Reseñas
Historia de la vejez en la Argentina, 1850-1950
Historia de la vejez en la Argentina, 1850-1950
Población de Buenos Aires, vol. 18, núm. 30, pp. 77-79, 2021
Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires
Historia de la vejez en la Argentina, 1850-1950
En este trabajo, la expertise historiadora de Hernán Otero está muy presente, puesto que logra incorporar desde la demografía argentina muchos de los trabajos disponibles relativos al tema. Es una investigación que hace énfasis en rescatar los distintos aspectos de la vejez y, de alguna manera, las distintas vejeces. Tal vez, un título más provocativo podría haber sido Historia de las vejeces dado que, como propone la obra, en el tiempo hay distintos tipos de vejez y distintas maneras de llegar a ella.
El autor parte de analizar el problema de la vejez, destacando que, como última etapa de la vida humana, recibe la atención de historiadores que se enfrentan a dificultades metodológicas y de fuentes. Se define la historia de la vejez como la “historia imposible” desde diversos aspectos que van desde lo metodológico hasta lo teórico. En este sentido, la principal dificultad radica en que los adultos mayores se cuentan entre la población adulta en general, lo que los hace invisibles en la mayoría de las fuentes históricas. Las corrientes historiográficas ocupadas en rescatar de manera creciente esta etapa de la vida comienzan a partir de la década de 1880. El uso de las palabras tiene distinta carga a lo largo del tiempo, aunque en el texto se utilizan como sinónimos “los viejos”, “la población adulta mayor”, “la vejez” y “el envejecimiento”. Las dos últimas son las más enfatizadas, combinando distintas estrategias metodológicas de abordaje. El carácter exploratorio es muy exhaustivo por la utilización de fuentes de diverso tipo, trabajos de fuera y dentro del país, de todo el país o de parte del país. El trabajo con fuentes cuantitativas y cualitativas presenta dificultades que son detectadas, planteadas abiertamente, enfrentadas y superadas exitosamente.
Esta historia de la vejez comienza en 1850, punto de partida determinado por la aparición de estadísticas en Argentina, y tiene 1950 como punto final, cuando la vejez se instala como tema central en la agenda académica y política a nivel planetario. De esta manera, por un lado trabaja con fuentes estadísticas y, por el otro, hace análisis de contenidos de documentos provenientes de la literatura y de letras de tangos.
Comienza con una imperdible introducción en la que despliega teorías, miradas y dificultades –heurísticas y de las fuentes– sin soslayar el envejecimiento demográfico. La obra está estructurada en tres partes; cada una de ellas aborda una dimensión. Las tres partes rescatan algunos parámetros de base, vinculados con la mortalidad, el trabajo, la incidencia y la distribución de esta población.
Los capítulos, que están pensados y organizados claramente en función temática y no en función cronológica, pueden ser leídos en distinto orden, casi en forma independiente para muchos fines. Son un gran complemento para cualquiera que quiera tratar alguno de estos temas en particular, por pensar qué hay detrás de la escritura y, además, por las cuantiosas referencias citadas en el trabajo.
Los primeros tres capítulos están referidos a una dimensión demográfica: el capítulo 1 recorre los cuatro censos nacionales y las dos muestras disponibles elaboradas por Alfredo Lattes y Jorge Somoza, así como censos de la Provincia y la Ciudad de Buenos Aires. Aborda, además, otras fuentes estadísticas de la época y rescata, o ayuda a rescatar, 27 obras y documentos del período tales como comentarios a los censos y trabajos de época, que de alguna manera son la especialidad del autor. Se caracteriza a la población anciana a partir de esas fuentes secundarias. El capítulo 2 está vinculado a la mortalidad y a los cambios en la mortalidad, profundiza en cómo el proceso de rectangularización en la curva de sobrevivientes influye en la visión de la vejez en la época. Destaca que, en la historia de la vejez, la dificultad que existe es cómo datar una edad de ingreso a la vejez. Existe la edad cronológica que usan los organismos internacionales, 60 o 65 años; luego una edad biológica muy difícil y una edad social más difícil aún. Esas tres opciones hacen que la edad de ingreso a la vejez sea algo muy complejo de precisar. La pregunta del umbral de la vejez que se plantea hacia el pasado ha cobrado recientes impulsos que son mencionados en este libro. Desde clásicos como Ryder (1975) hasta Sanderson y Sherbow (2007), demógrafos y biodemográfos que plantean que la edad cronológica no es un buen indicador, o que no debiera mantenerse fija como umbral de vejez y que, en todo caso, el fenómeno que estamos acostumbrados a tratar como el envejecimiento de la población debiera revisarse en el largo plazo, dada la modificación de este umbral según el transcurrir, según la sociedad y el momento considerado.
El capítulo 3, trata de responder la pregunta ¿qué pasa con el trabajo en un mundo donde no existe la jubilación? Incluye cuestiones vinculadas a datos más tradicionales, pero también algunas hipótesis sobre la vejez prematura, la obsolescencia laboral que es un tópico absolutamente central desde el siglo XIX y continuará siendo aún más crucial en el futuro. Muchos especialistas del mercado de trabajo plantean que la irrupción de las nuevas tecnologías cambia el planteo sobre el viejo tema de la carga que representan los viejos. En el texto, la obsolescencia del trabajo es abordada a nivel general, pero al mismo tiempo es analizada a partir de distintas variables: sexo, origen, radicación urbana-rural, analfabetismo. Se destaca cómo la reducción del trabajo en edades avanzadas fue más precoz en la Ciudad y en los extranjeros. Esta precocidad estuvo y está influenciada por el tipo de actividad que se realiza, y de esta manera se hace visible cómo los tipos de ocupaciones son inductores de vejez prematura.
La segunda parte está dedicada a las políticas de la vejez en la Argentina, básicamente hospitales, asilos y jubilación; está compuesta por dos capítulos, uno vinculado a la jubilación que, si bien es un asunto abordado en distintos trabajos, en este se combinan fuentes e interpretaciones, y así se convierte en un aporte significativo por el enfoque elegido. El otro capítulo es sumamente relevante porque, ante la dificultad de fuentes sanitarias o de información sobre movilidad de los ancianos, se centra en aspectos políticos de la institucionalidad alrededor de los asilos. En ese caso, se da preferencia a fuentes disponibles para la Ciudad de Buenos Aires, que es donde más se extiende esta práctica. Aborda también ventajas y limitaciones de esas políticas y cómo las políticas y las instituciones van atendiendo ciertas demandas y dejando pendientes otros desafíos. El trabajo rescata la oferta de instituciones y la proporción de ancianos atendidos y si bien se reconoce como parte del problema, también está presente la discusión de funciones y sentidos de estas instituciones.
La tercera parte está dedicada a las representaciones y saberes. Rescata varios textos literarios de interés, analiza sus sesgos y representatividad, y logra así un recorrido muy interesante. Trabaja dos conceptos: por un lado, el de viejismo que remite a estereotipos negativos, es decir, los prejuicios hacia la vejez que pueden manifestarse en la percepción hacia los otros y en la autopercepción que suele derivar en aislamiento. Por otro lado, también considera el concepto de ambivalencia, retomado de Simone de Beauvoir, que refiere a cómo definir que una época es proclive a valorar positiva o negativamente a los ancianos, basándose solamente en fuentes cualitativas. El recorrido por estereotipos y prejuicios va desde los negativos como la sexualidad –“el viejo verde”– y la fealdad –“las viejas brujas y maléficas”, a los positivos como la sabiduría, la serenidad, la experiencia o la autoridad moral.
La incursión por las letras de tangos destaca la visión sobre una vejez imaginada e idealizada en el ámbito urbano del Río de la Plata. Ciudades pobladas por inmigrantes jóvenes, compositores jóvenes cuyas letras tienden a desmentir, de alguna manera, representaciones negativas sobre la época, aunque rescatan la ambivalencia sobre el debate.
En el capítulo 7 retoma la idea del umbral de la vejez y las dimensiones cronológica, social y biológica, con un matiz importante, ya que retoma estudios demográficos muy recientes, por ejemplo, de Sanderson, que invitan a considerar el deterioro físico de las personas en función de los años por vivir en vez de en función de los años vividos. Aparecen trabajos recientes que tratan de cuantificar desde 1950 en adelante y con proyecciones hasta el 2100. Claramente, alguien alguna vez podrá escribir el libro de los 300 años basado en los 150 de la historia reciente y los 150 del futuro por venir. Lo que el autor llama el nacimiento de la vejez refiere al nacimiento de la vejez más visible, presente en la discusión social y política desde siempre.
Cabe recordar que más de dos décadas atrás Wilmoth afirmaba que algún octogenario debió haber en la Edad Media, sobre la base de muchos modelos y simulaciones, sin evidencia, pero lo más probable es que hubiera habido. Y que en todo caso, si por casualidad no llegó a haberlos, es solo porque las poblaciones eran muy pequeñas2.
Para cerrar, parece sumamente interesante el desafío de dialogar con las modificaciones en las tres dimensiones, estructural, política y de las representaciones sobre la vejez de 1950 al 2000 y del 2000 al 2020, dado que en varios momentos refiriéndose a los años 50 del siglo XX, se los caracteriza como universalización de la jubilación, mirada que con perspectiva del 2020 parece un poco arriesgada, dado que quienes accedían a la jubilación eran solo una parte de los trabajadores formales, en su mayoría varones. Dos artículos recientes también ponen en duda la visión tradicional sobre el envejecimiento demográfico en la región (Gietel-Basten, Saucedo y Scherbov, 20203) y en Argentina (Lattes, 20214) pero es claro que aún queda desafío pendiente para más trabajos futuros.
Notas