etnoeducación no solo busca reivindicar la historia afroecuatoriana, sino integrarla en la educación nacional para promover una sociedad más equitativa. Su éxito dependerá del compromiso del Estado, la comunidad educativa y la sociedad en su conjunto.
Palabras clave: etnoeducación, afroecuatorianos, identidad cultural, interculturalidad, educación inclusiva.
Editorial
Desafíos y oportunidades de la etnoeducación afroecuatoriana
Challenges and Opportunities of Afro-Ecuadorian Ethno-Education
La etnoeducación afroecuatoriana es un concepto relativamente nuevo para muchas personas, pero representa un sueño largamente gestado dentro del sector afrodescendiente. Surge de la necesidad de aprender sobre y reivindicar la historia del pueblo negro desde su propia perspectiva, “casa adentro”. Así lo expresa Juan García Salazar (1983), reconocido investigador de la cultura afroecuatoriana, uno de los impulsores de esta iniciativa y oriundo de Esmeraldas, quien se autodefinía como un obrero más en la lucha por el reconocimiento de su pueblo. Esta propuesta busca que los afroecuatorianos conozcan sus orígenes más allá de la esclavitud, un aspecto que ha sido reducido en los libros de Estudios Sociales a una mera referencia histórica. En la narrativa oficial, se omite gran parte de la historia de los descendientes de África que fueron arrancados de su continente, convertidos en mercancía y sometidos a castigos inhumanos. Sin embargo, su identidad y legado van mucho más allá de este capítulo de dolor e injusticia.
Ser negro, durante siglos, fue sinónimo de marginación y humillación. Así lo evidencia el testimonio del antropólogo José Chalá (2006), exsecretario ejecutivo de la Corporación de Desarrollo Afroecuatoriano, quien recuerda que su propio padre, en su juventud, soñaba con ser sacerdote, pero fue rechazado debido al color de su piel. Casos como este no son aislados ni exclusivos de Ecuador. En Estados Unidos, hasta finales de la década de 1950, las personas negras no podían sentarse en los asientos reservados para los blancos en los autobuses. Este paradigma comenzó a romperse cuando Rosa Parks se negó a ceder su asiento y fue encarcelada por desafiar la segregación racial (Parks & Haskins, 2019). Su valentía encendió la chispa de la lucha por los derechos civiles, una causa fortalecida por líderes como Martin Luther King (Frady, 2002) y Nelson Mandela (2012). Este último pasó más de dos décadas en prisión por su lucha contra el apartheid y, tras su liberación, se convirtió en el primer presidente negro de Sudáfrica, a partir de lo cual promovió la reconciliación y la unidad entre blancos y afrodescendientes. Su legado nos recuerda que el objetivo no es fomentar el odio ni perpetuar divisiones, sino construir una sociedad basada en el respeto y la dignidad.
La historia afroecuatoriana, al igual que la de otros pueblos afrodescendientes en el mundo, ha sido invisibilizada en gran medida por los relatos oficiales. Pocos conocen, por ejemplo, que la negra Fernanda Barriga, según el historiador Enrique Ayala Mora (2008), acompañó a Simón Bolívar hasta sus últimos días, un hecho que rara vez se menciona en los textos escolares. Sin embargo, la presencia de afrodescendientes en Ecuador se remonta más de 500 años y ha atravesado distintas etapas, desde la esclavitud hasta su liberación, pasando por una lucha constante por superar estereotipos que los encasillan en el deporte o la música. No obstante, el legado africano en la cultura ecuatoriana es vasto y sigue fortaleciéndose con el tiempo. Se manifiesta en la alegría de la bomba, en la fortaleza de las mujeres que transportan sobre sus cabezas grandes tinas de ropa o platos recién lavados, en la tenacidad de los hombres que han hecho de la agricultura su sustento y en la riqueza de sus tradiciones, que persisten a pesar de los desafíos.
La etnoeducación afroecuatoriana nace de la convicción de hombres y mujeres que reconocen la urgencia de recuperar y difundir una historia que ha permanecido oculta, incluso para el propio pueblo afro, durante siglos. Es un primer paso hacia una educación más inclusiva y representativa, pero también plantea interrogantes fundamentales sobre su implementación y efectividad. ¿Están los docentes preparados para llevar a cabo este proceso de enseñanza? ¿Han recibido la capacitación necesaria para garantizar una adecuada socialización del conocimiento? ¿Los estudiantes asumen un rol activo y comprometido en este aprendizaje? Más allá de estos asuntos, es fundamental preguntarse si las autoridades están monitoreando el cumplimiento de los objetivos de este proyecto educativo. Estas son algunas de las cuestiones que se abordarán en el presente trabajo de investigación, con la esperanza de que contribuya significativamente al fortalecimiento de la comunidad afroecuatoriana y a la consolidación de una educación más equitativa y plural.
La etnoeducación como parte de la interculturalidad
La etnoeducación es un modelo educativo basado en la enseñanza de valores vinculados a la identidad cultural y la etnicidad nacional, con raíces en la africanidad, el indigenismo y la hispanidad. Según Miguel Meléndez, la etnoeducación no es solo un enfoque pedagógico, sino también “una ideología, una política y un cuerpo de conceptualizaciones” en desarrollo (en Rojas, 1999, p. 51). No se trata de un manual acabado, sino de un proceso en el que intervienen o pueden intervenir intelectuales, profesionales de diversas disciplinas, el Estado y las Iglesias.
El término etnoeducación no es exclusivo de los afrodescendientes. Como explica Catherine Walsh (2004), quien ha participado en diversos procesos de lucha y transformación social, el concepto comenzó a ganar relevancia en 1986, cuando el Ministerio de Educación de Colombia instauró el Programa Nacional de Etnoeducación, inicialmente dirigido a comunidades indígenas. En este sentido, la etnoeducación se trata de “un proceso social permanente, arraigado en la cultura propia, que permite la adquisición de conocimientos y valores según las necesidades, intereses y aspiraciones de la comunidad, capacitándola para participar plenamente en el control cultural de su grupo étnico” (Ministerio de Educación de Colombia, en Castillo & Caicedo, 2008, p. 23).
En América del Sur, la etnoeducación forma parte del proceso de enseñanza-aprendizaje en los sistemas educativos de países como Perú, Colombia, Chile, Venezuela, Brasil, Bolivia y Ecuador. En el caso colombiano, donde el proceso inició en la década de 1980, se ha enfatizado que ni el Ministerio de Educación ni los docentes deben confundir la etnoeducación con la simple atención educativa a los grupos étnicos. Un estudio sobre la etnoeducación afrocolombiana en el sistema escolar resalta que una comunidad educativa puede considerarse etnoeducadora si su proyecto institucional asume la etnoeducación en todos sus componentes, ya sea desde la perspectiva afrocolombiana, indígena o mestiza, independientemente de su ubicación dentro del país (Banco de la República de Colombia, 1999).
En Ecuador, el proceso de etnoeducación surgió en la década de 1990 como parte de un proyecto organizativo impulsado por la población afroecuatoriana, motivada por la necesidad de reivindicar su identidad y fortalecer el orgullo de su cultura. En 2007, la enseñanza de la etnoeducación afroecuatoriana comenzó como un proyecto piloto en la Unidad Educativa 19 de Noviembre, en La Concepción. Posteriormente, en el año lectivo 2012-2013, se amplió a comunidades afrodescendientes del Valle del Chota y Salinas.
El esmeraldeño Juan García Salazar, como dijimos, fue el principal impulsor de la etnoeducación en el país. Para él, la oralidad y la memoria colectiva eran elementos esenciales en la recuperación y transmisión de la tradición afroecuatoriana, especialmente en su provincia natal. Como afirman García Salazar y Walsh (2015, p. 88): “La tradición enseñaba que todo lo que se necesitaba aprender para ser lo que teníamos que ser como afroecuatorianos o como negros o negras estaba en la tradición y que la vía era la oralidad”.
Durante una entrevista en la Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador (UASB-E), en 2015, García Salazar reflexionó sobre cómo evitar el fracaso del proceso de etnoeducación afroecuatoriana. Señaló que Ecuador sigue excluyendo a muchas nacionalidades y pueblos, y que, aunque el país mantiene un proyecto nacional, las comunidades indígenas y afroecuatorianas seguirán demandando un modelo educativo que las incluya. Subrayó que la etnoeducación no debe verse únicamente como un proyecto de un pueblo o una nacionalidad, sino como una propuesta cultural que se incorpore en la visión nacional.
En sus escritos, García Salazar (1983) también explicaba que el proyecto de etnoeducación afroecuatoriana tiene dos fases: la primera, denominada “casa adentro”, en la que las comunidades deben fortalecer su identidad, clarificar su discurso y definir qué aspectos necesitan consolidar; la segunda, “casa afuera”, en la que luego de haber trabajado en su identidad cultural, los niños, jóvenes y adultos afroecuatorianos comprenden su sentido de pertenencia y están listos para entablar diálogos interculturales. La etnoeducación no pretende, por lo tanto, abordar falencias en los métodos educativos tradicionales, sino despertar el interés por conocer y reconocer la historia y cultura afrodescendientes.
Así como los afroecuatorianos han aprendido de otras culturas, García Salazar y Walsh (2015) subrayan que “los otros” también deben aprender de los afrodescendientes. Para ello, el Estado tiene la responsabilidad de incluir en los planes de estudio la historia, la cultura, la cosmovisión, el “cosmohacer” y el “cosmosaber” afroecuatorianos. Más allá de la inclusión en el currículo, García Salazar (1983) enfatizaba que este proceso debe formar parte de una reparación histórica y de políticas de acción afirmativa que fortalezcan las comunidades afrodescendientes desde dentro y, posteriormente, faciliten su integración en la interculturalidad nacional.
La etnoeducación es, además, un pilar fundamental en la lucha contra el racismo. Adecuadamente implementada, permitiría que niños indígenas, mestizos y de otras etnias conozcan la historia afroecuatoriana, para promover el reconocimiento y el respeto mutuos. Sin embargo, surge una pregunta clave: ¿es necesario un programa de etnoeducación exclusivo para afroecuatorianos, sobre afroecuatorianos o con afroecuatorianos?
Para el antropólogo John Antón Sánchez, investigador del Instituto de Altos Estudios Nacionales (IAEN), algunos plantean un modelo de etnoeducación dirigido únicamente a afroecuatorianos (entrevista personal, 2015). No obstante, sostiene que todos los niños deberían aprender sobre su identidad y que la etnoeducación no debería ser exclusiva de una comunidad, sino formar parte de una política pública nacional. Pese a ello, sigue siendo una discusión inconclusa, pues la etnoeducación aún no ha sido plenamente incorporada en el currículo educativo ecuatoriano.
El proceso de etnoeducación no debe limitarse al ámbito escolar, sino extenderse a museos, organizaciones, iglesias y medios de comunicación, promoviendo la enseñanza de valores culturales e históricos afrodescendientes en toda la sociedad. En este contexto, el Decreto 60 propone la resignificación de monumentos, plazas y avenidas para integrar la visión afroecuatoriana en el espacio público (Gobierno de Ecuador, 2009).
Lo que se plantea es más que una reforma curricular: es una transformación estructural del sistema educativo. Reiter y Antón Sánchez (2018) advierten que, aunque no se opone a este proceso —cuya implementación ha sido marginal—, el Ministerio de Educación debe asumir con mayor seriedad el carácter intercultural y plurinacional del Estado, tal como lo establece la Ley de Educación Intercultural (Asamblea Nacional del Ecuador, 2011).
Ecuador cuenta con un marco jurídico que respalda la etnoeducación, pero la falta de una política pública efectiva sigue siendo una barrera para su aplicación. Esta omisión se refleja incluso en la infraestructura educativa, ya que ni siquiera las denominadas Unidades Educativas del Milenio (Ponce & Drouet, 2017) han incorporado espacios para el aprendizaje intercultural. La Universidad Nacional de Educación podría desempeñar un papel clave en este proceso, impulsando una propuesta desde el ámbito docente que modifique el currículo educativo.
Antón Sánchez y Johnson plantean una idea concreta: promover intercambios educativos entre comunidades afrodescendientes e indígenas. “Que un joven de Chota pueda conocer una comunidad indígena en Cotopaxi o en Tungurahua; que los afrodescendientes de Chota entiendan cuál es la dinámica de los afrodescendientes de Guayaquil” (Antón Sánchez & Johnson, 2020, p. 225), sugieren. La meta no es solo que los afrodescendientes conozcan su propia historia y cultura, sino que Ecuador en su conjunto asuma su identidad plurinacional. Sin embargo, aún falta compromiso real de docentes y estudiantes para que la etnoeducación sea tomada con la seriedad que merece.
El aprendizaje de la etnoeducación afroecuatoriana es necesario para desmontar la matriz colonial del país y avanzar hacia una interculturalidad real, tal como lo establece la Constitución en sus arts. 1 y 29 (Asamblea Constituyente del Ecuador, 2008). Este proceso responde a la constatación de que, en la escuela, a los afroecuatorianos se les ha enseñado de todo, excepto sobre sí mismos. Como señala García Salazar (1983), en la década de 1970 este proceso aún no tenía nombre, pero surgió en espacios de reflexión tanto nacionales como internacionales, especialmente en encuentros con Colombia, donde se ha trabajado ampliamente en el tema.
En definitiva, la etnoeducación afroecuatoriana es un proceso de construcción que debe comprenderse “casa adentro”, como lo planteaba Juan García Salazar (1983), pero también “casa afuera”. No debe limitarse a la enseñanza dentro de la comunidad afrodescendiente, sino que debe extenderse a todo el país. Más que fomentar la tolerancia, su objetivo es generar conocimiento y respeto mutuo, pilares esenciales para la construcción de un Ecuador verdaderamente intercultural.
El aporte de las mujeres
La Coordinadora Nacional de Mujeres Negras del Ecuador ha desempeñado un papel fundamental en la construcción de la etnoeducación afroecuatoriana. Desde su perspectiva, este proceso es una herramienta de socialización que permite a las y los afrodescendientes comprender el significado de su cultura dentro del sistema educativo, así como en el ámbito cultural y en los medios de comunicación. La etnoeducación no solo busca fortalecer la identidad afroecuatoriana, sino también reconocer el valor histórico, etnológico, cultural, productivo y ecológico de estos pueblos, resaltando su contribución al desarrollo de la nacionalidad y a todas las esferas de la sociedad.
Propuestas concretas
La etnoeducación responde a procesos históricos, sociales, culturales y organizativos que requieren una implementación tanto “casa adentro” como “casa afuera”. La primera fase implica el fortalecimiento de la identidad dentro de las propias comunidades afroecuatorianas, mientras que la segunda se enmarca en la interculturalidad, promoviendo el diálogo con otros sectores de la sociedad. Este proceso es esencial para expresar y analizar los conflictos y problemas que enfrentan los afrodescendientes, así como para comprender las percepciones externas sobre ellos.
En la consolidación de las propuestas, la etnoeducación se concibe como un mecanismo para la enseñanza de la cultura y las identidades afroecuatorianas. Más que un simple modelo educativo, se trata de una vivencia cultural que debe integrarse en el ámbito escolar. Por ello, se considera fundamental que los afroecuatorianos transmitan su historia y su cosmovisión desde su propia voz y perspectiva. En este sentido, UNESCO (2011) señala que la etnoeducación sigue siendo un proceso en construcción, impulsado tanto por organizaciones sociales como por colectivos académicos. A pesar de ello, aún no está completamente arraigada en la mayoría de la población afroecuatoriana ni en todos los niveles del sistema educativo.
A diferencia de otros procesos educativos, el debate sobre la etnoeducación en Ecuador no ha surgido desde las universidades ni como una iniciativa del Estado, sino desde las propias organizaciones sociales y representantes afroecuatorianos. En el marco del Decenio Internacional de los Afrodescendientes (Naciones Unidas, 2025), que finalizó en 2024, se estableció una estrategia orientada al reconocimiento de derechos, la lucha contra el racismo y la discriminación, así como a la implementación de acciones afirmativas en distintos ámbitos. Uno de los objetivos era reducir la brecha de pobreza entre grupos racializados y no racializados. Sin embargo, muchas de estas estrategias corren el riesgo de quedar solo en el papel si no se concretan en acciones efectivas.
Entre las propuestas clave figura la creación de una Ley de Igualdad de Oportunidades, en línea con el art. 11 de la Constitución ecuatoriana (Asamblea Constituyente del Ecuador, 2008), cuyo num. 2 establece que “todas las personas son iguales y gozarán de los mismos derechos, deberes y oportunidades”. La propuesta ecuatoriana en el marco del Decenio Internacional de los Afrodescendientes busca, además del reconocimiento y empoderamiento de este grupo, superar la matriz racializada de carácter colonial y neocolonial. El objetivo es garantizar el ejercicio pleno de derechos tanto individuales como colectivos y resaltar el papel histórico y actual de los afrodescendientes en la construcción de la nación. Para ello, es fundamental promover un reconocimiento positivo de su aporte a la sociedad.
Conclusiones
A pesar de los avances en el reconocimiento de la etnoeducación como un derecho y un pilar para la construcción de una sociedad intercultural, su implementación en Ecuador es un desafío pendiente. La falta de material bibliográfico específico ha obligado a recurrir a experiencias de otros países, especialmente Colombia, donde este proceso se ha consolidado con mayor fuerza. Aunque el Decenio Internacional de los Afrodescendientes marcó una hoja de ruta para fortalecer la interculturalidad y reducir las desigualdades, muchas de sus propuestas no se concretaron en políticas públicas efectivas.
El apoyo del gobierno permitió la producción de los primeros 13 000 ejemplares de los módulos de etnoeducación afroecuatoriana (Secretaría de Educación Intercultural Bilingüe y la Etnoeducación [SEIBE], 2025), lo que representó un avance significativo. No obstante, en la actualidad no se fomenta su aplicación en las aulas ni se dispone de material adecuado para su enseñanza en las instituciones educativas. La etnoeducación sigue sin estar plenamente integrada en el currículo nacional, lo que limita su alcance y su impacto en la formación de las nuevas generaciones.
A esta situación se suma la falta de compromiso de muchas familias, que, al no involucrarse en el proceso de aprendizaje de sus hijos, dejan en manos de estos la responsabilidad de su propia educación e identidad cultural. Esta ausencia puede tener consecuencias graves en la construcción del sentido de pertenencia y en la transmisión del legado cultural afroecuatoriano (Cervantes, 2019). Sin embargo, la cultura sigue viva en las prácticas cotidianas de la comunidad. Niñas, niños y adolescentes encuentran en la música, la danza y la bomba tradicional una forma de expresión que fortalece su identidad y refuerza el valor de sus raíces.
Resulta paradójico que, mientras la etnoeducación busca eliminar la exclusión, se mantenga relegada únicamente a las comunidades afrodescendientes. La historia, la cultura y la cosmovisión afroecuatorianas no deberían ser conocimiento exclusivo de un grupo, sino formar parte del aprendizaje de toda la sociedad. No integrar esta perspectiva en todas las instituciones educativas del país perpetúa una forma de discriminación estructural que impide el verdadero reconocimiento de la diversidad cultural de Ecuador.
El camino hacia una etnoeducación efectiva aún enfrenta múltiples desafíos, pero su importancia es innegable. No se trata solo de reivindicar el pasado: significa construir un presente y un futuro en los que el conocimiento mutuo y el respeto sean la base de la convivencia. Incorporar la historia afroecuatoriana en el sistema educativo no es una concesión, sino una deuda histórica que el país debe saldar para avanzar hacia una sociedad más equitativa e inclusiva.
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