Investigación antropológica
Received: 30 October 2023
Accepted: 31 January 2024
DOI: https://doi.org/10.24275/WXZE7484
Resumen: Este artículo analiza la acción colectiva Sangre de mi Sangre en Zacatecas, un proyecto de tejido en el que ciudadanas y ciudadanos, en solidaridad con familiares de personas desaparecidas, utilizan los textiles como medio de expresión y manifestación contra la violencia. Aplicamos una metodología de observación participante, entrevistas (formales e informales) y recopilación de memoria visual entre julio de 2022 y julio de 2023. Argumentamos que el tejido colectivo implicó una práctica estético-política que dio forma a contrapedagogías de la crueldad: hilar la memoria; resistencia y re-existencia social; pensamiento y acción colectiva; sanación colectiva.
Palabras clave: Acción colectiva, tejido, violencia, desapariciones.
Abstract: This article analyzes the collective action Sangre de mi Sangre in Zacatecas, a weaving project where citizens, in solidarity with the families of missing persons, use textiles as a means of expression and protest against violence. We applied a methodology of participant observation, interviews (both formal and informal), and the collection of visual memory from July 2022 to July 2023. We argue that collective weaving constituted an aesthetic-political practice that shaped counter-pedagogies of cruelty: weaving memory; social resistance and re-existence; collective thought and action; collective healing.
Keywords: Collective action, weaving, violence, disappearances.
Introducción
México supera la cifra de 110 000 personas desaparecidas en medio de una crisis de corrupción política, violaciones de derechos humanos, violencias y múltiples proyectos de despojo. Alrededor de 24 por ciento de estos casos corresponden a niñas y mujeres desaparecidas y no localizadas, mientras que más de diez mujeres son asesinadas al día y sólo 24 por ciento de esos crímenes es investigado como feminicidio (Instituto Mexicano de Derechos Humanos y Democracia, 2022: 1). A nivel federal y estatal, alrededor de 95 por ciento de los delitos de alto impacto no son juzgados, lo que reproduce alarmantes grados de impunidad y nulo acceso a la justicia (Anaya, Cavallaro y Cruz, 2021). La movilización de organizaciones y colectivos de víctimas, lideradas especialmente por mujeres y madres de personas desaparecidas, ha impulsado demandas por la verdad y la justicia, asumiendo un alto costo en términos de seguridad e integridad (Casas et al., 2023; Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez, 2020; Comité Cerezo México, 2022).
En tal contexto, durante 2019 surgió en Guadalajara la iniciativa Sangre de mi Sangre, a través de la Colectiva Hilos, una agrupación artística feminista integrada por mujeres pertenecientes a diferentes disciplinas y sectores sociales, que decidió sacar el arte y la indignación a las calles, haciendo uso del oficio del tejido como su principal medio de expresión para denunciar la violencia en México. Esta iniciativa convocó a tejer grandes redes de rafia roja como representación de los cientos de miles de personas desaparecidas, las víctimas de feminicidio y trata de personas.1 Luego de diversas jornadas y exposiciones en Guadalajara, la Colectiva invitó a colectivos de víctimas y organizaciones sociales de los diferentes estados de la república a sumarse a dicha acción, con el fin de tejer más de cien mil metros cuadrados, lo que desembocó en un encuentro nacional en la Ciudad de México en diciembre de 2022 (durante el Día de los Derechos Humanos), cuando fueron cubiertos los alrededores del Ángel de la Independencia (Varela, 2022).
La acción colectiva de tejido se expandió a más de 15 estados (Ciudad de México, Sinaloa, Sonora, Oaxaca, Chihuahua, Querétaro, Jalisco, Puebla, Nayarit, Guanajuato, Colima, Veracruz, Tamaulipas, Zacatecas, Quintana Roo, Tabasco y Baja California), así como a otros países de América Latina (Chile, Argentina, Colombia y Perú). Varias ciudades adoptaron la iniciativa Sangre de mi Sangre, y Zacatecas lo hizo desde julio de 2022, en una coyuntura en la cual los indicadores de violencia (homicidios, desaparición, feminicidios, desplazamiento forzado) se encontraban en sus máximos históricos (López, 2023a y 2023b), y que se mantienen hasta la fecha, pues, según índices internacionales, la capital zacatecana está ubicada entre las diez ciudades más violentas del mundo (Aguirre, 2022).
En México, los estudios sobre la acción colectiva frente a la violencia (sobre todo aquella acción llevada a cabo por las víctimas y familiares de víctimas), han explicado cómo la movilización ha presionado a los gobiernos estatales y federales para adoptar leyes o políticas públicas (López, 2017; Villareal, 2014 y 2016), así como la manera en que estas luchas por la justicia frente a la desaparición atraviesan dimensiones culturales, jurídicas y emocionales (Franco, 2019; Gravante, 2018; Iliná, 2020; Salazar, 2023). Por otra parte, en la literatura se ha señalado cómo los textiles y el tejido pueden ser prácticas colectivas de construcción de memoria (Estrada et al., 2022; Olalde, 2019 y 2022), mecanismos narrativos textimoniales (Climent Espino, 2022; González-Arango et al., 2022; Rivera, 2017; Ruiz, 2018) y formas de intervención pública (Ruiz, 2018).
Al vincular estas dos agendas, en el presente artículo analizamos el caso de la acción colectiva Sangre de mi Sangre desde su proyección nacional y su manifestación local en Zacatecas. A partir de una metodología cualitativa, basada en la observación participante, entrevistas (formales e informales) y recopilación de memoria visual, argumentamos que el tejido (como acción y objeto) se constituye en una práctica estético-política frene a la violencia, en cuanto configura interacciones que caracterizamos, desde la perspectiva de Segato (2014, 2018), como contrapedagogías de la crueldad. A través de la vinculación entre familiares de víctimas de las violencias y ciudadanas/os, se elaboró una representación pública del dolor, que generó experiencias que se contrapusieron a la violencia como mecanismo de crueldad normalizada.
Violencia disciplinaria, (contra)pedagogías de la crueldad y tejido colectivo
La crisis de violencia y derechos humanos que experimenta México está estrechamente relacionada con la profundización de las políticas de militarización bajo el marco de la denominada “guerra contra las drogas” y combate a las “organizaciones criminales” (Correa, 2018; Paley, 2020). Tras la continuidad de la implementación de estas políticas en los diferentes sexenios (Calderón, Peña Nieto, López Obrador), en México han aumentado todos los indicadores de violencias de alto impacto y las violaciones de derechos humanos (Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos, 2023). Estas violencias se han acentuado en el territorio nacional, con diferentes momentos de intensidad dadas las dinámicas de confrontación y disputas políticas en las regiones.
Homicidios, tortura, desaparición, desplazamiento y despojo son parte de lógicas violentas que se imponen sobre los cuerpos, reforzadas por la impunidad estatal. Como explicó Elsa Blair (2010) para el caso colombiano, las economías de la guerra reproducen prácticas punitivas sobre los cuerpos que, lejos de ser irracionales, tienen un sentido en las disputas por el orden. Así, la violencia tiene una dimensión comunicativa y expresiva que busca enviar mensajes de control y miedo en los territorios (Reguillo, 2021), tomando un carácter disciplinario, en cuanto su objetivo es someter los cuerpos y las voluntades mediante la crueldad (Reguillo, 2021: 125).
Respecto a la desaparición de personas, además del acto mismo de ser desaparecido, la consecuencia de esta violencia es la de
una catástrofe que implica una ruptura profunda y sostenida de campos de sentido y acción tanto a nivel individual como social. Tradicionalmente se ha ejercido como un mecanismo de represión que inhibe la verdad y la memoria al ocultar el rastro del crimen y de sus responsables [Robledo, 2016: 95].
La desaparición de personas se suma a las violencias que, como explica Rita Segato, forman parte de las “pedagogías de la crueldad” (2018), es decir, violencias sobre los cuerpos, en particular de las mujeres, como la trata, la explotación sexual y los feminicidios.
Para Segato, las pedagogías de la crueldad son “todos los actos y prácticas que enseñan, habitúan y programan a los sujetos a transmutar lo vivo y su vitalidad en cosas. En ese sentido, esta pedagogía enseña algo que va mucho más allá del matar” (2018: 11). En los escenarios de guerra de América Latina estas pedagogías de la crueldad son perpetradas por actores paraestatales y el crimen organizado, en contubernio con los gobiernos, convirtiendo las vidas de las mujeres en cuerpos-cosa que pueden ser explotados al igual que los territorios con el neoextractivismo. Se refiere a una forma “pedagógica” en cuanto
la repetición de la violencia produce un efecto de normalización de un paisaje de crueldad y, con esto, promueve en la gente los bajos umbrales de empatía indispensables para la empresa predadora. La crueldad habitual es directamente proporcional a formas de gozo narcisístico y consumista, y al aislamiento de los ciudadanos mediante su desensibilización al sufrimiento de los otros [Segato, 2018: 11].
Contrario a este proyecto histórico de las pedagogías de la crueldad, Segato identifica el proyecto histórico de los vínculos, que prioriza la reciprocidad comunitaria ante la cosificación de la vida, donde las mujeres que hilan la vida se contraponen a las formas hegemónicas que acrecientan la pobreza, la desigualdad social, las grandes brechas económicas y las violencias. A partir de estas experiencias históricas propone pensar formas de construcción de los vínculos como “contrapedagogías de la crueldad”, las cuales se opondrían al poder, al patriarcado y a la dominación sobre los cuerpos (Segato, 2018: 15-16).
El proyecto de los vínculos se ha construido en la historia de la larga duración mediante distintos procesos e iniciativas organizativas, entre ellas, la práctica del tejido,2 que ha sido utilizada en América Latina desde los años setenta como una forma de resistencia en escenarios convulsos desencadenados por la violencia política. Las mujeres han encontrado en la práctica del tejido una reivindicación testimonial, como en el caso de Chile, en el que las arpilleras registraron la crueldad de los 17 años del régimen dictatorial de Pinochet mediante los coloridos textiles bordados. Estas arpilleras fueron una forma de comunicar, de informar hacia afuera las atrocidades e infamias del régimen militar.
El tejido ha sido un oficio desempeñado históricamente por las mujeres en los hogares, es decir, en la esfera de lo privado, con el objetivo de dar abrigo a las familias. Sin embargo, desde hace por lo menos cinco décadas, la acción creativa de tejer se ha convertido en un espacio de socialización, que vincula el ámbito privado con su presencia en los escenarios públicos (Climent-Espino, 2022; González-Arango et al., 2022; Ruiz, 2018). Esta narrativa vivenciada por la memoria objetual (tejidos) pretende incidir de manera política para denunciar la barbarie de la guerra y el silencio de las distintas instituciones que debían ser las encargadas de dar respuesta efectiva a estos fenómenos. Así, el tejer se transforma en un acto estético-político y en una metáfora de la reconstrucción colectiva.
Metodología
Para acercarnos a la experiencia de la acción colectiva Sangre de mi Sangre, desde el caso de Zacatecas, seguimos una estrategia metodológica cualitativa de observación participante, mediante la cual procuramos recuperar in situ los elementos relacionados con las experiencias subjetivas de las/los tejedores y objetivar las prácticas y narraciones de las que fuimos partícipes. Entre julio de 2022 y julio de 2023 asistimos cada semana a los encuentros para tejer colectivamente en la Alameda del Centro Histórico de la ciudad de Zacatecas, los cuales fueron convocados en principio por Zacatecanos y Zacatecanas por la Paz, pero que se expandieron en su convocatoria y organización hasta constituirse en el colectivo Sangre de mi Sangre Zacatecas, donde activistas, estudiantes y ciudadanas/os en general establecimos vínculos sin conocernos con anterioridad. Esta inmersión a profundidad facilitó contrastar nuestras observaciones con diálogos, entrevistas e interacciones que fueron el sustento de una interpretación problematizada de las acciones imbricadas (Bray, 2013; Guber, 2001).
Gracias a conversaciones no estructuradas pudimos acceder al testimonio de ocho familiares de personas desaparecidas en Zacatecas, y el de ciudadanas y ciudadanos que se sumaron a las jornadas, las cuales en varias ocasiones superaron las 20 personas tejiendo de manera simultánea. Aunado a los encuentros de cada domingo en la Alameda del Centro Histórico, participamos en una instalación especial de los tejidos en la Plaza de Armas de la ciudad, como preparativo al encuentro nacional del 11 de diciembre en el Ángel de la Independencia en la capital de la república, y asistimos a las jornadas de protesta del 8M y 10 de mayo de 2023, donde también se hicieron instalaciones de los tejidos. Asimismo, recopilamos un importante acervo fotográfico que nos da oportunidad de tener una genealogía de la acción y una reconstrucción visual de la representación de los tejidos. Por último, realizamos dos entrevistas en profundidad a Claudia Rodríguez y Maj Lindstöm, fundadoras de la Colectiva Hilos de Guadalajara, lo que nos permitió conectar las intenciones del proyecto inicial, que ha buscado un alcance nacional, y las apropiaciones de dicha acción en Zacatecas, en una coyuntura particular de exacerbación de las violencias y las lógicas de la crueldad.

La observación participante nos dio la posibilidad de escuchar las distintas historias de familiares de personas víctimas de desaparición y de ciudadanas/os tejedores, para analizar cómo, desde sus experiencias y la interacción establecida en la acción colectiva, se configuró una forma estético-política contra la violencia. La estrategia seguida fue contrastar nuestras observaciones con los puntos de vista de las y los participantes, los cuales exponemos de modo anónimo por cuestiones de seguridad y referenciamos como testimonios, pues fueron producto del diálogo mientras tejíamos o realizábamos acciones conjuntas en el espacio público. Cuando citamos como “testimonio de una madre” hablamos de las madres buscadoras que participan en la actividad del tejido, mientras que para aludir a ciudadanas o ciudadanos lo hacemos con nombre propio.
A partir de este material empírico y el ejercicio participativo, identificamos las prácticas que se contraponen a las pedagogías de la crueldad. Seguimos la propuesta de Segato (2018) que permite caracterizar como contrapedagogías de la crueldad a aquellas que se construyen desde interacciones sociales que ponen en el centro una lógica colectiva y comunitaria, y que confrontan al individualismo y la violencia. Los cuatro rasgos de estas contrapedagogías de la crueldad que identificamos emergieron de la triangulación de las fuentes y el análisis: hilar la memoria; resistencia y re-existencia social; pensamiento y acción colectiva; sanación colectiva.
El escenario del tejido colectivo y la apropiación en Zacatecas
Zacatecas experimentó un aumento dramático de las violencias a partir de 2015, y se agudizó en 2020. Según las cifras del Secretariado Ejecutivo del Sis tema Nacional de Seguridad Pública, Zacatecas tuvo un crecimiento constante de homicidios dolosos, pasó de 286 en 2015 a 1 065 en 2020 y 1 167 en 2021. En 2021 tuvo una tasa de 58.4 homicidios por cada cien mil habitantes, superando la media nacional de 37. Una de las características de la intensificación de las violencias fue su alto grado de espectacularidad y crueldad, y también se incrementaron las masacres y la escenificación pública del terror (Chávez, 2021; EFE, 2022; Hernández, 2020; López, 2023b; Reina, 2021).
En relación con las desapariciones, la entidad se convirtió en pocos años en uno de los “epicentros” de este fenómeno en el país (Cerbón, 2022). Según el registro oficial de la Comisión Nacional de Búsqueda, en junio de 2023 existía un acumulado histórico de más de 3 643 personas desaparecidas y no localizadas en Zacatecas, de las cuales, más de 66 por cien to se concentraba entre 2019 y 2023. La edad de las víctimas oscila, en su mayoría, en el rango de 15 a 40 años, con especial incidencia en los municipios de Fresnillo, Zacatecas, Guadalupe, Jerez, Río Grande, Calera, Valparaíso, Villa de Cos, Ojocaliente, Sombrerete y Pinos.
En este escenario de intensificación de las violencias y las pedagogías de la crueldad, los colectivos de familiares de víctimas han sido actores fundamentales para denunciar la impunidad estatal. Las organizaciones que se han creado a partir de la reunión de familiares de víctimas y activistas solidarios como: Familias Unidas en Busca de una Esperanza; Zacatecanos y Zacatecanas por la Paz; Amor, Esperanza y Lucha; Buscadoras Zacatecas, o Siguiendo tu Rastro con Amor, han encabezado importantes demandas, entre ellas la promulgación de una ley estatal en materia de desaparición de personas en 2020, y la exigencia al gobierno estatal de aplicación y atención efectiva a las víctimas.
En julio de 2022 Zacatecanos y Zacatecanas por la Paz convocó a retomar la iniciativa Sangre de mi Sangre en la ciudad de Zacatecas, proponiendo como punto de encuentro la Alameda Central ubicada en el centro histórico de la ciudad. Zacatecanos por la Paz fue la primera organización que se conformó en el estado en el marco de las caravanas por la paz del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, y desde hace más de diez años se orientó a acompañar solidariamente a las familias de víctimas de desaparición. Los encuentros se llevaron a cabo en la Alameda Central y, si bien en cada jornada varió la cantidad de personas que acudieron, se mantuvo una constante participación tanto de madres de personas desaparecidas como de población que se acercó a acompañar y tejer en solidaridad (véanse fotos 1 y 2).


Durante cada domingo circularon muchos transeúntes que no podían evitar detenerse a ver los tejidos, pues su grandeza (se cubrió la fuente principal y un amplio espacio de la Alameda) y la intensidad del color rojo no pasaban desapercibidos. Al detenerse ob servaban algunos de los rostros de las víctimas de desaparición forzada en Zacatecas, recibían información sobre la crisis y el objetivo del proyecto. Todas las personas se sorprendían al conocer las cifras, algunas compartían las imágenes en sus redes sociales y otras tantas apoyaron con recursos económicos para la compra del material.
En la medida en que la convocatoria creció y que a las jornadas llegaron ciudadanas y ciudadanos con perfiles diversos (periodistas, estudiantes, trabajadoras/es y universitarias/os como nosotros), junto con la presencia de madres buscadoras que pertenecían a varias de las organizaciones de familiares de personas desaparecidas, se tomó la decisión de autodenominarse colectivamente como Sangre de mi Sangre Zacatecas. Estos perfiles confluyeron y se articularon alrededor del tejido, como grupo solidario y de acción contra las violencias.3
El tejido colectivo y las contrapedagogías de la crueldad
La acción de tejer potencia distintas dimensiones en el marco de lo que Rita Segato expone como una contrapedagogía de la crueldad (2018). Aquí proponemos cuatro dimensiones que hemos identificado a través del tejido colectivo que, en cuanto práctica estético-política, posibilitó la enunciación y resistencia de las violencias perpetradas por diversos actores (corporaciones, transnacionales, crimen organizado, grupos paramilitares, fuerzas militares y el Estado). El horizonte de la acción no sólo se encaminó a la denuncia pública, sino que configuró interacciones y prácticas contrarias a las violencias.
Hilar la memoria
Durante todos los encuentros donde tejimos, las madres integrantes de colectivos de víctimas y las personas participantes llevaron las lonas con los rostros de las personas desaparecidas en Zacatecas, instalando los tejidos alrededor de las imágenes que evocan las ausencias. En las “juntanzas”, o encuentros, la memoria fue un mecanismo para no olvidar a quienes han fallecido y a quienes se encuentran desaparecidos. Los tejidos, entendidos como objetos de la memoria, servían como medio de reactivación de los recuerdos, las vivencias, siempre mediados por las distintas cargas culturales, sociales, políticas e ideológicas de las y los individuos atravesados por la indignación y la búsqueda de justicia.
La representación de las rafias rojas buscó simbolizar la sangre de quienes están desaparecidos y de las víctimas de una guerra, a la manera de un hilo que conecta con quienes en vida y presentes se niegan a olvidar. En esas prácticas de tejidos de resistencia se hiló la memoria, pues, mediante la interacción, cada una de las historias personales hechas tejido y palabra devinieron encuentro e intercambio. Al representar las ausencias por medio de los tejidos se elaboraba el mensaje de que todas las víctimas deben ser recor dadas y lloradas. El ejercicio de memoria se construía entre las participantes a través del diálogo, y con los transeúntes cuando se acercaban a preguntar de qué se trataba la actividad y escuchaban los testimonios de las madres de las víctimas.
En palabras de una de las madres de un joven desaparecido en Fresnillo:
cuando estamos acá siento que no sólo soy yo la que no quiere olvidar a mi hijo, siento que por lo menos hay más personas a las que les preocupa su falta […] porque cuando vamos donde las autoridades lo que nos dicen es que nos olvidemos de que lo vamos a encontrar [Madre 1, testimonio, mayo de 2023].4
De este modo, mientras tejíamos, conocimos las historias de Jorge Alberto, Jhovanni, Raúl, Juan Manuel, y tantos otros quienes se encuentran desaparecidos y cuyas madres y hermanas buscan a diario.
Contra la ausencia de respuestas efectivas de las autoridades, y lo que las propias mamás llamaban una “complicidad para no decirnos qué pasó”, la enunciación pública de las ausencias fue una forma de construcción de memoria. Esta elaboración textil ha servido como artefacto simbólico para resignificar el espacio público, para que se pierda el miedo de habitarlo colectivamente y se ha utilizado para enunciar y denunciar a través de acciones directas los flagelos de la violencia. Los tejidos han servido, además, como exhibiciones públicas para que sean apropiadas por las y los transeúntes. Las rafias rojas se convirtieron en gigantescas instalaciones artísticas con las que se arroparon distintos monumentos emblemáticos en las calles, desacralizando las estatuas y sacralizando la importancia de la vida (véase foto 3).

El mensaje de este acto testimonial y de memoria se contrapone al discurso oficial de los “daños colaterales” o de los eternos “ajustes de cuentas entre malos”. Por eso, como recuerda Enrique Díaz (2021), el poder del testimonio y la representación se encuentra en la propia fragilidad de quien lo escucha: en la capacidad de imaginar el dolor ajeno desde la vulnerabilidad común (todos podríamos experimentar ese dolor que se representa, pues somos humanamente vulnerables). Los tejidos como objeto de la memoria expresaron de forma creativa y colectiva lo que ha sido silenciado o lo que no ha podido ser dicho por el miedo. El tejido, la palabra y el lenguaje no verbal (pues hacer memoria implica involucrar los cuerpos para transformar y liberar de forma solidaria a la comunidad) aspiran a superar el miedo y la normalización de la crueldad, posibilitando el futuro.
Resistencia y re-existencia social
En el horizonte de la iniciativa impulsada por la Colectiva Hilos de Guadalajara se encontraba generar espacios y vínculos de solidaridad con las madres de las personas desaparecidas en México, pues, al reconocer que socialmente se evade visibilizar el tema, esta práctica era una forma de comunicar lo que estaba silenciado:
El hecho de tejernos con las familias de desaparecidos ha sido muy importante y fue por eso que empezó el proyecto, porque las madres nos decían que marchaban solas y la gente no se acercaba por miedo, aunque tuvie ran desaparecidos no se acercaban a las marchas, porque les daba miedo que les desaparecieran a otro hijo. Entonces, el hecho de tejer de esta manera en el espacio público, con tanta gente y a través de un proyecto artístico ayuda a trascender ese miedo [Claudia Rodríguez, entrevista, febrero de 2023].
El reunirnos en colectivo alrededor del tejido tuvo una fuerte implicación en los cuerpos y afectos. Com partir el espacio y la escucha, mientras se iban urdiendo los hilos rojos que encarnan el dolor común, permitía que las madres de las víctimas sintieran que no estaban solas. Cada persona que tejía lo hacía con un estilo, velocidad e intensidad diferente, lo que, en términos simbólicos, significaba el sinfín de experiencias que confluían. Muchas de las personas que llegaban a los encuentros nunca habían escuchado una historia de desaparición desde la voz de las familias de las víctimas, lo que generaba un nivel de sensibilidad que al final se traducía en mayor solidaridad.
En el Ángel, algunas de las madres de desaparecidos que estuvieron presentes nos manifestaron que ya no se sentían solas y allí la gente que quizás no se acercaba a estos temas o que no quería enterarse se está acercando, está escuchando su voz y se suma a la solidaridad y a la empatía que genera esto y entonces dices: ¡vale la pena acompañar a través de este tejido social! [Claudia Rodríguez, entrevista, febrero de 2023].
En ese sentido, además de las jornadas en la Alameda de Zacatecas, las piezas tejidas de forma colectiva fueron instaladas durante las marchas del 8M y el 10 de mayo de 2023. Ambos episodios de protesta y reivindicación colectiva frente a las violencias e impunidad estatal: el primero la manifestación feminista, uno de cuyos ejes era la exigencia de un alto a los feminicidios y la violencia de género;5 el segundo, la manifestación de las madres de personas desaparecidas quienes se han reapropiado de la celebración pública del día de la madre bajo la premisa “10 de mayo no es de fiesta, es de lucha y de protesta” (Vacio, 2023; Valle, 2023).
Las integrantes de los diferentes colectivos de familiares de personas desaparecidas tejieron en sus casas los nombres y rostros de sus familiares, los cuales unieron e hilaron a la gran red roja durante la acción del 10 de mayo del 2023. La metáfora de la sangre que representaban los hilos adquirió ahora rostros y nombres propios, lo que se convirtió en una pieza artística de resistencia y re-existencia que cubrió la fachada del palacio de gobierno del Estado, símbolo de la indi ferencia y la impunidad (véanse fotos 4 y 5).


La resistencia diaria de las familias de las personas desaparecidas y de las víctimas de feminicidio tuvo en los tejidos un medio para amplificar las demandas y los reclamos. En consecuencia, otro de los mecanismos que permitió difundir aún más los mensajes fue el cubrimiento que recibió la acción de Sangre de mi Sangre por parte de los medios de comunicación. Desde una portada en primera página en el diario nacional El Universal (Mejía, 2022) hasta el seguimiento de los medios de mayor difusión en el estado como NTR Zacatecas, La Jornada Zacatecas, El Sol de Zacatecas, TV Azteca y Televisa Zacatecas. Como plantea Zibechi (2007), la dimensión comunicativa de las acciones colectivas y la movilización social es fundamental como condición necesaria de existencia, de modo que cuando se logra la atención mediática los reclamos logran circular en públicos amplios y tener mayor capacidad de incidencia social.
Por ello, afirmamos que las acciones llevadas a cabo mediante Sangre de mi Sangre Zacatecas trascendieron la dimensión de la resistencia, es decir, el carácter defensivo y de denuncia, los cuales son fundamentales para la reivindicación y búsqueda de justicia. Las acciones fueron más allá, porque el tejido se propuso y construyó interacción de re-existencia ante la barbarie. Entonces, el tejido como pieza estética elaborada en colectivo se contrapuso a la indiferencia social, el temor y el silenciamiento.
Pensamiento y acción colectiva
Además de los mecanismos de memoria, resistencia y re-existencia, el acto de reunirse para tejer activó el pensar y actuar colectivamente, gracias a lo cual se construye una politicidad en clave femenina (Segato, 2018), que reivindica la defensa de los espacios cotidianos y privados con las historias personales que se extienden de manera conjunta a los territorios más amplios y comunes para ser apropiados de forma solidaria y colectiva. Se hila un tejido de lo comunitario desde una ética de los cuidados y de la correspondencia, lo que resignifica los espacios privados y públicos e imprime en estos segundos un carácter de apro piación política.
El proyecto generó gran inquietud en los espacios públicos donde se desarrollaba, espectadoras y espectadores se acercaban a indagar por qué estábamos tejiendo esas decenas de atarrayas rojas que luego se iban uniendo. Siempre, a todos los espectadores, llamaban la atención las fotografías de diversos rostros en las lonas: “la gente pasa y quiere enterarse, se acerca y muchas veces se quedan tejiendo o regresan en otra ocasión o por lo menos se enteran de lo que pasa” (Claudia Rodríguez, entrevista, febrero de 2023). En la iniciativa prima el “todos podemos”, “entre todos hacemos”, y por eso no es necesario saber tejer, puesto que uno de los principales objetivos es dialogar, tejerse entre los hilos y la palabra:
la gente llega porque quiere hacer algo por alguien, por alguien que ni siquiera conoces. Creemos que Sangre de mi Sangre estimula la empatía, la esperanza, el tejer por alguien que no conoces y que seguramente nunca vas a conocer. Lo haces por una causa, lo haces por algo mucho más grande que nosotros [Claudia Rodríguez, entrevista, febrero de 2023].
Por ello, resaltamos el papel de la enseñanza y el conocimiento compartido, pues una de las formas neurálgicas del proyecto, como mencionamos, fue resistir, re-existir, además del aprender desde la colec tividad. En los encuentros en la Alameda de Zacatecas destacó el liderazgo enérgico y solidario de la maestra Guillermina, quien busca a su hijo Jorge Alberto, desa parecido en el centro de Zacatecas en 2017 y sobre el que las autoridades estatales no tienen indicios de su paradero. Su liderazgo tuvo un rasgo especial en la enseñanza, pues apelando a su conocimiento práctico Guillermina se convirtió en la maestra de todas y todos quienes llegamos a la Alameda y no sabíamos tejer; sus manos sirvieron como metáfora del vínculo, donde ella fue transmitiendo el conocimiento de la producción de las grandes redes (véase foto 6).

Una de las ciudadanas que se sumó a las jornadas durante 2023 dijo: “[fue] muy significativo que sea una madre que tiene tanto dolor interno la que nos enseñe con una sonrisa y con el optimismo de que entre más seamos menos solas van a estar […] es que no nos podemos acostumbrar a que pasa esto y todos los días” (María, testimonio, abril de 2023). En la escenificación de las jornadas de tejido en Zacatecas se cumplió lo que Claudia, líder de la Colectiva Hilos, nos señalaba: “no podemos hacer nada sin los demás, la resistencia social solamente la vamos a lograr juntos, viéndonos y dejando de lado las diferencias, puede haber y cla ro que las hay, pero en este tejido no, en este tejido todos caben” (Claudia Rodríguez, entrevista, febrero de 2023).
Sanación colectiva
Una cuarta dimensión que se ha entrelazado a través del tejido es la sanación colectiva. En este eje se entrecruzan las manifestaciones emocionales, los sentires y los distintos estados afectivos de cada una y cada uno de los integrantes. En el intercambio de historias, de reacciones subjetivas y reflexiones surgían ideas y anhelos acerca de cómo afrontar el presente y construir el futuro, sanando la herida colectiva con las puntadas, los hilos y las palabras.
En particular para las mamás de las personas desaparecidas que participan en las jornadas, el tejido se volvió un proceso terapéutico ante la incertidumbre, la indolencia y el dolor. Entre otros testimonios, retomamos las palabras de la Madre 3, quien se lleva los tejidos a su casa para “adelantar” y señala que “tejiendo en mi casa de repente se me pasa el tiempo y no está uno todo el día pensando en que qué le estará pasando o dónde estará mi hijo” (Madre 3, testimonio, septiembre de 2022). En ese sentido, la Madre 2, quien llegó a las jornadas sólo unos meses después de la desaparición de su hijo, dijo que “tejer acá en el parque con ustedes es como un espacio de calma y de fe, porque a veces uno se pregunta si de verdad mi hijo no merece que lo busquemos, y me han dado mucha fuerza las compañeras en los colectivos y ahora ver esto tan bonito que se hace en el parque” (Madre 2, testimonio, mayo de 2023). Asimismo, la maestra Guillermina, quien teje rafias enteras en su casa, nos señaló en varias ocasiones que esto le ha permitido reducir mucho la ansiedad que siente al estar en casa, pensando en su hijo y sin poder tener calma, mientras que tejiendo siente que, aunque no esté afuera buscando, está haciendo algo que ayuda para recordarlo.
Los hilos se convierten entonces en relatos sociales para sobrellevar la pérdida y agenciar el dolor de las violencias, de los feminicidios y la desaparición. En concreto, la desaparición es concebida por las y los familiares como un duelo ambiguo ante la incertidumbre de saber si la persona desaparecida sigue con vida o está muerta, pero ante la falta de respuestas si guen buscándolos, en la medida de sus posibilidades, tratando de superar las ausencias mientras se entrelazan con la vida.
Como mencionábamos, el tejer había sido considerado tradicionalmente una práctica llevada a cabo dentro de los roles femeninos y dentro del ámbito privado. Sin embargo, este proyecto pedagógico ha convocado a hombres de diversos sectores sociales y, desde una perspectiva intergeneracional, ha logrado replantear el significado de este oficio como una actividad de reconexión con la creatividad, con nuevos lenguajes que desmitifican los estereotipos de género. El tejer ha funcionado como mecanismo para reescribir la historia mediante un proceso catártico de transmisión del cono cimiento y de sanación emocional de las heridas infligidas por las violencias.
La dimensión de sanación colectiva es la respuesta contrapedagógica en la que Segato (2018) nos dice que las mujeres han identificado su propio sufrimiento y hablan de él. En esta propuesta destacamos que los hombres participantes, rompiendo la imposición patriarcal de los roles de género, están enunciando a través del tejido esas violencias de la fratría masculina.
Conclusiones
A partir de nuestra observación participativa, pudimos reconstruir un proceso novedoso de acción colectiva contra la violencia en México. La iniciativa Sangre de mi Sangre, que nació en Guadalajara a través de la Co lectiva Hilos, ha circulado de manera amplia en diversos estados del país y, en el caso concreto de Zacatecas, se convirtió en un parteaguas de la imaginación para la construcción de solidaridades. Dado el difícil contexto de exacerbación de las violencias disciplinarias y las pedagogías de la crueldad en Zacatecas, el tejido colectivo, sin habérselo propuesto desde un inicio, configuró interacciones y relaciones que dieron forma a prácticas contrarias a la normalización de la violencia y la crueldad. A partir de la observación, conversaciones, entrevistas y reconstrucción visual, identificamos que el tejido colectivo Sangre de mi Sangre configuró cuatro formas de contrapedagogías de la crueldad: hilar la memoria; resistencia y re-existencia social; pensamiento y acción colectiva; sanación colectiva.
Hilar la memoria se contrapone a la normalización de la desaparición, a la crueldad del olvido y a la legitimación de la impunidad. Resistencia y re-existencia social se contrapone al ocultamiento de las víctimas, a la fragmentación individualizada del dolor y al silencio social. Pensamiento y acción colectiva se contrapone al mandato de pensar y actuar de modo individual y egoísta, al distanciamiento y los límites de los vínculos. Sanación colectiva se contrapone al mandato patriarcal del silencio frente al dolor.
La acción colectiva reactivó la capacidad de comunicar por medio de formas estéticas, de construir narrativas que avivan la creatividad, así como la posibilidad de reapropiarse y resignificar el espacio público y el territorio. Sangre de mi Sangre Zacatecas tuvo una fuerza especial en medio del contexto que hemos des crito, pues, frente al silencio y el temor, mantuvo el recuerdo vivo de las víctimas que reclaman justicia y de las familias que buscan expandir sus reclamos.
La experiencia en la investigación participativa nos confrontó en muchos momentos con los alcances que la acción estaba logrando. Pasamos de los primeros encuentros donde nos reuníamos con los pocos convocantes, a los encuentros donde la participación se nutrió de decenas de personas, de todas las edades, que acudían a tejer sin siquiera conocernos. Identificamos que el tamaño monumental que fue tomando la red roja, al cubrir amplios espacios, fue uno de los detonantes de la curiosidad y expectativa de las personas. Además del acto de tejer y de conversar, el potencial estético y la representación que se logró construir a través de los tejidos rojos ayudó a expandir los procesos de conexión.
Tejer (como acción) y los tejidos (como artefactos), son prácticas estético-políticas que interpelaron la normalización de la violencia en Zacatecas. En los últimos meses, que no están incluidos en este análisis, las jornadas de tejido se extendieron a otros espacios públicos de la ciudad de Zacatecas, y a municipios como Fresnillo y Jerez, lo que revela la proyección que la práctica está teniendo en el territorio y el tiempo.
En medio de la desesperanza y la falta de respuesta gubernamental a las violencias, los tejidos rojos de Sangre de mi Sangre se han convertido en una forma de representación simbólica de las voces, de las vidas e historias que no están siendo reparadas. Consideramos el hilar la memoria, la resistencia y re-existencia, la acción y sanación colectiva como nuevas formas de organizarse y vivir más allá de los patrones impuestos por el valor económico, recuperando el valor de la vida misma. Por tanto, esas formas incorporan los múltiples campos de la vida, su complejidad, su densidad, las maneras en que se construyen sus articulaciones, pero sin perder de vista los contextos de conflicto en los que se mueven, enfrentando así las asimetrías de la dominación. Eso es precisamente lo que se hace a través de esta práctica estético-política, una contrapedagogía del poder y una contrapedagogía del patriarcado, ante la crueldad, el desarraigo, la insensibilidad, el burocratismo y la muerte.
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Notes