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Presencias invisibles. Entendiendo ciudad Rey Don Felipe en clave étnica
Invisible presences. Understanding the city of Rey Don Felipe from an ethnic perspective
Autoctonía (Santiago), vol. 7, núm. 2, pp. 862-901, 2023
Universidad Bernardo O'Higgins, Centro de Estudios Históricos

Dossier


Recepción: 30 Marzo 2023

Aprobación: 20 Junio 2023

DOI: https://doi.org/10.23854/autoc.v7i2.358

Financiamiento

Fuente: Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación

Nº de contrato: UBO/VVCMEI-10 - INES 49

Financiamiento

Fuente: Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio

Nº de contrato: Fondart 488221

Resumen: Rey Don Felipe prometía ser la ciudad más austral del mundo a fines del siglo XVI. En el presente trabajo nos proponemos ahondar en su historia desde una perspectiva poco explorada a la fecha, a entender; el análisis de la interacción, los encuentros y desencuentros que los colonos hispanos tuvieron con las poblaciones locales, cuya presencia y acciones han quedado invisibilizadas por el enorme peso que la narrativa de la gesta épica ha tenido en la historiografía sobre el asentamiento. En nuestro trabajo nos basamos en fuentes ya publicadas, en las nuevas ediciones que en el último tiempo han enriquecido nuestro conocimiento sobre Rey Don Felipe, en recientes estudios arqueológicos e históricos y en documentación inédita del Archivo General de Indias. Abordaremos la presencia invisible de las poblaciones del Estrecho centrándonos en tres momentos claves del proyecto colonizador: el primer contacto, la preparación de la Armada en España y el frustrado poblamiento.

Palabras clave: Sarmiento de Gamboa, Rey Don Felipe, Puerto del Hambre, Magallanes, colonización española.

Abstract: Rey Don Felipe promised to be the southernmost city in the world at the end of the 16th century. In the present work, we intend to delve in its history from a perspective that has been little explored to date. Specifically, we aim to analyze the interactions, encounters, and disagreements between the Spanish settlers and the local populations. The presence and actions of these populations have remained invisible due to the overwhelming emphasis on the narrative of the epic deed in the historiography of the settlement. To conduct our research, we rely on published sources, recent editions that have enriched our knowledge about Rey Don Felipe, as well as archaeological and historical studies. Additionally, we utilize unpublished documentation from the General Archive of the Indies. Our focus will be on addressing the invisible presence of the populations of the Strait, with particular attention given to three key moments in the colonization project: the first contact, the preparation of the Armada in Spain, and the frustrated settlement.

Keywords: Sarmiento de Gamboa, Rey Don Felipe, Port Famine Magellan, spanish colonization.

1. Rey Don Felipe: el origen de la epopeya

Rey Don Felipe fue una pequeña y efímera ciudad que colonos españoles fundaron en el estrecho de Magallanes a fines del siglo XVI. No fue un poblamiento espontáneo, sino todo lo contrario. Se trató de un proyecto imperial planificado, que se materializó cuando el corsario inglés Francis Drake cruzó el estrecho de Magallanes en 1578, una verdadera provocación para el imperio español, ad portas de una guerra con Inglaterra que duraría casi 20 años.

En respuesta a la amenaza que Drake representaba para los dominios hispanos, el virrey del Perú, Francisco de Toledo, mandató una misión de reconocimiento al estrecho de Magallanes. La expedición zarpó del Callao en 1579 y llegó al cabo de San Vicente, en el actual Portugal, en 1580. Al año siguiente, en 1581, zarpó de Sanlúcar de Barrameda una segunda expedición, compuesta por 23 barcos y alrededor de 3.000 personas, aunque los documentos no concuerdan respecto al número total (Zuleta, 2015:65). Esta expedición se conoce con el nombre de la Armada del Estrecho y su objetivo era establecer una colonia permanente en Magallanes. La logística de ambas empresas fue coordinada por el capitán Pedro Sarmiento de Gamboa, quien también fue nombrado gobernador del Estrecho. La Corona nombró como general de la flota a Diego Flores de Valdés, a quien la empresa le parecía improvisada, descabellada e imposible.

La historia de lo que sucedió tras el zarpe es conocida: una tormenta hundió casi un tercio de la Armada en Cádiz, y tras un frustrado intento de alcanzar el Estrecho, lo que quedaba de la flota debió hibernar en Brasil no un año, como estaba presupuestado, sino dos. Ocho barcos -cinco con Flores de Valdés y tres con el almirante Diego de la Rivera- retornaron a España, y arribaron entre julio y septiembre de 1584, con 800 personas (Rahn, 2016:1-2). Finalmente, tras un viaje de dos años y medio, solo una nave y alrededor de trescientas personas llegaron al destino final, en febrero de 1584. Venían exhaustas y enfermas. Robos, traiciones y motines fueron la tónica del viaje.


Imagen 1
Itinerario de la Armada del Estrecho
Fuente: Zuleta, 2015:303-314. Infografía: Víctor Martínez

Pocos días después del desembarco, Sarmiento fundó un asentamiento que denominó Nombre de Jesús, en Punta Dungeness. Mientras un grupo de personas permaneció allí, el resto se dividió en dos grupos y avanzó hacia el oeste con el objetivo de fundar el asentamiento definitivo. Unos lo hicieron a pie, liderados por el propio Sarmiento, y otros en barco. Al mes siguiente, en marzo de 1584, Sarmiento fundó Rey Don Felipe, al sur de la actual Punta Arenas.

Luego se sucedió una tragedia tras otra. Con el invierno encima, Sarmiento zarpó con el único barco que tenía a buscar la gente que había quedado en Nombre de Jesús, con el objetivo de trasladarla a Rey Don Felipe. Pero los vientos del Estrecho, según su relato, lo arrojaron hacia el océano Atlántico. A pesar de intentarlo en más de una ocasión, nunca más pudo volver. En el Atlántico, Sarmiento fue apresado por corsarios ingleses, y una vez liberado fue nuevamente capturado, esta vez por ejércitos protestantes franceses. Logró regresar a España en 1590 y murió dos años más tarde, siete años después de haber visto el Estrecho por última vez.

Los colonos de Rey Don Felipe, en tanto, perecieron poco a poco. A tres años de la partida de Sarmiento, el corsario inglés Thomas Cavendish desembarcó en Rey Don Felipe y encontró cadáveres esparcidos en el suelo o dentro de las modestas casas que habían edificado, donde algunos habían muerto “como perros” (Pretty, 1904: 298-299). Solo quedaban alrededor de 20 sobrevivientes, de los cuales raptó a uno con el objetivo de conocer los detalles del fracaso de la empresa. Cavendish saqueó lo que quedaba de Rey Don Felipe, especialmente piezas de artillería, y rebautizó la ciudad como Puerto del Hambre, nombre con que sería tristemente conocida desde entonces.

La pérdida de vidas, el naufragio de una flota de más de 20 barcos y las dificultades de la empresa contribuyeron a forjar una leyenda épica en torno a la historia de Puerto del Hambre, cuyo nombre evoca, a fin de cuentas, la tragedia de quienes murieron abandonados a su suerte en los confines de un mundo desconocido. La epopeya comienza con un héroe, Sarmiento, cegado por una empresa imposible, que se ve a sí mismo como otro Colón, Cortés o Pizarro (Zuleta, 2021: 192). Es Sarmiento mismo quien construye la imagen de un héroe conquistador en su propia narrativa, cuando pronuncia los solemnes discursos con que funda ambas ciudades o cuando arenga a sus hombres exhaustos a que continúen el camino entre Nombre de Jesús y Rey Don Felipe: “Muévaos la gloria que ganaréis con los privilegios y mercedes que su majestad hace a los que poblaren esta tierra en mi compañía, que son muchas” (Sarmiento, 2021: 434). A medida que se desarrolla la trama, sin embargo, el infortunio se impone una y otra vez, hasta que el héroe sucumbe a su destino adverso; el desamparo y la imposibilidad del retorno. Súplica y socorro son los móviles que mueven a Sarmiento tras el cautiverio inglés y francés (Benites, 2004: 30-36).

A fines del siglo XVIII, nadie sabía con certeza dónde había estado exactamente Rey Don Felipe. El adverso clima magallánico y la fragilidad de las construcciones, edificadas mayoritariamente con madera, no contribuyeron a la preservación de las estructuras. Era un lugar imaginado, sin una ubicación precisa en el mapa, del cual, sin embargo, existían suficientes fuentes documentales para conocer su historia desde distintos puntos de vista.

En la segunda mitad del siglo XVIII, el político español Bernardo de Iriarte publicó el volumen Viaje al estrecho de Magallanes, una compilación de algunas de estas fuentes, como la relación que Sarmiento había hecho de su primer viaje al Estrecho, y el testimonio de Tomé Hernández, el colono que Cavendish había raptado en su paso por Rey Don Felipe. La publicación de ambos documentos permitió conocer de primera mano dos momentos claves del proyecto de colonización imperial: los pormenores del primer viaje de reconocimiento, contados por el propio Sarmiento, y la trágica historia de quienes permanecieron en el Estrecho tras el fracaso de la empresa, narrada por uno de sus protagonistas. Los lectores interesados en las navegaciones imperiales españolas conocieron el prometedor comienzo de lo que sería una hazaña transoceánica y su triste desenlace, todo al mismo tiempo. Iriarte reivindicó la gesta de Sarmiento en clave colonial e hispanista, identificando, en el prólogo de su obra, las relaciones de viajes de los pilotos españoles con un tesoro nacional. En su perspectiva, la publicación de estas fuentes documentales era la forma que tenía España -la patria- de compartir con el mundo sus riquezas1. Tal como ha señalado Paul Firbas, Iriarte reivindica un saber español ignorado hasta entonces por otras naciones, cuyos textos en inglés o francés reclamaban discursivamente la región magallánica (Firbas, 2016:47).

Prácticamente un siglo más tarde, el abogado y político español Luis Torres de Mendoza publicó la Colección de documentos inéditos relativos al descubrimiento, conquista y organización de las antiguas posesiones españolas, una monumental iniciativa de 42 volúmenes que compilaba parte del tesoro que Iriarte imaginó cuando publicó el Viaje al estrecho de Magallanes. La obra estuvo bajo la supervisión del Ministerio de Ultramar de España, una institución creada después de la independencia de la mayoría de las colonias americanas y otras regiones de África. Un halo de nostalgia imperial se trasluce en la cuidada selección de relatos de exploración que componen la Colección, de la cual Sarmiento forma parte. Torres de Mendoza publicó la Sumaria, una relación que Sarmiento había escrito al volver a España tras su cautiverio en Inglaterra y en Francia, cinco años después de abandonar el Estrecho (Torres de Mendoza, 1866: 286-419). La Sumaria narraba las vicisitudes de lo acontecido a la Armada y sus tripulantes desde su preparación, antes del zarpe, hasta el accidentado viaje de Sarmiento desde Francia a España tras su prisión, incluida la fundación de los dos emplazamientos magallánicos. La Sumaria era el eslabón perdido entre la relación del primer viaje y la declaración del desventurado sobreviviente, la pieza que faltaba para entender por qué el viaje de colonización había terminado tan mal.

En la primera mitad del siglo XX, la historia de Rey Don Felipe se revistió de tintes épicos con la publicación del inédito poema Armas antárticas, escrito en el transcurso del siglo XVII por el soldado español Juan de Miramontes Zuázola. La edición estuvo a cargo del historiador ecuatoriano Jacinto Jijón y Caamaño. No obstante, tuvo escasa circulación, pues apenas se imprimieron 200 ejemplares (Firbas, 2006: 63). Miramontes Zuázola evoca continuamente el infortunio y desventura de la historia en clave providencialista, posicionando a Sarmiento como un héroe civilizador que lucha contra la adversidad en una tierra estéril e intratable, acechado por bárbaros ignorantes: “Con esto el gran Monarca determina que a poblar el Estrecho gente fuese, con doctos sacerdotes elegantes que diesen lumbre a tantos ignorantes”.2 El poema narra la pérdida de cientos de pobladores, cubriéndola del misterio de la voluntad divina (Firbas, 2003: 141-144).

Finalmente, en 1950 se publicó Viajes al estrecho de Magallanes. Recopilación de sus relaciones sobre los dos viajes al Estrecho, una extensa obra en dos volúmenes que compiló cartas, memoriales y varios documentos escritos por Sarmiento a lo largo de su vida. La edición estuvo a cargo del filólogo Ángel Rosenblat, y el prólogo, una síntesis biográfica de Sarmiento, fue escrito por el historiador magallánico Armando Braun Menéndez. En el prólogo, Sarmiento emerge como un explorador y jefe de cualidades únicas y de independencia de criterio, rasgos que Braun Menéndez identifica como una “característica de sus compatriotas”.3 La reivindicación de su liderazgo y genio desde la incipiente historiografía austral posicionó a Sarmiento no solo como un héroe español, sino también como uno magallánico.

En síntesis, el corpus documental sobre Rey Don Felipe que se conformó desde la segunda mitad del siglo XVIII hasta 1950 convirtió a Sarmiento en el héroe de la historia, enalteciendo el esfuerzo civilizador y fundacional de su empresa desde una perspectiva hispanista e imperial, elementos que permearon la producción historiográfica posterior sobre Puerto del Hambre. En la misma línea se situó la biografía Pedro de Sarmiento, el Ulises de América, publicada por Rosa Arciniega en Buenos Aires, en 1956. Y si bien el proyecto colonizador español había sucumbido ante la adversidad del inhóspito paisaje magallánico, al punto que no había quedado ninguna huella del asentamiento, la épica de la gesta y su desventurado extravío forjaron una leyenda en torno a Puerto del Hambre que alimentó la curiosidad de historiadores y lectores en general. Sarmiento nutrió sus relaciones con detalladas descripciones geográficas de las ensenadas, cerros, islas, penínsulas y canales del Estrecho, sin embargo, la colonia seguía siendo una ciudad fantasma. Una ciudad “espectral”, en palabras del historiador chileno Isidoro Vázquez de Acuña (1958: 873):

“En el lugar que otrora ocuparon las ciudades de Nombre de Jesús y Rey Don Felipe dice la leyenda que ciertas noches del año se ven aparecer sus descarnados pobladores que miran hacia el oriente tratando de divisar las blancas velas de las naos que traerán al "Caballero de Galicia" por siempre esperado” (Vázquez de Acuña, 1958: 886).

Rey Don Felipe siguió siendo una ciudad fantasma por algo más de 350 años. Aunque no existía ninguna evidencia material que contribuyera a identificar el lugar exacto en que había sido fundada, planos de mediados del siglo XX la situaban en la bahía inmediatamente contigua a la península de Santa Ana, hacia el oeste.4

Un giro esperado, sin embargo, cambió el curso de los eventos. En 1955, el vicecónsul de España en Punta Arenas y gerente de una compañía de seguros, Jesús Veiga, encontró un muro de piedra en otro lugar, distinto al que, supuestamente, había albergado al emplazamiento. Se trataba de una pequeña bahía al este de la península de Santa Ana. El hallazgo no fue una casualidad. Jesús Veiga había leído exhaustivamente el corpus bibliográfico publicado hasta entonces y, además, conocía bien la geografía magallánica (Veiga, 2012: 21 y 51).


Imagen 2:
Supuesta y real ubicación de Rey Don Felipe
Fuente: Plano de los terrenos materia de la permuta entre el Fisco y la Soc. Baglina Robert y Cia. Lugares: Bahía Buena y río San Juan. Comuna, Departamento y Provincia de Magallanes. 1948. Material cartográfico de la Universidad de Magallanes. Infografía de Víctor Martínez

De ahí en adelante, la historia de Rey Don Felipe desbordó el papel y anidó en un territorio específico. De una parte, las investigaciones arqueológicas de Omar Ortiz Troncoso en la década de 1970 contribuyeron a visibilizar la ocupación indígena del lugar, antes y después de la ocupación española. De otra, la publicación de dos documentos inéditos por el diplomático José Miguel Barros nutrió aún más el corpus de información disponible hasta entonces. Uno correspondía a un segundo testimonio de Tomé Hernández, el sobreviviente que Cavendish capturó, y el otro a un plano con la traza de Rey Don Felipe. Siguieron los estudios de Mateo Martinic, centrados en el proyecto colonizador y las expediciones posteriores (Urbina et al, 2021: 206-211).

2. Encuentros invisibles

En el presente trabajo nos proponemos ahondar en la historia de Rey Don Felipe desde una perspectiva poco explorada a la fecha, a entender; el análisis de la interacción, los encuentros y desencuentros que los colonos tuvieron con las poblaciones locales, cuya presencia y acciones quedaron invisibilizadas por el enorme peso que la narrativa de la gesta épica ha tenido en la historiografía sobre Puerto del Hambre. Los indígenas del Estrecho, en las cartas y relaciones de Sarmiento, son actores que constantemente intervienen en el devenir de los acontecimientos. Sin ser los protagonistas de la narración, su presencia tampoco se limita al pasivo rol que Miramontes Zuázola les asigna en el poema Armas antárticas cuando se refiere a ellos como “bárbaros ignorantes”. Por el contrario, se trata de poblaciones que ya han tenido contacto con expediciones europeas previas y que están familiarizadas con sus prácticas coercitivas. No debemos olvidar que Rey Don Felipe se fundó en un contexto colonial de dominación, un hecho a menudo soslayado por el innegable sufrimiento de quienes murieron en el abandono y el misterio que rodeó la desaparición de la ciudad. Visibilizar la agencia de las poblaciones locales, precisamente, es fundamental a la hora de comprender el fatal desenlace de la expedición.

Tal como ha señalado Annalee Newitz (2021), las ciudades perdidas son un tópico recurrente en las fantasías occidentales. Su desaparición suele asociarse a catastróficos y sorpresivos eventos climáticos o se atribuye a inexplicables fenómenos que desafían el sentido común o las leyes naturales. Sin embargo, lo cierto es que tras el enigma de la ciudad perdida casi siempre coexisten dos verdades nada fantásticas: conflictos y crisis sociopolíticas aparejadas con condiciones más o menos extremas de estrés medioambiental. En otras palabras, si visualizamos la desaparición de una ciudad como un misterio es porque estamos centrando nuestra atención en el momento de la trágica pérdida, olvidando integrar al análisis la evolución de los eventos que realmente se desencadenaron cuando la gente vivía ahí (Newitz, 2021: 4-11).

La historia de Rey Don Felipe ha corrido una suerte similar: el desenlace de la historia ha concentrado el peso de una narrativa que exalta el sacrificio y la muerte de la inmensa mayoría de los colonos de una empresa condenada al fracaso por las adversidades de una tierra indómita. Sin embargo, si buscamos una explicación histórica del fracaso, no podemos marginar de la trama a las poblaciones locales que influyeron decisivamente en el curso de los acontecimientos.

En nuestro trabajo nos basamos en las fuentes ya mencionadas, en nuevas ediciones que en el último tiempo han enriquecido nuestro conocimiento sobre Rey Don Felipe, en recientes estudios arqueológicos e históricos y en documentación inédita del Archivo General de Indias. Abordaremos la presencia invisible de las poblaciones del Estrecho centrándonos en tres momentos claves del proyecto colonizador: el primer contacto, la preparación de la Armada en España y el frustrado poblamiento.

3. El primer contacto

La primera expedición de reconocimiento zarpó de El Callao, Perú, en octubre de 1579, y arribó al estrecho casi un mes y medio más tarde, alrededor del 22 de noviembre. La expedición contó con poco más de 100 hombres, reunidos con mucha dificultad y trabajo, según Sarmiento, y dos embarcaciones. La capitana fue la nao mayor Nuestra Señora de la Esperanza, secundada por la nao menor San Francisco. La misión de reconocimiento cruzó el Estrecho en dirección oeste-este y alcanzó el océano Atlántico en febrero de 1580. En total, Sarmiento y sus hombres estuvieron tres meses incursionando las costas magallánicas y tomando posesión del territorio en diferentes enclaves. Como las naos no siempre podían atracar en las accidentadas costas del Estrecho, la tripulación a menudo exploraba las bahías en bateles, es decir, en pequeñas embarcaciones que no corrían el riesgo de encallar en bancos de roca o arena.

Antes del zarpe, como era usual en este tipo de empresas, el virrey del Perú Francisco de Toledo redactó una Instrucción para Sarmiento, es decir, un documento en el que constaban diecinueve directrices que los miembros de la expedición debían seguir en el transcurso del viaje. Estas abarcaban desde aspectos relacionados con los derroteros de la navegación hasta qué debía hacer la tripulación en caso de encontrarse con poblaciones locales. Conocer la organización social y las prácticas indígenas era un imperativo para las autoridades coloniales. Juan de Matienzo, oidor de Charcas y autor del tratado político Gobierno del Perú (1567), no lo pudo expresar en forma más elocuente: “mal puede gobernar el que no conoce la condición de los que han de ser gobernados, ni menos corregir las costumbres de los que no conoce”. Indagar en las prácticas indígenas y su organización social es la piedra angular del proyecto de gobernabilidad del joven imperio colonial hispano (Morong, 2013: 21-29).

La instrucción mandataba registrar todas las poblaciones que encontraran en el Estrecho y también cualquier evidencia de haberlas habido en el pasado. El documento también establecía un protocolo ante la eventualidad del contacto. Primero, los españoles debían obsequiar a los indígenas peines, cascabeles u otros objetos que la Corona les había dado especialmente para ello. Una vez que los indígenas se aproximaran, los debían capturar. El siguiente paso consistía en conversar con ellos para averiguar sus costumbres y manera de vivir. La instrucción era muy precisa respecto a la información que debían obtener de la plática. Primero, debían averiguar si se gobernaban por repúblicas, linajes o reyes, y en caso de tenerlos, si eran por elección o derecho de sangre, y si pagaban o no tributos. También en relación a su forma de gobierno, debían averiguar qué personas eran las que “tenían en más valor”. Respecto al culto, y en segundo lugar, debían preguntar por los ídolos que adoraban y qué tipo de sacrificios hacían. En tercer lugar, debían pesquisar si tenían especias como jengibre, nuez moscada o canela. También si tenían metales o piedras preciosas, y de tenerlos, de qué calidad eran y de dónde los obtenían. En la misma línea, la instrucción mandaba a los españoles a que se informaran si los indígenas poseían animales y plantas domésticas o salvajes, y qué comidas preparaban con ellas. Y, finalmente, debían registrar si tenían o no letras, es decir, si habían desarrollado o no alguna forma de escritura (Toledo, 2005: 139).

Según la instrucción, la idea de capturar indígenas para interrogarlos no suponía solo un interrogatorio in situ, sino también que la expedición tomara indios para servir de intérpretes en la comunicación con las poblaciones locales y en eventuales expediciones posteriores. Aunque la orden explicitaba que los indígenas fuesen bien tratados, “tomar” a uno implicaba todo lo contrario. En la práctica, cumplir la instrucción suponía raptar a una persona, forzándola a abandonar involuntariamente su familia y su tierra. En la misma línea, la instrucción ordenaba que la expedición debía aprovisionarse de la comida que los indios tuviesen, aunque sin tomarla por la fuerza (Toledo, 2005: 139). Contrasentidos como estos hicieron que la diplomacia virreinal solo fuese posible en el papel.

De otra parte, Sarmiento era un funcionario de confianza del virrey Toledo, el autor de la instrucción, y conocía muy bien cómo operaba este tipo de averiguaciones en la práctica. Poco después de su llegada al Perú, el virrey ordenó a un equipo conformado por secretarios, jueces y traductores levantar toda la información posible sobre los incas, con el objetivo de demostrar que su gobierno había sido una tiranía y que, en consecuencia, el dominio de la Corona española en las Indias era legítimo (González y Zuleta, 2019). Sarmiento formó parte de dicho equipo en calidad de cronista. La información se levantó utilizando cuestionarios elaborados por el virrey y su equipo de colaboradores, quienes interrogaron a más de 180 ancianos, principales y descendientes de los incas en Cusco, Huamanga y Yucay (González, 2014: 294-308). Tanto las Informaciones, nombre con que en los Estudios Andinos se conoce a este conjunto de encuestas, como la Instrucción que el virrey dio a Sarmiento para la misión de reconocimiento al Estrecho coinciden en un tema medular para la geopolítica colonial: averiguar el tipo de gobierno que tenían las poblaciones conquistadas, identificando la forma de sucesión que poseían y sus principales líderes étnicos. Sarmiento, como capitán, también había combatido en las guerras contra los chiriguanos, en el Gran Chaco. Cuando llegó al Estrecho, ya tenía experiencia en el reconocimiento de jerarquías sociopolíticas al interior de grupos étnicos, así como también en identificar las tensiones, conflictos y alianzas entre estos.

En los tres meses que duró la expedición, Sarmiento se hizo una idea bastante precisa de lo que estaba sucediendo, en términos sociopolíticos, con las poblaciones del Estrecho. Primero, identificó la presencia de dos grupos étnicos diferentes; segundo, se enteró de que ambos grupos estaban en conflicto; y tercero, comprobó que uno de los grupos era mucho más hostil que el otro. Si bien Sarmiento era un hábil observador y estratega, toda esta información no la obtuvo solo de su aguda capacidad de comprensión, sino también del testimonio de al menos cuatro indígenas que raptó y, posteriormente, se llevó a España en 1580. En el transcurso de la misión de reconocimiento, Sarmiento también registró las ensenadas y costas del Estrecho, tomando posesión del lugar en que fundaría, en el próximo viaje, Rey Don Felipe.

Tan pronto como entraron al Estrecho, Sarmiento y sus hombres hallaron objetos que pertenecían a las poblaciones locales, como dardos y arpones de hueso, y también pisadas frescas (Sarmiento, 2005: 171 y 176). Casi un mes después vino el primer contacto, mientras los españoles estaban en la que llamaron ensenada de San Francisco. Habían llegado en un batel y llevaban comida para ocho días. Durante la primera noche, un soldado disparó su arcabuz en dirección a una bandada de pájaros y unos indios respondieron con gritos desde lejos. Eran alrededor de quince, estaban desnudos y con la piel pintada de rojo. Fue la primera vez que los españoles de esta expedición e indígenas estaban tan próximos. Sarmiento identificó al líder porque el resto obedecía sus órdenes y vestía, a diferencia de los demás, una capa de pellejo de lobo marino. Aunque no tenía a mano regalos que sirvieran de señuelo, Sarmiento utilizó dos paños pequeños y un estuche para atraerlos a la embarcación. Cuando ya estaban cerca les ofreció vino, que los indígenas escupieron, y bizcocho, del cual sí comieron. Así logró, comunicándose por medio de señas, que uno de ellos abordara el batel. Entre abrazos y agasajos, los españoles se embarcaron rápidamente y Sarmiento dio la orden de partir, llevándose al indígena consigo. A los tres días, sin embargo, el cautivo se las arregló para burlar la guardia y huyó. Sarmiento envió al mismo hombre que lo estaba vigilando en su búsqueda. Cuando lo encontró, tras un forcejeo, el indio logró zafarse y volvió a huir lanzándose al mar. Este primer desencuentro quedó inmortalizado en la toponimia con que los hispanos bautizaron los escenarios en que se desarrollaron los hechos: denominaron la “punta de la gente” al lugar en que capturaron al indígena (Sarmiento, 2005: 186) y “do se huyó el indio” al telón de fondo de la fuga (Sarmiento, 2005: 189).

En los siguientes días, los españoles intentaron repetir el gesto, emboscando a otro indígena y obligándolo a abordar la nave almiranta. Pero, como el anterior, también escapó (Sarmiento, 2005: 194). La desconfianza y el miedo ya estaban instalados. Fueron contactos breves, a pesar de lo cual los términos de la diplomacia virreinal quedaron claros para las poblaciones locales. En lo sucesivo, tan pronto divisaban un batel, los indígenas huían (Sarmiento, 2005: 191).

Los españoles, en vista de los fracasos anteriores, cambiaron su estrategia y en el siguiente avistamiento ejecutaron el plan con más cautela. En el relato de Sarmiento, habiendo desembarcado en el puerto que llamaron Nuestra Señora de la Candelaria, un grupo de indígenas llamó a los españoles por señas para comunicarles que antes habían visto dos navíos como los suyos y gente con barbas y dagas, igual que ellos. Tenían banderines confeccionados con telas europeas. Sarmiento sospechó que se trataba de los navíos de la expedición de Drake, que había cruzado el Estrecho dos años antes (Sarmiento, 2005: 228-233). Averiguar cualquier pista sobre la ubicación, rastro o destino de la flota de Francis Drake era otra de las directrices individualizadas en la instrucción del virrey Toledo (Toledo, 2005: 142-143). Tal vez en un intento por recuperar la confianza de los indígenas, en esta ocasión los españoles dejaron que se marcharan al atardecer. Al día siguiente, en cambio, la dirección de los acontecimientos cambió. Cuando nuevamente los indígenas se aproximaron, seis españoles embistieron con violencia a tres indios, raptándolos. Sarmiento añade que se resistieron dando puñetes porque, en sus propias palabras, “cada preso quiere ser suelto” (Sarmiento, 2005: 231). Sabemos los nombres españoles con que Sarmiento bautizó a dos de ellos: Juan Chalincarlán y Francisco.

En el relato de Sarmiento, una vez en la nao Juan, Francisco y el tercer cautivo comieron, bebieron y se rieron con la tripulación, dejando atrás el temor y el enojo. A medida que avanzaban hacia el Atlántico, los indígenas les enseñaban a los españoles los nombres de las principales ensenadas, islas y caletas en su lengua. Los topónimos registrados por Sarmiento son de origen kawésqar y algunos perduran en la actualidad (Aguilera, 2016: 86-87).

En Tinquichisgua, según el relato de Sarmiento, los prisioneros comenzaron a llorar de susto, pues divisaron humos en la costa. Las fogatas eran de sus enemigos, a quienes temían de sobremanera. En este punto de la historia entran en escena “los grandes”, un grupo étnicamente diferente al que la expedición había visto hasta entonces (Sarmiento, 2005: 236-237). Como contrapunto, Sarmiento llamó al grupo de Juan Chalincarlán y Francisco “los chicos”, pues tenían una contextura física menos robusta que sus vecinos.

Los grandes no recibieron a la expedición de la misma manera que los chicos. Los grandes no se acercaron ni recibieron regalos, sino que esperaron a los invasores ocultos entre el bosque con arcos y flechas, listos para atacar (Sarmiento, 2005: 238). Advirtiendo el escenario adverso, los españoles continuaron su viaje hasta la punta de Santa Ana, donde en la siguiente expedición Sarmiento fundaría Rey Don Felipe, tomando posesión del territorio para que “todas las naciones y gentes” supieran que esta tierra pertenecía ahora a la Corona de Castilla y León (Sarmiento, 2005: 246). En el breve tiempo que estuvieron en la punta de Santa Ana, nuevamente los visitó un grupo de los chicos, pero huyeron tras advertir fuego en el monte. Creían que se trataba de un campamento de los grandes. El fuego, por el contrario, lo habían iniciado los mismos españoles, con el objetivo de derretir brea, entre otros propósitos. Sarmiento confirmó, entonces, lo que ya intuía: que los grandes eran más poderosos que los chicos.

Desde la punta de Santa Ana hasta el océano Atlántico son los grandes quienes dominan el paisaje y la narrativa. La toponimia es un reflejo de su presencia. Pasada la denominada punta de Gente Grande, los españoles enviaron un batel a la costa, para raptar a uno de los grandes que les sirviera de intérprete. El contacto entre los grandes y los españoles estuvo marcado por el recelo y la distancia: los grandes ordenaron al alférez español que dejara su lanza atrás, al tiempo que ellos se acercaban cada vez más a sus arcos y flechas. Sospechando que esta vez ellos serían los emboscados, diez españoles arremetieron bruscamente y tomaron a un grande prisionero. Sarmiento señala que cuando lo emboscaron, apenas lo pudieron sostener. La captura se desarrolló en medio de una lluvia de flechas. Una vez a bordo de la nao, el indio se resistió a comer durante un día entero (Sarmiento, 2005: 254). Sarmiento lo bautizó con el nombre de Felipe y, de aquí en adelante, le iría informando sobre las poblaciones y las principales características del territorio patagónico (Sarmiento, 2005: 265). En el transcurso del viaje Felipe enseñó varias palabras de su lengua a Sarmiento. Trabajos de campo llevados a cabo en la década de 1980 en la región de Santa Cruz, en la Patagonia argentina, registraron palabras tehuelches -o aonikenk- similares (Fernández 1998), no obstante lo cual ignoramos si el significado que tenían en el siglo XVI corresponde al actual. Entre ellas se encuentran neuxo,5axijtote6 y cabca.7

Sarmiento insiste, en varias ocasiones, en que la tierra que habitan los grandes es la mejor que ha visto en el Estrecho y que está muy poblada, a juzgar por las humaredas que ve de ambos lados, haciendo una directa relación entre la calidad del territorio y el arrojo de los grandes: “es gente temida de la gente que está más hacia la Mar del Sur, y como gente valiente tiene la mejor tierra de la que hasta aquí vimos” (Sarmiento, 2005: 254-256).

En lo que restó del viaje, los grandes vigilaron constantemente el curso de la navegación desde ambas orillas del Estrecho. Los españoles, desde las naos, divisaban las humaredas y gente gritándoles sin atreverse a desembarcar por precaución o porque las condiciones climáticas no lo permitían (Sarmiento, 2005: 256 y 260). Cuando lo hicieron, un poco antes de llegar a la primera angostura, los grandes los emboscaron fingiendo amistad para luego flecharlos. Varios españoles resultaron heridos y los grandes retrocedieron hacia los montes, dejando atrás calzado y capas de cuero que los conquistadores tomaron para sí. Al arrancar, los españoles divisaron a lo lejos sementeras y casas, que identificaron con los pueblos o caseríos de los grandes (Sarmiento, 2005: 262-263). Con ambas partes en retirada terminaba la primera misión de reconocimiento al Estrecho.


Imagen 3:
Principales topónimos del estrecho de Magallanes mencionados en el presente artículo
Infografía: Víctor Martínez

4. Felipe, Francisco, Juan y Martín en la corte del rey

La nao Nuestra Señora de la Esperanza cruzó el Atlántico y llegó al cabo de San Vicente, en el actual Portugal, en agosto de 1580. Son pocos los datos que tenemos de la estadía de los indígenas que Sarmiento raptó del Estrecho en Europa.

La expedición llegó en un momento políticamente complejo: el trono portugués estaba vacante y Felipe II, rey de España, lo pretendía. El retorno de la expedición magallánica no estaba entre sus prioridades. Aun así, Sarmiento logró reunirse con él en septiembre u octubre de 1580 en Badajoz, en la frontera con Portugal. Sarmiento llegó a la entrevista con Felipe, el indígena, para exhibirlo ante Felipe, el rey (Sarmiento, 2015: 230). Es, hasta donde tenemos registro, la primera vez que un indígena magallánico estuvo en la corte de un monarca hispano. No conocemos más detalles del encuentro, solo que Felipe II ordenó a Sarmiento que se dirigiera a Madrid con el objetivo de dar cuenta de lo acontecido en su viaje (Barros, 2006: 102-108).

Durante la estancia en Madrid reaparecen en escena Francisco y Juan, cuando Sarmiento solicitó un monto de dinero al Consejo de Indias para la manutención de ambos, Felipe y diez de los hombres que con él habían llegado desde Magallanes. Entre ellos también había un mulato de nombre Cervantes. No sabemos si el grupo había acompañado a Sarmiento en su viaje desde el cabo de San Vicente a Madrid, pero es probable. Era diciembre de 1580.8

Felipe, Juan y Francisco estuvieron en Madrid alrededor de tres meses. Poco sabemos de lo que les sucedió allí. En marzo de 1581, fueron trasladados, junto con otros seis soldados que habían estado en el Estrecho, a la ciudad de Sevilla. Sarmiento gestionó los gastos del viaje ante el Consejo de Indias.9

Durante su estadía en Sevilla Felipe, Juan y Francisco sobrevivieron a la peste “de milagro”, expresó Sarmiento con alivio en una carta al rey. Consciente de que serían informantes claves en su próximo viaje agrega que “importa mucho cada uno”.10 En efecto, 1580 fue el año del Gran Catarro en Europa, que costó la vida a miles de personas. Los propios reyes de España, en plena crisis sucesoria, se contagiaron. Felipe II, que logró recuperarse, trasladó la ceremonia de coronación a Tomar, pues Lisboa estaba asolada por la peste. Su esposa, la reina Ana, no corrió la misma suerte y murió a fines de ese año. Sarmiento estuvo presente en la coronación (Barros, 2006: 111). Mientras, Felipe, Juan y Francisco quedaron a cargo de Alonso Martel, hijodalgo cercano a Sarmiento. Su alimentación y vestimenta, supuestamente, correrían por cuenta de la Corona. No obstante, a nueve meses de su arribo, Sarmiento se quejaba en una carta al duque Medina Sidonia que Martel no había recibido el importe correspondiente a la manutención de Juan y Francisco.11

Mientras, y con el tiempo en contra, Sarmiento ocupaba toda su concentración en resolver los muchos contratiempos que amenazaban la materialización de la expedición colonizadora, cuyo zarpe estaba programado para septiembre de ese mismo año. Faltaban solo cuatro meses y el presidente del Consejo de Indias, en Madrid, aún no había informado oficialmente al presidente de la Casa de Contratación, en Sevilla, que una armada de más de 20 barcos zarparía rumbo al Estrecho.12 Sarmiento había naufragado no en el mar, sino en la burocracia de la monarquía hispánica.

La Armada del Estrecho era impopular entre los artilleros, pobladores, oficiales y capitanes y, a un mes del zarpe, había quienes dudaban de que siquiera el proyecto llegara a concretarse. Un tensionado Sarmiento escribe al rey quejándose de que el contador no quiere pagarle el dinero para financiar la empresa y que el cosmógrafo a cargo de las cartas de marear acaba de morirse. En un desahogo, también le comenta que ya no tiene huesos de lo consumido que está en el servicio “destos indios bárbaros que tengo conmigo … que se come cada uno un carnero de una vez si se lo dan”, refiriéndose a Felipe, Juan y Francisco. Se queja de que ya ha vendido todo lo que tiene para mantenerlos, para luego pedir perdón al Rey por molestarlo con un asunto tan pequeño.13

Aquí aparece fugazmente en la documentación una mención a “Martín de Carvajal, indio, que vino del Estrecho de Magallanes con Pedro Sarmiento de Gamboa”. Se trata de una carta en la que el Consejo de Indias ordena pagar los costes del traslado de Martín desde Madrid a Sevilla. Todo indica que Martín es el tercer indígena que Sarmiento capturó con Juan y Francisco, del grupo de los chicos. Si Martín permaneció en la corte madrileña durante el tiempo que sus compañeros estuvieron en Sevilla, no lo sabemos. Una cosa sí es clara: la carta fue emitida justo una semana antes del zarpe de la Armada. Probablemente la urgencia por conseguir un arriero para el traslado, como indicaba la carta, se debió a que Sarmiento necesitaba que Martín se embarcara a la brevedad. Si lo logró o no, tampoco lo sabemos. El viaje entre ambas ciudades podía tomar varios días y es difícil que haya llegado a tiempo a Sanlúcar de Barrameda, desde donde la Armada zarpó rumbo al Estrecho el 27 de septiembre de 1581, poco más de un año después del regreso de Sarmiento del primer viaje.14

La Armada llegó a Río de Janeiro en marzo de 1582 y allí permaneció casi un año, en el transcurso del cual unos tripulantes huyeron por miedo y otros se refugiaron en casas y conventos portugueses. En Río de Janeiro murieron 200 personas, entre ellos Felipe y Francisco. Sarmiento no entrega detalles respecto a su deceso, excepto que murieron bautizados y cristianos (Sarmiento, 2021: 313). Solo quedaba Juan Chalircalan.


Imagen 4:
Principales topónimos de la península ibérica mencionados en el presente artículo
Infografía: Víctor Martínez

5. El regreso

La Armada logró embocar en el Estrecho dos años más tarde, en febrero de 1584. A pesar de las adversidades, esta vez Sarmiento contaba con mucha más información que antes. Tenía claro que existían dos grupos étnicos y que cada uno habitaba sectores diferentes del Estrecho: los chicos -canoeros- vivían en la tierra montañosa y selvática que se extendía hacia el Pacífico, y los grandes -cazadores terrestres- en la rasa y llana que había hacia el Atlántico (Sarmiento, 2015: 238). Tomé Hernández corrobora la información que entrega Sarmiento (Hernández, 1768: XXVI). Conocer la geografía y la población del Estrecho era estratégico para el plan a largo plazo de Sarmiento: pacificar y adoctrinar a los grandes para luego, en vista de la disponibilidad de agua, sembrar la comarca y así abastecer los fuertes proyectados.15 Rey Don Felipe se emplazaría en la zona de contacto o “estremo entre las dos naciones de indios, los grandes y pequeños […]. Por esta y otras causas elegió aquí Pedro Sarmiento, con parecer de todos, sitio para poblar” (Sarmiento, 2015: 238).

Sarmiento también estaba al tanto que ambos grupos estaban enemistados y que los grandes amedrentaban constantemente a los chicos. Sarmiento describe a los grandes como gente fuerte y orgullosa, crecida en miembros y diestros arqueros. Andaban con perros grandes que usaban en la guerra para atacar al enemigo y protegerse (Sarmiento, 2015: 230; 2021: 389). Al tanto de que ellos eran sus principales adversarios, Sarmiento concentró sus esfuerzos en averiguar todo lo posible sobre ellos. Felipe había sido su principal fuente de información: no solo le había enseñado algunas palabras de su lengua, sino también quién era su líder (Sarmiento, 2021: 407). Su nombre era Ols y era el señor de la punta de San Gregorio (Sarmiento, 2021: 418). Siguiendo las directrices de la instrucción del virrey Toledo, Sarmiento ya sabía quién era la persona que “tenían en más valor” y enfocó su atención en encontrarlo. Para ello necesitaba más intérpretes, pues Juan Chalircalán, el único indígena sobreviviente de la expedición anterior, pertenecía al grupo étnico de los chicos y, en consecuencia, no hablaba la misma lengua que los grandes.

Desde el desembarco en punta Dungeness y la fundación de la primera ciudad, Nombre de Jesús, los grandes boicotearon sistemáticamente las intenciones de los recién llegados. Las reiteradas flechadas hicieron que Sarmiento nombrara a un maestre de campo, Pedro Íñiguez, para que vigilara día y noche el poblado (Sarmiento, 2015: 223-224). El primer desencuentro se produjo cuando treinta grandes se acercaron al poblado, aunque manteniendo la distancia, diciendo “¡Paz, paz! ¡Santa María! ¡Jesús!”. Sarmiento, aprovechando la proximidad, envió al capitán Viedma a capturar a uno. Viedma obedeció y llegó con el indio “casi muerto […] y reventaba sangre por las narices”. Mientras esto sucedía, un hombre mayor lloraba en lo alto de la pendiente. Sarmiento dedujo, acertadamente, que se trataba del padre del indio cautivo y que, además, era el caudillo del grupo. En un gesto hábil, y previendo un eventual acercamiento, Sarmiento limpió al prisionero, lo soltó y le entregó ropa y otros regalos. Antes, hizo que besara una cruz. Con miedo, el indio la besó “con mucho regocijo, aunque temblando”, mientras decía “¡Jesús!, ¡María!, ¡Capitán, capitán!” (Sarmiento, 2021: 406). No solo Sarmiento había aprendido la lengua de sus enemigos.

Pronto, padre e hijo volvieron, “mostrando o fingiendo mucho agradecimiento”, según las palabras de Sarmiento. El clima era tenso y, tras algunos intercambios, Sarmiento desplegó las habilidades lingüísticas que había adquirido de Felipe. No pudo entender la respuesta de sus interlocutores, salvo oox, que tradujo como “siéntate”16. Luego fue al grano y preguntó directamente quién era el “prencipal señor del estrecho llamado Ols”. El viejo se tocó el pecho, señalándose a sí mismo y dijo “Ols muchacho” (Sarmiento, 2021: 407). Sarmiento dedujo que se trataba de un vasallo de Ols. Siempre en control de la narrativa, Sarmiento no entrega más antecedentes sobre el líder étnico en este encuentro, que se desarrolló en medio de una sostenida y mutua desconfianza. Tomé Hernández señala que los grandes también intentaron raptar a un español, el capitán Íñiguez, fingiendo que era un gesto de paz (Hernández, 1768: VIII).

Con el objetivo de llegar a Rey Don Felipe, aún no fundada, la expedición se dividió en tres grupos: mientras unos se quedaron en Nombre de Jesús, otros se dirigieron en la única nao que quedaba hacia el oeste. El tercer contingente, conformado por cien hombres liderados por Sarmiento, se dirigió hacia la punta de Santa Ana a pie (~320 km). A la altura de San Gregorio, el propio Ols salió a su encuentro, junto con diez indios desnudos. Se acercaron a los españoles para advertirles que más adelante otros indios los emboscarían. Sarmiento les preguntó por su señor y uno de ellos “señalose a sí, dando a entender que él era Ols” (Sarmiento, 2021: 420). No traía su arco, otro lo hacía por él, probablemente una prerrogativa de su estatus social. Sarmiento lo describe como un “caudillo indio, que era un valentazo hombre de cuerpo y membros”, feo de rostro y pintado de rojo (Sarmiento, 2021: 419).

Cuando Ols se presentó ante Sarmiento realizó un acto que dejó a los españoles perplejos: se introdujo una flecha de casi un metro por la boca, entera, y luego se la sacó. No fue un gesto inocuo para Ols, cuyo rostro se desfiguró del dolor mientras retiraba la flecha, empapada de sangre, de su cuerpo. Al concluir el gesto, Ols se dio un golpe en el pecho y liberó un gran flato, al tiempo que su nariz sangraba. Sarmiento no comprendió plenamente el significado de lo sucedido, que calificó como “lo más espantable que se puede imaginar (Sarmiento, 2015: 232). Sin embargo, entrevió que se trataba de un acto singular, uno que solo algunos indios realizaban. La actitud de Ols, que se mostró arrogante tras el gesto, así lo sugería (Sarmiento, 2021: 419-420). Fue, probablemente, un acto desafiante propio de su rango. No era la primera vez que un líder de los grandes retaba a los recién llegados con esta demostración de autoridad: Pigafetta, cronista de la expedición de Magallanes en 1520, registró el mismo gesto. Aunque lo atribuyó a una rara práctica medicinal para el dolor de estómago, el clima hostil que rodeó la puesta en escena no confirma su percepción. Magallanes acababa de raptar a dos indígenas haciéndoles creer que los grilletes que les ponía eran anillos y, tras una refriega entre ambos bandos, los españoles habían incendiado el lugar17. En el testimonio de Tomé Hernández, que presenció el desencuentro, el líder étnico ejecutó la performance después de que Francisco, uno de los frailes que acompañaba a los españoles, le dijera que el capitán era Sarmiento. Ols, golpeándose el pecho y enojado, le respondió que él, y no Sarmiento, era el capitán (Hernández, 1768: X). En la perspectiva de Ols no podía haber dos capitanes en el Estrecho. Y en la de Sarmiento tampoco.

Tras un breve intercambio de regalos se despidieron. A la media hora, los mismos indios regresaron por la retaguardia y los atacaron. Sarmiento lo sospechaba: “es costumbre de los indios a la primera vez venir de paz por reconocer y tornan la segunda de guerra”. Tras una escaramuza, Sarmiento mató a Ols con un tiro de arcabuz y los demás indios huyeron (Sarmiento, 2015: 233). Fue un desencuentro breve y fatal. Capturar o matar a líderes étnicos fue una estrategia de dominación común entre los españoles (Zuleta, 2021: 423). Sarmiento había dejado claro los términos de la colonización: no había lugar a una negociación. Aparentemente, una alianza con los conquistadores tampoco era una posibilidad para Ols y los suyos.

Los conquistadores continuaron su viaje hasta la península de Santa Ana para fundar la nueva colonia. Cuando llegaron, en la que sería ciudad Rey Don Felipe había un caserío de indios pescadores. Al verlos, los indígenas abandonaron sus casas y se ocultaron en el bosque. Eran los chicos, que ahora no solo temían a los grandes, sino también a los recién llegados (Sarmiento, 2015: 238).

Aquí comienza el desenlace de la historia, el que ha acaparado la atención de las audiencias y la crítica. Los pobladores sucumben al abandono, la soledad y el hambre mientras Sarmiento queda a merced de los vientos magallánicos y se precipita al océano Atlántico, cuando va en búsqueda del contingente que quedó en punta Dungeness. Juan Chalincarlán iba con él. No logra volver al Estrecho y permanece, contra sus deseos, cerca de dos años en Río de Janeiro. En agosto de 1586, convencido de que la mejor opción es pedir ayuda directamente al rey, se dirige a España a bordo de la carabela portuguesa Nuestra Señora de la Guía. No va como capitán, sino como pasajero, junto al grupo que con él llegó desde el estrecho de Magallanes. A la altura de las islas Azores la carabela es capturada por corsarios ingleses, quienes torturan a Sarmiento y su gente con el objetivo de saber si llevaban oro o plata. Eran 19 soldados y marineros, un esclavo y Juan (Barros, 2006: 146). Es lo último que, hasta ahora, sabemos del destino de Juan Chalincarlán: que fue apresado y torturado por corsarios ingleses y que su huella se pierde en las islas Azores.

6. Conclusiones

Las poblaciones locales no fueron meros espectadores de lo que sucedió en ciudad Rey Don Felipe y el Estrecho en su conjunto. Tampoco bárbaros ignorantes que, inmovilizados por el desembarco de los colonos españoles, no comprendían sus intenciones. Desde la primera expedición europea que cruzó el Estrecho hasta la fundación de Rey Don Felipe, al menos seis flotas o naves habían intentado seguir los pasos de Magallanes y Elcano. En ese sentido, no debemos analizar el arribo de la Armada del Estrecho, o lo que quedaba de ella, como un evento aislado. La fundación de Rey Don Felipe se inscribe en un continuum de acontecimientos marcados por la violencia, la coerción y el conflicto entre agentes imperiales y poblaciones locales, es decir, en un contexto colonial de dominación a gran escala.

Dos aspectos son claves para entender por qué las poblaciones locales no percibieron la llegada de los colonos como una rareza, sino como un capítulo más en los intentos de al menos dos imperios coloniales europeos por conquistar el Estrecho: su conocimiento básico del español y el despliegue de estrategias ofensivas y defensivas basadas en experiencias previas.

Respecto al primer punto, el conocimiento del español, Sarmiento mismo no se muestra sorprendido. Se ha instruido sobre el destino y los pormenores de las expediciones anteriores, recurriendo a informantes claves y leyendo libros sobre ellas. Destaca aquí el Libro XX de la segunda parte de la General historia de las Indias de Gonzalo Fernández de Oviedo, dedicado enteramente a las expediciones magallánicas (Zuleta, 2021: 409). La posibilidad de que sobrevivientes de estos viajes o naufragios hubiesen permanecido entre las poblaciones locales no le parece extraña.

Por ejemplo, Sarmiento plantea que es muy probable que algún sobreviviente de la nao Santi Spiritus, de la expedición de García Jofré de Loayza que siguió a la de Magallanes-Elcano, hubiese escapado y buscado amparo entre los indios de cabo Vírgenes. También sabe que uno de sus tripulantes, Juan Pérez de Higuerola, se extravió mientras caminaba por la costa junto con otros dos compañeros. De otra parte, no descarta la posibilidad de que hayan aprendido español de Juan de Quiroz, capitán de la siguiente expedición de Alonso de Camargo, que se habría internado tierra adentro tras la pérdida de sus naos. Sarmiento señala que “hay noticia en Chile” de que Quiroz y sesenta de sus hombres se quedaron en el Estrecho (Sarmiento, 2021: 409). A diferencia de los sobrevivientes de la Santi Spiritus, que se habrían amparado en los indios, Quiroz se habría convertido en señor de estos, una suposición que debe ser entendida en clave colonial y atendiendo a las expectativas de riquezas que generó la leyenda de la Ciudad de los Césares. Sarmiento también está consciente del potencial de las redes de comunicación indígenas: después de todo, Paraguay, Tucumán y Chile no están lejos y están poblados de españoles (Sarmiento, 2021: 408-409).

Las poblaciones del Estrecho estaban, de hecho, familiarizadas con sobrevivientes de estas expediciones. Juan Chalincarlán le comentó a Sarmiento que cerca de su tierra vivía gente que usaba botas, sombreros y ropas largas, y que llamaban “portugueses”. También le dijo que allí vivía Catalina, “que la tomaron cuando se perdió la nao inglesa” (Sarmiento, 2021: 410). Tomé Hernández declaró que “además de decir Jesús y María mirando el cielo, (los indios) daban a entender que tierra adentro había más hombres con barbas y con botas, como las que ellos llevaban” (Hernández, 1768: XXVIII-XXIX).

Más allá de cómo aprendieron el español, lo importante es destacar cómo las poblaciones locales lo utilizaron. Sarmiento señala en más de una ocasión que cuando los indios se acercaban a ellos siempre lo hacían diciendo o gritando palabras en español, como capitán, paz, Jesús y María (Sarmiento, 2021: 389, 408-410). No se trata de palabras cualquiera, sino de unas que designan jerarquía (capitán), deidades (Jesús, María) u objetos sagrados (cruz). Sarmiento está al tanto que las palabras son un pretexto para establecer contacto, emboscarlos y luego flecharlos. Pigafetta registra que la primera palabra que Magallanes les enseñó a los habitantes de San Julián fue “Jesús” (Pigafetta, 2001: 43). Sesenta años más tarde, los grandes la habían convertido en un señuelo, en el primer paso de una estrategia ofensiva contra los invasores.

Respecto al segundo punto clave, a entender, el despliegue de estrategias bélicas basadas en experiencias previas, los raptos fueron una provocación -y dolorosa- que los indígenas no olvidaron. Francisco, Felipe, Juan y Martín no fueron los primeros locales en ser emboscados y luego raptados. Antes hubo otros y después vendrían más. Los secuestros fueron una práctica sistemática entre los imperios de la Europa moderna y las poblaciones locales no tardaron en averiguarlo.

Cuando la expedición de Magallanes, la primera en tener contacto con poblaciones de la Patagonia, secuestró a dos indígenas haciéndoles creer que los grilletes eran anillos, lo hizo delante de una de sus mujeres, a quien también pretendían raptar: “Esta, enterada de todo, lamentábase, dando tan fuertes voces, que desde lejos se la oía llorar” (Pigafetta, 2001: 44). Cuando varias décadas más tarde la expedición de Francis Drake recaló en San Julián, el recuerdo amargo del paso de Magallanes seguía vivo. Según el testimonio de Nuno da Silva, un piloto portugués secuestrado, a su vez, por Drake en la isla de Santiago en Cabo Verde, cuando los indígenas los vieron desembarcar les gritaron, llorando, “Magallanes, esta e minha terra”. El sobrino de Drake, en tanto, señala que el recuerdo de los indios raptados por Magallanes había sido consignado y transmitido de generación en generación entre sus descendientes, manteniendo viva la memoria de sus parientes desaparecidos a través de los años (Castro, 2013: 7-8). Relatos orales que evocan genealogías y eventos del pasado son frecuentes en culturas sin escritura y actúan, con dinamismo, en dos niveles: son un recuerdo del pasado y, al mismo tiempo, un reflejo del presente (Vansina, 1985: XII).

Sarmiento no ahonda en mayores detalles respecto al rapto de Felipe, Francisco, Juan y Martín, pero el engaño y la violencia estuvo presente en la mayoría de los episodios que rodearon la captura de indígenas en el transcurso de sus dos expediciones. No es de extrañar, en consecuencia, que la respuesta de las poblaciones locales al proyecto colonizador, especialmente la de los grandes, haya sido hostil. Tal como años después recordaría un marinero de la Armada en Sanlúcar de Barrameda, los indios: “no hacían ninguna amistad a los españoles ni trataban (se relacionaban) con ellos”.18

El fracaso de la expedición de Sarmiento y la trágica muerte de los pobladores de Rey Don Felipe se debieron a múltiples factores. Los colonos llegaron al Estrecho extenuados y ya enfermos, con deficiencias nutricionales severas (Senatore et al, 2016: 292-293). Para colmo los recursos escaseaban. La comida que llevaban se había mojado cuando una de las naves dio al través en el desembarco en Dungeness (Hernández, 1768: VIII). De otra parte, más de la mitad de los pobladores procedía de las tierras cálidas de Sevilla y casi todos estaban vinculados a actividades artesanales y productivas (Rigone, 2017: 84). Provenían de una tradición campesina y rural que conocían bien y llegaron a un territorio frío y desconocido, cuyos suelos, en general bajos en nitrógeno y fósforo, dependen de fertilizantes y otros tratamientos nutricionales para transformarse en productivos (Sáez, 1994: 104-108). Con impaciencia debieron esperar, infructuosamente, que el trigo, la cebada y las habas que habían plantado dieran fruto. Con frustración debieron darse cuenta que solo las habas germinaban, después de estar sepultadas seis meses bajo la nieve (Hernández en Barros, 1978: 71). No en vano las poblaciones locales y quienes los precedieron durante once mil años se habían adaptado al ecosistema magallánico obteniendo recursos de la caza y la recolección de especies nativas, actividades desconocidas para un campesino andaluz de la temprana modernidad.

Las relaciones entre los colonos tampoco eran las mejores: divisiones al interior del grupo erosionaron la convivencia, y Sarmiento estaba en el ojo del huracán. Según Tomé Hernández los pobladores cuestionaban sus decisiones, querían marcharse a toda costa a Chile e intentaron amotinarse. La presión era tal que Sarmiento nunca durmió en el poblado que él mismo fundó, sino que en el barco, “y si no hubiera tenido este cuidado, y durmiera en tierra, tiene por cierto (Tomé Hernández) que le hubieran muerto días había” (Hernández, 1768: XII).

Si al abordar la historia de una ciudad desaparecida nos centramos, retomando las palabras de Annalee Newitz, en el momento de la trágica pérdida, ciertamente los hechos que se desencadenaron tras la llegada de los colonos al Estrecho se apoderarían de la narrativa. Descubrimiento, fracaso, abandono y olvido, en ese orden, son los episodios de la gesta imperial. Sin embargo, si buscamos una explicación histórica más allá de la epopeya, el eje de la narrativa se desplaza hacia el conflicto y los desencuentros que los colonos tuvieron con las poblaciones locales, que no tenían intenciones de cooperar en la instalación de una colonia enemiga en las proximidades o en el mismo lugar de sus propios caseríos. Tomé Hernández señala que los españoles solo pudieron avanzar hacia el norte tres leguas, es decir, algo más de 15 km (Hernández, 1768: XXVI). La costa fue su isla, su prisión. No se precisaban rejas o cercos. El clima magallánico haría lo suyo y cualquier intento de avance hacia el interior sería inmediatamente contenido por los grandes. Un capítulo en la historia de la expansión del imperio español se cerraba, al tiempo que las poblaciones del Estrecho sospechaban, y acertadamente, que la expedición de Sarmiento no sería la última.

Agradecimientos:

Agradecemos los pertinentes comentarios de los evaluadores del presente artículo. También a Ana Fernández Garay, por aclararnos algunas dudas sobre las voces aonikenk recogidas por Sarmiento. La presente investigación se desarrolló en el contexto de dos proyectos: “Análisis codicológico del plano de la ciudad Rey Don Felipe, siglo XVI”, proyecto UBO/VVCMEI-10 - INES 49, Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación, coordinado por Soledad González, Universidad Bernardo O’Higgins; y “Primeros asentamientos urbanos en el estrecho de Magallanes: evaluación arqueológica y geofísica de Rey Don Felipe (Puerto del Hambre)”, proyecto Fondart 488221, Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, coordinado por Simón Urbina, Universidad Austral de Chile, sede Puerto Montt. En el contexto de dichos proyectos realizamos, junto con el diseñador Víctor Martínez, dos infografías, disponibles en los siguientes enlaces:

https://www.vicdata.cl/infographic-armada-estrecho-vmm.html

https://www.vicdata.cl/infographic-puerto-hambre-vmm.html

Fuentes primarias

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______, INDIFERENTE,426,L.26,F.238R-238V

______, INDIFERENTE,426,L.27,F.5R

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Notas

1 “Qué justo crédito no resultaría a la Nación de que se sacasen del polvo y abandono, en que yacen, aquellos fieles y preciosos monumentos de la industria, del valor, de la constancia y pericia de nuestros navegantes! Si por feliz suerte esta impresión del Diario de Sarmiento diese motivo a que de autoridad superior se examinase aquel tesoro y se hiciese a España, y al Orbe entero, partícipes de algunas de sus riquezas, tendría el editor toda la recompensa a que pudiera aspirar, de los afanes que la edición de la presente obra le ha debido; a no contemplarse ya sobradamente recompensado en la satisfacción misma de servir con ellos a la Patria” (Iriarte, 1768: XXXVII-XXXVIII).
2 No es la única vez que en el poema Miramontes de Zuázola (2006: 574) evoca la figura la barbarie de los indígenas magallánicos: “Y, de quien la intratable tierra habita, seis bárbaros tomó, para que vea nuestro invicto Philipe, rey segundo, la gente que produce el fin del mundo” (2006: 573). “La grave enfermedad, el duro hielo, el recio temporal, la pálida hambre, intratable región, estéril suelo, la enemiga, cruel, bárbara enjambre y en siempre tempestuoso airado cielo cortaron de las vidas el estambre, sin que de cuantos fueron al Estrecho diesen ya más que quince aliento al pecho” (2006: 589-590).
3 “La independencia de criterio con el común de los hombres, que es característica de sus compatriotas, se manifestaba en él de modo particularísimo /…/ En Sarmiento de Gamboa había materia para más de una personalidad. La experiencia marítima e ilustración general y su carácter fuerte y altivo eran aptitudes que lo predisponían para ser un explorador y un jefe” (Braun Menéndez, 1950: X).
4 Plano de los terrenos materia de la permuta entre el Fisco y la Soc. Baglina Robert y Cia. Lugares: Bahía Buena y río San Juan. Comuna, Departamento y Provincia de Magallanes. 1948. Material cartográfico de la Universidad de Magallanes.
5 “Vieron los nuestros en tierra madrigueras de conejos como los de Castilla, y los naturales traían unas mantas de pellejos de vicuñas, que son las del Perú que se llama en lengua natural neuxo” (Sarmiento, 2005: 254). Ana Fernández (1998: 66) registra en su libro El tehuelche. Una lengua en extinción la voz “naw”: “guanaco”.
6 “Y llegados a tierra, se mostraron solos cuatro indios con arcos y flechas en las manos, y hechas señas de paz, alzando las manos, y diciendo axijote, que quiere decir “hermanos”, saltamos en tierra” (Sarmiento, 2005: 262). Fernández registra “a:jxe”: “visitar” (Fernández, 1998: 383 y 402) y “ote”: “venir”, como un auxiliar direccional (Fernández, 1998: 105, 132, 309, 317 y 383).
7 “Y según Felipe el indio grande dice hay algodón, que es la mayor prueba de tierra templada, y canela, a que llaman cabca” (Sarmiento, 2005: 265).
8 Carta acordada del Consejo de Indias a Antonio de Cartagena, su receptor, dándole orden de pago de 260 ducados al capitán Pedro Sarmiento [de Gamboa] que vino del Perú, por el Estrecho de Magallanes. Madrid, 19 de diciembre de 1580. AGI, INDIFERENTE,426,L.26,F.231R-231V.
9 Carta acordada del Consejo de Indias a Antonio de Cartagena, su receptor, dándole orden de pago de 60 ducados a Pedro Sarmiento [de Gamboa?] para llevar a Sevilla a seis soldados y tres indios de los que vinieron con él del Perú. AGI, INDIFERENTE,426,L.26,F.238R-238V.
10 Carta a Felipe II. Sevilla, 26 de mayo de 1581 (Zuleta, 2021: 142).
11 Carta al duque Medina Sidonia. Sevilla, 26 de mayo de 1581 (Zuleta, 2021: 138).
12 Carta al duque Medina Sidonia. Sevilla, 26 de mayo de 1581 (Zuleta, 2021: 137).
13 Carta a Felipe II. Sevilla, 13 de agosto de 1581 (Zuleta, 2021: 199).
14 Carta acordada del Consejo de Indias a Antonio de Cartagena, su receptor, dándole orden de pago de 8 ducados a Pedro Romero, portero, para pagar un arriero que lleve hasta Sevilla a Martín de Carvajal, indio, que vino del Estrecho de Magallanes con Pedro Sarmiento de Gamboa. Madrid, 20 de septiembre de 1581. AGI, INDIFERENTE,426,L.27,F.5R.
15 “Con el favor de Dios han se de poblar dos pueblos, uno de la una parte del estrecho y el otro de la otra, para que cada pueblo repare y guarde y bastezca la fortaleza que le cupiere a su costa, y corra y guarde y pacifique y doctrine la gente de aquella comarca ante de poblar de los primeros pueblos de la gente grande, por el agua y comodidad para sembrar, que es lo más cercano a esta angostura y lugar de los fuertes”. Parecer de Pedro Sarmiento de Gamboa, 1580. AGI, PATRONATO,33,N.3,R.2 (Documento sin foliar, la cita aparece en la última página).
16 “y ellos respondían en su lengua pero no se les entendía sino solo este vocablo: “oox”, que quiere decir “Siéntate” (Sarmiento, 2021: 407). Fernández (1998: 103) traduce, en efecto, “¬o ¬j ~ ¬o:j” como “sentarse”. Tal vez se trataba de una expresión coloquial para iniciar una conversación, pues casi cien años después de las expediciones de Sarmiento los grandes intentaron entablar un diálogo con John Narbrough utilizando una expresión similar, registrada como “ozse” (Narbrough, 1694: 50).
17 Pigafetta, 2001: 45. Tampoco era la primera vez que los grandes se introducían flechas por la boca en presencia de Sarmiento. Cuando Viedma capturó al joven indígena en Nombre de Jesús, antes de conocer a Ols, otro indígena había hecho exactamente lo mismo. Casi simultáneamente dos más ejecutaban un acto similar, pero con una pluma de avestruz: cada uno se introducía uno de sus extremos por la boca, hasta que sus bocas se juntaban y la pluma desaparecía (Sarmiento, 2021: 408). El gesto, en todos los casos, va precedido por una provocación y raptos. Impresores europeos se inspiraron en el relato de Pigafetta para mandar a hacer grabados que integraron láminas o planos relacionados con Magallanes y los patagones. El más famoso aparece en Americae pars quarta de Theodoro de Bry (1594: XV).
18 Declaración de Marcos Fernández de Riobón, 3 de septiembre de 1586, AGI, PATRONATO,33,N.3,R.63.


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