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Dámaso de Lario. Escuelas de imperio. La formación de una elite en los Colegios Mayores (siglos XVI-XVII), Madrid, Editorial Dykinson, 2019, 471 páginas.
Autoctonía (Santiago), vol. 8, núm. 2, pp. 1295-1300, 2024
Universidad Bernardo O'Higgins, Centro de Estudios Históricos

Reseña

de Lario Dámaso. Escuelas de imperio. La formación de una elite en los Colegios Mayores (siglos XVI-XVII). 2019. Madrid. Editorial Dykinson. 471pp.

DOI: https://doi.org/10.23854/autoc.v8i2.426

El historiador y diplomático español Dámaso de Lario nos entrega en Escuelas de imperio el resultado de una investigación que surgió en los años 70s fruto de, parafraseando sus propias palabras, la curiosidad ante los papeles e historias que encontró en el archivo del Real Colegio de España (antes Colegio de San Clemente de los Españoles) en Bolonia. La vida y los destinos de quienes vivieron ahí se constituyeron como el señuelo que atrajo al autor para estudiar en profundidad la compleja red de los Colegios Mayores españoles entre los siglos XVI y XVII.

Durante el período mencionado, dichas instituciones educativas fueron el espacio donde se formó una élite letrada que era instruida para ser servidora de la monarquía, por medio de la burocracia moderna española y de la Iglesia. Dicho rasgo fundamental se pone de relieve a lo largo del estudio que se propone, desde la visión del historiador, analizar lo que fueron y para qué sirvieron lo que él llama las «Escuelas de imperio» creadas en España. Con un equilibrado movimiento entre lo general y lo particular, la obra combina la historia de los grandes sucesos (como el curso de la educación medieval) con hechos concretos relativos a los seis Colegios Mayores clásicos, fundamentalmente castellanos (Colegio de san Bartolomé de Salamanca, Colegio de Santa Cruz de Valladolid, Colegio de San Ildefonso de Alcalá, Colegio de Cuenca, Colegio de Oviedo, Colegio del Arzobispo), a los que el autor agrega el mencionado Colegio San Clemente de Bolonia.

Apoyando el enorme trabajo archivístico que se refleja en las caras de la obra, de Lario utiliza un vasto corpus bibliográfico constituido por libros tanto en español como en inglés, francés, italiano y portugués, coherente con el contenido estudiado, que se ve complementado con interesantísimas tablas y mapas de elaboración propia que dan cuenta de un trabajo exhaustivo de análisis que sustenta la investigación.

Escuelas de imperio se adentra en la historia de la educación por medio de los Colegios Mayores españoles para, a través de ellos, mostrar un escenario bastante rico donde confluyen el mundo político, religioso, intelectual y social. Esto vuelve muy atractiva la obra que puede ser vista desde las diversas áreas temáticas que escapan a su propósito inicial, a la vez que se constituye como una suerte de catalejo que, replegándose sobre sí misma, permite acercar y alejar el panorama insertándonos en el complejo mundo de la modernidad española.

El libro se introduce bajo el título de «El sacramento del poder», haciendo un barrido histórico que ilustra las relaciones y tensiones, entre el poder divino y el temporal-político en sus pretensiones a la autoridad suprema. En la búsqueda de argumentos provenientes de la teología y el derecho romano, se percibe el desarrollo de los vínculos entre ambas esferas, lo que estará presente en la historia de las universidades y, para el caso, de los Colegios Mayores donde quienes se educan están encaminados a servir en el ámbito del poder espiritual, temporal o en una mezcla de ambos.

La primera parte «Orígenes» desarrolla a cabalidad el panorama previo a la formación de los Colegios Mayores con el fin de comprender el inicio, los fundamentos y la proyección del sistema colegial en la España de los Austrias. De este modo, el autor nos ilustra el escenario educativo medieval desde las escuelas monásticas, presbiterales y catedralicias (bajo la formación de monjes y clérigos), pasando por las escuelas urbanas, laicas y privadas desde el siglo XII hasta la formación de las primeras universidades en el siglo XII y XIII que buscaron formar «ideas y hombres» bajo lo que se denominaron los «estudios generales». Universidades como las de Bolonia, Oxford y París serán las precursoras del movimiento universitario.

Tras el barrido anterior, la primera parte se adentra en el origen de los Colegios Mayores, cuyo objetivo era formar hombres de saber que fueran puestos al servicio de la monarquía o de la Iglesia (de aquí el especial énfasis de los conocimientos en Derecho y Teología). Marcado por su procedencia humilde, el primer colegio secular de la historia universitaria europea (el «Collège des Dix-Huit») se creó en el año 1180 como un sitio de acogida de estudiantes clérigos pobres iniciando con él el movimiento escolar europeo (entre los siglos XII y XIV) con el fin de dar alojamiento y comida a aquellos estudiantes de los estudios generales sin los medios económicos suficientes para poder instruirse.

Tras caracterizar los primeros colegios y sus estudiantes en territorios como los italianos, franceses, ingleses y los del Sacro Imperio Romano Germánico, España entra en el panorama narrativo iniciando el movimiento colegial en la segunda mitad del siglo XIV en Bolonia con la fundación del Collegium Scholarium in loco decenti («Colegio de San Clemente o Colegio de los Españoles»). Es bajo la Monarquía hispánica donde comienzan a ser llamados «Colegios Mayores» aquellos seis establecimientos referidos con anterioridad, a los que el autor agrega el mencionado Colegio de San Clemente con el fin de, parafraseando al autor, comprender mejor el complejo protector que configuraron los colegios, los fundamentos del sistema colegial que constituyeron y el modo en que el sistema operó en los ámbitos del Estado y de la Iglesia. La importancia que los centros llegarán a adquirir en el período llevará a de Lario a decretar que los colegios mayores terminaran constituyéndose como «Escuelas de imperio».

La segunda parte de la obra, llamada «Fundamentos del sistema colegial» detalla el funcionamiento de los Colegios Mayores, las normas y el modo en que se llevaron a cabo las intenciones de quienes los fundaron. De este modo, se da cuenta de un sistema donde los mecenas poseerán un rol fundamental al asignar los medios materiales para sostener los colegios, a la vez que esperaban ser retribuidos con los diferentes beneficios espirituales que podían recibir tanto él como su familia. Un contrato entre una persona y una colectividad que se verá acompañado del patronazgo de príncipes de la Iglesia y de los reinos, lo que contribuirá a dar mayor renombre a la institución.

Un segundo punto analizado es el concepto de «Espejismo de pobreza». Como el mismo autor destaca, si bien era exigencia de ingreso el no poseer los medios económicos suficientes para poder educarse, los colegios solicitaban una «pobreza tolerada» que garantizara que se entregaba ayuda al necesitado, no al indigente, a quien tenía los recursos suficientes para garantizar una base de estudios previos pero que no podía autofinanciarse su futuro como estudiante. Se experimenta entonces una pobreza «relativa», de márgenes flexibles, donde importaba más el tema del linaje, la edad, la fama del candidato, lo que fuera necesario para poder proyectar al alumno en el sistema. Lo anterior, mencionado en términos generales, va siendo continuamente ejemplificado con los diferentes Colegios Mayores y sus estudiantes.

Si bien los fines colegiales estaban claramente dispuestos desde su fundación, sabemos que la realidad interpretó la normativa, en gran parte de los casos, de otra forma. El penúltimo apartado de esta segunda sección ilustra precisamente lo anterior: cómo los colegios pese a poseer sus estatutos o constituciones, van experimentando cambios en función de las necesidades y la evolución de los tiempos. Los visitadores son una pieza clave que dan cuenta de la necesidad que había de realizar inspecciones (tanto ordinarias como extraordinarias) con el fin de combatir algunos males de los colegios como la indisciplina y el desorden económico.

Finalmente, el autor agrega los cimientos sobre los que se formaba al estudiantado de los colegios: tras una minuciosa selección, se esperaba que tuvieran una sólida formación (principalmente, como dijimos, en Teología y en Derecho) que los hiciera capaces de gestionar estructuras administrativas de la Iglesia y el Estado, y de defender sus intereses.

La última parte de la obra, titulada «La proyección del sistema» desarrolla finalmente el efecto de la acción de los colegios, el destino que tomaron los escolares y el éxito que tuvieron. En este sentido, el historiador elabora esta sección en base a la «microbiografía», como él mismo menciona, con la incorporación de numerosas referencias biográficas a estudiantes de los Colegios Mayores entre 1560 y 1650 (comenzando con lo que el autor llama la «impermeabilización» de Felipe II, citando a su maestro Joan Reglà, iniciada en 1568, y que de Lario «quiso ver cerrada en 1659»).

Tomando en cuenta lo anterior, se ven los caminos que siguieron aquellos hombres servidores de la monarquía en Flandes, los territorios itálicos (sobre todo Milán y Nápoles por sobre Sicilia, Cerdeña y los Estados Pontificios), el Nuevo Mundo y España. Distribuidos en cargos políticos y religiosos de distinta índole (obispos, inquisidores, oidores, fiscales, visitadores, virreyes, consejeros reales, corregidores, etc.) se enfatiza el hecho de que alrededor del 84% de los colegiales sirvieron en la península al ser esta un territorio que suponía menores riesgos, más oficios y mayor cercanía al poder.

El libro se cierra con el apartado «¿Escuelas de imperio o Imperio de Escuelas?» que evidencia cómo los colegios terminaron sobreestimando sus capacidades cambiando las reglas del juego y quebrando la lógica del mecenazgo movidos por el interés de constituirse como un Imperio, un Poder. La monarquía no iba a permitir esto, por lo que el panorama previo era el preludio del fin de los colegios. Pero no de todos. El Colegio de Bolonia que dio inicio a la investigación, será la institución que perdure hasta el día de hoy.

No se puede dejar de mencionar, recalcando nuevamente la ardua labor que el autor llevó a cabo para su obra, el gran complemento que constituyen los apéndices de la obra. Nueve secciones contribuyen a dar el acabado a un profundo trabajo que se ve enriquecido con un laborioso índice de nombres, lugares y temas que permiten al investigador tener referencias concretas de los clavos que ataron el gran tema a un espacio geográfico y a un período particular.

Cabe destacar el recordatorio que la investigación hace sobre la labor histórica: el trabajo de fuentes es la matriz fundamental sobre la que se sostienen las ramas de nuestra disciplina. El provechoso uso de ellas, las diferentes formas de aprovechamiento de las mismas y la ilustración de un panorama más complejo que el que deja ver su mera enunciación, constituyen un modelo que merece la pena ser analizado por medio de la lectura del libro



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