Resumen: El problema del acceso a los medicamentos no obedece siempre al rol cuestionable de la industria farmacéutica, como sí en gran medida a los Estados, responsables inmediatos por el abandono de millones de pacientes en los países bajo el umbral de pobreza y desarrollo. Para evidenciar esta información se plantean tres escenarios en los que las políticas públicas aún tienen una gran tarea pendiente: la ausencia de regulación y vigilancia, la permisividad con prácticas seudocientíficas y el abandono en regiones apartadas. A lo largo del texto, y a manera de conclusión, se propone un llamado de atención a los gobiernos, para que reorienten sus acciones y hagan presencia en un panorama que usualmente se deja a un lado cuando se aborda el problema del acceso a los medicamentos.
Palabras clave:CalidadCalidad,acceso y evaluación de la atención de saludacceso y evaluación de la atención de salud,comercialización de medicamentoscomercialización de medicamentos,éticaética,políticas públicas de saludpolíticas públicas de salud,propiedad intelectual de productos y procesos farmacéuticospropiedad intelectual de productos y procesos farmacéuticos.
Abstract: The problem of access to medicines is not usually the responsibility of pharmaceutical industry and its questionable role. The governments of developing countries, as we discuss in this article, has an important part of the responsibility for the abandonment of millions of patients who die before getting access to a treatment. To demonstrate this, we will refer to three scenarios in which public policies does not help to solve the problem: the lack of regulation and oversight; the permissiveness with pseudo-scientific practices; and the state’s abandonment in remote regions. Throughout the text, and as a conclusion, we will make a claim on governments to direct their actions towards solving the issues at hand.
Keywords: Ethics, health care quality, access, and evaluation, health public policy, intellectual property of pharmaceutic products and process, pharmaceutical trade.
Resumo: O problema do acesso aos medicamentos não obedece sempre ao rol questionável da indústria farmacêutica, e sim em grande medida aos estados, quem são os responsáveis imediatos pelo abandono de milhões de pacientes nos países sob o umbral da pobreza e desenvolvimento. Para evidenciar esta informação de expõem três cenários nos que as políticas públicas ainda têm uma grande tarefa pendente por saber: a ausência de regulação e vigilância, a permissividade com práticas pseudocientíficas e o abandono em regiões apartadas. Ao longo do texto, e a maneira de conclusão, se proporá um chamado de atenção aos governos para que reorientem suas ações, e façam presencia em um panorama que usualmente se deixa de lado quando se aborda o problema de acesso aos medicamentos.
Palavras-chave: Qualidade, acesso e avaliação da atenção de saúde, comercialização de medicamentos, ética, políticas públicas de saúde, propriedade intelectual de produtos e processos farmacêuticos.
Artículos de investigación
Redimensión de las políticas públicas frente al acceso a medicamentos: entre la ausencia, la permisividad y el abandono estatal*
A New Dimension on Access to Medicines Policy: Between the Lack of Regulation, the Permissiveness and the State’s Abandonment
Redimensionar as políticas públicas frente ao acesso a medicamentos: entre a ausência, a permissividade e o abandono estatal
Recepción: 05 Agosto 2014
Aprobación: 28 Octubre 2014
La situación actual que miles de pacientes padecen en el mundo es el reflejo de un sistema permisivo con la industria farmacéutica,1 que pretende imponer por medio de los acuerdos de libre comercio sus políticas de extensión de los derechos de exclusividad sobre los medicamentos, más allá de la patente farmacéutica, un instrumento tan valioso para fomentar la innovación como suficiente para el retorno de la inversión realizada.2
Valioso, pues, mediante el actual régimen de patentes y de mecanismos como el Tratado de Cooperación de Patentes, la protección de una invención farmacéutica goza de una cobertura global que, por demás, era inexistente en legislaciones como la europea hasta antes del Convenio de Múnich sobre la Patente Europea, el cual amplió la cobertura de la patente a los productos químicos, farmacéuticos y alimentarios en los países europeos.
Se asume, asimismo, que la patente resulta ser un instrumento excepcionalmente eficaz (Hollis, 2012) y suficiente para el retorno del esfuerzo económico realizado en un medicamento, pese a que este puede alcanzar los ochocientos millones de dólares (Dimasi, Hansen y Grabowski, 2003, p. 166), una vez superada la etapa preclínica.
En efecto, el monopolio temporal de explotación proporcionado por la patente sitúa a los laboratorios en un escenario ideal para recuperar la inversión y obtener unos márgenes importantes de ganancias en un mercado, esbozado por Puig-Junoy, con características específicas (2002, p. 18), como una competencia insuficiente o muy débil; información imperfecta de los prescriptores, y con submercados terapéuticos de carácter oligopolístico, además de una reducida elasticidad de la demanda.
Sin embargo, no es un objetivo de este artículo revisar el estado actual del acceso a los medicamentos frente a la industria farmacéutica,3 como sí de analizar un asunto constantemente olvidado en las discusiones sobre esta problemática. Nos referimos a un preocupante abandono del aparato estatal, en cuanto a regulación de precios, vigilancia de prácticas seudocientíficas y presencia de autoridades en las regiones apartadas, donde hay una carencia de infraestructuras y vías de comunicación.
Adicionalmente, se habla de ausencia del Estado en el acceso cuando no hay inversión para el desarrollo de nuevos medicamentos que traten o curen las enfermedades propias de sus habitantes, realidad que ha empoderado a la industria farmacéutica en muchos de los países donde esto ocurre y que le ha permitido imponer sus propias reglas4 en el espectro local con el denominado cabildeo farmacéutico. Ciertamente si el desarrollo de nuevos fármacos recayera en los gobiernos, no existiría ningún tipo de sometimiento en este sentido, ni fenómenos asociados como los carteles de falsos medicamentos o la proliferación de practicantes de la mal llamada medicina homeopática.5
Aunado a lo anterior, tampoco existen incentivos para los laboratorios productores de medicamentos genéricos, los cuales, dados los elevados costes y ante la emisión de licencias obligatorias,6 muchas veces no pueden hacer frente a la producción de medicamentos. Por último, el que es quizás el mayor problema de la ausencia del Estado: los precios prohibitivos impulsados por la misma industria farmacéutica a partir de fluctuaciones en los mercados locales.
Son diversos los escenarios no resueltos por muchos gobiernos que dejan a cientos de millones de pacientes en un preocupante estado de vulnerabilidad y que al afectar un acceso regular a los medicamentos, lesionan su derecho a la salud, y conexamente a la vida, ya que no hay derecho a la vida sin la posibilidad de contar con las curas y tratamientos7 que la apoyen cuando ello sea necesario.
En términos generales, el debate que se propone exterioriza, en primer lugar, las tensiones existentes en las políticas públicas de innovación con el acceso, dos necesidades básicas que deben ser balanceadas y que cumplen un rol fundamental en la fijación de precios de los medicamentos. Nos referiremos conjuntamente a la escasa intervención del Estado en materia regulatoria y nos detendremos en la problemática que traen consigo los fenómenos de la sobremedicación, falsificación y distribución de seudomedicamentos.
Coincidimos con Tawil (2010, p. 16) en que lo más adecuado pareciera ser abordar estas distintas realidades con acciones concretas que promuevan la inversión o financiación en investigación, desarrollo e innovación (I+D+i) farmacéutica, y que aparte de implementar planes públicos que faciliten el acceso en los sectores más desprotegidos, lleven a cabo una labor de gestión en el ámbito de la cooperación internacional para la celebración de acuerdos que fomenten la transferencia de tecnología.
Mientras tanto, la labor de identificación de nuevos problemas de acceso habrá de convertirse en una prioridad en políticas públicas, aprovechando el compromiso ya existente en el ámbito internacional para mejorar el desalentador panorama. Tal es el caso de los compromisos suscritos8 desde la Organización Mundial de la Salud, en los que ha quedado consignada la obligación de trabajar en pro de una mejor difusión y acceso de todos los productos y dispositivos médicos, para así superar todos los obstáculos existentes.
Resulta preocupante observar cómo el problema del acceso a los medicamentos puede ser emprendido desde distintas vías, además de la ya referida tendencia a prolongar los derechos de exclusividad sobre las invenciones farmacéuticas. Tal tendencia es un eslabón dentro de lo que Fumagalli (2007) concibe como capitalismo cognitivo. Se nota también con cierta preocupación que al estar posadas las miradas sobre la inflexibilidad de la industria farmacéutica y sus prácticas agresivas, como sociedad nos desenfocamos de la magnitud real del problema, de la cual los gobiernos son los directos responsables, en tanto son los únicos garantes de la protección social de sus ciudadanos (Acosta et al., 2007, p. 316).
Admitir que las políticas públicas dirigidas a extender y hacer eficiente la prestación de un servicio integral de salud están lejos de encontrar soluciones permanentes a un problema que en la última década ha afectado por lo menos a dos partes de la población mundial (World Health Organization, 2003; United Nations Children’s Fund y World Health Organization, 2010) es el primer paso para abordar nuevos escenarios que aseguren, cuanto menos, las prestaciones básicas que le permitan a ese considerable segmento poblacional conservar su derecho a la vida.
Teniendo presentes las extraordinarias cifras de crecimiento y de proyección de la industria farmacéutica en la última década (European Federation of Pharmaceuthical Industries and Associations [EFPIA], 2002 y 2013), es plausible comprender que su crecimiento ha sido impulsado por los mercados de los países ricos. De ahí que sus estrategias abarquen también el desarrollo de nuevos fármacos para los ciudadanos de dichos países y su comercialización con agresivas campañas, en las que interviene no solo la publicidad convencional, sino la persuasión de los visitadores médicos y los incentivos que reciben los médicos.9
Estos incentivos se pueden otorgar directamente a través de dádivas (Álvarez, 2007, p. 62), o bien a través de lo que puede llamarse turismo de capacitación médica,10 esto es, programas de capacitación diseñados para que los médicos de una determinada especialidad se reúnan en una ciudad (usualmente turística), con todos los gastos pagos, a fin de actualizarse en un tema muy específico; así quedan abiertos a lo que la industria les quiere presentar (Jara, 2011, p. 18).
No debe perderse de vista esta realidad, en la que los gastos de mercadeo de un medicamento llegan a destacarse frente a los de I+D+i. Para citar un caso muy puntual: en 2000, los principales laboratorios de Estados Unidos llegaron a contar con una proporción de ocho empleados dedicados a la comercialización de sus medicamentos por cada diez (Barrutia y Zabalo, 2004, p. 179). Una proporción creciente, puesto que en 1995 apenas el personal dedicado al marketing solo era un 12 % mayor que el ocupado en investigación y desarrollo de nuevos medicamentos (Sager y Socolar, 2001).
Tampoco hay que dejar a un lado que muchas de las nuevas enfermedades son en realidad estándares fijados por comités de especialistas, muchas veces imparciales. Por ejemplo, al rebajarse la concentración de colesterol de 290 a 270 en 1994, era previsible que el mercado se iba a ampliar para los medicamentos propios para tratarlo (Castiel y Álvarez-Dardet, 2007, p. 463), es decir, se crean nuevos grupos de riesgo y por lo tanto nuevos y regulares consumidores.11
No en vano de cada veinte medicamentos cuatro deben retirarse por efectos secundarios graves no conocidos (Petr, 1994) y, por ende, no reportados previamente. Tal y como ocurrió a principios de la década pasada en los Estados Unidos, con el consumo del medicamento Vioxx®, asociado a un número aproximado de entre 80.000 y 140.000 casos de infarto de miocardio e ictus (Mintzes, 2012; Ettore, 2013). Se trata quizás de la mayor tragedia atribuible a un único medicamento hasta ahora (Blech, 2005).
Para ilustrar este contexto, en España se reportaron 18.000 casos de cáncer de mama entre 1995 y 2003, atribuidos a tratamientos hormonales sustitutivos posmenopáusicos, y que se comercializaban como la fuente de la eterna juventud (Pérez-López, 2003). Recientemente, la comunidad médica recibió una importante señal de alarma tras publicarse los resultados de un estudio donde se evidenció la estrecha relación entre el consumo por más de dos años del omeprazol, uno de los medicamentos más prescritos en la actualidad, con la deficiente absorción de la vitamina B12 (Lam, Schneider, Zhao y Corley, 2013). Será cuestión de tiempo para vislumbrar la magnitud del problema que traen consigo las malas prácticas de la industria farmacéutica.
Mientras tanto, en los países pobres es inexistente la regulación (Smith y Quelch, 1992), que obliga a la industria farmacéutica a comunicar en debida forma acerca de las contraindicaciones de sus medicamentos, de manera que usualmente se pueden encontrar medicamentos bajo prescripción médica que se publicitan y comercializan bajo la modalidad de venta directa. Por ejemplo, en Colombia, Nicaragua, Argentina, Perú o Ecuador se evidencia un gran número de fármacos con abundante información sobre sus indicaciones, respecto a la escasa o inexistente información referida a su seguridad (Vacca, Vargas, Cañás y Reveiz, 2011, p. 81).
No obstante, la gran consecuencia de la ausencia regulatoria del Estado, traducida en la permisividad con prácticas que llevan a la sobremedicación, se da con el colapso de los subsidiados y contributivos de salud, los cuales no pueden hacer frente a tan elevados costes. En efecto, el incremento exponencial en el gasto en salud asociado a los altos precios de los medicamentos bajo patente12 representa, en términos de Restrepo, Delgado, Reyes y Holguín, “un factor de primer orden en la crisis de los sistemas de salud, caracterizada por la dificultad de proporcionar a las personas los servicios y productos que satisfagan sus necesidades” (2014, p. 15).
En el caso de España, uno de los países en los que más medicamentos se consumen en el mundo, la industria farmacéutica reportó en 2012 un estimado de ventas de 17.000 millones de Euros, de los cuales 10.000 millones fueron subsidiados por el Estado español (Girona-Brumós, 2005), cada vez más sumido en una profunda crisis económica.
Así, es preciso introducir normas que regulen este tipo de prácticas, si se espera contar con un sistema de salud estable que no restrinja a futuro algún medicamento porque resulte costoso y no tenga los recursos para asumirlo. Se trata de un sistema en el que desde un principio se puedan financiar los medicamentos necesarios para cada enfermedad y se eviten sobregastos.
Con sistemas de salud frágiles,13 en países con un mediano o escaso poder adquisitivo, son cientos de miles los pacientes diagnosticados con una enfermedad grave quienes fallecen prematuramente al no lograr acceder a ciertos medicamentos por su alto precio, al no estar incluidos en los planes obligatorios de salud. Esta es una realidad bastante recurrente en Colombia, país que se queda corto en cuanto a las tasas de supervivencia (Vacca et al., 2011) luego del diagnóstico de enfermedades graves; en comparación con las de otros países.
En 2010, Health Action International publicó los datos de un estudio llevado a cabo en más de cien ciudades, en el que se compararon los precios de dos líneas farmacológicas: Actrapid y Humulin S/R. La conclusión fue una clara señal de alarma para los gobernantes de varios de los países analizados,14 cuya línea de pobreza se encontraba muy por debajo del promedio, y donde el umbral de precios estaba desbordado, incluso en comparación con los países desarrollados.
Ante evidencias como esta, en el seno de la Organización Mundial del Comercio se había acordado priorizar la salud pública ante las barreras que le suponían al acceso a los medicamentos los derechos de exclusividad sobre las invenciones farmacéuticas. La herramienta para tal fin fue plasmada en la Declaración de Doha sobre la salud pública y los aspectos de los derechos de propiedad intelectual relacionados con el comercio, la cual buscaba estabilizar el acceso y regular la disponibilidad y cantidades de los medicamentos a un costo lo suficiente asequible.
Se buscaba, además, corregir una inequidad dominante en países como Sudáfrica, donde sus gobernantes han tenido que recurrir a sus órganos jurisdiccionales para equilibrar la balanza con las compañías farmacéuticas. De hecho, en la última década nuestra sociedad ha sido testigo de un avance significativo en el ámbito de las políticas públicas y, conjuntamente, de la aparición de los antirretrovirales genéricos, los cuales han desmoronado los precios y la competencia en esta línea de fármacos, lo que ha beneficiado a millones de enfermos de VIH.
Pese a todo, en países como Colombia la realidad sigue siendo otra, por cuanto son cientos de miles de pacientes los no pueden completar sus tratamientos prescritos y deben recurrir al amparo constitucional por la vía de la acción de tutela (Mendoza Ruiz, 2003, pp. 61 y 65) como último, y en muchos casos único mecanismo, para acceder a tratamientos no incluidos en el Plan Obligatorio de Salud, tanto en el régimen contributivo como en el subsidiado.
Bardey (2013) identifica dos causas que explican esta situación. Si bien la primera viene dada por los precios de referencia, que son tomados como topes de precios; la segunda en realidad es el reflejo de un pobre diseño de los sistemas de salud financiados por los Estados, que no son reactivos a los altos precios y permiten asumir a manera de cheque en blanco los valores fijados por las industrias farmacéuticas, pues las cuotas moderadoras se cobran en función de los ingresos de los pacientes.
En este sentido, si un paciente debiera pagar un porcentaje considerable del precio de un medicamento, teniendo la opción de elegir entre varias marcas o tratamientos con igual efectividad, terminaría decantándose por el que tenga menor valor, y esto incentivaría a la industria a moderar sus precios. Por el contrario, si dentro de las políticas públicas se optara por limitar las únicos mecanismos que tienen los ciudadanos para reclamar por el derecho al acceso a los medicamentos, se fracturaría irremediablemente cualquier vía para reclamar el amparo del derecho a la salud y conexamente a la vida.
A una vigilancia laxa sobre las prácticas antes reseñadas15 se suma la falta de control de las autoridades sanitarias y policiales en núcleos poblacionales apartados. Este abandono se presenta como un fenómeno que rompe cualquier esquema de acceso a los medicamentos, al impedir que, por decisión propia o por falta de información, los ciudadanos opten por no acceder a ellos. Se trata del fenómeno de la homeopatía y de los productos tradicionales.
En relación con el primero, la crítica de parte de la comunidad médica y científica es constante (Bellavite y Betti, 2012; Álvarez y Marina, 2006; Ernst, 2000), ya que la homeopatía como seudociencia no cuenta con el respaldo científico que demuestre su eficacia (Posadzki, Alotaibi y Ernst, 2012, pp. 1178-1188), al no existir ensayos clínicos validados metodológicamente (Shang et al., 2005, pp. 731 y 732). El riesgo de su consumo, como es de esperar, está en que los pacientes renuncian a tratamientos médicos clínicamente comprobados y los reemplazan por el consumo de productos de este tipo. Así, quedan desprovistos de la que podría significar su cura, o cuanto menos, una mejora significativa en sus dolencias.
De más no está reseñar que esta industria, al igual que la farmacéutica, ha crecido notablemente en las dos últimas décadas, aunque con la diferencia de tener costos operativos muy bajos, toda vez que ni los salarios de estos profesionales no cualificados, ni los equipos de investigación y producción llegan a generar iguales costos. Así, las ventas de productos homeopáticos, según estimaciones publicadas en un estudio sobre la panorámica mundial del mercado de medicamentos representaron en la década pasada y en el mundo más de 1000 millones de euros, cifra que para 2005 se reflejaba en el 0,5 % del mercado farmacéutico (Collazo Herrera y León Rodríguez, 2005, p. 4).
En relación con los productos de carácter tradicional, que no deben en ningún caso confundirse con los medicamentos ancestrales desarrollados por las comunidades indígenas, es preciso reseñar que de forma usual son producidos por microempresarios locales (Young y Young, 1983), quienes aprovechando algún principio activo presente en plantas de fácil consecución o en ingredientes que no pueden ser identificados a simple vista preparan un compuesto casi al instante, al que deciden atribuirle ciertos beneficios.
Estos productos, que ocupan por lo menos una tercera parte en países de África, Asia (Bate, 2008, p. 80) y Latinoamérica (Exebio, Rodríguez y Sayritupac, 2010, pp. 138 y ss.), se distribuyen en mercados locales o en consultorios de autoproclamados sanadores que aun cuando no tienen ninguna acreditación oficial, sí tienen la suficiente confianza de una comunidad local como para hacer de este oficio un negocio rentable.
En favor de esta práctica está el concepto de fe, frecuentemente introducido y manifestado como un cálculo que los pacientes hacen sobre la eficacia de un tratamiento a partir de estos productos en la cura de su enfermedad (Young y Young, 1983, p. 334). Sin embargo, cuando las supuestas curas fallan, y con el avance inminente de su enfermedad, los pacientes terminan recurriendo a un médico convencional en etapas ya avanzadas o terminales.
Indubitablemente, los sanadores y distribuidores de tales productos no solo logran aprovecharse de la ingenuidad de aquellos que tratan, sino de su estado de desesperación e impotencia16 (Vincent y Furnham, 1996; Bishop, Yardley y Lewith, 2007, pp. 866 y 867; Paltiel et al., 2001) frente a un sistema de salud de deficiente cobertura. Desde luego, la solución por parte de la administración pública, además de sancionar a quienes llevan a cabo estas prácticas, habrá de recaer en el diseño de políticas públicas que amplíen la cobertura sanitaria en estos núcleos poblacionales.
Ahora bien, el otro gran problema se da también con una falta de control, esta vez de las autoridades policiales ante el fenómeno de la piratería farmacéutica. Las falsificaciones de medicamentos, hoy por hoy, representan un importante ingreso para la delincuencia común, que encuentra allí un negocio más rentable y aún menos riesgoso que otras prácticas delictivas habituales.
En efecto, en muchos países pobres, a las autoridades policiales les resulta muy complicado vigilar las fronteras (Morris y Stevens, 2006; Bate, 2008, p. 83); incluso tienen desprovistos controles a lo largo del territorio, que es por donde suelen entrar los medicamentos falsificados. De esta forma, un paciente que reciba un medicamento falsificado no se estará tratando para una enfermedad17 y sí quedará expuesto al avance de la misma manera que quien no tuvo ninguna vía de acceso al medicamento.
Por regla general, las farmacias ubicadas en zonas urbanas resultan más lucrativas frente a aquellas ubicadas en zonas rurales poco pobladas, las cuales, por demás, no cuentan con una reserva constante de medicamentos esenciales. La principal causa se da como consecuencia de defectuosas cadenas de suministro, que impiden que estos lleguen a las farmacias destinatarias o, si llegan, lo hagan en un estado de deterioro que les hace inservibles, dadas las inadecuadas prácticas de conservación.
En este sentido, es necesario que cada Estado incluya dentro de sus políticas sanitarias el fomento de nuevas tecnologías en las cadenas de distribución de medicamentos, para lograr con ello reducir los errores en su administración y optimizar las cargas de trabajo de todos los eslabones de la cadena (Tejada Domínguez, 2011) con el fin de garantizar eficientemente la disponibilidad para cubrir las necesidades terapéuticas de los pacientes. Por lo pronto, es conveniente resaltar iniciativas como el Fondo de Impacto sobre la Salud, o los fondos rotatorios de medicamentos.
Los primeros se proponen desde la academia18 como un mecanismo único de pago por rendimiento de cada invención farmacéutica. Atienden a indicadores que han de reflejarse en la solución efectiva que dicha invención aporta al desarrollo y acceso global (Garay, 2011, p. 413 y ss.). Se busca con esta iniciativa que los laboratorios desarrollen medicamentos para enfermedades importantes19 y en regiones prioritarias y que logren consiguientemente una reducción sustancial de la morbimortalidad por enfermedades aún no tratables o curables.
Por su parte, los fondos rotatorios aspiran a facilitar el acceso de medicamentos esenciales en las regiones más apartadas. Para el financiamiento de cada fondo rotatorio es necesaria una inversión de capital inicial, la cual le permite adquirir una reserva de líneas de fármacos dirigidas a atender las reales necesidades de grupos poblacionales determinados. A su vez, con los ingresos generados por las ventas —siempre a un precio asequible— o con el pago de una tasa estandarizada por usuario se repone el inventario.
Es importante examinar esta iniciativa, pues propone un esquema que a corto y mediano plazo puede ser financiado por los Estados u organizaciones, a razón de que tal y como está planteado cuenta la suficiente viabilidad económica para su puesta en marcha tan pronto como reciba un primer desembolso de capital inicial. Además, puede integrarse perfectamente a cualquier sistema de salud, en aras de fortificar las cadenas logísticas-farmacéuticas en zonas apartadas. Dado su carácter solidario, autosustentable y con vocación equitativa, se trata, sin lugar a duda, de una de las más sofisticadas y novedosas iniciativas en este ámbito.
En la práctica, los fondos rotatorios han estado sujetos a múltiples problemas, en su mayoría dados por la ausencia de inversión desde el sector público. Dicha ausencia ha generado inconvenientes en los esquemas de financiamiento, soportados en pagos de bolsillo por parte de los pacientes —donde existía una exclusión de aquellos que no podían asumir tales gastos—, y se ha hecho necesario plantear, por ende, esquemas de excepciones como las cuotas moderadoras.
Al mismo tiempo, la desatención del aparato estatal20 a esta iniciativa se ha reflejado, por un lado, en la ausencia de campañas propias que fomenten un uso racional de los medicamentos,21 toda vez que las campañas existentes suelen efectuarse por intermedio de convenios interinstitucionales, cuyas instituciones no tienen presencia en estas regiones dado su alcance nacional (García, Delgado y Lara, 2003); por el otro, en la falta de programas de capacitación a líderes locales y profesionales sanitarios en materia de negociación, para llevar a buen término la adquisición de medicamentos.
Pero quizás la gran tarea pendiente en las regiones apartadas de muchos países sea la mejora en las vías de transporte, ya que unas ópticas condiciones de la infraestructura de comunicación con las ciudades principales facilitan el diseño de modelos equitativos en los canales de distribución de medicamentos. Ello evita, según lo señala Estébanez (2005, p. 682), que la población se aboque a los mercados alternativos de medicamentos, donde los proveedores ni tienen un conocimiento adecuado sobre el manejo, ni pueden responsabilizarse de su calidad.
Y es que mientras una comunidad cuente con adecuadas vías de comunicación serán un escenario propicio para que modelos neutrales —como el propuesto por el Proyecto Bamako22— se lleven a cabo con éxito. El resultado se reflejará en medicamentos con tarifas de acceso bastante asequibles,23 a través de los fondos rotatorios, lo cual beneficiará conexamente a las poblaciones urbanas medianas, que notarán un descenso en los precios, como resultado de los precios competitivos desde las poblaciones remotas. De ahí que el impacto de estas iniciativas tienda a ser más grande que el previsto.
Pécoul, Chirac, Truiller y Pinel (1999, p. 361) son acertados en sostener que la eficacia en el suministro y acceso a los medicamentos depende de una larga cadena de elementos que deben confluir.24 Desde una investigación, desarrollo e innovación ética, pasando por las buenas prácticas de elaboración y control de calidad, hasta la información fidedigna que deben recibir los pacientes en relación con cada medicamento.
Así es como las políticas públicas fracasan al no controlar y vigilar las prácticas contrarias a este deber ser. Por un lado, al tolerar que los laboratorios influyan en las decisiones que los médicos toman al recetar uno u otro medicamento, en función de los estímulos otorgados para tal fin; por el otro, al no vigilar los precios, además del fenómeno de la sobremedicación que de estas prácticas se deriva, y que en materia de acceso colapsa los sistemas de salud que financian los medicamentos, por no mencionar el alto precio que es prohibitivo para los pacientes que no cuentan con el apoyo estatal para acceder a un tratamiento o cura.
A todo esto se suma una creciente preocupación por la forma como la industria farmacéutica, hoy por hoy, impone sus condiciones (Uribe-Arbeláez, 2012, p. 57), por medio de los acuerdos de libre comercio e integración económica. Ello se ha dado en parte por el empoderamiento que ha ganado la industria al no tener un control y vigilancia permanente, en un modelo de negocio que les garantiza un monopolio sin precedentes, al ser los medicamentos productos sui generis de primera necesidad, ya que los pacientes no suelen contar con más alternativas que la línea farmacéutica prescrita para tratar su afección.
Esta problemática nos ha de llevar como sociedad civil25 a buscar vías de salida, donde a partir de nuestra calidad de electores exijamos a los gobiernos26 asumir el rol protagónico, que por lo pronto les resulta inconcebible. Prueba de lo anterior es su desentendimiento con el —también creciente— fenómeno de la homeopatía y los productos tradicionales subestándar, los cuales ponen en riesgo a cientos de millones de pacientes en el mundo, quienes de antemano renuncian a los tratamientos médicos convencionales, ya que ni cuentan con las facilidades de acceso en regiones remotas, ni con un gobierno dispuesto dejar a un lado su permisividad con estas prácticas.
Por último, es preciso hacer un llamado de atención para que las políticas públicas se enmarquen en las poblaciones apartadas. No solo con los ya referidos planes para el uso racional de medicamentos o con el apoyo a las iniciativas privadas, que buscan equilibrar la balanza con las zonas urbanas e intermedias, sino con la inversión en infraestructuras y vías de comunicación, pues de ello dependerá cualquier proyecto que, desde lo público o privado, procure distribuir y mantener adecuadamente las cadenas de conservación de los medicamentos en estas zonas.
Retomando a Pécoul, Chirac, Truiller y Pinel, la falta de acceso a tratamientos o curas abre nuevas cuestiones sobre derechos fundamentales (1999, p. 361), las cuales deben ser rencausadas al cumplimiento de una única responsabilidad por parte del Estado: la de redimensionar integralmente sus políticas públicas27 frente al acceso a los medicamentos. De lo contrario, la utilización de cualquier vía para hacer exigible la inclusión de un “derecho fundamental al acceso a los medicamentos” (Rengifo, 2012, p. 235; Bergel, 2006, p. 126; Peduti y Nader, 2011, p. 142) no tendría ningún efecto,28 siquiera a mediano plazo, por cuanto el reconocimiento de este derecho quedaría plasmado en un documento, lejos de ser una realidad.
Para citar este artículo: Vargas-Chaves, I. (2015). Redimensión de las políticas públicas frente al
acceso a medicamentos: entre la ausencia, la permisividad y el abandono
estatal. Estudios
Socio-Jurídicos,
17(1), 169-193. Doi:
dx.doi.org/10.12804/esj17.01.2014.05