Artículos
Recepción: 16 Octubre 2023
Aprobación: 16 Marzo 2024
DOI: https://doi.org/10.23854/autoc.v8i2.408
Resumen: El siguiente artículo aborda cómo se desenvolvió la Editorial del Pacífico, controlada por el partido político Falange Nacional, en el contexto de los primeros años de la Guerra Fría cultural. Se sostiene que adoptó una posición resuelta en el bando que promovió el Congreso por la Libertad de la Cultura en Chile, difundiendo a autores que se posicionaron frente a la Unión Soviética y el comunismo que este bloque representaba. Se toman algunos de los títulos que fueron publicados por esta editora, la difusión que tuvieron aquellos a través de las páginas de la revista Política y Espíritu, otro de los soportes culturales de aquella tienda política, y la recepción que tuvieron en el espacio público y el debate que generaron.
Palabras clave: Editorial del Pacífico, Guerra Fría cultural, comunismo, Falange Nacional.
Abstract: The following article discusses how Editorial del Pacífico, controlled by the Falange Nacional political party, developed in the context of the early years of the cultural Cold War. It is argued that it adopted a resolute position in the side that promoted the Congress for Cultural Freedom in Chile, disseminating authors who positioned themselves against the Soviet Union and the communism that this bloc represented. Some of the titles that were published by this publisher, the diffusion they had through the pages of the magazine Política y Espíritu, another of the cultural supports of that political sector, and the reception they had in the public space are taken.
Keywords: Editorial del Pacífico, Cultural cold war, communism, Falange Nacional.
1. Introducción
Cuando se ha intentado reconstruir la historia de la Falange Nacional o la Democracia Cristiana, nombre que adoptó el primer partido desde 1957, a menudo se alude a las condiciones de emergencia de la Editorial de Pacífico, pero no a su desenvolvimiento. George W. Grayson Jr. (1968: 207-208) sostuvo que la editorial tuvo «un papel estratégico en la difusión de las aspiraciones sociales del partido». Por su parte, Jorge Cash (1986: 151) señalaba que los falangistas vieron en esta la posibilidad de dotarse de algunos medios de expresión escrita para sortear el cerco de las fuerzas políticas tradicionales que buscaban obstaculizar el crecimiento del partido desde comienzos de la década de los años cuarenta. Es sin duda el trabajo de Álvaro Góngora (2018) el que más ha ahondado sobre la editorial, quien, si bien entregó bastantes antecedentes sobre su conformación, se centró más en vincularla con la figura de Eduardo Frei Montalva, en un periodo determinado de su trayectoria política.
Como han sostenido todos los autores recién evocados, la fundación de esta empresa editorial en 1945, respondió más a fines doctrinarios que a los estrictamente comerciales, vale decir, este nuevo partido político buscó proveerse de un soporte cultural a través del cual pudiesen ser difundidas con independencia las ideas socialcristianas que decía representar. Y así ocurrió, por lo menos en el primer lustro de vida de la editorial. Tanto las ideas como los intelectuales más prominentes que influyeron o inspiraron a este sector fueron dados a conocer gracias a las prensas de esta sociedad, lo que significó un grado de jerarquización en la selección de los títulos y autores. Ciertamente, algunos escritores difundidos ya gozaban de fama, como Alberto Edwards, el primer autor con el que se inició la actividad editorial, pero otros jóvenes, vieron en este medio una de las mejores trincheras ideológicas para socializar las nuevas ideas que anunciaban una nueva era, quienes con el correr del tiempo terminaron por ser destacados falangistas. Así, en los primeros años de vida, pasaron por la editorial Eduardo Frei, Alejandro Silva Bascuñán, Máximo Pacheco, Ricardo Boizard, Alejandro Magnet, Jaime Castillo, etc.1
No obstante lo anterior, en el primer lustro de la década de los años cincuenta, se observan títulos como los siguientes: Así asesinaron a Trotski, de Julián Gorkin y Leandro A. Sánchez Salazar (1950); Desarrollo del capitalismo en Chile, de Marcelo Segall (1953); De Lenin a Malenkov, también de Gorkin (1954); La gran estafa, de Eudocio Ravines (1954), etc. ¿Por qué razón una editorial de este perfil promovió a dichos autores, todos vinculados, aparentemente, con la izquierda? Acá se sostiene que en la lucha cultural e ideológica que se inició con la Guerra Fría tras el término de la Segunda Guerra Mundial, la Falange Nacional adoptó una posición resuelta en el bando que promovió el Congreso por la Libertad de la Cultura (CLC) en Chile, a través de la difusión editorial de autores que se posicionaron frente a la Unión Soviética (URSS) y al comunismo que este Estado representaba. Los autores recientemente señalados, se habían convertido en abiertos opositores al comunismo. Gorkin, a esas alturas, estaba distanciado de sus posiciones antiguas. Por su parte, Ravines, ex militante comunista, ya había devenido en un abierto anticomunista, y Marcelo Segall, si bien era comunista por esas fechas, con su nuevo libro marcaba una distancia que lo alejaría para siempre de ese sector. A esta lista, por supuesto, habría que agregarle también títulos como A través del marxismo, de Julio Silva Solar (1951); Ni marxismo ni liberalismo: social-cristianismo, de Marcelo Martínez (1952); Entre la libertad y el miedo, de Germán Arciniegas (1953); Stalin, del padre Alejandro Vicuña (1954); Comunismo y religión, de F. Dufay (1955), y quizá el más importante de todas estas obras, El problema comunista, de Jaime Castillo Velasco (1955), lo que destaca que la Editorial del Pacífico jugó un papel importante en el campo cultural e ideológico de la Guerra Fría cultural, sin perjuicio de estar articulado, evidentemente, con el campo político.
Karina Janello (2012: 33) solo de paso mencionó la editorial como parte de esta contienda, la que hizo circular con su sello algunos folletos y documentos correspondiente al CLC. Acá se busca profundizar en ello, para dar cuenta que esta empresa no solo fue un medio de difusión, sino que un agente activo en las luchas culturales, en tanto actor en la cohesión ideológica y la formación de comunidades de sentido, tal como lo ha señalado Roger Chartier (2014: 40-41), pues si bien se asoció al CLC, el radio de acción respecto a la edición fue mucho más amplio. Lamentablemente no se ha podido acceder a las actas, si es que aún existen, sobre la discusión en torno a la decisión de publicar a estos autores, pero por las querellas de la época, es posible señalar que la editorial se vinculó estrechamente con el bloque ideológico que representaba la «libertad», frente a la amenaza comunista, tal como ellos lo veían. Alejandro Silva Bascuñán reprodujo una carta como respaldo intelectual del político conservador Rafael Gumucio que apoyó a estos jóvenes, en la que se sostenía justamente que:
«la Falange, por su cuerpo de doctrinas, porque ha penetrado en la clase media, porque inspira confianza al pueblo, porque posee el secreto de una mística que arrastra y entusiasma y, sobre todo, porque se la sabe desinteresada y sincera, es, en realidad, la única entidad política con fuerza eficaz para detener al comunismo» (1949: 160).
No es casualidad que la mayoría de estos autores se hayan publicado durante los años más álgidos de la Guerra Fría cultural (Stonor, 2013), mientras se encontraba proscrito el Partido Comunista, aunque hay que decir que no por ello estaba menos activo. Ciertamente, la Guerra Fría cultural se extendió por varias décadas teniendo momentos bastantes intensos, pero, a nuestro parecer, este es uno de los más interesantes, pues ambas potencias organizaron toda una trama para ganarse a intelectuales, escritores, gente vinculada al arte, el cine, la música, etc. El mundo recién venía saliendo de una guerra espantosa, por lo que la actividad cultural sirvió para los nuevos fines que se habían propuesto las partes involucradas. Desde ambos bandos, se elaboraron una serie de discursos, propaganda; se organizaron redes, encuentros y relaciones sociales para denostar al enemigo a través de la palabra escrita, cuyo vehículo fundamental fue la industria revisteril y editorial. América Latina, por supuesto, no estuvo ajeno a este nuevo clima de época, adoptando sus propias particularidades que, hasta esta parte, varias investigaciones colectivas e individuales se han editado con el propósito de reflexionar sobre esa específica situación (Niño, 2009, Calandra y Franco 2012, Expeche y Ehrlich, 2019, Pedemonte, 2020).
Por lo que respecta al anticomunismo en Chile, eran tiempos en los que se replicaba la «caza de brujas», con Sergio Fernández Larraín (1954), el «McCarthy de Melipilla», quien denunciaba las actividades de esta tienda política, incluyendo a todo el mundo que no era de su agrado en esta denominación y, si bien los falangistas fueron parte de aquel anticomunismo, se distanciaron de este tipo de práctica. Como bien ha demostrado Marcelo Casals (2016: 25-55), siguiendo a Rodrigo Patto Sá Motta, el anticomunismo cobró distintas expresiones y en la tipología que sintetizó este último autor, la Editorial del Pacífico se inscribió en la corriente católica, específicamente, la socialcristiana, la que adoptó estrategias de acción un tanto diferente, por ejemplo, a las asumidas por el nacionalismo o el liberalismo, que prefirieron modalidades más represivas. De hecho, la Falange Nacional no estuvo de acuerdo con la proscripción del Partido Comunista en 1948 e incluso los condujo a polemizar con el clero eclesiástico por esta posición (Huneeus, 2009: 293-301), pues suponían que la lucha contra este debía tomar otros derroteros para ser eficaz. Eran tiempos, además, en que las encíclicas empezaban a ser tomadas en cuenta con mayor peso, cuyas interpretaciones no fueron unívocas en el mundo católico (Botto, 2019).
Los falangistas desde fines de la década de los años cuarenta, frente al agotamiento de los partidos tradicionales, en especial, el conservador, y el avance del comunismo, pusieron todo un esfuerzo por convertirse en una alternativa política en el país, lo cual los condujo preferentemente a disputar el electorado vinculado con los partidos de izquierdas y a asumir una política de comunicación independiente y segura, sobre todo en el plano doctrinario y cultural, siendo la revista Política y Espíritu y la Editorial del Pacífico los dos grandes medios de comunicación que emplearon para socializar los principios que defendían.
Indudablemente, el sector falangista en estos años percibía una aceleración del tiempo con características catastróficas. Un tiempo del que ya no se tenía control. El líder de la Falange, Eduardo Frei, fundador de la Editorial del Pacífico, en el prólogo que le hizo a Marcelo Martínez dejaba ver aquella desazón frente a un acontecer que, si daba algunas señales, estas no eran para nada promisorias. Del mismo modo, expresaba que el estudio realizado por Martínez era «una prueba más de la inquietud, podríamos decir la angustia, con que las nuevas generaciones quieren penetrar el sentido de nuestro tiempo y resolver sus problemas vitales», agregando que era «tal la intensidad dramática de la historia y los poderes e instintos desencadenados; tan violento el encuentro de las clases, y tan visible el desmoronarse de viejas y consagradas estructuras que nadie se escapa al tormento de pensar, y al ansioso esfuerzo de querer penetrar en el porvenir» (Frei, 1952: 7).
En consecuencia, con lo anterior, en el presente artículo se abordará cómo se comportó la editorial en la década de los años cincuenta en relación con la Guerra Fría cultural, tomando algunos de los títulos ya referidos que fueron publicados por esos años. Junto con ello, se verá la difusión que estos tuvieron a través de las páginas de la revista Política y Espíritu, otro de los soportes culturales de aquel partido político; y, finalmente, se tratará la recepción que tuvieron los mismos en el espacio público. Todo lo cual, integrado según lo amerite el análisis. Estos objetivos tienen por propósito dar cuenta cómo las contingencias políticas y las luchas ideológicas le dan historicidad a los proyectos culturales que reorientan las perspectivas iniciales, reformulando los campos en disputa, en los cuales los agentes hacen uso de determinado capital, prácticas y estrategias para dominarlos simbólicamente. Así, el presente análisis, a través del establecimiento del circuito de la comunicación, buscará aportar a la historia de las ideas, del libro y de un tipo de anticomunismo adoptado por aquellos tiempos.
2. La Editorial del Pacífico entra en escena
Bernardo Subercaseaux (2010) sostuvo que la actividad editorial cobró fuerza en la década de los años treinta y cuarenta, permeado tanto por factores externos como internos al país. Luego de la crisis económica de 1929, la importación del libro disminuyó considerablemente, sustituyendo ese circuito por la producción interna. A ese factor, siguiendo a este autor, cabría sumarle el impacto que generó la Guerra Civil española, puesto que muchos de los intelectuales emigrados al continente americano se destacaron por contribuir con la industria del libro. Por lo que respecta a los factores internos, Subercaseaux señaló varios: la emergencia de sectores mesocráticos, la organización de la cultura que tendió a la valoración social del libro, el vínculo entre la sociedad política y la sociedad civil, y la expansión educacional de la época. El mismo autor situó la emergencia de la Editorial del Pacífico en el tercer factor, en un contexto en que los partidos políticos ponían sus esfuerzos para levantar sus propias editoriales. El Partido Conservador lo había hecho con la Editorial Difusión, el Partido Comunista con la Editora Austral y el Partido Socialista con Prensa Latinoamericana (Abara y Salgado, 2021). La apreciación de Subercaseaux no se alejó de lo afirmado por Grayson, Jorge Cash y Góngora, cuando explicitaban las razones de por qué la Falange Nacional se había dotado de una editorial. Si bien aquellos autores citados señalaron los factores de origen, lo cierto es que Subercaseaux agregó otros datos importantes que permiten ver parte del recorrido de aquella empresa. En efecto, aun cuando nombró las editoriales de los otros partidos, subrayó que fue la Editorial del Pacífico la que como empresa se destacó más por su vínculo con corrientes de pensamiento político.2
De hecho, la Falange Nacional, como partido, fue la que mayor grado de vinculación tuvo con el Congreso por la Libertad de la Cultura en Chile. Desde que se había levantado el Consejo Mundial por la Paz en 1949, movimiento de carácter internacional promovido por la recién creada Kominform, acudieron un sinnúmero de prominentes intelectuales y destacados artistas con el objetivo de hacer una defensa pública de la paz, la libertad y la justicia, consignas en juego en aquel momento en el que la amenaza nuclear era patente, anunciando una nueva guerra, pero de dimensiones completamente devastadoras para el mundo entero. El otro bando en la contienda cultural, Estados Unidos, frente al control que hizo la Unión Soviética del símbolo de la Paz, le opuso el de la Libertad. Para ello no trepidó en gastos, y a través de la CIA., financió toda una puesta en escena que llegaría a concretarse en la fundación del Congreso por la Libertad de la Cultura en 1950 (Stonor, 2013: 110-130), en donde los intelectuales que no se sentían representados por la instancia relacionada con Rusia, a la que acusaban de ser una tapadera del comunismo internacional, vieron una asociación de carácter independiente en la que podrían desenvolverse con su pluma y otro tipo de acciones. Así lo reconfirmaron en junio de 1954, en la reunión de los Comités Latinoamericanos del CLC en Santiago de Chile, cuando manifestaron que este último «no depende de ningún gobierno ni grupo político y que se propone, como único objetivo, defender la libertad del espíritu creador y crítico en el mundo civilizado» (Cuadernos 9, 1954: 108-111).3
Con el correr del tiempo, el CLC se había desplegado por el mundo4 captando la atención de los intelectuales que se habían decepcionado del comunismo y de otros que habían sido siempre anticomunistas. En efecto, en 1953, quienes orientaban la política de esta asociación, arribaron a Chile con el objetivo de extender sus redes y ganarse el apoyo de escritores, artistas e intelectuales que se posicionaban frente al comunismo y al estalinismo, seguramente, a través de acuerdos previos. Para esos efectos había arribado Julián Gorkin, un español que había luchado en la Guerra Civil española, furibundo antiestalinista (Gorkin, 2001) y representante en esas horas del CLC y director de la revista Cuadernos que editaba este organismo desde París al lector hispanoamericano, quien logró reforzar los lazos con figuras del falangismo nacional, como Jaime Castillo y Alejandro Magnet.
La Falange Nacional se situó de modo abierto durante este periodo en el bando antiestalinista, expresando su anticomunismo a través de varias estrategias, entre estas, siendo colaboradora permanente con el CLC, el que consiguió contar con un Comité en Chile, y en donde Jaime Castillo llegó a oficiar como presidente, mientras que Alejandro Magnet lo hizo como su secretario (Janello, 2012: 30). No podía ser de otra forma, pues el ideólogo democratacristiano, Jacques Maritain, fue un activo promotor del CLC en Europa, quien alcanzó a ser presidente de honor del organismo.
Esta colaboración se expresó en otras instancias, como cuando Castillo en el número dos de la revista Cuadernos, de 1953, publicó un artículo en el que retrató las actividades del comunismo nacional, partido que por esas fechas había sido el promotor del Congreso Continental de la Cultura celebrado en Santiago de Chile. El intelectual falangista aprovechó la ocasión para denunciar que, en este encuentro, aunque se había realizado todo el esfuerzo para autopromoverse como apolítico y destinado solamente a elevar el plano cultural, había hecho justamente todo lo contrario (Castillo, 1953),5 constituyéndose en una trastienda más de la política cultural de la Unión Soviética (Alburquerque, 2011: 51-60).
Pero cabría agregar que, tal como ya se ha apuntado, el bando agrupado en el CLC, además de liberales, excomunistas, anticomunistas, también estaba compuesto por algunos desilusionados de la Rusia soviética y cercanos en algunos aspectos al trotskismo, entre los que se destacaba el ya referido Gorkin. Es muy probable que la relación con este intelectual se haya iniciado mucho antes de su llegada en 1953, pues en 1950 los falangistas publicaron a través de la Editorial del Pacífico el libro Así asesinaron a Trotsky, escrito junto al exjefe del Servicio Secreto de la Policía mexicana, Leandro A. Sánchez Salazar, con el fin de demostrar hasta dónde podían llegar las acciones de la política estalinista. No era así una cuestión desconocida el vínculo de los falangistas con otras posiciones ideológicas, si estas servían para estrechar los lazos frente al enemigo comunista.6
El libro de Gorkin y Sánchez, según se consigna en las últimas páginas del propio libro, terminó de pasar por las prensas el 30 de marzo de 1950, enfatizándose en la presentación que la obra constituía la primera versión en castellano, cuando ya circulaba en varios idiomas como el francés, inglés, italiano, alemán, sueco, holandés y griego. Como debía ser, Política y Espíritu, en el número 46 de mayo de 1950, le destinó una reseña a cargo de Jaime Castillo Velasco, quizá el reseñador más importante de esta revista en el curso de varios años.
Castillo centró sus líneas en defender que aquel libro no era una mera obra de propaganda política contra Stalin, sino que, por el contrario, una investigación de carácter serio e imparcial, pues la tesis que se sostenía, a saber; que «la policía soviética organizó y ordenó el asesinato de Trotsky», era firmemente comprobada a lo largo del libro (1950: 140-143). El reseñador resaltó que la investigación tenía «además por objeto señalar la influencia de la GPU en el ambiente internacional», en el que aparecían «allí ciertos personajes chilenos y extranjeros interviniendo como agentes de ella». Agregó de modo inmediato que por esa misma razón la obra «presenta[ba] un interés evidente» (Castillo, 1950: 141).7 Y aquello no podía ser menor, pues tal como se hizo en la presentación del libro en la primera solapa, se hacía referencia a «los métodos políticos implacables de los comunistas» que terminaron por asesinar a «uno de los guías de la Revolución soviética, una de los más agudos y brillantes espíritus de la Rusia contemporánea» (Sánchez y Gorkin, 1950: solapa).
En aquel campo cultural e ideológico, la colaboración se dio en un circuito bastante estrecho y en una sintonía que iba desde los congresos, las prácticas propias que atravesaban a las revistas, hasta llegar a la publicación de los libros relacionados con la lucha que se daba en el mismo campo. Era un esfuerzo por sostener una comunidad de interpretación que se amalgamaba por distintos sectores que tenían, a pesar de muchas diferencias, un enfoque común sobre algunos problemas no menores. Por esa misma razón, el espacio editorial seguía proporcionándole al público más elementos que posibilitaran un significado mayor a los discursos empleados. La materialidad del libro permitía llegar a aquellos lectores que estaban ansiosos por saber, desde las reflexiones de autor, qué era lo que estaba ocurriendo en un mundo sobre el cual no se sabía muy bien para dónde iba, pero del que, una parte significativa, no se esperaba algo bueno dada la coyuntura política y militar, pues la guerra de Corea, por poner un caso, estaba siendo desastrosa. Y se dice una parte significativa, pues otra parte de la población, sí tenía sus esperanzas depositadas en el camino que estaba forjando el socialismo a nivel mundial.
De ahí la importancia de estos libros editados por la Editorial del Pacífico, ya que aun cuando las discusiones políticas del día podían ser propias de los periódicos y las revistas, estos libros no se alejaron de lo contingente y lo inmediato, pero siempre en vista de encarar un futuro que dependía de lo que se hiciera en el presente.
3. Multiplicar La gran estafa
En 1953 apareció el primer número de la revista Estudios sobre el comunismo, tribuna conservadora y abiertamente anticomunista, dirigida por el padre de origen polaco, recién arribado a Chile, Miguel Poradowski. En el primer número, como era habitual en este tipo de publicaciones, la sección Revista de libros se inauguró con una reseña de La gran Estafa, de Eudocio Ravines, quizá el testimonio más importante de un renegado comunista de esos tiempos. El militante, de origen peruano, colaboró en Chile en la conformación del Frente Popular y tuvo a cargo el periódico del mismo nombre. Había sido un agente avezado, y luego de su expulsión del Partido Comunista peruano, el mismo brío que antes había exhibido, era desplegado en su anticomunismo.8
De tal manera que no podía ser esta decisión más oportuna para una publicación de este perfil. Estos comentarios correspondían, al parecer, a la primera versión en español realizada en México, dos años antes que la que editó la Editorial del Pacífico. Así, en esta se decía lo siguiente:
«Su larga experiencia al servicio de Moscú, sus viajes a la Unión Soviética, donde sólo encontró hambre, terror y salvajismo, su íntimo conocimiento de las criminales actividades del totalitarismo rojo, que relata, con lujo de detalles, en las páginas de este impresionante libro, lo llevaron a la conclusión del que el comunismo no era la panacea que iba a salvar a la humanidad, sino por el contrario. ‘La gran estafa’ es el testimonio, meditado y sincero, de esta convicción obtenida a través de muchos años de dolorosa evolución interna» (J.I.H., 1953: 109).
El libro, por supuesto, había concitado la atención en el medio, tensionando aun más el ambiente político e ideológico de la época. A su promoción, por ejemplo, se sumó la revista anticomunista Estanquero (351, 3 de abril de 1954), de tendencia nacionalista, cuyo fundador había sido Jorge Prat Echaurren. Pero también, Ercilla (968, 17 de noviembre de 1953) y Las Últimas Noticias (Huerta, 1954b), con un tono muy distinto al empleado por las primeras revistas, sin caer en ningún lado en las obsesiones características de estos grupos.
El Partido Comunista, la tienda política directamente interpelada por el libro de Ravines, desde luego, no dejó pasar la ocasión sin destinarles unas cuantas palabras. No se debería eludir que en esta ocasión, la crítica no se reservó en la columna Los libros y los hechos que redactaba Juan de Luigi los días domingos en El Siglo, sino que quedó en manos de Luis Corvalán (1954), alto dirigente de este sector político. Más que para enfrentar los ataques desplegados en el mismo libro de Ravines, es probable que la decisión de que Corvalán asumiera la defensa, haya sido porque se podía poner en el mismo plano en el que se elevaba a Ravines: la de ser un testimonio personal y, por lo mismo, con autoridad moral.
Así, Corvalán decía al comenzar su crítica: «[c]onocí a Eudocio Ravines en el diario ‘Frente Popular’ que se editó en Santiago desde 1936 a 1940» para, en consecuencia, destacar a lo largo de su texto la impostura de aquel, tal como él lo veía. Se advierte que, si se hizo referencia a los atributos de su personalidad que más lo caracterizaron, sin duda negativos, era para señalar que sus palabras no podían ser dignas de consideración, sobre todo cuando sus acciones, conocidas por el propio Corvalán, como hace referencia él mismo, eran por completo sospechosas. Al final de cuentas, se exponía; Ravines era un espía al servicio del imperialismo de turno y su libro venía a constituir parte de la propaganda anticomunista que se desataba por esos años. Esta crítica, a diferencia de las reseñas vistas más arriba, ni estaba dirigida a la edición mexicana ni a la edición de la Editorial del Pacífico (que aún no salía, por lo demás), sino a una que circuló como folletín, en palabras de Corvalán, en el vespertino Los tiempos «por inspiración del ex dictador y conocido propagandista yanqui, don Carlos Dávila», versión que no hemos podido encontrar.
Como se ve, el libro de Ravines en su versión mexicana y chilena fue ampliamente discutida entre el segundo semestre de 1953 y el primero de 1954. ¿Por qué razón, entonces, la Editorial del Pacífico venía a editar una nueva versión? Dos ediciones del mismo libro en un periodo de dos años señalan una lucha ideológica no menos importante, por lo que no le venía para nada de mal a la editorial falangista publicar una tercera para esta contienda, con el objetivo de reforzar una imagen negativa de los comunistas. Aunque no se especifica, es probable que la falange haya querido reunir aquel folletín disperso que divulgó Carlos Dávila, quien, jugando un rol importante por esos años,9 no solo era un anticomunista confeso, sino que también un conocido en las prensas de la editorial, pues de él se había publicado en 1950 Nosotros los de las Américas, cuya segunda edición por la misma editorial se hizo en 1956.
En esta dirección la Editorial del Pacífico puso todo el esfuerzo para hacer circular una versión chilena, la que agreguemos, fue reeditada tres veces en ese año de 1954, y también otra en 1957. La tercera edición que se terminó de imprimir en noviembre de 1954, era un libro mucho más pequeño que la primera que contaba con más de 500 páginas. El nuevo libro, que ahora se reducía a la mitad, descartaba los años previos a 1930 de la vida de Ravines, para dar a conocer rápidamente lo relacionado con «la penetración soviética en el continente americano» y así facilitarle «al apresurado lector de nuestro tiempo» que llegue «a la parte medular del libro que, a juicio de todos, es la que se refiere a la revolución española, las deliberaciones de Moscú y la influencia del Camino de Yenan en el Frente Popular de Chile», decía el editor de la obra (Editor, 1954: 5).
Resultaba ser un libro atractivo, pues como se indicaba en la presentación, era producto de un latinoamericano, a quien ahora, tal como ya lo había hecho Gorkin o Koestler, le tocaba describir los mecanismos destemplados de la Komintern. Como fue habitual, Política y Espíritu le otorgó unas líneas en sus comentarios de libros a la primera edición en junio de 1954. Colocaba a Ravines en aquellos autores que se habían desilusionado del comunismo, pero que al haber conocido desde dentro al «monstruo», el testimonio cobraba una importancia mayor. La virtud de Ravines, y de otros pocos, residía en que había logrado advertir el camino tempestuoso que lo había conducido a una creencia pasional. El reseñador decía que Ravines:
«En Moscú había sido adoctrinado en la táctica del ‘camino de Yenán’, es decir en el más cínico oportunismo político, en el aprovechamiento tanto de los vicios y debilidades inherentes a la naturaleza humana como de las contradicciones del régimen capitalista. De tal manera y contando siempre con la obediencia incondicional de sus militantes el partido Comunista ha podido llevar a cabo los más grotescos virajes sin perder nunca su orientación con respecto a la meta final» (Política y Espíritu 114, junio de 1954: 31-32).
Ravines, por el contrario, se había revelado «contra el frío cinismo stalinista» (31), dándose cuenta de la gran estafa en la que había caído, pero sobreviviendo para narrarla y condenarla. El respaldo al libro era una forma de promover a quienes se habían arrepentido de su paso por el movimiento comunista y deseaban proporcionarle al público la trayectoria que tuvieron dentro de él, además de aprovechar de denunciar la política y los procedimientos de aquel sector.
4. De Lenin a Malenkov o la continuidad del terror
Entre la publicación de La gran estafa y De Lenin a Malenkov no había pasado más de dos meses, pues ambos fueron publicados en el mismo año. Así como el libro de Eudocio Ravines estaba en la misma línea trazada por aquel bloque en formación, del mismo modo se asentaba este nuevo libro impreso por la editorial falangista en aquella lucha por las representaciones en el campo ideológico, por lo que esa consecución permitía generar una imagen de continuidad. El texto de Gorkin había terminado de imprimirse el 1 de junio de 1954. En la presentación, consignada en la primera solapa, se proponía el libro como parte de un combate por la verdad frente a un mundo que vivía «un periodo de inestabilidad, de crisis y de transición, que nadie sabe cuándo ni cómo cerrará», pero cuya amenaza mayor estaba encarnada en los totalitarismos, entre estos, «el comunismo soviético». La obra de Gorkin, para el presentador de la Editorial del Pacífico, constituía «uno de los libros más serios y reveladores» sobre lo que representaba el régimen soviético, el que se había «convertido en el más terrible peligro que hayan afrontado la civilización y el hombre a lo largo de la historia». En consecuencia, la nueva obra de este intelectual era de «apasionante y actualísimo interés» (Gorkin, 1954: solapa).
La revista Política y Espíritu, tal como lo había hecho ya con el primer libro de Gorkin, le ofreció una reseña, pero ahora en manos de Alejandro Magnet (1954), el director literario de la Editorial del Pacífico y un agudo intelectual falangista. Eran tiempos en que el ambiente seguía caldeado entre los falangistas y comunistas. Magnet, emprendió la recensión justamente haciendo alusión al plano de lo contingente, pues manifestaba que el libro debía haber salido mucho antes, pero la muerte de Stalin modificó el plazo para su publicación. Era importante para este haber aguardado algo de tiempo para saber qué desenlace tendría el régimen político que fue controlado por un solo hombre a lo largo de un cuarto de siglo. En palabras de Magnet, sin embargo, no pasó nada:
«muerto Stalin y enterrada su momia en el santuario de la Plaza Roja, la terrible maquinaria siguió funcionando, implacablemente. Tenía que seguir funcionando, sin poder escapar a la inexorable lógica interna de su mecanismo. Esto es lo que Gorkin demuestra. A la muerte de Stalin no tuvo que rehacer el libro para corregirlo sino, simplemente, prolongarlo para incluir en él un trozo más de historia contemporánea» (Magnet, 1954: 26).
Aquella información, se inscribía en la lucha por la libertad frente a una potencia que se expandía y que en consecuencia la amenazaba. Magnet empleaba el lenguaje adoptado por los agentes adscritos al CLC al que pertenecía ya por esas fechas. Así como los comunistas desde el Congreso por la Paz, acusaban las maniobras del CLC, el libro de Gorkin era saludable en cuanto servía «de contrapeso a la masa de propaganda machacada incansablemente por la majadería comunista», proporcionando «un verdadero arsenal de argumentos surtidos: históricos, políticos, económicos, psicológicos, filosóficos, humanos» (Magnet, 1954: 27). De esa manera, se puede desprender que aquel libro estaba lejos de inscribirse al interior de un mero negocio mercantil de una editorial que necesitaba recursos económicos para sobrevivir, ya que el interés puesto y la estrategia empleada en un campo tensionado, era poco probable que lo admitiera.10
Gorkin, en el mismo mes en que se terminó de editar su libro, clausuraba en suelo nacional la conferencia de Comités Latinoamericanos del CLC, celebrado en la sede de la Sección Chilena del Congreso en la capital. En aquella, por ejemplo, ocuparon la palabra Jaime Castillo Velasco, por el Comité Chileno; Jorge Mañach, por el Comité Latinoamericano; y el intelectual español, por el Comité Mundial del CLC (Las Últimas Noticias, martes 15 de junio de 1954: s/p).. Es muy factible que en ese encuentro se haya socializado y distribuido este libro.
Aquel, tampoco fue ignorado en el ambiente intelectual de la época, pues, como ya se ha visto, varios medios de comunicación de aquellos tiempos se sumaron a la difusión de estos. Estudios sobre el comunismo, nuevamente reseñaba un libro que le servía a sus fines. Empleó tres páginas, lo que no es poco, a través de las cuales se destacó, en sus palabras, el retorno de los desilusionados, después de que el sueño redentorista que los movilizaba se había transformado en pesadilla al destruir los ideales iniciales de una «revolución libertaria» que terminó en una «plena dictadura», en la que se vive «en plena esclavitud, sin derecho alguno», el mismo lenguaje empleado en la reseña sobre Ravines. Afirmaba que todos los aspectos de la vida habían mutado en indeseables y luego de toda una descripción del resultado desastroso al que se llegó en Rusia con la revolución, el reseñador señaló que Julián Gorkin fue uno de los desengañados, quien «[p]refiere denunciar el engaño porque sobre las ruinas de sus sueños pueden nacer otros, más verdaderos» (J. de W., 1955: 125-127).
5. Aprovechar la muerte de Stalin
En ese mismo año de 1954, la Editorial del Pacífico contribuía con otro libro inserto en este campo en tensión. En vista de que Stalin había muerto hace un año, conocer su vida por la mano de quien no era para nada favorable al personaje, como el monseñor Alejandro Vicuña, era una acción más que oportuna. El libro se tituló a secas: Stalin. Y era una nueva biografía de aquel sacerdote. Tal como ocurrió con los libros acá comentados, se conservó el mismo patrón de movimiento, pues se hizo una presentación en la primera solapa en el mismo libro, y la revista Política y Espíritu le destinó una recensión. Respecto a lo primero (Vicuña, 1954: solapa), el texto se presentaba en una posición distante de las obras que sobre «el dictador soviético» se habían hecho, unas por sus «adversarios enconados», y otras, por los «panegiristas serviles». En cambio, en el libro de Vicuña, se podía «encontrar una biografía de Stalin seria, objetiva e imparcial».
Se mantenía el efecto de verdad en las presentaciones. En Política y Espíritu, le correspondió trazar las líneas de la reseña a un autor que usaba el seudónimo de Vendredi (1954), quien, por supuesto, encomió la nueva biografía que Vicuña le entregaba al público, advirtiendo antes de entrar en ella, en lo que se había transformado el Estado soviético: En un «capitalismo monopolista de Estado en el orden social y económico» y en una «casta burocrática» que administraba el ordenamiento del régimen político. No solo el Estado soviético, además, tenía una política externa imperialista, sino que también una política interna que aplastaba todo tipo de garantía individual, orden que para el reseñador era completamente nuevo en la historia mundial, siendo Stalin la mayor expresión de aquel «oportunista genial e inescrupuloso», como enfatizó en una de las líneas. He ahí la importancia de Vicuña, quien en esta nueva biografía profundizaba en la vida del jerarca ruso. Así, proseguía el reseñador: la «obra sobre Stalin es uno de los mejores trabajos. Minuciosamente construido, alimentado por una prolija y bien seleccionada documentación, está hecho por un verdadero amor por la verdad». Nada mejor, para conocer la construcción de «Rusia en un Estado totalitario, represivo e inhumano» (26-27).
Evidentemente que no todas las reseñas fueron en ese tono. Cada comentarista, dependiendo de su procedencia ideológica, exageraba o no en torno a lo que quería que se conociera. El crítico literario de Las últimas noticias, Eleazar Huerta (1954a), por ejemplo, con un lenguaje muy distinto al empleado por Estudios sobre el comunismo y Política y espíritu, decía que el libro de Vicuña destacaba tanto aspectos positivos como negativos del jerarca ruso, por lo que esos «cambios de rumbo mantienen la livianura del libro y evitan que resulte pedante, como tantos libros comunistas y anticomunistas que hay por ahí».
6. Promoción de la Editorial del Pacífico
Era, como se advierte, la promoción de libros y temas de contingencia, autores que se presentaban como imparciales, algunos desilusionados y, por la misma razón, autoridades morales para denunciar y enunciar la verdad, estrategias propias utilizadas en un campo que estaba en abierta lucha ideológica y política. Por cierto, estas eran reseñas de libros que no aludían directamente a la empresa editorial que los había publicado, quizá una cuestión que no era considerada ni valorada por todos los sectores de aquellos tiempos.
No obstante lo anterior, digamos que la actuación de la Editorial del Pacífico ya había dejado de ser ignorada, pues había un reconocimiento declarado entre las filas de este sector en relación con cómo se estaba comportando esta empresa en el campo cultural. En diciembre de 1954, la recién creada revista Cultura y Libertad, órgano del Congreso por la Libertad de la Cultura en Chile, en la que colaboraban, naturalmente, algunos falangistas, publicó un diagnóstico del campo editorial, ubicando en el mapa el rol que estaba cumpliendo la editorial. El autor (Avendaño, 1954: 23-26), que tituló el reportaje «Progreso editorial chileno», si bien a lo largo del artículo destacó a varias editoriales como Zig-Zag o Nascimento, partió su escrito resaltando «el notorio espíritu de iniciativa de la Editorial del Pacífico», frente a la grave situación que se había generado en el orden de la cultura que se importaba en el país. De inmediato, y a pesar del gran número de títulos que ya había publicado la editorial, se subrayaron las «obras de gran interés presentadas en el año», las que a juicio del articulista debían «destacarse elogiosamente»:
«‘La gran estafa’, de Eudocio Ravines, lanzada últimamente también en edición popular, que contiene la mejor documentación reunida hasta ahora sobre los métodos y extensión del comunismo en la América española y, sobre todo, en Chile. ‘De Lenin a Malenkov’, de Julián Gorkin, que sigue siendo el libro más importante y metódico y publicado después de la muerte de Stalin en el mundo, con intención de abarcar el conjunto del proceso de la degeneración de la revolución rusa hasta el neo imperialismo soviético» (Avendaño, 1954:23).
Aunque el artículo de Avendaño también trataba sobre el panorama de las revistas y algunos libros, no dudó en sugerir que una obra como de L'ouvrier de la onzième heure, de Pierre Emmanuel, un intelectual católico francés filocomunista, según el autor, que se había decepcionado «frente a la secta soviética», debía ser rápidamente traducida y sin duda editada por la Editorial del Pacífico, si es que «la obra no está ya vertida al español o acaparada en otro país de nuestro idioma» (25-26). No cabe duda que este testimonio de época señala la ruta que había adoptado esta editorial por esos momentos, asumiendo una lucha inmediata por las ideas.
En el siguiente número de Cultura y Libertad, se reforzó aquella imagen que se quería destacar de la editorial, elevando un compromiso con la libertad amenazada. Chela Reyes (1955) decía que la «Editorial del Pacífico, animada por una línea inflexible en defensa de la libertad, edita y reedita a Magnet, Arciniegas, Gorkín, Mende, etc.» e interpelaba a las editoriales chilenas a que «no se olviden de la literatura de creación […] antes que las fanfarrias comunistas los distraigan [a los autores auténticos] y se los lleven a conocer lo que ayer para ellos fué un imposible: el Paraíso de las Democracias Populares» (31).
El acento que adoptó un artículo publicado por la revista Aurora, del Partido Comunista, dirigida por Volodia Teitelboim, en enero de 1956, titulado «El problema editorial en Chile» (Osorio, 1956) fue muy distinto, porque no entró a polemizar con los falangistas.11 Por el contrario, había una preocupación por la situación del libro en el país, sobre todo en relación con el acceso de los sectores populares al libro, por lo que se destacó a la Editorial del Pacífico. Luis Osorio, que por esos entonces era el director de la Editora Austral, del Partido Comunista, decía que las nuevas editoriales, entre estas, la Editorial de Pacífico, «aunque [eran] de producción limitada, están contribuyendo en forma muy eficaz a la ampliación de la cultura popular» (Osorio, 1956: 36).
Eso por supuesto, no supuso que siempre fuese así, por lo menos respecto a los libros que hemos comentado acá. Poco tiempo atrás, Juan de Luigi (1954), el crítico literario que colaboraba con El Siglo, en una reseña al libro Entre la libertad y el miedo, de Germán Arciniegas, destacado integrante del CLC, si bien no mencionó directamente la filiación ideológica de la Editorial del Pacífico con los falangistas, no le parecía que fuese producto de «un mero azar» que este libro hubiera sido publicado en menos de dos años desde que apareciera Nosotros los de las América, de Carlos Dávila. Para el reseñador, ello respondía al «segundo frente del imperialismo» estadounidense.
7. Una investigación marxista en los talleres de la Editorial del Pacífico
Si bien los libros anteriormente mencionados fueron ediciones de la Editorial del Pacífico, no ocurrió lo mismo con Desarrollo del capitalismo en Chile, del joven historiador Marcelo Segall. A pesar de ello, desde su misma circulación, octubre de 1953, algunos medios que lo reseñaron, como El Siglo, lo presentaban como si fuese una edición de esta editorial (González, 2021). Lo cierto es que aquel libro no llevaba en el lomo la P mayúscula en letra gótica que caracterizaba el diseño de estos libros y que permitía su rápida identificación al lector cuando se paraba frente a los anaqueles de las librerías. Si se observa con atención, en los datos de imprenta se desprende que los falangistas solo facilitaron los talleres gráficos de esta empresa,12 deduciendo de lo anterior que lo que mediaba era un contrato para la obtención de un beneficio económico. ¿Por qué Segall, que aparentemente era militante comunista, no recurrió a la editorial de su partido tal como lo habían hecho en su momento Hernán Ramírez Necochea, con la Guerra Civil de 1891, en 1951; y Volodia Teitelboim, con Hijo del salitre, en 1952, obras que fueron publicadas por la Editora Austral?
A esta parte del juego político e ideológico, Segall estaba distanciado de aquel partido, por lo que es muy poco probable que haya tenido un espacio en la nueva empresa. Por el contrario, si se mira el mismo libro de Segall, se advierte que hubo respaldo directo por parte de algunos falangistas. Segall no solo agradeció en el mismo libro a Alejandro Magnet13, sino que, en la lista de suscriptores fijada en las últimas páginas del libro, aparecían consignados algunos intelectuales de la falange como Jorge Cash, Patricio Recabarren y nada menos que Jaime Castillo Velasco, quien, a la sazón, era muy amigo del joven historiador.
El apoyo de los falangistas al libro de Segall, no solo fue en esos términos, sino que también gozó de una reseña en la revista Política y Espíritu (110, 1 de abril de 1954: 24-27), en la que se afirmaba, aun cuando se tenían algunos reparos, que; «A nuestro juicio, Marcelo Segall ha cumplido bien el propósito que se trazó. Su marxismo es de aquellos que merecería una aprobación de las más altas autoridades». Ahora bien, en esta, el reseñador, enfatizó que aquel libro era «editado por el autor», sin destacar por ningún lado que fuese una edición de la Editorial de Pacífico. Puede ser factible que Segall se haya opuesto él mismo a que su libro apareciera con el sello editorial, tal vez para adoptar una posición independiente en términos políticos e ideológicos y así mantener cierta distancia de este sector, el que estaba en fuerte disputa con el Partido Comunista. Lo anterior no constituye una mera conjetura, pues la editorial ya había publicado libros de militantes de la izquierda como ocurrió con Julián Gorkin, visto más arriba. Por lo menos, desde la Editorial del Pacífico, no era un contrasentido ni menos una traición ideológica publicar un libro como el de Segall.
El propio Segall manifestó, muchos años después, que su libro venía hacer una contestación política y programática a lo que planteaba oficialmente su partido en esos momentos14, justamente por las diferencias que venían produciéndose entre este y algunos dirigentes, a quienes acusaba de haber cedido independencia frente a los dictados de la URRS (Segall, 1978). Él mismo relató que tuvo que buscarse apoyo para publicar su libro y a los falangistas, según sus propias palabras, los conocía hace bastante tiempo (1978). No debería llamar la atención si consideramos el trasfondo político y cultural que se vivía. ¿Los falangistas iban a desestimar apoyar a quien, como tantos otros, estaba desilusionado con el comunismo soviético? Si bien podría haber existido una amistad resuelta entre Segall y los falangistas, apoyarlo para la publicación de su libro, podía ser otra acción consecuente en la lucha contra el estalinismo por parte de estos, más aún, cuando ellos mismos, a propósito del libro propiamente tal, concretaban una posición que se dio a conocer unos meses después de la edición de esta obra en la Primera Conferencia Interamericana del CLC, llevada a cabo entre el 7 y 13 de junio de 1954, en donde se hacía una defensa por la libre circulación del libro, sobre todo, cuando este era producto de la «cultura libre y creadora» (Política y Espíritu 116, julio de 1954: 20-23).
Desarrollo del capitalismo en Chile, era una lectura que, no obstante, se declaraba marxista, se había desmarcado directamente de las posiciones que había adoptado el Partido Comunista chileno, a quien se le acusaba de ser un mero títere de la Rusia Soviética, tal como lo había señalado Castillo Velasco en el Problema comunista, libro que comentaremos a continuación. Así, la promoción del libro tenía inmediata relación con otras de las resoluciones fijadas en la Conferencia interamericana: el «beneficio del libre desarrollo de la cultura continental, desenmascarando y combatiendo, por el contrario, todas aquellas que encubran una penetración o una justificación del comunismo o de cualquier otra influencia totalitaria» (Política y Espíritu 116, julio de 1954: 20-23). ¿Cómo no apoyar un libro como el de Segall, quien rompía a su parecer, con el dogma y la sujeción ideológica estalinista? Y en efecto, así sucedió, desde que apareció el libro de Segall. La defensa que le brindaron en las páginas de Política y Espíritu, una vez que El Siglo salió a contradecir algunas tesis que se desprendía de él, viene a confirmar estos lazos intelectuales.15
8. El problema comunista o la coronación de la cuestión
Los intelectuales de la Falange, por lo que respecta al libro propiamente tal, no se quedaron al margen de esta discusión, tributando a esta lucha con sus propias concepciones del comunismo. En esta ocasión, fue Jaime Castillo Velasco, uno de los pensadores más conspicuos con que contaba este partido. En 1955, había dado a las prensas de la Editorial del Pacífico, El problema comunista, un texto que venía a coronar las discusiones del día frente a esta ideología y movimiento de carácter mundial. Sus ideas, por supuesto, ya habían sido conocidas en las páginas de la revista Política y Espíritu, en la que colaboraba sistemáticamente, siendo director por algunos años.
Dígase que la estrategia que utilizó Castillo en relación con el marxismo fue alejarlo como fuente legítima y doctrinaria del comunismo soviético, debate en que la Falange, y en especial él mismo, tuvo un papel destacado al involucrarse comprometidamente, todo lo anterior, enmarcado en la Guerra Fría cultural, como ya se ha señalado. Castillo sugirió adoptar una posición distante frente a quienes habían combatido al Partido Comunista en esos momentos. Decía que ya no era suficiente con reducir la polémica a periódicos y revistas ni a diatribas de color político, sino que se debía proponer un estudio serio como él mismo lo había realizado en su libro (1955:7), lo que viene a confirmar directamente la importancia otorgada a este dispositivo cultural. Castillo partía señalando que el comunismo, por estar presente en todos los intersticios de la sociedad, se constituía en un problema. Cualquier decisión política que se adoptara se debía hacer considerando el «hecho comunista». Así, manifestaba que incumbía tomarse con prudencia el asunto, haciendo ver que existían diferencias sustanciales que obligaban a ser despejadas para proceder con eficacia frente a él.
Expresaba que se caía en una falsedad cuando se afirmaba que el marxismo, el leninismo, el estalinismo, el trotskismo, el titismo, el socialismo marxista, se suponían como si fueran parte de lo mismo, como una sola expresión del comunismo (Castillo, 1955: 15-16). Sin dejar de ejemplificar, agregaba que prefería ocupar la expresión sovietismo para referirse a los partidos comunistas vinculados con la Kominform, designando a «cada una de las corrientes señalada más arriba con su nombre concreto, esto es, aquel que define su carácter político preciso» (1955: 24). Quería resaltar que los modos con los que se había luchado contra el comunismo en Chile estaban equivocados, puesto que no hacían más que fortalecer a este partido. Castillo, en cambio, proponía una posición práctica frente a aquel. Si bien decía que debía tolerarse e incluso trabajar con estos a corto plazo y solo cuando esa acción fuese para el progreso social del pueblo, había que hacerlo dentro del orden democrático. Esto demandaba, por supuesto, mantener un cuidado sigiloso y prudente, puesto que, si bien el Partido Comunista no procedía revolucionariamente y tampoco difundía una ideología de ese carácter en el país, era perentorio señalar que solo enmascaraba su revolucionarismo tradicional, repartiendo «con entusiasmo fervoroso las consignas más inocentes de democracia, patriotismo, paz, etc.» (205-206). Para Castillo debía advertirse lo siguiente, que el «Partido Comunista no es hoy un movimiento revolucionario… pero tiende a serlo. Tampoco es dictatorial, pero llegado el caso, lo será infaliblemente. Más aún: el Partido no es antipatriota […] pero en última instancia servirá sólo a los intereses de la política rusa» (Castillo, 1955: 205-206).
Como se ve, era una cuestión de tiempo, por lo que las críticas originadas por la falange habían sido enconadas y sistemáticas. Iban y venían, de ambos lados, por supuesto. Mas, los primeros, no ponían en duda el supuesto de que el Partido Comunista era un instrumento de una política extranjera. El comunista, decía Castillo, «no es un patriota; tampoco es un internacionalista. Simplemente su patria se halla en Rusia, mientras Rusia sea ‘comunista’» (1955: 53), acusando que la posición de los partidos comunistas afiliados a la Kominform no era más que una adaptación a la situación particular que vivía Rusia en esos momentos. «Hoy día [señalaba], están contra el imperialismo y proclaman la imposibilidad de todo arreglo económico entre Estados Unidos y los países latinoamericanos. Durante la última guerra decían otra cosa diametralmente opuesta» (1955: 62), todo lo cual colocaba a Castillo en la línea de los libros y reseñas, más arriba tratados, que intentaban delatar el proceder de los comunistas.
Ese fue el tono que adoptó Castillo en su libro frente a los comunistas, mientras estos últimos no esperaron mucho tiempo para encarar las palabras vertidas en el texto del falangista a través de la revista Aurora. En el número cuatro de agosto de 1955 se publicó un artículo que llevaba por título «En torno al ‘problema comunista’», firmado por las iniciales J.D.L., probablemente, Juan de Luigi. Si este crítico literario se tomó el tiempo para hacer un juicio sobre el libro de este intelectual militante, se debía, según su parecer, a que consideraba que la versión del comunismo que se desprendía del trabajo de Castillo se posicionaba como una nueva versión práctica contra este movimiento, siendo «más peligrosa que las simples actitudes policiales y represivas» (J.D.L., 1955: 67). Mucho más, insistía, que las que habían expresado en esos momentos Héctor Rodríguez de la Sotta, Raúl Marín Balmaceda y Sergio Fernández Larraín, políticos de derecha y furibundos anticomunistas que habían librado la batalla a favor de la proscripción del Partido Comunista, concretada en 1948 (Casals, 2016: 206-213).
J.D.L. rotulaba lo anterior porque consideraba que Jaime Castillo tenía una posición «más fina de la que poseen la mayoría de los que escriben en contra del marxismo», agregando incluso que era muy probable que aquel libro se advirtiera como un tratado comunista, debido a que atacaba muchos lugares comunes de los críticos del comunismo. Sin embargo, para J.D.L. todo lo anterior estaba «nada más alejado de la verdad»:
«Jaime Castillo sostiene que el comunismo no es forzosamente marxista; que Marx y Engels sostuvieron teorías materialistas, pero impregnadas en un espíritu de democracia social; pero que la revolución rusa y el régimen de la URSS, no solo no es marxista sino que es totalitario […] su intento, a pesar de que su libro no es un tratado teórico, sino práctico, tiende a descalzar al materialismo dialéctico y al materialismo histórico de sus cimientos científicos y universales para transformarlo en una utopía irrealizable e irrealizada y a presentar el movimiento revolucionario de la URSS y a sus realizaciones como una deformación morbosa y dictatorial. Este es el núcleo de la obra, muy hábil aunque, dentro de su habilidad, bastante imperfecto y bastante vasto» (J.D.L., 1955: 67).
El mismo Castillo había sostenido que ya en 1952 estaba escribiendo aquel libro, comentándole incluso al militante comunista que lo invitó a China en ese mismo año (del que no sabemos su nombre, pero es factible que haya sido Volodia Teitelboim) que su libro sería muy crítico del comunismo (Aninat y Gazmuri, 2004: 45). Por este factor y otros tantos, es probable que J.D.L., haya expresado enfáticamente que era imposible hacer alianzas con la Falange Nacional, cuando la posición que se desplegaba a través del libro de Castillo «implicaba barreras insalvables para una verdadera colaboración tanto en la pacificación universal como en el rescate de las riquezas y la autonomía nacional» (J.D.L., 1955: 67). Eran momentos críticos los que se vivían, en los que ya se denunciaba la intervención cultural del Departamento de Estado de Estados Unidos con el objetivo de tensionar la supuesta neutralidad que decían ostentar los falangistas. Para J.D.L. (1955: 68), aunque Castillo intentaba explicar sus consignas como si fueran personales, estaba ligado indirectamente a este país a través del Congreso por la Libertad de la Cultura, resaltando con ello una lucha mucho más amplia.
9. Consideraciones finales
La Editorial del Pacífico, en 1957, publicó Las nuevas dimensiones de la paz, de Chester Bowles; en 1959, Regreso a Rusia, de Louis Fischer; en 1961, El escritor y el comisario, de George Paloczi-Horvath; y en 1964, el libro colectivo El marxismo. Teoría y Acción, en el que se destacaban escritores e intelectuales como el sacerdote José Miguel Ibáñez Langlois, Jaime Castillo, Máximo Pacheco, Roger Vekemans, Jean Ives Calvez, William Thayer. Es posible que este panorama convenza a cualquiera que la Guerra Fría cultural no había concluido aún. Pero lo cierto es que se había morigerado. Si en 1955 en el libro Comunismo y religión se partía expresando que «El comunismo es un hecho» y que «Hoy día el comunismo se impone. Se impone en tal forma que ha llegado a constituir el problema central de la gran política internacional» (F. Dufay, E. Depret, R. Rouquette, F. Cavalli, 1955: 9), en el libro de Fischer, publicado cuatros años después de este, se decía que «La revolución húngara de octubre-noviembre de 1956 justifica una nueva fe en los seres humanos y en las virtudes sencillas y caseras del heroísmo, la honestidad, la decencia y el amor a la libertad […] Moscú está en banca rota» (1959:237).16
Ese hecho político había impactado tanto, que la creencia de que el comunismo conquistaría el mundo, como afirmaba Fischer, empezaba a disiparse. Y también se disipaba la propia fuerza que había tenido la editorial en la lucha contra el enemigo comunista como se desenvolvió en el primer lustro de los años cincuenta. Esto en ningún caso significó que las polémicas entre falangistas y comunistas hayan disminuido, ni menos su anticomunismo. Pero, sin duda, en los términos acá tratados, vale decir, editoriales, se moderaron. De hecho, avanzada la década de los años sesenta, la editorial comienza a perder relevancia en relación con la década previa, revitalizándose quizá durante la Unidad Popular, lo que debería demandar una investigación que relevase esa coyuntura específica, sobre todo lo vinculado con el Instituto de Estudios Políticos que se fortaleció por esa época. Por lo mismo, no es arriesgado señalar que la gloria la obtuvo especialmente en esas horas que inauguraron la segunda parte del siglo XX. Fueron tantos los títulos editados que se vieron obligados a fijarlos en una serie de colecciones, sobre todo cuando tenían mucha voluntad por proyectarse. Colecciones como Autores Chilenos, Estudios Sociales, Síntesis, El Umbral, América, Mundo Nuevo, Juvenilia, Bitácora, etc., son muestras de ese arresto y esfuerzo editorial.
Cabría destacar que las reseñas y presentaciones de estos libros, más allá de lo que los textos propiamente tal querían expresar, buscaban proporcionar una imagen de la URSS y los métodos que esta empleaba para lograr sus fines. Era un problema de orden mundial, pero más acentuado aun, cuando en un país como Chile existía un partido comunista al que se le acusaba de un sometimiento indisimulado a las órdenes de Moscú. Como se pudo ver, no jugó un papel menor la falange en esta lucha contra el comunismo, sin perjuicio de la propaganda que venían haciendo algunos sectores de las derechas, en especial, las revistas Estudios sobre el comunismo, Estanquero o el abogado Sergio Fernández Larraín, quien en ese mismo año en que fueron publicados los libros de Gorkin y Ravines, hizo circular un informe en el que denunciaba las actividades «comunistas» en el país, como se vio.
Si los falangistas promovieron un libro de un marxista declarado como Marcelo Segall, por ejemplo, se debió a que se respaldaba un marxismo independiente, no porque se le aceptara deliberadamente la lectura de la historia que él propuso, lo que, reconózcase, en ningún lado se hizo, sino porque se consideraba que no estaba subordinado a un marxismo dogmático asociado con lo que dictaba la Unión Soviética, pues, aunque la falange era antiestalinista y anticomunista, no se mostraba abiertamente como antimarxista, por lo menos, en el discurso.17 En el juego político, era más apropiado salvar a Marx para condenar la falsificación que se hacía del pensador alemán por parte del Partido Comunista soviético y sus satélites distribuidos por el mundo. En ese sentido, cabría entender el apoyo de algunos intelectuales de la Falange Nacional a Desarrollo del capitalismo en Chile, cuando ofrecieron las prensas de los talleres de la editorial que comandaban.
Por último, afrontar una empresa que tuvo una existencia por más de tres décadas se torna difícil, sobre todo cuando no se dispone de las fuentes necesarias para inmiscuirse en los procedimientos internos que revelarían muchos asuntos que los libros o reseñas no logran despejar. Pero a pesar de ello, a través de este pequeño panorama, y solo con aquel caso, se pudo ver cómo las ideas tenían un soporte material específico y circulaban por un amplio espectro del campo cultural, provocando lecturas y nuevos productos de las reseñas que se hacían, colaborando en la producción de sentido en el público lector. Por cierto, cada revista o periódico tenía lectores específicos, pero como se puede ver, sobre una misma cuestión, se producían distintas representaciones e imaginarios sociales, con lo cual se condicionaban las prácticas de lectores y ciudadanos implicados en las contiendas políticas y culturales. Sin duda alguna, la Editorial del Pacífico fue un agente importante, pero todavía queda camino por recorrer, sobre todo, una historia que rescate la vida intelectual y cultural de este partido y su continuación en la Democracia Cristiana.
Agradecimientos:
Este artículo es parte de una investigación sobre editoriales y política en Chile entre 1930 y 1973 asociado a un curso monográfico de Historia de Chile dictado en el Instituto de Historia de la Universidad de Valparaíso.
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Notas