Artículos
Prensa, boxeo y muerte. El caso del ‘primer’ ídolo popular deportivo argentino
Press, boxing and death. The case of the 'first' popular argentine sports idol
Prensa, boxeo y muerte. El caso del ‘primer’ ídolo popular deportivo argentino
Autoctonía (Santiago), vol. 7, núm. 1, pp. 459-504, 2023
Universidad Bernardo O'Higgins, Centro de Estudios Históricos
Recepción: 12 Agosto 2022
Aprobación: 08 Diciembre 2022
Resumen: El presente trabajo explora los diferentes sentidos que la heterogénea prensa produjo, transmitió y puso en circulación a la hora de narrar la muerte, el sepelio y la biografía póstuma del famoso boxeador argentino Justo Suárez (1909-1938). A partir de trabajos sobre historia social y cultural del deporte y la muerte, se analiza el funeral como un ritual polifónico en el que diferentes actores sociales contribuyeron a construir una nueva figura nunca antes vista en la Argentina moderna: la del ‘primer’ ídolo popular deportivo argentino. La hipótesis sugiere pensar que la muerte de Justo Suárez y su particular biografía consolidaron y, a la vez, amplificaron la construcción ficcional del ‘primer’ ídolo popular deportivo argentino, siendo la prensa un actor clave en este proceso.
Palabras claves: Justo Suárez, prensa, boxeo, muerte.
Abstract: The present work explores the different meanings that the heterogeneous press produced, transmitted and put into circulation when narrating the death, burial and posthumous biography of the famous Argentine boxer Justo Suárez (1909-1939). Based on works on the social and cultural history of sport and death, the funeral is analyzed as a polyphonic ritual in which different social actors contributed to construct a new figure never seen before in modern Argentina: the ‘first’ popular argentine sports idol. The hypothesis suggests that the death of Justo Suárez and his particular biography consolidated and, at the same time, amplified the fictional construction of the ‘first’ popular argentine sports idol, being the press a key actor in this process.
Keywords: Justo Suárez, press, boxing, death.
1. Introducción
De Mataderos al centro,/ Del centro a Nueva York, Seguís volteando muñecos/ Con tu coraje feroz. Cuando te pongan al frente/ Del mismo campeón del mundo, Ponete esa papa en la olla,/ Cocinátela a la criolla Y por cable la fletás. Tango: Muñeco al suelo Autor: Venacio Juan Clauso
El 7 de marzo de 1931 no fue una fecha más para el boxeo argentino. Ese día, en el viejo estadio de madera del club River Plate ubicado en la Avenida Alvear y Tagle, ante una multitud reunida, se enfrentaron en una pelea de box, el argentino Justo Suárez y el chileno Estanislao Loaiza. Algunos medios con gran cobertura nacional como La Nación o El Gráfico mencionaron, en los días previos, la enorme expectativa que había concitado el match boxístico (Justo Suárez y Estanislao Loayza se medirán esta noche. La opinión general está en favor del púgil local, 1931: 9; Suárez ganará a Loayza, porque no creo que exista quien pueda ganarle, señaló Pepe Lecture, 1931: 7). Los titulares de La Nación señalaron la multitudinaria presencia de espectadores totalizando “más de cuarenta mil aficionados” que abonaron su entrada (Suárez en un combate recio como pocos, dejó knock-out a Loayza en menos de ocho minutos, 1931: 8). Otros periódicos como La Prensa, fueron más allá de dicha cifra señalando que “el total de la concurrencia alcanzó a 50.000 personas, un ‘record’ en ‘matches’ de box en Sud América” (Justo Suárez venció a Loayza por ‘K.O’ en la tercera vuelta, 1931: 14).
Con independencia de la posible sobredimensión del número de espectadores -más cercano a 40.000 que a 50.000 personas según la mayoría de los diarios capitalinos de mayor circulación-, el evento boxístico mostró la capacidad de movilización y consumo que ofrecía dicho deporte a principios de los años ‘30 en la capital argentina, así como la enorme popularidad de un boxeador llamado Justo Antonio Suárez. El combate lo ganó con autoridad el boxeador argentino.
Esta pelea, a la que concurrieron celebridades extranjeras como los príncipes de Gales Eduardo y Jorge (Los príncipes fueron aclamados en el Estadio de River Plate, 1931: 5; Justo Suárez ¡Superchampion!, 1931: 20) y las máximas autoridades nacionales encabezadas por el presidente de facto, el general José Félix Uriburu y distintos Ministros, fue una de las variadas y numerosas contiendas deportivas que ofreció Justo Suárez entre finales de la década del ‘20 y principios de los ‘30, cuyo tono particular fue la masividad en cuanto a la asistencia y a la enorme cobertura ofrecida en los diferentes medios gráficos (Justo A. Suárez venció por puntos a Julio Mocoroa. Más de 40.000 personas aclamaron al nuevo campeón liviano, 1930: 17-18). Su popularidad alcanzó en toda la Argentina, según la revista deportiva nacional más importante llamada El Gráfico, dimensiones inigualables, produciendo recaudaciones records (Ya descansa el Torito, 1938: 31).
La pelea con el famoso boxeador chileno amplificó su ya popular figura y le posibilitó realizar su segunda gira a los Estados Unidos -la primera había sido muy exitosa-, en busca del máximo reconocimiento mundial. Sin embargo, contrario a lo que suponían varios de los periodistas y expertos gráficos de box de los grandes medios de prensa de aquel entonces, su perfomance deportiva sufrió varias e ‘inesperadas’ derrotas ocasionando la imposibilidad de acceder a la pelea por el título mundial. A ello, se le sumó el hecho de haber contraído una enfermedad, en ese momento incurable. Su ascendente y popular carrera se detuvo. En 1938, a la edad de 29 años, el famoso y popular boxeador murió de tuberculosis en la provincia de Córdoba. Su muerte, al igual que su intensa y fugaz carrera deportiva, fue extensamente cubierta por los más importantes periódicos y revistas argentinas. Más allá de las diferencias políticas, partidarias, ideológicas, de destinatarios o de estilos periodísticos, revistas, magazines y diarios argentinos de gran circulación como La Nación, La Prensa, La Razón, El Diario, Crítica, El Argentino, El Día, The Standard, Los Principios, El País, Mundo Argentino, Caras y Caretas, El Gráfico,1 entre otros, informaron profusamente sobre la muerte de Justo Suárez en la provincia de Córdoba y cubrieron el accidentado y multitudinario sepelio realizado en la capital argentina.
El funeral de Justo Suárez no pasó desapercibido ni para la prensa, ni para ciertos sectores sociales y barriales de la capital argentina. Su muerte, a diferencia de otras muertes de famosos deportistas (futbolistas, automovilistas, jockeys, etc.), terminaron de delinear y consagrar, para gran parte de la prensa, al ‘primer’ gran ídolo popular deportivo argentino. La heterogénea prensa argentina fue en línea con este tipo de aserciones: “Que los admiradores de otros ídolos nos perdonen la afirmación, pero nadie superó la gloria pura de Justo Suárez (…)” (Falleció esta madrugada en Córdoba el ex pugilista Justo Suárez, 1938: 8; The death of the once famous and popular bóxer, Justo Suárez”. Death of ‘Torito de Mataderos, 1938: 3).
La muerte y el funeral de Justo Suárez condensaron una serie de sentidos que fueron más allá del deceso del popular boxeador argentino. En este contexto, teniendo en cuenta la particular biografía de Suárez y su masivo funeral, el presente trabajo tiene como objetivo central analizar los diferentes significados que la heterogénea prensa argentina (periódicos, revistas y diarios deportivos especializados) produjo, transmitió y distribuyó a la hora de narrar la muerte y el sepelio de Justo Suárez, definiendo una particular biografía póstuma. Entre las interrogantes a indagar, se pueden mencionar las siguientes: ¿Qué sentidos produjo y transmitió la heterogénea prensa sobre la muerte y el sepelio de Justo Suárez? ¿Qué actores participaron del funeral? ¿Cuáles fueron los sentidos que produjeron y transmitieron los medios de prensa sobre la figura y la biografía de Justo Suárez?
El análisis realizado para dar cuenta del universo indagado, se nutrió de los aportes provenientes de la historia social y cultural de la muerte y del deporte (Gayol, 2016a; Huggins, 2011; Scharagrodsky & Torres, 2019). Vale decir, la muerte y el funeral del deportista son analizados como miradores hermenéuticos que permiten identificar una serie de preocupaciones sociales, culturales y políticas problematizadas en dichas décadas. Entre ellas se destacaron la cuestión de la movilidad social por parte de los sectores populares, las diversas identidades en juego (lo barrial, lo nacional, etc.), el lugar de las mujeres en las relaciones sociales y los sentidos dominantes sobre la masculinidad.
Seguimos a Gayol, quien sostiene que un funeral es un ritual, vale decir, “(…) es una secuencia estereotipada y repetitiva de actos que comprende gestos, palabras, objetos y símbolos que se dan en un momento y lugar determinados. También es una práctica dinámica que puede alterar sus formas y sus efectos en el propio acontecer” (2016a: 2). Se considera al funeral como una práctica ritual atravesada y, a la vez, productora de lógicas de sentidos socio-culturales, políticos e identitarios. Indagar la secuencia del ritual, los actores que participaron del mismo, el lugar del sepelio, el comportamiento del público, los expositores elegidos frente al cajón fúnebre y las alusiones y selecciones de la prensa sobre la vida del muerto (la biografía póstuma) nos permiten identificar los múltiples sentidos y significados que se produjeron, transmitieron y circularon en derredor de una de las figuras más reconocidas y consumidas en el ámbito deportivo argentino en los particulares años ‘30.
Nuestra hipótesis sugiere pensar que la muerte de Justo Suárez y su especial biografía consolidaron y, a la vez, amplificaron la construcción ficcional del ‘primer’ ídolo popular deportivo argentino, depositando sobre él ciertos rasgos, atributos, características, funciones y expectativas estrechamente vinculadas con las transformaciones acaecidas en el contexto social más amplio. Al mismo tiempo, se supone que la muerte del famoso boxeador puso en circulación un conjunto de imaginarios sociales, sexuales, morales e identitarios que estuvieron en disputa (Nouseilles, 2000) y excedieron a su figura, su disposición corporal y su estilo boxístico. Todo ello, en un contexto de transformaciones sociales, culturales y políticas que, como señaló Beatriz Sarlo, han sido caracterizadas, para el caso argentino, como parte de una modernidad periférica, donde lo viejo y lo nuevo se mezclaron (2003). En este punto, la prensa se desempeñó como un actor clave a la hora de seleccionar y jerarquizar ciertos elementos de sentido por encima de otros. En muchos sentidos, la muerte de Justo Suárez inauguró el panteón deportivo popular argentino moderno y cristalizó varios de los sentidos que atravesaron a las nuevas figuras deportivas populares a lo largo del siglo XX. La importancia cultural de este panteón a la hora de producir ciertos guiones de sentido no fue nueva para muchos países fuertemente deportivizados como, por ejemplo, Estados Unidos o Inglaterra (Huggins, 2011).
2. Justo Suárez y los inicios del boxeo en la Argentina
Cuando Justo Suárez comenzó su carrera pugilística a mediados de la década de 1920, el boxeo argentino estaba en pleno auge y crecimiento, potenciado por décadas de una rica y variada red transnacional que visibilizó a dicho deporte a partir de la circulación de personas, objetos e ideas (Palla, 2018, 2020). La variedad de boxeadores reconocidos y consumidos por parte del público en las grandes urbes, la multiplicación de espacios vinculados al box (clubes, asociaciones, academias), los proyectos -truncos- de instalar rings en las plazas y paseos públicos, la mayor presencia de instructores, expertos y enseñantes nacionales e internacionales, la propagación y venta de artículos relacionados a este deporte en las grandes tiendas, la emergencia y circulación de revistas y literatura especializada, junto con la profusa difusión que la prensa -y la radio- hicieron de los numerosos matches boxísticos -convertidos en redituables espectáculos comerciales-; instalaron en los años ‘20 un escenario deportivo absolutamente novedoso en la capital argentina (Ullivarri, 2020a; Arnoux Narvaja, 2018: 120).
Sumado a ello, en 1920 se creó la Federación Argentina de Box (FAB) y se logró luego de años de peleas clandestinas, discusiones y disputas con quienes definían lo legal y lo moral en el universo deportivo, “derogar en 1924 la prohibición vinculada a los espectáculos de boxeo” (Archetti, 2005: 24) que se había establecido en la capital argentina en 1892. Todo ello consolidó al boxeo como práctica deportiva y, muy especialmente, como espectáculo comercial, generando una multiplicidad de oficios alrededor de dicha práctica: promotores, jueces, sparrings, periodistas especializados, médicos deportólogos, etc. Un nuevo auditorio, masivo y popular, irrumpió en el cada vez más especializado, heterogéneo, redituable y dinámico escenario deportivo (Archetti, 2001, 2005; Frydenberg, 2011; Hora, 2014; Scharagrodsky, 2016, 2021a).
Dos figuras estelares se repartieron por aquella época buena parte de la atención de la prensa, la ‘patria’ deportiva y el público interesado en el deporte viril por excelencia de las sociedades modernas. En la primera mitad de la década de los ‘20 quien concitó y, a la vez, estimuló el interés por el boxeo en términos de espectáculo deportivo y comercial fue Luis Ángel Firpo (1894-1960), apodado el ‘El toro salvaje de las Pampas’. En 1923, luego de una carrera llena de triunfos nacionales e internacionales se enfrentó ante más de 85.000 espectadores, al campeón mundial, el norteamericano Jack Dempsey (1895-1983), en el mítico Polo Grounds de Nueva York. La pelea fue inaugural en muchos sentidos: fue la primera pelea de boxeo por un título mundial entre un argentino y un norteamericano; por primera vez a escala mundial un representante argentino apareció en las tapas o en secciones deportivas de periódicos y revistas de más de veinte países; fue uno de los primeros espectáculos deportivos en convertirse en un negocio millonario (fue la segunda pelea moderna en superar, solo en recaudación por tickets vendidos, el millón de dólares); en la Argentina, por primera vez, se transmitió un evento deportivo a través de la radio (Matallana, 2006: 7); por primera vez, en la Argentina, miles de personas se reunieron en pequeñas, medianas o grandes ciudades para escuchar, generalmente desde las sedes de los periódicos -locales o nacionales- y de algunos prestigiosos clubes, la información que llegaba desde EEUU, etc. (Scharagrodsky, 2021a). Aunque perdió de manera polémica, Firpo se convirtió en una figura rentable, consumida y prestigiada por los medios nacionales, reconocida socialmente, exitosa en términos económicos y de fama nacional e internacional. Cuando su carrera deportiva comenzó a declinar en 1926 surgió y, al mismo tiempo, fue construida, una nueva figura boxística: Justo Suárez. Este último inició, a gran escala comercial durante el siglo XX, la lógica mercantil de producción y sustitución de ídolos deportivos, potenciada por los medios de comunicación cuyas tiradas, presencia y capacidad de afectación entre los años ‘20 y ‘30 fueron cada vez mayores (Bontempo, 2013; Delgado, Mailhe, y Rogers, 2014).
Denominado ‘El Torito de Mataderos’ por proyectar sentidos similares a los fabricados en Firpo y por haber nacido en dicho barrio de la capital argentina en un contexto familiar de extrema pobreza; se destacó en el arte de los puños. “Fue, sin lugar a dudas, el primer boxeador que atrajo a multitudes y ayudó a consolidar la popularidad del boxeo profesional y aumentar su atractivo económico (Archetti, 2005: 24-25). Al igual que Firpo, su carrera pugilística estuvo saturada de triunfos, cobertura mediática, popularidad, fama y reconocimiento social. Llenó su primera ficha de púgil el 30 de mayo de 1925. Al año siguiente, en categoría pluma, se clasificó ganador en el Campeonato Ciudad de Buenos Aires. Posteriormente, obtuvo el campeonato argentino. Llegó a clasificarse para intervenir en el VI Campeonato Sudamericano, donde ganó el título de la categoría pluma. En 1927, siendo categoría liviano, fue a Chile y en el VII Campeonato Sudamericano conquistó para la Argentina el título de campeón de ese peso. En 1928, después de haber realizado 48 peleas sin haber perdido ninguna, pasó del amateurismo al profesionalismo (Fúrfaro, 1988).
Su iniciación en el profesionalismo fue promisoria y reafirmó la calidad de combatiente recio y avasallador acreditado en los numerosos matches realizados. La lista de contrincantes que venció se acrecentó entre 1928 y 1930. Ningún rival soportó su desempeño. Venció a boxeadores argentinos, chilenos, uruguayos, italianos, españoles, norteamericanos y británicos. Luego de vencer en los comienzos de 1930 al español Hilario Martínez, dejándolo fuera de combate en la quinta vuelta, y al norteamericano Babe Herman en el primer round, se enfrentó con el platense Julio Mocoroa en un match que “suscitó un interés extraordinario” (Frente a Mocoroa conquistó Suárez su mejor triunfo, 1930: 5) y produjo un total de entradas vendidas que se mantuvo como el mayor en la Argentina aún a finales de la década de 1930: 106.643 pesos. Su primera gira por los Estados Unidos fue absolutamente exitosa venciendo a Joe Glic, Herman Perlick, Ray Miller, Kid Kaplan y Bruce Flowers. Luego del tour boxístico en tierras extranjeras, su figura en la Argentina se agigantó, movilizando multitudes nunca antes vistas en los estadios y también en las calles de Buenos Aires y otras grandes ciudades (Las grandes figuras populares viven a merced de las multitudes, 1931: 6)2 donde la función de la radio fue fundamental (Imagen 1). Su vinculación con Pepe Lectoure, quien ejerció como manager en el momento más brillante de su carrera, fue central para terminar de pulirlo y producirlo como un ídolo rentable y comercial. Lectoure solía decir que Justo Suárez, a diferencia del resto de los boxeadores famosos, ‘tenía una sonrisa que valía un millón de pesos’ (Imagen 2). Junto con Ismael Pece, ambos managers, edificaron el templo deportivo más importante de la Argentina: el Luna Park (Carelli Lynch, y Bordón, 2017). Dicho espacio, en pleno centro porteño, se constituyó como escenario y territorio de esparcimiento, medio orientado al ocio y disfrute de espectáculos populares y, finalmente, como lugar3 (Malpas, 2015) y locus icónico deportivo de la capital argentina.
A fines de los años ’20, el ‘Torito de Mataderos’ se convirtió en uno de los deportistas argentinos que más noticias concitó en los medios de prensa. Pero Justo Suárez no solo fue una figura deportiva consagrada y popular, sino también se ofreció -y fue ofrecido- al gran público como ejemplo de un modelo exitoso, humilde y sacrificado, proveniente del mundo popular. Su performance tuvo repercusión dentro y fuera del ámbito deportivo. Actuó en la obra de teatro ‘El knock out del campeón’, “la cual fue representada en el Teatro Apolo en 1930 y en la que figuraron artistas reconocidos como Laura Hernández, Emma Martínez, José Ratti y Marcos Caplán” (Falleció esta madrugada en Córdoba el ex pugilista Justo Suárez, 1938: 8). También, en un contexto de mayor sofisticación y profesionalización de la publicidad gráfica (Rocchi, 2016), Suárez fue convertido en imagen publicitaria para la promoción de varios productos de consumo popular en diarios de gran circulación (Imagen 3). Algunos productos como, por ejemplo, los famosos chocolates Kelito de la compañía Noel, organizaron concursos sobre el mejor deportista argentino, siendo Justo Suárez la persona más votada por el público. Su estampa fue difundida en los periódicos deportivos más importantes a modo de póster (Imagen 4). Los diarios de mayor circulación, así como los magazines y las revistas más conocidas ponderaron y exaltaron sus brillantes y multitudinarios matches boxísticos, y remarcaron ciertos atributos morales de su persona.
En búsqueda de la deseada consagración internacional, volvió a partir a los Estados Unidos en 1931. El objetivo fue obtener la tan ansiada pelea por el título mundial que Firpo había conseguido. Sin embargo, su carrera terminó frente a Billy Petrolle el 25 de mayo de 1931, pues esa noche recibió un castigo intenso como nunca lo había padecido y fue derrotado en el noveno round. La esperanza argentina de vencer en la meca del box, se esfumó y, a pesar de haber realizado algunas peleas en la Argentina, su performance declinó notoriamente. Suárez no era ya sino una sombra de lo que había sido y la tuberculosis ya estaba declarada. Unos años después, se trasladó a Córdoba para tratar su enfermedad, algo común en aquella época (Armus, 2007), aunque su cuerpo no la soportó y falleció en 1938.
3. El funeral: organizadores, actores y funciones
El funeral de Justo Suárez, realizado en la capital argentina en los años ’30, formó parte de una trama numerosa de exequias públicas de políticos, artistas, músicos, etc. El famoso funeral de Carlos Gardel en 1935, “el asesinato de Enzo Bordabehere en el Senado de la Nación en el mismo año, el suicidio de Leopoldo Lugones en 1938 y el de Lisandro de la Torre un año después” (Gayol, 2016a: 2), entre muchos otros, conformaron una cadena de homenajes públicos que proyectaron diversos sentidos y significados.
El Estado, las instituciones deportivas y el pueblo (también denominado por la prensa multitud, muchedumbre, público, gentío, etc.), fueron actores que participaron del sepelio con distintos grados de injerencia, poder y capacidad de representación. Fue la conflictiva relación entre dichos actores la que nos permite identificar algunos significados que fueron más allá del deceso de Justo Suárez. Los mismos estuvieron fuertemente vinculados con las transformaciones sociales y políticas que estaban aconteciendo en la Argentina de los años ‘30. Veamos con mayor detalle la presencia y la función de estos actores.
El funeral se realizó en dos sitios: Córdoba, provincia donde falleció, y en la capital argentina donde se lo enterró. Las diversas y extensas crónicas mencionaron la magnitud de ambas ceremonias en términos de asistencia. Los diarios cordobeses señalaron que a partir de las 3 de la madrugada se veló el cuerpo de Suárez alcanzando “(…) contornos de impresionante manifestación de duelo en las últimas horas de la tarde y primeras de la noche” (Se apagó una ‘estrella’ del box, Justo Antonio Suárez, 1938: 9). Un diario capitalino que tuvo un corresponsal en la escena mortuoria señaló “(…) que todo Córdoba desfila ante el féretro del que fuera valiente y noble pugilista, que tantos momentos emotivos brindó a la afición argentina y sudamericana” (Llegarán mañana a la Capital Federal los restos de Suárez, 1938: 9).
Sin embargo, fue en la capital argentina donde una multitud, según algunos medios, cercana a “las cuarenta mil personas” (Por llevar a pulso el ataúd de Suárez, hubo incidentes, 1938: 9; Fueron inhumados los restos de Justo Suárez, 1938: 9) asistió al funeral. Más allá de la posible parcialidad de la cifra, los testimonios fotográficos sugieren que la participación de la población fue muy significativa. De hecho, varios periódicos hicieron una comparación con el sepelio de Gardel, ocurrido tres años atrás: “(…) la expresión de dolor del pueblo porteño para quien fuera su ídolo, solo es comparable a aquella demostración de pesar que se realizó con motivo del sepelio de los restos de Carlitos Gardel” (Enorme concurrencia asistió al sepelio de Justo Suárez. Desborda la muchedumbre, 1938: 7).
Al ser un ídolo deportivo consagrado, las instituciones vinculadas con el deporte y, en especial, gran parte de la comunidad de boxeadores, estuvo presente en el funeral. En Córdoba fue velado en el Córdoba Sport Club, donde varios reconocidos boxeadores locales hicieron acto de presencia como “Raúl Rodríguez, Jaime Averboch y Amado Azar” (Llegarán mañana a la Capital Federal los retos de Suárez, 1938: 9). Además, asistieron al funeral los equipos completos de box rosarinos y cordobés, quienes dieron un espectáculo días después del fallecimiento de Justo Suárez. También hubo presencia de autoridades estatales, como el gobernador provincial “(…) el Dr. Amadeo Sabattini, el intendente municipal Dr. Donato Latella Frías, legisladores y concejales (…)” (Justo A. Suárez, el exponente pugilístico de guapeza criolla, el otrora ídolo de las multitudes, falleció ayer en nuestra ciudad, 11 de agosto de 1938: 12). Muchas coronas y palmas fueron enviadas por las instituciones deportivas locales y varias porteñas, sobresaliendo la del Luna Park.
En la capital argentina sucedió algo similar. El Luna Park fue el templo boxístico sagrado elegido para velarlo, aunque como veremos, la elección no fue producto de la decisión de los organizadores del funeral, sino de cierta irreverencia e insubordinación por parte de un sector de la multitud. Suárez fue despedido en el Luna Park por algunas autoridades estatales que habían tomado nota de su delicado estado (El ocaso de un astro de boxeo, 1938: 80)4 y, sobre todo, por deportistas vinculados con el mundo del boxeo:
“Entremezclados con los púgiles de ahora, con los hermanos Lowell, con Valentín Cámpolo, con los hermanos Azar, con Primo, con Francisco Suárez, Tito Soria, se ve a los hombres de la guardia vieja: a Victorio Cámpolo, a Casanova, Galtieri, Víctor Peralta y todos los boxeadores extranjeros que se hallaban actualmente en la Capital Federal” (Enorme concurrencia asistió al sepelio de Justo Suárez. La guardia vieja, 1938: 7).
Entre los oradores en el cementerio de la Chacarita hubo centralmente dirigentes deportivos y reconocidos boxeadores, algunos de ellos medallistas olímpicos, los cuales resaltaron la carrera deportiva de Suárez. Vale decir, los lugares elegidos como ‘capilla ardiente’, la numerosa presencia de deportistas y boxeadores y los relatos de los oradores antes del entierro, deportivizaron el evento mortuorio. Asimismo, en ambos casos (Córdoba Sport Club y Luna Park), la capilla ardiente combinó el poder simbólico de la religión con el deportivo. Junto con la presencia de cruces, de plegarias religiosas del oficiante o del pedido de confesión por parte de Suárez (Falleció esta madrugada en Córdoba el ex pugilista Justo Suárez. Auxilios espirituales, 1938: 8), se elaboró para ambas sedes deportivas un cuidado y deliberado escenario, estando el féretro ubicado donde habitualmente se situaba el ring side, manteniendo parte del decorado deportivo de dichas instituciones y resaltando, ante la multitud presente, ciertos objetos boxísticos.
Pero la clave del funeral fue lo que aconteció durante el mismo y su dinámica incierta e inesperada, saturada, según gran parte de la prensa, de incidentes “desagradables” o “espectaculares”. En este punto la participación del público, o de parte de él, fue crucial, así como la reacción de las fuerzas de seguridad del Estado. Tres momentos del cortejo fueron centrales (Imagen 5).
El primero estuvo vinculado con el tránsito del cortejo fúnebre por el espacio público de la capital argentina. Contrariando lo previamente planificado, luego de partir de la cochería donde se encontraba el ataúd del boxeador y ante un numeroso público, un grupo que acompañó al cortejo a pie por las calles de la capital, decidió cambiar el itinerario y dirigirse al Luna Park:
“al llegar a Federico Lacroze y avenida Forest, el público, que había aumentado mucho, comenzó a pedir a voces que fuese conducido al estadio Luna Park y uniendo la acción a la palabra cambió el itinerario del cortejo, tomando por la calle Corrientes hacia el centro (El público impidió ayer que fuesen sepultados los restos de Justo A. Suárez, 1938: 16; Se produjeron incidentes en el sepelio del púgil Justo Suárez. El público arrebató el féretro y quiso llevarlo al Luna Park, 1938: 10; El público arrebató el féretro de Justo Suárez e impidió el sepelio, 1938: 5; La muchedumbre impidió que los restos de Justo Suárez se inhumaran, 1938: 8).
Este cambio repentino generó que el cortejo fúnebre ‘prófugo’ fuese interceptado y detenido, no sin dificultad, por personal de la comisaría 27. Los agentes de seguridad secuestraron la caja mortuoria y la depositaron en el local de la comisaría. Fuera de la comisaría la muchedumbre se mostró hostil, lo que motivó el cierre de los comercios del barrio y el pedido de refuerzos policiales. Mientras se producían esos hechos, los empresarios del Luna Park iniciaron y activaron las gestiones correspondientes para obtener la autorización que permitiera velar los restos en ese local, en tanto que muchísimo público llegaba hasta el estadio o permanecía en sus alrededores, en espera de la llegada del féretro. “Una vez logrado el permiso, un furgón condujo el féretro hasta el Luna Park, en medio del cual se levantó la capilla ardiente, por donde desfiló gran cantidad de aficionados” (El público impidió ayer que fuesen sepultados los restos de Justo A. Suárez, 1938: 16).
El segundo momento de tensión fue una cadena de enfrentamientos luego de haber sido velado el ataúd de Justo Suárez ante una multitud, durante toda una noche en el Luna Park. Las disputas entre parte de la ‘multitud’ y los guardias a caballo, a la que se sumaron la policía y, posteriormente, la infantería, se sucedieron de manera recurrente a pesar de la severa vigilancia que ejercieron los agentes de seguridad durante todo el trayecto rumbo al cementerio (Imagen 6 y 7).
El tercer momento de conflicto entre parte del público y las fuerzas de seguridad, se produjo en el propio cementerio donde se había congregado, según la mayoría de los medios, una inmensa cantidad de personas, aunque menos elevada que el día anterior (El público impidió ayer que fuesen sepultados los restos de Justo A. Suárez, 1938: 16). (Imagen 8, 9 y 10). Una vez arribada la comitiva fúnebre al cementerio de la Chacarita:
“Volvieron a producirse escenas registradas a la partida, y nuevamente intervino con severidad la policía, que llevo varias cargas contra la multitud” (Produjéronse nuevas incidencias hoy en el sepelio de Justo Suárez, 1938: 8: Motivó nuevos incidentes el acto del sepelio de los restos del ex pugilista Suárez, 1938: 9).
Una vez colocado el féretro tras no pocos esfuerzos, en un costado de la sepultura, se iniciaron los discursos. Habló en primer término José Oriano, en representación de la Federación Argentina de Box, quien se refirió a la destacada actuación deportiva de Suárez. Luego, hizo uso de la palabra un representante del Belwarp Boxing Club, entidad en la que Suárez dio sus primeros pasos como aficionado y, seguidamente, habló el conocido campeón olímpico de boxeo argentino Raúl Landini, quien aludió a los triunfos logrados por el ex campeón: “aplaudido por todos los públicos, sin distinción de clases sociales, recordando que inclusive el Duque de Windsor lo aplaudió en el estadio de River Plate” (Dio margen a una sentida demostración de pesar el sepelio de Justo A. Suárez, 1938: 14). También brindó unas palabras un delegado del Boxing Club Ciudadela. El último conflicto en el cementerio se produjo cuando:
“un aficionado, que asumió la representación de la ‘barra de Mataderos’, trato de leer un discurso, pero se opusieron algunos policías. Esa intervención provocó otro tumulto, pues el público exigió que se permitiese al orador continuar su discurso. Hubo algunas consultas y tal pretensión fue admitida” (Produjéronse nuevas incidencias hoy en el sepelio de Justo Suárez, 1938; 8; Fueron inhumados en la capital los restos de J. Suárez, 1938: 7).
Estos tres momentos, cargados de tensiones y desbordes, mostraron un ritual fúnebre que cambió el recorrido pre establecido en el espacio público capitalino, incorporó inesperadamente un lugar simbólico donde velar el cuerpo del ídolo popular (Luna Park), encontró detenido el cadáver de Justo Suárez -y muchos de sus fieles acompañantes… en una comisaría de la capital argentina y cuestionó a ciertos oradores identificados con el ‘barrio de Mataderos’. Las luchas cuerpo a cuerpo con la policía y la infantería se agregaron a la coreografía fúnebre.
Estos acontecimientos condensaron varios sentidos que excedieron la muerte de Justo Suárez. En primer lugar, el cortejo fúnebre mostró el poder de acción, intervención y de modificación que ejerció un sector de la multitud durante el ritual fúnebre. De alguna manera, el poder de un sector de la muchedumbre, de ciertos allegados y parte de la familia, exhibió la voluntad de dominar y conducir la ceremonia, objetando lo ya establecido y reconfigurando los sentidos otorgados al espacio público y a ciertos lugares. Ello acortó las distancias objetivas y simbólicas entre la multitud y el cuerpo del muerto, desafiando a los organizadores, a las fuerzas de seguridad y a los indiferentes empresarios deportivos, en un contexto socio-político de fuertes tensiones y de grandes transformaciones en donde “las grandes masas de población del interior de la Argentina migraban a los centros urbanos, especialmente a Buenos Aires y a su periferia” (Gayol, 2016b: 62).
En segundo lugar, la “Barra de Mataderos” apareció mencionada en la mayoría de los diarios que informaron sobre los incidentes en los tres momentos analizados. A veces como responsable de los incidentes, en otras, en señal de contemplación frente a su ídolo (Los padres del ‘Torito’, 1938: 7), en ciertos momentos reivindicando una narrativa barrial creadora del auténtico ídolo criollo viril y, en otras ocasiones, reconociendo su fidelidad frente al gran ídolo: “Durante la noche había desfilado por el Luna Park, donde fueron velados los restos, millares de personas, habiendo hecho guardia de honor ‘La Barra de Mataderos’” (Fueron inhumados los restos de Justo Suárez, 1938: 9). Mataderos fue “el barrio donde la popularidad de Suárez había alcanzado su grado más alto” (Dio margen a una sentida demostración de pesar el sepelio de Justo A. Suárez, 1938: 14). De alguna manera, Justo Suárez representó una manera de exaltar la tradición viril asociada al barrio ‘orillero’, de hombres recios vinculados con la industria de los mataderos5 (frigoríficos, curtiembres, fábricas de embutidos, etc.) y, al mismo tiempo, se convirtió en una imaginaria “ficción somática” (Nouzeilles, 2000) que luchó contra uno de los estigmas proyectados y asociados al barrio: ser la zona sur degradada y segregada de la capital argentina (Menazzi, 2009). Mantener vivo su recuerdo y rendirle grandes honores, implicó conservar el lugar de visibilidad que el barrio había logrado por esos años, siendo el centro de atención ‘deportiva’ con relación al resto de los barrios de la capital. Al mismo tiempo, Suárez se convirtió en una de las metáforas sobre la auténtica argentinidad físico-moral transmitida por gran parte de la prensa nacional.
En tercer lugar, un nuevo espacio adquirió centralidad como nunca antes: el Luna Park. La importancia del palacio de los deportes nos muestra el desplazamiento de sentidos y la trascendencia de ciertos espacios por encima de otros. Visto en retrospectiva, la muerte de Suárez exhibe un paulatino desplazamiento que va de los lugares -y objetos- religiosos a los deportivos, delimitando la magnitud y repercusión de estos nuevos espacios como ‘templos’ religiosos. Este proceso de cuasi-laicización mortuorio de los cuerpos de los ídolos deportivos, fue explícitamente difundido e informado por la prensa. Ello incrementó la masa de lectores e interesados en comprar los periódicos y, al mismo tiempo, potenció la práctica deportiva como espectáculo comercial, amplificando el consumo de ciertos ídolos deportivos populares y asegurando importantes ganancias económicas a todos los actores imbricados en el negocio deportivo.
4. Justo Suárez: fabricando y consolidando al primer ídolo popular argentino
La muerte de Justo Suárez terminó por consolidar un relato particular sobre su exitosa figura (Scharagrodsky, 2021b). Dicho relato, elaborado con pequeños matices por gran parte de la prensa, se articuló a partir de una serie de dimensiones, las cuales amalgamadas, exaltaron la figura del ídolo popular vinculándolo con la cultura de masas y, al mismo tiempo, con una serie de valores, inquietudes, fantasías y propuestas que atravesaron buena parte del tejido social en la Argentina de los años ‘30. Las cuatro dimensiones anudadas de manera especial narraron una historia altamente consumida por los sectores populares, en el contexto social más amplio, relacionada con el ansiado ascenso social, sus dificultades y peligros; la importancia del sentido de pertenencia a través del espacio barrial y, al mismo tiempo, la construcción de la identidad nacional; el box como expresión y práctica popular constructora de un ethos masculino y el papel salvador -y también maléfico- de la mujer en la trama social y cultural. Vale decir, estas dimensiones anudadas a Justo Suárez movilizaron pasiones, produjeron fantasías, imaginaron sentidos, generaron ciertos procesos de identificación -y desidentificación- y simbolizaron determinados ideales colectivos.
La narración sobre su humilde origen social y su relación con el espacio barrial (Mataderos) fue una constante en la mayoría de los medios de prensa. Para buena parte de los periódicos, las condiciones materiales de vida en las que nació Suárez potenciaron su desarrollo, configuraron el ethos masculino necesario para triunfar en el difícil arte del boxeo y le permitieron aprender las lecciones más importantes en la escuela de la calle -léase el barrio de Mataderos-, sentando las bases de su posterior éxito:
“La vida de Justo Suárez se resume en pocas palabras: trabajo humilde y gloria deportiva. A la edad en que otros niños juegan o van a la escuela, Justo fue a la escuela más dura, pero también más eficaz cuando se tiene buen temple: la escuela de la calle, la universidad de la vida. La barriada en que vivió sus primeros años, es de las que hacen varones. Un chico de Mataderos aprende pronto que un par de buenos puños, cuando hacen punta a un corazón bien templado, equivale a cualquier diploma para abrirse paso” (Se apaga la vida de Justo Suárez, astro fugaz del box, 1938: 26).
La caracterización de su figura, atravesada por las difíciles condiciones materiales de vida, se anudó al pueblo y fue ligada imaginariamente con ciertas virtudes morales altamente potenciadas y ponderadas por algunos diarios capitalinos. Ser hijo del pueblo y haber sido criado en las calles de Mataderos fue la condición necesaria para adosarle a su personalidad una serie de atributos y propiedades altamente valoradas como la espontaneidad, la franqueza, la sinceridad, la bravura o el verdadero temple viril:
“Era un auténtico hijo del pueblo. Nacido en uno de los barrios más densos y humildes de la metrópoli, ‘El Torito de Mataderos’ se formó en la calle y conservó siempre el aire de impetuosidad espontánea y la sonrisa abierta y franca que es uno de los tesoros del alma popular. Aquel valor indomable, que no cejó ni ante la superioridad de fuerza y técnica, que le hacía caer como bueno tras las peleas adversas, por agotadoras que fuesen, también es el temple genuino del pueblo, bravío, temerario. Tal vez, por esto ‘su pueblo’ lo aclamó frenéticamente” (¿Con quién peleo el sábado?, fueron las últimas palabras del ‘Torito’, 1938: 11).
Estas descripciones sobre su trayectoria personal, su relación con la calle que El Gráfico recurrentemente mencionó y exaltó, su pertenencia barrial y popular, la búsqueda de un éxito transnacional y la posesión de ciertos rasgos físicos y morales, se anclaron en una supuesta identidad corporal criolla, la cual terminó de convertirlo en una esperanza nacional -y comercial-. La ficción somática sobre la disposición corporal criolla fue definida de muchas maneras. La prensa saturó de sentidos este gran significante vacío, generando un tipo de distinción identitaria (viveza, valentía e ímpetu criollo) no solo frente a los otros boxeadores extranjeros (uruguayos, chilenos, españoles, estadounidenses, etc.), sino también frente a los otros barrios de la capital. Mataderos fue definido por parte de la prensa como el laboratorio donde vivir y aprender a comportarse como un ‘verdadero’ criollo viril. Muchas de sus cualidades las había aprendido en su barrio. Suárez “ganaba a lo toro. Peleaba a la criolla, sin mucho arte, pero con un coraje único. […] Era un ‘torito’, impetuoso, irreflexivo, atropellador, imbatible” (Se apaga la vida de Justo Suárez, astro fugaz del box, 1938: 26). Era un peleador “criollo porque no sabía lo que era vacilar […]” (Causó consternación el penoso epílogo de la vida del más querido de los ídolos. Su adversario imbatible, 1938: 9). “Tenía del criollo la viveza y el instinto” (Falleció hoy en Córdoba el púgil Justo Suárez, 1938: 16). Su característica central era “la guapeza criolla” (Con Justo Suárez desaparece un púgil caballeresco y valiente, 1938: 8). (Imagen 11). Parte de la prensa no solo ponderó las destrezas corporales del ídolo del box argentino, sino también las habilidades y las argucias populares que expresaba, las cuales “eran valores habitualmente subestimados por las culturas dominantes” (Ullivarri, 2020b: 313).
Para la mayoría de la prensa, su criollismo fue el gran significante que le permitió desafiar a los adinerados, calculadores, racionales y utilitarios boxeadores del país del norte:
“Natural, por consiguiente, que el país le pareciera chico, que todos creyeran que ya nada tenía que hacer en Sudamérica, y que el viaje al país de los dólares, la Meca del boxeo mundial, se convirtiera en una exigencia nacional. Porque Justo ya era eso: una esperanza nacional” (Se apaga la vida de Justo Suárez, astro fugaz del box, 1938: 26).
Parte de la prensa imaginó y depositó en Suárez la esperanza de grandeza nacional, y la visibilidad y reconocimiento internacional en un contexto transnacional en el que la diplomacia deportiva formaba parte de la agenda político estatal en buena parte de las naciones occidentales (Dyreson, 2011). Varios medios señalaron con orgullo lo que representaba el boxeador criado en Mataderos, ya que “antes de la consagración de Suárez en nuestros rings la supremacía sudamericana en la categoría de los livianos estaba, sin duda alguna, fuera de la Argentina” (Justo Suárez y Estanislao Loayza de medirán esta noche, 1931: 9).
Sin embargo, la fiereza y la viveza en el ring fue matizada con ciertos atributos que atemperaron su figura recia y viril como, por ejemplo, la bondad, la franqueza, el desinterés material y la picardía: “alma buena […] muchacho sin maldad, sin odios, sin rencores, todo entrega espontánea” (Falleció esta madrugada en Córdoba el ex pugilista Justo Suárez, 1938: 8). Suárez fue narrado y fabricado a partir de comportarse y ser un “alma ingenua y emotiva del arrabal” (Se apaga la vida de Justo Suárez, astro fugaz del box, 1938: 26). Varios diarios, de manera ambigua, ponderaron que sus intereses no estuvieran orientados solo por el dinero. Más bien todo lo contrario. Suárez tenía “una generosidad sin límites. […] el dinero desaparecía y no se sabía cómo”. “Era ingenuo y confiado. […] Era un niño grande, al cual podía convencerse fácilmente de cualquier cosa. Su destino […] tuvo esa contra en la vida real” (Causó consternación el penoso epílogo de la vida del más querido de los ídolos. Su adversario imbatible, 1938: 9).
El ‘magnetismo popular’ que generó Suárez, mencionado de este modo por la gran mayoría de los medios de prensa, articuló la valentía, la viveza, el ímpetu, su guapeza -“nunca sobradora”- (Los gestos del torito de Mataderos cuando apura el combate, 1930: 30-31), con la ingenuidad, la bondad y cierto desinterés por el lucro. Esto, según la prensa, se reflejó en su postura corporal, en especial en la forma de exhibir ciertas posiciones, ademanes y gestos, siendo la sonrisa, el mejor indicador sobre su verdadera personalidad y la más sincera ‘ventana a su alma’ (Le Breton, 2010). Suárez era “el muchacho sonriente y animoso que tantas victorias resonantes conquistara para el deporte nacional” (Se apaga la vida de Justo Suárez, astro fugaz del box, 1938: 26). “[…] su amplia sonrisa de muchacho bueno […] ganó la admiración de todos los aficionados a base de viveza e instinto netamente criollo y voluntad inmensa” (Ha muerto Justo Suárez, 1938: 60).
Pero su ascenso social, producto de su vinculación con el barrio de Mataderos y sus especiales cualidades criollas, no pudo impedir su caída deportiva y social. La misma, para buena parte de la prensa, no estuvo relacionada solo con la pelea definitoria que perdió con Petrolle en los Estados Unidos, ni con la enfermedad que contrajo (tuberculosis); sino muy especialmente con el amor. A pesar de que en un principio la imagen familiar de Suárez y su joven esposa estuvo saturada de glamour, fama, inspiración y amor6 (La tragedia de un amor perdido, llevó a la muerte a Justo Suárez, 1938: 9) (Imagen 12); rápidamente dicha imagen transmitida y difundida por los medios de prensa mutó. Algunos medios, de manera solapada, cuestionaron la presencia de la esposa de Suárez en el viaje a los Estados Unidos.
“El adiestramiento del pequeño púgil argentino sufrió, sin duda, muchos contratiempos. Había contraído enlace, y aunque sus directores trataron de evitar el viaje de la esposa para ajustar su preparación física a un plan estricto y severo, no lo consiguieron. El resultado fue que Suárez no actuó en la plenitud de su forma” (Falleció esta madrugada en Córdoba el pugilista Justo Antonio Suárez, 1938: 16).
Otros medios como el popular diario Crítica fueron más explícitos y proyectaron, como en un tango, la responsabilidad que le cupo a la esposa por el fracaso del ‘Torito de Mataderos’ en tierras norteamericanas. El ídolo, casado y feliz por un breve lapso de tiempo con la hermosa telefonista Pilar Bravo fue de repente, ante la primera derrota, abandonado por su compañera. Ella “lo abandonó” y él “se dejó morir”.
“Todo puede perdonársele a una mujer menos dejar abandonado como a un perro a aquel que supo darle la seda de su lujo y la sal de un sustento. Justo Suárez ha muerto de dolor, porque el dolor lo llevó primero a la locura y después a la tuberculosis […] Con la desaparición de la ola amorosa que lo circundó, llegó también la pobreza del campeón. Y con la pobreza la separación inevitable. […] a la primera derrota ella lo había dejado solo” (La tragedia de un amor perdido, llevó a la muerte a Justo Suárez, 1938: 9).
En la narración -y fabricación- de la biografía póstuma de Suárez el diario Crítica, entre otros, ubicó a la esposa de Suárez en un lugar interesado, utilitario, vil y calculador. Como en una novela androcéntrica de la época o como en un típico tango, fue la mujer la que se convirtió en la responsable de su fracaso deportivo por abandonar a su compañero frente a la primera vicisitud. Al mismo tiempo, el ídolo popular fue ubicado en el lugar de la espera: “la tuberculosis lo había vencido […] él en un esfuerzo supremo se incorporaba […] y decía: tengo que esperarla de pie. Pero nada de eso sucedió: ella no quiso verlo nunca” (La tragedia de un amor perdido, llevó a la muerte a Justo Suárez, 1938: 9). El abandono de la mujer y la espera infructuosa del campeón, se combinaron con su ingenuidad y bondad. Fue esto último lo que cegó a Suárez y llevó a confiar, según la prensa, en esa “muñeca que sabía hacer daño, que sabía envenenar un destino” (Causó consternación el penoso epílogo de la vida del más querido de los ídolos. Su adversario imbatible, 1938: 9). (Imagen 13). En esta historia, con tintes pedagógicos sobre el amor romántico y patriarcal, el ídolo popular pecó de ingenuo:
Justo Suárez había puesto a los pies de la mujer de sus sueños toda su gloria y toda su fortuna. El casi medio millón de pesos que generó sus encuentros pugilísticos habían sido ofrendados en aras de su amor. Desgraciadamente su felicidad fue breve; cuando la adversidad lo venció por vez primera con los puños de Petrolle, sintió el abandono de quien precisamente debió estar más cerca de él en esos momentos. Era ingenuo como un niño; a esa ingenuidad unía su propensión hacia el bien (La tragedia de un amor perdido, llevó a la muerte a Justo Suárez, 1938: 9).
Si bien la narración dominante, en la mayoría de los periódicos, construyó al ídolo popular retomando las cuatro dimensiones ya mencionadas, algunos medios matizaron estos sentidos predominantes sobre el origen y el ascenso social, el sentido de pertenencia barrial, los significados del box y el lugar de la mujer/esposa en dicha historia. Por ejemplo, algunos pocos diarios o algunas notas dentro de un mismo periódico, se apartaron de la narración amorosa dominante, exculpando a la compañera del boxeador de su fracaso en tierras norteamericanas: “Se dijo entonces lo que se dice siempre cuando una estrella se apaga: que Justo desoía los consejos de sus entrenadores, que hizo mal en casarse, que se había mareado con la gloria, etc. pretextos con que se quiere explicar una desilusión popular y disfrazar las decisiones del destino” (Se apaga la vida de Justo Suárez, astro fugaz del box, 1938: 26). Otros diarios, claramente más conservadores, ubicaron a la pobreza y a la humildad social de Justo Suárez como los verdaderos causantes del fracaso deportivo nacional, ignorando la exitosa historia económica de Firpo que también provenía de una familia muy humilde. La humilde condición social de Suárez fue asociada por algunos diarios vinculados con los sectores más acomodados con “el primitivismo de su origen social” (Falleció hoy en Córdoba el púgil Justo Suárez, 1938: 16) que le impidió distinguir los límites de la realidad.
Más allá de estos y otros matices de sentido, la historia fabricada por la prensa sobre Suárez seleccionó, ponderó y jerarquizó ciertos elementos que convirtieron su biografía en una historia atrayente, con muy fuertes lazos de identificación para determinados sectores y grupos sociales. El ascenso social y su posterior caída; la importancia del sentido de pertenencia y lo criollo a través del espacio barrial y, al mismo tiempo, nacional; el box como una de las tantas expresiones populares con las cuales ascender socialmente y el papel salvador -y también nocivo- de la mujer en la trama social y cultural, fueron más bien preocupaciones del contexto social más amplio y, en muchos sentidos, Justo Suárez las condesó, las proyectó y las hizo circular dentro y, muy especialmente, fuera del ring.
5. Consideraciones finales
La muerte y el funeral del máximo ídolo popular argentino en los años ‘30 fue un evento multitudinario descripto y, a la vez, interpretado por la prensa. Durante el funeral sobresalieron varios actores que disputaron el control del mismo: organizadores, multitud, agencias de seguridad, instituciones deportivas, etc. En este contexto, no fueron los organizadores, sino parte de la multitud asociada en gran parte con la ‘Barra de Mataderos’, quien tomó decisiones como un actor central en el ritual, reivindicando un lugar especial para el velatorio de Justo Suárez. Con ello instaló toda una simbología sobre cómo posicionar, recordar y rendir honores a los ídolos deportivos populares en la trama social en los años ‘30. Visto en retrospectiva, inauguró una lógica que, con matices, se reprodujo y continuó en casi todo el siglo XX.
La narración de la biografía póstuma de Suárez, no solo fundó el panteón deportivo popular argentino moderno, sino que condensó una serie de significados que fueron objeto de preocupación y tensión en los años ‘30. La movilidad social por parte de los sectores populares, las múltiples identidades en juego (lo barrial, lo nacional, etc.), el lugar de la mujer en las relaciones sexo-genéricas, los sentidos dominantes sobre la masculinidad y la difusión de ciertas prácticas populares como el box, fueron aspectos centrales del relato en todos los periódicos analizados. Con algunos matices, el tono dominante asoció el humilde origen social y su vinculación al espacio barrial con la construcción positiva de un tipo de virilidad. La misma se enlazó al pueblo y proyectó imaginariamente determinadas virtudes morales del personaje popular. Ser hijo del pueblo y haber sido criado en las calles de Mataderos fue la condición necesaria para adosarle a su personalidad una serie de atributos y propiedades bien ponderadas como la espontaneidad, la franqueza, la sinceridad, el desinterés, la bondad, la bravura o el verdadero temple viril.
Las descripciones sobre su trayectoria personal, el lugar de la calle como espacio educativo, su pertenencia barrial y popular, la búsqueda de reconocimiento internacional y la posesión de ciertos rasgos físicos y morales, se anclaron en una supuesta identidad corporal criolla, la cual terminó de convertirlo en una esperanza nacional. La prensa saturó de sentidos el universo criollo, produciendo un tipo de distinción identitaria, moral y kinética a la vez: viveza, valentía, coraje, entereza, ímpetu criollo, etc. Sin embargo, la guapeza y la osadía en el ring fueron matizadas con algunos rasgos que mitigaron su figura recia y viril, a través de la ingenuidad, la sinceridad, cierto desinterés económico y la picardía. Determinados gestos, como su sonrisa, avalaron este tipo de caracterización sobre su figura.
Pero el relato sobre su ascenso social producto de su vinculación con el barrio de Mataderos, su esfuerzo individual (hacerse literal y simbólicamente a los golpes) y sus especiales cualidades criollas, no pudieron impedir su caída deportiva y social. La misma, para buena parte de la prensa, no estuvo relacionada solo con la pelea definitoria que perdió en los Estadios Unidos, ni con la tuberculosis; sino muy especialmente con el amor y el afecto. A pesar de que en un principio el matrimonio Suárez-Bravo fue exhibido como ejemplar y como exitoso y, también, como un modelo aspiracional para los sectores populares; en un corto lapso, dicha imagen transmitida y difundida por gran parte de los periódicos se transformó. La esposa de Suárez se convirtió en la culpable y responsable de su fracaso, caracterizándola como una mujer interesada, pragmática, descorazonada, abandónica y calculadora.
Todos estos núcleos de sentido organizaron la biografía póstuma de Suárez la cual fue, en gran parte, producto de inquietudes, fantasías, temores y disputas de sentido del contexto social más amplio. En este punto, Justo Suárez expresó y condensó significados y tensiones de la trama social, en especial del universo popular, más allá del ‘ring side’ y reconfiguró o noqueó algunas de ellas.
Agradecimientos:
El artículo forma parte de investigaciones apoyadas por la Universidad Nacional de Quilmes y la Universidad Nacional de La Plata, Argentina.
Fuentes primarias
¿Con quién peleo el sábado?, fueron las últimas palabras del ‘Torito’. (1938): El Diario, 11 de agosto, Buenos Aires, Argentina, p. 11.
Causó consternación el penoso epílogo de la vida del más querido de los ídolos. Su adversario imbatible. (1938): Crítica, 10 de agosto, Buenos Aires, Argentina, p. 9.
Con Justo Suárez desaparece un púgil caballeresco y valiente. (1938): El Argentino, 12 de agosto, La Plata, Argentina, p. 8.
Dió margen a una sentida demostración de pesar el sepelio de Justo A. Suárez. (1938): La Nación, 13 de agosto, Buenos Aires, Argentina, p. 14.
El ocaso de un astro de boxeo. (1938): Caras y Caretas, 16 de julio, Buenos Aires, Argentina, p. 80.
El público arrebató el féretro de Justo Suárez e impidió el sepelio. (1938): El Día, 12 de agosto, La Plata, Argentina, p. 5.
El público impidió ayer que fuesen sepultados los restos de Justo A. Suárez. (1938): La Prensa, 12 de agosto, Buenos Aires, Argentina, p. 16.
Empieza el crepúsculo. Se apaga la vida de Justo Suárez, astro fugaz del box. (1938): El Diario , 10 de agosto, Buenos Aires, Argentina, p. 26.
Enorme concurrencia asistió al sepelio de Justo Suárez. Desborda la muchedumbre. (1938): Crítica, 11 de agosto, Buenos Aires, Argentina, p. 7.
Enorme concurrencia asistió al sepelio de Justo Suárez. La guardia vieja. (1938): Crítica , 11 de agosto, Buenos Aires, Argentina, p. 7.
Falleció esta madrugada en Córdoba el ex pugilista Justo Suárez. Auxilios espirituales. (1938): La Razón, 10 de agosto, Buenos Aires, Argentina, p. 8.
Falleció esta madrugada en Córdoba el ex pugilista Justo Suárez. (1938): La Razón , 10 de agosto, Buenos Aires, Argentina, p. 8.
Falleció esta madrugada en Córdoba el pugilista Justo Antonio Suárez. (1938): La Prensa , 10 de agosto, Buenos Aires, Argentina, p. 16.
Falleció hoy en Córdoba el púgil Justo Suárez. (1938): La Nación , 10 de agosto, Buenos Aires, Argentina, p. 16.
Frente a Mocoroa conquistó Suárez su mejor triunfo. (1930): El Gráfico, 5 de abril, Buenos Aires, Argentina, p. 5.
Fueron inhumados en la capital los restos de J. Suárez. (1938): El Argentino , 13 de agosto, La Plata, Argentina, p. 7.
Fueron inhumados los restos de Justo Suárez. (1938): Los Principios, 13 de agosto, Córdoba, Argentina, p. 9.
Ha muerto Justo Suárez. (1938): Caras y Caretas , 20 de agosto, Buenos Aires, Argentina, p. 60.
Justo A. Suárez venció por puntos a Julio Mocoroa. Más de 40.000 personas aclamaron al nuevo campeón liviano. (1930): La Prensa , 28 de marzo, Buenos Aires, Argentina, pp. 17-18.
Justo A. Suárez, el exponente pugilístico de guapeza criolla, el otrora ídolo de las multitudes, falleció ayer en nuestra ciudad. (1938): El País, 11 de agosto, Córdoba, Argentina, p. 12.
Justo Suárez ¡Superchampion!. (1931): Mundo Argentino, 11 de marzo, Buenos Aires, Argentina, p. 20.
Justo Suárez venció a Loayza por ‘K.O’ en la tercera vuelta. (1931): La Prensa , 8 de marzo, Buenos Aires, Argentina, p. 14.
Justo Suárez y Estanislao Loayza de medirán esta noche. (1931): La Nación , 7 de marzo, Buenos Aires, Argentina, p. 9.
Justo Suárez y Estanislao Loayza se medirán esta noche. La opinión general está en favor del púgil local. (1931): La Nación , 7 de marzo, Buenos Aires, Argentina, p. 9.
Justo Suárez. (1930): El Gráfico , 4 de enero, Buenos Aires, Argentina, Tapa.
Justo Suárez. (1938): El Gráfico , 19 de agosto Buenos Aires, Argentina, pp. 30-31.
La intervención de la compañía de gases. (1938): El Diario , 12 de agosto Buenos Aires, Argentina, p. 15.
La manifestación improvisada y los incidentes. (1938): El Diario , 12 de agosto, Buenos Aires, Argentina, pp. 14-15.
La muchedumbre impidió que los restos de Justo Suárez se inhumaran. (1938): El Argentino , 12 de agosto, La Plata, Argentina, p. 8.
La pareja feliz. (1938): El Grafico, 19 de agosto, Buenos Aires, Argentina, p. 29.
La tragedia de un amor perdido, llevó a la muerte a Justo Suárez. (1938): Crítica , 10 de agosto, Buenos Aires, Argentina, p. 9.
Las grandes figuras populares viven a merced de las multitudes. (1931): El Gráfico , 7 de marzo, Buenos Aires, Argentina, p. 6.
Llegarán mañana a la Capital Federal los restos de Suárez. (1938): La Razón , 10 de agosto, Buenos Aires, Argentina, p. 9.
Los gestos del torito de Mataderos cuando apura el combate. (1938): El Gráfico , 15 de marzo, Buenos Aires, Argentina, pp. 30-31.
Los padres del ‘Torito’. (1938): Crítica , 11 de agosto, Buenos Aires, Argentina, p. 7.
Los príncipes fueron aclamados en el Estadio de River Plate. (1931): La Nación , 8 de marzo, Buenos Aires, Argentina, p. 5.
Más de 40.000 personas aclamaron al nuevo campeón liviano. (1930): La Prensa , 28 de marzo, Buenos Aires, Argentina, p. 18.
Motivó nuevos incidentes el acto del sepelio de los restos del ex pugilista Suárez, (1938): El Día , 13 de agosto, La Plata, Argentina, p. 9.
Ñanduty. La más cara de las Yerbas. (1930): La Prensa , 28 de marzo Buenos Aires, Argentina, p. 17.
Por llevar a pulso el ataúd de Suárez, hubo incidentes. (1938): El Diario , 13 de agosto, Buenos Aires, Argentina, p. 9.
Póster de Justo Suárez, el muchacho de la calle que se convirtió en ídolo. (1930): El Gráfico , 12 de abril, Buenos Aires, Argentina, pp. 30-31.
Produjéronse nuevas incidencias hoy en el sepelio de Justo Suárez. (1938): La Razón , 12 de agosto, Buenos Aires, Argentina, p. 8.
Se apaga la vida de Justo Suárez, astro fugaz del box. (1938): El Diario , 10 de agosto, Buenos Aires, Argentina, p. 26.
Se apagó una ‘estrella’ del box, Justo Antonio Suárez. (1938): Los Principios , 11 de agosto, Córdoba, Argentina, p. 9.
Se produjeron incidentes en el sepelio del púgil Justo Suárez. El público arrebató el féretro y quiso llevarlo al Luna Park. (1938): La Razón , 11 de agosto, Buenos Aires, Argentina, p. 10.
Suárez en un combate recio como pocos, dejó knock-out a Loayza en menos de ocho minutos. (1931): La Nación , 8 de marzo, Buenos Aires, Argentina, p. 8.
Suárez ganará a Loayza, porque no creo que exista quien pueda ganarle, señaló Pepe Lecture. (1931): El Gráfico , 7 de marzo, Buenos Aires, Argentina, p. 7.
The death of the once famous and popular bóxer, Justo Suárez. Death of ‘Torito de Mataderos’. (1938): The Standard, 11 de agosto, Buenos Aires, Argentina, p. 3.
Ya descansa el Torito. (1938): El Gráfico , 19 de agosto, Buenos Aires, Argentina, p. 31.
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Notas